El circo de los tres anillos, Jeff Pearlman

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18 Fin

No volveré a jugar nunca más con este hijoputa.»

«

Kareem Rush escuchó estas palabras y tuvo que rebobinar. ¿Qué acababa de decir Kobe Bryant? ¿Quién era el hijoputa? El escolta suplente de los Lakers estaba sentado a una mesa del restaurante del vestíbulo del hotel Townsend de Birmingham, Michigan, apenas dos horas después del desalentador quinto partido de las Finales de la NBA que habían perdido contra los Pistons. Con solo veintitrés años, Rush era inmaduro e ingenuo, y desconocía muchos de los mecanismos internos de la liga. Sabía, por supuesto, que los Lakers tenían problemas. Era un equipo envejecido. Un equipo desunido. Las dos grandes estrellas de la franquicia tenían sus diferencias. Pero ¿no acababan de llegar a las Finales y habían quedado en primera posición cuatro veces en las últimas cinco temporadas en la disputadísima Conferencia Oeste? «Es imposible que desmantelen el equipo. Sería una locura», pensaba Rush. En la mente de Rush, la diferencia entre la gloria y la agonía era la lesión de Karl Malone. «Con el Cartero en plena forma, lo hubiésemos ganado todo. Estoy seguro», dijo años después. Sin embargo, al mirar a Bryant y escuchar sus palabras, la realidad se imponía. Todo había terminado. «Estábamos acabados. Me dolía en el alma», cuenta Rush. Como al noventa por ciento de los trabajadores del mundo que debe acudir a una cena de empresa, a muy pocos integrantes de los derrotados Lakers les apetecía asistir a la velada pospartido organizada por Jerry Buss. Pero era la persona que les 448


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