Manifestando algo que me conmueve cada vez que pongo el esfero, el lápiz, el pincel, el rotulador, la plumilla, el aerógrafo, el lápiz óptico... sea cual sea la herramienta, no es más que una extensión de mi cerebro; empuñada con la mano izquierda, esta herramienta me entrega aquello que siempre busco, me dispone para darme a la tarea de volar, volar libre y con las pestañas inmóviles, que se niegan a parpadear para no perder un solo segundo de la libertad que proporciona el ejercicio de dibujar, el encuentro con el espíritu penetrante y libre. Dibujar es una tarea que se desarrolla a diario, en mi caso es una constante que, incluso, realizo varias horas del día todos los días. Emancipación metafísica mediante el dibujo, esta solo llega tras duras jornadas de práctica, observación, reflexión, incidentes, iras, lágrimas, dolores de espalda y cabeza, piernas anquilosadas. De hecho, es una retribución apenas justa para la satisfacción maravillosa de observar con detenimiento el antaño papel blanco o coloreado en el que ahora se vive a través de un personaje o paisaje, personaje dispuesto por un renovado demiurgo jovial, feliz, muy feliz. Buscaba imágenes concretas para despertar sentimientos profundos, espíritu surgido de las entrañas, el misterio de la casualidad e intuición para crear algo, ojalá exclusivo. Quería retratar más que otra cosa, porque eso permite ver más allá de la mera ilustración.
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