EDICIÓN # 2
UN POCO DE: CARLA PATRICIA QUINTANAR
Foto: Xicoténcatl López
Nació en Querétaro en el año 1971. Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por el ITEMS y tiene una maestría en Ciencias de la Educación en la UAQ. También es escritora y poeta, exclusivamente narradora como ella misma se cataloga. Su escritura le hizo merecer el Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta (2003) y el Premio de Fragmento de Novela de la revista Punto de partida de la UNAM (2001). Premio de Fragmento de Novela de la revista Punto de partida de la UNAM (2001). Además ha obtenido las becas en Apoyarte 2008 por su producción artística, en el Programa de Intercambio de Residencias Artísticas México-Quebec (FONCA 2004), en el Programa de Jóvenes Creadores (FONCA-2002) y en el Programa de Estímulos a la Creación Artística del Estado de Querétaro (2000). A lo largo de su carrera como narradora, ha participado en encuentros de escritores en el estado de Querétaro, Campeche, México DF, Aguascalientes y otros estados. Ha impartido talleres de narrativa y ensayo en la Escuela de Laudería del INBA, la Universidad Autónoma de Querétaro, el Museo de la Restauración de la República de Querétaro, la Escuela de Escritores de Querétaro, el Centro de Formación Artística y Cultural de Querétaro. En el año 2008 convocó y coordinó el proyecto multidisciplinar Poesía para científicos, donde reunió a investigadores, docentes y artistas en la idea de escribir ensayo para
niños (apoyado por la UNAM campus Juriquilla, Centro INAH Querétaro y la Escuela de Laudería del INBA). Es miembro fundador junto a Ileana Cruz y Claudia Dovalí del colectivo Nix Imaginarios Creativos, cuya acción más destacada es la producción de la muestra artística interdisciplinaria Potaje exótico. La segunda emisión de esta labor obtuvo financiamiento del programa “Apoyarte 2008” del Instituto Queretano de la Cultura. En el año 2009, Carla Patricia promueve la instalación literaria Diálogo entre sábanas, con el soporte de Nix, INAH, IQCA, COBAQ, Galería DRT y Escuela de Laudería del INBA; así como con el apoyo del poeta Federico de la Vega, los pintores Edgar Vázquez y Luis Selem, y la imprescindible participación artística y educativa del maestro compositor Ernesto Martínez y la creadora de cómic Vera Biniza. En la inauguración, además, participaron la maestra Laura Corvera, actriz y soprano, la bailarina Carlota Dessiré y, como invitado especial, el actor Carlos Bracho. Dialogo entre sábanas consiste en 50 sábanas con texto caligrafiado y una serie de actividades a su alrededor, un proyecto de fomento a la lectura y las artes donde participaron 28 autores invitados, recopilados en el catálogo con el mismo título (UAQ-CalygrammaNIX 2008). Carla Patricia Quintanar es autora del Recetario didáctico para una vida sensata (UAQ – SUPAUAQ 2000), y de los materiales didácticos Directorio ortográfico y Acordeón ortográfico (COBAQ 1997). Aparece en la antología Nosotras y las palabras, escritoras en Querétaro (La otra banda 2007) y en la de Relato Hiperbreve Míranos (Fundación de Derechos Civiles de España 2002). Fue traducida al francés en la revista Texte. Nouvelle revue littéraire des Amériques (Montreal 2004). Tiene en preparación el libro Una mujer ruda. Quintanar trae consigo la literatura de Juan Rulfo, Julio Cortázar, Elena Garró, Virginia Wolf, Juan José Saer, Luisa Valenzuela, entre otros autores y autoras. Lo interesante en el trabajo de la narradora queretana es que en sus textos ella parte desde los sentidos, desde la cotidianeidad, desde lo sensual, desde el cuerpo, desde el alma. Por eso es que sus textos son bondadosos a los ojos de los lectores. Carla sabe cómo atrapar con su simpleza, con la sencillez de la palabra. Ella es concreta cuando dice algo, pero en ese algo, Carla adorna las palabras y lo poetiza todo, cito: “La imagen me perturba. La niña juega inocente, del otro lado del cristal, mientras yo me concentro en humedecer mi vagina un poco más. También repaso: no quiero que se me olvide” (del cuento Apartamento 69). Carla en sus textos refleja el trabajo de una poeta en constante experimentación y de una narradora de imaginación abundante. Su quehacer es claro, es vigente, y antes que todo es un quehacer literario en permanente cuestionamiento. Carla siempre se reinventa, esta es una etapa que actualmente vive la narradora mientras construye su libro, La vulgar Alicia.
ASÍ ESCRIBE QUINTANAR Autobiografía 1 Nací chillona, igual que usted. Así también, como a usted, me hirió la certeza de la luz, yo que fui ser de aguas tenebrosas. Así, idéntico, nací marcada con la llaga, abierta por el signo de mi pecado original… Eso dijeron, que era original mi pecado. Único, vaya. Auténtico, pues. Pero más pronto que nunca descubrí la mentira. Ya antes que yo una mujer había esperado a su amante durante siglos, tejiendo y deshaciendo la trama, igual que una diosa primigenia. También una mujer bajó de la cruz a su hombre muerto por amor, también ella lo vio resucitar e irse para siempre, como yo vi hacer al mío. Orlando se transformó, igual que yo, y por la misma época, de mujer a hombre y de nuevo a mujer. Por ello morí en la hoguera; la primera vez fue porque Dios me habló y me creyeron loca; la segunda, fui acusada de bruja, por la herejía de saber leer con las palmas la textura en la piel de los machos. Yo también les inventé historias, para que no me cortaran la cabeza, para que no me cortara mi chavo. Un día vi el cuadro de la Gioconda y, con mi último desencanto, comprobé que teníamos el mismo gesto de mujer, el mismo silencio. Por eso no me sorprendió saber que otras también fueron amantes del Zarco, que cientos han viajado al centro de la tierra. Pronto descubrí la falsedad: Mi pecado nada tiene de original, ni siquiera mi origen… Salvo, quizá, que igual que usted, yo también soy hija de Pedro Páramo. Nosotros posmoderno 2 Es inválido decir te amo luego de ejecutar unas de las interacciones más intimas que dos personas pueden tener: sexo. Transgresión, hoy, no es cogerse a alguien en público, tras una aséptica vitrina. Revolución es decir cuánto nos amamos. Rosario Viene (se viene) mi cuerpo enroscado en su rosario de humedad. Mis vicios son misterios, a ellos encomiendo esta lectura, hincada, inclinada en devoción. La vela, papi, es para iluminar el camino de las almas. Tengo que explicarles. Lo hago una vez que he terminado mi oración mental, para que se vayan relajando, para que por dentro se digan: Qué mamada es ésta, y así permanezcan en su descreimiento y entonces mi espíritu los penetre desapercibidos. Afuera andan los gatos, ellos me comprenden, van por los tejados en busca de su bruja. Lo bueno es que han dejado de lanzarnos a la hoguera para conseguir nuestros favores; ahora nos pagan por echarles las cartas, los mismos, la misma sangre de los antiguos inquisidores ahora busca derramarse entre nuestras piernas a cargo de su tarjeta de crédito. Se meten en nuestro sexo llenos de remordimiento, la cola tensa de estar sentados el día completo en el subibaja de la bolsa de valores; se revuelcan dentro, le echan muchas ganas con tal que la bruja les devuelva su humanidad, su cuerpo de hombres, su instinto de ser viviente; el más macho de los machos deja en nuestras manitas frías la tarea de hacerles ver que sí, que eres muy hombre, papito. Se meten en nuestro sexo y salen de ahí arrepentidos, cabizbajos, lloriqueando.
Por el día los vemos desde la ventana, con un café expreso entre el paladar, abrirse paso con su armadura armani, caminan muy erectos, como para compensar la flaccidez que anoche no permitió que penetraran a sus mujeres. Por eso ellas están tristes, por eso sus mujeres vienen a vernos por las tardes, luego que han dejado a los pequeños en la clase de inglés, para que nosotras les digamos cómo cogerse mejor a esos hombres de negocios. Pero eso nadie lo sabe, ni ellos mismos. Porque ellos sólo saben de finanzas, ignoran las cosas del cuerpo y, por lo tanto, ignoran los objetos del amor. No es posible decir nada a estas pobres mujeres, nada acerca de sus hombres. En nuestras manitas frías está sólo la posibilidad de guiar las de ellas por los pliegues del propio cuerpo. Es la única manera de ayudarles a encontrar los vertederos de mi cuerpo, para que en mis aguas de bruja laven ellas su llaga y sanen su ardor. Ardor de amor. Refresco el ardor de su amor para que esa noche al fin descansen en paz, en el lecho vacío, tan amplio y mejor así, mientras sus hombres nos buscan para que les digamos cómo hacer para que ellas, sus mujeres, los perdonen. Pero esa magia tampoco la conocemos. El gato que ha venido a buscarme deja su olor en mis piernas, me restriega su cuello, bajo la mesa. Pongo incienso para purificar los sentidos, explico al hombre, afligido inquisidor. Arrojo la primera carta y en silencio reinicio mi oración, para que mis interpretaciones tengan sentido viene mi cuerpo enroscado en su rosario de humedad. Me vengo con mi cuerpo cargado de cruces. Mis vicios son misterios, a ellos me encomiendo con devoción. (del Libro: La vulgar Alicia) Sus libros
1 Poema tomado de www.eloficiomayor.org 2 Poemas tomados del libro-catรกlogo Dialogo entre sรกbanas.
NARRATIVA Gabriel Vega Real
Entre los matorrales del río Fue un dos de enero, Raimundo Correa miró bajo la sombra de los alcanfores la figura de Cecilia Domínguez, con enagua almidonada, blusa ceñida, pechos rebosantes y mirada de aceituna. Mujer de un sólo hombre, tenía el cabello dorado, nariz respingada y labios de pitaya. Cecilia era la niña consentida de la sociedad del Querétaro de 1920. Raimundo era un tipo cabal hasta donde alcanza mi entender. Hombre quemado por los rayos del sol, recio, hosco, serio, y hasta callado, diría yo. Tenía una fascinación natural por las mujeres perfumadas. Pero a todas las dejaba. Con Cecilia Domínguez era distinto; con ella pensaba casarse. El día que Raimundo metió sus ojos de chacal en los ojos de niña mimada, todo Santiago de Querétaro se impregnó de olor de difunto. Del cerro de las campanas bajaron murmullos de recuerdos del fusilamiento de Maximiliano cincuenta y tres años atrás. La indiada decía que Cecilia era una hija bastarda del Emperador Maximiliano, pero la verdad es que su apariencia de querubín, nada tenía que ver con la edad que le endilgaban. Fue un día como hoy, un dos de enero. El sol requemaba el pellejo, y el aire raspaba la cara. El río traía entre sus aguas la leyenda del Quemado y el Ahorcado. Del Quemado se hablaban muchas cosas; algunos decían que había sido un nahual que se bebía la sangre de los niños recién paridos. Otros decían que varias veces lo habían visto convertirse en guajolote, y hasta juraban que era el zorro que se comía los pollitos y se bebía los huevos de las gallinas coloradas. El Ahorcado y el Quemado todavía no alcanzan el perdón, a diario se escuchan sus lamentos en las orillas del río. Aquel dos de enero, hasta el acueducto llegaba el olor a cirio de muerto. Los chismes corrían por las calles. Se decía que Cecilia le había faltado a Raimundo. Decían que se revolcaba con los peones en la hacienda De La Llave, y que cuando la poseía la lujuria, se paraba en la orilla del río a esperar a que pasara algún peón y, ahí mismo, entre los matorrales del río desataba sus pasiones. Yo llegué junto con Raimundo como a las seis de la tarde. Oí los pasos de Cecilia en la hierba, y volteé para ver cómo se metía el sol por atrás de los cerros, pero los
alcanfores no me dejaron ver las nubes anaranjadas comiéndose los últimos rayos del día. Estaba rodeado de soles. Uno no lo pude ver, y el otro se asomó tras el cuerpo de vestido almidonado. En cada paso de Cecilia, el olor a muerto crecía. Me daba la impresión que los cuerpos del Quemado y el Ahorcado se salieran de las aguas enlodadas del río. Parecían aguas de lluvia de septiembre, y olían a velorio. Los ojos de Raimundo se clavaron en los ojos aceituna de Cecilia. Su barba se crispó, y en la boca le resoplaba el olor del coraje que estuvo masticando todo el día. Raimundo era hombre de campo, se levantaba para despertar a los gallos, y le apuraba porque el sol se asomara. Con los primeros rayos del sol, encontró el papel tirado en el suelo. La tarde anterior, Cecilia estuvo con él en La Cañada, le negó sus amores. Le dijo que hasta casarse de blanco. La nariz le resopló como caballo de crianza. Las manos le sudaron, y su mirada de hiena se metió en el papel que la tarde anterior cayó de las manos de nácar de Cecilia cuando sacó de su bolsa de lino almidonado el pañuelo de seda con olor a sándalo. “Espero verla junto al río cuando se meta el sol. Ya no me aguanto las ganas de sentir su pecho temblando entre mis labios”. Todavía recuerdo que yo personalmente le entregué el papel. Se lo di después de que las campanas sonaran los primeros oficios de la iglesia. La figura tozuda de Raimundo adquirió facciones de coyote, y de su boca brotaron colmillos de chacal. Se llevó la mano a la cintura, y antes de sacar su puñal para matar a Cecilia, mi daga se sepultó cinco veces en su espalda, con Cecilia de testigo. De la mano derecha de Raimundo se soltó el papel con la leyenda que hizo que su amor por Cecilia se convirtiera en odio animal. Con el aire de la tarde el escrito voló al río y, después de nueve días, una vez que concluyeron los responsos, volví a saborear los pechos firmes de Cecilia, y a comerme sus labios con sabor a pitaya entre los matorrales del río. Ya hace cuarenta años que dejé de trabajar con la peonada de la Hacienda de la Llave. En estos días el Gobierno Federal entrega el primer camión para los bomberos y, a pesar de que ha pasado tanto tiempo, todos los días, cuando el sol le da las últimas lamidas a las nubes, veo la figura de niña mimada de Cecilia Domínguez sentada en el jardín de los platitos con sus ojos de aceituna metidos en el río, en donde todas las noches se ven flotando los cuerpos del Ahorcado y el Quemado, y a lado izquierdo de Cecilia, la figura trasparente de Raimundo. Hace una semana me le quise acercar a Cecilia. Si mal no me fallan las cuentas ya debe andar pisoteando los noventa y tres años de edad. No quiso contestarme, sólo se quitó los guantes y me dejo acariciar su mano desnuda que se siente como piel de bebé recién nacido. Gabriel Vega Real, poeta y escritor ( Querétaro, México)
El sueño del ave fenix A Lewis Carroll Por muchos años el letargo me dominó, ahora soy libre y puedo elevar mi conciencia por encima de las barreras del espacio y del tiempo. *** La luz de las antorchas iluminaba la gente congregada en el centro de la aldea, todo el pueblo guardaba un silencio respetuoso por la ocasión, la joven, apenas una niña, estaba emocionada. Las mujeres de más edad la ayudaron a vestir el atuendo ceremonial y pintaron su rostro según la tradición, una tradición que se remontaba a sus ancestros llegados de muy lejos. Levantó la cesta con frutas y flores comenzando la marcha por el sendero que la llevaría a la cueva sagrada. El cielo estaba sin nubes y la luna brillaba, la aldea quedó atrás y se empezó a escuchar los cánticos de la gente. El corazón le latía con fuerza, era un honor ser la elegida para llevar la ofrenda. Llegó a la puerta de la cueva, era un lugar hermoso, entró y se maravilló de la extraña luz blanca que parecía brotar de las paredes, murmuró la oración y depositó la cesta en el suelo. Guardaría un grato recuerdo de esa experiencia y la narraría a sus hijos y nietos. *** No te preocupes, todo va a salir bien – dijo el hombre a la joven que le acompañaba, ambos portaban armas automáticas y vestían ropa camuflada. La joven sonrió aunque se notaba su nerviosismo, el hombre respondió la sonrisa, su rostro era curtido y lleno de cicatrices y arrugas, el cabello gris. Bien, es hora –empuñaron las armas y avanzaron por un sendero oculto por la maleza. La luna estaba alta, el cielo sin nubes. El sudor corría por sus caras a pesar de la fría noche. La chica apretó los dientes para que no castañearan, los dedos del hombre estaban entumecidos alrededor del arma. Llegaron a la entrada de la cueva. Dentro la oscuridad era total, encendieron una pequeña linterna y avanzaron lentamente, acercándose al lugar donde por siglos he descansado. Pensaban que me tomarían por sorpresa, pensaban que podrían matarme. Olvidaron que yo era todo, era la luna que los iluminaba, el aire que respiraban, el sudor que corría por sus cuerpos. Lo que más me dolió fue el terror que se reflejó en sus caras al ver que todo a su alrededor incluyéndolos a ellos se esfumaba. Ignoraban que al despertar de mi letargo mis sueños morirían.
Ariel Carlos Delgado, escritor colombiano.
ENTREVISTA Cuestionario Proust a Malva Flores
Poeta, crítica literaria y editora, 1961, Ciudad de México ¿Cuál es el defecto propio que deplora más? Ser miedosa a prácticamente todo. ¿Cuál es su mayor extravagancia? Comer rosas amarillas ¿Cuál es su idea de la felicidad perfecta? Mis hijos, mi marido y yo pasando el verano en una hermosa casa de la costa italiana. Una casa con muchas violetas, donde entre un sol brillante de manera oblicua por las persianas entreabiertas. También (y para que sea menos utópico), la misma compañía, un domingo en mi casa, sin salir de la cama, viendo el futbol todo el día sin que nadie me interrumpa. ¿Cuál es la virtud más sobrevalorada socialmente? La "irreverencia", misteriosa e incomprensiblemente para mí, elevada a la categoría de virtud, literaria o real. ¿Qué talento desearía tener? Me habría gustado ser cantante de Blues. ¿Cuándo y dónde ha sido más feliz? Mayo de 1995, en la ciudad de México.
¿Cuál es su posesión más atesorada? Mi archivo de correspondencia ¿Qué palabras o frases usa más?. "Un día volverá todo a su sitio". ¿Cuál es su héroe de ficción favorito? Sandokan ¿Cuál es su mayor miedo? El miedo mismo ¿Cuál es su estado mental más común? Desesperación. Por Rubén Falconi
POESÍA Fernando Luis Pérez Poza
YO SÉ QUE ESTÁS AHÍ
Yo sé que estás ahí, atrapada en el vértigo que desnuda al miedo, corazón de fuego que no se aviene a vivir sin jaula, amazona de honduras que no existen. Estás ahí. Entre dunas que humean soledad y recuerdos que congelan las venas, escuchando trompetas de silencio, como si el tiempo fuera un reloj parado y el mundo aún permaneciera quieto sobre el eje invisible de un andamio. Estás ahí, anclada en una taquicardia lenta de ánfora cineraria, derrochando féretros de angustia y sepulcros de tristeza,
viendo discurrir la vida desde el ojo tuerto de un ciprés enfermo.
Estás tan dentro del crepúsculo que todo te parece noche y las sombras te miran con la herrumbre ciega de una vieja calavera. Es tanta la feria de amargura que te roe por dentro los huesos que ya no quedan sótanos vacíos, en el interior del tuétano, para esconder las penas y ahogar la voz de los espectros.
Pero no pienses que siempre será así, con hielos que atraviesan la tarde y pájaros sin alas que no cantan. Algún día saldrá el sol para ti con su risa bordada de amarillo infinito y el verso azul de un horizonte nuevo prendido en el ojal de la solapa.
NO IMPORTA QUE EL TIEMPO SE DEMORE que cabalgue el lomo lento del aire que se suba a la espuma y sueñe entre madejas de alas el rastro del viento. Eres tú, mariposa, la niña que vuela entre mis sienes, la que escribe sonrisas verticales en el témpano desnudo del vértigo, la que duerme el laberinto de espejos
y amenaza crecer entre mis dedos. Eres tú, mariposa, traviesa amapola de seda, la que nunca se escapa del mapa cuando la pienso, la que vuelve patera mi alma cuando la siento allá lejos, perdida, al otro lado del océano.
EL CANTO DE LA SIRENA
Has probado el lecho de la hembra submarina, la picadura mortal de la sirena, sus cálidos senos, el almendrado vientre, ignorando el consejo de la divina Circe.
Has sentido su pisciforme atracción fatal, el néctar de su voz, la voz del agua, su canto lleno de promesas, y ahora estás herido de ausencia, tritón irritado, neptúnico ulises, atado al mástil de tu propia vida, el mismo que tú plantaste en el jardín del tiempo.
Sabes con certeza que jamás volverás a oírla y la has visto alejarse,
con paso tenue, a escama descubierta. Desconoces el nombre de la ínsula que habita esa hechicera que derribó los muros de tu sacra Babilonia.
Era la rueda encerrada en el círculo, el último delirio, el que jamás se olvida, el hada de terciopelo que decía Baudelaire o quizá, simplemente, una quimera que te volvió realidad el corazón.
Fernando Luis Pérez Poza, Pontevedra (España-1958). Ha publicado ocho libros de poesía y uno de relatos cortos y participado en numerosas antologías. Es Secretario de la Fundación Cuña Casasbellas (www.hipofanias.net), Presidente de la Asociación Cultural República de las Letras y propietario y Director de la editorial El Taller del Poeta (www.eltallerdelpoeta.com). En el ámbito del ensayo ha escrito y publicado en la revista Hojas de Luz, junto al poeta Jorge Cuña Casasbellas, un ensayo monográfico titulado "Chile un país poético" sobre la poesía chilena del siglo XX.
Ana Sebastián
Habladurías Ellos hablaban de las mujeres que mueven sus muslos como flores carnívoras, hablaban de los senos como soles relucientes como los senos de la duquesa de Alba, de los dedos afilados para el amor de Lady Hamilton inflamando el ojo vacío del Almirante Nelson, hablaban de las princesas rusas y no tan rusas ni tan princesas sucumbidoras al felatio y las buscaban en las mujeres por las que querían ser amados. Ellos hablaban de las mujeres monumentales madonnas con quienes amamantarían su sed, sus vinos amargos, sus ganas de cualquier cosa. En el abismo de la muerte los hombres
hablaban de esas yeguas que querían poseer como antiguas cortesanas antes de que el mundo acabe y las veían piedras preciosas hurañas en poses de desdén, putas relucientes madres serviciales musas voluptuosas en lunas eróticas ingenuas redondeadasa en edredones marfil y se acostaban con el sueño de esa mujer, les regalaban mimos, palabrotas, colecciones de poesía buscándole los oídos hasta que ella vino y les hizo lo mismo. ©® Ana Sebastián, Objeto directo, Buenos Aires, 1998. Yuyo verde Camino del o al cine Paco Urondo le decía Condesa de Sanseverino mía (era un buen lector de Stendhal pero todos los títulos de nobleza le daban lo mismo) popea mía cortesana mía y ella le sonreía le agarraba la mano y le hubiera querido decir Monsignore del Dongo tradittore de mis sueños (ella también leía a Stendhal) Aquiles de mi corazón juguemos al amor pronto pronto antes de que los hados te suman en los fuegos eternos pero sólo le sonreía y le estrujaba la mano, como en el tango. ©® Ana Sebastián, Yuyo verde – Noticias, Buenos Aires, 1988.
Revista EL HUMO ENERO, 2010 EDICIĂ“N # 2 www.revistaelhumo.com