Revista el humo # 6

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EDICIÓN # 6


UN POCO DE:

Sara nació en el año 1978 en el estado de Querétaro. Desde 1996 radica en Tampico, Tamaulipas. Además de ser poeta es Licenciada en Filosofía y tiene una maestría en Innovación Educativa. Ejerce la docencia universitaria e imparte talleres literarios desde el año 2000. Ha obtenido los siguientes reconocimientos y estímulos: Premio Regional de Poesía Carmen Alardín 2004, Premio Nacional de Poesía Tijuana 2005, Premio Nacional de Poesía Clemente López Trujillo (Bienal de Literatura, Yucatán 2004-2005), así como la beca para Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (2006-2007).

Ha publicado: Lo que no imaginas (Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, 2005), Palabras más palabras menos (Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tijuana, 2006), Nunca quise detener el tiempo (Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, 2008) y la plaquette Goliat (Editorial Letras de Pasto Verde, Colección El Celta Miserable, 2009). Ha compilado: 25° Aniversario del Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta CUENTO Y POESÍA (Miguel Ángel Porrúa / Ayuntamiento de Tampico, 2007), y junto con Liliana V. Blum, Perros de agua: nuevas voces desde el sur de Tamaulipas (Miguel Ángel Porrúa / Ayuntamiento de Tampico, 2007). Ha sido incluida en el Anuario de Poesía 2006, 2007 y 2008 del Fondo de Cultura Económica, en La Canasta an Anthology of Latin American Women Poets (Editorial Zignos, 2008, selección y traducción de Toshiya Kamei), en la antología digital “Del silencio a la luz: Mapa Poético de México. Poetas nacidos en el periodo 1960-1989” (Adán Echeverría y Armando Pacheco, compiladores), y en la revista Reverso, en su número dedicado a la Novísima poesía mexicana / Up-and-coming mexican poets. Ha publicado textos en las revistas: La línea del cosmonauta, Oráculo, Tierra Adentro, Saloma letras entre ríos, Mar con soroche, Blanco Móvil, Grasslimb, Shearsman y Cadenza (éstas tres últimas gracias a las traducciones de Toshiya Kamei).


Ha participado en los siguientes encuentros y festivales: El Vértigo de los Aires 2009, II Encuentro Nacional de Literatura MXL 09, Tercer Encuentro de Jóvenes Escritores del Norte de México y el Sur de Estados Unidos (2007), V Festival de Literatura del Noroeste Trasladando Fronteras (2007), Festival Internacional de Literatura Letras del Mundo para Tamaulipas (2006), Feria del Libro en Tijuana (2006), Feria Internacional del Libro en Monterrey (2005), Festival José Revueltas (2005) y el Festival Internacional Tamaulipas (2005), entre otros. Actualmente es Directora del Archivo Histórico de Tampico, becaria del Programa de Estímulos al Desarrollo Artístico 2010, columnista del suplemento cultural del periódico La Razón y forma parte del colectivo Perros de agua.

Así escribe Uribe PIENSO EN MI PADRE sentado al filo de la cama. Algo está desapareciendo. En la casa que a orillas del río abandonamos como prófugos enfebrecidos. Algo está desapareciendo. En la serpentina luz. En el vértigo.

Nunca aprendí a nadar ni he vuelto a esa ribera. Alguien está hablando del humo, de su voz oculta entre el follaje: disfraces, disfraces. Todos estos años he asediado el recuerdo de la noche en que nos convertimos en nómadas y dejamos atrás la casa intacta.

Alguien ha estado hablando del humo.

A través de la pequeña ventana que daba al patio aún puedo ver los pasillos iluminados, mi desordenada habitación, la consola junto al sofá, la vajilla azul de la que faltaba un instante él pensaba que los poemas eran sombras y en la mesa puesta, mi padre y yo sentados, esperando que alguien entre a servirnos la cena.

CONSTRUIMOS LA VENTANA PARA que nadie olvidara cómo huir. De este lado del muro había almenas y desiertos, maneras de nombrar el desamparo, toques de queda, vigías ciegos: raíces de lodo. No teníamos más sacramento que la unción de los enfermos y jamás fuimos capaces de inventar nuestros propios dioses. Vivíamos en sótanos sin goznes, cobijados por la sucia sábana del tedio. A expensas de las horas, de las sobras, de las lumbres de todo lo roído.


BAJO ESTAS PAREDES SE PUDREN LOS NOMBRES. Uno a uno se disgregan: volátiles astillas, legajos de palabras disidentes que se exilian en el último renglón de la ceniza. Hace ya largo tiempo que nadie abre la pequeña puerta de este infierno, que nadie desciende por su árida escalera. Sin embargo, sé que sigues ahí, en mitad de la erosión como un dios de polvo. Sé que deambulas de madrugada entre las hojas quebradizas de la vigilia. En el agudo zumbar de las termitas.

“ESTOS TEXTOS FUERON ESCRITOS GRACIAS AL APOYO DE LA BECA DE JÓVENES CREADORES DEL FONDO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES EN SU EMISIÓN 2006-2007”

Sus libros



NARRATIVA

Injusta Condena Cuando el cuerpo del viejo se cayó como un cuerpo seco sobre la cama, supe que ya no se levantaría más. Entonces me alegré que pronto llegaría la hora de mi libertad. La hora en que no tendría que soportar más el agónico anciano ni aguantar su capricho de tenerme siempre consigo y atraparme con sus delirios y su maldito cáncer terminal. El viejo se iría de esa vida por fin, en paz, consciente de que habría llegado el momento de la inevitable derrota de todo ser vivo: la derrota para siempre. Yo por mi parte, también lograría la paz sin su existencia. Pero pocos segundos cambiaron todos mis planes y mis expectativas. Llegaron en el momento menos previsto, revolvieron la casa, se llevaron cuanto quisieron, estamparon un fogonazo mortal sobre la frente del viejo. Se marcharon sin dejar señales. La injusticia no pudo resolver nada. Desde ese día, comenzó mi desamparo. Algunos dicen que pueden verme vagar por la casa. Yo todavía busco una respuesta, una salvación. Es que tener que andar penando por toda la eternidad me parece demasiado injusto.

Lucila Rosario Lastero


IMAGEN

Fotografías de calle

Víctor González Pérez, Fotógrafo (México, DF. 1968)


ENSAYO Isaura Calderón o La Harmonía de los instantes Por Marisol Vera

Desde las tierras de allende el mar vienen las delicias a buscarme. Poema del Cid [1] y la lluvia ruidosamente desató sus hilos y bajó a lavar el dolor de la tierra. Andrés Henestrosa, Los hombres que dispersó la danza

Preámbulo He venido buscando a la mujer. El espíritu volcánico, fruta deleitosa de fuego y esperanza, como un sol que vuela y canta en albedrío. Isaura. Hasta su nombre es hermoso y musical. Son estas páginas una tentativa de vuelo para acercarme –ha de ser mayor la travesía– a la autora de los “Cantares de amor en vilo”. Dejo aquí el primer relato, con el deseo de aportar algo a la tarea, siempre inconclusa, de reseñar a nuestros poetas.

I. Tula Al amparo de la Sierra Madre Oriental, donde el viento y la niebla hacen su nido, rodeada por sediciosos cactos, hunde sus raíces en el tiempo la ciudad de Tula. Si uno va hacia el norte hallará los municipios de Bustamante, Palmillas y Jaumave; al sur y oeste el estado de San Luis Potosí; al este, Jaumave y Ocampo. En este lugar nació, “por accidente”, Carmelita, la segunda esposa de don Porfirio Díaz, quien le regaló al pueblo un reloj inglés: aún puede verse en lo alto del campanario de la vetusta parroquia. Se juntan en la calle monótonos tañidos de campana, música norteña, ríspidos corridos y rezos de mujeres. El aire corre parejo con las memorias de los hombres, ahítos de años, que aguardan el ocaso agazapados en su propio vientre. Tula es un mapa de espacios a punto de romperse, paredes y miradas al borde de un silencio largo. El viento se agarra de las piedras, levanta su cabeza de titán y escudriña el horizonte. Se alzan sin arrebato ligeras nubes de polvo. “Venganza y venganza del polvo –¿no es así, señor Reyes?–, lo más viejo del mundo”. Mil novecientos catorce. Parece ser ahora. Ha transcurrido casi un siglo. Aquí y allá me dicen: “No sabemos cuál fue su casa”.


Todo lo que sé es que en esta ciudad Isaura vio la luz por primera vez. Se mudó a Tampico siendo todavía pequeña. No llegaba ni a los diez años. Amaba solazarse bajo los árboles y oír la sinfonía del aire. La veo de pie, sobre sus dos piernas alígeras, la pupila sorprendida ante la luna, bañada por un aguacero de estrellas. Corre, acaso, entre los matorrales, alrededor de un mezquite, cerca de un zapote. Risas, trovas y sueños. Presagios inflamados en el pecho. La niña. La pianista. La cantora. La poeta. Isaura.

II. La Gesta Letra a letra, esta mujer ha de forjar su canto en el amor –a la tierra, a la vida, a Dios, a la poesía. Aun su tristeza y su nostalgia son vitales. Sabe muy bien que “los poetas viven pobres, pero sumamente ricos en espiritualidad”. [2] Una tarde, deja el piano y toma el papel. Ha descubierto la música de las palabras y ya jamás desistirá de oírla, invocarla, tejerla. La artista tulteca tiene ese don de las almas intemporales de reinventar la tradición. Su pasión por la literatura está ligada a su apetito por la presencia divina. Lo expresa con elegancia y fineza en una epístola dirigida al Padre González Salas –cronista de Tampico– en 1959. Ésta sería publicada en 2001, en la revista Relieves, del Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes. Señala Juan Jesús Aguilar, en un breve preámbulo a la edición de la carta, que ésta le fue obsequiada por el padre Salas en la década de los ochenta y que entonces le solicitó permiso para publicarla. “Ha llegado ese día, creo haber encontrado –sin buscar o haber perdido– el espacio adecuado para compartir ese gusto y amor por la literatura y nuestros clásicos del siglo XX”. La epístola discurre acerca de Los hombres que dispersó la danza. No es raro que nuestra poeta se enamorase del pulso literario de Henestrosa, siendo sus imágenes de una colorida plasticidad, inocentes y salvajes, como si en esas páginas se hallase el venero mismo de los mitos. Al acercarme al texto que Isaura no duda en llamar “Nuevo Testamento Zapoteca”, no puedo más que compartir su asombro. Al margen de la interpretación religiosa que uno quiera darle, su sentido estético gana –diría Cortázar– por knock out. Me parece oír a merced de la oscuridad, como seguramente Isaura oyó –como debieron hacerlo tantas veces los hombres del Istmo de Tehuantepec– al “ave nocturna, cuyo nombre es el significado de su grito […] ¿Paráh-guyéuh?” [3] Conmovida por este encuentro, la poeta dice:


No sé qué voces atávicas cantan en mi dormida conciencia mejicana, levantando ecos que yacían soterrados con tanta lectura saturada de extranjerismos, de modernismo de mala ley y de hojarasca vana.

Por el garbo de su lenguaje, la limpieza de su prosa y la reserva de que su autora hace gala al describirse a sí misma –una pobre parvulilla de las letras–, esta epístola me deja un estremecimiento como el de aquella Respuesta que sor Juana dirigiera al obispo de Puebla, donde con énfasis exagerado dice: “Y yo […] que soy una ignorante”. Los contextos de las dos cartas son muy distintos: una, del siglo XVII, es una defensa del derecho a la libertad intelectual, y la otra, casi a final del milenio, una expresión completamente abierta que no pide licencia para ser. Un punto de similitud entre ambas mujeres –si bien es un hecho común en los artistas, hay quienes lo denotan con mayor fuerza– es el intenso amor al conocimiento. El extasío ante el cosmos y la imposibilidad para aprehender todas las sensaciones e ideas que le suscita, se revela cuando Isaura dice: “Y en la fantasía que ha olvidado sus vuelos, se ensayan, torpes, las alas, algunas imágenes y espejismos que no acierto a expresar como querría”. Una década más tarde, en “Ahí queda mi huella” (Parábolas del viento, 1970), ensayará la posibilidad de contemplarlo todo, cuando su alma de más allá del sueño / regresa alucinada y trae / cristalizado el vuelo / en cósmicas señales […] La alusión al viaje espiritual, por supuesto, la hallamos en sor Juana. En su poema más personal relata que su alma había llegado a lo alto de la pirámide mental y la mirada tendió por todo lo creado, cuyo inmenso agregado, / cúmulo incomprehensible, / aunque a la vista quiso manifiesto / dar señas de posible, / a la comprehensión no. Un referente más antiguo es Dante. Cuando el poeta asiste a “la profunda y clara subsistencia de la alta luz” intenta comprender la divina geometría, que contiene todo cuanto hay esparcido por el universo ligado con vínculos de amor, pero, dice: “no alcanzaban a tanto mis propias alas”. [4] Isaura, en cambio, nos revela: “Ante mis alas / ya todas las barreras caen.” ¿Puede referirnos lo que ha visto? En “Cantarcillos del amor en vilo” (Amor… su paraíso y su nostalgia, 1975) manifiesta la sed de las palabras: ¿Qué cuerda falta a mi lira? / ¿Por qué me rompe en silencio / la música que a torrentes / me bulle dentro del pecho? / Lo que me aflora a los labios / no es ni siquiera el eco. Este anhelo por aprehender la belleza del Universo, de abrir las puertas que conducen al Altísimo Venero –eje y sustento de sus letras–, en los poemas que rozan la finitud de su vida ha de ser más intenso, a ratos sombrío porque, gime la poeta: ni el alma tengo ya, de añadidura. Avenida con la espiritualidad henestrosiana, dice en su epístola al Presbítero:


aparte de poesía, música y Fe –una Fe primitiva, fuerte, y al mismo tiempo candorosa–, hay en este libro tan bello algo familiar y no obstante, remoto que conmueve y avoca oscuras cosas que yacen en las raíces profundas del ser creyente, del niño que fuimos y del descendiente que somos de algún indio triste, que en la remota noche de los Tiempos, adoró al sol y a la lluvia y tembló de pavor ante todo lo que desconocía. Pero superponiéndose a todo eso, queda el encantamiento que su lectura suscita y deja una inquietud latente que pide más.

Hago mía la reflexión de Chumacero al reseñar al escritor zapoteca: también en la voz de Isaura “triunfa la huella de lo humano”.

III. Harmonías Aun lejos del piano, Isaura nunca deja de hacer música. Es su pluma cartógrafa de un rico mundo interior, pleno de ríos, valles y montañas –los del paisaje tamaulipeco y los de su propia alma. Su obra poética sale a la luz pública en el periódico El mundo, de Tampico, y en Abside y Cuadernos de Bellas Artes, de la Ciudad de México. Los versos de su primer poemario (Tal como tiembla el agua, 1963) se ofrecen a la página con la frescura de la inocencia reencontrada:

Rozome con sus alas el misterio y me tocó en el alma que desplazó sus círculos concéntricos tal como tiembla el agua…

Sus letras fluyen como un manantial. Se anuncia la huella del Cielo sobre las aguas. Es la ribera del lago su misma piel –o la mía:

Se anuda en mi garganta lo inefable y sólo sé temblar: ¿Qué pudo hacer antaño el Tiberiades, qué más que sosegar?...


En este mismo año, José María Fernández Nieto comenta la obra de Isaura Calderón “cuyos versos respiran una formación clásica, pero participando de la evolución expresiva de la mejor poesía moderna”. [5] Dos años después se publica Ha de venir un alba. En el índice bibliográfico del Diario Los Principios de Córdoba (Argentina, 1965), Efraín Bischoff refiere: “Versos impecables, clásicos en la forma, pero bien modernos en el buen sentido de la metáfora original y profunda”. [6] Es el trazo poético que nos ocupa, profundamente simbólico. Y qué imagen más evocadora que una rosa. La celebró Bécquer en aquella leyenda de Toledo: la hermosa doncella de cuyo cadáver brota la flor. De ella habló Villaurrutia, la negra rosa de carbón diamante. ¿No lo dijo bien Huidobro? Hacedla florecer en el poema. Isaura retoma la efigie:

Vestida de sí misma y de su aliento –un pétalo sobre otro, esplendorosa–, de sólo su esplendor brota la rosa, un símbolo su eterno advenimiento;

Y en la línea de la tradición de López Velarde, –como diría Peña Loza– calando hasta la entraña viva de su provincia, surgen, bizarros, los “Cantares de amor en vilo”:

Tamaulipas, tierra mía que tus términos dilatas desde áridas fronteras donde el Bravo moja espaldas hasta el mar que canta y besa ebrio de amores tus plantas.

IV. Y la ruptura “Patria de lejos, mapa, mapa de nunca. Porque el ayer es nunca y el mañana mañana”. Este atisbo de Cortázar, recientemente salvado del olvido, bien retrata el siglo que le sucedería. Los jóvenes de este tiempo ya nacimos desterrados. El lenguaje, propiamente, se rompe. Es otro.


¿Mas, no es la ruptura de una época, tradición de la siguiente? Ya en los sesenta del siglo pasado, Pizarnik aborda el tema en su artículo “Una tradición de la ruptura” [7]. Contrario a la idea de nuestros profesores de primaria, que describen a López Velarde como escritor “pintoresco”, Alejandra ve en él a un poeta con aguda conciencia de nuestra falta de ser y de que “la realidad verdadera no se nos manifiesta casi nunca, excepto en los instantes privilegiados”. Menciona como un acierto del jerezano el “remontarse a la raíz de las palabras desprestigiadas por el excesivo uso con el fin de rescatar su antigua pureza”, esto contribuye a que muchos de sus poemas “continúen siendo presencias vivas de gran hermosura”. Me parece que estos razonamientos pueden aplicarse a la obra de Isaura Calderón: en la segunda mitad del siglo XX busca rescatar la pureza de la forma, tantas veces zaherida por aquellos que creen que todo lo que rima es clásico. También ella es consciente de nuestra falta de ser –bien podríamos ser reyes soñando en una celda o prisioneros que sueñan un lecho de seda. En 1990, cuando sale a la luz Soledad en llamas, tiene 76 años. Acaso el batir de alas de sus poemas deja entrever, en lienzos de sombra, aquel desplome de ángeles caídos, el vértigo frente a la corriente inaprensible de la eternidad, porque su espíritu:

Por el túnel del tronco se aventura, más, a ciegas, no sabe qué será lo que lleva ¿el fulgor de la rosa, o simplemente hierba?

¿Seguiremos arañando los espejos? A menudo se empolvan nuestras voces en incógnitos libreros, cuando no se dispersan en el abismo de los días. En esta sociedad materialista, orbe de violencias y desencantos, la poesía de Isaura Calderón revitaliza el viaje espiritual.

Epílogo Qué puedo decir yo. Me he acercado a la mujer a través de sus letras. De su mano he visto dormir a la Sierra y cantar al Atlántico. Y arder galaxias de nostalgia. Si lo inmutable permanece, su alma, fruta fértil, boga para siempre en el río del tiempo: ha despertado del sueño de la vida.

[Tula, Tamaulipas, marzo de 2010]


notas

(1) Versión en prosa de Alfonso Reyes, según el texto antiguo preparado por Ramón Menéndez Pidal. (2) Frase tomada de una nota de prensa de 1976, facilitada por la Secretaría de Turismo de Tula de Tamaulipas. Se ha extraviado el nombre de la publicación. (3) Paráh-guyéuh, “Dónde fuiste”, en lengua zapoteca. (4) Se ha tomado como base la versión castellana, prosificada, de La Divina Comedia, publicada por la editorial Porrúa en 1974. (5) Citado originalmente en la revista de poesía y crítica editada en Palencia de Castilla, España (número 39, página 25, 1963). (6) Citado por Juan Fidel Zorrilla, director del Instituto de Investigaciones Históricas de la UAT, en el prólogo al libro Antología menor, 1978. (7) Publicado originalmente en La Nación, Buenos Aires, 26 de noviembre de 1966. El artículo comenta y amplía las observaciones de Paz hechas en el compendio de ensayos Cuadrivio.

fuentes consultadas

Alighieri, Dante. La Divina Comedia / La vida nueva. Introducción y comentario de Francisco Montes de Oca. Porrúa, Sepan Cuántos. México, D.F., 1974. Calderón Isaura. Soledad en llamas. Gobierno de Tamaulipas, Instituto Tamaulipeco de Cultura. Cd. Victoria, Tamaulipas, 1990. Calderón Isaura. Antología menor. Instituto de Investigaciones Históricas-UAT. 1978. Cortázar, Julio. Papeles inesperados. Alfaguara. México, 2009. De la Cruz, sor Juana Inés. Primero sueño y otros textos. Posada-Océano. Buenos Aires, Argentina, 1998. Diccionario de escritores mexicanos siglo XX. Tomo I. México, Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Filológicas. Centro de Estudios Literarios, 1988. González Salas, Carlos. Tampico es lo azul. Miguel Ángel Porrúa. México, D.F. 2006 Henestrosa, Andrés. Los hombres que dispersó la danza. CONACULTA-INBA. Edición Conmemorativa. México, D.F., 2006. Pizarnik, Alejandra. Prosa completa. Lumen. Palabra en el tiempo. Barcelona, 2002. Revista Relieves. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes. Año 1. No. extraordinario. 2001. Sosa Reyna, Nohemí. Poetas tamaulipecas del siglo XX. ITCA. Colección Antologías y Homenajes. Tamaulipas, 2000.


POESÍA

Dana Gelinas Terminator Arnold Schwarzenegger, antes austriaco, se inflamó el corazón con esteroides y pesas de gimnasio emulando a los héroes modernos. Y yo, lo confieso, llegué a atiborrarme de burbujas de Coca-Cola y palomitas de maíz, mientras el gran Arnold, una estructura de titanio en vez de huesos, terminaba con estrellas y extras de Hollywood. Además, lo confieso, me parece un buen comediante en películas para niños de kindergarden. Sin embargo, lo que más admiro de él, lo que me hace reír, –y en verdad reí hasta las lágrimas–, fue ver la escena en que le confiesa un gran amor a su esposa Kennedy durante un homenaje público al actor: Te amo, María, porque tienes la belleza de leyenda de los Kennedy. Te amo porque cuidas a los niños mientras filmo. Te amo, y beso tu mejilla para despedirme,


siempre que voy a las juntas del Partido Enemigo de los Kennedy. Declaro que te amo, y que tengo una fortuna propia gracias a los monstruos del espacio cibernético y a mi risa musculosa. Te amo, María, mientras levanto el puño de Bush, el presidente más poderoso de la Tierra, enemigo tuyo, y también de tus hijos.

Rocío González Benítez (reportaje: día de muertos)

Apenas anoche revisaba mi pasado. ¿Cómo se fueron las matemáticas entre los dientes? ¿Cómo dejé que Darwin me convenciera? No, No Charles Darwin, Darwin Franco. Acepté decir me gusta. Escribí me gusta. Y finalmente me gustaba. Pero no, lo odio. Odio el día de muertos. Odio las fotos de nadie en el altar. Odio contar las tumbas, hacerles historias. ¿Dónde están los historiadores cuando se les grita? Cuando no queda sangre para seguir escribiendo en la piedra y uno tiene que usar el hueso primario de la lengua. Odio codearme con los que van acompañando al difunto, seguir el féretro vacío, trazar la circunferencia del cráneo. Odio el cálculo, su letanía y todos los demás muertos.


Omar Pimienta Témoc me prestó la chamarra de su padre acababa de llover y de morir Doña Sara era un lunes casi domingo un martes muy lejano un día que se repite de vez en cuando su padre fue soldado

indio americano

inmenso

de trenzas negras

contaba historias de prostitutas vietnamitas gordas no salían de sus chozas porque no cabían habían engordado con tanto semen la guerra estaba siempre afuera y los soldados llegaban solos la chamarra militar era enorme la última misa que soporté entera tuviera 15)

la iglesia y la caja de mi madre (siempre me imagino más chico aunque

algún día fui otro y lo sigo siendo cuando recuerdo el frío el cáncer los ojos pequeños de mi hermana Tere la ganas de ser adulto el camuflaje que da contar historias de guerra.


Revista EL HUMO MAYO, 2010 EDICIĂ“N # 6 www.revistaelhumo.com


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