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Segunda edición, marzo 2014 México, D. F.

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Diseño: Ana Laura Martínez Carera


Notas del pensamiento obrero

8 de Marzo Día Internacional de la Mujer Trabajadora

Presentación El texto que ahora se ofrece a los lectores es un pequeño esfuerzo de un grupo de personas interesadas en recuperar el sentido de la lucha de las trabajadoras, en el entendido de que la liberación humana de las ataduras que le impone el moderno mundo de la globalización capitalista requiere la claridad de pensamiento acerca de los puntos estratégicos en donde descansa la dominación de clase. Con nuestras aportaciones no intentamos revivir los marchitos laureles de los experimentos socialistas que fracasaron en el siglo XX, sino contribuir con algo, por menor que sea, a la renovación de la teoría clasista. En esta segunda edición de Notas del Pensamiento Obrero: 8 de Marzo Día Internacional de la Mujer Trabajadora, además de mantener los dos textos de la primera edición: “¿Por qué un día internacional de la mujer?” y “Día internacional de las trabajadoras” (cuyo tema aborda el origen de la conmemoración), se incluyeron nuevos textos. El primero de ellos es una breve reflexión de la Maestra Rosa María López, en que se une la historia con la vigencia actual que tiene el 8 de marzo. El segundo es un texto elaborado por la socióloga Lorena Pilloni en el cual nos comparte algunos resultados de sus estudios sobre la situación de las trabajadoras mexicanas en el ámbito laboral. El tercero es un análisis filosófico acerca del pensamiento feminista, pero abordado desde un punto de vista que rompe con los mitos generados en el imaginario popular acerca de la lucha de las mujeres; con esto su autor, el Maestro Mauricio Dimeo, persigue recuperar el carácter clasista de las demandas de una de las variantes del feminismo. Finalmente, Eduardo Pérez presenta un trabajo en el cual se enfatiza la necesidad de replantear la noción materialista sobre la lucha de las trabajadoras, en la idea de abrir un espacio para nuevas teorías feministas, con perspectiva de clase, que dejen atrás los viejos dogmas de la era soviética.

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8 de Marzo Día Internacional de la Mujer Trabajadora

Índice Día internacional de las trabajadoras Eduardo A. Pérez López

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¿Por qué un día internacional de la mujer?

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8 de marzo

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Lorena Pilloni Martínez

Rosa María López

Trabajadoras: cuántas son, cuáles son sus condiciones laborales Lorena Pilloni Martínez

Lo que no es el feminismo

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Mauricio Dimeo

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Reflexiones sobre la lucha de las trabajadoras: acercamiento desde la perspectiva clasista

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Eduardo A. Pérez López

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Día internacional de las trabajadoras Eduardo A. Pérez López

© JennyGiraldo/Flickr

Se ha vuelto un lugar común, al menos en la sociedad mexicana, el reparto de felicitaciones cada 8 de marzo. Por igual se incurre en la banalización de esta conmemoración en escuelas, los centros de trabajo y en los medios de comunicación. Se ha hecho lo posible por quitarle a la fecha todo contenido peligroso para el capitalismo. Con ese objetivo se han aliado tanto los principales dirigentes de la burguesía internacional como esa extraña ideología pseudofeminista que se ha expandido en las sociedades modernas y que es el resultado de la mezcla entre un insulso revanchismo de género, la confusión generada por dogmas que oportunistamente se pretenden científicos y el espíritu de corsario mercantilista que ahoga a los medios masivos de comunicación. Lo anterior ha dejado como resultado que incluso muchas de las personas que se ostentan como partidarias de la revolución, desconozcan el contenido de la conmemoración y contribuyan a su degradación política.

memoria el cómo y por qué surgió esta conmemoración, así también es fundamental recordar cuáles son sus fundamentos políticos.

Origen Aunque la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconoció hasta 1977 al 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, en realidad la conmemoración tiene un origen muy distinto y que databa de 67 años atrás. Para la ONU la fecha solamente significa el reconocimiento de la lucha por los derechos de las mujeres. Sin embargo, el Día Internacional de las Trabajadoras se instituyó por primera vez durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas celebrada el 26 y 27 de agosto de 1910 en Copenhague, Dinamarca. La propuesta había surgido de un par de revolucionarias socialistas que destacaron por su decisión y compromiso con el movimiento obrero: Clara Zetkin y Alejandra Kollontai. Así, la primera jornada de lucha de las obreras se celebró el 19 de marzo de 1911.

La banalización del 8 de marzo también incluye la institucionalización internacional de una serie de fechas, tanto festivas como conmemorativas, que le van restando trascendencia a las demandas implícitas en el Día Internacional de las Trabajadoras. Tanto el Día de los enamorados, como el Día de las Madres, el Día de la Familia, e incluso, el Día Internacional de Eliminación de la Violencia contra la Mujer son fechas que se han empleado en diversos países como una manera para restarle importancia a conmemoración a la que estoy haciendo referencia. Por eso es que vale la pena dedicarle varias líneas al traer nuevamente a la

En nuestros días se ha difundido el mito del surgimiento de la fecha del 8 de marzo a partir de un incendio que ocurrió en una fábrica de textiles en Nueva York, EE. UU. en 1857. Tal versión es completamente falsa. En 1955 el periódico francés L’Humanite publicó un artículo dando ese falso origen a la conmemoración con la finalidad de restarle vinculación con

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el comunismo. En realidad la fecha fue retomada de los primeros intentos realizados para crear una jornada de lucha de las trabajadoras. Estas se remontan a 1908, cuando el Comité Nacional de la Mujer del Partido Socialista de los Estados Unidos convocó a una serie de manifestaciones exigiendo el derecho a sufragio de las mujeres y el fin de las condiciones inhumanas en las fábricas. Dadas las condiciones, la propuesta se propagó rápidamente y tuvo su punto de inflexión cuando la retomaron las revolucionarias Kollontai y Zetkin.

Asia Central, aportaron una serie de relatos bastante descriptivos sobre las costumbres de ese tipo de pueblos en que la división del trabajo por sexos aún no estaba tan desarrollada. Una muestra de esas formas de sociedad quedó plasmada en la literatura clásica rusa; en la novela Taras Bulba de Nicolai Gógol se refleja que los cosacos ucranianos de la primera mitad del siglo XIX aún conservaban formas organizativas en que el peso de las mujeres es, al menos, similar al de los hombres. En resumen, no puede afirmarse que la opresión sobre la mujer sea un elemento “natural” entre los seres humanos, sino que es una construcción social que así como fue planteada en un momento dado y bajo circunstancias específicas, también es susceptible de dejar de existir como resultado de un proceso de transformación social.

No obstante, hasta aquí no se ha hecho explicito un punto fundamental en la conmemoración del 8 de marzo: el Día Internacional de las Trabajadoras es el resultado de dos procesos históricos simultáneos y constantemente engarzados. Por un lado se trata de la opresión social hacia la mujer y, por el otro, de la continua división del trabajo. Por ello es que las propuestas originales para instaurar una jornada de lucha de las obreras es también una oposición decidida a los feminismos burgueses (en su mayoría solamente sufragistas).

La aparición de la división original del trabajo, definiendo las tareas según el género de los individuos, trajo consigo la separación de las tareas en dos tipos distintos: trabajo productivo y trabajo reproductivo. Es decir, el indispensable para generar los medios que satisfagan las necesidades sociales y aquél que incluye todas las tareas prácticas de manutención de los individuos en sus necesidades más inmediatas. Cabe aclarar que el trabajo productivo y reproductivo a los que me he referido aquí son distintos de la forma en cómo se presentan esos conceptos en una estructura capitalista. En el caso de la división primitiva del trabajo me estoy refiriendo, por trabajo reproductivo, simplemente a las tareas de cuidado de la familia. En cambio, por trabajo productivo estoy haciendo referencia a todas aquellas tareas que tienen que ver con la agricultura, la ganadería, la producción de herramientas y artesanías.

De las mujeres al feminismo Quién suponga que la sujeción a la que las sociedades patriarcales someten a las mujeres ha sido un elemento permanente en la humanidad, comete un grave error. Las evidencias paleontológica y antropológica indican que en las sociedades prehistóricas no había una división tajante del trabajo. En las comunidades de cazadores-recolectores la mayor parte de los integrantes participaban indistintamente tanto en las tareas de subsistencia. Pero esos grupos humanos también se organizaban, para ello recurrían a las asambleas comunitarias en que tanto hombres como mujeres tenían igualdad para la toma de decisiones. En las sociedades que permanecieron aisladas por mayor tiempo, todavía hasta el siglo XIX, las formas organizativas nómadas persistieron. De tal suerte que las exploraciones realizadas por el escocés David Livingston en África, el estadounidense Lewis H. Morgan en las comunidades indígenas de Estados Unidos y los colonizadores rusos en las estepas del

Con el paso al sedentarismo, la división del trabajo continuó su proceso de complejización, es decir, se fueron creando cada vez más especialidades. Hasta que en un punto específico surgió una parte de la sociedad que comenzó a disponer de tiempo libre. Esa fracción de la sociedad pudo dedicarse a perfeccionar las labores intelectuales, tanto la administración de los recursos, como la generación de explicaciones sobre el mundo que rodeaba a esos seres humanos y la crea-

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ción de arte. Con ello también surgieron las primeras formas del Estado. En medio de ese proceso de complejización de las tareas, la situación de las mujeres comenzó a cambiar de manera drástica. La aparición de las estructuras organizativas de la sociedad como entes permanentes, es decir como Estados, significó la consolidación de la superposición de una parte de la sociedad sobre la gran mayoría de ésta. Por consecuencia, significó la consolidación de la opresión de una minoría sobre toda la comunidad. No se deje de notar que el carácter opresivo del Estado se funda en la división del trabajo, pues ello permitió que, al haber sido la división sexual la primera manifestación de tal reparto de tareas, las mujeres fuesen las primeras en caer víctimas de dicha opresión social. Aunque, no pudo haber sido un cambio social tranquilo, hay indicios que apuntan a que el sometimiento de la mujer hacia el varón implicó un sobreesfuerzo social, sobretodo en el plano ideológico. Mientras en los vestigios culturales más antiguos se distingue una fuerte apreciación de la figura femenina: en muchos sitios se ha encontrado que las más primitivas deidades estaban asociadas con la mujer, lo cuál sugiere que en aquellas sociedades no se relegaba a las mujeres a los papeles secundarios. Algunos de esas señales permearon en las primeras civilizaciones. En Mesoamérica el culto a la Coatlicue (diosa de la tierra) estuvo muy extendido, aunque con diversos nombres. El caso mesoamericano es simplemente un ejemplo, en el resto del mundo se encuentran evidencias de que ocurrió algo similar. Justamente esas prácticas arraigadas en las sociedades primitivas se convirtieron en un gran obstáculo para el ejercicio a plenitud del dominio viril sobre las mujeres. El rompimiento ideológico impuesto por las nacientes clases hegemónicas de las sociedades fue sumamente violento en casi todas las culturas de la antigüedad. El prevalecer de las deidades masculinas, tomando a la religión como forma ideológica más dinámica entre los antiguos, requirió crear toda una mitología nueva que colocó a las figuras femeninas, primero como seres astutos pero traidores y segundo su trasmutación de sujetos en objetos. En muchas de las civilizaciones se habla de las mujeres en términos de una inferioridad moral frente al varón que solamente se mantienen en uso a causa de su utilidad

como cosas que cumplen con tres funciones básicas: garantizan la reproducción de la humanidad, realizan las tareas de manutención de la familia y proveen de placer a los hombres. Para ilustrar el punto cabe recordar, una vez más, la mitología mesoamericana, en específico la mexica, en la cuál surgió el mito de Huitzilopochtli que justo después de nacer asesinó a su perversa hermana, la Coyolxauhqui, cuando ésta y sus 400 guerreros (las estrellas) pretendían matar a la madre de ambos, la Coatlicue. Más allá del lirismo del mito, se puede apreciar la asociación de la mujer a la maldad y la traición en contraste con la figura masculina que se asocia a las características más nobles de una sociedad dada. El hecho de tratarse de uno de los mitos fundacionales del pueblo mexica hace todavía más trascendente las relaciones ideológicas que se establecen en él. Entre los griegos y romanos también existen ejemplos de esas construcciones míticas: la diosa Eris se valió de la artimaña de la manzana dorada para causar discordia entre las olímpicas Hera, Afrodita y Atenea; de esa disputa entre las diosas se motivó la guerra de Troya en la que las contrincantes se valieron de todos sus recursos para engañar a los hombres. También en las llamadas culturas clásicas surgieron mitos como el de Helena de Troya, el de Europa o el de las Sabinas en que se coloca a las mujeres como simples botines de guerra. Los pueblos semitas también ofrecen ejemplos interesantes de esas construcciones ideológicas que sirvieron para crear una dominación masculina. El más difundido de todos fue el de la creación de Adán, que según la tradición, antes de recibir a Eva (subordinada a él) como su compañera tuvo a Lilith (igual a él) como su pareja. Sin embargo, los sacerdotes hebreos que se encargaron de escoger los textos paleobíblicos prefirieron olvidarse de Lilith puesto que Eva garantizaba un modelo de mujer sometida al varón. Al tener el mismo origen que la dominación de clase, la de género tampoco es un fenómeno natural, como ya se ha dicho antes, ni mucho menos homogéneo. A todos los niveles de las sociedades en que se ha consolidado la dominación de género, se presentan inconsistencias individuales que continuamente cuestionan la hegemonía masculina. Sin embargo,

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su aislamiento tanto en términos cuantitativos como cualitativos permite crear las condiciones ideológicas de una sociedad tendiente al patriarcado.

La irrupción en la historia de los prolegómenos de la clase capitalista vino de la mano de un perfeccionamiento de la división social del trabajo, a tal punto que la separación de las tareas productivas y reproductivas se hizo aun más tajante. Si entre las familias de siervos las mujeres tenían una activa participación en muchas de las labores del campo, en contraste a las mujeres burguesas se les quitó cualquier posibilidad de participación en las actividades económicas: se les relegó a la simple procreación. En realidad el modelo familiar (padre proveedor, madre formadora e hijos obedientes a los designios paternales) que tanto defienden los sectores más conservadores de las sociedades contemporáneas no es tan tradicional como dicen, sino que data de ese período entre los siglos XVI al XVIII.

Durante la época feudal se acentuaron y extendieron los patrones de dominación masculina. Gracias a la difusión de los dogmas de la corriente cristiana triunfante: el catolicismo en sus ramas apostólica y ortodoxa, el papel social de la mujer como un objeto atenido a la voluntad del hombre. Las continuas guerras entre los señores feudales, así como las confrontaciones de las cruzadas, reforzaron la sujeción de la mujer. Cada aspecto de la vida cotidiana llevaba implícito alguna forma en que se expresaba tal dominación. Desde la política en que se hacía patente la servidumbre hasta lo más privado: la sexualidad. La mujer vista tanto como botín de guerra mediante el derecho del vencedor en el campo de batalla a ultrajar a las mujeres del vencido, aunque también la mujer vista como garantía de la persistencia de la propiedad feudal. En el segundo caso, la legítima prole que una madre le diese al noble dos cosas: por un lado le permitía al dueño del feudo disponer de suficientes oficiales para mandar a su ejército en la guerra, y por el otro, garantizar el control sobre las tierras apropiadas violentamente. Esto se conseguía tanto por la herencia como por el arreglo de los matrimonios, de aquí que el linaje se convirtiese en un elemento fundamental durante la llamada Edad Media.

Pero si bien la clase capitalista llevó hasta su máxima expresión la dominación de género, en contraste su afianzamiento como la clase hegemónica, con el establecimiento del capitalismo como modo de producción, trajo también los medios para el aniquilamiento del sometimiento de la mujer. Las ideas de la Ilustración aunadas a las transformaciones prácticas de la Revolución Industrial sentaron las bases para la ruptura con la ideología de supremacía viril. Las ideas ilustradas se propagaron rápidamente con la Revolución Francesa difundieron una nueva propuesta ideológica en que resaltaba la igualdad de derechos para todos los seres humanos. Bueno, en realidad la igualdad que se planteaba originalmente por los revolucionarios era exclusivamente entre los hombres, lo cuál excluía tajantemente a las mujeres. Sin embargo, al igual que con los movimientos abolicionistas, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (publicada el 26 de agosto de 1789) fue el origen de los movimientos libertadores de las mujeres. Aunque también es justo decir que esos primeros movimientos estaban vinculados a la parte más conservadora de la naciente burguesía francesa, es decir al club de los Girondinos. Ese fue el caso de Marie Gouze, mejor conocida con el pseudónimo de Olimpe de Gouges, quien en septiembre de 1791 publicó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de

A la par del lento ascenso de la burguesía, iniciado desde el siglo X, se fue consolidando el llamado amor cortés. Con ese fenómeno las relaciones de dominación de género adquirieron matices que en algún sentido atenuó la brutalidad previa. La imagen femenina construida en las novelas de caballerías o en las canciones de los trovadores se concretó en la sustitución de la idea de la mujer como trofeo al guerrero más poderoso en batalla, por la de la mujer como trofeo a la mayor astucia, fidelidad y perseverancia. Sin embargo, los amores inflamados de pasión no cambiaron en esencia la situación de la mujer como objeto de la dominación masculina. Solamente dieron pie al surgimiento de una expresión distinta de ésta.

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la Ciudadana. A este primer esbozo de feminismo le fue realmente mal, tanto Olimpe de Gouges como muchas de sus partidarias fueron terriblemente perseguidas por su filiación aristócrata-burguesa, de hecho la escritora solicitó a la protección de la reina María Antonieta para sus propuestas. Otra de las primeras activistas que impulsaron los derechos de las mujeres durante la revolución francesa fue, la también girondina, Charlotte Corday, quién pasó a la posteridad por haber asesinado al jacobino Jean Paul Marat, el Amigo del Pueblo, mientras éste tomaba un baño medicinal. Desde una perspectiva histórica revolucionaria, el papel que desempañaron esas primeras defensoras de los derechos de la mujer, no pretendieron generar cambios realmente profundos en la organización social de la época, en mucho ello se debió a su pertenencia a la aristocracia. No podía ser de otra manera, dado que durante el Ancien Régime únicamente las mujeres aristócratas tenían la posibilidad de educarse y tener una cultura mucho más refinada, lo cuál incluye el acceso a las ideas de la Ilustración. En cambio, las mujeres que provenían de las clases sociales menos favorecidas tenían motivos para oponerse a la existencia de la aristocracia, pero carecían de los elementos teóricos suficientes para proponerse la emancipación de la mujer y su consecuente igualdad con sus compañeros hombres.

Es cierto que en la era precapitalista la división del trabajo en los campos no era tan tajante como para alejar a la mujer, en forma absoluta, de las tareas productivas. Aunque en los gremios artesanales sí lo era. Una mujer era tan mal vista entre la tripulación de un barco como en un taller artesanal. La introducción de las máquinas, durante la revolución industrial, transformó rápidamente la situación. Al afianzarse como factor clave de la producción, el capital, realizó una doble tarea: originó una mayor especialización del trabajo al mismo tiempo que generaba una simplificación de las tareas. Por igual, la maquinaria eliminó tanto a la fuerza bruta como al conocimiento completo del proceso productivo. Por primera vez a los talleres se les permitió el acceso a campesinos recién llegados a las ciudades, a niños que pudiesen caminar y a las mujeres. En algunas industrias, inclusive, la fuerza de trabajo femenina desplazó completamente a la masculina. No necesariamente por una mayor o menos capacidad laboral, sino como consecuencia de las propias desigualdades de género; de las cuáles el capitalismo sacó provecho. Al estar relegadas de los talleres, las mujeres carecían de los conocimientos técnicos de la producción artesanal, en consecuencia en los comienzos de la Revolución Industrial el salario que las obreras podían exigir era mucho más bajo que sus compañeros con experiencia artesanal. Con el paso del tiempo, el acelerado crecimiento de la industrialización en lugar de mitigar las desigualdades laborales, las ahondaron. La enorme proletarización de familias campesinas fue una fuente inagotable de mano de obra barata para las industrias, la cuál reemplazaba constantemente a la que iba adquiriendo demasiada experiencia para lidiar y negociar con los patrones.

El complemento del pensamiento emancipador emanado de la Revolución Francesa, surgió como una combinación de ideas derivadas del proceso de industrialización. Por principio de cuentas debe recordarse que la Revolución Industrial ocasionó un tremendo vuelco en las relaciones sociales. El cambio de las relaciones de producción originó una transformación profunda de las relaciones familiares. Mientras a las señoritas de las buenas familias aristócratas y burguesas de la Inglaterra de finales del Siglo XVIII, sufrían los tormentos de una vida llena de lujos y ocio; las campesinas recién llegadas a las ciudades, además de las esposas e hijas de antiguos artesanos eran arrastradas a la miseria o devoradas por las máquinas.

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Según los datos que Federico Engels logró recopilar de las fuentes oficiales británicas en su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, para 1839 la industria textil en el Reino Unido había alrededor de 419,560 obreros, de los cuales 242,296 eran mujeres, es decir más de la mitad. Pero de éstas, el 46% eran menores de los 18 años de edad.1

Véase F. Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, México, Cultura Popular, 1975, p. 176-177.

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Mas las máquinas no solamente succionaron la sangre de las obreras, la industrialización también exigió su tributo de sangre femenina al expandir los abusos a los cuáles estaban sujetas (incluso crímenes) y a los horrores de la pauperización. El hacinamiento creciente de las grandes ciudades derivó en problemas de violencia familiar en que las víctimas más comunes eran los menores de edad y las mujeres. Golpes, insultos, vejaciones sexuales; se convirtieron en cosas cada vez más comunes en los barrios obreros. Por su lado, tanto la mendicidad como la prostitución femeninas fueron las salidas más próximas ante la miseria progresiva. Al respecto resultan interesantes los datos que C. Marx retomó de Ch. Loudon, Solution du problème de la population, pues según ellos para 1844 en Inglaterra había entre 60,000 y 70,000 prostitutas. La duración de vida de las mujeres que ingresaban a ese oficio se acortaba, en promedio, a unos seis o siete años después de comenzarlo.2 En resumen, la proletarización de las mujeres hizo, al igual que con sus compañeros hombres, que éstas entrasen en un estado de sumisión más agudo que en cualquier etapa anterior. Dicha postración vino acompañada con la violencia, la humillación y la miseria. Aunque es justo apuntar, que las obreras se encontraron en una condición todavía más delicada que el obrero común, pues además de ser explotadas por el capitalista, padecían una doble opresión: la del patrón y la de su pareja masculina. En medio de la extenuante situación que vivían los trabajadores ingleses se forjó el pensamiento de una joven llamada Mary Wollstonecraft (1759-1797). Mary nación en el seno de una familia de buenos ingresos, pero la ambición del padre hizo que perdiesen toda su fortuna hasta tal punto que durante la adolescencia y juventud de la pensadora inglesa, la miseria estuvo más que presente. Además de presenciar las primeras consecuencias de la Revolución Industrial, viajó a Francia para presenciar la Revolución francesa. En ese ambiente, Wollstonecraft escribió un texto decisivo que sirvió como precursor del movimiento feminista: la Reivindicación de los derechos de la mujer. 2

Aunque Mary falleció muy joven, apenas contaba 38 años, dejando una gran cantidad de trabajos inconclusos. No obstante, sus planteamientos no se quedaron ahí. Algunos años después, una criolla peruana, Flora Tristán (1803-1844), tomo en serio los planteamientos de Wollstonecraft y los llevó hasta un nuevo sitio: las fábricas. Tristán, como mencionaba, nació en una familia criolla asentada en el virreinato del Perú; pero la muerte de su padre, el coronel Mariano Tristán y Moscoso en 1807, dejó desamparada a la familia. Esa situación motivó a la joven Flora a probar suerte en Europa, específicamente en París. En aquella ciudad entró a laborar como obrera en un taller de litografía. Dos años después se casó con el propietario del taller, André Chazal, con quién procreó a tres hijos. Sin embargo, el matrimonio no funcionó así que la pareja terminó divorciándose. La situación civil de Tristán, como madre divorciada, la relegó socialmente. Intentó recuperar la herencia de su padre, cosa que no consiguió; pues pese a que su tío Juan Pío Tristán y Moscoso estuvo dispuesto a darle ayuda económica, no permitió que Flora obtuviese el legado de su padre. Ante el fracaso de sus tentativas, Tristán emprendió el viaje de regreso a Francia en 1838. A partir de su vuelta a París se dedicó a participar en las campañas en favor de la emancipación de la mujer. La intensa actividad política desplegada por Flora combinaba sus experiencias personales con las ideas que aprendió leyendo los textos de Mary Wollstonecraft, a tal grado que en poco tiempo enfocó sus esfuerzos sobre el grupo de mujeres más relegado en la sociedad: las obreras. En sus últimos dos folletos, La unión obrera (1843) y el póstumo La emancipación de la mujer (1845-1846), Tristán enraizó la emancipación de la mujer en el socialismo obrero que tanta fuerza adquirió en los años 1840. Mientras las ideas propuestas por las girondinas encabezadas por Olimpe de Gouges fueron precursoras del feminismo sufragista, que al tener un carácter de clase abiertamente burgués, se limitó a exigir una

Véase, Carlos Marx, Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Grijalbo, 1968, p. 28

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llana igualdad. En cambio, la línea de pensamiento desarrollada entre Wollstonecraft y Tristán dio pie para que las diversas ramas del socialismo generasen formas del feminismo más radicales, pero que a final de cuentas convergen en una cosa: cualquier igualdad entre hombres y mujeres tiene como requisito indispensable la liberación de la clase obrera.

En su defensa del día de la mujer, en 1913, Kollontai escribió: “El retraso y la falta de derechos sufridos por las mujeres, su dependencia e indiferencia no son beneficiosos para la clase trabajadora, y de hecho son un daño directo hacia la lucha obrera”.3 Pese a que la revolucionaria rusa enmarca el feminismo como parte de la lucha de clases, la idea citada aún podría ser reivindicada por los feminismos burgueses más radicalizados. El hecho es que la igualdad entre géneros, entendida en términos simples, deja en pie todas las diferencias físicas y sociales que se han construido a lo largo de la evolución de la humanidad.

formas del feminismo: “¿Cuál es el objetivo de las feministas burguesas? Conseguir las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos en la sociedad capitalista que poseen ahora sus maridos, padres y hermanos. ¿Cuál es el objetivo de las obreras socialistas? Abolir todo tipo de privilegios que deriven del nacimiento o de la riqueza. A la mujer obrera le es indiferente su patrón es hombre o mujer”. En síntesis, puede ser que después de los años 1960 (más de 50 años después del texto de Kollontai), el feminismo burgués haya adoptado las reivindicaciones de protección a la mujer dada su calidad de posible madre, pero mantuvo la principal diferencia: la de clase. Nunca ha sido más patente que en la actualidad, que al acceder a los puestos de poder las mujeres se comportan exactamente en los mismos términos que los hombres. Las capitalistas explotan por igual a hombres que a mujeres. Lo único que ha conseguido ese feminismo burgués es crear la igualdad para explotar (en el caso de patrones y patronas) y para ser explotados (tanto para las obreras como para los obreros). La mayor profundidad de la propuesta de un feminismo socialista que trabajaron las revolucionarias de comienzos del siglo XX, de la cuál Kollontai fue una extraordinaria representante, también queda demostrada en que los derechos políticos (así como los civiles) son un fin en sí mismos para las corrientes burguesas. En cambio, para las corrientes socialistas solamente se trata de medios indispensables e irrenunciables para la liberación de la clase obrera. La revolucionaria rusa expresó esa idea en los siguientes términos: “Las feministas burguesas están luchando por conseguir derechos políticos: también aquí nuestros caminos se separan: para las mujeres burguesas, los derechos políticos son simplemente un medio para conseguir sus objetivos más cómodamente y más seguramente en este mundo basado en la explotación de los trabajadores. Para las mujeres obreras, los derechos políticos son un paso en el camino empedrado y difícil que lleva al deseado reino del trabajo”.

Un poco más adelante, la misma Alejandra dejó sentadas las diferencias fundamentales entre las dos

El debilitamiento de los socialismos ha definido crucialmente a las más recientes conmemoraciones

Así, desde finales del siglo XIX y comienzos del XX surgió por fin el movimiento por la reivindicación de los derechos da la mujer, claro que con las diferencias antes mencionadas.

Día internacional de las trabajadoras Cómo apunté arriba, el 8 de marzo se ha vaciado de muchos de sus contenidos originales, no porque hayan perdido validez sino porque la correlación de fuerzas ha tendido a favorecer, al menos por el momento, a las propuestas de feminismos burgueses, simplemente igualitaristas. No obstante, las propuestas que en su momento presentaron Clara Zetkin y Alejandra Kollontai incluían una crítica durísima contra ese tipo de feminismos que hoy pretenden colgarse de la jornada de lucha. Hasta el momento, los avances de esas líneas feministas han conseguido que todo se reduzca a una Jornada Internacional por los Derechos de la Mujer (tal como la reconoce la ONU).

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Alejandra Kollontai, “El Día de la Mujer”, en Marxists Internet Archive; en español, http://www.marxists.org/espanol/ kollontai/1913mujer.htm, Consultado 6 de marzo de 2013.

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del 8 de marzo. Al enfocarse en las demandas de igualdad de oportunidades, eso sí considerando que ya no es la llana igualdad jurídica sino que se han incluido propuestas para contrarrestar algunas diferencias, en un doble proceso de degradación y asimilación. Del lado de la degradación es posible advertir que entre muchos estratos sociales se considera al feminismo, comenzando por varias mujeres, como una teoría poco realista que comúnmente cae en excesos. Por la parte de la asimilación, paralelamente al proceso de degradación ideológico ante la sociedad se presenta una respuesta de asimilación que en mucho momentos resulta hasta desesperante. Aprovechándose del vago grado de consciencia de clase que generan los feminismos burgueses (dominantes) los propios mercaderes del pensamiento han logrado crear toda una serie de ideas que únicamente tienen el objetivo de vender libros. Esas circunstancias han marcado las conmemoraciones del Día Internacional de la Mujer de las décadas recientes. Han vacilado entre las débiles propuestas de los feminismos serios y la chacota de la guerra de los sexos. Por eso no es casual que en lugar de ser una jornada destinada a realizar actividades para crear consciencia sobre el carácter obrero de las mujeres, se ha convertido en una fecha para festejar a quiénes tienen útero, como si una cuestión genética fuese un triunfo personal.

Las falsificaciones Las dos oleadas recientes del feminismo burgués que acontecieron en las décadas de los años sesenta-setenta, una, y otra comenzada desde la década de los años 1990 hasta la fecha, le han dado una mayor profundidad a las demandas de las mujeres. Aunque no demasiada. La oleada feminista de los años sesenta se enfocó en los derechos reproductivos y de las madres. No es casual que de ese contexto hayan surgido las ideas esencialistas que pretenden ver los papeles sociales que desempeñan los hombres y las mujeres como opuestos: mientras los unos son violentos por naturaleza, las otras son maternales; unos son competitivos y las otras son protectoras. Más allá del cándido idealismo

que se expresa en esa rama del feminismo burgués es preciso señalar que su aportaciones al desarrollo social no son muy distintos, incluso se combinan, que los obtenido por el igualitarismo de principios del siglo XX. Se le abrieron puertas al capitalismo para profundizar la explotación de la clase obrera. La tendencia del capitalismo a ocupar una mayor cantidad de fuerza de trabajo al tiempo que se abarata el valor de ésta se reforzó con los feminismos burgueses, sobre todo con el de la oleada sesentera ya que el pretexto de las mujeres como custodias-formadoras de los críos se derrumbó. Los derechos reproductivos y la protección de los derechos maternos incremento el caudal de mujeres que se incorporaron directamente a la fuerza de trabajo. No se trata de negar que ese paso haya sido un avance en términos sociales, de lo que se trata es que esa apenas es la mitad de la tarea. Una vez más, no se trata de generar el derecho de las capitalistas a explotar a sus obreras, sino el de liberar a la clase obrera. Por su parte, la oleada de los años noventa del feminismo burgués ha tenido el acierto de profundizar en los derechos a la libertad sexual, también el cuestionamiento de los papeles sociales que desempeñan el trabajo productivo y reproductivo, pero además el cuestionamiento a la unívoca comprensión de la dupla identidad femenina-masculino. Sin embargo, sus limitaciones permiten que tanto la explotación de clase como la enajenación sexual continúen favoreciendo a la clase hegemónica sin mayores obstáculos. Entre los planteamientos cuestionables, como el de la idealización de la sexualidad al rechazar el binomio del género binario, y el abiertamente erróneo concepto del empoderamiento, la tercera oleada del feminismo burgués está demostrando que carece de fuerzas reales para plantear verdaderos cambios sociales que se basen una mayor equidad entre los seres humanos. Por un lado es discutible que la orientación sexual sea el origen de nuevos géneros. ¿Hasta qué punto la heterosexualidad, la homosexualidad, la bisexualidad son suficientes elementos para hablar de géneros distintos a las mujeres y los hombres? El derecho de cada trabajador a tener orientación y preferencias sexuales debe ser defendido con la misma

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enjundia que el derecho a la libertad; pero parte de la consciencia de clase implica asumir las condiciones objetivas de vida para poder construir una subjetividad libertadora, que no es lo mismo que solapadora de la enajenación. Por el otro lado, el empoderamiento (whatever that means) no es más que una nueva palabra que intenta enmascarar un problema antiguo del feminismo: reproduce los derechos de explotación entre las capitalistas y las obreras. Pero las falsificaciones de la liberación de las mujeres no terminan aquí. Hasta este punto solamente me he referido, muy sintéticamente a las tendencias con mayor fundamentación teórica, pero el capitalismo también se ha encargado de educar a las trabajadoras con ideas bastante descoloridas sobre la equidad entre géneros. Las dos adulteraciones populares más importantes en nuestros días son el revanchismo y el igualitarismo. Ambos son fervientemente impulsados desde los medios de comunicación masiva y se han ido fijando en el pensamiento de muchas personas de las maneras tan sutiles como diversas. La guerra de los sexos y las historias de éxito de mujeres que han logrado empoderarse son dos de los instrumentos en que se han afianzado dichas tendencias populares. La deferencia entre ambas radica no tanto en su contenido, sino en los matices que persiguen: una va enfocada a mujeres con un carácter más fuerte que pretenden hacer sufrir a sus compañeros la opresión de la cuál ha sido objeto el género femenino. Mientras que a las igualitaristas se centran más en que las mujeres pueden realizar exactamente las mismas labores que los hombres, pero mejor. El efecto de ambas adulteraciones feministas es que la unidad y compromiso de clase se dificulta al establecer la barrera ideológica que separa a los hombres de las mujeres. Barrera que, en ocasiones, genera una desconfianza falsa pero infranqueable.

El llamado El repliegue del socialismo ha resultado en el estancamiento de la teoría, incluyendo el trabajo sobre la construcción de una propuesta revolucionaria sobre el feminismo. Es necesario recuperar tan abandonada

tarea. Es cierto que la revolución del proletariado será la base de una verdadera liberación del ser humano y la aplicación de verdaderos criterios de equidad. Sin embargo, dicha base no podrá dar frutos sin una estructura teórica que le dé cuerpo a una nueva vida que supere las relaciones sociales que ha creado el capitalismo. Pero también es cierto que no es necesario esperar hasta que la revolución se afiance para comenzar a practicar nuevas formas para relacionarse con los demás: formas que en sí mismas sean una crítica feroz y demoledora a las relaciones capitalistas. Lo anterior pasa por desarrollar también una nueva ética y una nueva moral que no se basen ya en dogmas que apoyen el predominio de la clase hegemónica, sino que se fundamenten en una perspectiva que sea al mismo tiempo de clase y científica. La construcción de una nueva teoría socialista del feminismo implica replantearse las diferencias entre trabajo productivo y reproductivo, así como los roles sociales que tanto hombres como mujeres desempeñan socialmente frente a dichas formas del trabajo. Pero también el replantearse la propia sexualidad e, incluso, las relaciones de pareja; en los últimos años tanto las tendencias pro-anarquistas como algunas corrientes del liberalismo burgués progresista se han planteado el poliamor, ese es un avance en cuanto a la crítica de la pareja fundada en la propiedad privada (característica del capitalismo) pero en ninguna de sus vertientes logra realmente ser una superación de la ideología dominante. Al respecto será importante encontrar una mediación entre el libre ejercicio de la sexualidad con el compromiso. En una sociedad socialista es incomprensible la apropiación del cuerpo ajeno, pero también es inadmisible el desapego individualista que fomenta el capitalismo. Hallar una mediación entre la libertad sexual (incluyendo orientación y preferencias) con la tendencia evolutiva a la moderación de la sexualidad. Es falso el planteamiento de la ciencia burguesa sobre la monogamia como un producto de la constante evolución de la especia humana, pero también es necesario que para el pleno desarrollo de la sociedad sus integrantes lleven sus capacidades intelectuales hacia el perfeccionamiento, lo cuál implica la necesidad que la razón no elimine a las pasiones, pero que tampoco éstas se impongan

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a la razón. Tanto la violencia como la inacción suelen ser producidas, al menos en parte, por el predominio de lo hormonal sobre lo racional. Es una tarea dura, además de grande, pero es inaplazable para avanzar hacia la liberación de la clase

obrera. Por lo pronto, podemos ir comenzando con retomar el espíritu original de la jornada del 8 de marzo: fomentar que las obreras del mundo eleven sus niveles de consciencia como parte del proletariado y unan sus demandas a las de todo el movimiento obrero.

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¿Por qué un Día Internacional de la Mujer? Lorena Pilloni Martínez

© Sparta/Flickr

Cada año, alrededor del 8 de marzo, somos receptores –voluntarios o involuntarios- de una gran cantidad de información alusiva a la conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Es interesante detenerse un poco a observar el tipo de mensajes que se vierten durante esos días. En las noticias, los conductores se vuelven portavoces de datos estadísticos que dan cuenta de la situación de la mujer en México y el mundo en múltiples ámbitos: sexualidad, trabajo, reproducción, educación, salud, entre otros. En programas especiales o en los mismos noticiarios radiofónicos o televisivos, se transmiten entrevistas a investigador@s (feministas o no), quienes nos hablan de los problemas que persisten derivados de la desigualdad que sufrimos las mujeres. En otros programas, de tinte más informal o de entretenimiento, no faltan las felicitaciones a la audiencia femenina y a las mujeres que integran la producción de esas emisiones. En las redes sociales también abundan las felicitaciones, muchas veces adornadas con imágenes tiernas (cursis) de colores pastel y miles de flores. En la vida cotidiana (el trabajo, la escuela, la familia) también se va haciendo costumbre la felicitación a todas las mujeres “en su día”. Pero, ¿por qué el 8 de marzo se reparten flores y felicitaciones a todas las personas de sexo femenino?, ¿por qué durante uno o dos días de marzo los medios

de comunicación hacen énfasis en información diversa acerca de las mujeres? ¿Por qué hay un día internacional de la mujer y qué tiene que ver con esa información y las felicitaciones?, ¿cuál es el origen de esa conmemoración?, ¿cuál podría ser su sentido? ¿Por qué y desde cuándo la misma Organización de Naciones Unidas (ONU) instituyó el 8 de marzo como la fecha que se ocupa de recordar a nada más ni nada menos que la mitad de la humanidad?

Origen del día internacional de la mujer: versiones encontradas No es raro escuchar que el origen del día internacional de la mujer se encuentra en la represión sufrida por un grupo de trabajadoras textiles el 8 de marzo de 1908 en Nueva York. La historiografía española ha repetido esta versión como cierta por muchos años. Por su parte, la historiografía estadounidense ubica el origen de esta conmemoración en la represión hacia una huelga de trabajadoras que demandaban mejores condiciones de trabajo, también en Nueva York, pero en el año de 1857. Sin embargo, desde los años ochenta y en los años noventa, varias investigadoras, como la española Ana Isabel Álvarez González, han mostrado que ambas versiones son falsas.1 Tanto una como otra ubican el surgimiento de la conmemoración a partir de un episodio de lucha de las trabaja-

1

Álvarez, Ana Isabel, Los orígenes y la celebración del Día Internacional de la Mujer, 1910-1945, Edición: KRK Ediciones Oviedo, 2000. En línea se encuentra un texto de la autora derivado de su libro: http://www.cimac.org.mx/cedoc/8demarzodiaintermujer/125_8m arzohistoriaerronea.PDF Consultado el 2 de marzo de 2013.

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doras, pero lo hacen como si un acontecimiento aislado hubiera sido el origen definitivo y exclusivo de la conmemoración. La intención (o cuando menos el efecto) de la difusión de ambas versiones parece haber sido silenciar el componente netamente socialista con el que se impulsó y se consagró el 8 de marzo como el día internacional de la mujer. De esas dos historias, el mito más difundido es el de la presunta huelga de 1857 en Nueva York en la que habrían muerto 129 obreras en un incendio provocado por el dueño de la fábrica donde laboraban. Sin embargo, no se ha encontrado ninguna evidencia de que haya ocurrido esta huelga. Se trata de un mito que comenzó a construirse en 1955 en Francia, cuando el periódico del Partido Comunista Francés mencionó por primera vez esa huelga. Luego, en 1966, en un boletín de la Federación Internacional Democrática de las Mujeres, en Alemania, apareció por primera vez la relación de esa huelga con el 8 de marzo.2 Poco a poco, las sucesivas menciones a ese acontecimiento ficticio irían agregando otros datos, como el del número de presuntas víctimas. Probablemente la historia de la huelga de 1857 se fue tejiendo a partir de la confusión con dos huelgas que sí ocurrieron en Nueva York, pero a principios del siglo XX. La primera se llevó a cabo entre el 22 de noviembre de 1909 y el 15 de febrero de 1910. La segunda, ocurrió el 29 de marzo de 1911; en ella fallecieron 146 personas, la mayoría mujeres, durante un incendio ocasionado por las pésimas condiciones de seguridad de una fábrica textil. Sin embargo, aunque estas movilizaciones reales tuvieron su papel en el conjunto de la lucha de las y los trabajadores, de ninguna manera explican el surgimiento de un Día de la Mujer.

Los orígenes reales: el contexto Desde mediados del siglo XIX en que iba en pleno ascenso la clase obrera, como producto natural, necesario, del desarrollo capitalista, entre los socialistas

estuvo presente el asunto de la liberación femenina como parte de la emancipación proletaria. Engels y Marx en sus textos clásicos trataron ese problema (aunque quizá no siempre con la profundidad y amplitud que muchos habrían deseado); pero también hubo una activa presencia femenina en la lucha obrera y en la producción de obras que proporcionaban elementos teóricos para entender los mecanismos de la opresión padecida por las mujeres. Ejemplo de ello fueron Flora Tristán (primera mitad del siglo XIX), así como Clara Zetkin, y Alexandra Kollontai hacia fines del siglo XIX y principios del XX. Paralelamente, en Estados Unidos e Inglaterra, varios grupos de mujeres peleaban desde mediados del siglo XIX por conseguir el reconocimiento del derecho al voto femenino. Por esa razón, eran conocidas como las “sufragistas”. Sus reivindicaciones eran primordialmente políticas, de tipo liberal. Básicamente exigían que se llevara hasta sus últimas consecuencias el ideal liberal de igualdad, lo cual, para estas mujeres, significaba tratar de manera igual a hombres y mujeres; es decir, otorgarles los mismos derechos y obligaciones respecto a la comunidad política de pertenencia. La lucha de las sufragistas fue importante en la consecución de más derechos para las mujeres. El sufragismo coincidía con las socialistas en la preocupación por la injusta posición subalterna de las mujeres en la sociedad. Sin embargo, los conflictos entre ambas corrientes fueron el pan de cada día por aquellos años. Las y los luchadores socialistas se oponían al movimiento sufragista debido a que consideraban que éste desviaba las fuerzas revolucionarias de las mujeres y sostenían que la demanda del sufragio femenino era una reivindicación burguesa. No todas las ramificaciones del socialismo se oponían tajantemente a la lucha por el voto femenino; sin embargo, por su explícita posición de clase, para el socialismo, el sufragio de las mujeres no era la máxima prioridad (en Estados Unidos el Partido Socialista debatiría una y otra vez sobre este punto). La emancipación feme-

2

Gianotti, Vito, “El verdadero origen del 8 de marzo, día internacional de la mujer trabajadora” en Marxismo en red. Disponible en <http://www.marxismo.org/?q=node/167> Consultado el 2 de marzo de 2013.

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nina no podía entenderse sin la emancipación más amplia de la clase trabajadora. En contraste, para las sufragistas -que en su mayoría eran mujeres de clases media y alta- el problema de la explotación de la clase trabajadora no tenía nada que ver con su lucha por la conquista de los derechos políticos de las mujeres.

Los orígenes reales: la iniciativa socialista Fueron las socialistas (no las sufragistas) de Estados Unidos quienes plantearon y promovieron el día de la mujer. En 1901, inmediatamente después de la creación del Partido Socialista en ese país, se formó la Unión socialista de las Mujeres, cuya finalidad era reivindicar el derecho del voto femenino. Entre 1900 y 1908 surgieron varios clubes de mujeres conectados al Partido Socialista, con mayor o menor autonomía respecto a este órgano. Fue la Federación de los Clubes de Mujeres socialistas de Chicago, la que el 3 de mayo de 1908 tomó la iniciativa de proponer un Día de la Mujer. Un año después (1909), el Partido Socialista asumió por primera vez, a nivel nacional, la conmemoración del día de la mujer, el 28 de febrero en Nueva York. Asimismo, se recomendó a todas las secciones del partido establecer el último domingo de febrero para hacer lo propio. En otras ciudades como Chicago, se tomaron otras fechas. El objetivo, según el Comité Nacional de la Mujer del Partido Socialista, era “obtener el derecho de voto y abolir la esclavitud sexual.” Se consideraba, en un sentido más amplio, que “la realización de la revolución de las mujeres es uno de los medios más eficaces para la revolución de toda la sociedad.”3 En 1910, el Partido Socialista estadounidense organizó por segunda vez el Día de la Mujer el último domingo de febrero, en Nueva York. En este caso, la fecha estuvo enmarcada por la ya mencionada huelga de obreras textiles que había durado casi tres meses (del 22 de noviembre de 1909 al 15 de febrero de 1910); en ese ambiente de efervescencia obrera, las 3

Ibid.

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Ibid.

trabajadoras participaron activamente en las actividades del Día de la Mujer. En mayo de 1910, el congreso del Partido Socialista norteamericano, realizado en Chicago, acordó llevar al Congreso de la Internacional la propuesta de la celebración del Día de la Mujer, como se venía haciendo por dicho partido en Estados Unidos. En agosto, antes del congreso de la Internacional, se llevó a cabo la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, en la cual, las delegadas del Partido Socialista estadounidense plantearon aquella propuesta. La iniciativa fue apoyada por clara Zetkin y fue aprobada. El objetivo era promover el sufragio, pero también otras reivindicaciones: Las mujeres socialistas de todas las naciones organizarán un Día de las Mujeres específico, cuyo primer objetivo será promover el derecho de voto de las mujeres. Es preciso discutir esta propuesta, conectándola a la cuestión más amplia de las mujeres, en una perspectiva socialista.4 La fecha para el Día de la Mujer quedó indefinida; cada país escogería el día que considerara más conveniente. En Estados Unidos siguió conmemorándose el último domingo de febrero hasta 1914. Fue en 1911 cuando se celebró el primer Día Internacional de la Mujer, el 19 de marzo en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza. Kollontai había propuesto esa fecha bajo el argumento de que evocaba un levantamiento de mujeres proletarias llevado a cabo en Prusia en 1848. En 1914, por primera vez, en Alemania, Zetkin y las socialistas marcaron el 8 de marzo como la fecha del Día de la Mujer, sin mayor explicación acerca de la elección de tal fecha. Lo importante era continuar la conmemoración. La institucionalización definitiva del 8 de marzo como Día de la Mujer no ocurrió ni en Estados Uni-

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dos, ni en Europa occidental, sino en Rusia. El 23 de febrero de 1917 (8 de marzo en el calendario gregoriano) surgió una gran movilización de obreras textiles, la cual, aun sin ser planeada por el Partido Bolchevique, terminó por ser la chispa que encendió la mecha de la primera fase de la Revolución Rusa. A partir del triunfo de esta Revolución, en 1921 se realizó la Conferencia de las Mujeres Comunistas, en la cual se adoptó el 8 de marzo como fecha unificada del Día Internacional de las Obreras. Desde entonces se adoptó ese día para la conmemoración de la lucha de las mujeres trabajadoras, el Día Internacional de la Mujer Comunista o de la Mujer Trabajadora. Sin embargo, pocos años después, con la llegada del stalinismo en la URSS se fue enterrando en el olvido la lucha de las trabajadoras. Hacia fines de la década de los veinte, pero sobre todo en los treinta, el Día Internacional de la Mujer socialista o comunista se fue perdiendo y, con ello, se diluyó el significado histórico (enraizado en la lucha socialista y comunista) que para las mujeres podía tener el 8 de marzo. Fuera de los países comunistas, en Occidente se volvió a hablar del Día de la Mujer hasta fines de los años sesenta.

Se retoma la idea de un Día de la Mujer… pero con un sentido distinto No es casual que el tema haya sido retomado en los años sesenta y setenta. Se trata de una época de resurgimiento de las reivindicaciones de los derechos de las mujeres (la llamada segunda ola del feminismo). Sin embargo, luego del olvido de sus orígenes socialistas, diversas circunstancias históricas hicieron que el replanteamiento del 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer se hiciera a partir de la construcción (incidental, quizá) de un mito que al paso de los años se fue afianzando como verdad irrebatible y fue alimentándose de más datos no verídicos. Por aquella época, el impulso de los movimientos feministas era tal, que en muchos países comenzaban a presionar seriamente a gobiernos y organismos internacionales para la implantación de políticas que reconocieran y garantizaran los derechos de las muje-

res, más allá del ya otorgado derecho al voto. Es decir, para entonces las feministas herederas de la tradición sufragista, liberal, se habían dado cuenta de que para la efectiva emancipación femenina no era suficiente la garantía de poder votar, pues el sufragio no aseguraba la posibilidad del ejercicio de otras libertades como la de trabajar en igualdad de condiciones que los varones, o el derecho a decidir sobre su sexualidad y su reproducción. En ese contexto de auge de diversas corrientes feministas, la ONU decidió, en 1975, en el marco del Año Internacional de la Mujer, establecer el 8 de marzo como Día de las naciones Unidas para los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional. Asimismo, se adoptó la resolución de celebrar el Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer (1976-1985). Más adelante, en 1977, la misma ONU invitó a todos los Estados miembros a que proclamaran un día de la mujer en la fecha que más se adecuara a las tradiciones y costumbres de cada país. En ese año, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró el 8 de marzo como Día de la Mujer. Con esta medida, la ONU consagró de manera definitiva esa fecha como el Día Internacional de la Mujer. Sin embargo, el origen histórico de la conmemoración presumido por el organismo internacional era el de la supuesta huelga del 8 de marzo de 1857 que había culminado con 129 mujeres quemadas vivas; versión que, como mencionamos más arriba, para los años setenta se había popularizado como verdad histórica indiscutible. Así, la más reciente institucionalización del 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer se basó en un símbolo sin sustento histórico comprobado; es decir, se fundó en un mito, a instancias de la ONU y con la validación de los movimientos feministas de la década de los setenta (incluyendo los de filiación socialista). El resultado fue la promoción de una fecha de conmemoración que desde entonces cada año ha buscado atraer la atención del mundo sobre la falta de derechos de las mujeres y su situación social desigual con respecto a los varones. Sin embargo, el carácter socialista, de clase, con que originalmente había sur-

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gido con toda su fuerza el planteamiento de una fecha conmemorativa de esa naturaleza se disolvió. Por muchos años la ONU ignoró o calló la historia real de los orígenes del 8 de marzo. Sólo hasta años recientes, en su resumen de la historia de esa fecha, incluye la mención de los esfuerzos de las mujeres socialistas por instaurar el Día Internacional de la Mujer. Consecuentemente, la ONU ya no reproduce la historia falsa de la trágica huelga de 1857.5 Empero, en ningún lado se hace énfasis acerca de las implicaciones que tiene la recuperación del sentido original que las mujeres socialistas de hace cien años quisieron darle a la fecha. Sí, hoy en día las mujeres ya no demandamos el voto, pero sigue siendo pertinente el llamado a no desvincular la lucha en contra de la opresión femenina con la lucha en contra de la explotación de clase, la cual afecta al conjunto de la humanidad. No se olvide que las relaciones de explotación contribuyen a mantener las condiciones materiales que posibilitan la persistencia de la desigualdad entre mujeres y hombres, así como la perpetuación de relaciones de dominación entre unas y otros.

¿Por qué todavía tiene sentido un día internacional de la mujer? Recapitulando, queda claro, entonces, que: • La lucha de las mujeres por terminar con la injusta posición social que padecen es de muchos años atrás: décadas, siglos. • En esa lucha no siempre las mujeres se han puesto de acuerdo acerca de cuáles son los problemas más importantes de atender para lograr su emancipación (recuérdese el conflicto entre sufragistas y socialistas). • Sin embargo, hasta ahora, el impulso heterogéneo de los diversos movimientos feministas y de mujeres ha logrado el avance de la situación social femeni-

na en muchos terrenos; más en unos países que en otros, más en unas clases que en otras, etc.; aunque ese avance encuentra una y otra vez límites objetivos y subjetivos en buena medida impuestos por las contradicciones de las relaciones sociales capitalistas. • En cuanto al surgimiento de la conmemoración de un Día Internacional de la Mujer, queda claro que se dio entre las filas de la militancia socialista por acciones deliberadas y continuadas, no a raíz de un hecho aislado, más o menos espontáneo. • El sentido original del Día Internacional de la Mujer no es celebrar la bondad o demás características atribuidas tradicionalmente a las mujeres (desde estereotipos sexistas que nada abonan a colocarnos en una posición más igualitaria o equitativa con los varones). Su sentido fue, ha sido, el de denunciar y luchar en contra de la opresión femenina, ligada a la opresión y explotación de clase. El 8 de marzo de 1917 no puede ser más claro a este respecto. • La reivindicación del Día Internacional de la Mujer por parte de la ONU en los setenta y desde entonces poco tiene que ver con ese origen de clase muy marcado de la conmemoración. • Peor aún es que se tome la fecha para “felicitar” a las mujeres por el hecho de ser mujeres, por tratarse de los seres más dulces, bondadosos, amorosos, cariñosos, puros, sacrificados, abnegados, lo más bello de la creación. Todos estos atributos forman parte de una visión parcial y falsa que nos limita a mujeres y hombres. Nada tienen que ver con la lucha que dio origen al Día Internacional de la Mujer. Más aún, tales mensajes lo único que hacen es, en el mejor de los casos, frivolizar un asunto que tiene la mayor seriedad (hablamos de la situación y las posibilidades vitales de la mitad de la humanidad, ni más ni menos); en el peor de los casos, reproducen los estereotipos machistas que tanto daño hacen al avance de los cambios sociales y culturales que se requieren para superar las desigualdades entre hombres y mujeres.

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Véase ONU, “Historia del día de la mujer” en Organización de las Naciones Unidas. Disponible en <http://www.un.org/es/events/women/ iwd/2011/history.shtml> Consultado el 2 de marzo de 2013.

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• Necesitamos que siga existiendo esta conmemoración para darnos espacios de reflexión y diálogo sobre la situación social de las mujeres en el mundo. Si ya no existiera la opresión femenina, no habría necesidad de un día de la mujer. El problema es que, con todo y que las mujeres de hoy podemos realizar actividades más diversas que nuestras antepasadas, nuestra situación sigue siendo marcadamente más desfavorable que la de los hombres. Eso no es por “mandato divino”, ni “natural”; como tampoco lo es el sistema de relaciones capitalistas que genera privilegios para unos cuantos a costa del sufrimiento de la mayoría (mujeres y hombres incluidos).

Bibliografía: Álvarez, Ana Isabel, Los orígenes y la celebración del Día Internacional de la Mujer, 1910-1945, Edición: KRK Ediciones Oviedo, 2000. Álvarez, Ana Isabel, “Los orígenes y la celebración del Día Internacional de la Mujer, 1910-1945. Clarificación del mito del 8 de marzo”, sin fecha, disponible en: <http://www.cimac.org.mx/cedoc/8demarzodia intermujer/125_8marzohistoriaerronea.PDF> Consultado el 2 de marzo de 2013. Gianotti, Vito, “El verdadero origen del 8 de marzo, día internacional de la mujer trabajadora” en Marxismo en red. Disponible en <http://www.marxismo.org/?q=node/167> Consultado el 2 de marzo de 2013. ONU, “Historia del día de la mujer” en Organización de las Naciones Unidas. Disponible en <http://www. un.org/es/events/women/iwd/2011/history.shtml> Consultado el 2 de marzo de 2013.

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8 de Marzo Rosa María López

© Julieet/Flickr

El 8 de marzo se ha proclamado el Día Internacional de la Mujer; pero lejos de conocer el fondo del porqué se conmemora esta fecha, se ha convertido en una fecha más donde se comercializa el evento. Este acontecimiento tiene el fondo de las luchas de las trabajadoras y trabajadores del siglo XIX, donde las condiciones laborales eran deprimentes, parecidas aun a las de algunos países en proceso de industrialización. Los cuales carecen de las condiciones mínimas no solo del trabajo decente, sino también de los principales derechos humanos. El siglo XIX se considera el siglo del avance del capitalismo con el surgimiento de los grandes progresos de la ciencia, principalmente en la mecánica. Al mismo tiempo los trabajadores vivían en condiciones de hacinamiento y carecían de servicios como los conocemos actualmente (luz, agua, drenaje, etc.), si referimos con ello a las colonias populares de las actuales zonas habitacionales marginadas de las ciudades actuales. Regresando al acontecimiento que presumiblemente dio origen al Día Internacional de la Mujer: eran trabajadoras, costureras de una fábrica, que se manifestaban por el derecho a una mejor calidad de vida, por alcanzar mejores condiciones laborales en Nueva York; cuando protestaron con una huelga en la compañía textil contra las condiciones de trabajo. Éstas incluían hasta de 12 y 14 horas la jornada de trabajo. Convocadas por su sindicato, las costureras

reivindicaban una jornada de trabajo de 10 horas, pues en esta época las jornadas eran extenuantes y muy largas. Esta manifestación fue reprimida con un incendio de las instalaciones de la fábrica junto con las trabajadoras de la costura en 1857. Diez años después también en el mes marzo, se reprime a las planchadoras de cuellos en la ciudad de Tray, Nueva York, quienes formaron un sindicato y protestaron por aumento salarial. La huelga fue prolongada por tres meses sin alcanzar sus objetivos. Hacia el siglo XX las luchas por demandas a favor de la mujer nos dan cuenta de acontecimientos marcados por tales exigencias sociales, como lo fue la lucha por el Derecho al voto de las mujeres. En ese contexto ocurrió el crecimiento del sindicalismo femenino desde las primeras décadas de ese siglo en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. El Día Internacional de la Mujer surge para hacer una reivindicación de las luchas de las agrupaciones de este sexo, a favor del Derecho al voto, en defensa de derechos laborales de los trabajadores y manifestar el desacuerdo con actos de guerra. Para la conmemoración de este evento, se han realizado actos de lucha por parte de las trabajadoras del Sindicato Internacional del Vestido. En las lucha por reivindicaciones de los trabajadores podemos mencionar que en las relaciones que se establecen entre los distintos actores de la sociedad

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existe una relación social independientemente de la voluntad de cada uno de los mismos actores y, sin embargo, es importante la conciencia de clase, pues esta condición es imprescindible para actuar conociendo las acciones que como lucha de clases tienen cada uno de los actores, determinando su actitud ante la organización y las demandas de las trabajadoras, así como los trabajadores en general. No podemos desligar como parte de los sindicatos la generalización de las demandas independientemente del género pues ambos géneros tienen como punto central la lucha de clase en la que constantemente, o diariamente, se enfrentan los trabajadores. La relación de los trabajadores se convierte en una relación independientemente de su voluntad y no en lucha de géneros. Esta condición, con la cual se han provocado de manera mediática una guerra entre sexos, provoca malos entendidos en los conceptos teóricos. Es indiscutible que la propia sociedad capitalista nos lleva a ver la utilización a conveniencia de la sexualidad en esta guerra como forma ideológica de control masivo, nos lleva a condiciones de agobio que para la clase trabajadora representa la constante reglamentación de sus formas de expresión y que en aras de la urbanidad lleva al hastío de la lucha social, tan criminalizada. Hoy la comercialización hace de esta fecha una propaganda subliminal y mediática, creando con ello una competencia que hace daño a la sociedad, a la familia y sobre todo a los trabajadores como concepto genérico. Otro de los aspectos manipulados es la sexualidad y las reglas de urbanidad, pues ello confronta a la misma humanidad, en el sentido de fomentar la formalidad capitalista, cuando atrás de ello está la violación de derechos humanos de hombres y mujeres, creando con ello una guerra entre sexos, y solo la comercialización ha generado la competencia entre ellos. Sin embargo la producción social requiere de las capacidades y conocimientos propios para continuar con este sistema, el de la competencia, llevando en la actualidad a cambios en el aspecto laboral, en la sociedad y hasta en la vida privada.

Hablar de la situación de la mujer en el siglo XXI, es hablar de una gama de asuntos que como trabajadora tiene que realizar. Si bien es cierto que la mujer ha incursionado en aquellos tipos de trabajos donde antes predominaba el trabajo masculino, hoy no deja de estar en la constante lucha de clases en la sociedad donde predomina una ideología burguesa de competencia aun y cuando alcanza altos grados de estudio. Mujeres inteligentes las ha habido en toda la historia, basta revisar las reseñas históricas para darnos cuenta de las mujeres que han encabezado los movimientos de cambio. Al final de cuentas, la mujer tiene predominio en las capas medias y altas de la sociedad, la idea de sobresalir como individuo y no como generación de una condición social donde hombres y mujeres tienen que actuar para la lucha día a día, a diferencia de las capas menos favorecidas donde es imposible hacer rendir el sustento en un esfuerzo por cubrir las mínimas condiciones de vida. La mujer trabajadora y sobre todo de la clase proletaria, lejos de tener sólo la carga laboral, tiene que diversificar sus tareas pues con los sueldos mínimos actuales no tiene las posibilidades de contratar una trabajadora doméstica que la supla en las tareas ni del hogar, ni del cuidado de los hijos y aquí es donde la condición social nos lleva a plantear las necesidades de las trabajadoras para el cuidado de los hijos. Aquí enumeramos algunas necesidades: -guarderías seguras e higiénicas -comedores económicos e higiénicos, para ellas y su familia - aseo de la ropa de ella y su familia, -servicios de salud, dignos, higiénicos, eficientes, -transporte higiénico, seguro y económico, para ella y su familia -en la escuela de sus hijos, requiere del mismo tiempo horario de su jornada laboral, pues de otra manera las

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complicaciones se presentan para la hora de entrada y salida - jubilación digna para su vejez, con servicios médicos -y todo esto debe de realizarlo por la módica cantidad de $67.20, pero hay que considerar que la mujer trabajadora en el siglo XXI está tan lejos como querer llegar de la tierra al sol. Todos estos elementos se aplican a las mujeres trabajadoras que sobreviven su día a día cuando hay una sola persona que aporte un salario mínimo. Si existe la posibilidad de aportar otro salario, solo alcanzará para mejorar un poco la dieta y, si acaso, para aportar parte de la renta de la vivienda donde habita la familia. En la vida social, el siglo XXI ha marcado un acondicionamiento de las formas de explotación sin precedente en el cual las nuevas formas de contratación llevan a una más extensiva forma de explotación, donde las actuales han dejado de ser la soñada condición de trabajo decente. En este punto, donde las bases del marxismo nos dan los elementos para mencionar las formas de explotación son: por un lado, tecnológicamente mayor explotación y con jornadas mucho más reducidas pues, al predominar el conocido outsourcing, nos limita a un trabajo eventual en condiciones sociales que permitan una mejor calidad de vida no solo a la mujer, sino también las condiciones del trabajo obrero masculino. Las empresas nacionales, así también las transnacionales, han impuesto el trabajo en la modalidad del outsourcing como “alternativa” de empleo en la cual la exigencia de capacidades para el trabajador implican mayor multiplicidad de labores, lo que hace a una sola persona tener destrezas y conocimientos científicos. Siendo esto un choque con las actividades de manejo tecnológico que son aún menos creativas pero con mayor exigencia multidisciplinaria. Siendo esta la tendencia del trabajo socializado en las propias capacidades del que está inmerso en una socie-

dad capitalista en su fase de globalización, no sólo de las empresas sino también del propio trabajo, donde el armado de productos se realiza de manera internacional chocando con las jornadas de trabajo del siglo XX, pues cada vez está más inmerso en la producción maquiladora donde una pieza se fabrica en un país y otra o varias piezas en otros países, diversificando la producción de acuerdo al producto, desarrollando así las formas de producción del tipo de la maquila. Es por ello que hasta los modelos educativos vienen a generar problemas porque no han alcanzado a ver la dimensión del fraccionamiento de la producción, distribución y comercialización. Las formas de explotación tienen que ver con la producción y la tecnología; se produce en fracciones de segundo de acuerdo a la complejidad del producto, lo que no puede desligarse de una forma ideológica también de explotación donde los medios de comunicación (incluidos prensa, televisión, radio) condicionan una dramática enajenación social donde predomina el individualismo, la competencia, la opresión y la represión de los movimientos sociales que se manifiestan en defensa de sus derechos humanos y que tiene que ver con la legalidad que predomina como elemento de control sofisticado por medio de la tecnología. Hoy las formas de manifestarse están delimitadas por el condicionamiento político de las capas que permanecen en el control de la administración pública y la oligarquía económica. De esta manera sólo podemos considerar una urgencia el conocimiento de las formas organizativas de la sociedad en los distintos ámbitos de esta: en las organizaciones de colonos, campesinos, sindicatos y estudiantes para encontrar una unidad de acción para avanzar en la organización social para la defensa de los derechos humanos. Entre los elementos para recomponer a la sociedad, se debe generar una organización social y política donde la discusión de los temas a resolver lleven a organizar a la comunidad, tomando en cuenta la

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diversidad de visiones que se pueden presentar para generar discusión y realizar comisiones para integrarse a lo interno y a lo externo de su organización.

Tener un documento informativo, como un periódico para poner en conocimiento los problemas más sentidos de su comunidad, sea habitacional, sectorial, educativa o comunal.

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Trabajadoras: cuántas son, cuáles son sus condiciones laborales Lorena Pilloni Martínez

© AldarAdame/Flickr

1. Introducción Partimos del hecho de que el 8 de marzo, en su origen y sentido fundamental, se refiere no al día de la mujer en abstracto, sino de las trabajadoras, es decir, en primer lugar alude a las mujeres que forman parte de la fuerza de trabajo. Pero en tal categoría también hay que contemplar -al menos teóricamente- a aquellas mujeres que aun cuando pertenecen a la clase trabajadora (por su trayectoria biográfica al ser parte de hogares encabezados por trabajadores/as) no venden su fuerza de trabajo en el mercado debido a que se dedican de tiempo completo al trabajo doméstico no remunerado dentro de su hogar, como resultado de la reproducción de una forma particular de división sexual del trabajo. Ahora bien, las trabajadoras definidas así (si se quiere provisionalmente), ¿quiénes son ellas?, ¿cuántas son?, ¿en qué sectores están?, ¿en qué condiciones trabajan?, ¿cuál es su situación frente a los varones en lo que a trabajo se refiere? Éstas son algunas preguntas que exploraré en este escrito con respecto al caso de México, en tanto me encuentro más familiarizada con la información oficial disponible acerca del mercado de trabajo correspondiente a este país. Antes de continuar y por si el lector comienza a formular algunas (legítimas) objeciones a lo asumido hasta aquí, este trabajo no se propone resolver las minucias teóricas –sin duda importantes- acerca de todo lo que define a las clases sociales o, en sentido

más inmediato y muy caro a las rigurosas exigencias de operacionalización sociológica, sobre qué marcadores identifican a un sujeto en una posición de clase y no en otra. Asumiremos aquí que cuando hablamos de trabajadoras nos referimos primordialmente a las mujeres que forman parte de la población económicamente activa (con trabajo y desempleadas), en particular a aquéllas cuya posición en el trabajo las ubica en una situación de subordinación (empleada frente al patrón) al tener que ofertar su fuerza de trabajo a cambio de un salario. La población económicamente inactiva femenina, si bien en su mayoría pertenece a la clase trabajadora, no será analizada en este texto. Por su parte, la población económicamente activa masculina será tomada como referente comparativo en varios rubros. Así, en las siguientes dos secciones presentaremos un sucinto análisis descriptivo de las dimensiones de la fuerza de trabajo femenina y sus condiciones laborales, para así tener una idea más concreta respecto a lo que hablamos cuando hablamos de las trabajadoras mexicanas. En la última sección, haremos una recapitulación de los hallazgos y reflexionaremos acerca de la importancia de vincular siempre el análisis de género con el análisis de clase.

2. ¿Cuántas trabajadoras mexicanas hay? Recordemos que la Población Económicamente Activa (PEA) se define actualmente como aquel sector de la población de 14 años y más1 que se encuen-

1

Formalmente la edad mínima para ser incluidos en la PEA en las encuestas es de 12 años. Sin embargo, actualmente las estadísticas oficiales reportan datos para la población de 14 años y más, con el argumento de que las personas menores de esta edad están legalmente imposibilitadas para trabajar (prohibición del trabajo infantil)

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tra en posibilidades de desempeñar un trabajo para el mercado, es decir, de realizar alguna actividad llamada “económica”;2 ya sea que la estén llevando a cabo (ocupados) o que estén buscando activamente un trabajo (desocupados o desempleados). Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), en México, en 2013, había poco más de 88 millones de personas de 14 años y más, de las cuales 52 309 335 formaban parte de la PEA (es decir, aproximadamente el 60%). Más de la mitad de la PEA total correspondía a población masculina (32 262 622 frente a 20 046 713 mujeres). Sin embargo, más importante que el volumen absoluto de PEA masculina y femenina, es analizar el porcentaje de la población económicamente activa con respecto al total de la población de 14 años y más (tasa de participación), pues sólo así hay un punto de comparación entre hombres y mujeres respecto a su incursión en el mercado laboral. Así, cuando tomamos en cuenta las tasas de participación de hombres y de mujeres, se evidencia de manera más clara una primera desigualdad entre ellos respecto al mundo del trabajo: el 77% de los hombres de 14 años y más es parte de la PEA, mientras que sólo un 43% de las mujeres de ese grupo de edad es parte de la población activa. Una de las principales razones de esta disparidad en la presencia de mujeres y hombres en el mercado laboral se debe a la tradicional división sexual del trabajo que por siglos ha supuesto que los varones son quienes deben salir a ganar el sustento para el hogar (en el espacio público), mientras las mujeres deben permanecer en casa (el espacio privado), dedicadas al trabajo doméstico y, dentro de éste, al cuidado de los otros (niños, ancianos, enfermos, marido). Claro que a lo largo de la historia ha variado qué tanto las mujeres responden a este papel socialmente asignado; en general esa variación ha respondido a los cambios del patrón de creci-

miento económico. México presenta un buen ejemplo de esto. La participación de las mujeres en las actividades definidas como económicas no ha aumentado de manera lineal desde fines del siglo XIX a la actualidad: llegó a ser mayor al 15% en el primer decenio del siglo XX, disminuyó a menos de 10% en los años treinta y gradualmente fue subiendo a partir de fines de los años cuarenta en tanto primero avanzaba la industrialización del país y luego el crecimiento y la diversificación del sector tericiario de la economía. En este sector se ha generado un gran número de oportunidades de empleo para las mujeres, en muchas ocasiones porque se supone que son trabajos “adecuados” para ellas, en tanto extensión del papel que socialmente se les asigna en el hogar como cuidadoras y/o encargadas de los quehaceres domésticos: trabajadoras domésticas, enfermeras, maestras, entre otros. 3 Aunque evidentemente la tasa de participación femenina es mucho menor a la masculina, como vimos arriba, el salto en los últimos 40 años ha sido importante: de una tasa de 17.6% en 1970, a 33% en 1993 y 43.6% en 2013 (las dos primeras cifras no son estrictamente comparables con la tercera, pues se calcularon a partir de la población de 12 años y más, mientras que la de 2013 se calcula con base en la población de 14 años a partir de datos de la ENOE, pero dan una idea muy precisa de la naturaleza de los cambios). Sin embargo, este aumento de la participación femenina en el mercado laboral no ha alcanzado las cifras de países avanzados, como los de Europa Occidental, donde ya en 1990 el promedio de la tasa de participación en mujeres de 15 años y más era de 51 %. Contrasta, además, con la cifra alcanzada en Suecia en 2005 donde la tasa de actividad o de participación de las mujeres de 20 a 64 años era de 80%.4

2

En la economía feminista se encuentra abierta la discusión respecto a la definición de unas actividades como “económicas” (en o para el mercado, en el espacio público, remuneradas, reconocidas) y otras como “no económicas” (desvalorizadas, en el espacio privado, sin remuneración, realizadas históricamente por mujeres). Las feministas alegan que el trabajo doméstico es social y económicamente tan importante como el trabajo para el mercado por lo cual no debería excluirse de la definición de “actividad económica”. 3

Teresa Rendón, Trabajo de hombres y trabajo de mujeres, UNAM, pp. 106-112.

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María Luisa González González, “Mujer, fecundidad y trabajo” en González Marín María Luisa (coord.), Mitos y realidades del mundo laboral y familiar de las mujeres mexicanas, México, Siglo XXI, p. 30. Teresa Rendón, Op. Cit., p. 60. Sara Brachet, “Les résistances des hommes à la double émancipation. Pratiques autour du congé parental en Suède” en Sociétés Contemporaines, no. 65, 2007, p 176.

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Conviene acotar, por cierto, que el aumento de la participación económica de las mujeres no se debe sólo a la evolución de las condiciones económicas, si bien ésta es fundamental. Hay dos factores adicionales que en lºas últimas décadas han contribuido en alguna medida: el aumento de la escolaridad femenina y la disminución de la tasa de fecundidad (es decir, el número de hijos por mujer).5 Se sabe, por ejemplo, que la tasa de participación en los varones no varía mayormente según el grado de escolaridad; en cambio, en las mujeres se ha visto que a mayor nivel de escolaridad, mayor tasa de participación económica. Ahora bien, de esas veinte millones de mujeres pertenecientes a la PEA, casi 19 millones tienen un trabajo, es decir, la gran mayoría se encuentran ocupadas. De hecho, la tasa de desocupación oficial es muy baja, de sólo 4.7%, menor incluso que la de otros países de la región. Según la OIT, en 2012 el desempleo global de América Latina era de 6.4%.6 Sin embargo, si a la población desocupada sumamos la población no económicamente activa que se ha cansado de buscar un trabajo, pero estaría disponible para incorporarse a uno si lo encontrara, tenemos que en total hay 6 millones de mujeres desempleadas frente a casi 3 millones y medio de hombres desempleados (desocupados más no económicamente activos disponibles). En ese sentido, vale la pena acotar que es preciso tomar con suma reserva los datos de desempleo para México. Mucho de los actuales procesos de aumento de la desigualdad y precarización del empleo femenino (y masculino) se esconden detrás de las estadísticas de empleo más generales como ésa. Por ello siempre es adecuado voltear a ver otros indicadores como el subempleo y las condiciones laborales de los ocupados.7

3. ¿Cómo son y en qué condiciones laboran las mujeres ocupadas? Ahora veamos algunas características de la población que cuenta con un trabajo para el mercado (también se le llama “trabajo extradoméstico” en la literatura de la economía feminista). Según datos de la ENOE de 2010, en México aproximadamente la mitad de la población ocupada masculina estaba casada, frente a casi el 40% de las mujeres ocupadas que se encontraban en esa situación. Más aún, si sumamos las personas en unión libre más las casadas, tenemos que el 67.7 por ciento de los hombres ocupados estaban unidos, mientras que eso ocurría en el 51.1 por ciento de las mujeres. Estos datos revisten particular interés en la medida de que el estado conyugal se encuentra muy vinculado con los roles sociales asignados a hombres y mujeres. Más de la mitad de los hombres ocupados viven en pareja y podemos suponer que asumen un papel de proveeduría, exclusiva o no, del hogar. Es llamativo que esto ocurre en la mitad de las mujeres, lo cual puede significar que para muchas de ellas, a diferencia de un modelo más tradicional o estereotipado, el estar unidas no necesariamente significa estar fuera del mercado laboral, dedicadas exclusivamente al trabajo del hogar. Pero también, que son mujeres no unidas quienes en mayor proporción que los trabajadores no unidos asumen responsabilidades económicas en sus hogares. Estos planteamientos parecen verse reforzados cuando observamos el parentesco o la posición que ocupan unas y otros en el hogar. Más de la mitad de los hombres ocupados es jefe de hogar (63.3%), mientras que eso ocurre en menos de una cuarta parte de la población femenina ocupada (22.3%). El mayor porcentaje de mujeres ocupadas son cónyuges del jefe (40.7%) y en segundo lugar hijas (28.1%). En el caso del 40.7 por ciento de las ocupadas que son cónyuges del jefe, puede significar el desempleo del jefe(a) del

5

Por poner un ejemplo sobre esto último: se ha pasado de un promedio de siete hijos por mujer en la década de los sesenta del siglo pasado, a 2.6 hijos hacia 1997, 2.4 en 2000 y 2.1 en 2005. Olga Lorena Rojas, Paternidad y vida familiar en México, México, Colmex, 2008, p.13. 6

OIT, “El desempleo en América Latina y el Caribe bajó a niveles históricos y mantendrá esta tendencia en 2013”. Disponible en: <http://ilo.org/americas/sala-de-prensa/WCMS_195955/lang--es/index.htm>. Consultado el 4 de marzo de 2014. 7

Véase: Marina Chávez Hoyos, Trabajo femenino: las nuevas desigualdades, México, Instituto de Investigaciones Económicas, UNAM, pp. 42-50 y 151-175.

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hogar o la insuficiencia de sus ingresos para satisfacer las necesidades del hogar, o bien, la opción femenina de contar con un trabajo remunerado en aras de su propia autonomía, independientemente de la situación laboral del jefe(a) de familia. En cuanto al número de hijos,8 se ha demostrado que la relación entre trabajo y fecundidad no es directa, pues el tener un empleo u ocupación no significa en automático un menor número de hijos. Esto además es claro cuando analizamos la distribución de las mujeres ocupadas por número de hijos: es mayor el porcentaje de mujeres que trabajan y tienen entre 1 y 2 hijos (35.3%) que el de las que laboran y no tienen hijos (28.6%). Así pues, hasta aquí podemos decir que las mujeres ocupadas, a diferencia de hace 40 años, no trabajan sólo mientras permanecen solteras, pues la mitad de ellas están unidas, lo cual contrasta con el caso de los varones. El tener uno o dos hijos no significa necesariamente que las mujeres salgan del mercado laboral; al contrario, es notable que sea mayor el porcentaje de mujeres ocupadas con hijos que las que no tienen ninguno. Acceder al mercado laboral tampoco significa que las mujeres se conviertan en jefas del hogar, pues de hecho hay relativamente pocas mujeres ocupadas que tengan ese papel en sus hogares. Situación totalmente distinta a la de los hombres, donde parece que sí hay una relación entre ocupación y jefatura del hogar. Esto puede tener que ver con que en los hombres la jefatura del hogar está ligada al rol de proveeduría económica, pero con estos datos no es posible hacer afirmaciones concluyentes al respecto. Ahora bien, ¿cuál es la situación de las trabajadoras en la economía?, ¿en qué sectores trabajan?, ¿cuáles son sus condiciones laborales? La mayoría de las ocupadas en México (80%) trabajan en el sector terciario de la economía (en los servicios, más que en el comercio), un 15.6% lo hacen en el secundario y un ínfimo 3.7% labora en el sector primario. Esta situación tiene que ver tanto con la progresiva terciarización de la economía mexicana, derivada del desmantelamien8

to y relocalización de las actividades industriales, como con las construcciones sociales sobre el “deber ser” de las mujeres; construcciones (incluidas prácticas, creencias, prejuicios, aprendizajes, etc.) que las hacen, a los ojos de la sociedad y de los patrones, trabajadoras ideales para el sector servicios. Suponemos que algún mecanismo de este tipo (que tiene que ver con el género y no sólo con las condiciones económicas globales) opera, pues la distribución de la población ocupada masculina, si bien tiene un patrón similar (es mayor la proporción de trabajadores en los servicios que en el sector secundario o en el primario), no es tan marcado como en el caso de las mujeres. Casi 52% de los ocupados se encuentra en el sector terciario; 28.6% en el secundario, y 18.9% en el primario. Así pues, la mayor parte de las trabajadoras laboran en un sector sumamente heterogéneo en cuanto a actividades y condiciones de trabajo. Pero, ¿qué posición ocupan en el trabajo? Como se observa en el Cuadro 1, más de la mitad de la población ocupada, masculina y femenina, son trabajadores subordinados y remunerados (asalariados, habría que decir). No parece haber una diferencia muy significativa entre unas y otros en esta categoría, ni en la de los trabajadores por cuenta propia. Sin embargo, en los casos de empleadores y trabajadores sin pago sí hay una diferencia un poco mayor entre trabajadores y trabajadoras. Esa diferencia habla de una mayor desventaja relativa para las mujeres, quienes en menor medida que los varones acceden a un trabajo como empleadoras, pero en mayor proporción se convierten en trabajadoras sin remuneración. Y es precisamente en el terreno de las remuneraciones donde se advierte una de las más notables desigualdades entre mujeres y hombres. En 2010, el 18.5% de las mujeres ocupadas recibía hasta un salario mínimo por jornada laboral; en esa misma situación se encontraba el 10.4% de los hombres ocupados. En contraste, la población ocupada masculina que recibía 5 salarios mínimos o más era el 10.1%, mientras

Dato que por desgracia sólo se mide para el caso de las mujeres.

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Cuadro 1. Nacional: Mujeres y hombres ocupados por posición en el trabajo, 2010

HOMBRES

MUJERES

66.70 6.20 22.70 5.10 100.00

64.80 2.40 23.40 9.40 100.00

Trabajadores subordinados y remunerados Empleadores Trabajadores por cuenta propia Trabajadores sin pago Total

Fuente: Cálculos propios con base en la ENOE 2010.

que las trabajadoras en esa condición alcanzaban apenas el 6.5%. Así, en términos generales, es mayor la proporción de mujeres ocupadas con bajos salarios y menor la de mayores ingresos que la de hombres. Sin embargo, es necesario destacar que, además de esta marcada y persistente desigualdad entre mujeres y hombres, los datos sobre los ingresos por trabajo también reflejan otra desigualdad profunda que se resume en una gran concentración de los mayores ingresos en unos cuantos, mientras las mayorías obtienen magras remuneraciones por su trabajo. Así, el 54.2% de los trabajadores y el 63% de las trabajadoras se encuentran en el rango de ingresos que va de “hasta un salario mínimo” a “hasta 3 salarios mínimos”. Si tomamos en cuenta que el poder adquisitivo de los salarios ha disminuido considerablemente en México en los últimos 40 años, podemos comprender la insuficiencia de ese rango de ingresos para el sustento de las personas y las familias, así como dimensionar de manera más clara la profunda inequidad en el reparto de la riqueza en nuestro país. Curioso fenómeno que se ha documentado en estudios previos: además del aumento de la brecha entre los que reciben más ingresos y los que obtienen ingresos precarios, la distancia entre el monto salarial de hombres y mujeres se va cerrando, pero no porque las mujeres se posicionen mejor, sino porque las condiciones laborales de los hombres han empeorado.9 9

Así, si bien corresponde subrayar, cuantas veces sea necesario, la situación relativamente más desventajosa de las mujeres, no por ello hay que omitir el hecho de que los cambios observados en el volumen y las condiciones de su participación en el mercado laboral se dan en un contexto profundamente adverso para la clase trabajadora en su conjunto. Esto se observa en los salarios, pero también a través de otros indicadores como el acceso a las prestaciones sociales y la jornada laboral. Respecto al primero, la ENOE de 2010 reporta que más de la mitad (58%) de la población ocupada no cuenta con prestaciones sociales; es decir, 59.8% de los hombres y 56.3% de las mujeres. En cuanto al segundo, el panorama es más complejo, como veremos a continuación. Uno de los primeros datos que se hacen evidentes al manejar la información de la ENOE 2010 es que en México ocurre lo que en muchas partes del mundo: las mujeres trabajan mayormente que los hombres en empleos con jornadas menores a 15 horas semanales (11.2% de ellas, frente al 4.6% de ellos). Es decir, las trabajadoras se encuentran más representadas que los trabajadores en jornadas de tiempo parcial. Correlativamente, una proporción más grande de hombres labora en jornadas muy extensas: 33.1% de los trabajadores y 19% de las trabajadoras tienen jornadas por arriba de las 48 horas semanales. Nuevamente nos encontramos frente a un caso de doble desigualdad, de género y socioeconómica.

Teresa Rendón, Op. Cit., p. 86.

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Muchas mujeres suelen optar por empleos de tiempo parcial con la finalidad de poder compaginar el trabajo para el mercado con el trabajo doméstico en sus hogares, máxime si tienen hijos qué cuidar. Esto debido a que, de acuerdo a la división sexual del trabajo predominante en nuestra sociedad, son las mujeres, trabajadoras con ingreso propio o no, las principales responsables del cuidado y crianza de la prole. El problema con estos trabajos es que suelen tener salarios bajos y pocas o ninguna prestación social. Los hombres, por su parte, al estar liberados total o parcialmente de la obligación del trabajo doméstico y de las tareas de cuidado de hijos, ancianos y enfermos, disponen de mayor tiempo, además de que el rol asignado a su género en la división sexual del trabajo predominante les señala como camino de autorrealización la obtención de un empleo de tiempo completo para poder dar sustento material a su hogar. Por ello, los varones ingresan en ese tipo de trabajos. Sin embargo, es escandaloso que una tercera parte de la población ocupada masculina trabaje en empleos con jornadas mayores a las estipuladas por ley. Este simple hecho también habla de algún grado de precarización del trabajo. Hay un dato adicional respecto a las jornadas laborales que complejiza aún más el análisis comparativo de las condiciones de trabajo de mujeres y hombres. En México, el 60% de los trabajadores y el 96% de las trabajadoras realizan trabajo doméstico.10 Sin embargo, entre los hombres ocupados que reportan realizar este tipo de trabajo, la mitad le dedica menos de 15 horas semanales. En contraste, es claro que la inmensa mayoría de las mujeres ocupadas no abandonan las labores del hogar por el hecho de realizar trabajo para el mercado. Pero además sobresale que más de la mitad de la población ocupada femenina (alrededor del 70%) dedica más de 15 horas semanales al trabajo doméstico. Es decir, se trata de mujeres que padecen

la llamada “doble jornada” y, por tanto, se encuentran sobrecargadas de trabajo.

4. Conclusiones: ¿qué demandas, necesidades este tipo de población? En este breve panorama de las características y condiciones de las trabajadoras mexicanas queda claro que la participación femenina en el trabajo para el mercado, aunque creciente, aún se encuentra lejos del nivel de participación masculina, así como de la correspondiente de las mujeres que viven en los países llamados “desarrollados”. Todavía ni siquiera la mitad de las mujeres de 14 años y más forma parte de la PEA. También vimos que la variación de la proporción de mujeres activas y de su tipo de participación en el mercado va de la mano tanto con la evolución de los fenómenos económicos, como con la propia inercia de la reproducción de cierto tipo de relaciones de género. De esa población activa femenina, la desempleada es relativamente menor; pero quedarse con ese dato no es suficiente, pues siempre es preciso buscar más indicadores que arrojen luz sobre las condiciones reales de trabajo de mujeres y hombres. En cuanto a la población femenina ocupada, analizamos algunas de sus características sociodemográficas, a partir de lo cual podemos concluir que en general buena parte de las trabajadoras no se encuentran unidas (pero el hecho de casarse o vivir en unión libre no parece implicar que salgan del mercado de trabajo), no son jefas de hogar, sino cónyuges del jefe de hogar o hijas y tienen entre 1 y dos hijos; asimismo, la gran mayoría trabajan en el sector terciario de la economía y en segundo lugar en el sector secundario. Las condiciones de trabajo de las mujeres no son las más halagüeñas. En general presentan circunstancias más adversas que los trabajadores varones, pero

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Aunque ya hemos mencionado el concepto y en general no suele haber equívocos a la hora de utilizarlo, vale la pena precisarlo. Entendemos por trabajo doméstico aquellas tareas no remuneradas ejercidas por y para los miembros del hogar, tareas que pueden ser reemplazadas por productos mercantiles o servicios remunerados cuando los ingresos, la situación del mercado y las preferencias permiten transferir servicios a un tercero. Así, este tipo de trabajo incluye: tareas de limpieza (barrer, lavar, trapear, sacudir, etc.), de producción y procesamiento de alimentos (cocinar, poner la mesa, servir la comida, etc.), reparación y mantenimiento de la vivienda, cuidado de niños, ancianos y enfermos, pago de servicios para el hogar, compra de víveres y artefactos para el consumo del hogar, transporte de los miembros de la familia, etc.

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las diferencias entre ambos no son tan espectaculares. Quizá en el rubro de los salarios y en el de la jornada laboral se encuentran las diferencias más significativas entre unas y otros, sobre todo por el fenómeno de la “doble jornada”, un problema típicamente femenino cuya base se encuentra nada menos que en una división sexual del trabajo hondamente desigual. Este es un aspecto que no discutimos a detalle aquí, pero cuya importancia resalta en el hecho de que esta división del trabajo estructura buena parte de la organización social y de las subjetividades diferenciadas y diferenciadoras de género.

trabajadoras son sujetos activos al igual que los trabajadores varones. El 8 de marzo es una oportunidad para insistir en la necesidad de esta convergencia, sin la cual el género se queda como una categoría despolitizada o “políticamente correcta”, pero sin sustento material; o bien, el análisis de clase peca de una engañosa neutralidad de género que evidencia la dominación de clase, pero esconde (y contribuye a reproducir) la dominación masculina.

Referencias bibliográficas Encontramos que, aunque algunas condiciones laborales son similares entre mujeres y hombres (o al menos no tan desiguales como pudiera pensarse), esto no se debe necesariamente a un sistemático mejoramiento de la condición social femenina, sino a una nivelación social de mujeres y hombres “a la baja”, producto de un contexto económico y político progresivamente hostil a los intereses de la clase trabajadora. Este contexto puede ser fácilmente caracterizado si traemos a cuento las décadas de aplicación de políticas neoliberales que han disminuido considerablemente el poder adquisitivo, desmantelado los servicios públicos (salud y educación entre los más importantes) y la seguridad social, minado el poder de negociación de los sindicatos y aumentado el poderío del gran capital. Ante esta situación se hace imperativo procurar un entendimiento integral de la situación de las trabajadoras. No basta con señalar las aparentemente sempiternas desigualdades de género en su especificidad, las cuales siempre dejan varios pasos atrás a las mujeres. Por ese camino es muy fácil caer en la mera victimización femenina, muy efectiva para captar la compasión, la indignación y la encendida reivindicación feminista, pero poco eficaz para ayudarnos a comprender cabalmente el estado real de la cuestión y, por tanto, para proponer vías factibles de lucha con la finalidad de superar el atraso en la situación de las trabajadoras.

Brachet, Sara, “Les résistances des hommes à la double émancipation. Pratiques autour du congé parental en Suède” en Sociétés Contemporaines, no. 65, 2007, pp. 175-197. Chávez Hoyos, Marina, Trabajo femenino: las nuevas desigualdades, México, Instituto de Investigaciones Económicas, UNAM, 2010. González González, María Luisa, “Mujer, fecundidad y trabajo” en González Marín María Luisa (coord.), Mitos y realidades del mundo laboral y familiar de las mujeres mexicanas, México, Siglo XXI, 1997. OIT, “El desempleo en América Latina y el Caribe bajó a niveles históricos y mantendrá esta tendencia en 2013”. Disponible en: <http://ilo.org/americas/sala-de-prensa/WCMS_195955/lang--es/index. htm>. Consultado el 3 de marzo de 2014. Rendón, Teresa, Trabajo de hombres y trabajo de mujeres en el México del siglo XX, UNAM, 2003. Rojas, Olga Lorena, Paternidad y vida familiar en México. Un estudio del desempeño masculino en los procesos reproductivos y en la vida doméstica, México, COLMEX, 2008.

Es preciso vincular el análisis de género con el de las relaciones y condiciones de clase en las cuales las

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Lo que no es el feminismo Mauricio Dimeo

© RussBowling/Flickr

Introducción Muchos son los prejuicios en torno al feminismo y pocos los escritos que con un lenguaje claro y directo busquen desmentirlos. En este escrito se busca explicar lo que es el feminismo, partiendo de un análisis filosófico. Considero que este análisis es importante en la medida en que el movimiento feminista ha conseguido importantes logros como el derecho al voto, la igualdad ante la ley y los derechos reproductivos, también lucha por demandas sociales como el combate al feminicidio (asesinato de una persona por causa de ser mujer) y por mejores condiciones laborales. Podemos encontrar luchas por los derechos de las mujeres desde la Edad Media, pero más claramente a partir de la Ilustración, con la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, proclamados por Olympe de Gouges. Posteriormente, se desarrollaron varios acontecimientos que fueron cruciales para la conformación del feminismo, tales como el día internacional de la mujer, el cual conmemora la lucha de la mujer por su participación, en pié de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo integral como persona. El 28 de febrero de 1909 se celebró por primera vez bajo el nombre del día de las mujeres socialistas, tras una declaración del Partido socialista de los Estados Unidos. En agosto de 1910 en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, reunida en Copenha-

gue, se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la mujer trabajadora. El 25 de marzo de 1911 más de 140 jóvenes trabajadoras, la mayoría inmigrantes, murieron en el trágico incendio en la fábrica de camisas Triangle Shirtwaise de Nueva York, por malas condiciones laborales y en las celebraciones posteriores del Día internacional de la mujer se hizo referencia a las condiciones laborales que condujeron al desastre. De este modo, el día internacional de la mujer no es un segundo día de la madre, sino un referente de lucha de las mujeres por su reconocimiento.

1. El feminismo no está en contra de los hombres. La situación de las mujeres es el indicador del nivel de progreso y civilización de una sociedad. Fourier

El error más común cuando se habla de feminismo es creer que es exactamente lo opuesto al machismo, es decir, si el machismo considera a la mujer inferior al hombre, el feminismo consideraría al hombre como inferior a la mujer, pero esto es totalmente falso. Podemos englobar en el término sexismo a toda postura que pretenda que uno de los sexos es superior al otro (machismo o hembrismo, respectivamente), en tanto que el feminismo es la superación del sexismo, dado que puede definirse como un conjunto heterogéneo de ideologías y de movimientos políticos, culturales y económicos que tienen como objetivo la igualdad de derechos entre varones y mujeres. Decir igualdad de derechos significa que no se asume ingenuamente

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que mujeres y hombres somos iguales, sino que a partir de las diferencias, se forje una igualdad en oportunidades. La cuestión está en saber si actualmente es pertinente el feminismo, ya que suele asumirse que en la sociedad actual, hombres y mujeres disfrutan los mismos derechos. Si bien se han logrado varias conquistas como el ingreso de las mujeres al mercado laboral, el derecho al voto y a ser votadas o incluso el derecho a manifestar sus opiniones públicamente; se está lejos de una igualdad de oportunidades. Por la misma línea, medidas referentes a la equidad de género pretenden ser la mejor opción, pero en el fondo sólo sirven como contención. Ya que la noción de equidad (que es una forma de discriminación positiva) busca compensar una desigualdad sin ir al fondo del problema. Por ejemplo, se exige que un determinado número de puestos directivos se otorguen a mujeres, lo cual sólo obliga a que artificialmente haya cierta igualdad, pero no resuelve el problema de fondo: que en nuestra sociedad las mujeres tienen menor acceso al espacio público. Por otra parte, en México las mujeres ganan 20% menos que los hombres.1 Otro ejemplo, los transportes o secciones de transportes exclusivos de mujeres pretenden proteger a las mujeres del acoso sexual, pero no se está combatiendo la razón de fondo, sino que reproducen una imagen de la mujer vulnerable, como una entidad pasiva incapaz de defenderse. Por el contrario, el Estado debe garantizar el libre acceso de las mujeres no sólo al transporte colectivo, sino a todo espacio público como las calles, donde no se criminalice a la mujer como “provocadora” de posibles violaciones, sino al hombre enajenado que no es capaz de percibir a la mujer como una persona, sino como un objeto sexual. Es decir, lo que está de fondo no es un buen salario o el acceso a puestos directivos o a un transporte seguro, sino la exclusión de las mujeres al poder, a la autonomía económica y al empoderamiento del espacio público, en una sociedad dominada por hombres.

En ese sentido, el feminismo no sólo combate al sexismo (machismo o hembrismo), dado que éste es producto del patriarcado el cual “puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo–políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia”.2 En pocas palabras, el feminismo no está en contra de los hombres, sino que partiendo del reconocimiento de la diferencia entre hombres y mujeres busca la igualdad de oportunidades, mismas que no son suficientes en nuestra sociedad capitalista-patriarcal, la cual solo puede construir soluciones ineficaces mediante políticas públicas pro equidad que no buscan transformar las relaciones materiales de fondo sino construir discursos estériles que mediaticen los verdaderos cambios. Algunos tipos de feminismo creen que sólo transformando de manera radical la realidad política, económica y cultural es posible construir una verdadera igualdad de oportunidades.

2. El feminismo no está en contra de que la mujer sea madre. Las más explotadas son las madres de nuestro pueblo. Ellas están de manos y pies amarrados por la dependencia económica. Son forzadas a venderse en el mercado de la boda, como sus hermanas prostitutas en el mercado público. Friedrich Engels

Para iniciar esta problemática habría que preguntarse: ¿Qué es ser mujer? Y ¿Qué es ser hombre? Las respuestas tradicionales suelen basarse en una idea sobrenatural (se es hombre o mujer de acuerdo a la creación divina) o se basan en una noción naturalista (se es hombre o mujer de acuerdo al sexo con el que

1

Roberto González Amador, “En México las mujeres ganan 20% menos que los hombres: BM”, en La Jornada, 19 de septiembre de 2011, p. 34. 2

Marta Fontenla, “Patriarcado”, en Susana Gamba (Coord.), Diccionario de estudios de género y feminismos, Buenos Aires, Biblos, 2008.

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se nace). Sin embargo, no es lo mismo ser hombre o mujer en la actualidad que en la prehistoria, en México o en China, así como cada hombre o mujer es un ser humano único e irrepetible, de modo que el género no es algo que podamos determinar tajantemente sino, como sostiene Marta Lamas, el género es “la construcción cultural de la diferencia sexual”3 es decir, cada persona va construyendo su ser hombre o su ser mujer de acuerdo a su contexto histórico y a su desarrollo personal. En tal sentido, el feminismo no está en contra de que las mujeres sean madres, sino que la sociedad patriarcal imponga una noción de ser mujer principalmente como ser madre. Es decir, hay muchas maneras de ser mujer, ya que puede realizarse profesionalmente, políticamente, deportivamente y de infinitos modos, no sólo como madre. Incluso, en nuestra sociedad se exige que la mujer se realice como madre de un modo excluyente: como la madre abnegada que da todo por sus hijos sin pensar en sí misma, limitando la posibilidad de las mujeres a forjarse una maternidad propia y en libertad. Asimismo, la discusión sobre la despenalización del aborto es en el fondo un debate sobre si la mujer tiene el derecho a decidir cuándo y cómo ser madre o no, dado que si no tiene la posibilidad de interrumpir su embarazo significa que tampoco tienen derecho a decidir sobre su cuerpo, sobre sí misma y sobre cómo desea ser mujer. Esto reside en que durante miles de años las mujeres han sido recluidas al espacio privado de la familia mientras los hombres atendían el espacio público. Aunque actualmente han mejorado las oportunidades para las mujeres en dicho espacio, culturalmente se ha avanzado poco. Asimismo, existe un concepto sumamente despectivo para descalificar a las mujeres (puta), el cual obedece a un mecanismo de reclusión de la mujer al espacio privado, es decir, toda vez que las mujeres buscan ser reconocidas en el espacio público, que buscan ser dueñas de su sexualidad, que exigen vestirse como más les agrade: son acreedoras

de dicho adjetivo. Al mismo tiempo, su equivalente en masculino (puto) pretende discriminar a todo hombre que muestre características no aprobadas como masculinas: sus sentimientos, sus debilidades e incluso su capacidad de amar. Para combatir dichas concepciones no basta con un cambio de actitud individual, pues como versa la frase célebre de Kate Millet: “lo personal es político”, que se refiere a que históricamente se ha excluido a la mujer del espacio público y por ende de la historia social, por lo que su empoderamiento implica visibilizar dicha exclusión mostrando que los asuntos del hogar y de la sexualidad no son llanamente personales sino formas de dominación masculina. Por otra parte, la prostitución suele ser falsamente combatida porque se asume que la mujer debe restringir su sexualidad a su marido. Pero ambas prácticas son reprobables, es decir, si asumimos que cada mujer debe decidir sobre sí misma, es tan represivo que venda su cuerpo de una sola vez y para siempre a un solo hombre, a que se rente a varios hombres por dinero. En ambos casos se está usando el cuerpo de la mujer como una mercancía y su ser mujer como objeto. Esto no significa que criminalicemos a las mujeres que se dedican a la prostitución, pues hay que considerar que en nuestra sociedad machista-patriarcal las oportunidades de desarrollo son limitadas, por lo que muchas mujeres se ven orilladas a rentar su cuerpo para ganarse la vida, actividad que no deber ser considerada como indigna pero que también forma parte de un proceso de fetichizar el cuerpo de la mujer en pro de brindarle goce y disfrute al otro/otra, además de que muchas prostitutas son madres solteras. Incluso, la prostitución a nivel mundial es en su mayoría trata de personas. En consecuencia, la mayor parte de la responsabilidad de que exista esta actividad está en una sociedad capitalista que brinda escasas oportunidades de educación y empleo, en una gran red de trata sexual dirigida principalmente por hombres y en que la mayoría de los consumidores son hombres.

3

Marta Lamas (comp.), El género: la construcción cultural de la diferencia sexual, México, Miguel Ángel Porrúa, Programa Universitario de Estudios de Género-UNAM, 1996, p. 332.

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En síntesis, en esta sociedad las mujeres tienen pocas posibilidades de realizarse libremente, ya que se les obliga a recluirse al espacio privado de ser madres tradicionales. En el espacio público se les orilla a prostituirse (o en todo caso a usar sus atributos físicos para acceder a espacios privilegiados) y, no obstante, si son víctimas de una violación o de un feminicidio (asesinato de una mujer por razones de género), se les criminaliza como incitadoras o se les victimiza, es decir, no sólo se les impide decidir sobre su sexualidad, sino que si lo intentan son agredidas y asesinadas.

3. El feminismo no está en contra de la feminidad. Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas.

Mary Wollstonecraft

Desde la antigüedad, la cultura ha impuesto una noción de hombre y mujer polarizada, donde las construcciones sociales masculinas y femeninas se asumen como excluyentes y contrapuestas. Es así que ser mujer se asocia a estereotipos como la afectividad, la fertilidad, la domesticación, la docilidad, la pasividad, la timidez o la delicadeza, como si una mujer que no tuviera estas virtudes fuera menos mujer o no tuviera una identidad aceptable. Al mismo tiempo, ser hombre se asocia a ser fuerte, valiente o agresivo, entre otros; como si un hombre no tuviera la posibilidad de mostrar sus sentimientos. Sin embargo, tanto hombres como mujeres tenemos rasgos masculinos y femeninos que tendríamos que desarrollar libremente para ser seres humanos integrales. Lamentablemente, la sociedad posee mecanismos de represión de nuestro género, tales como los modelos masculinos de caballero o héroe o los femeninos de dama, reina o princesa, donde se le exige al hombre ser el proveedor infalible que nunca se cansa y tratar a la mujer como si no pudiera valerse por sí misma. Es decir, la caballerosidad lejos de dignificar a la mujer la trata de manera infantilizada; al mismo

tiempo a la mujer se le exige ser princesa, aquella que no trabaja, que no estudia y no toma decisiones, sino que espera pasivamente la respuesta de su pareja, es decir, la mujer pierde autonomía e independencia, se infantiliza.4 Además, se exige de la mujer que se transforme en una muñeca de porcelana, es decir, se exagera su cuidado personal al grado de no poder caminar por los tacones (con el correspondiente daño ortopédico) no poder asir por las uñas largas, no poder correr por la minifalda, morirse de frío por el escote y no poder llorar o sudar por el maquillaje, además de depilarse las zonas íntimas conllevando irritación y riesgo de infección. De este modo, la mujer pierde su humanidad para convertirse en un objeto de deseo, para ello se genera el mecanismo de la moda, que les dicta a las mujeres cómo arreglarse para ser aceptadas, valoradas y reconocidas en sociedad, limitando así sus posibilidades de desarrollo físico y mental, pues hasta la inocencia y la jovialidad son exaltadas. En contraste, el concepto de “bruja” es utilizado para castigar a toda mujer que asuma el costo político de ser autónoma, puesto que históricamente una bruja es aquella mujer que posee conocimiento de herbolaria, que no necesita de un hombre, de un cuidado personal excesivo o de tener hijos para realizarse. Al contrario, su ser mujer radica en ser capaz de transformar su medio, en no preocuparse por su apariencia física, en tener fortaleza mental, corporal y volar en una escoba no es otra cosa que un símbolo de su propia emancipación, de su lucha por la libertad. De modo que en una sociedad patriarcal resulta peligroso y poco funcional que una mujer tenga conocimiento y decida sobre su propio cuerpo, por lo que el castigo solía ser quemarlas vivas. En pocas palabras, el feminismo no está en contra de la feminidad, sino de una feminidad excluyente, como construcción perversa de una masculinidad impositiva,5 que limita a la mujer a ser un trofeo del héroe, o una muñeca de porcelana del caballero.

4

Norma Magrovejo, (2008), La feminidad, construcción perversa de la masculinidad, http://normamogrovejo.blogspot.mx/2013/01/ la-feminineidad-construccion-perversa.html, Consultado el 19 de mayo de 2013. 5

Ibidem.

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4. El feminismo no está en contra del amor La violación entró en el derecho por la puerta trasera, como si fuera un crimen contra la propiedad de algunos hombres por otros hombres. Las mujeres, por supuesto fueron consideradas la propiedad. Susan Brownmiller

Como señala Herrera, “el amor romántico es la herramienta más potente para controlar y someter a las mujeres”.6 Esto no significa que el feminismo esté en contra del amor, sino que así como está en contra de una maternidad impuesta y de una feminidad excluyente, también combate un amor impositivo. En otras palabras, el amor de pareja para ser un amor sano tiene que construirse en una relación de igualdad, de solidaridad, pero sobre todo de realismo, donde se busque ser objetivo con respecto a las expectativas y posibilidades de cada pareja. Por el contrario, el amor romántico exagera las expectativas, haciendo de dicho amor el más importante objetivo de las mujeres de modo que no sólo esté dispuesta a dar todo por amor, sino que también lo sacrifique todo por conseguirlo. Incluso que soporte situaciones de abuso, maltrato y humillación. Nos han vendido la idea de que el amor verdadero es lo único que da sentido a nuestras vidas, pero en el fondo es una falsa ilusión. El amor romántico es el mejor mecanismo para adormecer a las mujeres y que no tomen consciencia de la exclusión social en la que viven, en tanto que “si gozásemos de los mismos recursos económicos y pudiésemos criar a nuestros bebés en comunidad, no tendríamos relaciones basadas en la necesidad; amaríamos con mucha más libertad”.8 Por el contrario, como en el matrimonio suele darse una dependencia económica, el amor termina por ser un chantaje y una tragedia cuando es defraudado.

Porque es más bien un desamor, producto de la desigualdad, donde la mujer ama subyugada, subordinada, como si su marido fuera un ser superior. Por eso resulta tan atractivo el marido rico y poderoso, así como se vuelve indispensable atraerlo con los atributos físicos, pero nadie es rico y poderoso sin someter y sobajar a los demás, por lo que no se puede esperar un amor igualitario y comprensivo de ese tipo de hombres, quienes por su virilidad y orgullo son capaces de matar. Es por esto que necesitamos “otros modelos amorosos que no estén basados en luchas de poder para dominarnos o someternos. Otros modelos femeninos y masculinos que no estén basados en la fragilidad de unas y la brutalidad de otros.7 Por lo tanto, el feminismo no está en contra del amor de pareja, sino de ese amor romántico obsesivo y violento que provoca numerosos feminicidios por supuestos crímenes de amor y que en el mejor de los casos ilusiona y subordina a la mujer, mientras que el hombre promedio es incapaz de llenar las expectativas de dinero y poder que se le exigen.

5. El feminismo no está en contra de la heterosexualidad. En sí, la homosexualidad está tan limitada como la heterosexualidad: lo ideal sería ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación. Simone De Beauvoir

Es un prejuicio común creer que para ser feminista se tiene que ser lesbiana, pero esto es una exageración. Por el contrario, el feminismo no está en contra de la heterosexualidad como tal, sino de una heterosexualidad impuesta y excluyente que, por un lado, discrimina y humilla a los hombres homosexuales como si su orientación les provocara valer menos como personas y, por otro lado, sólo tolera el lesbianismo como una forma de espectáculo para los hombres.

6 Coral Herrera Gómez (2012), “La violencia de género y el amor romántico”, en Pikara Magazine, http://www.pikaramagazine. com/2012/11/la-violencia-de-genero-y-el-amor-romanticocoral-herrera-gomez-expone-que-el-romanticismo-es-el-mecanismocultural-mas-potente-para-perpetuar-el-patriarcado/, Consultado 21 de mayo de 2013. 7

Ibidem

8

Ibidem

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El argumento básico de la fobia a la diversidad sexual (lesbofobia, homofobia, bifobia) reside en suponer que no es una práctica natural, ya que se asume que todos los animales son heterosexuales. Sin embargo este naturalismo burdo desconoce que en el reino animal existe una diversidad sexual inmensa, donde “existen más de 1500 especies de animales homosexuales en el mundo.”8 Pero tampoco podemos afirmar que nuestra sexualidad se reduce a una función animal, ya que es ante todo una construcción social, producto de nuestro contexto histórico. Asimismo, “la sexualidad humana es en esencia de naturaleza plástica y bisexual. La heterosexualidad exclusiva es, por lo tanto, una restricción institucional sobre la sexualidad”.9 En otras palabras, todos nacemos bisexuales pero nuestra cultura patriarcal nos impone una heterosexualidad exclusiva, la cual subordina a la mujer y a quien no sea heterosexual, eso obedece a varios factores, “la tendencia a la heterosexualidad exclusiva resulta de tres fuerzas causales: intensificación de la rivalidad intragénero; la represión relativa al género inherente al proceso de socialización, y la necesidad simbólica de mediar una percepción severamente dicotomizada del mundo social y natural. Podríamos etiquetar estas tres fuerzas como social, psicológica y simbólica”.10 En ese sentido, el mecanismo que fuerza a la heterosexualidad está profundamente anclado en nuestra cultura desde hace miles de años, cuando el patriarcado tomó las riendas de la civilización. Por el contrario, el feminismo no está en contra de la heterosexualidad, sino que está a favor de que cada persona practique libremente su sexualidad, ya sea en identidad (masculina, femenina o andrógina) o en orientación (hetero, homo o bi), en tanto que la sexualidad humana es sumamente compleja y no reductible a una función genital.

6. El feminismo no es ajeno a la desigualdad social. La feminización de la pobreza es un hecho. La falta de oportunidades de empleo acordes con la formación, otro. El acoso y, cuando cabe, la violencia, otro más. Todo ello para un colectivo cuyo único defecto visible parece ser el no haber tenido la previsión de nacer con otro sexo. Amelia Valcárcel

El machismo afecta a mujeres de todas las clases sociales, mas no por esto podemos obviar que es más agudo en las mujeres desposeídas que en las poseedoras o esposas de poseedores. No todos los feminismos toman partido ante la desigualdad económica dado que el clasismo y el sexismo son fenómenos sumamente complejos y trasversales. Discutir si es más importante la lucha contra el capitalismo o la lucha contra el patriarcado es un falso dilema, dado que ambos conforman un sistema social excluyente, donde sólo el hombre blanco, poseedor, heterosexual, varonil, padre de familia y sexualmente potente es plenamente aceptado y valorado. Es decir, no podemos desvincular la opresión económica y la opresión patriarcal, en la medida en que ambas surgieron con la civilización. En otras palabras, es tan ingenuo creer que se puede combatir el machismo sin poner en duda un sistema económico sumamente desigual; como suponer que se debe buscar la revolución social y que el machismo se extinguirá por sí solo. Ambos, capitalismo y patriarcado, forman parte de una política sistemática de subordinación, es decir, son dos aspectos de un solo problema que sólo puede ser combatido mediante la lucha política, que requiere la organización, la visibilización y el combate ideológico, entre otros factores. Esto no significa que el feminismo deba llamarse “feminismo socialista” o que el socialismo deba ahora ser “socialismo feminista”, sino que ambas teorías,

8

P. Fernando, “La homosexualidad en animales”, en Ojo científico, http://www.ojocientifico.com/4247/la-homosexualidad-en-losanimales, Consultado el 22 de mayo de 2013. 9

Salvatore Cucchiari, “La revolución de género y la transición de la horda bisexual a la banda patrilocal: los orígenes de la jerarquía de género”, en Marta Lamas (coord.), El género: la construcción cultural de la diferencia sexual, México, Miguel Ángel Porrúa, Programa Universitario de Estudios de Género–UNAM, 1996, 199. 10

Ibidem, P. 231

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si son congruentes, se incluirán mutuamente en sus fundamentos dado que ambas luchan por una vida digna para todas las personas. Cabe mencionar que existen otras luchas importantes como la preservación de la naturaleza, el combate al maltrato animal, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, la lucha contra el racismo y el combate a la homofobia, entre otros. Pero todos estos problemas son consecuencia del sistema capitalista y patriarcal, de modo que debemos buscar la emancipación de la mujer y de los desposeídos; todo lo demás se dará por añadidura.

7. El feminismo no sólo es cuestión de mujeres. El machismo no es sólo cuestión de hombres.

Si vives el machismo peleas por nada. Es como la selva, ¿entendés? Crees que el más fuerte sobrevive, pero al final todos mueren. Humberto Urbina Mendoza, ex-pandillero

La lucha feminista no es sólo cuestión de mujeres, dado que el machismo afecta también a los hombres en cierta medida, ya sea porque discrimina a los noheterosexuales, porque promueve una masculinidad represiva o porque impone patrones exagerados para el hombre promedio, como el ser héroe, poderoso, rico, invulnerable, genitalmente infalible y dominante. En ese sentido, aun cuando el machismo sea una herramienta de dominio del hombre sobre la mujer, el dominador termina siendo presa de su dominio. De modo que el hombre machista sufre su propio machismo. Esto es evidente con el concepto de “puto” que se usa para discriminar a todo hombre que muestre sensibilidad, pero también se utiliza bajo cualquier pretexto como adjetivo descalificativo. Por otra parte, el machismo también está en las mujeres, ya sea porque educan a sus hijos en esa lógica o porque su conducta avala y promueve al machismo. Es decir, no podemos tomar una postura paternalista que asuma a las mujeres como simples víctimas del

machismo dado que tienen cierta responsabilidad en la reproducción de nuestra cultura patriarcal. Además, existen posturas que pretendiendo combatir el machismo logran el efecto contrario, por ejemplo, aquellas que creen dominar a los hombres con sus encantos y atributos no hacen otra cosa que jalar de las cadenas a las que están atadas. Un verdadero combate al machismo no radica en jugar con la feminidad impuesta culturalmente, sino en romper con dichos esquemas. Dicho de otro modo, una mujer no se libera cuando es una “cabrona” (aquella que manipula a los hombres con sus atributos y máscaras), sino cuando es una “bruja” (aquella que no requiere de un hombre o de patrones machistas para realizarse como persona). Del mismo modo, la única forma en que el hombre puede combatir el machismo (que también sufre) será tomando una postura feminista que consiste en solidarizarse con la emancipación de la mujer. Así como en transformar su actitud y comportamiento con las mujeres y con los mismos hombres, de modo que sea capaz de forjar relaciones igualitarias y emancipadoras.

Conclusión Hemos visto que el feminismo es una postura política que busca la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, así también combatir al machismo como una forma de dominación y opresión de género. En ese sentido, algunos feminismos buscan una transformación radical de la sociedad donde no exista una maternidad impuesta, una feminidad o masculinidad excluyentes, un amor ilusorio y violento, una heterosexualidad impositiva, una feminización de la pobreza y sobre todo relaciones humanas exclusivamente de subordinación y dominación. Por el contrario, el feminismo tiene como meta la emancipación humana, donde cada mujer y cada hombre pueda desarrollar plenamente su humanidad, decidiendo libremente su maternidad o paternidad, su feminidad o masculinidad, su forma de amar y su

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orientación sexual, disfrutando de una vida digna y sobre todo disfrutando de relaciones igualitarias. Por eso la conmemoración del 8 de marzo debe ser para reivindicar la lucha de las mujeres por sus derechos y contra la feminización de la pobreza.

Bibliografía Fernando P, (2013) “La homosexualidad en animales” en Ojo científico. en: http://www.ojocientifico. com/4247/la-homosexualidad-en-los-animales, Consultado el 22 de mayo de 2013. Fontenla, Marta. “Patriarcado” en Susana Gamba, (Coord.) Diccionario de estudios de género y feminismos, Buenos Aires, Biblos, 2008. González Amador, Roberto, “En México las mujeres ganan 20% menos que los hombres: BM”, en La Jornada, 19 de septiembre de 2011, p. 34. Herrera Gómez, Coral. (2012). “La violencia de género y el amor romántico” en Pikara Magazine, en: http://www.pikaramagazine.com/2012/11/ la-violencia-de-genero-y-el-amor-romanticocoralherrera-gomez-expone-que-el-romanticismo-esel-mecanismo-cultural-mas-potente-para-perpetuar-el-patriarcado/, Consultado el 21 de mayo de 2013. Lamas, Marta (Comp.), El género: la construcción cultural de la diferencia sexual, México, Miguel Ángel Porrúa, Programa Universitario de Estudios de Género-UNAM, 1996. Mogrovejo, Norma (2013). La feminidad, construcción perversa de la masculinidad, http://normamogrovejo.blogspot.mx/2013/01/la-feminineidad-construccion-perversa.html, Consultado el 19 de mayo de 2013.

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Reflexiones sobre la lucha de las trabajadoras: Acercamiento desde la perspectiva clasista Eduardo A. López Pérez

© NMarritz/Flickr

Si bien el 8 de marzo es una conmemoración ganada con el apoyo de diversas tendencias socialistas, incluyendo al anarquismo, las relaciones entre demandas específicas de las mujeres en el contexto el capitalismo y el movimiento obrero, suelen ser conflictivas. Tales problemas derivan justamente de que la lucha de clases es un hecho concreto que al desplegarse en la práctica terrenal, cotidiana, se presenta como un choque entre los intereses de clase y las formas de convivencia tradicionales que han sido asimiladas hasta la inconsciencia por cada uno de los individuos masculinos de la clase trabajadora.

Hasta aquí podemos establecer que si bien el pensamiento, o mejor dicho las corrientes de pensamiento socialista, no son suficientes por sí mismas para superar en los hechos cotidianos al patriarcado como eje rector de las relaciones entre hombres y mujeres (los roles sociales que son asignados según el género de cada cual); no en vano es que feministas (socialistas y no socialistas) han denunciado la persistencia de actitudes que relegan la participación de las mujeres en las organizaciones obreras, situación que en algunos círculos ha sido correctamente definida como la persistencia del machismo-leninismo.

El colapso del Bloque Soviético debilitó severamente el contenido y alcances de la conmemoración hasta el punto de diluir la noción clasista. Por su parte, el avance del liberalismo burgués tuvo por resultado que a nivel de los organismos internacionales se fueron atomizando las demandas de las trabajadoras con la creación de otras conmemoraciones identificadas con “las mujeres”. En esos términos, tanto el 8 de marzo como el conjunto de las demandas de las trabajadoras ha sido asimilado por el capitalismo al reducirlos a formas que puede tolerar o despreciar a conveniencia de cada grupo de burgueses. Es decir, se presenta un discurso paradójico en que las empresas colocan al trabajo femenino en inferioridad de condiciones respecto a sus pares masculinos, pero promueven políticas (sea en el ámbito laboral o de gobierno) con “perspectiva de género” convirtiendo tal práctica en algo políticamente correcto.

Pero, por el lado opuesto, los socialismos han sido un promotor determinante para el avance de las demandas de las trabajadoras por caminos más profundos. En ese sentido es preciso destacar el papel de las Asociaciones Internacionales de Trabajadores en la promoción del mejoramiento de las condiciones laborales de las trabajadoras y en la liberación de las mujeres. Cabe destacar la trascendencia de feministas socialistas de la talla de Clara Zetkin, Alejandra Kollontai o Inessa Armand, cuyas propuestas iban mucho más lejos que el sufragismo impulsado por las feministas burguesas. I. Encuentros y desencuentros: algunos elementos sobre las luchas feministas Pese a lo anterior, el pensamiento socialista también ha incurrido en severos errores respecto a las demandas de las trabajadoras. Máxime que la dispu-

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ta por el poder político en la Unión Soviética, tras la muerte de Lenin, hizo que apareciesen dos facciones tendientes a la fragmentación y debilitamiento (organizativo e ideológico) de la clase trabajadora. El estalinismo presentó enormes resistencias ante las demandas de las trabajadoras, en ocasiones haciendo volver sus condiciones de vida a le era prerrevolucionaria. En esos términos las actitudes misóginas en el interior de los partidos comunistas del mundo se volvieron una constante, aunque, es cierto, las propias militantes comunistas consiguieron limitar en varios puntos la tendencia al estalinismo. Por su parte, el trotskismo solamente asumió las demandas de las trabajadoras por oposición al estalinismo; su protección de algunas pensadoras feministas militantes comunistas fue más un acto de corrección política, pero al mismo tiempo de oportunismo. El segundo se demuestra en la proliferación de las mismas actitudes misóginas prevalecientes en el estalinismo. La inconsecuencia sumada a los cambios políticoideológicos, derivados de los movimientos sociales de 1968, condicionaron la aparición de un feminismo más radical y, en muchos casos, de ruptura, parcial o total, con la causa obrera. Las diversas ramas del comunismo enfrentaron un doble proceso: por un lado, la radicalización de sus militantes más interesadas en las demandas de las mujeres, al tiempo que una parte de esas comunistas terminaron por romper con sus organizaciones de origen. Por su parte, los partidos socialdemócratas –para entonces más cercanos al liberalismo burgués, a raíz del proceso de desestaliniazación de la Unión Soviética—, fueron fortaleciendo su posición al dar cobijo a los feminismos, principalmente en el caso de las naciones escandinavas, las cuales casi siempre replantearon su base ideológica en las teorías propuestas por Simone de Beauvoir, en reemplazo de las nociones comunistas. En ese marco fue que hacia mediados de los setenta, y con la anuencia de las naciones del bloque socialista, el día de las trabajadoras se internacionalizó al ser adoptado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) bajo la denominación de “Día Interna-

cional de la Mujer”, con el objetivo de promover los derechos de las mujeres. En los 20 ó 25 años más recientes la actitud de las organizaciones socialistas ha cambiado muy poco en el fondo. So pretexto de ser una cuestión secundaria, se ha pospuesto el desarrollo de una sistemática práctica transformadora en las relaciones entre mujeres y hombres; con ello se perpetúan las actitudes misóginas entre los militantes. Mientras que en lo teórico se asumen sin mayor crítica postulados idealistas provenientes del postmodernismo, en lugar de colocar en el centro los intereses de clase. En esos términos se pospone el avance hacia una liberación al mismo tiempo de clase y de género.

Feminismo hoy: recuento provisional de puntos sobre los que hay que tener cuidado Las condiciones sociales construidas con base en las relaciones capitalistas han ido generando los instrumentos técnicos e intelectuales necesarios para socavar las formas históricas de la división social del trabajo. Generación tras generación se suprimen argumentos para sostener los llamados roles tradicionales de género, con ello también al modelo “tradicional” de familia y las formas de socialización de las mujeres. Tal realidad tiene su correlato en la creciente efervescencia de los pensamientos que promueven la liberación de las mujeres. A la inversa, se demuestra que en esa necesidad se carece de una conciencia clasista; cada rama del feminismo atiende a las condiciones específicas de vida e intereses particulares del sector al que pertenecen las mujeres que postulan cada teoría. Las feministas anglosajonas, liberales, poseedoras de grados académicos, una vida desahogada e influencia política en ciertos círculos producen teorías muy diversas a las de sus pares que habitan en naciones subdesarrolladas, incluso cuando éstas poseen privilegios sociales similares o equivalentes a los de las primeras. Más distancia existe aún con respecto a las vertientes surgidas entre los grupos de obreras e indígenas –a su vez distintas entre sí— cuyo elemento distintivo es el pragmatismo. Por esas grandes dife-

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rencias es que no se puede meter en un mismo saco a todo el feminismo, ni siquiera es posible generalizar las críticas. Lo que sí es posible identificar desde la perspectiva de la clase trabajadora son los rasgos específicos que no se pueden adoptar por corresponder más a los intereses de la burguesía. Transversalidad: Una de las necesidades de la burguesía, para sostener su posición en la sociedad, es el distanciamiento y confusión ideológica de los movimientos sociales. La finalidad de ese proceder es que al exacerbar los intereses inmediatos, los que animan la movilización, se evita la capacidad de reflexión para hallar la coincidencia con los intereses del proletariado, pues éstos se convierten en algo ajeno o, en el menor de los casos, se les posterga en favor de la causa; en este caso específico, la de las mujeres. La igualdad de género a costa de la sujeción de la clase trabajadora. La moda de la transversalidad del género en todos los temas y políticas contribuye a la confusión al colocarla en forma implícita como el centro de todas las luchas. Para las promotoras de ésta, la liberación femenina en su forma burguesa es la única lucha; el método de conquistarla pende de la buena voluntad mostrada por los actores sociales. Es decir, por su disposición para adoptar la transversalidad en todas sus acciones. Con ello se reducen las demandas de las mujeres a simples problemas de identidad y dignidad, ambas abstracciones filosóficas y lingüísticas que ocultan las bases materiales de la discriminación: las relaciones sociales basadas en el modelo capitalista. Los llamados machismo y patriarcado no son procesos sociales ajenos a la historia, ahistóricos, sino que adquieren forma concreta según el modo específico de producción que predomine, pero también es un hecho social cuyos rasgos están vinculados a la forma específica en que se desarrolla la sociedad que ejerce esos patrones de dominio masculino. Si bien el patriarcado capitalista es tan impositivo como las formas previas del patriarcado también es una forma específica de ejercer esa sujeción. La manera burgue-

sa de dominación masculina es la más desarrollada de la historia; superarla requiere de la supresión de las condiciones que le hacen existir: las relaciones capitalistas. Así, se concluye que son los intereses de la clase los que tendrían que cruzar, afectar esencialmente, a todos los demás asuntos, comenzando por la liberación de la mujer: de las proletarias. Esencialismo: La identificación automática de cada género con ciertas características, lejos de contribuir a la liberación de la mujer, es bajo la mesa una renuncia a cualquier lucha, incluyendo a la resistencia. Suponer que lo femenino se limita a la fertilidad, la maternidad, la ternura, la empatía, la concordia, el pacifismo y demás atributos opuestos a la violencia, competitividad, agresividad, entre otras características que definen a lo masculino; es idealizar a lo femenino pero sin trastocar el orden socialmente construido con base en la división sexual del trabajo. Por el contrario, el esencialismo maternalista (para distinguirlo de otras formas de esencialismo filosófico) tiene amplias coincidencias con las doctrinas más reaccionarias del conservadurismo y del antifeminismo. Lejos de generar conciencia de clase, la pasividad que promueve (comúnmente incompatible con la actitud agresiva de algunas de sus promotoras) oculta las bases reales de la dominación capitalista de género. En función de lo anterior, la noción del maternalismo hace de cualquier teoría feminista que la admita un feminismo “bueno”, es decir aceptable para el capitalismo. La esterilidad del maternalismo radica en la imagen abstracta de la cual parte, cual si la propia forma de ser madre fuese indistinta entre las “empoderadas” jefas burguesas dedicadas a la política o los negocios, las madres solteras que laboran en alguna maquiladora, o en las esposas de trabajadores que reparten su tiempo entre la atención de las labores domésticas y el comercio minorista que ayuda a completar el gasto familiar. Relativismo (identidad, otredad, diversidad): Desde la perspectiva del Materialismo Histórico el gran pecado capital del pensamiento científico, en muchos casos también del filosófico, es el sobredimensiona-

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miento de la experiencia: el empirismo experiencista. Es decir de aquél que coloca la acción del sujeto con el universo, la experimentación, como la única forma de conocer: sólo lo que experimenta el sujeto es cognoscible e, incluso en algunas vertientes, el sujeto que experimenta es lo único que tiene una realidad comprobable. Ese tipo de experiencismo mezclado con el abstraccionismo matemático ha sido la ideología que descarrió tendencias tan avanzadas como los pitagóricos en la antigua Grecia o a Newton en los albores de la modernidad. Pero también es la responsable del cientificismo que prevalece desde finales del siglo XIX–inicios del XX hasta nuestros días. Una cara de ese pensamiento es el neopositivismo pero la otra es su propia crítica: el relativismo. El relativismo filosófico pretende retomar de las ciencias naturales la noción de las leyes como algo que aplicable exclusivamente en determinadas condiciones. La forma en que lo incorpora al conocimiento, en muy reducidas cuentas, es que nada está determinado, la variedad lo es todo. Si bien la diversidad de situaciones, derivadas de la multiplicación de formas de las relaciones sociales capitalistas, es una realidad tangible que debe ser comprendida en términos científicos, también lo es la necesidad de conocer cabalmente los puntos comunes de cada estrato social: las afinidades que los conducen a estar en una posición de sometimiento con respecto al capital. Incluso, posturas académicas nada cercanas al Materialismo Histórico o a la causa proletaria han denunciado la inconsistencia prevaleciente en el relativismo; en esa línea vale la pena retomar los señalamientos de Pierre Bourdieu contra el tipo de relativismo adoptados desde algunas corrientes del feminismo: El lenguaje del «imaginario» que vemos utilizar por doquier, un poco a tontas y a locas, es sin duda mucho más inadecuado que el de la «conciencia» en la medida en que ayuda especialmente a olvidar que el principio de visión dominante no es una simple 1

representación mental, un fantasma («unas ideas en la cabeza»), una «ideología», sino un sistema de estructuras establemente inscritas en las cosas y en los cuerpos. …la revolución simbólica que reclama el movimiento feminista no puede limitarse a una simple conversión de las conciencias y de las voluntades. Debido a que el fundamento de la violencia simbólica no reside en las conciencias engañadas que bastaría con iluminar, sino en unas inclinaciones modeladas por las estructuras de dominación que las producen, la ruptura de la relación de complicidad que las víctimas de la dominación simbólica conceden a los dominadores sólo puede esperarse de una transformación radical de las condiciones sociales de producción de las inclinaciones que llevan a los dominados a adoptar sobre los dominadores y sobre ellos mismos un punto de vista idéntico al de los dominadores.1

En términos de la lucha, la gran deficiencia de las teorías que postulan la otredad, la identidad y el imaginario, radica en que, en nombre del respeto a la diversidad, se suprimen los rasgos comunes a todos los oprimidos por el capitalismo en forma práctica; se suprime en los hechos la identidad de clase o conciencia de clase, la cual es la expresión subjetiva de una clase social que ha clarificado y asimilado sus intereses comunes. En vez de ello, el relativismo acentúa la conciencia sobre los intereses específicos de cada subgrupo social, atomiza las fuerzas en pos de una liberación parcial: la segregación de los oprimidos que sirve para mantener el dominio terrenal del capital sobre el resto de la sociedad. Fetichización del lenguaje: Una práctica común en los nuevos movimientos sociales es el sobredimensionamiento del lenguaje. La orfandad teórica dejada por el estancamiento del Materialismo Histórico tras el triunfo de la revolución rusa, salvo algunos avances esporádicos, fue compensada con el desarrollo de una sólida intelectualidad democrático–liberal cuyas críticas a la sociedad capitalista fueron certeras, aunque en muchos aspectos se quedaron en aspectos superficiales que fueron magnificados hasta grados

Pierre Bourdieu, La dominación masculina, 5a ed., Barcelona, Anagrama, 2007, p. 58-59

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de absurdo. Uno de esos casos es la exageración de las corrientes estructuralista y post–estructuralista acerca del papel que el lenguaje desempeña en la reproducción de las condiciones sociales de dominación. La conversión del lenguaje en un fetiche teórico está estrechamente vinculada a la tendencia a la relativización del conocimiento. Las palabras, incluyendo su significado específico, son fundamentales para la apropiación que el sujeto hace de su medio, pero como medio. En ese error incurren algunas tendencias del feminismo al reducir las demandas de la causa a la transformación del lenguaje hacia alguna forma menos sexista; se pierde de vista que “which we call a rose by any other name would smell as sweet”.t Aislacionismo y mercenarismo: Otra deficiencia de los feminismos que promueven el relativismo es su aislamiento con respecto al resto de los movimientos sociales. En casos extremos, algunas corrientes feministas se recluyen en los cubículos de los centros de investigación de las principales universidades del mundo; desde ahí dictaminan sobre lo que debe o no debe ser el mundo, las demandas de las mujeres y las relaciones con la sociedad. Sin embargo, esa militancia en burbuja de cristal concibe en forma abstracta los fenómenos reales, difícilmente es capaz de “tomarle el pulso” a la situación concreta, por tanto, su análisis concreto resulta un amasijo de circunstancias más bien abstractas. La otra es que, al permanecer en el ámbito de la academia o de las asociaciones civiles están inmersas en la inercia de las modas académicas cuya desobediencia les retrae el castigo de prescindir de los fondos para financiar sus actividades. Así, con suma frecuencia, el sacrificio de los postulados epistemológicos se acelera, sin importar cuán valioso sea el arsenal conceptual inmolado, en pos de mantener los apoyos económicos sin importar la fuente: algún partido político de primer mundo simulando preocupación por lo acontecido en las naciones subdesarrolladas, alguna fundación que permite evadir impuestos para alguna gran trasnacional o simplemente algún aparato burocrático pretendiendo justificar el “gasto social”. 2

II. Feminismo y causa obrera: un acercamiento indispensable La situación de las trabajadoras desde la perspectiva del Materialismo Histórico A diferencia de las ciencias naturales, el objeto de estudio de las sociales es mucho menos tangible: las relaciones humanas. Al tener esas condiciones concretas las nociones de objetividad–subjetividad se hacen más complicadas de definir; de ahí que los postulados del relativismo filosófico tengan un campo tan fértil para echar raíces entre las disciplinas que conforman a las ciencias sociales. Las decisiones, pasiones, pensamientos, emociones; en una palabra todos aquellos productos de la subjetividad humana: de la cabeza de los sujetos, tienen una repercusión concreta en las relaciones sociales. Pero no son lo único, ni siquiera pueden considerarse como lo principal o determinante para definir los procesos estudiados. Se trata de abordar la comprensión de las relaciones sociales en su complejidad y globalidad. Es decir, no solo en un aspecto formal sino en su totalidad. Es decir, tanto la estructura que condiciona el camino a seguir por los grupos sociales como las prácticas particulares que los animan. En consecuencia con lo planteado arriba, lo primero que es indispensable reconocer para hacer una comprensión más efectiva de la situación de las trabajadoras es partir del hecho que las formas de dominación y sujeción son concretas. Es decir, a diferencia de lo planteado por diversas vertientes del feminismo, que consciente o inconscientemente plantean un patriarcado o machismo ahistórico, esto es cuyas características en el tiempo permanecen inconmutables, sin cambio; desde una perspectiva materialista lo que se resalta es que en cada época ha existido una dominación concreta, el patriarcado o machismo esclavista poco tiene que ver con el patriarcado o machismo capitalista. Hacer tabla rasa de todas las formas de dominación de género existentes a lo largo

William Shakespeare, The Tragedy of Romeo & Juliet, act II, Scene II

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de la historia humana solamente resulta efectivo para avivar los ánimos de los sujetos oprimidos, para estimular su visceralidad; pero no necesariamente abre las puertas para su concientización y, mucho menos, para liberar a las mujeres de esa condición de sujeción. La dominación de género es un hecho histórico en el cual convergen diversas circunstancias. Incluso en el capitalismo la situación de la mujer varía según su posición en la sociedad; tal lugar se determina en función de la división del trabajo cuya diversificación y asimilación subjetiva hacen más complejo el entramado que los individuos van construyendo en sus relaciones con los demás. Por ese hecho es que para enfocar el tema de la situación las trabajadoras en el contexto de la sociedad capitalista, en particular del contemporáneo, es preciso partir de reconocer el estado de las relaciones productivas comenzando por comprender cómo se organiza en la actualidad el trabajo productivo y el reproductivo (tanto las formas primitivas de producción, como las de circulación y las de regeneración de la fuerza laboral). Tal análisis deriva de un aspecto fundamental del capitalismo actual: el grado de división del trabajo alcanzado. Esto supone en un momento determinado comprender que no hay una situación de las mujeres homogénea sino que una de las determinantes de sus demandas, más allá de las condiciones fisiológicas, es el tipo de labores que socialmente se les asigna. Así mismo, la explotación del trabajo ajeno no es una cuestión que se limite al trabajo productivo sino que hay una unidad entre el plusvalor generado por los trabajadores y las condiciones de existencia que suponen la manutención de quién trabaja. Es común que al estudiar el capitalismo, los socialistas se limiten a un nivel de abstracción que desnuda los mecanismos a través de los cuales se produce y reproduce la sociedad capitalista, es decir, la esencia del modo de producción capitalista. Sin embargo, lo que difícilmente se hace es regresar a lo concreto: rearmar el rompecabezas social en términos que les permita conocer cuáles son las consecuencias del desarrollo 3

capitalista en la sociedad. Así, se conoce que el proletario es explotado y oprimido, pero se suele olvidar que la existencia de éste requiere de la realización de millares de tareas que alguien debe realizar para que pueda seguir viviendo tanto física como socialmente. En las condiciones construidas por el capitalismo, la liberación de tiempo es el resultado en primera instancia del trabajo acumulado; en segunda instancia la constante complejización de la división del trabajo, también de la construcción ideológica prevaleciente en una sociedad determinada, de la organización y desarrollo de sus instituciones y del propio desarrollo de la ciencia y tecnología. Con todo lo anterior se genera un doble proceso cuyas consecuencias son contrastantes: concentración del trabajo productivo frente a la liberación del tiempo (incluyendo a una parte considerable de la clase trabajadora). Sin embargo las condiciones son dispares, mientras que para el capitalista tener tiempo libre le significa la disposición para dedicarse al ejercicio del poder (actividades empresariales, de gobierno), las artes, el cultivo de la alta cultura burguesa (desde la academia hasta el mundo de la socialité) y el consumo en gran escala; por su parte, la liberación de tiempo, respecto al trabajo productivo, para los trabajadores prioriza su ocupación en las tareas reproductivas tanto del capital como de las fuerzas sociales (distribución, intercambio y condiciones para la reproducción de los hogares proletarios); aunque también libera a una porción de la sociedad para marginarla de la sociedad con el objetivo de mantener una de los aliviaderos de la sobreacumulación de capital.

Algunas reflexiones para acercarse a un feminismo clasista La célebre frase de Simone de Beauvoir: “No se nace mujer: se llega a serlo”,3 deja abierta una rendija para la interpretación idealista, que comúnmente suele ser la hecha por algunos colectivos de activistas feministas hábiles en la construcción de postulados teóricos con base en sentencias descontextualizadas. El resultado es un voluntarismo de la lucha por la

Simone de Beauvoir, º, 5ª ed., Buenos Aires, Debolsillo, 2009, p. 207,

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equidad de género: su imposible realización terrenal, es decir, no exclusivamente en la imaginación, o el vocabulario, de las personas. Las Ciencias Sociales parten del estudio de los seres humanos, por más que éstos tengan una base fisiológica que es imposible suprimir, el enfoque es sobre las relaciones sociales cuya objetividad es innegable por más que ésta tenga repercusiones subjetivas (la aparición de pensamientos, sentimientos, motivaciones, etc.) Así, solamente en las comunidades más primitivas se concibieron las diferencias sexuales como ¿única? base para la distinción social entre hombres y mujeres; pero ese tema es materia exclusiva de historiadores y antropólogos. Las comunidades posteriores fueron modificando sustancialmente los papales asignados a cada género, por lo que cada modo de producir agregó condicionantes sociales a la definición de lo varonil y lo femenino; del mismo modo, cada modo nuevo de producción que se impuso al anterior cuestionó las formas precedentes de concebir esas diferencias en los papeles sociales asignados a cada género, aunque no todo fue desechado pero sí todo fue modificado para ser armonizado por las formas nuevas de sociedad. Es decir, las formas feudales de ser hombre o ser mujer no son iguales a las formas capitalistas; el propio capital hizo crítica de la sociedad que le precedió, desechó o adoptó a su mudo elementos (de ahí que el amor cortés de la aristocracia haya sido asimilado bajo el nombre de amor romántico por la ideología burguesa). Todas esas construcciones históricas de la diferencia sexual que han existido mantienen el problema de la división sexuada del trabajo; no solamente entre el productivo y el reproductivo sino entre el doméstico y el extradoméstico. Tal constante naturaliza la contraposición mujeres–hombres como una de las funciones instrumentales que posibilita la estructuración de cada sociedad histórica en torno al modo de producción prevaleciente. En la era del capitalismo, sublimado en los días de la globalización, la situación de las mujeres está delimitada por tres tendencias impuestas por el propio modo de producción: 1) la clase social a la que per-

tenecen, 2) las demandas de la producción, y 3) las necesidades de control ideológico. En el primer caso, los extremos generan condiciones de exención para los extremos polares de la sociedad, pero en términos completamente distintos. Las necesidades fisiológicas satisfechas, al igual que las de socialización más inmediatas, y el acceso a medios culturales (formación profesional, fácil disponibilidad de tecnologías de la información más sofisticadas, relaciones personales en círculos de elite académica, política o empresarial; sin omitir a personal que le sustituya en las labores de reproducción social) le permiten a algunas mujeres colocarse entre los personajes dirigentes de las sociedades en cualquier ámbito. Sin embargo, las capitanas de empresa, las jefas de naciones, las profesoras eméritas o lideresas de opinión son simples esfuerzos individuales que, pese a ser algún avance relativo, no resuelven la contraposición de género porque las circunstancias de la mayoría de las mujeres permanecen igual, en el sometimiento. Por su parte, las mujeres inmersas en la clase trabajadora en cuyos hogares el acceso a los satisfactores reales para sobrevivir en una determinada sociedad es precario (bien por ser el sustento de su familia o por la insuficiencia de los ingresos familiares); su participación en el trabajo extradoméstico se vuelve indispensable, pero con la salvedad de la posición que ocupará en el mercado laboral, sin duda subordinada, tal vez explotada y seguramente oprimida. Es decir, en una posición de inferioridad social, a diferencia de la mujer burguesa que se encumbra por encima de la sociedad. En el segundo caso, en determinadas circunstancias el capital se ve exigido para abaratar el precio de la fuerza de trabajo, por lo que recurre a la relajación de las condiciones sociales de opresión de género para liberar del trabajo doméstico (es un decir, porque en la realidad lo se hace es forzarlas a incorporarse al mercado laboral sin quitarles la responsabilidad de las tareas de reproducción social de la fuerza de trabajo) una cantidad considerable de trabajadoras que con su sola presencia en los reclutamientos ya consiguen que el salario ofrecido por los patrones se

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ajuste a la baja (por decirlo en los elegantes términos empleados por los economistas burgueses de nuestro tiempo). Sin embargo, esta tendencia no necesariamente afecta a los mecanismos ideológicos de control social implementados por la clase dominante y obliga a las trabajadoras a dobles jornadas (extradomicilio y en el domicilio familiar), también es posible que en ciertos momentos en que la emergencia desaparece, se promueva, o se coercione, el regreso de las trabajadoras al ámbito del hogar (tal como ocurrió en las naciones involucradas en las Guerras Mundiales). Finalmente, los modelos dominantes (no él, no uno sino los) de masculinidad, feminidad y sexualidad tienen en común el sometimiento de la mujer. Este tipo de patrones está regido por la tradición: por el conjunto de prácticas acumuladas a lo largo de la historia de cada sociedad y cuya asimilación de las nuevas tendencias toma un tiempo desigual, aunque en general largo. La huella subjetiva que las tradiciones van creando en los sujetos de una sociedad dada puede ocasionar que, ante la ruptura abrupta de la costumbre social ocasionada o acelerada por algún agente externo, resulte el descontento e inconformidad cuyas consecuencias potenciales son de amplio espectro (desde la expresión contestataria de algún sector específico, hasta la insurrección popular) pero ello depende de la forma en la cual se vaya resolviendo el descontento, o en su defecto la falta de solución. En el caso de las mujeres, la asimilación, por parte de los propios sujetos sometidos, de la naturalidad y justeza de su sometimiento social hace más lento el avance hacia la igualdad social entre las mujeres y los hombres. Peor aún, en algunos casos en que la norma tradicional ha comenzado a resquebrajarse, se asume (y alienta por parte de la burguesía) una noción que también favorece el control sobre la sociedad: la agudización de la contraposición entre hombres y mujeres; en algunos casos ésta se lleva hasta el extremo de hacerla parecer como guerra entre sexos. Sin embargo, tal punto dista de ser realmente útil para la liberación de las mujeres. La contraposición entre géneros es una circunstancia histórica que afecta tanto a hombres como a mujeres, aunque no en la misma forma ni en la mis-

ma magnitud, pero a final de cuentas a ambas partes les perjudica. No obstante, su correcta resolución no pasa por el antagonismo mujeres vs. hombres sino por la conciliación. Entendida ésta como la redistribución de los papeles sociales de manera más equitativa y paritaria, comprendiendo que el modo moderno de producción ha generado (y sigue generando) las condiciones materiales para la supresión de la base histórica de la diferencia sexual: la división del trabajo por géneros. El mundo contemporáneo ha creado los medios necesarios para suprimir la necesidad de especializar a una parte de la humanidad en el cuidado doméstico y a la otra en el aprovisionamiento familiar conseguido en el exterior, es decir en la comunidad. Pero, falta aún la parte más difícil, la asimilación colectiva del elemento subjetivo: la puesta en práctica de nuevos acuerdos familiares que pongan en práctica los medios creados y, con ello, se suprima la contraposición hombre–mujer. Esa tarea es impostergable, pero además requiere de constancia para romper con las inercias ideológicas de las sociedades capitalistas de la actualidad; de otra manera la fuerza de éstas conduce a los individuos a volver al redil o, en el mejor de los casos, a quedar aislados de la sociedad. Pese a lo anterior, cabe aclarar que no basta con la simple fuerza de voluntad de los sujetos para hacer que toda una sociedad se transforme: hacen falta los elementos materiales. En ese sentido, es preciso comprender que la supresión de la contradicción entre las clases sociales (burguesía contra proletariado en el mundo moderno) es indispensable para garantizar la resolución de la contraposición entre géneros, pues mientras permanezca el dominio de una clase sobre la otra habrá la necesidad de generar instrumentos de coerción física (objetiva) y moral o espiritual (subjetiva). Ahora bien, es preciso tener consciente que la resolución de la contradicción de clases solamente puede pasar por el método del antagonismo porque se trata de conseguir la disolución de una de ellas y, con ello, la de todas las clases sociales. Dado lo anterior es obvio que la clase dominante, la burguesía, se opondrá con todas sus fuerzas a dejar su lugar de privilegio. Pero, la violencia emanada de esa resistencia irá en función de las armas a su disposición, sobre todo de aquellas que le dan legitimidad en el plano

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social, porque son éstas las que le permiten ejercer su control sobre las sociedades. En ese sentido, la lucha por reformas benéficas a la sociedad es una herramienta que bien empleada puede minar el arma ideológica del capital. Entre las más importantes está el avance en la conciliación entre géneros, construir camino firme hacia la eliminación de la contraposición hombre–mujer. Sin embargo, la clave para consolidar la conciliación, hacerla realmente efectiva y permanente, radica en la supresión efectiva de la lucha de clases, en la revolución obrera que permita transformar las estructuras sociales para la abolición de las clases. En esos términos, la consigna de algunos grupos de feministas socialistas es muy cierta: no hay liberación de la mujer sin liberación del proletariado, pero tampoco liberación del proletariado sin liberación de la mujer. Ambas luchas deben darse en forma simultanea e, incluso, concatenada. Pero, eso sí, la orientación debe ser en función del interés general de la clase trabajadora, tanto mujeres como hombres.

III. Feminismo obrero y revolución El trabajo de una liberación revolucionaria de la mujer, implica una elaboración teórica cuya actualización sea constante, pero siempre fundamentada en tres líneas (amén que puedan añadirse otras en el futuro): 1. La redefinición de la división social del trabajo. mediante la crítica de las condiciones actuales en que se realiza ésta. Así mismo, valorar las consecuencias objetivas y subjetivas que tienen las formas actuales de organizar el trabajo.

más importante que tiene el mecanismos de control ideológico sobre la sexualidad (cuyos efectos negativos se aprecian en la política sobre el aborto, la cantidad de hijos, trabas burocráticas para el acceso a servicios adecuados y a educación sexual científica, desprejuiciada); y una sexualidad fetichizada se convierte en un elemento que le impide a los sujetos tomar consciencia de sus intereses en un plano más amplio. 3. Replanteamiento de los valores morales de la sociedad burguesa, en el entendido de que la universalización que se hace en la actualidad tiene el nocivo efecto de generar mecanismos de represión ideológica al validar modelos opresivos de masculinidad y feminidad. La universalización de valores éticos–morales más bien tiene que replantearse en función de los intereses de la clase trabajadora, pero también en el conocimiento objetivo de la sociedad, lo que implica reconocer y armonizar la coexistencia de valores generales y particulares. En el caso de la contraposición mujer–hombre esto significa la supresión de cualquier traba para la igualdad.

Referencias bibliográficas Beauvoir, Simone de, El segundo sexo, 5ª ed., Buenos Aires, 2009. Bourdieu, Pierre, La dominación masculina, 5a ed., Barcelona, Anagrama, 2007.

2. Liberalización de las relaciones familiares con respecto al Estado. En principio se trata de quitarle a las instituciones estatales la atribución de sancionar el tipo de familias que se forman y dejar toda la responsabilidad en manos de los sujetos. Restringir las posibilidades para iniciar o finalizar una relación, así como las limitaciones para la fundación de hogares homoparentales es la base

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Sobre los autores Dimeo Coria, Mauricio, Maestro en Filosofía por la UNAM, profesor universitario y activista por los derechos humanos. López Lugo, Rosa María, Maestra en Economía por el IPN, profesora de nivel medio y medio superior. Pérez López, Eduardo A., Egresado de Historia por la FES AcatlánUNAM, integrante del Comité Nacional de Estudios de la Energía y de la Federación Sindical Mundial coordinación México. Pilloni Martínez, Lorena, Licenciada en Sociología por la FES AcatlánUNAM y Maestrante en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM, asistente editorial de la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales.

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