El interior del vertigo

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EL INTERIOR DEL VERTIGO

CARLOS LEÓN RICARDO GONZÁLEZ GARCÍA FERNANDO VELÉZ CASTRO



EL INTERIOR DEL VERTIGO CARLOS LEÓN RICARDO GONZÁLEZ GARCÍA FERNANDO VELÉZ CASTRO

TEXTO DE JUAN CARLOS ROMÁN REDONDO COMISARIAD0 POR RUBÉN POLANCO

26 DE SEPTIEMBRE-9 DE NOVIEMBRE DE 2015 MICROEDICIONES DEL HDT GALLERY


Ricardo González, Carlos León y Fernando Veléz Castro


Rubén Polanco. “ Las imágenes que no logro inventar son las que me explican” EL INTERIOR DEL VERTIGO. Hace tiempo que soñaba hacer una exposición con artistas que se expresasen principalmente con la pintura, seguramente podrían haber participado muchos (aunque los que están, son los que son para mi, los mas cercanos a esta idea).Hay muchos pintores que tienen obras que de una manera u otra atrapan mi interés por esta forma de expresión tan cercana a las emociones, y que son imposibles de atrapar con otras disciplinas, y digo imposibles aun a sabiendas de que lo categórico no puede ser aplicado en el mundo de las artes, pues todo sigue estando por descubrir, incluso en esta saturada época de la metainformación. Como casi siempre en este tipo de situaciones, primero vienen las ideas y después van tomando cuerpo, gracias a la casualidad o ¿causalidad?, en fin, sea como sea fui tomando contacto con los artistas (de los cuales no voy a comentar nada en este escrito, pues creo que es mejor degustarlos) que componen esta exposición, y un libro de versos de Jaques Ancet,”On Cherche quelqu’an”(se busca a alguien) que me acompaña desde hace años, me dio el titulo. El Interior del Vértigo. El vértigo es una sensación subjetiva de rotación o desplazamiento del propio cuerpo o del entorno sin que éste exista realmente .Eso es lo que me a mi me sucede cuando veo algunas de las obras de estos tres artistas, tengo la sensación de que me desplazo, por unos momentos soy capaz de trasladarme centenares, quizás miles de kilómetros hasta llegar al centro de sus obras. Seguramente la maravilla sea que el corazón de lo poético no necesita relato, no necesita ser contado o explicado, simplemente es algo que sucede: un acontecimiento a nivel fisiológico . El arte puede tener un componente nuclear, desconocido, sí, pero que existe. Podríamos reducirlo todo a una teoría de la recepción y los sentidos, pero tampoco es eso. Algo hay de jungiano en todo esto. O seguramente nada. Es decir: sobre nuestra identidad, ofrece una reflexión multifocal de los límites entre individuo y la masa o las cosas a través de la materia y cuerpo. Uno de mis cuadros favoritos es- La Extracción de la piedra de la locura - una de las obras pictóricas pertenecientes a la primera etapa del pintor holandés El Bosco. (imagen elegida para la confección del pequeño catalogo que acompañara mas adelante esta muestra) El Bosco muestra la locura y la credulidad humanas. Lo que se representa en el es, una especie de operación quirúrgica que se realizaba durante la Edad Media, y que según los testimonios escritos sobre ella consistía en la extirpación de una piedra que causaba la necedad del hombre. Se creía que los locos eran aquellos que tienen una piedra en la cabeza. En la obra aparece un falso doctor que en vez de un birrete lleva un embudo en la cabeza (símbolo de la estupidez), extrae la piedra de la cabeza de un individuo mayor y grueso que mira hacia nosotros, aunque en realidad lo que está extrayendo es una flor, un tulipán. Su bolsa de dinero es atravesada por un puñal, símbolo de su estafa. Es usado como expresa crítica contra los que creen estar en posesión del saber pero que, al final, son más ignorantes que aquellos a los que pretende sanar de su «locura». Un fraile y una monja están presentes también en la escena; la religiosa lleva un libro cerrado en la cabeza, esto puede ser una especie de alegoría a la superstición y a la ignorancia de las que se acusaba fuertemente al clero; esta figura femenina puede ser entendida igualmente como una bruja con el libro de los conjuros sobre la cabeza;1 el fraile sostiene un cántaro de vino. El tema del cuadro unido al formato circular en que se realiza podría remitir en cierto modo a un espejo. A menudo el arte nos obliga a mirarnos a nosotros mismos, a plantearnos qué significa ser uno mismo. Para eso recorremos un laberinto de espejos en el que nos podremos reflejar en una red de gestos e imágenes tan insólitas como reales y así parece arrojar al mundo la imagen de su propia estupidez ,de sus triunfos y miserias, de absurdez. La leyenda que aparece escrita en el cuadro del Bosco dice: Meester snyt die Keye ras, myne name is lubbert das, que significa Maestro, extráigame la piedra, mi nombre es Lubber Das. Lubber .



“Intrapintura” Un Sueño Metafísico Con Ricardo González García, Carlos León Y Fernando Vélez Castro Juan Carlos Román “En las tinieblas la imaginación trabaja más activamente que en plena luz.” Immanuel Kant Una mañana cualquiera, despiertas y tienes la sensación que has vivido en un tiempo ajeno, que las paredes que ahora te miran, fueron los muros que en otra época te cobijaron, incluso puedes recrear con los ojos cerrados, cómo eran los espacios de aquel convento a finales del siglo XVI. Esa sensación tuve ayer por la mañana. Pero no solamente fue el escalofrío de la percepción de una agitada noche de pesadilla, sino el recuerdo nítido de lo que había pasado, máxime cuando en mi cabeza se agrupaban la obra de tres artistas y las extrañas conversaciones que con ellos tuve bajo la luz de las velas. Era angustiosa, no lo voy a negar, la sensación que tenía. Ya desde el principio todo estaba extrañamente conectado, como si hubiésemos viajado en el tiempo mis “obligaciones” más inminentes, mi apariencia física y una recreación libertaria (vamos a dejarlo ahí) de los artistas en cuestión. Tan ácrata era todo, que a uno de los artistas ni siquiera conozco personalmente, así que cualquier parecido con la realidad era pura y entera casualidad. El caso es que, cuanto más quería olvidar ese insólito sueño, con mayor nitidez se mostraban algunos aspectos de mis “conversaciones” con estos artistas, y de igual modo, recordaba, ¡por Dios!, las férreas defensas de sus argumentos y los grados de pasión con que se lanzaban a su trabajo. Ha sido y es, una extraña impresión que paso ahora a relatar. Todo se produce entre los muros del convento de Santa Catalina, no sé cómo es el exterior del edificio, ni qué paisaje le rodea. Tampoco me puedo ver, ya que no hay ningún espejo en las estancias por las que me muevo, no obstante al mirarme, observo que llevo una indumentaria blanca y negra, y que nadie piense que estoy a punto de hacer un anuncio de desodorante anti manchas, es simple y llanamente la realidad “Econiana” de quien es lo que parece. Está claro que llevo ropajes de seglar, aparentemente sencillos (podía haber tenido un sueño de cardenal con capas encarnadas de diez metros, pero no), lo que llevo se circunscribe a una especie de túnica blanca, cinturón negro al que va sujeto un rosario con quince cuentas y una esclavina con capucha, que me llega hasta los pies.


Bien, no me lo pienso y entro, casi sin mirar, sin saber quién estará ahí, detrás de la puerta. Era Ricardo González García, estaba sentado y concentrado mientras hacía pequeños esquemas y dibujos, me mira y me dice: -¿qué hago yo en tu sueño, y de qué vas vestido?. - Ricardo, los sueños no los elegimos, son ellos los que nos invitan a vivir situaciones inverosímiles, y este está en tierra de nadie. Ahora bien, he venido a hablar de arte contigo -. Casi sin dejarle decir palabra, empecé a preguntarle por algunos aspectos de su trabajo que me producían curiosidad. - Tú que eres de Cantabria, acostumbrado a un paisaje dispar, de contrastes, donde puedes encontrarte con grandes nevadas en la montaña y el magnífico paisaje que ofrece el mar y la costa del cantábrico, tengo la sensación de que tus pinturas son frías, más heladoras que Brañavieja en invierno -. Ricardo me contemplaba, mientras me movía por la estancia, como quien ha decidido “bajar” la graduación cromática al mínimo, tal vez porque la temperatura del color, y pienso en los fauvistas, ya no son tan cool. - Sabes muy bien -, me dice, - que el color también importa, que las obras de arte son ahora más limpias, ya que el “filtro” del pasado es amarillento, apagado y casi me atrevería a decir que sucio. Cuanto más limpio, ácido y resplandeciente sea el color, más contemporáneo es -. Creo que tiene razón, la verdad es que sus argumentos eran muy buenos, pero entonces le insistí: - Por qué tus tonos son tan lechosos, parece como si hubiese un velo de nata por encima. Jajajajajaja, -ahí debe estar mi condición de cántabro-, me respondió como quien tiene familia en el valle del Pas. Yo insistía, -no me has dicho nada- ten en cuenta que esa objetividad en la representación de ciertos elementos (un cuadro, un televisor, una cámara súper 8, un proyector de cine, un microscopio, un tórculo, etc.) están enunciados y escritos, más que pintados, aunque la pintura sea el procedimiento, estos están descritos a la maniera conceptual, en el hecho mismo de nombrarlos, no como el ideario magrittiano que jugaba con la representación a modo de paradoja, sino como una representación taxonomista sobre los útiles de la representación. Me miró y me dijo: – sabes que estás vestido como en la inquisición-. No pude responderle, tal vez el hábito hace al monje, por lo que uno al vestirse de inquisidor dominico, le salen las preguntas con tono a interrogatorio. - Todas mis preguntas, Ricardo, venían a corroborar una cierta sensación de viajero del arte que veo que tienes. Creo que es unánime ese interés tuyo por la representación y como tu imaginario se construye bajo “paisajes” que están más allá de lo cercano-. El sol que nos alumbra es uno, pero no creo equivocarme, cuando afirmo que sabrías diferenciar la luz del norte, de la del sur, un día soleado en Amberes con la iridiscente luz del levante español. Recuerdo un comentario de tu paisano Darío de Regoyos, que cuando le salía un día claro y soleado, decía: “Eso que lo pinte Sorolla”. Sobra decir que cada artista, en este caso, afianzaba su lugar mediante la luz que le otorgaba el sol, y solamente atendían a las “luces amigas”, aquellas con las que habían convivido y se sentían próximas. Por el contrario, esa sensación de viajero me la dan esas luces, que en algunos casos me parecen flamencas y en otros momentos, creo que son germanas. Ricardo, se quedó recordando la luz recortada que entró al mismo tiempo que yo, y me dijo: -Estoy de acuerdo con tu percepción de mi trabajo, aunque yo lo hubiese simplificado mucho más, me interesa cierta “objetividad” en la representación, así que mis imágenes hablan y están hechas partiendo de dichos principios de objetividad, no de realidad. No me interesa el realismo por mentiroso, no existe, como tampoco existen los reyes magos. Si me atrae la magia, no es porque me pueda engañar, sino porque dentro de ella, de su evidente ficción, todo es posible-.


Seguimos hablando, ya no recuerdo muy bien qué nos dijimos, pero la sensación final fue agradable. Recuerdo que me despedí de él, y tras regalarme una breve sonrisa, volvió a su sumergirse en su dibujo. Desde mi conversación con Ricardo, las imágenes son confusas y los recuerdos apenas aparecen, pero revivo todavía el pesado ropaje que llevaba y el picor que me producía la esclavina en la espalda cuando me dirigía hacia la segunda estancia. Traspasé la pesada puerta y me encontré con un hombre de semblante serio, de marcadas arrugas, de esas que la reseca Castilla dibuja en las caras al viento, y un corte de pelo que hacía juego con mi hábito seglar. Sólo su aspecto tras una sonrisa me generó una cierta paz, como si supiese que tarde o temprano llegaríamos a entendernos, o por lo menos alcanzaríamos acuerdos sobre cuestiones fundamentales que atañen al arte contemporáneo. No me dejó abrir la boca y empezó a preguntarme con ese aplomo que da el tener cuatro o diez ideas, pero muy bien ancladas. Su primera pregunta tenía un cierto aire inquisitivo, y a mi, que iba de seguro por la vida, me hizo tambalear hasta tal punto que me senté en la única jamuga que había en la habitación. Carlos León no paraba de moverse alrededor mío, mientras pensaba en alto y construía preguntas, sus movimientos me recordaban a los de un lince enjaulado en sus propias ideas. Tuve que ponerme de pie, mejor dicho, mis ropajes me ayudaron a dar ese impulso, y renovado empecé a escucharle con atención. – Dime, Juan Carlos, ¿qué es necesario para contagiar esa fuerza que siento a cada golpe de latido, que de forma armónica, pero despiadada, me transmite el paisaje que nos rodea? Ya que no es el objeto o su imagen lo que me interesa, sino el rastro que deja en mi propio devenir al igual que las experiencias son las huellas hipnóticas que se graban en las entrañas de las emociones, que son, como muy bien sabes, el destilado de la sabiduría. ¿Cómo hacer ver esos “fantasmas” que me rodean a una muchedumbre abducida por objetos retroiluminados? -. Yo, mientras le escuchaba, cobraba más seguridad dentro de mi hábito. Empezaba a comprender que este sueño era una alucinación producida por la lana que me empujaba y a la vez me disciplinaba a soportar su propio peso, sentía el dolor agobiante como un ejercicio de cilicio que potenciaba correlativamente la fuerza y la concentración necesaria para responder a aquellas devastadoras preguntas. –Querido Carlos, esta es una de esas preguntas que, como diría Álvaro Siza, si tuviese la respuesta sería el rey; pero solo hay que ver quién domina los tiempos para encontrar, creo, todas las respuestas-. Carlos empezó a caminar más despacio, mientras compartía mis reflexiones, sus movimientos se armonizaban con sus pensamientos y por un momento parecía que no sólo hablaban sus codos, sino que lo hacía todo su cuerpo de forma tranquila y fluida. Mi esclavina parecía dictarme las respuestas. – Creo, Carlos, que el arte nos mira como lo hacen las palomas en esas tierras de campos que tú conoces tan bien, y los artistas somos como esos palomares que las atrae y las cobija, pero si el “silencio” era antes el método del “sonámbulo magnético”, ahora son los ruidos, las paradojas y los chistes lo que atraen por nuestros lares a las torcaces. De todas formas, no hay mayor ruido ensordecedor que el silencio-. Carlos, ya se había sentado y al poco, nos veíamos hablando y bebiendo vino. Durante nuestra larga conversación, recuerdo una divertida discrepancia que tenía que ver con el pan castellano, ya que ambos éramos conscientes de que sus cortes hexagonales y ese picado que nos recordaba a Lucio Fontana, no sólo podía responder a meras circunstancias de cocción. Él defendía, al igual que lo hace con su pintura, los rastros del procedimiento más físico y primigenio. Pintar es como amar, me decía; pero amar a Dios,


le respondía yo; mi Dios tiene cuerpo y es por ello que deja y dejo huella, me objetaba; a lo que yo le contrarreplicaba que frente a la caducidad de la carne, la inmortalidad del alma. Entonces, qué opinas, desde tu hábito, del pan castellano, me preguntó con malicia. Yo, el “inquisidor” fiscalizado, tuve que aferrarme a la gruesa lana para saber cuál era mi posición al respecto. El pan es un alimento primigenio y como tal se ha convertido en sustento del alma, su blancura y planimetría en la sagrada forma se antojan en una suerte de lienzo evocador. El pan surcado, cortado por el arado o el cuchillo que abre la masa y lo pincha para su cocción necesaria, es un pan horizontal, y lo es porque es territorio de la experiencia y la acción humanas. Ese es tu pan, un dispositivo de energía vital y evocadora. Por el contrario, mi pan es vertical, porque representa y se muestra como alzado de ese legado que tú defiendes, es un pan convertido ahora en ejemplo y entiendo que lo cortes, su simetría y el punteado uniforme, se interpreten como retablo mayor o fachada solariega, que transmite bajo sus sombras el mapa del tiempo que huye. Pero amigo mío, cada uno puede interpretar el pan como quiera, y eso no cambia el hecho de que seguirá siendo pan. ¡Ves!, es fácil abrazar las gripes del materialismo dialéctico, pero estas nunca nos dejarían jugar ni con el arte ni con la religión, al entender que sus metáforas han desorientado a una sociedad ávida de signos, pero perezosa ante el esfuerzo de desentrañar el sentido de sus significados. Carlos se reía, a la vez que metía el dedo índice en el vaso de vino e iniciaba un dibujo, a cada trazo que daba, mis palabras se hacían más débiles, casi mudas. Recordé que con Ricardo había pasado algo parecido, después de nuestra charla se puso a dibujar. Me sentía reconfortado y también cansado. Era una sensación extraña que el tiempo, en su pasar, me aportaba, pues me sentía debilitado por el peso de mi vestimenta y sus aplomados signos. Me levante con algo de esfuerzo y dejé a Carlos, feliz y concentrado en su dibujo con vino, que si bien se chupaba el dedo, era por el gusto que daba pensar y pintar. Recorrí el angosto pasillo que me llevaba a la celda del fondo, donde me esperaba mi último invitado. Al acercarme me encontré con la puerta entreabierta y una extraña desazón recorrió mi cuerpo, tal vez porque el hábito me prestaba una suculenta dosis de seguridad que venía mediatizada por su historia, pero lo cierto es que apresuré el paso para saber si estaba su aposento. Abrí la puerta y sólo encontré una envejecida mesa, dos taburetes de madera, el camastro y ni rastro de Fernando Vélez Castro. Me di la vuelta con tanta rapidez que los quince misterios me golpearon con la viveza de una fusta, y su señal me hizo pensar, otra vez, en la penitencia que mi negra capa representa. Así que, en mi mortificación constaría el hecho de no molestar a Fernando por no estar esperándome en el lugar indicado. Volví sobre mis pasos y mientras contemplaba el claustro que daba a un pequeño huerto, vi a un extraño personaje que estaba sentado en algo que parecía el chasis de madera de una motocicleta. Llevaba un sombrero de alas anchas que le servían para dar sombra al dibujo que estaba realizando; un cuidadoso estudio sobre el movimiento de algunas plantas a merced del viento. – Supongo que eres Fernando Vélez -, le pregunté como sabiendo de antemano la respuesta. Él ni siquiera me miró, ya que estaba muy concentrado en dibujar la conjunción de follaje de hierbas y ramas con un extraño pincel que había confeccionado al respecto. Pasada la huella/ pincelada y viendo su efectividad, se giró satisfecho. Ahora era yo, el que no le atendía a él, ya que me fascinó la forma de pintar que tenía, y no quitaba la vista de aquello que se había producido ante mis ojos. Parecía que


podía pintar un paisaje, una naturaleza viva de un plumazo, o mejor dicho de un solo trazo. – Veo que estás muy interesado por la naturaleza, lo que me lleva a considerar que propones una oposición al dualismo kantiano y por lo tanto, una cercanía a los preceptos de filósofos como Fichte y Schelling -. Él me observaba como si hubiese leído en su interior y rápidamente me empezó a hablar del dinamismo como una concepción más holista y determinante para la comprensión de la naturaleza, algo imprescindible y necesario para establecer las relaciones, por otra parte ilustradas, entre arte y ciencia. Pero cuanto más me hablaba, más sensaciones de melancolía me generaban sus palabras. Hubo un momento en que adoptó un semblante serio y alzó la voz con cierta solemnidad sevillana; - no se puede hablar de naturphilosophie si no se está en Alemania, como tampoco se puede debatir sobre flamencología y no mencionar a Andalucía, la naturphilosophie, afirmó, es un sentimiento fundamentalmente alemán, y aunque están los casos de Blainville y De Candolle en Francia, o de Owen en Inglaterra, y todos ellos son dignos de mención, nadie como los alemanes para reflexionar desde la teoría. Ten en cuenta que después de la “ruina” italiana que se produce al final del siglo XVII, Europa tiene dos “capitanías” que se sintetizan en el pensamiento francés y en la filosofía alemana. Los franceses e ingleses son demasiado prácticos para casi todo, mientras que los alemanes especulan, nosotros los españoles, llamados también los alemanes del sur, somos los místicos y metafísicos de Europa, y tú, Juan Carlos, lo sabes muy bien -. Por un momento pensé en sacar mi navaja de afeitar y practicarle una geométrica y prusiana tonsura en esa cabeza brillante e iluminada por el sol de la tarde, pero era hombre de pocas bromas, por lo que dejé mis instintos de vehemencia expresionista atados a mi cinto. No obstante, había algo que botaba dentro de mi cabeza, y sabiendo que Fernando Vélez es un artista que reniega de las modas por ser algo de fácil consumo, cuanto más miraba sus pinturas, más me recordaba las palabras que tuve con Ricardo González García y sus proximidades a la luz nórdica. – Fernando, creo no equivocarme cuando digo que tus paisajes convertidos en pinturas apenas ven el sol, y es lógico que me pregunte cómo es posible que un pintor sevillano que tiene la retina acostumbrada a la luz más cegadora, a los arabescos más difusos, y a la penumbra más tenebrosa, cómo puedes mirar el sol del norte y no tener añoranza de la fuerza asoladora con la que se muestra en tu tierra -. Fernando apretó la mandíbula en un ejercicio de reflexión, mientras daba pequeños pasos por el claustro, parecía mordisquear las palabras que en breve sentenciarían la conversación. Yo las esperaba como quien mira el cielo sabedor de la tormenta que se cierne, pero al contrario, Fernando me lanzó una sonrisa, seguramente porque ya se había hecho esa pregunta muchas veces y no había obtenido respuesta. –He de confesarte, Juan Carlos, que nuestro “equipaje” puede ser variable e intercambiable, pero estoy de acuerdo en que la forma de nuestro imaginario se construye gracias a nuestra primera experiencia con el entorno, y participo de la idea de que, a modo de mantra, se nos dice que el paisaje crea carácter. Yo soy sevillano pero he vivido en Berlín, y eso me faculta para saber apreciar los matices de la luz frente al paisaje saturado por el sol que conozco muy bien. Lo que pasa es que soy un artista de preguntas, de dudas, soy un individuo Unamuniano que grita en soledad, en la tierra agreste de un descampado, mirando al cielo y preguntándole a Dios “¿por qué? “.


Yo apreciaba su sinceridad mientras era consciente de cómo se le iluminaba el rostro al saberse comprendido. Me decía: - mi existencialismo es como el noúmeno que argumentaba Kant, y es sabedor de sus incapacidades para acercarse al profundo conocimiento de los objetos, por eso represento, o mejor dicho, reproduzco, las formas que desde la naturalidad de la pintura confluyen con la armonía de la naturaleza. Seguimos hablando de muchas cosas, yo le animaba a quedarse en el convento, pero él no tenía nada claro la nomenclatura de los misterios ni la blancura de la pureza, así que paulatinamente nos dirigimos hacia la puerta donde se encontraban Ricardo González y Carlos León charlando animadamente. Nos despedimos con sincero cariño, aunque ya no recuerdo quién dijo aquello de: -como aquí no dan de merendar, nos vamos-. A lo que yo respondí: - las cosas no se dan porque sí, se trabaja para conseguirlas, así que si queréis merendar, me tendréis que ayudar en la cocina. Se miraron los tres, y volvieron a entrar en el convento. Mientras la conversación se hacía más coloquial, yo pensaba lo bien que les quedarían las túnicas blancas a estos magníficos pintores. Juan Carlos Román

Juan Carlos Román (Bilbao, 1961) es Licenciado en Bellas Artes por la Universidad del Pais Vasco y doctor por la Universidad de Vigo. Su trayectoria artistica, iniciada en 1983, se desarrolla en el ámbito del apropiacionismo critico y el metalenguaje. Ha realizado más de una veintena de exposiciones individuales y un centenar de colectivas, tanto nacionales como internacionales. Es tambien un reconocido conferenciante, que ha participado en congresos y seminarios de universidades de prestigio, publicando textos criticos tanto para artistas como museos o revistas, entre ellos cabe destacar las realizadas para Secessión de Viena o el IVAN de Valencia, y en revistas como Cimal, Arte y Parte, etc. En los ultimos años, aconseja y asesora a coleccionistas de arte contemporaneo, comprando obras en Shotheby’s y Chistie’s. En la actualidad acaba de terminar el ensayo sobre arte contemporaneo, “Los cien problemas del Arte “, una certera serie de incisivos articulos, sobre los males que rodean al arte del estado español en la actualidad.




CARLOS LEÓN











RICARDO GONZÁLEZ GARCÍA









FERNANDO VÉLEZ CASTRO
















29 de Septiembre de 2015 Arriba de izquierda a derecha Jose Maria Marblan Gil, Rub茅n Polanco, Javier Gar铆a, Juan Zamora, Ricardo Gonzalez Garcia, Esther Gat贸n, Cristina del Campo, Javier Silva, Andres Carretero, Cristina S. Vecino. Abajo Pablo, Fernando Velez Castro, Carlos Le贸n, Bettina Geilselman. Fotografia de Ricardo Suarez


CREDITOS DE LAS OBRAS

CARLOS LEÓN Desde el aire/oleo sobre Dibond/70x50 cm/2006 (pag. 13) Azafran de agosto/oleo sobre Dibond/185,5x134 cm/2004-2005 (Pag. 19) La cara norte del deseo/oleo sobre Dibond/171x134 cm/2006 (Pag. 20 izq.) Cruzar la calle I y II/oleo sobre dibond/29x42 cm/ 2003( Pag.20 Dcha.) Petenera/ Oleo sobre dibond/185,5x134 cm/ 2006 ( Pag. 21 Izq..) Carmin duro/oleo sobre Dibond/185,5x134 cm/2006 ( Pag. 21 Dch.) Mañanas de Blody Mary nº15, Nº1, Nº5/oleo sobre Dibond/49x34 cm/2011 (Pag. 22) Tardes de Vendimia Nº2, Nº16, Nº8/oleo sobre Dibond/49x34 cm/2011 (Pag. 23)

RICARDO GONZÁLEZ GARCÍA Sin titulo(arquitecturas efimeras)/oleo sobre madera entelada/29,3x23,5 cm/2013 ( Pag 24 dcha ) Colección de antisouvenirs en escala cromatica Rep. Centroafricana, Afganistan, Pakistan, Irak, Nigeria, Rep.democratica del Congo Libia/oleo sobre madera entelada/medidas variables/2014 ( Pag.26, 27, 28, 31) Sin titulo(arquitecturas efimeras)/Acuarela y lapiz de color sobre papel/21x29,7cm c/u/2013( Pag. 29 izqd.) Sin titulo(arquitecturas efimeras)/oleo sobre madera entelada/24,3x24,3cm/22,5x23cms/24x26,5/2013( Pag 30 )

FERNANDO VELEZ CASTRO Sin título (para Ana) / Óleo sobre lienzo / 195 x 195 cm / 2011-2013.(Pag. 36) Sin título/ Oleo sobre papel / 90 x90 cm / 2010. (Pag.37) Spring-Pablo/ Oleo sobre papel / 90 x 90 cm / 2011.(Pag.40) Sin título / Óleo sobre lienzo / 25 x 30 cm / 2013.(Pag.41) Sin título / Óleo sobre lienzo / 30 x 30 cm / 2013.(Pag.41) Sin título / Óleo sobre lienzo / 45 x 60 cm / 2013 . (Pag.43) Sedimento / Óleo sobre lienzo / 130 x 160 cm / 2012.(Pag.44) Gneiss / Óleo sobre lienzo / 130 x 160 cm / 2012.(Pag.45)



FOTOGRAFIAS: Ricardo Suarez y Bettina Geilselman. TRANSPORTE: Integral de Arte S.L. MONTAJE: Integral de Arte S.L. EDITADO POR: El Huerto del Tertuliano.2015

Agradecimientos A los Artistas Carlos León, Ricardo González, Fernando Vélez Castro, por su generosidad con el proyecto y a Juan Carlos Román Redondo por su creativo texto. A Oscar Polanco, Andrea Polanco, Carlos del Rio, Itziar Bidasolo y Asen Asenov por su imprescindible e inestimable ayuda.



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