Comidas para llevar

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ISBN 978-84-615-3073-1

www.rumorvisual.com

Colección MePirra

editorial • soluciones creativas www.rumorvisual.com precio 12 €

Colección Me Pirra 1. Dana o la luz detenida

(…) Son historias para contar, escuchar y leer en media hora, pero como los buenos cafés, cortos, cargados, amargos, dejan un sabor que persiste durante toda la jornada laboral, y que acompaña hasta casa, cuando dejamos de ser personajes, de nuevo, para volver a ser personas.

(...) Me vas a poner paella para dos, para la mujer y la suegra, que les encanta. Dos raciones de espaguetis con gambas ¿los has probado, Antonio? Están deliciosos, los chavales se ponen morados –Antonio se limita a asentir y sonríe sin ningún entusiasmo.

José Cercas.

2. Matarratos Santiago Tobar.

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Víctor Manuel Jiménez Andrada nació en Cáceres, en 1971. Ha publicado poemas y cuentos en las revistas En Sentido Figurado, Alcántara, Ars et Sapientia y Gatos y Mangurrias, entre otras, y colabora con el semanario cacereño Avuelapluma. Ha participado en diferentes antologías de narrativa breve y poesía. Ha publicado con Rumorvisual en los libros Un rato para un relato y La niña bonita. Colabora con diversos medios digitales y mantiene un blog (www.papirowebxia.com) con textos literarios y de opinión. Publica y comparte trimestralmente Letras breves y participa en recitales poéticos.

3. Es hora de soñar Pedro Vera.

4. Capital de Mongolia: Ulán Bator 5. Treinta y tres 6. Comidas para llevar Víctor Manuel Jiménez.

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Relato

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Vicente Rodríguez.

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César Rina.

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Primera Edición, noviembre de 2011. Colección: Me pirra, nº 6. Edita: Rumorvisual. Autor: Víctor Manuel Jiménez Andrada. Coordinación editorial: Santiago Tobar. Corrector: César Rina. Fotografía solapa: María Durán. Ilustraciones: www.rumorvisual.com Diseño y maquetación: www.rumorvisual.com Impresión: Gráficas Romero. Depósito legal: CC-001122-2011 I.S.B.N.: 978-84-615-3073-1 Puedes contactar con el autor y editor en www.rumorvisual.com La obra se encuentra protegida por la Ley española de propiedad intelectual y/o cualesquiera otras normas que resulten de aplicación. Queda prohibido cualquier uso de la obra diferente a lo autorizado en las Leyes de propiedad intelectual.


Colecci贸n MePirra

Comidas para llevar



Víctor Manuel Jiménez • 09

A Jesús, David y la gente que me quiere.



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Prólogo Comidas para llevar es un libro de cuentos agridulces. Consciente de ello y para advertirnos, el autor se desdobla ya desde las primeras páginas, en el cuento nivolesco titulado Café con leche. En él, personaje, escritor y persona caminan por separado, hasta reunirse en el breve espacio del descanso para el café a las doce y cuarto de una mañana despejada de verano. En la media hora que dura la pausa, se decide sobre la vida y la muerte, la lluvia o las lágrimas, el abismo de Lolita de Nabokov o el cielo protector que redime a los que no tienen la más mínima oportunidad pero se salvan. Cualquier vida puede contarse cuando las personas comienzan a convertirse en personajes, entre cafés con hielo y turistas que invaden el espacio reservado para los funcionarios. Quién es la mujer que se limpia el barro y el poso de los malos momentos con una lluvia salvadora de besos alquilados. O quién se encuentra en el conseguido cambio de narradores de Te busqué. O dónde perdura la mirada de Juan, Juanillo que convierte en presente el tiempo amarillo de las fotografías. Todo es susceptible de convertirse en tema: las parejas, su universo incompleto y completo a la vez, el amor y el desamor, el eterno argumento, la existencia como una partida de ajedrez, los recuerdos que construyen y destruyen un mundo a través de la niebla espesa del alcohol, la ironía, envolviéndolo todo, por qué no o por qué sí, el azar, y por supuesto, la literatura, más allá de lo presente, que acaba dando la razón a la realidad, por más que nos empeñemos en no quitarnos la venda de la ficción como intérprete.


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Y si todo puede ser materia narrativa, todos podemos convertirnos en protagonistas involuntarios, más o menos como sucede en ese universo paralelo al cuento que llamamos vida cotidiana. Siempre existen hombres apocados, y empleados capaces de burlar la vigilancia, adultos a punto de caer en la tentación de vainilla y chocolate, relecturas sobre la mágica noche de los Reyes Magos, en las que el miedo se vuelve subjetivo, escritores de unas pocas líneas que encuentran la gloria en gestos inconscientes, amigos que llevan la amistad hacia límites insospechados, y sobre todo, siempre existen mujeres (las mejor paradas en este libro) que enarbolan dulces venganzas, frases lapidarias y nuevos amaneceres. Se nota el cariño del autor hacia estas existencias incompletas, varadas en el momento de la decisión, ancladas y siempre a punto de convertirse en otra cosa. Para todos ofrece una redención, un pequeño momento de gloria, salvo en el cuento que da título al libro, Comidas para llevar. O quizá sí, porque contar historias, inventarse mundos además de una forma de locura es también una salvación posible, un escape al apartamento sin ascensor, a la escalera estrecha, a la comida que en la cocina, inútilmente, espera a unos invitados que nunca van a llegar, dualidad con la que juega, disfruta y teje la imaginación de Víctor Jiménez. Son historias para contar, escuchar y leer en media hora, pero como los buenos cafés, cortos, cargados, amargos, dejan un sabor que persiste durante toda la jornada laboral, y que acompaña hasta casa, cuando dejamos de ser personajes, de nuevo, para volver a ser personas. Un sabor a realidad, a sueños incumplidos, a promesas, a la buena literatura que no por breve deja de ser literatura, sino todo lo contrario. Pilar Galán Rodríguez.




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Café con leche Son las doce y cuarto de una mañana despejada de verano. No hay demasiada gente en el interior de la cafetería, aunque en la terraza que da a la plaza están ocupadas cuatro de las cinco mesas. El camarero que las atiende, por no usar una bandeja, da un montón de paseos. Su caminar vacilante refleja cierta falta de experiencia en la labor. Tras la barra, otro hombre más joven y profesional sirve un par de cañas con una tranquilidad pasmosa. Poco a poco van llegando los clientes habituales. El camarero joven los saluda por sus nombres y les sirve a cada uno su consumición, sin necesidad de preguntar. Hay una mesa ocupada por cinco personas que hablan animadamente. Parecen funcionarios del Ayuntamiento en su descanso matinal. A intervalos, un tropel de turistas toma el local por un breve periodo de tiempo. A mi lado está Florentino —sé su nombre porque acaba de pedir un par de churros y el camarero le ha llamado así—. Viste una camisa color azul cielo y un pantalón de verano beige. Está sentado en un taburete sobre el que desparrama el culo. La barriga, que le cuelga por encima del cinturón, delata una dieta rica en grasas, un alto nivel de colesterol y una glucosa que roza lo permitido. Calza zapatos tipo castellano sin calcetines, supongo que no piensa caminar mucho. Da miles de vueltas con la cucharilla al café con hielo que tiene sobre la barra. Junto al vasito de cristal descansan dos paquetes de cigarrillos,


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uno encima de otro, sin embargo está fumando un puro. Disfruta de cada una de las caladas y echa al aire, ya cargado, volutas grises. Tiene el pelo blanco y demasiado largo, en la nuca se le riza de forma ridícula. De vez en cuando paladea el café, chasca los labios y hace vibrar su papada. Llega un hombre flaco, un poco más joven que Florentino, luciendo unas bermudas horribles y una camiseta de rayas rojas. Tiene un tic que le hace guiñar un ojo. Saluda a Florentino con efusividad y éste apenas le dedica una mirada leve y un gesto. El camarero sirve al recién llegado, pero se da cuenta de mi presencia y me pregunta. —Un café con leche, por favor —le digo abandonando mis cavilaciones por un instante. Mientras me lo prepara, observo y, con un poco de egoísmo, me apropio de la estampa para estas líneas. En este momento Florentino deja de ser persona y se convierte en personaje. Charlo con él. —Buenas Florentino —hablo en voz baja para que nadie más se entere de la conversación —, te veo muy dejado, hombre. —Es que desde que estoy prejubilado me he echado a perder —me contesta con una sonrisa. Como ya es personaje, he decido que me conozca y no se extrañe de hablar conmigo —. El banco me lo propuso hace un par de años. La verdad es que estaba hasta los cojones de


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soportar a tanto niñato. Se creen los dueños del mundo y luego no aguantan dos telediarios. Mucha universidad, pero ni puñetera idea de lo que es el trabajo. —Pero coño, te podrías cuidar un poquito —le respondo con dulzura —. Estás muy gordo, fumas como un carretero, seguro que el café no es descafeinado y encima te pides dos churros. Florentino me sonríe con pesar. El discurso le suena. Seguramente su mujer y sus hijos se lo repitan varias veces a lo largo del día. No se enfada, se limita a escuchar y luego hace lo que le da la gana. —Mira, lo lamento mucho —le digo muy serio —, pero si no haces caso a mis recomendaciones te vas a morir antes del otoño y será de un infarto fulminante. —Leches, no me hables así —me responde sorprendido —¿Es que eres Dios para saber tanto? —No, no soy Dios —intento hacerle comprender —, soy escritor y te he convertido en un personaje, entonces yo decido cuando vas a palmar y como tengo cierta prisa por acabar la historia igual te mato ahora mismo. No es nada personal, pero se me acaba la media hora del café y debo terminar esto. Florentino palidece y está a punto de responder a mi sentencia, aunque solo es capaz de emitir un gruñido. —¡Marchando uno con leche! —la voz del camarero me arranca de golpe de mi mundo paralelo y vuelvo a la


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realidad tangible. El hombre sigue sentado a mi derecha, ajeno a mi presencia, removiendo su café con hielo. Obviamente ni me conoce de nada ni sabe que he estado a punto de matarle —literariamente hablando, claro—. Termino mi café en un par de sorbos y me marcho del local. Mi mente juega con las palabras para moldear una historia. En cinco minutos llego a mi lugar de trabajo y en las escaleras de la entrada se queda sentado y mudo el escritor. —A la salida nos vemos —le digo con amabilidad. Me mira con ojos tristes y tuerce la boca con un gesto de resignación. Sabe que no soporto verlo así, pero me hago el fuerte y le abandono por unas horas.


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Te busqué Creí verte. Sí, ahora estoy seguro de que eras tú. Caminabas deprisa hacia un destino que yo desconocía. Tus ojos, del color del cielo, miraban a un horizonte impreciso y luego no pude ver más. Nos cruzamos en apenas medio metro. Tardé una milésima en reaccionar y darme la vuelta, pero ya habías desaparecido entre una multitud de almas. No te diste cuenta de mi presencia, o eso creo. De todas formas ¿qué ibas a decirme? Quizás un saludo efímero, una charla breve, un minuto o dos intercambiando palabras sin sentido. Sé que no me hubieras dicho: “Estoy aquí para quedarme contigo”. Tú nunca te quedas. Decidí buscarte. Me armé de valor y a la mañana siguiente, muy temprano, comencé a recorrer las calles explorando todos los rostros que se interponían en mi camino. Te imaginaba en otras miradas. A veces me confundía y me daba un vuelco el corazón. Cada decepción me servía para volver a la tarea con más empeño. Caminé hasta que me dolieron las piernas, pero no me rendí. A última hora de la tarde, un pinchazo en el pecho me obligó a detenerme. Llevaba horas siguiendo un mapa imaginario que iba trazando sobre la marcha y estaba agotado. Entonces alguien pasó a mi lado, rozándome. Eras tú. Corrías como una gacela, con un ritmo


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inalcanzable. Te llamé gritando tu nombre. La gente me miraba y algunos evitaban pasar junto a mí. Debieron pensar que estaba loco. Por más empeño que puse, no escuchaste mis voces y te desvaneciste en unos segundos. Regresé a casa con los bolsillos llenos de tristeza. Nada calmaba mis ansias por verte de nuevo. Dormí poco y mal. Me desperté varias veces a lo largo de la madrugada. Tu ausencia hería como una cuchilla la paz de la noche. Mi mujer dormía a mi lado, pero me sentía solo y desvalido. El alba llegó con dolor. Era como empalmar dos días gemelos, con idénticas situaciones, y volver a caer en laberintos sin sentido y en búsquedas absurdas. Pero en esa ocasión, cuando salí corriendo a la calle, no hallé de ti ni la sombra. Así pasaron días, semanas y meses. Todo se repetía. Amaneceres esperando un encuentro que nunca llegaba, fundidos en noches de desvelos y pesadillas. Una mañana, intenté levantarme y no lo conseguí. Mi mujer lloraba desconsoladamente. Podía verla y oírla, pero no logré hablar ni mover un solo músculo. Luego llegaron ellos, con sus uniformes y sus movimientos coordinados. Me colocaron una máscara y pude respirar mejor. Me inyectaron algo y me subieron a una camilla. El ruido de las sirenas de la ambulancia


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se fue diluyendo lentamente. Después me envolvió la oscuridad y dejé de sentir. Abandoné el tiempo presente para sumergirme en el tiempo imposible. Ni siquiera soñé. Pi-Pi-pi-piiiiiiii. El sonido me despertó. Estaba tumbado en una cama de hospital. Mis ojos recorrieron aquella habitación llena de aparatos cuyos terminales se insertaban en mí. Pude mover un poco los dedos. Noté mi cuerpo agarrotado, pero mi mente estaba lúcida. La angustia había desaparecido como por arte de magia. A través de una ventana mi mujer me observaba sorprendida y alegre. Cuando pudo entrar, tomó mi mano y me sonrió. Tenía los ojos azules. Era el azul de esos ojos que me habían llevado al delirio y que ahora se reflejaban en otros llenos de amor. Mi recuperación fue buena y gracias a los cuidados de los míos comencé a sentirme, poco a poco, mucho mejor. Días después regresamos a casa. Sabía que mi cuerpo jamás volvería a ser el mismo, pero estaba decidido a luchar contra cualquier adversidad. Cada día salgo a la calle a pasear. El motorcillo eléctrico de mi silla de ruedas apenas vibra y puedo percibir los sonidos de la vida que pasa a mi lado como un río.



Víctor Manuel Jiménez • 91

índice Prólogo

11

Comidas para llevar Café con leche Te busqué Apariencias El despertar Lluvia El apóstata La fotografía El ogro feroz Comidas para llevar Esta vez será la última Papeles perdidos Traición Vainilla y chocolate La dulce venganza Nuevo amanecer La ternera asesina Noche de Reyes Segunda oportunidad Trueno y Luna Amistad Callejones traseros Nocturno

17 21 26 29 35 38 41 44 48 51 54 56 57 63 67 69 73 77 78 81 83 87



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Agustín Gallardo Alberto Casero Alberto Navalón Ana Aneiros Andrés Gutiérrez Ángela Velasco Antonio Burillo Antonio Gómez Arancha Grande Aurora Rodero Belén Rodríguez Belén Rodríguez T. Candela Urso Carlos González Carlos Montero Carlos Ortiz Cecilia Gaspar César Rina Charo Alonso Colegio Moctezuma Conrado Gómez Cristina Mirón Daniel Fernández David Jiménez David López David Nargames Débora Merideño Diana Calderita Emilia Guijarro Enrique López Estela Eva Peláez Eva Téllez Fco. José Montalbán Felipe Zapico

Francisco Bermejo Francisco Gómez-Valadés Gema García Germán Narros Guadalupe Cerrillo Guillermo Alegre Isabel Barroso Isabel Blanco Javier Llinás Jesús Fernández Jesús Jiménez Jesús M. García Jesús María Gómez Joaquín Fernández Jorge Villar José A. Secas José Álvarez José Carlos Soriano José Cercas José Luis Galán José Viera Juan Carlos Zamorano La Mala Lourdes Ferrer Luis Manuel Esquinas Mª Ángeles Bermejo Mª Eugenia Sánchez Manuel Cobos Marce Solís María Carvajal María Jesús Claver Mariam Bejarano Mariam Núñez Maricruz Pérez Marisol Núñez

Miguel Ángel Latorre Miguel Méndez Miriam Criado Montaña Granados Nora Lamy Pedro Vera Pepe García Pilar Martín Purificación Claver Rafael Marchena Ramón Gaspar Raquel Granados Raquel Pérez Raúl Lucero Raúl Rodríguez Rosa Martín Rosario Sánchez Sandra Azuaga Sara Marchena Sara Salgado Sara Villegas Sergio Martínez Susana Alonso Susi Arjona Teresa Calderón Tolo Coronado Toya Pelayo Vicente Rodríguez Víctor Manuel Jiménez Víctor Santiago Tabares Victoria Moreno Virginia Rubio Xeles Tortosa Yolanda Román

Y a ti, querido lector, por tenerlo entre tus manos.

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“Me Pirra” es posible gracias a todos estos amigos. Los autores, editores, correctores, ilustradores, impresores, encuadernadores, distribuidores y libreros os damos las GRACIAS.





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Colección Me Pirra 1. Dana o la luz detenida

(…) Son historias para contar, escuchar y leer en media hora, pero como los buenos cafés, cortos, cargados, amargos, dejan un sabor que persiste durante toda la jornada laboral, y que acompaña hasta casa, cuando dejamos de ser personajes, de nuevo, para volver a ser personas.

(...) Me vas a poner paella para dos, para la mujer y la suegra, que les encanta. Dos raciones de espaguetis con gambas ¿los has probado, Antonio? Están deliciosos, los chavales se ponen morados –Antonio se limita a asentir y sonríe sin ningún entusiasmo.

José Cercas.

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Víctor Manuel Jiménez Andrada nació en Cáceres, en 1971. Ha publicado poemas y cuentos en las revistas En Sentido Figurado, Alcántara, Ars et Sapientia y Gatos y Mangurrias, entre otras, y colabora con el semanario cacereño Avuelapluma. Ha participado en diferentes antologías de narrativa breve y poesía. Ha publicado con Rumorvisual en los libros Un rato para un relato y La niña bonita. Colabora con diversos medios digitales y mantiene un blog (www.papirowebxia.com) con textos literarios y de opinión. Publica y comparte trimestralmente Letras breves y participa en recitales poéticos.

3. Es hora de soñar Pedro Vera.

4. Capital de Mongolia: Ulán Bator 5. Treinta y tres 6. Comidas para llevar Víctor Manuel Jiménez.

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Relato

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Vicente Rodríguez.

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