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yo
no leo
Primera Edición, diciembre de 2011. Edita: Rumorvisual. Diseño y maquetación: www.rumorvisual.com Impresión: Gráficas Romero. Depósito Legal: CC-001219-2011 I.S.B.N.: 978-84-615-4496-7 Puedes contactar con los autores en www.rumorvisual.com La obra se encuentra protegida por la Ley española de propiedad intelectual y/o cualesquiera otras normas que resulten de aplicación. Queda prohibido cualquier uso de la obra diferente a lo autorizado en las Leyes de propiedad intelectual.
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yo
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leo
Prologo Yo tampoco leia ¿Puede meterse todo un continente en un frasco de perfume? ¿Puede contarse la Guerra de los Cien Años en apenas 10 segundos? Y el amor eterno, ¿puede ser azul y áspero a la vez? Afortunadamente sí. Y los polvos mágicos que hacen posible fenómenos como estos se encuentran en este abundante libro de relatos cortos. Pero estos prodigios no acaban aquí. Al igual que un solo color está lleno de matices, y que una nota musical puede ser interpretada de mil maneras diferentes, estos relatos cortos pueden sugerir cosas distintas a cada uno de sus lectores. En estos años en los que la tecnología ha convertido nuestra vida en una carrera de obstáculos donde el tiempo es lo más preciado a lo que podemos aspirar, han irrumpido en el panorama literario y editorial una forma renovada de contar. Los relatos cortos -y también la poesía- se están convirtiendo en la forma más común de hacer literatura. Gracias a los mensajes de textos de los móviles, a los twits, o a los escasos caracteres que nos permiten garabatear en Facebook para dar forma a nuestras ideas, nos hemos ido acostumbrando y autoexigiéndonos contar más con menos. Esto no es mejor ni peor, pero sin duda es distinto. En una sola frase hemos tenido que relatar el parto de nuestro primer hijo. En apenas 140 caracteres hemos hecho público lo mal que nos han tratado en la tienda de la esquina. Incluso hemos relatado nuestro más íntimo sueño en un picotazo corto de teclado. Pero el tiempo que tenemos para degustar estas emociones también se nos ha acortado. Con los avances de este joven siglo XXI, recorremos miles de kilómetros en pocas horas. Movemos grandes sumas de dinero con sólo click. La propia forma que tenemos de recibir la información escrita ha cambiado. Incluso es posible reunir a 21 011
yo
no
leo autores que viven esparcidos por el mundo en un libro para crear universos paralelos que duran unos minutos. Y es una pena, porque yo no leo. No tengo tiempo. Hay mucho que hacer. Aunque nos levantemos temprano, las escasas horas que dura un día no nos da. Pero seguimos necesitando la emoción de la literatura. Contar y que nos cuenten. Soñar en definitiva. Aunque siempre digo que no tengo tiempo para nada, y mucho menos para leer, esta es la mentira más grande que he podido decirme en años. Yo mismo lo comprobé. Metí este libro en mi cartera, la que llevo a todos lados, y salí a desayunar. Mientras me traían mi siempre fiel cortado y la media tostada con aceite y tomate cayeron como migas de pan los relatos de Maika F. Cortés, Alberto Navalón y María Durán. En los 20 minutos que tardó el autobús en llevarme al centro degusté las historias de Jesús Gallego, Juan Carlos Zamorano, Victoria Moreno y José Viera. Me hicieron esperar un rato en el Banco, y con el ticket en la mano izquierda y el libro en la derecha me tragué enteritos a Rosario Sánchez y Carlos Ortiz. Eloise Liyu, Miguel Ángel Latorre y María González me acompañaron en la sobremesa; la tele ya no me decía nada nuevo. Y en el primer café de la tarde, antes de ponerme a revisar emails y refrescar blogs y perfiles de redes sociales, me zambullí en las palabras de Antonio Burillo, Victoria Pelayo y Lucky López. Acompañado de una copa de vino y con la cena en el microondas, esperé a que se calentara la sopa junto a Belle Stephan y Manuel Pardo. Finalmente me dormí con las historias que parecían contarme al oído Eloisa Berkoff, Jorge Galán, Ismael Ollero y Teresa Sánchez. Y aún cuando el sueño quería cerrar mis párpados como si le fuese la vida en ello, me quedé con ganas de leer más. Había sido partícipe de más de 210 historias en un solo día. Y eso que no tengo tiempo para nada. Y eso que yo tampoco leo. Antonio G.ª Villarán. Sevilla, 28/nov/2011 012
Uno
Mayka F. CortĂŠs 1983
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leo
Aquella maĂąana se levantĂł antes de que sonara el despertador. No tenĂa los ojos hinchados, se habĂa dormido sin llorar. EncendiĂł un cigarrillo y puso al fuego la cafetera. MirĂł sin ver las noticias hasta que el olor a cafĂŠ impregnĂł toda la casa. TomĂł dos tazas, negras y amargas como su karma. LlamĂł a la oficina para comunicar que se reincorporarĂa al dĂa siguiente. Estaba decidido, volverĂa a sus rutinas y olvidarĂa para siempre a aquella mujer. Durante meses le confundiĂł con naturaleza, justicia y demĂĄs palabras. SirviĂŠndose de sus encantos casi desbarata por completo sus certezas y su seguridad bien ganadas. Su atrevimiento llegĂł incluso al punto de llevarle a presenciar uno de los desahucios que el mismo firmaba. Ciertamente le habĂa impresionado pero las reglas las hicieron otros y tampoco esperaba cambiarlas‌ DespuĂŠs de todo nadie les manda tener criaturas ni comprar una casa sin un trabajo decente para poder pagarla. ÂĄEse era el problema, demasiados obreros incultos queriendo pasar por familias de gama alta!
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Mayka
F. CortĂŠs
Los muebles se volvieron a cuajar de polvo. Todo lo cubre esa pĂĄtina blanca de microscĂłpicas vidas, Ănfimos ĂĄcaros ancestrales devorando el universo. A una suave pasada de gamuza huyen, se arremolinan y bailan en millonaria algarabĂa por el camino de luz que atraviesa la sala desde la ventana. Me quedan cinco minutos antes de que la gente llegue a la oficina‌ Si la imaginaciĂłn fueran billetes mi familia vivirĂa muy bien y yo no serĂa una simple chacha.
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dos
Alberto Naval贸n 1969 #
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yo
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leo $ Aún pienso en aquella palabra, tan curiosa, que siempre me acompañaba en mi paseo por los pueblos que visitaba, allí, enmarcada, colgada de una pared desconchada en la esquina de una casa, guiando al viandante y al observador con su flechita: para allá, hacia allí o por este camino de aquí. La llevo en la mano sin saber dónde meterla y todas las calles ya me parecen iguales. El sol me ciega y no soy capaz de encontrarla ahora. El calor me hace soñar con una cerveza bien fría, mientras mis ojos, medio cerrados, vislumbran al final de una estrecha calle su forma fálica, erecta sobre la acera, esperándome con la boca abierta, con la palabra impresa, y me hace recordar a aquellos tres conductores que, al atardecer de un día de verano, vi en la carretera con sus tres pequeñas furgonetas llevando un bonito mensaje: Correos... y yo lo hice.
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Alberto Navalón
% Una gota de sudor, transparente y salina, baja por la espalda desde la humedecida nuca de Natalie. Una camisa de lino cubre su piel pálida y blanca, tan delicada como su cara de pómulos, nariz y frente, de un color rosa preocupante. Frente a ella, sus padres, con el estómago repleto, los sobacos empapados y la mirada entornada, perdida en el infinito de las luces y sombras de una ciudad que dormita la siesta. Tras ellos, Raúl, de piel curtida y morena, casi negra, de fuertes manos que guían la calesa de la que tira “Jaranda”, su yegua, una vieja gloria que olisquea el asfalto buscando el inexistente aire fresco que agosto permite en las pocas sombras que atraviesan. -Cusha, fransé, aquella e la Girarda, ¿ok? -Merci monsieur.
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tres
María Durán 1971 #
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leo ) Me pongo algo y salgo. TĂş, que ya sabes como me las gasto, decides seguirme. No me habĂa dado cuenta de lo larga que es mi calle. EstĂĄ llena de coches, de esquinas, de recovecos. Miro todo con gran interĂŠs, cuento cada rincĂłn del barrio: 1, 2,... 8. Estoy cansada, me marcho a dormir, sĂŠ que has dicho que el amor puede estar a la vuelta de la esquina, pero ÂĄse te olvidĂł decirme de cuĂĄl!
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María Durán
Escucho un tango y me acuerdo de ti. Ahora descubro que me has engañado. Cuando sabes que ya estoy en tu red, me tiras pompas de jabón para que me entretenga. Mientes sin pudor y me tengo que enterar fuera del círculo de tus tretas. Vienes y callas, no te puedes mover y me dices que eres pájaro, y yo sigo en mi ignorancia. Sé que no puedo hacer nada, que la vida pende siempre de un hilo, pero yo seguiré abrazada a la mentira.
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cuatro
JesĂşs Gallego 1968
049
yo
no
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El piano sonaba suave llenando la sala de notas tristes, mezclándose con el ruido de los vasos en el mármol de las mesas y el rumor de las conversaciones. Escribía, escribía sin parar sobre servilletas de papel escupiendo frases por la punta de la pluma como si se le fueran a escapar de la memoria. Los ojos, húmedos. Lágrimas sobre el papel y tinta emborronada, quizás por el alcohol, quizás por un amor perdido tiempo atrás. Puede que deseara perder su tiempo en el café, sin ganas de volver a la mísera habitación que apenas podía pagar. Versos vendidos por cuatro monedas a hijos de ricos enamorados, o encaprichados, que harán suyos al entregarlos a inocentes muchachas de ojos brillantes. Palabras de amor cambiadas por un plato de comida y un mendrugo de pan negro. Papeles arrugados, un mercado de poemas recogidos en bolsillos remendados. Suspiros de resignación cuando a la hora de cerrar queda en la acera, de pie, aguantando el frío de la noche con las manos escondidas en los bolsillos de los pantalones. De la chaqueta el cuello subido y el sombrero calado hasta las cejas, intentando guardar cierta dignidad, reflejo de otro tiempo. Echa a andar, sin rumbo, o quizás sí, un mísero cuarto en una vieja fonda de dudosa reputación, acompañado de media botella de vino barato y unos trozos de papel garabateados en su bolsillo.
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Jesรบs Gallego
) Cuando cerraron el bar del centro comercial, se dirigiรณ con decisiรณn a la secciรณn de trajes de caballero. Y allรญ estaba esperรกndola. Alto, guapo, elegante. Y cuando los fluorescentes comenzaron a apagarse uno tras otro, sรณlo la luz mortecina de emergencia iluminaba sus rostros casi rozรกndose. Le besรณ con suavidad y sus dedos encontraron el nudo de la corbata que deshizo con facilidad arrancando a continuaciรณn los botones de la camisa. En ese momento, cuando su respiraciรณn era mรกs agitada se descuidรณ y el bolso resbalรณ de su hombro desplomรกndose con un ruido de cristales rotos. Un insufrible olor a whisky inundรณ el aire, una alarma comenzรณ a sonar y la luz se encendiรณ. Un guardia de seguridad corriรณ hacia ella desde el otro extremo del pasillo. Entonces el maniquรญ resbalรณ de sus manos como un juguete y se desarmรณ en el suelo.
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Cinco
Juan Carlos Zamorano 1967 #
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leo . 2 Casi se habĂa puesto el sol, la noche empezaba a despuntar mĂĄs allĂĄ de las montaĂąas lunares, cuando una rĂĄfaga de viento otoĂąal barriĂł el comedor levantando a su paso un rechinar de dientes carcomidos que bailaban sobre bocas llagadas. Escasos minutos despuĂŠs de que dicho huĂŠsped inesperado hubiera recorrido de parte a parte la gran sala que hacĂa de comedor, un timbre, que reinaba como un reloj destronado en medio de la pared, anunciĂł el final de la tarde, en un mundo donde el tiempo parecĂa haberse parado hacĂa muchos aĂąos. Uno tras otro fueron abandonando la sala, caminando por largos pasillos donde el hedor a medicina se mezclaba con el mĂĄs penetrante olor que dejaban esos cuerpos sin futuro.
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Juan Carlos
Zamorano
3 Alonso se subió el cuello de su pijama mientras navegaba cual náufrago embarrancado por el pasillo de la galería número uno. Como otras muchas tardes, se paró justo enfrente de una puerta en cuyo frontal lucía una placa oxidada de latón barato en la que podía leerse: URGENCIAS. Justo encima de la puerta una mancha de humedad que había descascarillado la pintura gris, dejando con ello una superficie de contornos indefinibles. Alonso, una vez más, se quedó absorto mirando aquello que todos llamaban mancha y que para él era el más puro retrato de esa criatura tan lejana como cercana, para una mente como la suya, a la deriva.
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seis
Victoria Moreno
F o to
: P a c o R o ss o
1986 &
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no
leo 2 Su primer deseo en esta vida fue el de descifrar las palabras. Las observaba, las imaginaba. Espiaba a su hermana mayor mientras hacía sus deberes para ver sus trazos, sus curvas, sus formas. Al principio no dibujaba casitas, montes o princesas, sino letras. Bes, erres o eses sin ningún sentido aparente aunque, para ella, bien podrían ser obras maestras. Al fin aprendió de vocales y algunas consonantes y empezó a atar cabos… Al poco tiempo, una tarde en casa, se aventuró de lleno en el gran mundo de las palabras. Se acercó a una castiza jarra de barro y dijo en voz alta: –“Vino”. La única persona que estaba en casa, su hermana, la cogió por banda y la llevó al balcón. –¡Lee esto! – le ordenó. –BMX –leyó la enana. Esa noche toda la familia junta salió a cenar fuera de gala. La pequeña, muy contenta, iba leyendo todos los carteles que se encontraban: –Dulces Alberto, pescadería Ana. Así fue cómo empezó su romance con las letras y las palabras, que se vio cómo empezó, pero no cómo acababa.
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Victoria Moreno
3 Sábado 11:45 a.m. Plaza Nueva. Sevilla, Andalucía (España) –¡Buenas tardes, caballero! Me resisto a sentir tu ausencia… –¿Pero esto qué es? –Un poema gratis para usted. –Déjalo, no me digas más, que yo ya…yo ya llevo el Marca.
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siete
JosĂŠ Viera 1977 #
085
yo
no
leo
La vida da muchas vueltas, como una pelota que rueda o una peonza o un aro o un anillo. Como mi anillo. Mi anillo también puede dar muchas vueltas. Recuerdo la última vez que lo usé: lo puse en una mano muy suave y delicada. A esa mano le correspondían una sonrisa cautivadora y una mente... La mente resultó ser perversa, malvada, despiadada. No diré que fue una hija de puta porque esas cosas no se dicen. Cuando rompimos me quedé bien jodido. Por supuesto, recuperé la joya. Este anillo va conmigo, siempre. O los dos o ninguno. No niego que lo pasé mal una temporada, pero logré sobreponerme a la adversidad. Ya lo dije: la vida da muchas vueltas, como mi anillo. Ahora está en otra mano. Es una mano muy mona que va con una sonrisa arrebatadora y una mente...
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JosĂŠ Viera
) , -7 “O te pegas un tiro o te lo pego yoâ€?, me dijo el ĂĄngel mientras me apuntaba con un revĂłlver. Siempre imaginĂŠ el fin de los tiempos como algo digno de ser grabado en vĂdeo, por eso cuando sucediĂł me quedĂŠ a cuadros. SuponĂa que vendrĂan las huestes celestiales con sus aires pomposos, sus espadas de fuego y sus trompetas mĂĄgicas, pero en cambio llegaron con paracaĂdas, metralletas, bazucas y hasta tanques. Me sentĂ muy decepcionado. Menuda mierda de Apocalipsis, aunque eso sĂ, una mierda muy efectiva: arrasaron con todo en menos de lo que tardas en decir “Yes, we canâ€?. Ahora tenĂa delante a un arcĂĄngel trajeado, con gafas de sol y un Magnum 357, al mĂĄs puro estilo Harry “el sucioâ€?. Me mirĂł y me volviĂł a decir: “O tĂş o yoâ€?. “Joderâ€?, me dije, “como los votantes vean que me cago en los pantalones a las primeras de cambio no salgo reelegido ni de coĂąaâ€?. AsĂ que contestĂŠ: “Anda, dame ese trasto que ya lo hago yoâ€?.
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ocho
Rosario Sรกnchez 1971 #
097
yo
no
leo &)+) *>+ " ? 2 Las vísceras hablan con lenguaje de burbujas que el calor de mis manos explota dejando salir emociones, como una imagen o una conversación. A veces la enfermedad gusta. A mí no. Amo vuestras limitaciones con el límite de mí, que es mi piel. Enfrentamientos. Pero en medio el río andrógino: corrientes de aguas cálidas y frías que se mezclan y ya no quieren separarse jamás. Estar partido no es estar dividido. Somos múltiples huevos frágiles. Si tocas el bazo, un ojo parpadea y el universo le responde a tu corazón. Hay que besar la piel, para que cuando la vida te la rasgue, se desescame y caiga, puedas ofrecerla al mundo. Gusta encontrar una piel de serpiente; es asombroso. Sóplala como a una muda de serpiente. Muda. Seca ya no es de nuestra talla. Beso mis manos. Pongo las manos en la piel de las muñecas, en el cuello, en el pecho, en el abdomen. Allí donde es fácil el suicidio. Hoy te receto: No tomarás alimento tóxico como una oca: En el hígado está encerrada el alma iracunda del mundo.
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Rosario Sánchez
3 Curar depende de la hora del día. Yo estoy muerta y ya no puedo sanarme con una amiga a la hora del café. Él se curó en el bar por la noche, y por la mañana me operó. No necesitaba ser operada pero me dijo (pues era psiquiatra de ocho a diez): "Así vestida nadie vendrá a tu consulta". Yo le respondí: "Vendrán aquellos a los que no les guste usted". Ahora soy un ángel, sano y despierto. Tengo la gran suerte de llenar con energía de amor el vacío de una mujer sin útero, triste y feo como un codo. Una mujer sin útero es una redoma lista para insuflarle amor por el ombligo. La medicina depende de la hora del día. Yo ahora sano veinticuatro horas sin urgencia.
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nueve
Carlos Ortiz 1971 #
109
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leo 2 “Le informamos de que esta conversación va a ser grabada. Su compromiso de permanencia con esta compañía es de 24 meses. En caso de que decida abandonar, se le aplicará una penalización”. Y no supo qué decir. Aquella tarde le faltaban las palabras y ni siquiera una conversación con el otro mundo le habría salvado de quedarse sin línea con la vida. Por eso decidió que ya era hora de escuchar, aunque solo hubiese una operadora al otro lado haciendo bien su trabajo. No era un tipo cualquiera. Sabía que la única forma de naufragar era volver a navegar. Y tuvo claro por una vez que, si la sigues, la consigues. Pero a él le venía persiguiendo la tristeza. Y tenía un nombre. Él lo sabía, pero no se atrevía a repetirlo no fuese a ser que el recuerdo se lo llevara por delante. Y que también le pudiesen penalizar por haberle fallado a su compañía de toda la vida. Le habían exigido un compromiso de permanencia que no estaba dispuesto a cumplir. Su pecado, no haber sabido qué decir.
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Carlos Ortiz
3 Ella había entregado el PIN de su vida sin pedir nada a cambio. Tanto, que llegó a olvidar el número de tanto repetirlo. Era generosa, pero no sabía que no hay premio para los que acumulan años y son fieles al compromiso de permanencia. Eso solo le pasa, pero al revés, a los que habían decidido renunciar hacía tiempo. Por eso ya no recordaba ni el del banco, ni el de la cuenta de correo, ni siquiera el del ordenador del trabajo. Había decidido no volver a tener ningún número más en su vida porque eso solo les ocurre a los que, como ella, se lo juegan todo a uno. Y lo peor es que no podría hacerlo más. Su PIN era intransferible y, aunque lo podía cambiar, había quedado en manos de otros para siempre. Son las cosas de la tecnología. Sin darse cuenta, fue dejando un rastro hasta no poder borrarlo más. Esa tarde decidió llamar a su compañía porque estaba harta de haber cumplido tanto y tan bien. Eso pasa por tener un PIN.
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diez
Eloise Liyu 1981
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yo
no
leo A Agarrada a la barra del autobĂşs y sumida en sus pensamientos, llevaba un vestido verde y se tapaba con una chaqueta de agujeros vuelta del revĂŠs. La etiqueta colgaba y pude leer “Chinaâ€? antes de que se bajara en la siguiente parada. China‌ el paĂs donde mis padres habĂan ido a pasar las vacaciones el aĂąo pasado, el paĂs en el que habĂa nacido la hija de unos amigos, el paĂs del que provenĂa la cena que encargĂĄbamos cada viernes‌ Y si la noche anterior no me hubiera quedado despierta frente al televisor sin poder dormir, serĂa solo eso, no hubiera pasado nada mĂĄs. Pero vi un reportaje de esos que te hacen pensar, uno de tantos en los que la explotaciĂłn, aĂşn escrita en minĂşsculas, impacta; y al ver la rutina de esos miles de trabajadores sĂłlo tuve pesadillas. AsĂ que esa maĂąana, cuando observĂŠ la etiqueta, no pude pensar otra cosa, salvo: Al revĂŠs, la chaqueta estĂĄ Al RevĂŠs.
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Eloise Liyu
Lo vi mirĂĄndome desde el papel. Con esos ojos penetrantes y esa tibieza en sus gestos. Le mirĂŠ y pude comprobar cuĂĄn diferente era su vida. Pero solo observarla, porque de eso nadie sabĂa mĂĄs que ĂŠl. Bueno‌y Mawahip, y Akemeneshe, y Abubacar, y Emmanuel, y Silue‌ DetrĂĄs se dejaban ver cacerolas, ropa tendida, sillas de plĂĄstico, una pelota suspendida en el aire‌ Y yo, en mi salĂłn, tumbada en el sofĂĄ con una taza de cafĂŠ humeante, me sentĂ impotente. Tanto, que sin saber quĂŠ hacer me levantĂŠ y paseĂŠ de un lado a otro del pasillo, pero nada apaciguaba el ronroneo de mi cabeza. AsĂ que decidĂ salir a la calle para respirar aire fresco y caminĂŠ hasta que agotĂŠ mis pies. VolvĂ a casa exhausta, y caĂ rendida en el sofĂĄ pero la revista seguĂa abierta por la misma pĂĄgina. Al pie de la foto se leĂa: Campo de refugiados. SeguĂa ahĂ, y yo aquĂ. (Debajo un numero de telĂŠfono. Hice la maleta y llamĂŠ.)
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once
Miguel テ]gel Latorre 1980 @ E E '
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leo F " Agnes se acomoda entre los almohadones, mientras que deja que ĂŠl se acurruque junto ella. Agnes, ya mujer y no tan niĂąa, sueĂąa con ser poemada por algĂşn bohemio poeta y convertirse en poema de amor; en dolor de amor; en alegrĂa de amor; en ilusiĂłn de amor; en amor en sĂ; en amor perdido; en amor muerto; en amor espiritual; en amante del amor en sĂ; en amante de otro amante; en amante prohibida de amantes que ya aman a otras amantes y ser siempre una amante despechada, dolida; en una amante que sufre porque no la aman, porque nadie la ama‌ “porque nadie me ama, porque siempre he buscado amor y no he tenido amor, porque parece que el dolor ha decidido instalarse en mi vida y no me deja que siga viviendo y amando. Porque amo demasiado a gente que nunca me amarĂĄ, porque soy la mĂĄs desamada en el amor...â€? -FĂłllame otra vez
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Miguel Ángel
Latorre
& Ese tic-tac que escuchamos hace rato; ese balanceo desorientado que sentimos; ese huir hacia ningún sitio. Pero aún continúa ese ruido ensordecedor del silencio, que solo contiene tic-tacs insufribles y permanentes… Debe ser que el tiempo no para, aunque ya no oiga ningún pum-pum rítmico de mi corazón y tan solo quede el reloj marcando las horas, mientras intentas con tu boca dar aliento a la mía…
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doce
MarĂa GonzĂĄlez 1971 E 7
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! " # $ % $
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leo . ' Cuando eres niño... -Cada momento nos empuja a querer crecer. -Las palabras que iremos escuchando serán ordenadas en nuestra memoria para recordar lo que fuimos. -Satisfacemos el apetito del aprendizaje. -Nos acostumbramos a lo que nos rodea. -Dejamos que prevalezca la espontaneidad sobre los condicionamientos. -Examinamos y absorbemos aquello que nos provoca curiosidad y relevancia. -Determinamos nuestro nivel de tolerancia. -Descubrimos el porqué de las cosas. -Asumimos lo que somos y lo que nos representa. -Discernimos entre el bien y el mal, una vez analizadas las cuestiones. -Otorgamos prioridades. -Despejamos las incógnitas y procesamos la información que nos han ido archivando.
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MarĂa GonzĂĄlez
No era un dĂa cualquiera. Era el gran dĂa, o asĂ lo creĂa. Vanidad que llevamos dentro para satisfacer las ganas del continuo madrugar. Cuando uno despierta es porque ha dormido, ha trabajo el sueĂąo y ha descansado la mente. Cuando uno simplemente se levanta viste su cuerpo con el traje de lo que le toca, bebe un sorbo de cafĂŠ apresurado, para que los pĂĄrpados no pesen, y revisa el reloj, para comprobar que siguen estando las mismas horas. Se permite un minuto ante el espejo para atenuar su imagen, reflejo del curioso que mira con descaro en contraria posiciĂłn. No hay novedades. La misma cara improvisa una sonrisa, difĂcil mueca cuando la estĂĄ fingiendo el corazĂłn. Ahora toca cruzar la puerta que te empuja hacia la salida. Ir posicionando un pie delante del otro a ritmo acompasado, porque eso es la definiciĂłn del verbo caminar.
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trece
Antonio Burillo 1963
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leo E 7 Bandera verde lista en la pista. Dieciséis forman la partida. Se abren los cajones y empieza la carrera. La curva de perdices suele ser una trampa mortal para los potros. El número cuatro, Mecenas, está en cabeza ligeramente destacado. Por detrás, cuatro caballos se acercan veloces y encaran la curva del Pardo, que da acceso a la recta de llegada. Las fustas restallan en el aire y contra las grupas de los potros. El abanico de los menores de tres años se abre en la recta de llegada. Faltan doscientos metros. Tres de los potros están igualados. El jaleo de los jockeys mezclado con el ruido de las fustas al golpear se mezcla con los gritos del público animando a los favoritos. Han pasado la marca de cien metros y el potro con el número catorce montado por un jockey vestido todo de negro sale desde atrás y por tan solo una cabeza, cruza primero la línea de llegada. ¡Hacía años que no se veía un final tan apretado en la carrera de debutantes!
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Antonio Burillo
#
Las campanas tocaban a difuntos. El calor del verano era agobiante. Poco a poco, toda la gente del pueblo se acercaba a la plaza. A un lado, el ayuntamiento y justo enfrente, la iglesia. La puerta estaba cerrada mientras en el interior, el sacristĂĄn taĂąĂa las campanas con su lamento. Todos se miraban intentando buscar quiĂŠn era el que faltaba. La puerta de la iglesia se abriĂł de par en par. La gente entrĂł en silencio santiguĂĄndose, mirando a todos lados. Justo delante del altar, una figura vestida de negro estaba tumbada encima del carrito donde se ponĂan los ataĂşdes en los entierros. Don Miguel, el pĂĄrroco, viendo que se le iba la vida, avisĂł al sacristĂĄn para que tocara las campanas y acto seguido se tumbĂł. De cuerpo presente, a la vista de todos, empezĂł el velatorio casi antes de que el doctor certificara la muerte.
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catorce
Victoria Pelayo 1960 H
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Fascinado por el movimiento que mecía el húmedo lecho que tenía a los pies, olvidó durante unos instantes preciosos la pérdida de altura. Desprenderse del ala en el aire fue fácil y cuando entró en el agua ya se había desabrochado la cremallera del mono hasta la cintura, dentro terminó de bajarla y aflojarse las correas del arnés. A medida que descendía la luz se iba difuminando y antes de quedar en completa oscuridad, pudo ver flotando a su alrededor la enorme tela blanca. Seguía sin comprender por qué se hundía a tanta velocidad. Con dificultad se sacó los brazos del traje y empezó a bajarse los pantalones hasta dar con el duro material de las botas. Fue entonces cuando recordó las palabras de su mujer en la tienda el día que las compraron: No me gusta que tengan cordones, en caso de apuro tardarías mucho en aflojarlos. Dentro del agua los dedos, enredados con los cordones, se volvieron torpes y lentos, sus movimientos se hicieron cada vez más espaciados, hasta que la oscuridad y el silencio lo envolvieron en la profundidad del embalse.
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Victoria Pelayo
Enseguida se percataron de lo remilgada que era su hija. Desde niĂąa dio muestras de gustos y modales refinados, que nada tenĂan que ver con la familia humilde en la que habĂa nacido. CreciĂł en una casa en la que las tareas domĂŠsticas y la labranza del campo eran cotidianas. Sus hermanos a medida que la edad y la fuerza aumentaban, ayudaban en los mĂşltiples quehaceres. Ella no. Protestaba por todo, todo le venĂa mal, en verano hacĂa demasiado calor, en invierno frĂo, coger patatas era duro,‌ Su padre aburrido de oĂrla, la mandaba quitarse de en medio, para no verla. El viejo perro de la familia la seguĂa porque, dada su ociosidad, era la Ăşnica que se dedicaba a pasear. Deambulaba de acĂĄ para allĂĄ, yendo siempre a parar al rĂo, donde se tumbaba a soĂąar con una vida mejor. El perro se acostaba a su lado, tranquilo, fiel, como todos los perros. Hasta que el animal comenzĂł a mostrar sus instintos sexuales delante de ella. El tercer dĂa que el perro, sin vergĂźenza, enseùó esa parte de su anatomĂa, ella decidiĂł darle una lecciĂłn y, al dĂa siguiente, mientras los demĂĄs se iban a trabajar, se dispuso a salir como siempre, provista de una cuerda en su bolsillo. Ya en el rĂo, atĂł una piedra grande a un extremo de la cuerda y al otro extremo atĂł al perro. Con la piedra en las manos, tirĂł de la cuerda arrastrando al perro hasta un repecho alto, y con decisiĂłn la arrojĂł al rĂo, con el indefenso animal detrĂĄs. Nadie lo echĂł en falta.
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quince
Lucky L贸pez 1975
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yo
no
leo @ 7 === G
SĂŠ de una niĂąa, hermosa como una flor, con deseos instintivos a los que obedece. ToquĂŠ una vez a una niĂąa nube y mi mano se deslizĂł entre ella como en una ventanilla de coche ,y me embrujĂł y caĂ dormido. SĂŠ de una niĂąa preciosa como una flor a la que nunca se llevarĂĄn a la cama, lo sĂŠ por la prensa. Convive dentro de otra niĂąa que rompiĂł su corazĂłn jugando a los mĂŠdicos y ahora juega a los mĂŠdicos con el corazĂłn. Yo la escribo todos los dĂas porque ya comprĂŠ flores a otras. –"Tiene que quedarse ahĂ dentro todo el rato. ÂżEs que no ves que tiene roto el corazĂłn? ÂżQuieres quitarle lo Ăşnico que la calma?â€? –“Y la una sin la otra no podrĂan vivir... " Amo a esa niĂąa hermosa como una flor desde antes de conocerla. Ella no puede volar conmigo todavĂa, no quiere hacerme daĂąo, pero el hambre de amor... Yo le digo: – “Tranquila niĂąa, si yo soy tuyo antes de que supieras que existĂa y pronto desaparecerĂŠ, porque si no el cuerpo que compartes morirĂa, y yo no quiero matar. Yo he venido a quererte a ti hasta que nos cansemos. A ti nadie puede tenerte, pero vives por y del amor que puede dar un hombre sincero. Pero eso ya lo sabesâ€?. He venido a que me consumas para que vivas tĂş.
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Lucky LĂłpez
B@ # A " C Yo me voy a matar gallinas. SĂ, hoy hay que matar gallinas, y aunque no agrada a nadie de la casa, yo voy. Mi padre me obliga. ÂżQuĂŠ querĂŠis que haga yo? DespuĂŠs de matarlas mi padre y mientras las despellejaba con mi madre, he notado el calor del animal en mis manos manchadas, y las moscas no han tardado mucho, aunque no habĂa olor. Era todavĂa carne muy fresca. Mi madre se esmera por mirarle las tripas, el hĂgado, riùón... “Ves, estĂĄn muy sanas, despuĂŠs de tres aĂąos dejan de poner. Mira, ĂŠsta no tiene hueva dura, ya no ponĂa“. Huevos, pollos, gallinas, gallos, gallineros y corrales, ÂĄVenga, hagamos una tragedia! Total, ÂżQuiĂŠn quiere vivir tanto? Otros no salen ni del cascarĂłn. Pero noto el calor en mis manos todavĂa. MaĂąana comerĂŠ su carne y ese calor tendrĂĄ sabor y olor. La verdad es que se me revuelve una mano en el estĂłmago, la de mi madre mirando mis tripas.
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dieciseis Belle Stephan
1983 I
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yo
no
leo 2 Finlandia es una mierda. Eso es lo que pensó mi madre cuando llegó al aeropuerto de Helsinki y comprobó con horror que habían perdido su equipaje. Aquella misma tarde se fracturó la tibia y un hombro en una estúpida caída, en las escaleras de la casa de su amiga Marja Liisa. Semanas después conoció a mi padre, pero no surgió el amor a primera vista. Eso es cosa de cuentos de Hollywood. Muy al contrario, en un primer momento lo odió con todas sus fuerzas. Cada vez que lo veía le entraban ganas de abofetearlo, no era para menos. Mi padre es fisioterapeuta y fue el encargado de darle las primeras sesiones a mi madre en su larga y dolorosa recuperación.
195
Belle Stephan
3 La primera vez que visité España me sorprendió el intenso olor a caballo que rezumaban las calles. Mi amiga Carmen me dijo: “Y qué quieres chiquilla, aquí en el Parque de María Luisa, en el mismo centro de Sevilla, con tanto coche de caballos y este calor de junio”. Yo no entendía cómo en un país europeo aún se utilizaba un medio de transporte tan arcaico. Luego me explicaron que era para paseos turísticos, es decir, para mí. Pero sigo sin entender porqué no se bajan los señores cocheros a retirar los excrementos de los caballos con una bolsita de plástico, igual que se hace con los perros. La primera vez que visité España me sorprendió que la gente no hiciera cola en la parada de autobús…
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diecisiete Manuel Pardo
1960 #
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yo
no
leo 7 2 Acabo de salir de la cárcel. Por fin se han abierto las rejas principales de este penal. No se sabe lo grande que es la libertad hasta que no se pierde. De positivo saco el haber aprendido a respetar a los demás. Tres largos años para darme cuenta lo estúpido que se puede llegar a ser. Ahora ya he purgado mi pena y soy un hombre nuevo. Sé lo que tuve que dejar atrás cuando ingresé en prisión, te dejaba a ti y, en definitiva, todo mi mundo, lejos de la tierra que me vio nacer. Cuando me anunciaron que dentro de una semana saldría libre, lo primero que hice fue escribirte una carta que espero hayas recibido. En ella te cuento que soy consciente que tras tres largos años no espero nada de ti. Como es lógico, habrás rehecho tu vida, seguramente que me habrás olvidado por completo, pero la esperanza es lo último que se pierde, por eso y porque realmente no tengo dónde ir, vuelvo al pueblo que me vio nacer, en donde tu y yo compartimos tantas cosas, pensando que nada nos podía separar, y ya ves como hemos acabado.
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Manuel Pardo
3 He llorado muchas noches hasta el alba, con esa pena interior que te corroe por dentro y ese nudo en el estomago que no permite que ningún alimento permanezca mas de cinco minutos dentro. He pasado por muchas cosas. Aquel error será suficiente para que nadie, ahora que empiezo a saborear de nuevo la libertad, quiera recordarme ni saber quien fui. Hoy vuelvo a mi hogar. Ya sabes lo que tienes que hacer si todavía piensas en mí. Quizás aún sigue en pie aquel viejo roble que con sus ramas nos daba sombra mientras nos besábamos. Te pido que si guardas algo de nosotros y quieres verme, coloques entre sus hojas una cinta amarilla. Esa será la señal que marcará mi norte. Deseo que el viejo roble sea testigo de una nueva vida. De no ser así, entenderé que nada significo ya para ti y que me has olvidado. Entonces me sentiré de nuevo en prisión, cogeré el primer autobús y me marcharé, tratando de asumir mi destino con cada kilómetro que me aleje de ti.
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dieciocho EloĂsa Berkoff
1968 . ) A
217
yo
no
leo . 2 AbriĂł la puerta de golpe provocando un sonido seco al chocar contra la pared. Se quedĂł en el umbral apoyĂĄndose en ĂŠl, como si le faltasen fuerzas mientras su mirada recorrĂa la habitaciĂłn. Trastabillando llegĂł cerca de la cama y se agachĂł a mirar debajo — ÂĄMarĂa, MarĂa! — llamaba a gritos, mientras secaba el sudor de su frente con la manga de su blusa. En su mirada crecĂa el fuego de la frustraciĂłn, atizado con una mezcla de desesperaciĂłn y enojo. Caminaba a gatas tirando al suelo o al aire todo cuanto encontraba a su paso: ropa, libros, zapatillas, juguetes, hasta que su mirada se encontrĂł frente a frente con la sonrisa de la muĂąeca. Se incorporĂł despacio hasta quedar arrodillada frente a ella, la observĂł con odio. Lentamente su mano se estirĂł hasta alcanzarla, una mueca se dibujĂł en su rostro poseĂdo, la lanzĂł por los aires, mientras con extraĂąo placer veĂa caer ese cuerpecillo frĂĄgil sobre el armario, rebotando entre un montĂłn de cajas y dejando su cabeza de espuma colgar hacĂa el vacĂo. SĂłlo entonces respirĂł profundamente.
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Eloísa Berkoff
3 El cristal de la copa estalló en mil pedazos y el miedo cubrió a María como un manto oscuro que le oprimía el pecho y el abdomen dejándola sin respiración. Entre temblores corrió hacía su habitación. Las lágrimas de sus ojos apenas le permitían ver por donde iba, y en esa carrera loca sonaban a sus espaldas ecos de una voz que la llamaba — ¡María! ¡Eres una idiota! ¡Mira lo que has hecho! — María no miraba, sólo corría en busca de su muñeca, pero las lágrimas ya nublaban sus ojos y apenas veía. La casa, los objetos, la vida, se tornaban difusos, todo parecía moverse mientras su pequeño corazón parecía querer dejar de latir. Un profundo dolor estomacal le impulsó a correr hacia el jardín. Sabía que no debía vomitar en la alfombra. Se escondió tras unos setos, mientras su cuerpo expulsaba miedo por su boca. Con los ojos pintados de angustia vio que su vestido aún seguía limpio, lo sacudió con cuidado y abrazando sus rodillas ahí se quedó.
220
diecinueve Jorge Galรกn
1969 #
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yo
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leo ) Primero al banco, siempre es el sitio en el que mĂĄs me cuesta entrar, asĂ aprovecharĂŠ mejor la maĂąana. Luego intentarĂŠ cerrar el tema de las vacaciones con la agencia de viajes; si consigo lo que busco a tiempo harĂŠ tambiĂŠn la compra de la semana. El regalo de aniversario de Cristina lo dejo para el final; despuĂŠs, una breve visita a los amigos‌ ÂĄah! y ya que estoy, de paso consultarĂŠ en la compaĂąĂa de seguros cĂłmo va lo de mi coche... Para ser el primer accidente de mi vida no lo hice mal, dos meses en el hospital y otros tantos que llevo postrado en esta cama sin poder moverme. La fabulosa indemnizaciĂłn no compensa semejante trago‌ este nuevo ordenador y el viaje por Ă frica con mi chica cuando me den el alta‌ tal vez. ( ) $ * $ +
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Jorge GalĂĄn
He leĂdo esto en un periĂłdico muy simpĂĄtico de color salmĂłn que reparten por las cafeterĂas y me ha hecho pensar: “Cierto es que la certeza serĂĄ estar en cierto modo tan seguro de poder asegurar que mĂĄs incierto es el futuroâ€? Eso es lo malo amigo, que hay gente que escribe para hacernos actuar y sĂłlo consiguen hacernos pensar.
& , ' - & . '
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veinte Ismael Ollero
1985 #
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yo
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leo ) SegĂşn informaron los servicios de emergencias, el suicidio se produjo alrededor de las dos de la maĂąana. Era un varĂłn de veintiocho aĂąos. Los familiares lamentaban su pĂŠrdida y manifestaban que el joven apenas salĂa de su habitaciĂłn mĂĄs que para ir al baĂąo. AllĂ comĂa, allĂ vivĂa y, desde allĂ, se relacionaba socialmente. Esta forma de vida la eligiĂł con voluntad propia. AsĂ, lejos de padecer cualquier trastorno depresivo, era feliz. Sin embargo, tres dĂas sin acceso a Internet por problemas en su conexiĂłn, le empujaron a un desenlace funesto.
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Ismael Ollero
)
Los albañiles, que trabajaban en diferentes plantas y andamios, echaron la vista abajo sorprendidos por la multitud que se aproximaba a la obra desde primera hora de la mañana. Los jóvenes congregados cortaban la calle al tráfico inexorablemente. Iban con gafas de sol, flirteaban, bebían, fumaban y utilizaban sus carnés sin que nadie les pidiese identificación. Hasta que no sonase la alarma de las dos, tenían tiempo de seguir bailando al son de la radial.
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veintiuno
Teresa Sรกnchez 1944 #
253
yo
no
leo . 2 Desde la ventana de mi jaula veo el ir y venir de la gente. En el momento que la ciudad despierta, abro las cortinas y un día gris me saluda. Cuando estoy a punto de cerrar las cortinas reparo en una anciana que arrastra los pies, atraviesa el paso de peatones del semáforo en hora punta. Se nota que todos tienen prisas y parecen llegar tarde. Me distraigo unos momentos hasta que un chirrido ensordecedor de neumáticos me sobresalta. La anciana, a la que minutos antes estaba observando, cae al suelo como un muñeco de títeres. La gente se aglomera a su alrededor y no me dejan ver con claridad lo que ocurre, me pongo de puntillas pero no logro tener mejor perspectiva. Un ruido repetitivo de sirenas se apodera del ambiente, la mujer yace en el suelo inerte, cuando alguien con autoridad despeja a los curiosos. Desde mi atalaya sigo mirando con interés y observo cómo una nebulosa negra de tamaño homogéneo se acerca a la anciana.
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Teresa Sánchez
3 No consigo ver lo que es exactamente, pero aquella masa intenta elevar a la anciana del suelo con movimientos seguros y con mucho brío. Puedo ver unos ojos rojos centelleantes que me horrorizan. Dudo por unos momentos de lo que mis sentidos me dicen. La mujer levanta la mirada hacia mí pidiendo auxilio, como si fuera la única persona que me diera cuenta de su situación. Un enfermero se acerca a la anciana y la tapa con una manta térmica. Le pone un collarín y la suben a la ambulancia pero un espasmo convulsivo rompe la aparente calma. Los dos médicos acuden con premura. Me parece que han conseguido estabilizarla. Al instante todo queda igual que antes del accidente, las personas caminan de un lado a otro con las prisas de siempre. Tengo un sentimiento amargo que queda dentro de mí y que no sé descifrar. Me hubiera gustado ayudarla pero mi jaula no tiene puertas y solo puedo mirar hacia fuera.
256
Indice Mayka F. Cortés Alberto Navalón María Durán Jesús Gallego Juan Carlos Zamorano Victoria Moreno José Viera Rosario Sánchez Carlos Ortiz Eloise Liyu
Miguel Ángel Latorre María González Antonio Burillo Victoria Pelayo Lucky López Belle Stephan Manuel Pardo Eloísa Berkoff Jorge Galán Ismael Ollero Teresa Sánchez
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Índice
Mayka F. Cortés El primer café del día El polvo de la vida Catódica espalda Viaje en colectivo Valle encantado Pequeña reincidente Mosquitos crudiveganos Flamencópata Tensión sexual El miedo multiplicante...
Jesús Gallego 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24
Alberto Navalón Recuerdos de una tarde Giraldillo El ascensor Sin darnos cuenta Cervecitas Faldas Tanzania Su padre Querétaro Rifa a ciegas
266
51 52 53 54 55 56 67 58 59 60
Juan Carlos Zamorano 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36
María Durán Amores Círculo Inspiración Números Oportunidad Perfumes Presencias Reuniones Sí, no Top secret
El vendedor de versos Amor de centro comercial Fanático Gigantes La nota Prisas Una excusa El esquimal ¡Qué más da quién! El estraperlista
39 40 41 42 43 44 45 46 47 48
Loco de amor Cabalgando...
63 68
Victoria Moreno Su primer deseo... Sábado 11:45 a.m. ... Le dijo que la amaba... Aunque parezcan... Esto no puede seguir así... /Mire usté... Soñé que... Por mucho que digan... Despierto... La vida...
75 76 77 78 79 80 81 82 83 84
José Viera El anillo El Apocalipsis según Obama Sexy Corazón ¡Sonría, que es peligroso! Salir del armario Guillermo Tell 2.0 Esto ya no es lo que era Made in el Estado Vaticano En picado
87 88 89 90 91 92 93 94 95 96
yo
no
leo Rosario Sánchez SANACIÓN a la una... Decían de ella Abrirse de pies Señales Test Mujer fatal Reflexiones de ama... Reflexiones blancas...
99 102 103 104 105 106 107 108
Carlos Ortiz “Le informamos de... Ella había entregado el PIN... A él nadie le enseñó... “Por favor, necesitamos... Hacía mucho tiempo... “Que le he dicho... La razón... “¿Cómo te llamas?”... La soledad es... Las líneas se cortaron
111 112 113 114 115 116 117 118 119 120
Eloise Liyu No. Tienes la chaqueta al revés 123 Hay. Testimonios 124 Que. Nadie la salvó 125 Apelar. Disfuncional 126 A su. Por fin 127 Razón. ¿Por qué no? Cri- Cri 128 Sino. Belle en su silleta 129 A. Quiero esas lucecitas 130 Sus. Mientras amanece 131 Corazones. La llave 132
Miguel Ángel Latorre Ya mujer y no tan niña Sonidos Mártires de la nación
135 136 137
Entre rejas Tan solo una corbata Desayuno en familia Autorretrato I Autorretrato II No trespassing... Cazadores
138 139 140 141 142 143 144
María González La niñez Como cada día No siempre llueve Homenaje No hay preguntas Nada que temer Canción para un rey Somos libres En el desierto una voz Absolución
147 148 149 150 151 152 153 154 155 156
Antonio Burillo Baile de debutantes El párroco Galeote Descubrimiento Notas y acordes Vestido para matar Vivencias Shoes Páginas en blanco y negro Volver
159 160 161 162 163 164 165 166 167 168
Victoria Pelayo Elsa El perro fiel Septiembre Los manguitos Hotel Lucana
171 172 173 174 175 267
Índice
Hormigón autoreparador Expropiación forzosa El vestidito El islote Rutina
176 177 178 179 180
Lucky López De nombre... ¿Dónde estás cuando... La fórmula Margarita El peculio De 94 Gigantes Pétalo Ventanas Equipaje
183 184 185 186 187 188 189 190 191 192
Belle Stephan Finlandia es una mierda... La primera vez... Mis padres se odian... Me gusta mi bicicleta... A veces me siento salmón... Me encanta fumar hierba... Cuando los nazis entraron... No creo en el amor... Dormir en verano... A veces todo se desmorona...
195 196 197 198 199 200 201 202 203 204
Manuel Pardo Cintas en el roble Brisa de verano Fin de semana inolvidable Reflexiones...
268
207 211 212 214
Eloísa Berkoff La sonrisa de la muñeca Asperger Festina, mox nox Dijo Post Ensueños El Puente...
219 223 224 225 226 227 228
Jorge Galán Accidente Ciertamente Sobran las preguntas Los mercados Guerra de barcos Aprovecho Políticamente incorrecto Sin Santos y sin Musas Hablando de más Pido perdón
231 232 233 234 235 236 237 238 239 240
Ismael Ollero Avance informativo After Estrella del Rock El arte Tiempos de pobreza... La habitación de la paz Siete Guerra eficiente El presentimiento Reality Show
243 244 245 246 247 248 249 250 251 252
Teresa Sánchez La jaula El ordenador Mi casa
255 258 261
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