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4 Edici贸n EG Comunicaci贸n
editorial
Propicia libertad
Hay una libertad inmiscuida como habitante en cada uno de nosotros, es de particular condición y es sin condición a la vez, por su especial sentido de intimidad. Se trata de la libertad que es genuinamente personal. Que no se otorga, se auto otorga, y no se comparte. Hablo de la libertad proveniente de mundos sólo realizables en la imaginación. Estos en sentido estricto se auto imponen, destinados a liberarnos, a liberarte, y liberarme… De ahí que para los lectores en los libros –y en su medio para dialogar con nosotros, la lectura– esté la ocasión propicia para arrebatar y retener a gusto y placer, esa libertad. La libertad proveniente de la lectura lleva implícita espacios igual de inagotables como de insospechados. Me pregunto ¿hasta dónde puede darse ese estado de adicción que nos hace recurrir a las páginas con desvelo, no obstante estar bajo la amenaza de un final imposible de evitar para el lector, el autor y los personajes? Contradictoria resulta entonces esta simbiosis trágica de libre elección de contenidos, tiempos y espacios, pues en todos los casos sin excepción nos hermana acompasadamente al compartir escenarios
descritos con la palabra escrita, y con nostalgia perpetua remueve los recuerdos y espejea ante nosotros, línea tras línea, nuestra propia vida, nuestra propia historia. ¿Dónde dio inició el libre albedrío de otorgarnos esos espacios de libertad en el mundo de las letras? ¿Elegimos ser incitados y atrapados por esas letras sin poner resistencia y así será por siempre? ¿Quién nos inició en esta dinámica sin fin que nos proporciona la libertad lectora? Una sola respuesta ha llegado a mí y tiene nombre: Antonio, mi padre. Sus libreros siempre cargados en casa, fueron los gigantes de donde surgieron mis libros en la infancia, el mismo tiempo en que me instruyó con perseverancia y sin mesura, dándome las alas que otorga la lectura para transitar los caminos siempre en pos de la libertad. Por iniciarme en el sin fin de los libros, la lectura, las letras y la libertad auto otorgada, gracias papá.
Licda. Elisa Balam Marín Editora
ebalam@empresaglobal.com.mx
Arte Creativo
Año 14 No. 112 Publicación Periódica. Mérida, Yucatán, México. Marcas registradas EG Comunicación, SA de CV, autorización No. 924095. Empresa Global, autorización No. 921235. Otorgadas por el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial Las puntos de vista expresados en los artículos son responsabilidad de sus autores. Textos, ilustraciones y fotografías son exclusivos de esta Casa Editorial. No se entregan materiales ni diseños originales.
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Ruth Hermina Castilla Carrillo www.mediumsociedadcreativa.com.mx Facebook: Medium-Sociedad-Creativa EG RADIO “Englobando Acciones” EG WEB & REDES www.empresaglobal.com.mx Facebook: Empresa Global Editores Twitter: @EmpresaG
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Índice A mi amigo y colega
Ley marcial
Fronteras y exilios en la narrativa mexicana contemporánea Menú literario
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Doble filo
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Perspectivas de una antología
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Catálogo EG Editorial
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A mi amigo y colega E
n esta ocasión, en la que vengo aquí, a Mérida, a aceptar y recoger un premio literario que lleva tu nombre, José Emilio, quiero aprovecharla para decirte algunas cosas, a ti que fuiste mi amigo y mi colega durante tantos años y sobre todo que fuiste un gran poeta por mí admirado, mi querido vate. Quiero decirte que yo también amé a tu manera a esa patria de los cuantos bosques y ríos y de la ciudad monstruosa que fue tu cuna y la mía. Quiero decirte lo que tú ya sabes: que hoy también me duele hasta el alma que nuestra patria chica, nuestra patria suave, parece desmoronarse y volver a ser la patria mitotera, la patria revoltosa y salvaje de los libros de historia.
Discurso pronunciado por Fernando del Paso al recibir el premio excelencia en las letras “José Emilio Pacheco”, en la Feria Internacional de la Lectura Yucatán 2015.
Quiero decirte que a los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas.... ¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia! ¡Qué pena también, que aprendamos cuando estamos viejos que los rarámuris o los triques mazatecas, son los nombres de pueblos mexicanos que nunca nos habían revista del conocimiento
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contado, y que sólo conocimos por la vez primera cuando fueron víctimas de un abuso o de un despojo por parte de compañías extranjeras o por parte de nuestras propias autoridades! Parece mentira, José Emilio, que hayan pasado tantos años y todavía no hemos aprendido a no mancillar ese fulgor abstracto que alimentaba nuestra pasión por la patria.
¡Qué pena, sí, qué vergüenza! Querido José Emilio: no me preguntes cómo pasa el tiempo; hace poco más de un año que te fuiste y no tuve oportunidad de hablar contigo de tantas cosas como hubiera querido. He sido un mal lector de tu obra y me arrepiento. Pero ahora estoy dispuesto a llenar este vacío con el recuerdo de tus palabras, de tu presencia y de tu lucidez. Nunca como hoy día me pregunto qué hicimos, José Emilio, de nuestra patria, a qué horas y cuándo se nos escapó de las manos esa patria dulce que tanto trabajo les costó a otros construir y sostener. ¡Ay, José Emilio! Sí, dime cuándo empezamos a olvidar que la patria no es una posesión de unos cuantos, que la patria pertenece a todos sus hijos por igual: no sólo a aquellos que la cantamos y que estamos muy orgullosos de hacerlo: también a aquellos que la sufren en silencio. Tú mismo lo dijiste: los pobres, tarde o temprano ellos, en masa, heredarán la tierra. Tú nos invitaste a admirar su paciencia. Pero... ¿hasta cuando José Emilio, hasta cuando? Ese día no parece llegar nunca: el Apocalipsis, como tú dices, todavía tiene que dar paso a varios comerciales y el centauro y el unicornio no han resucitado aún. Cuando me enteré que había sido honrado con el premio que lleva tu nombre, José Emilio, una andanada de recuerdos se me vino encima. Éramos muy jóvenes y teníamos toda la vida por delante y toda la patria también... ¿Pero qué patria dime, la de nuestros padres, la de nuestros abuelos o la sola patria nuestra?
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Éramos jóvenes, sí, y teníamos una enorme responsabilidad que cumplir: la de cuidar el patrimonio que habíamos heredado y cuya integridad se ha visto amenazada tantas veces. Dime, José Emilio: ¿cumplimos? Hoy que el país sufre de tanta corrupción y crimen, ¿basta con la denuncia pasiva? ¿Basta con contar y cantar los hechos para hacer triunfar la justicia? ¿Es ético aceptar premios por nuestra obra y limitarnos a agradecerlos en público, como lo hago en estos momentos? No lo sé. Pero vale la pena plantear si nuestra posición sirve para algo. “Algo se está quebrando en todas partes”, decías en uno de tus poemas. Algo, sí, mi corazón ante todo lo que sucede a nuestro alrededor, y se quiebran mis palabras. ¡Ay, José Emilio, yo no sé para qué me meto en estos bretes, si bastaría acudir aquí y
aceptar el premio! Pero no puedo quedarme callado ante tantas cosas que se nos han quebrado. ¿Qué se hizo del México post-68? Qué proyecto de país tenemos ahora... ¿Qué proyecto tienen quienes dicen gobernarlo? Me permito citarte una vez más, “conozco tu país –decía el gringo- pasé una noche en Tijuana / éstas son las palabras que me sé de tu idioma: /puta, ladrón, auxilio, me robaron”. ¿En qué se diferencian estas palabras de “político, autoridad, socorro, me extorsionaron”?
¡Ay, José Emilio!: ¿qué hemos hecho de nuestra patria impecable y diamantina. Insisto José Emilio: no me preguntes cómo pasa el tiempo. Lo que te puedo y quiero decir ahora es que estoy viejo y enfermo, pero no he perdido la lucidez: sé quién soy, quién fuiste y sé lo que estoy haciendo y lo que estoy diciendo. Lo único que no sé es en qué país estoy viviendo. Pero conozco el olor de la corrupción; dime José Emilio: ¿a qué horas, cuándo, permitimos que México se corrompiera hasta los huesos? ¿A qué hora nuestro país se deshizo en nuestras manos para ser víctima del crimen organizado, el narcotráfico y la violencia?
de esas lenguas, sea víctima de un despojo, de un ultraje a la sacralidad de su territorio, o cuando el río o los ríos que lo sustentan se vean contaminados por una empresa minera o por la irresponsabilidad de las autoridades, o por la fracturación salvaje en busca de petróleo o gas shale que amenaza con consumir millones de litros de sus reservas acuáticas.
¡Ay, José Emilio! ¿De qué nos sirve recoger aquí y allá premios y reconocimientos mientras nuestro país se desprestigia ante los ojos del mundo... mientras México se mexicaniza para estar de acuerdo con sus películas y las más negras de sus leyendas?
Nib óolal José Emilio nib óolal ti’tuláakale’ex kexi’ kak ilikba’ex u láak juntéen le ken ktia’alinte’ex México tuka’atéehe’
¡Ay, José Emilio! ¿Qué vamos a hacer, qué se puede hacer con veintitrés mil desaparecidos en unos cuantos años? ¿O son veintitrés mil cuarenta y tres? ¡Ay, José Emilio! No sé qué más decirte. No sabes qué triste estoy. Acepto el premio que tiene tu nombre, porque sé que se me da de buena fe, no sin antes subrayar que lo más importante en la vida no es recibir galardones –aunque se merezcan- sino denunciar las injusticias que nos rodean. Te hablo José Emilio, desde luego en español, la lengua que nos fue impuesta a sangre y fuego por los conquistadores, y que ahora es tan tuya y mía, como lo es de cualquier habitante de España misma, pero creo que también es una vergüenza que tengamos que vivir muchos años para enterarnos de la existencia de más de sesenta lenguas en nuestro territorio, por ejemplo el wixárica o kickapoo, cada vez que el grupo indígena que habla una
No me queda José Emilio sino despedirme y para ello utilizaré la segunda lengua que se habla en esta hermosa ciudad anfitriona de Mérida: el maya:
Gracias, José Emilio y gracias a todos ustedes, espero que nos encontremos una vez más cuando nuestro país sea de nuevo nuestro. Y por si acaso mis palabras no hayan sido suficientemente explosivas, termino con una auténtica bomba:
“En la esquina de un estanque, había un sapo lo quise agarrar, pero se me escapo”.
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Ley marcial C
uando Martín pisó el último escalón de piedra que conduce a la puerta del periódico, el sol se le estrelló en la frente como dándole la bienvenida hacia la libertad. Había dedicado los mejores años de su vida a esa empresa, que ahora lo escupía deseosa de caras nuevas. A la espalda encorvada por la vejez, también se sumaban 40 años de intensas jornadas en las que con impecable habilidad había fotografiado cada uno de los movimientos de gobernantes, políticos, científicos, artistas y toda clase de personajes. Miró sus dedos en cuyas uñas se mostraba la huella inconfundible de los activos que utilizó por décadas para hacer magia a través de la alquimia fotográfica y pensó en lo fácil
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Verónica Rodríguez. Licenciada en Ciencias de la Comunicación, reportera de Radio Universidad . Colaboradora titular de EG.
que la tenían las nuevas generaciones de trazadores de luz, cuyos trabajos se presentan ahora con mayor prontitud y facilidad gracias a las cámaras digitales. Empotrado en un chaflán y bañado por corrientes de aire que vienen del norte de la ciudad, el edificio del periódico cobró vida y le lanzó de lleno a la escarpa en la que aterrizó con la platinada cabellera ya descompuesta por las fuertes ráfagas. Pensó que 60 años a cuestas no le impedirían dedicarse a cultivar una vida familiar, social y por qué no, laboral, aunque
seis años de primaria no le alcanzaran más que para captar los momentos de felicidad que algunas personas consagran en las iglesias, pues los meridanos aún conservan sus tradiciones católicas y futureó que le lloverían los contratos para inmortalizar a través de la lente bodas, quince años, bautizos y primeras comuniones.
—Estoy vivo, estoy vivo y disfrutando de mi primer día de libertad — pensó, al tiempo de sacar la cámara de la mochila raída y descolorida por el paso del tiempo y disparar el gatillo del artefacto a diestra y siniestra frente a la escena sangrienta de una viejecita tendida en el asfalto y con la cabeza debajo de las ruedas de un microbús.
Buen dinero se echaría a la bolsa con ello y su pensión, con la cual disfrutaría sus días de vejez, al tiempo de obtener la recompensa que por años le había sujetado a aquel trabajo que amaba, pero que despreciaba al mismo tiempo.
¡Bendita recompensa es la libertad! Pensó. Con la mente puesta en las actividades que llenarían su vida el próximo año a partir de esa fecha, Martín se encaminó a la plaza principal de la ciudad para captar las primeras imágenes libres del yugo inquisidor de su jefe, ¿qué importaba si eran copias de las postales que ofrecen las tiendas para turistas?, lo importante era que por fin serían captadas a conciencia de querer hacerlo y sin ninguna orden de por medio. Tendría tiempo antes de que la oscuridad cayera sobre los árboles de la plaza, antes de que sus sombras desaparecieran por la necedad de la luna por cubrir las calles de la ciudad. Paso a paso, mientras recorría las tres cuadras que distan a la “cárcel” del parque principal, se conmovió al sentirse diferente y se avergonzó al creer que la gente lo miraba como notándole en los ojos, en la respiración y en la transpiración, ese pavoneo mental del que hacemos uso los mortales cuando nos sentimos vencedores. Esas ideas se evaporaron como los gases de un escape, cuando al llegar a la esquina del teatro de la ciudad vislumbró un gentío que se agrupaba en torno de un accidentado, imagen que le hizo pensar que se había burlado de la suerte y de la muerte al haber aguantado por tantos años las ofensas, los insultos, las reprimendas sin justificación y las bajezas que día a día le propinara su jefe a lo largo de 40 años como fotógrafo de aquel periódico.
Tan entretenido en su trabajo andaba, que no se percató cuando el gentío, de zancada en zancada y de un jalón, como si fuera un enjambre de abejas, abandonó el arroyo para ponerse a salvo sobre la escarpa. Fue por demás que el monstruo motorizado hiciera uso de su potente rugido… Martín, con su pensamiento en la jubilación y su ensanchado pavoneo mental, por fin conseguía su libertad.
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Fronteras y exilios en la narrativa mexicana contemporánea H
ace casi 10 años en una aguda reflexión sobre el narco y la narrativa mexicana, Rafael Pérez observaba que la violencia había producido demasiados relatos y en su mayoría malos, promotores del costumbrismo y el lenguaje coloquial, las tramas populistas y el reflejo fiel de la realidad y el conformismo. Su queja es también la de otros escritores y críticos de su generación: somos moderados, medias tintas, hay una realidad y se la copian, hay pobreza y se la denuncian, hay narcotráfico y se lo retratan. Recreamos, observamos, intentamos explicar pero nadie despotrica. Esto es cierto o al menos en parte. Numerosos son los autores y de todos los calibres que de alguna u otra forma han escrito desde el 2000 hasta la fecha sobre la
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Oswaldo Estrada UC-Mexicanistas University of North Carolina at Chapel Hill
inestabilidad política de México, el narcotráfico, los feminicidios de Ciudad Juárez y un amplio etcétera de violencias irresueltas. Tal vez no por elección, como arguye Eduardo Antonio Palma en relación a la crítica de Lemus sino por el peso de una situación histórica que ha traspasado a todo México. Como es de esperarse, unos lo han hecho con más acierto que otros, provocando a su vez no pocos estudios críticos sobre la representación del terror, la estetización de la muerte, la caracterización de los capos, el papel de sus mujeres, el trama histórico y la construcción de una memoria hiriente
en distintas fronteras del territorio mexicano. Esto se sabe, la crítica actual, como afirma Valeria Luiselli, parece haber encontrado una mina inagotable en lo marginal y lo violento, en una literatura nacional rica en narcotraficantes, decapitaciones, drogas, personajes subalternos, escenarios abiertos desafortunadamente. Mucha tinta se ha gastado en todo esto y a veces con justa razón. Lo único cierto en medio de este panorama caótico que ha creado sus propias mitologías y fetiches con respecto al norte y al narcotráfico, es que en conjunto la literatura de la violencia, ha puesto a nuestro alcance senderos de determinismo, pobreza y ocredad, denuncias actuales de un perenne estado de colonialidad así como urgentes debates culturales en torno a los centros y los mártires en una era globalizada neoliberal. Al fin y al cabo la violencia dialéctica afecta a quien la ejerce y a quien la sufre en una cadena de reciprocidades, es destructiva y reconstructiva, se adapta a otras formas y revela nuevos conocimientos sobre ese otro que amenaza la identidad personal o comunitaria. Como bien señala Bolívar Echeverría, la violencia dialéctica es hija de una situación en la que priva una escases absoluta de oportunidades de vida en las que lo otro, lo extrahumano o el mundo natural se presenta implacablemente inhóspito frente a las exigencias específicas del mundo humano. La narrativa mexicana de hoy proviene de una realidad violencia y ultrajada, como negarlo, pero en los casos más afortunados ha callado crueldades éticas que pretenden transformar al lector obligándolo a revisar sus valores y a cuestionar aunque sólo sea el acto solitario de la lectura el orden político y moral. Para salir airoso de esta prueba hace falta ser un autor cruel y eso significa cerrarle al lector todas las salidas, negarle el final feliz, trabajar no sólo con la violencia, como se ha hecho hasta el cansancio, sino con sus deshechos y despojos, como con todo aquello que la produce. Además hay que luchar sin tregua contra la tentación, el consuelo y la esperanza. Solo un autor cruel sabe descubrir con sutileza y en el momento menos pensado el otro lado del narcotráfico, el del hambre y la pobreza, el de la perpetua periferia. Crueles en este sentido con Yuri Herrera, Orfa Alarcón y Daniel Sada entre otros autores mexicanos que han trabajado con efectividad el tema de
la violencia, y crueles son sus obras: Trabajos del reino, Perra brava, El lenguaje del fuego, sólo por nombrar unas cuantas. El mundo de los narcos que Yuri Herrera relata en Trabajos del reino, es un recinto encantado habitado por un rey y su corte, el capo es el rey porque rescata a los que no tienen nada en la vida, a las mujeres que se prostituyen en cualquier pocilga o a los pobres y desvalidos que le son fieles como perros a cambio de un techo y de las sobras abundantes que el deja en cada comida. Como buen rey, observa el artista que es el corredista de la corte, el capo es generoso con sus vasallos, sobre todo, cuando tiene audiencia y recibe a los pobres de su reino que le piden algún favor, una ayuda económica, un apadrinamiento, un acto de justicia. “La gente más lejana se le confundía en una mancha gris pero distinguía claramente a los que estaban a punto de llegar al final de la fila que se ponían derechitos, se apretaban la greña de lado, se callaban la boca, se abrochaban el botón; al fondo, rodeado por la corte el rey miraba a cada uno a los ojos, escuchaba la merced pedida, hacía un gesto al gerente, el gerente tomaba nota. A algunos el rey les acariciaba el cabello o les aconsejaba en tono grave, luego ellos le querían besaban la mano o se abrazaban a sus rodillas, el rey dejaba que lo adoraran un momento después los quitaba con cierto rigor”. Si la colonialidad, entendida como la expansión transhistórica de la dominación colonial, representa el lado obscuro de la modernidad y produce nuevas jerarquías y diferencias entre los colonizados, El trabajo del reino de Yuri Herrera nos permite palpar su adaptación dentro del reino del poder del narcotráfico, como autor cruel que busca la transgresión y la encuentra en la violencia despiadada, en la incertidumbre o en la naturalidad de una tragedia, Herrera no nos brinda ningún consuelo o nota redentora, sino la reflexión nociva propia de un ámbito en descomposición. “Es como si no hubiera derecho a la belleza”, piensa al ver las calles de su alrededor y pensó que a esa ciudad había que prenderle fuego desde los sótanos, porque por donde quiera que la vida se abría paso era ultrajada de inmediato. Víctima de un proceso hegemónico, el artista le otorga sentido a la dominación y de algún modo se convierte en su cómplice, por eso cuando vuelve a la calle una segunda ocasión, esta revista del conocimiento
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vez por órdenes del rey que quiere infiltrarlo en el palacio del capo enemigo, el rey mira con desprecio las nubes calles del otro tiempo y se afana en loar al rey en sus corridos “porque a todos les diste casa, dinero y amor, a todos les diste paz, dinero, emoción”. En la novela de Orfa Alarcón también ingresamos a un espacio de poder, exceso y ambición, sólo que esta vez la trama se desarrolla no en un palacio de fábula sino en Monterrrey, y Fernanda es la protagonista de Perra brava, es una estudiante universitaria enamorada de Julio narcotraficante y jefe del crimen organizado, él la doblega en cuerpo y alma, la viola, la golpea, la exhibe en público como un objeto de valor y a cambio pone a su disposición ropa de marca, drogas, una casa con sirvientes y guaruras, fiestas de narcos y conciertos, dinero y camionetas flamantes. Fernanda como su pariente literario Violeta en la novela Diablo guardián de Javier Velazco, se involucra con Julio porque con él ve la posibilidad de convertirse en una Barbie de plástico para alejarse definitivamente del mundo marginal del cual proviene. En muchos sentidos, el discurso de la novela es un discurso de abundancia, abundan los golpes y la sangre, la corrupción de la policía, el abuso infantil, los despliegues del machismo narco, los narcocorridos que crean la música de fondo de una violencia normalizada así como los lujos de los que disfruta Fernanda. Este discurso de exceso y derroche sin embargo, se sostiene en base a otro, el discurso de la escases y la pobreza, el de la inseguridad física, emocional, ambos discursos, no está de más recordarlo, provienen de un ámbito colonial y colonizado y adquieren nuevos matices en una esfera poscolonial. Fernanda está donde está, entre los narcos y en el epicentro de distintos atentados porque ha sido marcada por la violencia sociocultural y la agresividad de su entorno marginal, cierto es que en el fondo pide a gritos ser una muchacha normal, pero la sombra del narcotráfico la cambia irremediablemente, por eso hace que una mujer se estrelle contra un árbol mientras conduce por una carretera sólo por entretenimiento para probar su agresividad, para meterle un susto nada más. De tanto estar con los perros del narco, bien apunta Nora Guzmán, Fernanda se animaliza y ataca, no habrá bozal ni correa que puedan controlarla como animal violento y destruye lo que toca. Si la crueldad como el
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exceso, vuelve visible todo lo oculto, en esta novela la crueldad del narcotráfico también destapa distintos niveles de pobreza: económica, moral, psicológica, al hacerlo la novela descubre una absurda realidad donde importa menos el tráfico de drogas y mucho más la mente enferma de una persona o mutilada por su propio egocentrismo, tal vez porque Fernanda, confirma la propia Alarcón, tiene otras cosas en la cabeza como su papá, como su hermana, ella misma. También Daniel Sada combina con audacia los discursos de la abundancia y la escases en su novela póstuma El lenguaje del fuego. También él, como Herrera y Alarcón, violenta el texto cuando menos lo esperamos, demostrando de nueva cuenta que la violencia moderna no actúa sobre una persona o una comunidad, sino que lo hace desde dentro de un sujeto y su ámbito, de una manera interiorizada en consonancia con un impulso íntimo. En esta novela, después de haber cruzado la frontera en 18 ocasiones y siempre de manera ilegal, exponiendo la vida en condiciones desastrosas, Valente vuelve a su pueblo San Gregorio para poner un negocio familiar. San Gregorio está en Mágico, y Mágico es México, el país a donde siempre a querido volver para construir primero su triste jacalón y ahora, después de trabajar a lomo partido en Gringolandia, para abrir una pizzería con cuatro mesitas de lámina, ellos, los pobres del pueblo, calcula Valente ahora lo serán menos y hasta podrán darse lujos antes impensables siempre y cuando trabajen sin reposo. Lo que no sabe Valente es que los narcos están bien instalados en San Gregorio y que su hijo Candelario pronto será uno de ellos. Cruel, como todo buen novelista, Sada nos deja sin asideros, escenificando una realidad que una sociedad tiene de si misma, desnudando a sus personajes hasta convertirlos en marionetas de su propia voracidad. Debido a esta crueldad ética en El lenguaje del fuego, Valente acepta el dinero de un cartel para seguir con su negocio abierto, él que siempre a vivido con la zozobra de morir en cada cruce a los Estados Unidos, él que sólo a sabido ser víctima de la pobreza y sus círculos malsanos y de una realidad enorme y sucia, Valente, el hijo de su puta madre, ahora debe aceptar las órdenes de los capos que gobiernan en San Gregorio, porque el negocio se puede ir a pique y porque no quiere regresar de ilegal al otro lado de la frontera. Cruel como los mejores narradores, aquí tampoco Sada nos
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ofrece la certidumbre de un mejor porvenir, cuando los capos entran a su pizzería para comunicarle que su hija ha sido asesinada por uno de ellos, la escena se ve marcada en el texto con un marcado distanciamiento o una descarada naturalidad o una serie de silencios que inútilmente se extienden en la mente del lector buscando un posible deletreo o un sonido. Al mirarlos a todos ellos es difícil identificarnos como alguno, al verlos en este ámbito degradado por una nueva jerarquía de poder dejamos de mirar al mundo exterior con el que solidarizarnos, con el que escandalizarnos para concentrarnos en quienes somos, convertidos, a nuestro pesar, en personajes de la historia.
En su más reciente trabajo ensayístico Los muertos indóciles, necroescrituras y desapropiación, Cristina Rivera Garza explora desde distintos ángulos críticos lo que implica este vivir en un México de violencias impunes y muertes cotidianas, llama necroescrituras a las prácticas literarias que se llevan a cabo en condiciones de extrema mortandad y que de algún modo intentan desarticular el poder depredador del neoliberalismo y sus máquinas de guerra. Ante el espectáculo cruel de nuestros días Rivera Garza se pregunta ¿qué significa escribir hoy en este contexto?, ¿qué tipos de retos requiere el ejercicio de la escritura, en un medio donde la precariedad del trabajo y la muerte horrísona prostituyen la materia de todos los días?. ¿Cuáles son los diálogos estéticos y éticos a los que nos avienta el hecho de escribir literalmente rodeados de muertos? Las novelas mexicanas que hoy giran en torno a la violencia nos ayudan a dilucidar múltiples respuestas para estas preguntas. En las mejores situaciones, las escrituras que ficcionalizan un presente tan violento no fabrican un espejo de la realidad sino una serie de interrogantes y críticas, incertidumbres, titubeos… En el caso de los tres autores analizados, sus trabajos de una memoria reciente, todavía presente y punzante en distintos espacios del territorio mexicano, nos obliga a repensar consabidos debates con respecto a la modernidad y la antimodernidad de México y sus habitantes. Como señalaba Bolívar Echeverría en el 2010, para hablar de México hace falta hablar no sólo de los dos Méxicos, el progresista y el atrasado, sino de sus múltiples personalidades enfrentadas entre si. Porque al México de la modernidad se le impone el México profundo, el México barroco y el México contestatario. Entre las zonas de fracaso propias de la antimodernidad mexicana, hoy más que nunca siguen proliferando las narrativas sobre la violencia, el crimen organizado, el narcotráfico. Y entre las ráfagas de esta crueldad hayamos también inevitables manifestaciones de escases y pobreza, el lado oscuro del progreso o el desencanto de un bienestar marginado.
Oswaldo Estrada
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Menú literario E
mociones perturbadoras, sentimientos de amor, ilusiones, angustias, tensión, acción, erotismo, frustración, conspiración y todo lo que un ser humano es capaz de vivir y sentir, puedes encontrarlos en un buen libro. Sólo tienes que seguir leyendo hasta encontrar el adecuado. Leer, es aprender a disfrutarse uno mismo en la inmensidad de la imaginación. Aquí algunas reseñas para incentivar la lectura: Relato perturbador: Bajo palabra. Autor: Akira Yoshimura. Narra de manera sencilla la historia de un hombre que no puede escapar de su destino, al principio la historia es un poco lenta, pero los detalles del entorno, las emociones como
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Martha Elena Balam Marín. Maestra en Derecho Penal, jefa del Departamento de Atención al Público del INECCO. Colaborador titular de EG
la angustia, el temor, las dudas e incertidumbre del personaje principal, contribuyen a que el inesperado y crudo final impacte al lector. No lo recomendaría como un libro para relajarse o ilusionarse, pues si bien es de lenguaje sencillo, exige involucrarse con el personaje para tratar de comprender la complejidad de las decisiones que va tomando. La reseña que más justicia le hace es: “Perturbador y austeramente hermoso”. El final de la historia, te sacude de tu asiento, es un relato corto que puede ayudarte a decidir si ese tipo de historias te gustan, y si es así, seguramente, buscarás más libros del género y del autor.
Novela para recordar la ilusión del primer amor. La trilogía: El verano en que me enamoré, No hay verano sin ti y Siempre nos quedará el verano. Autora: Jenny Han. Se trata de una novela juvenil que retrata la ilusión y confusión características del primer amor de adolescencia. Recomendado para leerlo en tus próximas vacaciones, pues es una historia inocente que merece disfrutarla sin presiones. Esta trilogía puede resultar una muy buena opción si se está buscando un libro para adentrar a jóvenes lectores al mundo de la lectura romántica. La primera entrega El verano en que me enamore, comienzan a describirse los personajes y el entorno en el que se irá desarrollando la historia, con un lenguaje sencillo y fresco. La autora busca involucrar al lector en el ambiente que envuelve a los personajes y la mentalidad inocente con la que ven el mundo y se llenan de ilusiones. En No hay verano sin ti se añaden a los personajes elementos más complejos, mientras que en la primera parte apenas comenzaban a tener consciencia de su entorno, lo cual tiene lógica si atendemos la edad de los personajes, en ésta continuación retrata de una manera más amplia los conflictos de la vida real, en donde la trascendencia de la adolescencia a la primera etapa de la madurez, se encuentra marcada por factores totalmente ajenos a nuestro control y el modo de enfrentarlos marcará el tipo de adultos que llegaremos a ser. El amor sigue siendo el eje central de la historia, que no llega a su punto de consumación precisamente por que como ocurre en la vida real, en ciertos momentos en la vida en la que por mucho que lo deseamos simplemente hay que darle tiempo al tiempo: seguir intentando y esperar.
Una romántica historia en la que la autora juega con el tiempo, relatando escenas del pasado para comprender las circunstancias de la vida presente de los personajes, pues queda claro que al igual que ellos, nuestro presente es consecuencia de nuestro pasado y nuestro futuro dependerá de cómo vivamos nuestro presente. Finalmente en la tercera parte Siempre nos quedará el verano, la historia de amor que tantas ilusiones, desilusiones, conflictos, frustraciones, alegrías y demás vericuetos generó, finalmente culmina, pero tendrán que leer el libro para saber cuál de los amores es finalmente el vencedor. Para añorar: El regreso del Joven Príncipe. Autor: Alejandro Roemmers. Para la mayoría de quienes han leído “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry, seguramente aún guardan ese sentimiento de añoranza, ese deseo de que el niño que un día vino a visitarnos de tan lejos, regrese para escuchar sus nuevas aventuras en otros planetas y nos haga reflexionar con sus anécdotas, descubrimientos y esa mentalidad inocente y al mismo tiempo llena de sabiduría. El regreso del Jóven Príncipe, se trata precisamente de eso, gracias a la osadía de Alejandro Roemmers de atreverse a imaginar lo que sucedería si después de algunos años, ese niño tan querido regresara y nos contara sus últimas aventuras para ayudarnos a reflexionar sobre lo importante de la vida, sobre las cosas terrenales que muchas veces nos distraen de lo verdaderamente valioso y trascendente. Esta obra que rinde honor a uno de los mejores libros de todos los tiempos, recomendada para leer en los momentos de indecisión e incertidumbre o simplemente para sentirse una vez más cerca de ese adorable niño que simplemente quiere que le dibujen un borreguito.
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Doble filo
Al final me besó. Yo tenía dieciséis años y mi suerte estaba echada. Un beso primero es huérfano...
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Es posible el olvido?, o ¿tiene sentido el olvido? Finalmente qué queremos olvidar si estamos hechos de las historias, hemos transitado por ellas, son nuestro ADN sentimental. Es un poco lo que fui observando mientras, yo casi también, asistía a las sesiones de la llamada bruja. Mientras escribía este libro, Doble filo, no sabía qué iba a pasar, tenía la misma sensación de Antonia, la misma sensación de la bruja, como cuando uno abre la puerta por primera vez a algo y emprende sin saber a donde va a llegar. Me pasó en la experiencia de escritora. Dije, quiero contar la historia de un primer amor. El primer amor que nos marca cuando se acaba, porque si no se acabara no tendríamos que olvidarlo o dolernos por él. Yo quería contar la historia de las primeras experiencias, de la primera experiencia amorosa que, creo, labra
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Mónica Lavín. Escritora.
de alguna manera nuestra relación con el resto de las experiencias amorosas. De repente se me ocurrió y dije: creo que tiene que haber dos en esta manera de contar la experiencia, y pensé que la bruja tenía que oír la historia de Antonia. Esta bruja no es ninguna terapeuta convencional, yo no se nada de terapias, no es una chamana ni nada porque tampoco se nada de eso, es simplemente una mujer que tiene la capacidad de escuchar y a través de lo que escucha idea métodos a veces absurdos, a veces locos, que tienen que ver con lo ritual, con lo físico. Como cuando nos enojamos y aplastamos o cuando aventamos algo y lo
sacamos de nosotros, es un poco lo de la propia terapeuta que no sabía cómo ayudar a Antonia, yo no sabía qué métodos iba a usar, ni quien era. Para mi este libro a sido como cuando escribí Yo la peor de Sor Juana, pero ahí sí sabía quien era Sor Juana, lo que no sabía era cómo iba a contar ni quien era en la parte misteriosa y entrañable, lo que nos invita a desentrañarla todo el tiempo. En Doble filo me acerque a lo fascinante de escribir novelas que es descubrir. No sabía quién era la bruja y qué iba pasar cuando la bruja oyera la historia de una joven de veinte tantos años que tiene esta primera herida de amor, no sabía que las heridas de amor o los recuerdos de las propias historias amorosas de la bruja iban a salir. Cada vez que Antonia se iba por la puerta, la bruja quedaba encarando sus propios deseos de olvidar cuando lo que en realidad estaba haciendo era recordar para acomodar. Este es un Doble filo porque el olvido de una, significa la memoria o el recuerdo de la otra. Pero Doble filo también porque creo que no tiene sentido olvidar, creo que eso es lo más trágico, olvidar. Muchos de los boleros de nuestro cancionero mexicano están hechos del deseo del olvido. “Se me olvidó que te olvidé” dice la canción que canta el Cigala. Uno va siendo diferente para las historias, como cuando se va dando cuenta la bruja que fulano era así, que mengano era así, porque la complejidad de lo que somos muchas veces tiene que ver con el espejo que es el otro y que permite que salga de nosotros. Esta historia es el diálogo de dos mujeres a ritmo de sesiones, por eso los fragmentos son cortos, es una novela corta porque se parece al cuento en su vértigo, pero es novela porque los personajes tienen oportunidades de expresarse, de mostrar su complejidad multidimensional, lo que es propio de la novela. Para mi es una experiencia de escritura muy sabrosa porque no sabía, de verdad, si la bruja lo iba a lograr. ¿Qué le iba a pasar a Antonia?, ¿quién era esta mujer que le empezó a parecer también fascinante? Una mujer hecha de todas esas bienvenidas y despedidas del amor. Finalmente es el tema del amor y el desamor. Me gusta mucho la escritura de lo breve, como el cuento, desconfío de las demasiadas palabras, por eso me gustó el reto de escribir esta novela a base de pequeños trozos, que tuvieran un tema cada uno, que
incluso se podrían leer sueltos, pero que van conformando un universo más complejo. Esta novela surgió de un extraño reto que nos pusimos varios escritores en Ciudad Juárez en un encuentro de escritores. Por la situación de violencia de la ciudad no queríamos prácticamente salir del hotel, íbamos al encuentro y luego volvíamos al encierro y las sobremesas, pero eso sirvió para hacer algo bueno, empezamos a hablar varios de nosotros de escribir novela corta, de cuál habíamos leído y acabamos proponiéndonos cada uno escribir una novela corta. Teníamos esta especie de ilusión quijotesca de salir de un frente múltiple, y cada quien fue publicando cuando pudo escribirla. Para mi fue el acicate para escribir esta historia sobre la primera experiencia amorosa, pero no sabia a la luz de qué y en qué forma. Antonia la tenía más clara. De repente el ritmo fue encontrado y, cuando uno encuentra eso, ya puede lanzarse a la escritura. Encontré en Doble filo la posibilidad de la velocidad en lo breve. Uno escribe los libros y no sabe que va a pasar con ellos, es decir, uno no escribe para el cajón, uno escribe deseando que por lo menos haya un lector al otro lado, que algo le pase con el libro, que se vuelva un cómplice. Pero con este no, este es un libro muy distinto a los que he escrito antes. Me he ido topando con experiencias lectoras que de repente se añaden, como hay tanto espacio en blanco, de repente se suman a la propuesta del libro. Por ejemplo, en Orizaba la maestra que me presentó dijo que después de leerlo se había metido a la cama llorando y que su marido le preguntaba qué le pasaba y ella le confesó que se había acordado de todos sus amores. Dijo que ella misma había hecho algunos de los experimentos terapéuticos: que fue por un pan caliente, lo que le hace la bruja a Antonia cuando le parte el bolillo justo cuando todavía despide humo y le pide que se lo acerque a los labios y lo mantenga para acordarse de ese primer beso y su tibieza. La maestra dijo que había hecho lo mismo y claro, lloró. Es curioso, Doble filo que tiene una intensión que no había buscado, pero que la propia propuesta de escenario: chica que cuenta una historia y mujer que la escucha, nos invita, porque al fin y al cabo como lectores somos voyeristas y como escritores también, al estar ahí en nuestro propio sillón escuchando la historia, no nada más de Antonia sino también la de la bruja y elaborando nuestras propias historias. Es la maravilla de los libros, siempre hacen más de lo que uno se propone.
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Perspectivas de una antología
Juana Mateos de la Higuera. Coordinadora de la Licenciatura de Lengua y Literatura Modernas de la Universidad Modelo. Colaborador titular de EG
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ste libro que presentamos hoy como antología poética permite dos de las principales dimensiones de acercarse a la literatura: la crítica literaria y el placer de la lectura, aunque sin duda, el orden correcto es el lector en primer lugar y el crítico en el segundo, en este caso comenzaré al revés, pues es en la lectura final donde encontramos la justificación y la unidad de todo lo que voy a comentar. Estamos tan acostumbrados a las antologías, que parecen un trabajo sencillo, que se realiza de forma espontánea cómo si el canon elegido para su realización fuera algo intrínseco en la obra y no lo que es en realidad; un arduo trabajo externo a ella.
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Casi desde que tenemos literatura escrita, tenemos antologías en lengua castellana, los monjes copistas de la Edad Media copiaban aquellos textos que les gustaban especialmente para poder hacer un uso personal y recreativo de esos fragmentos. De ahí, es un paso natural a las recopilaciones de cancioneros y romanceros que aparecerán ya impresas en el siglo XVI, por poner un ejemplo, entre los más famosos el Cancionero de Romances de 1550 publicado por Martín Nucio. Por entonces, todavía las antologías eran conocidas como florilegios o flores escogidas entre otros términos similares, de hecho tenemos el cancionero titulado
“Flores” de 1605, el origen de este nombre es evidente por la muy utilizada metáfora de flor frente a poesía o arte literario. No haré la barbaridad de referirme a esta antología como flores yucatecas pues tengo muy presente el comentario del poeta y crítico Dámaso Alonso: “el primero que dijo ‘tus dientes como perlas’ era un genio, el segundo (sinónimo de todos los demás que lo dijeron) era un imbécil”, por lo que no me meteré en el segundo grupo de forma voluntaria, pero creo que con estas brevísimas notas históricas se hace evidente el peso de las antologías en la producción literaria. Igual que la producción histórica de antologías literarias se ha desarrollado de manera fluida a través de los siglos, también ha sido la crítica generalizada a todas ellas. El motivo principal es el canon que se presenta en ellas. Desde que el más mediático crítico literario Harold Bloom publicó El canon occidental: La escuela y los libros de todas las épocas en 1994, y utilizó el concepto de canon, todos nos familiarizamos con este término, el cual en la práctica responde a los límites que los compiladores de estas obras deben asumir para poder terminar su obra, sin esos límites estaríamos ante algo sin fin. Y esa selección, esos límites serán siempre la fortaleza y la debilidad de este tipo de obras. La gran variedad de estos “cánones” o perspectivas de selección (que generalmente son bastantes pragmáticos) permiten una aproximación a los textos que el área académica suele utilizar principalmente en la educación, pues es el único modo de acercarnos de una forma factible a los amplísimos programas de literatura que nos solemos ver obligados a constreñir en pocas clases. Analizar las antologías es evidentemente muy complejo por esa misma variedad temática: algunas están hechas por el propio autor o por los propios autores y suponen manifiestos generacionales; otras se circunscriben a temas; a formas; a épocas; a espacios; y por supuesto las múltiples combinaciones que se pueden hacer con estas variables citadas. En la práctica todo esto, nos lleva a la propia individualidad de estos trabajos que los convierten en obras originales, a pesar de la utilización de otros textos como bases principales.
Esta individualidad es una de sus principales fortalezas pero, también, comentaba que la elección del contenido en este tipo de obras le otorgará una de sus debilidades: ésta es el descontento que las selecciones suele presentar; les pongo un ejemplo, en la tercera edición en la Antología Cátedra de la Poesía de las Letras Hispánicas del 2001, su autor, el investigador José Francisco Ruiz Casanova, realizó un análisis de la recepción de su obra, su análisis es resumido muy gráficamente por él mismo, el comentario general a su antología es: “Esta no es mi antología”, nadie suele sentirse contento con una antología, las opiniones a favor de incluir autores o poemas que no aparecen es tan abundante como la de sacar autores o poemas que se consideran fuera de lugar dentro del texto. Y si esa crítica además viene de creadores, los argumentos serán mucho más pasionales; un ejemplo, que creo resulta muy ilustrativo y a la vez nos evita tener que dar nombres propios reales, nos los ofrece Ruiz Casanova en su análisis sobre las antologías en el 2003, en la obra de Cervantes “Viaje del Parnaso” de 1614, el autor también es uno de los protagonistas y es quien debe sufrir en el capítulo IV la siguiente crítica:
¡O tú, dijo, traidor, que los poetas canonizaste de la larga lista, por causas y por vías indirectas! ¿Dónde tenias, magancés, la vista aguda de tu ingenio, que así ciego fuiste tan mentiroso coronista? Yo te confieso, ó bárbaro, y no niego que algunos de los muchos que escogiste sin que el respeto te forzase ó el ruego. En el debido punto los pusiste; pero con los demás sin duda alguna pródigo de alabanzas anduviste.
Se le acusa a Cervantes como mínimo de incompetente, cuando no, de vendido al mejor postor. Con menos brillantez, más real, muchos encargados de antologías han recibido apelativos así de cariñosos.
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Al otro lado de la antología nos encontramos los lectores, en realidad estos deben ser el fin principal de todas ellas, pese a que en muchos casos la enseñanza y la investigación se hayan apropiado de estas producciones. Son la puerta a una antesala que nos llevará a otra sala de lecturas. Como son en realidad casi todas nuestras lecturas, un camino que se va haciendo al leer. Las antologías facilitan comienzos, el ya citado crítico Harold Bloom, en el mismo libro del que hablábamos antes, escribía: “el que lee debe elegir, puesto que literalmente, no hay tiempo para leerlo todo”, yo voy un poco más allá; creo que para elegir, debemos conocer la mayor cantidad de opciones posibles; y tampoco es “literalmente” posible conocer todas las opciones literarias, esto es algo que siempre nos facilitará de algún modo una antología.
Todo lo anterior lo podemos poner en práctica en la obra “El parnaso Yucateco” Tomo II. La selección de autores, ¡más de 80!, representa un trabajo que sólo de pensarlo es abrumador, y sin embargo y a pesar de la existencia del Tomo I dejará insatisfechos por ausencias y excesos. Afortunadamente habrá un Tomo III que, aunque suene a pájaro de mal agüero, también despertará descontentos, forma parte del precio a pagar por hacer una antología. Sin embargo, espero que todos perciban la ingente labor del trabajo que los autores, Rafael Ramos Váquez y Luis R. Sarzo Denis están realizando con esta recopilación de autores yucatecos en lengua castellana. Hasta ahora, sólo contábamos con la también excelente recopilación del Dr. Rubén Reyes Ramírez “La voz ante el Espejo” de 1995, ya en esta obra Rubén Reyes se sintió
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en la obligación de hacer un anexo de autores no antologados, dando muestras desde entonces de lo enorme que es la literatura yucateca. Es sin duda evidente e incluso sorprendente que una literatura tan reconocida como la yucateca, en cualquiera de sus lenguas, no tenga más antologías. En este caso, los autores han preferido escoger un número reducido de poemas por autor, creo que esta decisión da mucha vitalidad a una obra tan grande en tamaño y contenido, y permite evidentemente conocer a muchos más autores desconocidos, pues en otra de las elecciones obligatorias de los recopiladores han reunido poetas reconocidísimos como Dolores Bolio Cantorell, Antonio Mediz Bolio... con otros desconocidos para la gran mayoría de nosotros. La variedad de autores y los pocos poemas facilitará el acceso a la lectura de esta obra a un público más amplio, a pesar de la riqueza poética de Yucatán a las nuevas generaciones les cuesta adentrarse en la lectura de la poesía, y la agilidad de esta presentación puede ayudar a jóvenes que están (principalmente debido a las redes sociales) más acostumbrados a textos breves. Este comentario no es en absoluto peyorativo, creo que cada quien debe tener libertad a la hora de escoger sus lecturas de recreo y probablemente los autores de la antología también lo consideren al presentar tantos poetas poco conocidos. Para ir terminando, comentar que casi todos los poemas tienen relación física o emocional con la tierra yucateca, esto nos permite a los yucatecos de nacimiento o por asimilación conocernos y reconocernos, y a la vez presentarnos hacia fuera, pues como comenta el investigador Andrés Amorós: “Las experiencias de casi todos nosotros suelen ser bastante limitadas. Leyendo, las multiplico, me asomo a horizontes vitales que, si no, nunca hubiera conocido. Gracias a los libros, me hago más hombre, comprendo mejor la realidad y me entiendo un poquito más a mí mismo.”
En resumen, tenemos en esta obra una estupenda antesala que se convierte en sala de lectura por derecho propio y que seguro dará paso a muchas más.
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