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DE ARCOÍRIS Los días orbitales de Frank
MÉXICO, ENERO DE DOS MIL TRECE
HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK
CAPÍTULO
4
Ciudad de payasos (ピエロの市都)
Pudukkottai, Tamil Nadu. 11 de octubre, 2002
LA ESPADA KHANDA VUELA DIRECTO a la cabeza de Starla, pero el acero termina en el respaldo de la silla. Desde una distancia segura, Starla mira a Āditi, quien, con un rostro atónito, parece no entender cómo la mujer pudo moverse tan rápido. Lo que sigue es un primer puñetazo de Starla, uno que alcanza la muñeca derecha del guerrero rajput. La Khanda vuela lejos. El segundo puñetazo lo golpea en el pecho: Āditi sale disparado hacia atrás, rompiendo el barandal y cayendo de nalgas en una mesa del primer piso. Resuena la gritería de los comensales empujándose para tratar de abandonar el lugar. 3
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“What kind of rajput warrior are you?”, le espeta Starla a su rival mientras se acomoda la blusa vaporosa. “Your vajra technic is amazing”, dice otro guerrero rajput. “Have you been in Shakti temple learning Parvati tantra?” “I told I don’t know what vajra is! And who cares about this Parvati?” Los guerreros rajput se juntan unos a otros, ansiosos. “How dare you?”, dice uno de ellos, fúrico. Una daga vuela hacia Starla. Fssss. La ha esquivado. Ahora la hoja de la daga vibra en la pared, enterrada. El resto de los rajput se lanzan contra Starla, quien finalmente toma su espada. Sin sacarla de la saya, bloquea embates de las espadas enemigas y golpea a sus oponentes en pecho, espalda, nalgas, barbilla y axila. Uno a uno caen, pero se vuelven a levantar, solo aturdidos por los choques no letales de la saya. Hasta tres rajput atacan al mismo tiempo a Starla, pero en segundos son abatidos: la dorsai los golpea con puños, pies y la propia saya. Starla salta una, dos y tres veces en un backflip. Luego, flota por el segundo piso del Café Kohinoor. Los guerreros rajput en pie exclaman un largo “ohhhh”. Se detiene en el delgado borde de un barandal. Un rajput maduro, que sostiene unos discos afilados en las manos, la encara: “Who are you?” “Who am I?” Finalmente, Starla extrae el acero de la saya. La hoja parece tremolar anhelante en sus manos. “My name is Hiromi Komatsu, daughter of Haruichi Komatsu, and this is a sword from the house of Hattori Hanzō, forged in Tamahagane steel.” El guerrero rajput traga saliva. “I am a dorsai. Like my father before me.” La espada se mueve a toda velocidad hacia el rajput, que apenas y logra bloquear el golpe. Un segundo rajput, armado con un mazo de picos, arriba por detrás. Starla salta y flota por encima de él, y le rebana la bar4
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billa en el camino. El rajput se coge la cara ensangrentada con las manos, pero Starla, quien ha caído a sus espaldas, corta de tajo sus dos piernas justo por debajo de las rodillas. El mazo hace un ruido estrepitoso al caer. Cuatro rajput suben corriendo por las escaleras. Starla se lanza contra ellos a manera de torpedo, y los derriba como pinos de boliche. Una vez abajo, en el primer piso, toma a uno del hombro y lo lanza hacia afuera del restaurante, despedazando una puerta en el camino. Los tres rajput restantes se ponen en guardia, pero Starla prefiere subir flotando, a toda velocidad, en un movimiento atornillante, y aterrizar en el segundo piso. Ahí la espera Āditi, listo para pelear. “You should ask for mercy”, dice Starla, y con un movimiento desarma a su oponente. La Khanda de Āditi, una vez más, ha volado lejos. Ahora, la punta de la katana de Starla toca levemente la garganta de Āditi. “And you should stop”, dice una nueva voz. Starla voltea hacia el primer piso (a pesar de su distracción tiene el brazo perfectamente estirado, listo para degollar a Āditi). El hombre que ha hablado es un hombrecillo: pelo negro, piel oscura, anteojos y chaqueta Nehru color azul cielo. “Why?” “Because you don’t want to do that.” “Why?” El hombrecillo sonríe. “Sri Ganesha wants to see you. You should come with me.” Ahora es Starla quien traga saliva. Baja la espada. Āditi respira aliviado. *** El puerto de Veracruz. 26 de octubre, 2002 5
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Django Reinhardt, After You’ve Gone
UN BUCANERO ABRAZA a un arlequín, y un cascanueces tchaikovskiano increpa a un troyano armado de un brandy. Junto a ellos pasan, velozmente, Frank Chibi y Leví Mongo. El primero, vestido como astronauta (pero sin casco); el segundo, con un traje de lino color crema y un elegante sombrero Borsalino (sin disfraz, evidentemente). Sosteniendo sus tragos en las manos, y de manera casi robótica, Frank y Leví Mongo se dirigen al bufete. El decorado incluye calabazas anaranjadas y brujas europeas entremezcladas con calaveras y panes de muerto y cempasúchil importado del Valle. “Ea, invitaron a un yajudi”, dice el cascanueces tchaikovskiano. “Muy desagradable”, replica el troyano. “Y ni siquiera vino disfrazado.” Pasan cerca y empujan con el hombro a Leví Mongo. “Lo siento. No les haga caso”, dice Frank, apenado y con un dejo de furia, sin quitarles la vista a los dos ebrios. Leví Mongo no se inmuta. Solo toma un plato y cubiertos de la extensa mesa del bufete: “¿Humor católico?” “Brandy español, más bien”, dice Frank y toma a su vez un plato. “Pero usted debe saber algo de eso, batuchka Mongo. Después de todo, nació en el Valle.” “Eso pasó hace muchos años. Antes de que el yajudi me adoptara. Ahora soy un católico en rehabilitación.” Frank suelta una pequeña risita. Y agrega: “Dígame, batuchka Mongo: ¿usted cree que nuestros días están contados?” “¿Sus días?” “Me refiero a la invasión católica a Penn.” Leví Mongo arquea las cejas y coloca un trío de camarones en su plato. Responde, sin ver a su interlocutor: 6
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“Los de todo mundo están contados, batuchka Chibi, los de todo mundo. Es solo que los nuestros tienen un conteo más alto que los de los extranjeros”, Leví Mongo finge concentrarse en el bufete. “Por ejemplo, la colonia de refugiados españoles lleva casi siete décadas en Veracruz. Nada mal, pero es solo un incidente. En cuanto al Forker, veinte años es poca cosa…” “Lo suficiente para declararles la guerra, ocupar su país y obligarlos a hacer comercio con nosotros. O al menos eso dicen sus melodramáticos compatriotas.” Leví Mongo enfrenta a Frank: “¿Y eso es lo que usted cree?” Alcaparras y lechuga. Lo que pone Frank en su plato. Las baña lentamente en vinagre balsámico. “Lo que yo crea es irrelevante, batuchka Mongo. Pero déjeme ponerlo de este modo: en la zona hay un millón de yajudis tratando de entrar a nuestras colonias. Tal parece que prefieren vivir de la basura que tiramos que aceptar la realidad.” “¿Y cuál es esa?” “Que nada le conviene más al país de Penn que acceder a los términos del Forker. Y obtener la paz.” “¿Paz, religión y comercio?”, ríe Leví Mongo al tiempo que coloca un poco de col y lechuga batavia en su plato. “Quizá no pase mañana, pero algún día sus combatientes también sentirán hambre. Y nosotros somos más. Los tuxtlas tienen las armas, los telépatas y cincuenta millones listos para pelear. Pero mi punto es el siguiente: seguiremos aquí después de esta guerra, y la que sigue. El yajudi vive en Veracruz mucho antes de que Porfirio Díaz o el Forker o cualquier otro dictador llegara a armar su alboroto…” “Los tuxtlas piensan que muchos yajudis, como usted, son traidores.” “¿Por cooperar con el invasor?” “Ellos no le llaman cooperación.” “Usted también coopera, batuchka Chibi. Si me permite la observación.”
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“Se la permito”, Frank mastica un fajo de ensalada. “Pero yo soy un diplomático. Mi trabajo implica cooperar con extranjeros. Como usted. Aunque, de ser sincero, no lo veo tan yajudi como quisiera.” El rostro de Leví Mongo parece oscurecerse. Replica, altivo: “Soy igual o más yajudi que cualquier yajudi.” “Espero que no se equivoque.” Batuchka Terrova, disfrazado como una versión obesa de Flash, con mallas rojas de spandex y mercuriales orejeras doradas, irrumpe con un mojito en las manos: “¡Y yo, mis queridos amigos, brindo porque al final de la guerra todos sigamos aquí!” “¡Encantado de regresar la hospitalidad!”, exclama Leví Mongo y choca su vaso. A Frank no le queda mas que hacer lo mismo. “Salud.” El cascanueces, con tono ebrio, desde su esquina, ladra: “¡Sucio yajudi!” Leví Mongo bufa, molesto. Por un segundo parece querer devolver el insulto, pero Frank lo detiene: “Salgamos, ¿le parece?” Un silencio, y luego: “Salgamos.” Depositan los platos con ensalada sin terminar en una mesa, y caminan silenciosamente por el amplio jardín del caserón donde dan aquella fiesta de Halloween. Es una finca. Los límites de la propiedad no se alcanzan a ver. Pero ellos caminan. Y caminan. “Es un bello día”, dice Frank, como metido en una ensoñación. No obtiene respuesta. Así es que se concentra en las nubes. Lo asaltan las preocupaciones. Lleva tiempo soñando con la guerra. Los bombardeos a la distancia. Los desmembrados. Las largas caravanas de vehículos militares. Los camiones abandonados, retacados de cuerpos de enemigos. Los desplazados, las interminables filas de familias que han per8
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dido su hogar y caminan sin rumbo por las agujeradas carreteras de Penn. Y esos fragmentos, los fragmentos de sus sueños, lo siguen por todos lados: en los lobbys de los hoteles, en las tiendas de conveniencia, en los paseos familiares a bordo del Packard blindado sorteando una carretera agujerada. En la fiesta de los Terrova la realidad es otra: manjares, paseos en bote, marimba en vivo y una exhibición de voladores de Papantla. Pero Frank Chibi solo puede pensar en la guerra, y en la ineptitud del gobierno al que sirve para acabar con ella. Lo único cierto, piensa, es que la guerra revitaliza al país de Penn. “¿Cómo se las arreglan su esposa e hijas en Penn?”, interroga Leví Mongo, sacándolo de su ensoñación. Una pausa. “Bueno”, carraspea Frank, “para ellas Penn es natural. El lugar. Los sonidos. Los olores. Los colores. Yo trato de ver la bondad en sus actos”. “¿Y cómo es eso?”, pregunta Leví Mongo, súbitamente interesado. “Pienso que todo lo que hace mi mujer es bueno. Bendigo los minutos y las horas que paso con ella.” “Eso es un pensamiento joroschó, batuchka Chibi.” Frank le da un largo trago a su vaso. Repone: “Claro, ella pasa más tiempo con Pilar. En la recámara. Muchas horas juntas. Le enseña a maquillarse, le muestra las joyas y alhajas de la familia… hojean los álbumes de fotos… el otro día Isabel me dijo: ‘Pilar ve con mucho interés las fotos de antes de que nos casáramos’.” “¿Y eso a usted cómo lo hace sentir?” Una pausa. “A veces imagino que Pilar piensa que son fotogramas de una película encantada en la que yo desempeño el papel de su hermano mayor. O el de un ogro.” Otra pausa. “¿Cuántos años tiene Pilar?” “Seis. Casi siete.” “Qué rápido pasa el tiempo.” 9
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“Es una locura”, Frank guarda silencio unos segundos. “Pero es una niña bastante normal. Ya sabe, estaba enloquecida con la idea de venir acá, a la fiesta de disfraces.” “Claro. La pequeña Pilar no se imagina las preocupaciones de su padre.” “Claro que no.” Silencio. “Hoy, cuando veníamos para acá, me llamaron la atención varias cosas.” “Sorpréndame, batuchka Chibi.” “Para salir de Punta Lucas hay que bordear una factoría yajudi.” “Paso de Toro. Complicadísimo.” “Ya seeé.” “¿Ya lo sabe? “Lo siento, es una expresión del Valle”, Frank agita la cabeza negativamente. “Discúlpeme si soné engreído.” “No sonó a nada”, replica Leví Mongo, excesivamente acartonado. “En fin, fue curioso pasar por el cruce fronterizo. Del otro lado de las rejas, un ejército de mercachifles, vendedores ambulantes, rickshaws, prostitutas, ancianas cargando cubetas con agua en las guliveras y tortillas en las manos. Y los que están más pegados pandean tanto la reja que aprietan el paso, ¿sabe?” “Ya seeeeeeeeeé”, grazna Leví Mongo. “¿Así es su expresión?” Frank Chibi suelta una risa honesta. “Así, tal cual.” “Prosiga”, pide Leví Mongo esbozando una sonrisa. “Imagine una caravana de autos trasladándose de Punta Lucas a la Factoría B. Autos repletos con gente disfrazada, con payasos. Un desfile de payasos, sí… el lado católico del puerto se convirtió en una ciudad de payasos. Y detrás de la reja: disturbios.” Silencio. Con un tono melancólico y luego grave, Frank continúa: “Debo decir que sentí la aguda e intensa realidad de su ejército.” 10
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“¿De nuestro ejército?” “Sí, porque el yajudi es todo aquel que puede tomar armas. Padres. Madres. Niños. Abuelos. Amasándose por doquier. Una presencia constante. En los rincones, en las azoteas. Pude imaginar el día en el que ese ejército marche orgulloso por esa avenida que cruzamos hoy y después arrase con las colonias que hemos construido.” Silencio. “Finalmente nos detuvieron. Revisión de documentos en el puesto de control. Pilar se puso como loca. Frenética. Muy emocionada con todos esos carabineros revisando el auto y checando y rechecando nuestros papeles y pasándonos los escaners y el retén de vallas y el alambre de púas detrás, y el yajudi golpeando en la carrocería y vociferando… ¿imagina el caos?” “¿Y qué decía Pilar? “Se pegaba a la ventana, muy emocionada. Isabel le decía ‘¡ahora no, Ardilla!’” “¿Ardilla?” “Así le decimos en casa.” “Oh.” “Isabel le decía: ‘Vas a asustar a los guardias’.” “¿Y qué dijo Pilar?” “Respondió: ‘Yo no podría asustarlos. Soy solo una niña’.” “¡Una excelente contestación! “Pero ahí no paró. Isabel le dijo, aún más seria: ‘Podrías iniciar una guerra’.” “¿Y qué respondió su hija?” “Dijo ‘¿En serio?’, y la miré sumirse en el asiento, con su disfraz de brujita, aferrándose a su escoba, realmente…” “¿Asustada?” “¡No! Intrigada con la idea.” Frank suspira. “Solo tiene seis años, casi siete…” Silencio. 11
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“Usted parece una buena persona”, dice Leví Mongo, deteniendo su paso. “¿Por qué su gente quiere cambiar este país? ¿De dónde viene la obsesión por transformarlo en algo hecho a su imagen y semejanza? Primero nos inundaron los americanos con sus franquicias, con sus Seven Eleven, sus Starbucks y sus Burger King. Y ahora ustedes, clonando sus lugares de origen…” “Es la fogosidad de la civilización, tich”, dice Frank, muy seguro de sí mismo. “La civilización es excesiva. Autocomplaciente.” “¿Ser civilizado es llenar un país de franquicias, batuchka Chibi?” “La civilización trae refugio, amigo mío. La civilización cuida de todos nosotros.” “Y el comercio viene exactamente detrás de la civilización: aseguradoras, planes de financiamiento, mercadotecnia directa…”, enumera, entre risas, Leví Mongo. “¿Y le parece mal?”, Frank enciende un cancro. “¿Gusta?” “No, gracias. Y no, no me parece mal.” “No lo veo muy convencido.” “No lo estoy.” “¿Ve lo que le digo? A pesar de que usted es un yajudi muy acaudalado, no puede acabar de entender cómo es que el catolicismo lleva el comercio y la civilización a los rincones más pobres de México…” “Quizá porque sus métodos no me parecen muy iluminadores.” “Vamos, usted es más inteligente que ese comentario”, ladra Frank y se mete una fuerte bocanada de humo. “Brutalidad y civilidad hacen un bello matrimonio. Los romanos eran más civilizados que todos sus vecinos, pero también más fuertes. El seno materno de la civilización no está peleado con el puño. No cuando hay que cuidar un estilo de vida.” “Hasta ahora no han sido muy eficientes…” Leví Mongo comienza a caminar de nuevo. “Lo sé. Y no es cosa buena.” Una fresca brisa los toma a medida que suben por una pendiente. La amplitud del cielo es épica. El extenso horizonte con desmesuradas nubes grises anunciando lluvia cubren el verde césped de la finca de los Terrova. 12
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“Cosa menos buena es… lo que sucedió con los códers.” Frank se detiene. Como si alguien hubiera dicho las palabras mágicas. “Los códers…” “Extraña la manera en que murieron, ¿no lo cree?” “Terrible”, dice Frank. “Evidentemente se trató de un ataque telépata.” “Ya sé.” “Y usted fue muy afortunado de no estar ahí, batuchka Chibi.” Silencio. Frank simplemente fumó. Inhalar. Exhalar. “Fascinante”, exclama Leví Mongo, y le entrega un sobre. Papel manila. Sello de cera. “¿Qué es esto? ¿Una nueva asignación?” “¡No, para nada! Ábralo, por favor.” Frank mira con desconfianza el sobre. “Por favor, abra el sobre.” Obedece. Son dos boletos. “¿Los Tuxtlas?”, dice Frank con tono escéptico. “Sí. En un vapor río abajo. El Henry Price.” Frank arroja su cancro al césped. “¿Por qué?” “Vacaciones. Simplemente… vacaciones.” “¿Por qué creen que debo tomar vacaciones?” “Bueno, es obvio. Después de tanto estrés… los códers…” “Claro, los códers.” “Le conviene relajarse un poco. Unos días de descanso le caerán muy bien.” “¿Y si no quiero?” “Deberé insistir entonces”, espeta Leví Mongo. Silencio. “Un yajudi diciéndome lo que tengo que hacer…” “La política es compleja, tich.” 13
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“Dígame: ¿usted trabaja para el diablo o para Dios?” “La religión yajudi no cree en el diablo, batuchka Chibi.” Silencio. Un silencio demasiado prolongado. “Tengo que ir a buscar a mi esposa, debe estar histérica”, repone Frank, suspirando. “¡Le encantará!” “¿Perdón?” “Me refiero al Henry Price. La comida y las amenidades son espectaculares. Es un paseo romántico… por el río.” “Por un río contaminado. Muy romántico.” “¡Ya sé!” Frank Chibi sonríe, ejecuta una caravana y se aleja, caminando velozmente bajo las nubes cargadas de lluvia. *** Lugar no determinado. Cinta B.D. 113,402, secs 8(A) y 11(D) • Datadeck VoightKampff NMD 994411 • 26-10-02 COL FOR/DDDVVFTGU2014ZTY55
Voz 1: ¿Cómo nos fue? Voz 2: Leví Mongo lo hizo muy bien. Como siempre. Voz 1: ¿Cuándo sale? Voz 2: Jueves 3 de noviembre. Voz 1: Excelente… Voz 2: Todo está listo. No podemos fallar. Voz 1: ¿Y Biondi? Voz 2: Está a bordo. Voz 1: ¿No va a fallarnos? Voz 2: Hey, ¿cómo saberlo? Voz 1: Justamente necesitamos que lo sepas. Voz 2: Biondi es un doble, triple o cuádruple agente. No tendremos nunca su lealtad. Voz 1: ¿Entonces? 14
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Voz 2: ¡Todo está listo! Hoy entregó el paquete él mismo, en persona, con carácter de confidencial. [Silencio] Voz 1: ¿Pero cómo sabemos que lo entregó? Voz 2: Tich: no lo sabemos. ¿Quieres que le pida un recibo? Voz 1: Algún tipo de prueba no estaría mal. Voz 2: Parece que no entiendes cómo funciona Biondi. Si nos dijo que él entregó el paquete, lo único que podemos hacer es creerle. Si el plan es que el Espejo Humeante llegue al punto de rendezvous y el paquete estará ahí, lo único que podemos hacer es confiar que así será. Voz 1: Ya sé. Y sí entiendo cómo funciona Biondi… Voz 2: ¿Entonces? Voz 1: No quiero que nada falle. Solo tenemos una oportunidad. [Silencio] Voz 2: El plan no va a fallar. Confía. Voz 1: Está bien… Voz: Tengo hambre. Vamos por un taco. [Ruido]
Proxima entrega: Capítulo 5, “Catemaco”
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