Los días orbitales de Frank -- Cap. 6, "Esto no es la Isla de la Fantasía, Ricardo"

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DE ARCOÍRIS Los días orbitales de Frank

MÉXICO, ENERO DE DOS MIL TRECE


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

CAPÍTULO

6

Esto no es la Isla de la Fantasía, Ricardo (これは空想の島じゃないよ、リカルド)

Cuartel general de HARPOON, Naucalpan, México. 4 de noviembre, 2002

NO ES UN ENANO, AUNQUE TODOS LE DICE ENANO. Solo es un chaparrito. “Un chaparrito”, se escucha por los pasillos del edificio principal de Harpoon. Pero no es cualquier chaparrito, no es un chaparrito casual. Aquel chaparrito tiene poder, conoce gente, mueve los hilos. “El chaparrito 2


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es un cabrón”, se escucha también en los pasillos. Quizá de ahí el sentido peyorativo de ser llamado enano. El enano. A su pequeña leyenda de oficina se agrega un accesorio inolvidable para todos aquellos que lo ven por primera vez: el moño púrpura que viste. “El enano del moño púrpura quiere esto”, “el enano del moño púrpura quiere lo otro”. Ese pequeño hombrecillo siempre quiere algo, siempre exige algo: expectante, sentado en su silla del piso doce, en aquella silla de vinipiel que parece quedarle enorme. Pero ese día, el enano del moño púrpura no quiere algo. Más bien trae algo. Corre por entre los laberínticos cubiles de oficinistas godínez del piso 12, sosteniendo un papel en las manos. “¡Párenlo, párenlo!” Dando zancaditas, el enano del moño púrpura alcanza el elevador, jadeante. “Piso noventa”, ordena, despreocupado. Las dos secretarias godínez que están ahí lo miran con ojos muy abiertos. “Va para abajo.” Osh. Bajar. Una alerta psíquica puede esperar, piensa el enano del moño púrpura. Subir. Algunos minutos más tarde, arriba al piso noventa. Se aproxima a la oficina del general. No saluda a su secretaria. “Señor…” Abre la puerta, la cierra de golpe. El general está hablando por teléfono. Los pies descansan en el amplio escritorio de roble, sin zapatos. Sus calcetines son de lana. Por el ventanal se mira el contaminado horizonte naucalpense, los espiners cruzando la nata gris, plomiza, como el fido sintonizado en un canal muerto. El enano del moño púrpura sigue jadeando. El saco verde olivo del general descansa en un perchero. Viste de khaki. Corbata. Corte a la brush. Mira de soslayo al enano del moño púrpura. “Ahorita te llamo…”, susurra al auricular, desenreda el cable y cuelga el teléfono. 3


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Después de un breve silencio, saluda: “Juan…” El enano del moño púrpura embarra violentamente la hoja de papel en el escritorio. “Acaba de llegar esto.” El general se asoma al papel. Lo coge. “¿Springerlink?”, pregunta. El enano del moño púrpura asiente. El general lee lentamente. Dice: “Sabes, Juan, no soy muy bueno para interpretar bitácoras…” “Señales masivas de actividad metahumana en la región de los Tuxtlas. Todos los sensores sismológicos y radiológicos en nivel alto.” “¿Qué tan altos?” “Es casi un Código: Garuda, señor.” El general frunce el ceño. “No me digas…” “Base Júpiter está deliberando con Gomex Navy si notifican o no al Departamento de Estado…” “Wo wo wo”, dice el general, poniéndose de pie y caminando hacia una mesa con whiskey, hielos y vasos. “¿Un whiskey, Juan?” Aquello es tan Mad Men. “Gracias.” El general sirve dos vasos. Se inclina para darle el suyo al chaparrito. Beben. “¿No es demasiado notificar a los gringos?” “No para Base Júpiter.” “Mi memoria es fastidiosa”, dice el general. “¿Cuál es el protocolo?” “Evacuar la embajada de Estados Unidos.” “Claro”, el general vuelve a beber. “¿Y cuándo fue la última vez que pasó eso?” “1981.” Silencio. “No me encanta la idea de asustar al embajador, Juan. ¿Qué sugieres?” “Acciones inmediatas. Alerta máxima. FCON Delta.” 4


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“Mierda…” “Mandemos un equipo de reconocimiento a los Tuxtlas.” “No podemos entrar ahí, Juan. No es como meterse a un Oxxo a comprar cancros, sabes…” “¿Y qué le vamos a decir al canciller cuando el embajador gringo anuncie que está considerando abandonar México?” Silencio. “FCON Charlie. No voy a pasar a FCON Delta solo por tus huevos, Juan.” El enano del moño púrpura sonríe y agrega: “¿Y el equipo de reconocimiento?” “Coordínalo. Y averigua qué chingados está pasando ahí.” El enano del moño púrpura termina su whiskey de un solo trago. Ni siquiera lo había probado. *** Mocambo, Veracruz. 4 de noviembre, 2002

EL AVOCADO HABÍA SOLICITADO UNA LISTA. “Todos los parasomnes de los que tengamos registro”, pidió escrupulosamente. Y así se la entregaron: doscientos setenta y tres parasomnes en el país de Penn y el Valle. El problema radicaba en que todos eran muy difíciles de localizar. ¿Cómo saber que una persona se desdobla al dormir y comete crímenes así? Máxime que durante el desdoblamiento puede adoptar cualquier forma. ¿Cómo detectarla? ¿Cómo identificarla? El Avocado sabe todo ello. Suspira, con hastío, mientras se hunde en la silla de su oficina en la Sexta División. Toc toc. Esa es la puerta. “Adelante”, dice el Avocado. Es Noodle Chan. El rostro pálido. “¿Qué pasa?”, interroga el Avocado. 5


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“Interceptamos una señal de Base Júpiter, señor. Una alerta psíquica.” Los ojos del Avocado se abren grandes y redondos. “Es algo grande”, dice Noodle Chan. “¿Qué tan grande?” “Muy grande. Ya notificaron a Gomex Navy.” “Entonces Harpoon ya sabe todo”, farfulla el Avocado. “¿Dónde fue?” “En los Tuxtlas.” “Lo cual no me sorprende.” “Pero…” “¿Pero?” “Ya se movió.” “No me digas…”, canturrea el Avocado. “Karmacoma.” “¡Karmacoma!”, exclama el Avocado. “Tantos recuerdos…” “Los marcadores coinciden. Es un telépata, señor. El mismo de los Tuxtlas ahora está en Karmacoma.” “Interesante… ¿qué grado alcanzó?” “Grado seis.” “Jesús Haroldo Cristo en muletas de goma”, ladra el Avocado, y se mueve incómodo en su silla. “¿A quién tenemos ahí?” “¿En Karmacoma? A nadie, señor. Lo siento, señor.” “¿Qué hay en Karmacoma?” “Un fuerte. Católico.” El Avocado sonríe. “Mmm. ¿Crees que este psíquico intente atacar el fuerte católico?” “Muy probablemente.” “Interesante…” Noodle Chan solo asiente. “Mandemos a alguien a Karmacoma. Solo de reconocimiento. Y a los Tuxtlas, claro. Necesitamos confirmar si se trata de nuestro parasomne-telépata renegado…” “Sí, señor. A la orden, señor.” 6


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Noodle Chan se prepara para salir de la oficina, pero el Avocado la detiene: “Y… ¿Noodle?” “¿Si, señor?” “¿De pura casualidad pasarás por Starbucks?” *** Karmacoma, Veracruz. 4 de noviembre, 2002

DOS SEMANAS DE ATAQUES DIARIOS a cualquiera lo ponen mal. Este es el estado permanente del general Lem San Román: somnoliento, malcomido, malhumorado. Cansado. Durante dos semanas seguidas, una guerrilla random ha atacado las murallas de la estación de guerra H/5101 con metralla, explosivos plásticos y morteros. Aquella estación de guerra es responsabilidad de Lem San Román. Vivir en Karmacoma, cerca del antiguo tiradero de basura, no es precisamente su idea de un ascenso laboral. No le gusta. Pero es su responsabilidad. La estación de guerra H/5101 es una fortificación clásica del ejército legionario del Forker: amurallada y armada hasta los dientes, y con suficiente personal para resistir el Apocalipsis zombi. Hasta tienen su propio Starbucks. Lem San Román vence el mal humor que lo ha acompañado durante esas últimas dos semanas y se levanta a trabajar: revisa su correo, ejecuta los protocolos diarios, firma papeles, toma de su taza de café con la leyenda GENERALS ARE FOREVER. I’M SO GLAD YOU ARE MINE! Deposita el café en el escritorio. Mira el oficio frente a él: habla de un paquete que mandan de Base Júpiter. El documento está dirigido a él. El remitente es un tal Dr. Estanislao Biondi. Lo deja a un lado. No lo considera importante. O urgente. Toma de nuevo el café. 7


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La ventana de su modesta oficina da a la explanada principal. Puede ver a uno de sus tenientes correr hacia él. Ya sabe de qué se trata. Algo pasó. Quince segundos después, el teniente entra corriendo a su oficina. Respira pesadamente. “¿Qué pasa?” “Revise su correo, señor.” Lem San Román se acomoda los anteojos para vista cansada. Mueve el mouse hacia el buzón. El remitente es la oficina de inteligencia de Harpoon: BITÁCORA SPRINGERLINK 0647 HORAS TIEMPO ZULU SECTOR PEDRO, VÍCTOR, KILO COMPONENTE: DIAGNÓSTICO SISMOLÓGICO, RADIOLÓGICO Y PSÍQUICO, GRADO 6 CATEGORÍA: ACTIVIDAD METAHUMANA PRIORIDAD: FCON CHARLIE “¿FCON Charlie?”, se pregunta Lem San Román. Ping. Ha llegado otro correo. Pero este no viene de Harpoon, sino del interior del fuerte. “General, los sensores en las murallas hicieron esta grabación las 0430 horas”, lee agitadamente Lem San Román, “por favor haga clic…” Obedece. Es un archivo con terminación .WAV. Una pausa, un poco de estática y luego: “Tenemos que matarlos. Incinerarlos. Cerdo tras cerdo. Vaca tras vaca. Pueblo tras pueblo. Ejército tras ejército… y me llaman asesino. Los odio”. Aquella voz. Lem San Román siente un escalofrío recorrer su cuerpo. “Estamos en FCON Charlie”, le dice al teniente. “Suena la alarma. Todo el personal debe ir a sus puestos de combate.” *** 8


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Pudukkottai, Tamil Nadu. 4 de noviembre, 2002

EL HOMBRE DE CHAQUETA NEHRU AZUL CIELO, mira a Starla con una sonrisa contenida. La mujer lleva cuarenta y ocho horas en estado meditativo, sentada en un zafu color hueso, en media flor de loto, su ropa vaporosa apenas agitada por el aire que entra por una ventana del ashram de techo cónico en el que se encuentran. El hombre de la chaqueta Nehru azul cielo no tiene nombre, aunque todos le llaman el Monitor. Su trabajo consiste en observar el estado de Sri Ganesha. También en organizar las audiencias con él. Porque Sri Ganesha solo habla con quien quiere hablar. Sri Ganesha ve solo a quien quiere ver. El Monitor es la única persona con acceso a Sri Ganesha. “Sri Ganesha wants to see you”, le dijo el Monitor a Starla tres semanas atrás. “You should come with me.” Con esa promesa, Starla bajó su arma y acompañó al Monitor. Conocer a Sri Ganesha, la única razón válida para viajar de México a India. El Monitor le explicó, más tarde, que solo podría ver a Sri Ganesha si tuviera una mente clara, tan clara como un lago sin ondas, sin movimiento. Una mente unificada, no fragmentada. Starla accedió. Y se sentó a meditar. Sesiones entre cuatro y cuarenta y ocho horas durante las últimas tres semanas. Ahora, el Monitor se sienta enfrente de Starla. Igual que ella, toma la posición de flor de loto. Dice las palabras: “The time has come.” Starla abre los ojos. Se miran. Sonrientes. Ambos. Desenreda las piernas. Las estira. Respira profundamente. Descansa. “You are vajra”, dice el Monitor. “That means you are indestructible. Just like the diamond. But your people are also like the thunderbolt: an irresistible force.” Vajra. Dorsai. Mismo significado. “Your name is Devi Bhagavati. Please repeat.” 9


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“Devi Bhagavati”, dice Starla, con la voz magullada por dos días de no emplear sus cuerdas vocales. “Devi Bhagavati has been here before.” “What?” “I know this because I have been the Monitor for twenty three decades. When you have lived twenty three decades the smell of familiarity hits you like a rock. And you have been here before, my friend.” Starla traga saliva. La familiaridad. Eso. “Devi Bhagavati is small and thin. Like a little elf girl. Not very impressive, I must say. But inside, Devi Bhagavati is vajra. Always have been vajra. And vajra is very powerful.” Starla asiente, en silencio. “Vajra die, but only vajra can endure.” El pelo conejil de Starla, suelto, largo, se agita con el viento. El Monitor sonríe y se levanta. Dice: “Please come with me. You are ready to meet Sri Ganesha.” Caminan a una puerta de marfil. La abren. Del otro lado hay un sillón amplio y una consola para navegar en la frecuencia UHF descansa en el suelo, con múltiples tubos conectados a ella. Un hombre indio, un hombre común de Tamil Nadu, agachado, acomoda el cablerío. Se percata de la presencia de Starla. La saluda con una reverencia. “Vajra”, dice. Starla regresa la reverencia. Mira una vez más la consola. Su corazón palpita. *** El río Catemaco. 4 de noviembre, 2002

ISABEL HA VISTO A SU MARIDO DORMIR durante algunas horas ya. Las manos, una encima de la otra, sobre el pecho. Sin moverse un centímetro. Pilar duerme en una habitación contigua. El camarote es amplio. 10


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Parece que su misión en la vida es cuidarle el sueño a ellos dos. La idea la hace feliz por un segundo. Ya había abierto el sobre del Dr. Biondi. La invitación a la gala de fin de año: LA SOCIEDAD YAJUDI DE PEDIATRÍA LO INVITA A SU BAILE DE GALA CON MOTIVO DEL AÑO NUEVO 2003 -SALÓN CONSTELACIONES DEL HOTEL OVERLOOK STRIP MOCAMBO 317 EN EL HEROICO PUERTO DE VERACRUZ, VERACRUZ -“DRESS TO IMPRESS” El sobre incluye una tarjeta extra. Un cartoncillo de papel bond, nada extraordinario. Y escrita a mano, con pluma fuente, la siguiente frase: BÚSQUEME. DEBEMOS HABLAR DE SU MARIDO. DR. B. Isabel tarda un buen rato hasta que lo hace. Primero marca al frontdesk, donde le dan la información que necesita. Anota el número de camarote del Dr. Biondi (237) en un bloc de notas marcado con el escudo del vapor todoterreno Henry Price. Cuando cuelga el teléfono con el amable tipo del frontdesk, Isabel piensa en la gigantesca estupidez que ha cometido. ¿Y si el Dr. Biondi es en realidad un agente del enemigo? ¿Un sicario? ¿Uno de esos hombres indestructibles de los que se hablaba tanto en la guerra, que soportaban fuego y balas, y que podían volar, y cavar túneles bajo la tierra? Traga saliva. Coge, instintivamente, su bolsa de mano. Respira hondo, nerviosa. Piensa en su pasaporte. No sabe por qué, pero piensa que lo ne11


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cesita ahora más que nunca. Quizá tendrá que huír del país de Penn, sola. O algo más terrible. Su hija. Pilar. Embarrada en aquel embrollo. Debe sacarla de Penn, sacarla de ahí… Nudo en la garganta. No puede hacer más. Se supone que Biondi está de su lado. Respira hondo y, finalmente, marca. Camarote 237. “¿Bueno?” “¿Dr. Biondi? Soy Isabel Chibi.” “Buenas noches.” Isabel guarda silencio. Haciendo a un lado la persiana, mira el exterior de su camarote por la ventana. Sobre el pasillo de cubierta, hay una mesita con luz artificial acompañada de dos sillas de bejuco. Le dan ganas de olvidar todo, sentarse ahí y tomar un clamato, o algo… “¿Está ahí, Sra. Chibi?” Cierra la persiana. Vuelve a la dureza: “¿Qué es lo que quiere, Dr. Biondi?” El Dr. Biondi respira hondo desde el otro lado de la línea. “Por el bien de todos, le ruego que me escuche y confíe.” “Pide demasiado.” “Usted es bastante desconfiada, pero por algo me ha llamado.” “Me importa mi esposo.” “Por supuesto. Porque usted sabe de qué es capaz. Quizá no lo entienda del todo, pero sabe de qué es capaz.” Silencio. “¿Qué me quiere decir?” “Frank es más que un simple parasomne. Frank está llamado a cosas grandes. Frank ha venido a cambiar todo.” Silencio. “No entiendo nada.” “Algunas personas no quieren que su marido alcance todo su potencial. Pero lo logrará. Si usted nos ayuda.” 12


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Silencio. “¿Cómo los puedo ayudar?” “Bueno, ya nos ha ayudado mucho. Con las pastillas. Cuidando a su marido.” Isabel mira el cuerpo de Frank. Respira plácidamente. El tórax sube y baja, se infla y se desinfla… “Nuestra organización está muy agradecida con usted.” Silencio. “¿Entonces?” “Año nuevo”, el Dr. Biondi suena agitado al decir lo último. “La invitación. Deben estar ahí. Ese día todo cambiará.” “No le puedo garantizar nada.” “Solo piénselo. Será… inolvidable.” Una pausa, y luego: “Adiós, Dr. Biondi.” Clic. Isabel deja el auricular a un lado. Se acerca la media noche. Por primera vez en horas, percibe el agrio olor de la basura en el fondo del río contaminado, removida por el vapor todoterreno Henry Price. El agrio olor. *** Universidad Bayona, Tangamanga. 4 de noviembre, 2002

LA FIESTA HABÍA ACABADO UN PAR de horas atrás. En la mesa solo hay vasos rojos, ceniceros copados, bolsas semivacías de Fritos, Doritos y esos estúpidos Ruffles de crema y cebolla. Pep está bocabajo. Runic, arrimado a él, lo abraza de cucharita. Tadeus intenta acomodarse en el otro extremo de la cama. Se siente incómodo. Acalorado. Siente el semen seco de ambos roomies en la parte posterior de sus muslos. Necesita sus calzones. 13


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Se levanta, modorro. Se estira. Levanta un pedazo de cobija, y una almohada, pero no halla sus calzones. No quiere abrir la persiana, entraría demasiado sol… Cambia de cuarto: vuelve a su habitación. Toma una playera y unos boxer briefs de un cajón. Va al baño. No se lava los dientes: solo rocía agua en su pelo y cara. Camina a la estancia, se abre espacio entre la basura y se sienta en el futón. Prende el fido y lentamente la consola de Microsoft regresa del modo sleep. Qué jugar, piensa, quizá un poco de Space Paranoids… La esquina inferior derecha del fido parpadea blink blink. YOU HAVE A NEW MESSAGE Sin pensarlo mucho, Tadeus abre la carpeta de mensajes: De: Margo Para: Pep; Tadeus Cominsky; Runic Rona Asunto: Nueva merk Fecha: 3 de noviembre de 2002. 11:14:04 PM Keridos, Les dejé un pakete con nuevo shitware que esta circulando en el merkado. Nadie me ha sabido decir ke pedo, nadie lo konoce. Weird. Les dejé el disco M.O. con la Sra. Pox. Pruébenlo y díganme si les late antes de pedirlo masivo. Besitos mojados, Margo

Tadeus eleva las cejas, interesado. Se pone unos pants. Y una sudadera. Baja con la Sra. Pox. Charlan un minuto. Ella le entrega el paquete. Se trata de un sobre con plástico burbuja. Regresa al futón. Abre el paquete. Observa el disco M.O., que no es otra cosa que un vulgar compact disc enano resguardado en una pequeña caja plástica. Lo cruza un masking tape con la leyenda: MGWALKO 1149/8 14


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“Weird”, repite en voz alta las palabras del correo de Margo. Runic está parado en la estancia, desnudo, despeinado, adormilado. Con ojos hinchados, mira a Tadeus. “Hola”, le dice. “Hola”, responde Tadeus, dulcemente. *** Karmacoma, Veracruz. 4 de noviembre, 2002

LO UBICUO, LO PROTEICO Y LO TELEPÁTICO. Sus tres habilidades principales. Muy pocas personas podían hacer lo que él hacía. Estaba el Dr. Nacú Espino, el famoso parasomne que en los sesenta exploró buena parte del territorio conocido de las colonias foráneas. Estaba Uri Geller, el psíquico israelita del fido. Quizá media docena de sujetos desconocidos, agentes de la CIA y el Mossad regados aquí y allá. Y nada más. La gente común y corriente tenía que comprar una consola ChibsonBannon, mezclar el Prgy y correr el shitware para sentir un poco de aquello. Frank solo necesitaba dormir para entrar a ese lugar. Y esa era solo parte de la historia, de los nuevos dones que tenía poco tiempo de haber descubierto. Alguien le había dicho que era el psíquico más poderoso del mundo. Pero Frank sabía sus limitaciones. Frank quería más. Para eso tenía que ir a Karmacoma. O eso le habían dicho. Su cuerpo estaba acostado en el camastro de un camerino a bordo del vapor todoterreno Henry Price, pero su yo proyectado estaba en Karmacoma. Rodeado por su gente. Milicos de paliacates. Sucios. Con los viejos rifles AK-47 colgándoles del hombro. Ululan: Ooohoo, oohoo, oohoo… A sus ojos, el aire parece un fluido ligero que vibra. Una atmósfera líquida, turbia. Ooohoo, oohoo, oohoo… 15


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Frank camina entre pequeños cerros de basura bañados por el mosquerío y la luz azul del amanecer de manera casual, con las manos en los bolsillos, silbando la marcha del divino Ludwig Van en la versión de Walter Carlos. Su atuendo consiste en un traje blanco a la última moda de Ricardo Montalbán, con las solapas anchas, y una camisa de seda púrpura. En su rostro, franjas amarillas y negras alternantes. Esa cara negra, de espejo humeante. Y su sonrisa, como una franja blanca en la oscuridad. Y la marcha del divino Ludwig Van. Le petite armée, como él llama al grupo de chelovecos que lo siguen y veneran como si fuera un dios, y que obedecen cualquier orden por ridícula que sea, caminan detrás de él. A su señal, se detienen. Tiene que seguir solo. Su objetivo es el fuerte H/5101 del ejército legionario de Angus Forker, famoso por guardar en su interior algunos tesoros. Como computadoras sin acceso remoto. O cajas fuertes. Computadoras llenas de secretos. Una xodida fortaleza medieval. Construido sobre una pendiente, con una puerta de hierro gigantesca a manera de entrada principal, snipers en las azoteas, docenas de alarmas, torretas y minas antipersonal alrededor, acercarse a quinientos metros del fuerte H/5101 equivale a acabar hecho picadillo. Le petite armée lleva dos semanas atacando día y noche y apenas lo han debilitado. Frank desconoce si lo estarían esperando con un arsenal dantesco o la chingada. Pero no le importa. Frank confía en él y solo en él. Una confianza ciega, oscura, depravada. Pasando el tercer cerro de desperdicios, se alza sobre el horizonte basurero el fuerte H/5101. A lo lejos, una música de cumbia. Cañaveral. No te voy a perdonar. Llegué a la hora del baile, piensa Frank. 16


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No detiene su paso. Con un pestañeo, desactiva las alarmas y las cámaras infrarrojas de seguridad. Ahora es invisible. Sigue con las minas antipersonal: al saltar a la altura de implosión, se desarman como juguetitos de plástico inofensivos. Encuentra a un par de centinelas disfrazados como clásicos soldados en camuflash. Los degüella a varios metros de distancia, sin mover un dedo: simplemente una rajada profunda se dibuja en los cuellos de las víctimas, quienes caen silenciosamente al suelo. Frena su marcha frente al portón. Ha decidido entrar por adelante. No te voy a perdonar No te voy a perdonar Por lo que hiciste conmigo Tú lo tendrás que pagar Frank no espera más: con un ademán, como si le hubieran pegado con un puño invisible, el portón de hierro sale disparado hacia adentro. Una columna de humo naranja se alza casi de inmediato, y en ese instante comienza la gritería al mismo tiempo que vuelan las balas. Múltiples soldados inundan un patio, una explanada de cemento de considerable extensión retacada con pallets de madera con costales apilados hasta unos dos metros de altura. También está este camión de basura maltrecho, y hasta el fondo una construcción de dos pisos con las luces encendidas, las cuales se apagan, predeciblemente, cuando la confusión de la primera explosión ha pasado y las tropas toman posiciones. El caos lo sobrecoge: las balas zumbando, el olor de la pólvora, el ruido ensordecedor, las astillas de los pallets volando piruetas frente a su rostro. Desviar balas le consume recursos mentales. Concentración. Ese poder que fluye desde adentro de su estómago hasta hacer vibrar las puntas de sus dedos, torcer el aire y provocar que las balas viren lejos de él es complicado. Frank comienza a sudar copiosamente. Pero vale la pena. No quiere acabar muerto ahí mismo. 17


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(¿Si muero aquí mi cuerpo dormido morirá también?, se pregunta Frank todo el tiempo.) Pero eso no sucederá ese día. Ninguna bala lo puede alcanzar. Es intocable. Frank sonríe. La confianza en sí mismo ahora es suprema. Caminando, sin detenerse un segundo, mueve sus manos como un prestidigitador y los soldados caen uno a uno, perdiendo miembros… cabezas… brazos… piernas… los gritos de dolor y desesperación del enemigo colman el fuerte. Después de un par de minutos, disminuye la frecuencia de los disparos, con excepción de un arma de fuego pesado que baña el patio desde la construcción de dos pisos. Frank mira hacia allá: se trata de una Browning M1919 estacionada en un bipié. Se detiene junto a un pallet a descansar. Respira pesadamente, y el robusto sonido de los proyectiles de la Browning abarrota la atmósfera al interior del fuerte. Frank aprieta el comunicador en su cuello: “Anouk”, dice. “Señor”, responde una voz servil desde el otro lado. “¿Puedes hacer algo con esa torreta?” “Roger that, señor.” Ya que ha desactivado las defensas del fuerte, aquello no debe ser tan difícil… un par de minutos después, fuego de mortero: la construcción al fondo es abatida por una explosión, y más humo naranja llena el lugar. Una vez que pasa el zumbido del estallido, es evidente que los balazos ya son escasos… una ráfaga lejana por allá, otra por acá… Frank reanuda su caminar, con el traje blanco un poco tiznado que cuando llegó, y entra en la casa. La música de Grupo Cañaveral ha dejado de sonar. Frank sube por las escaleras. Encuentra la posición donde había estado la M1919, ahora hecha moronas… los cuerpos de los valientes artilleros que lo enfrentaron, chamuscados o en posiciones grotescas, y la bandera de México aún cosida a los uniformes de los pobres chelovecos… Sangre en las paredes y en el piso. 18


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Clic. Ese es el seguro de una nueve milímetros. Voltea hacia el sonido y mira al general Lem San Román. Jadeante, maltrecho. Se reconocen. “¿Frank?” Pero la atención de Frank no está centrada en conversar con Lem San Román, sino en el cerebro de Lem San Román. En el interior de su cerebro, de hecho. Acaricia una delicada arteria ahí adentro. Lentamente, comienza a formar una burbuja junto a ella. Como si tomara una barra de plastilina y decidiera formar una bola. La soba y la apachurra. Plop. El general se desploma, como un trapo viejo. Tump. Baja y llega hasta otra puerta blindada. La tumba con un parpadeo, y una nube de polvo lo cubre de pies a cabeza. Es un cuarto oscuro. Enciende las luces. Las paredes son blancas. Y el aire acondicionado refresca su rostro. Vislumbra las torres de plástico empotradas en la pared, torres de plástico con discos ópticos en su interior e hileras de focos verdes y rojos parpadeando. En una esquina, un escritorio. Una laptop cerrada, un cenicero y un libro. En la portada se lee ALBERT CAMUS LE MYTHE DE SISYPHE A un lado, un sobre con plástico burbuja. Frank flota el paquete hasta sus manos. Lo abre. Contiene un disco M.O. Lo cruza un masking tape con la leyenda: MGWALKO 1149/7 Lo deja sobre la mesa. En una esquina, halla un radio de onda corta. Camina hacia él. Parece funcionar. Una voz del otro lado dice: 19


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“…me copia H/5101? Confirme ubicación en sector Pedro, Víctor, Kilo…” Frank toma el micrófono. Aprieta el botón BROADCAST y dice: “Tenemos que matarlos. Incinerarlos. Cerdo tras cerdo. Vaca tras vaca. Pueblo tras pueblo. Ejército tras ejército… y me llaman asesino. Los odio.” “Yo no lo llamaría a usted asesino, Frank.” Esa voz proviene del interior del cuarto. Frank voltea velozmente y mira a los ojos al sujeto que está frente a él. Era realmente pequeño. Casi un enano. Con una barba profusa, y una camisa a cuadros. Como un enano leñador de Blanca Nieves, sí. El enano cierra los ojos y aprieta los dientes. Al momento de alzar los brazos, exclama: “¡Conde Basie no es un peligro! ¡Conde Basie no quiere hacerle daño!” En un segundo, Frank está acariciando las venas del cerebro de aquel sujeto, quien se arrodilla, mareado. “¿Conde Basie?”, pregunta Frank. “Sí, Conde Basie. Condie Basie es amigo de Frank. Conde Basie sabe cosas.” “¿Qué cosas?” “Conde Basie sabe que Frank es más que un asesino. Frank es más que un veco dormido jugando al telépata. Conde Basie sabe que Frank está llamado a cosas grandes. Frank ha venido a cambiar todo.” La presión sobre la arteria se incrementa, y Conde Basie suelta un pequeño grito de dolor. “¿Quién eres?” “¡Prrrrrrt!”, trompetea Conde Basie desde el suelo. “Mal. La pregunta no es quién es Conde Basie. La pregunta es quién es Frank Chibi.” 20


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Sobar y apachurrar la burbuja. “¡Un secreto! ¡Frank vino aquí a robar un secreto! ¡El secreto está frente a usted!” Frank se detiene. Conde Basie respira, aliviado. “¿Qué secreto?” “Frank quiere saber cuál es el secreto. Escuche a Conde Basie: tome el disco M.O. Llévelo con usted… ese disco contiene un secreto…” Frank vuelve a la mesa. El disco M.O. flota hacia él. Lo guarda en la bolsa de su saco blanco, guardecido por el pañuelo negro. “Esto no es la Isla de la Fantasía, Ricardo”, dice Conde Basie, con una sonrisa de dientes podridos. Ante la broma, Frank hace una mueca. Vuelve a sobar y apachurrar la burbuja. Conde Basie se retuerce del dolor. “¡Verá una vez más a Conde Basie!”, grita desde el suelo. Sobar y apachurrar. Sobar y apachurrar. Sobar y apach |

Fin de la primera parte de “Los días orbitales de Frank”. Copyright ®2013 Rodrigo Xoconostle Waye

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