CONEJITA DE PELUCHE (Cuento original del libro Cuentos Interculturales. Edit. Arial. Granada 2007 de Ana Mª López Expósito)
Todos los miércoles por la tarde se contaban historias en un colegio de El Ejido (Almería). Aquel día le tocó el turno a Christian que había nacido en Polonia. Sus compañeros de clase escuchaban con mucha atención: “ Cuando vivía en Varsovia solía ir con mi familia al campo. Siempre nos acompañaba Matheus mi mejor amigo, jugábamos a mirar a las nubes, que no eran simples nubes. Cada una de ellas representaba a un personaje diferente, así pudimos conocer a: Ovejita de Algodón que se desplazaba lentamente, a Golondrina Voladora que se movía rápidamente y en espiral, a Osito Patoso que se chocaba con todas, a Malasombra que caminaba con mucha furia y siempre estaba protestando, a Corazón Enamorado que volaba formando corazones de distintos tamaños y a Conejita de Peluche que era mi favorita porque movía la nariz olisqueando y caminaba elegantemente con un sonido especial de una pequeña campanilla, que llevaba en el cuello por la gran pradera azul del cielo. Cuando llegábamos, acercaba mi mano derecha hacia mi boca, les tiraba un beso y soplaba con mis labios fuertemente para que les llegase cuanto antes y ellas nos sonreían. Lo primero que hacían era un desfile de modelos para lucir sus encantos, ellas sabían que las estábamos observando, nosotros las mirábamos embelesados con gran
admiración, podíamos estar así durante horas. Matheus y yo les contábamos cuentos y anécdotas que nos ocurrían en el día a día para que fueran más felices y ellas nos miraban muy sorprendidas. Todo cambió cuando mi padre nos dijo un día que no tenía trabajo, su empresa había cerrado y tendríamos que ir a vivir a otro país. -Allí no tendré amigos -pensaba- Lo peor será decir adiós a Matheus y a mis amigas las nubes. De la que más me dolía separarme era de Conejita de Peluche. Aquella fue una de las noches más tristes de mi vida, así que le pedí a mis padres que volviésemos por última vez al campo. Cuando Conejita me vio se dio cuenta de que algo me ocurría. -¿Qué te pasa? -Nada -respondí. Después de un rato, Matheus me animó para que le contase la verdad. Conejita se quedó pensativa. Aquella tarde no hablamos demasiado, de vez en cuando nuestras miradas se encontraban. Cuando nos despedimos, yo tenía un nudo en la garganta, no quise llorar para que ellas no me vieran, y con mis manos les tiré un montón de besos. Le hice prometer a Matheus que todos los meses fuese a verlas y que me escribiese para contarme cosas de Conejita. Empezamos a caminar y enseguida oí una voz que me llamaba: -Christian, Christian espera, voy contigo. Nos volvimos y presencie algo increíble. Conejita bajo del cielo, las demás nubes intentaron detenerla, pero ella no les hizo caso. Noté como suavemente se agarraba a mi mano y juntos saltamos por entre las flores. Mi amigo intentó convencerla para que se quedara, pero Conejita lloró y nos imploró hasta que le permitimos venir con nosotros. Cuando llegamos a casa, quiso dormir conmigo, pero yo le busque una cama especial en mi caja mágica, en ella guardaba mis tesoros mas preciados: un tren de madera antiguo que me había traído tío Federico de Alemania, una cámara de fotos regalo de mamá por mi cumpleaños, una colección de soldaditos de plomo que había comprado con mis ahorros y algunos de mis cuentos favoritos: “El pájaro y el pez”, “El ojo de Ying Ying”, “Gatisburg” “El canto de las ballenas” “Las mil y una noche”, varios zloty moneda de mi país y un globo terráqueo que yo mismo había ganado en un concurso de poesía en el colegio. Les pedí opinión y todos estuvieron encantados en compartir la caja con Conejita, la nube especial que había venido del cielo para hacernos compañía. Pensaban que así tendrían la oportunidad de tocarla y disfrutar de sus aventuras. Durante el viaje a España traía todos mis tesoros cuidadosamente guardados en la caja mágica para evitar que se dañaran. Nuestra nueva casa, a pesar de ser bastante pequeña, oscura y con poca luz, al cabo de unos días empezó a cambiar de color. Pronto me di cuenta de que Conejita era la responsable. Se levantaba muy temprano e iluminaba la casa de un azul intenso que nos daba paz y serenidad a todos. Todo estaba resplandeciente, no había ni una sola sombra. La casa parecía ahora más grande. Mi madre se iba más contenta para su trabajo, ya no se enfadaba tanto como antes. Yo aprovechaba mejor mi tiempo para estudiar y jugar con Conejita y mis otros amigos. Cuando llegaba la noche todo era maravilloso, sentados en la mesa de mi habitación dábamos una vuelta al globo terráqueo y señalábamos un país, entonces Conejita nos traía música de ese lugar. Todo se iluminaba con una luz de color dorado, a las doce de la noche aparecía la luna con el manto negro de estrellas y todos juntos nos cogíamos de
la mano y bailábamos durante horas sin parar, en parejas y en grupo. Cerrábamos los ojos y viajábamos a lugares exóticos como nunca habríamos imaginado. Por las tardes, después de comer me acostaba un ratito con Conejita. Otras veces me dormía mecido en sus brazos de algodón y le cantaba dulces canciones al oído. Pero el día seis de Diciembre ocurrió algo sorprendente, Conejita empezó a ponerse gris. -¿Qué te ocurre? -le pregunté. -No me respondió, no me preocupe demasiado, algunos días a Conejita le gustaba estar en silencio. Me fui a mi habitación a estudiar, al día siguiente tenia un control de matemáticas y necesitaba repasarlo. Después de cenar pasé a ver a mis amigos y pude comprobar que Conejita estaba ahora de un gris más oscuro y la note muy triste. Cuando me fui a dormir me acordé que el 6 de Diciembre comienza la navidad en Polonia y se celebra el día de San Nicolás que debajo de la almohada deja regalos a los niños. Así que a las doce de la noche, coloqué debajo de su almohada un paquete de corazones de fresa y chocolate. -Seguro que mañana se le habrá pasado todo, quizás se acuerde de Ovejita de Algodón, Golondrina Voladora, Osito Patoso, Malasombra y Corazón Enamorado. Aquella mañana me levanté antes para repasar mi examen, luego fui a ver a Conejita. -Tendrá una sonrisa maravillosa para mí -pensé mientras me dirigía hacia la habitación. Pero no fue así. Conejita seguía tan gris como el día anterior. Por la tarde aprovechando que no estaba mi madre decidí meterla en la lavadora para ver si recobraba su color natural, pero no hubo forma y eso que puse suavizante del bueno”. Sus compañeros de clase, que le escuchaban con mucha atención mientras relataba su historia, sintieron curiosidad por conocer a Conejita de Peluche para ver si entre todos buscaban una solución y le devolvían su color. Una mañana del frío mes de Diciembre, Christian llevó a Conejita a clase dentro de la caja mágica. Todos la miraron con mucho cariño. La profesora les propuso un plan de actividades para realizar cada día. El primer día localizaron en el globo terráqueo el país de Conejita, todos los alumnos aprendieron que Polonia estaba situada entre el mar Báltico al Norte, Eslovaquia y Republica Checa al Sur, Federación Rusa, Lituania , Bielorrusia, Ucrania al este y al Oeste Alemania. Después escribieron algunas palabras en polaco –chets, vitaiche, iac siemás (hola, bienvenida, ¿como estás?)-, y aprendieron a pronunciarlas, Christian les enseñó. Posteriormente todos los alumnos se cogieron de la mano y colocaron en el centro a Conejita y repitieron con todas sus fuerzas cada palabra cinco veces. –chets, vitaiche, iac siemás. –chets, vitaiche, iac siemás –chets, vitaiche, iac siemás –chets, vitaiche, iac siemás –chets, vitaiche, iac siemás Sorprendentemente Conejita se aclaró un poquito, ahora tenia mejor cara. Después las palabras escritas las colocaron en el tablón de anuncios de clase. Al día siguiente, los alumnos dibujaron la bandera de Polonia en un mural grande, la pintaron en color blanco y rojo bermellón y le hicieron un vestido de papel a Conejita. La maestra les puso un cd que había comprado en unos grandes almacenes y todos
disfrutaron de la música de piano de Federic Chopin, gran compositor polaco, que con tan solo ocho años, realizaba sus propias composiciones musicales. Todos juntos cogidos de la mano, bailaron La Polonesa nº. 2 en mi bemol menor. Aquella tarde Conejita estaba más alegre, el color gris empezaba a desaparecer de su piel. Otro día, la profesora les propuso ir a la biblioteca, se llevaron también a Conejita. Uno de los alumnos descubrió un poema polaco titulado “Nube” de una joven autora de Varsovia. Nube blanca Que canta Nube blanca Que vuela Nube nuestra Preciosa Nubes que se abrazan No importa el lugar Ni de donde vengan Todas a la par. Tiene amigos En el cielo También Hijitos Pequeñitos y guapitos Sin permiso de humanos Ella tira lluvia a manos. Nubes que se abrazan No importa el lugar Ni de donde vengan Todas a la par. Los alumnos de diferente nacionalidad formaron parejas para leer los versos pares, Christian y la profesora formaron pareja y leyeron los versos impares, al legar al estribillo recitaban todos a la vez, colocaron a conejita en el centro. Repitieron la lectura tres veces y poco a poco Conejita fue recuperando su color. Todos daban saltos de alegría. -¡Por fin Conejita ha recuperado su color! -comentaron entusiasmados. Al terminar la clase, la profesora aconsejó a Christian que seria conveniente que fuese con sus padres los fines de semana al campo y dejasen en libertad a Conejita. Así lo hicieron y Conejita pudo conocer a otras nubes españolas, al principio las miraba con mucha timidez, pero después de varias semanas ya se sentía como en su propia casa. Una vez al año viajaba a Polonia para encontrarse con Ovejita de Algodón, Golondrina Voladora, Osito Patoso, Malasombra y a Corazón Enamorado, y eso era estupendo Cuentan que Conejita no volvió a perder su color jamás y que los niños de la clase cada vez que iban al campo miraban hacia el cielo y podían ver como Conejita les guiñaba el
ojo.