6 minute read
Un poco de historia
En 1971 culminó la inestabilidad política de los años precedentes con el golpe de Estado encabezado al final por el general Hugo Banzer Suárez. Terminó abruptamente el año escolar con la suspensión de las labores académicas.
En ese tiempo de vacaciones adelantadas me dediqué más intensamente a las actividades del oratorio y a la realización de las “colonias” para chicos y chicas, por separado, que habíamos preparado con el P. Juan Jesús Garciandía, P. José María Pla y mi persona a realizarse en Coroico y Sorata.
Advertisement
En una reunión con los catequistas del oratorio en la que preparábamos el desarrollo de las actividades y las clases de catequesis de los sábados me visitó Mons. Ademar Esquivel. Dejé la reunión y escuché pacientemente la arenga apostólica, que me dedicó Monseñor durante una hora. Digo pacientemente porque el fondo de la charla encendida de Mons. Ademar era que la presencia de los salesianos en el Altiplano debía ser una fortaleza para la pastoral y la educación en esa región postergada. Él era el obispo auxiliar de La Paz, encargado de la zona del Altiplano Sur, exalumno de nuestro seminario de La Paz. Yo, cura joven, no tenía ninguna posibilidad de acelerar la realización de los sueños del obispo, de ahí mi actitud paciente.
Algunos días más tarde, estaba nuevamente en actividades con los catequistas del oratorio, me llamaron de la portería del colegio, porque me buscaba el obispo. Subí los tres pisos jadeante para no hacerle esperar al Señor obispo. No era el obispo en persona sino un sacerdote, Roberto Laibregt quien me preguntó por teléfono si podía ir a conversar con el Sr. obispo. No conocía su casa. “No importa, yo paso a recogerlo”, dijo el P. Roberto.
Efectivamente, me llevó a donde yo no conocía ni la casa ni al obispo. Era Mons. Bernardo Schierhoff, obispo encargado del Altiplano Norte. Me presentó brevemente la situación de su zona pastoral, el trabajo de formación de catequistas que llevaba junto con los sacerdotes de San Luis de Estados Unidos. Me preguntó si podía ayudarle a llevar un jeep con personas y cosas al cursillo
que se iba a realizar en Mocomoco. Le dije que con el permiso de mi director podía hacerlo porque estábamos en “vacaciones”. Conocí el camino y la forma como se desarrollaba el cursillo, cantos, oraciones, charlas, comida altiplánica, servicios higiénicos al aire libre… Fue una experiencia nueva y especial.
Pasadas unas semanas me volvió a invitar para que les ayudara en el cursillo de catequistas de Mocomoco. Poca ayuda pude dar, conversar, animación de juegos… Para el regreso mons. Bernardo me preguntó si me podía detener un momento en Escoma para conversar con él. Conversamos. Me preguntó si me gustaba el trabajo, la gente, el altiplano. Yo lo veía como un trabajo misionero interesante y todo lo demás como un sueño… Me propuso una alternativa: acompañar al P. David Ratermann o quedarme en Escoma, como párroco, que llevaba varios años sin atención pastoral, pero es un cruce de caminos con proyección de desarrollo y afluencia de personas. Al P. David lo veía como un genio, sacrificado, hablaba aimara, quechua y castellano. Pocos extranjeros hablaban tan correctamente el castellano como él. Yo a su lado me vería como un monaguillo… La forma itinerante de hacer pastoral del P. David no sería una experiencia atractiva para que la Congregación y la Inspectoría, la asumiera como obra estable en el altiplano. Así se lo dije a Monseñor Bernardo y le pareció bien. Pero le aclaré que ese servicio temporal que él me pedía dependía del P. Inspector, Jorge Casanova y del director de mi comunidad del Don Bosco de El Prado, P. Herman Artale. Ambos estaban en Roma en el Capítulo General Especial.
Monseñor decidió escribirle al Inspector y esperar su regreso para hablar los detalles de su propuesta.
Así se hizo, en resumen, acordaban el P. Inspector y Monseñor Bernardo que el P. José R. Iriarte hiciera un servicio temporal a la diócesis durante un año como párroco de Escoma, con la salvedad que siguiera atendiendo el oratorio de Don Bosco los sábados por la tarde y los domingos por la mañana. La atención pastoral de esos dos medios días la realizarían las Hermanas asignadas a esa comunidad.
Al término del año, Mons. Bernardo pidió al P. Inspector Jorge Casanova permiso para tener una intervención en el Capítulo Inspectorial que se celebraba en Calacoto. Monseñor Bernardo manifestó su satisfacción por el trabajo que se había realizado en Escoma entre el párroco y las Hermanas Dominicas de la Presentación y pidió formalmente que se definiera la presencia salesiana en Escoma como obra salesiana estable.
La propuesta de Monseñor Bernardo fue votada oficialmente por los integrantes del Capítulo Inspectorial y aprobada por una mayoría absoluta.
Días antes del viaje a Escoma, Monseñor Bernardo nos invitó a los participantes, a las hermanas que iban a formar la comunidad de Escoma y al que iba a ser el párroco a una reunión en la Parroquia San Antonio. Primero para que nos conociéramos. Luego nos explicó cómo íbamos a trabajar como comunidad pastoral, cada uno en su casa, pero en el trabajo pastoral en comunidad. Algunas líneas preferenciales como la formación de catequistas, las visitas a las comunidades… Con su aire paternal y su típico lenguaje nos animó a vivir esa experiencia con espíritu misionero.
El día que comenzó la presencia salesiana en Escoma.
El día 14 de marzo de 1972, hacia las dos de la tarde, partimos desde la parroquia de Cristo Rey en dos movilidades. Eran dos Jeep Toyota. En uno, que conducía el Sr. Koch quien trabajaba al servicio de Monseñor, iban las hermanas y sus cosas, y en el otro el P. José con la Hna. Julia Esperanza y más cosas.
Apenas llegamos descargamos todo porque la movilidad con el Sr. Koch debía volver a La Paz y comenzamos a ubicarnos provisionalmente en las habitaciones de la casa cural. Los tejados de paja, las paredes, la cocina totalmente negra, todo era testimonio de otros tiempos, lo único actual eran las goteras.
Nos vinieron a saludar el corregidor, Lucio Mamani y el secretario general Lucas Cocarico. Al día siguiente vendría el “econimo” ecónomo responsable de la iglesia para entregar la llave.
Las hermanas hicieron lo posible para armar una cena provisional, entre coscorrón y cabezazo con el techo de la cocina, cada vez que levantaban la cabeza. Procuraron no volver más a esa cocina.
El párroco mientras tanto armó los catres de campaña que serían las “camas” que les acompañaría los tres primeros años para las hermanas y para el párroco todo el tiempo que luego permanecería en Escoma.
Las hermanas eran Hna. Inés Restrepo Ángel, Hna. Sofía Martínez Valencia, enfermera titulada, y la Hna. Lourdes Agudelo Arango. Acompañó a las hermanas la Superiora provincial: Hna. Julia Esperanza, muy cariñosa, servicial y permaneció alguna semana con ellas. Al día siguiente se realizó el traslado de todas las cosas de las hermanas a la casa alquilada por medio de la Sra. Candelaria y su esposo don Antonio. Estos señores fueron un apoyo constante a la parroquia.
Después siguen 50 años de vida, aventuras y gracia de Dios. Confiamos en Él que es quien abrió la puerta.
P. José raMón iriarte Párroco de sagrado corazón santa cruz