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Patios Digitales

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Misión

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“El confinamiento debería ayudar a recuperar las verdaderas redes sociales”

Este titulo coincide con el encabezado de un artículo que el catedrático español de Comunicación Política y Opinión Pública, Victor Sampedro, publicó en la revista La Retina del periódico El Pais en mayo del año pasado. Su impactante valor evocativo me llevó a compartir la mayor parte de su propuesta. Recuperar las verdaderas redes sociales, reanudar los recamos que quedaron suspendidos por la pandemia en el interminable tejido de relaciones que estructura y caracteriza nuestro proceso de crecimiento constituye un instancia urgente ante el peligro de la omnipresencia del digital en nuestras vidas, particularmente en este contexto todavía marcado por la pandemia de la Covid-19.

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1. Los nativos y migrantes digitales antes de la pandemia

Desde hace bastante tiempo que las categorías de “Nativos Digitales”, “Generación Z”, “Post-millenials” o “IGeneration” circula en el lenguaje científico de los ámbitos académicos y en la simple conversación cotidiana de varios de los contextos en el mundo a la hora de referirnos a los niños, adolescentes y jóvenes nacidos en los últimos decenios. Son llamados así precisamente porque, a diferencia nuestra, simples “migrantes digitales”, nacieron en circunstancias socio-económicas marcadamente determinadas por la tecnología y la digitalización de la vida y de las costumbres.

En efecto, no es un descubrimiento para ninguno ni tampoco causa la menor extrañeza que desde muy pequeños nuestros infantes entren en contacto con un teléfono celular o una tablet e inmediatamente, por su funcionamiento intuitivo, se encuentren familiarizados, casi como si hubiesen nacido con él. No es que exista un predisposición cognitiva que los conduzca casi naturalmente hacia el uso o manipulación de estos artefactos, sino que, entre otras razones, el ritmo vertiginoso de nuestros horarios y la profunda transformación que el digital ha causado en nuestra percepción de la realidad, del tiempo, de las relaciones, de la organización del espacio y de la autopercepción de nosotros mismos que, aun como migrantes en esta nueva tierra, no podemos prescindir de su presencia y de su influencia en nuestra vida. En suma, vivimos inmersos en una cultura marcadamente digital, aunque con profundas diferencias internas determinadas por la estratificación económica que discrimina la plena ciudadania o menos dentro de este continente en constante crecimiento.

Hasta antes de la pandemia a causa de la SARSCoV-2, existía una tendencia de oscilación constante entre momentos off-line y on-line, es decir, entre espacios de la vida en los que permanecíamos vinculados a la realidad y otros, cada vez muchos más, en los que transcurríamos conectados a la red a través de las múltiples aplicaciones Social que nos permiten perpetuar y recualificar nuestros vínculos relacionales. Incluso las posibilidades del tele-trabajo,

de la tele-educación, de la digitalización del entretenimiento eran recursos ya presentes pero no suficientemente valorizadas por las empresas, entidades educativas e instancias dedicadas al entretenimiento.

2. La forzada migración digital a causa del confinamiento producido por la pandemia

Fue solo después de la propagación del nuevo coronavirus y de la consecuente respuesta de confinamiento que la mayor parte de las naciones en el mundo propusieron como estrategia para evitar la cadena de contagio, ante la falta de una cura o un tratamiento, que la cultura ya caracterizada por el digital paso a ser sustancialmente tal: una sociedad forzada a la total migración digital a causa del confinamiento.

Al parecer, cuando todo este problema comenzaba en Bolivia, la interrupción de las clases, la enorme pausa obligada a la que tuvieron que someterse trabajadores, empresarios, comerciantes, y otras instancias no dejaba otra alternativa sino la de refugiarse en el espacio que quedaba y que ofrecía grande libertad dentro de los limites del confinamiento: el digital. Aquello que parecía simplemente temporal, se transformó en algo cotidiano en nuestra vida. Las estrechas y riesgosas circunstancias en las que vivimos nos impulsaron irremediablemente a trasladar al espacio digital nuestras actividades más ordinarias. Si bien esto no pueda aplicarse a todas las actividades de las personas, creo que ninguno puede eximirse diciendo que hoy por hoy el espacio digital no ejerce un cierto tipo de influencia en su vida.

Inmersos en la pandemia, obligados a migrar a la digitalización total de la vida, aun con la incertidumbre del futuro incluso con la tenue esperanza que presentan las vacunas, las nuevas generaciones, sobre todo las nacidas en estas terribles circunstancias, se encuentran circunscritas a estructurar la propia existencia de acuerdo a las libertades y condicionamientos que la tecnología digital les pueda ofrecer. Podríamos afirmar con suficiente fundamentación que los nacidos en medio de estas estrecheces a causa de la pandemia son los auténticos nativos digitales. Sin embargo, precisamente a causa de esta emergencia sanitaria otras realidades han adquirido mayor notoriedad y se han acentuado con mucha más fuerza, entre ellas, la enorme brecha económica que no permite el acceso igualitario a las nuevas tecnologías y a sus virtualidades inherentes, enfatizando aún más las diferencias, la pobreza, la violencia y la ausencia

de expectativas de futuro. Nuestro ingreso obligado al mundo digital, así como ha sucedido en otros procesos de transición en la historia, está dejando múltiples rezagados, entre ellos, por su innegable vulnerabilidad, los niños, adolescentes y jóvenes más pobres. Esto son los nuevos “rezagados digitales”.

Las permanentes dificultades educativas que los contextos menos favorecidos atraviesan en estos momentos, dada su imposibilidad estructural de ofrecer alternativas que les posibiliten continuar con su proceso formativo, además de las inoportunas tentativas de recuperación educativa que propugna el gobierno postergan aun más el inevitable ingreso a la cultura digital, incluso en la lejana hipótesis de superación inmediata de la pandemia. Por tanto, si se puede hablar de un prematuro post-Covid, tiene que ser postulado irremediablemente dentro de los límites del continente digital.

3. El impacto de la digitalización de la existencia dentro del proceso de crecimiento-maduración de las nuevas generaciones

Si bien es cierto que en el futuro post-pandemia no podremos prescindir del protagonismo del digital en nuestra vida, no podemos marginar de nuestra reflexión el enorme impacto que esta constante exposición al universo internet esta teniendo en nuestra existencia y sobre todo a las consecuencias en el proceso de crecimiento de las nuevas generaciones. Aunque de forma muy preliminar, se podría afirmar que el grado de penetración de las nuevas tecnologías entre nuestros jóvenes es muy variado.

En algunos casos, se presenta como un universo al que se accede de modo inmediato, sin prejuicios, más aún, que se tiene que habitar con el único objeto de poder readaptarse a la nueva normalidad impuesta por la pandemia sea en ámbito educativo, de entretenimiento e incluso laboral. En otros casos, se materializa como una oportunidad lejana, alta, intermitente, difícil de aferrar, que es objeto de visita temporal con el fin de proseguir el personal camino escolástico, o simplemente para “sustituir” de algún modo las instancias de socialización que hasta antes de la emergencia sanitaria posibilitaban a las y los jóvenes la oportunidad de poder madurar socio-emotivamente.

El confinamiento prolongado y ahora intermitente al que nos tiene sometidos la pandemia del SARS-CoV-2 ha condicionado a nuestros niños, jóvenes y adolescentes a tener que recorrer en solitario, no obstante (y a veces a pesar de) la presencia de las familias, su itinerario evolutivo teniendo que reemplazar su necesaria sed de socialidad, encuentro directo, reconocimiento, auto-conocimiento y mutua valoración con el subrogado que ofrecen las redes sociales. Parecía que éstas ofreciesen el antídoto y la alternativa más óptima para posibilitar un adecuado proceso de maduración. Así lo habían expresado varias instancias socio-educativas antes de la pandemia. Las y los jóvenes se valían de las virtualidades que la interacción a través de plataformas, la conexión on-line, la posibilidad de poder (de)construir la propia imagen, la democratización de la información, y el mutuo intercambio de códigos culturales, valores y principios.

Sin embargo, esta irremediable opción por el digital, al menos en ámbito educativo, constituye solo un pálido sustituto de la dimensión profundamente relacional que caracteriza el camino evolutivo de la persona humana. En efecto, para crecer como seres humanos necesitamos del encuentro directo, tenemos sed de tocar, oler, gustar, poner en práctica las incipientes herramientas emotivas con las que contamos y que con el tiempo y gracias al encuentro con los amigos, la escuela, los grupos mas estrechos, educadores, la sociedad maduraremos paulatinamente.

La educación, a diferencia de la instrucción escolástica, en cuanto proceso gradual, diversificado y razonado

está ordenada a acompañar la maduración integral de las personas, poniendo el énfasis en sus virtualidades propias y asistiéndolas contemporáneamente a la adquisición de nuevas competencias en función de la transformación de la sociedad. Y esto, también en el ámbito de la educación en la fe, es imposible lograrlo solo contando con las posibilidades que lo digital ofrece y podrá ofrecer en el futuro.

4. Recuperar las verdaderas redes sociales para contrarrestar el impacto del tecno-virus en los diferentes ámbitos de la vida.

En este sentido, para poder proseguir con el proceso de maduración de las nuevas generaciones en atención a todas sus dimensiones constitutivas es urgente ayudarles a re-valorizar la importancia del encuentro directo con otras personas. Continuaremos teniendo analfabetos emotivos, dificultades relaciones al interno de las familias con resultados fatales si no optamos de modo decidido por la recuperación del encuentro cara a cara, persona a persona al interno del cual se estructura un auténtico proceso educativo. Es urgente, por tanto, recuperar las verdaderas redes sociales para contrarrestar el impacto que el virus del digital, el tecno-virus, que puede presentarse igualmente destructivo que la Covid-19, está teniendo y tendrá inevitablemente en todos y en cada uno.

Como educadores salesianos, convencidos del tesoro evangélico del Sistema Preventivo, estamos persuadidos que solo el amor que da la vida, expresado concretamente de tú a tú, y experimentado en la compleja red de una comunidad educativa, puede hacer milagros en la vida de las personas. Es a lo que nos invita Papa Francisco a través de su mensaje con ocasión de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este ano, “Ven y verás (Jn 1,46). Comunicar encontrando las personas donde y como están”: «En la comunicación, nada puede sustituir completamente el hecho de ver en persona. Algunas cosas se pueden aprender sólo con la experiencia. No se comunica, de hecho, solamente con las palabras, sino con los ojos, con el tono de la voz, con los gestos. La fuerte atracción que ejercía Jesús en quienes lo encontraban dependía de la verdad de su predicación, pero la eficacia de lo que decía era inseparable de su mirada, de sus actitudes y también de sus silencios. Los discípulos no escuchaban sólo sus palabras, lo miraban hablar. De hecho, en Él —el Logos encarnado— la Palabra se hizo Rostro, el Dios invisible se dejó ver, oír y tocar, como escribe el propio Juan (cf. 1 Jn 1,1-3). La palabra es eficaz solamente si se “ve”, sólo si te involucra en una experiencia, en un diálogo. Por este motivo el “ven y lo verás” era y es esencial». En esta lógica, la relación educativa, el encuentro, la experiencia directa, con todo lo que conlleva, no podrá ser sustituida con el recuso a las redes, al contacto on-line, a la mediación digital de procesos que solo se resuelven a través del encuentro cuerpo a cuerpo, corazón a corazón, codo a codo que requiere nuestra sed de amor.

Hno. Darwin Jimenez, SDB.

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