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IDEAS SOBRE LA MUERTE Y MÁS ALLÁ

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INFORME 2021

INFORME 2021

IDEAS SOBRE LA MUERTE Y EL

MÁS ALLÁ Todos llevamos dentro el cielo y el infierno OSCAR WILDE

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La catequesis clásica medieval cristiana, predicó que después de la muerte había un mundo de Salvación, donde a cambio de una buena conducta se ofrecía un cielo pleno de recompensas, pero a los pecadores se les condenaría a un infierno con terribles castigos. El discurso de Salvación cumple una función moralizante, al exhortar a los fieles al buen comportamiento dentro de un orden social. Para que la obra salvadora de Cristo se realice es necesaria la predicación de la buena nueva o evangelio y la conversión del que se asume como creyente, que deberá alinear sus valores éticos y morales al conjunto de valores que se asumen desde estas creencias religiosas. En este artículo retomamos un punto de vista sobre el discurso de Salvación, del cielo, el infierno y sus castigos. Hoy en día vemos que los cuestionamientos sobre la muerte en las diferentes religiones y culturas son similares en sus argumentos, ya que los pueblos han interactuado a lo largo del tiempo y se puede decir que los mismos conceptos permanecen inalterables en muchos lugares; sólo cambia la forma particular de adaptación e interpretación, de acuerdo a la época en la que se vive, haciendo entendible el mensaje que se pretende comunicar. Sin embargo, también existen los límites cuando el mensaje no se adecúa a los cambios culturales que acontecen en el tiempo. Por ejemplo, al hablar sobre la muerte, la Edad Media la concibió de manera esencial a modo de una maestra de vida y un poderoso medio coercitivo de conducta. Incluso los monjes medievales tenían un cráneo en sus celdas para que al hacer su examen de conciencia se confrontaran ante su muerte y la idea del infierno y el paraíso. En este sentido vemos que la religión ha utilizado esta realidad como una especie de moraleja, con una instrucción severa, por lo que - también iconográficamente - se personalizó como descarnada, macabra, cruel; en la iconografía religiosa de las iglesias aparecen esqueletos y almas saliendo de los cuerpos, plasmadas de diversas formas que aleccionan hacia el recto comportamiento, desde el temor que estas ideas producen, ya que ilustran las consecuencias de una conducta pecaminosa, condenada a los infiernos, a los castigos y el sufrimiento. Se predica también la figura de lo demoníaco como un tipo de engañador en este mundo, para atrapar las almas, de las que será el verdugo después. En la actualidad, la materia que se ocupa de estudiar las cosas últimas o finales es la escatología, cuyo sujeto principal es el ser humano, en una perspectiva de vida orientada a la supervivencia en un más allá idealizado, en la forma de un paraíso o como fuente de temores y angustias en un infierno, que la teología contemporánea presenta como un estado o condición de existencia del alma. La palabra “escatología” procede del griego “éskhatos”, “último”, “postrero”, y logos, “discurso”, “palabra”, “doctrina”; es decir, el discurso de los acontecimientos últimos o finales. Uno de los fines de la religión católica era formar a los fieles en estas creencias, al enseñarles durante toda la vida la preparación hacia su objetivo: la salvación de sus almas y la nueva vida en Cristo, lo que entendemos como salvación. En esta escatología estaban los conceptos de los novísimos del hombre, que eran las ideas sobre el final de la vida mundana (realidades “muy nuevas”, que no admiten algo posterior): muerte, juicio, infierno o paraíso. También se habla del purgatorio como un estado intermedio entre la tierra y el paraíso: un lugar donde permanece el alma cuando está manchada por el pecado a la espera del juicio final y la admisión al paraíso. Según la fe católica, cuando el juicio universal acontezca, habrá otros sucesos, como el fin del mundo, la segunda parusía (o retorno de Cristo) y la resurrección de los muertos, hechos que acontecerán de forma sucesiva. Aunque debemos también recordar como ha habido a lo largo del tiempo muchas profecías incumplidas del fin del mundo, estas ideas impactan en la conciencia, pareciera que hay un deseo inconsciente de que todo termine en una trágica sucesión eventos y con la segunda venida de Jesús y el juicio universal. La parusía significa en griego “estar presente” y se reserva al advenimiento glorioso de Cristo como juez, que clausurará el devenir temporal con el fin de los tiempos, la historia de la humanidad y todo lo creado. Las lecciones morales cristianas se enfocan, en primer término, en la búsqueda de la perfección del hombre, pero de igual modo recalcan sus preceptos hacia un ser humano dentro de una sociedad y un mundo a los que debe cuidar. La Iglesia alecciona sobre la condena

a los que pecan; se puede decir que movilizó a las sociedades en torno a la idea del miedo y un tipo de esperanza retributiva al inculcar a los fieles caminos opuestos: salvación o condenación, bien o mal, cielo o infierno. La lección dictada por la Iglesia es sencilla: el hombre tentado en forma constante por el demonio debe salir victorioso y ganar el cielo, pero si peca se irá al infierno. Por lo tanto, la vida en la Edad Media y después en el Nuevo Mundo fue una continua preparación para la muerte bajo esa expectativa ambigua. Entre las materias que se estudian en conventos y universidades están los métodos didácticos, que deberían usar los misioneros para aleccionar a los nuevos fieles y atraerlos a la religión cristiana. En Nueva España, con el fin de evangelizar a los nuevos pueblos, los frailes trajeron consigo libros de doctrina, oraciones, catecismos, manuales y muchos más que los auxiliarán en su labor. Con el tiempo integraron en conventos y colegios las primeras bibliotecas, cuyo propósito fue servir de armería en la conquista espiritual de los nuevos fieles. Por tal razón hoy en día los acervos religiosos lucen características comunes con obras similares de la enseñanza cristiana, dirigida a la “salvación” de los practicantes. Conocer lo que leían los misioneros resulta de gran utilidad en el estudio de la historia del discurso cristiano y de las investigaciones novohispanas. Los libros preferidos son las historias de eremitas que describen la lucha contra del demonio; las gestas de sangre donde se narra la victoria de los mártires, ya que la moraleja consistía en que éstos murieron bajo horribles tormentos para salvar la fe. Se consideraba que, si la virtud es divina, el pecado es demoníaco, pues el mismo diablo provoca a los hombres a violar las normas establecidas por Dios y protegidas por la Iglesia. Los religiosos integran las escenas de los libros a la representación plástica, al pintar en los templos enormes fauces infernales y amplia gama de castigos inimaginables: pecadores en parrillas; gavillas de viciosos dando vuelta arriba de una fogata, descuartizados y desollados; mentirosos con grandes bocas y ahorcados; almas jaladas con cadenas o amarradas, acarreadas a las fauces del infierno, golpeadas, lanceadas o sometidas con grandes tenazas a suplicios para pellizcarles el cuerpo. El Nuevo Mundo se inundó así de motivos escatológi-

cos cristianos, que a cada momento recuerdan la brevedad de la vida y lo cerca que se está de la muerte. En estos libros se rezaba que la vida debía existir plena de virtudes; así, al morir, esperaba un más allá colmado de bondades en un cielo maravilloso. En cambio, si se obraba mal, la expectativa sería de terribles castigos del infierno. Los recursos empleados por los catequistas lograron el propósito de regir una estricta conducta en los fieles.

Podemos valorar que la teología de esta época estaba centrada en la idea de pecado, en una idea negativa de Dios, más orientado a vigilar para castigar, que en un Dios salvador o misericordioso; el sufrimiento que el hombre común pudiera experimentar en su vida debía valorarse como un bien, ya que este servía como un medio de purificación. Los sucesos trágicos también se valoraban desde esta óptica de castigo o de medios purificadores; el creyente debía asentir con fe y esperanza su vida en el formato en que se le presentaba y tratar de cambiar esta realidad era oponerse a la voluntad de Dios. Actualmente podemos verificar la herencia de estas ideologías en el temor a morir y, en su opuesto, en la pretensión de inmortalidad, como una forma de subrayar la idea de la muerte de Dios. Y es que ante esta teología negativa no hay otro camino que matar a esa idea de Dios, que es fuente de temores y angustias, para suplantarle yendo más allá de las leyes naturales, imponiendo la propia tecnología al orden natural establecido por Dios. El hombre que no espera

nada bueno del más allá, no desea

morir, porque, de hecho, no tiene a donde ir, la muerte se mira como un vacío, como la desaparición total de la existencia o como la entrada a una existencia que continuará marcada por los terrores del sufrimiento y el castigo. Estas ideas en realidad vacían

de sentido toda posibilidad de

esperanza. Es desafortunado que nuestra cultura actual promueva una existencia vacía, delimitada por conceptos que hacen ver el sentido de la existencia en elementos materiales. El disfrute de la vida se reduce al valor de lo material, a la idea de estar por encima de los otros hombres que viven empobrecidos en lo material, en lo intelectual, incluso en lo espiritual. En la idea de poder tener lo que otros no pueden tener. Y sin embargo existe también

el hombre que busca respuestas

en actos de compromiso, en su capacidad de contemplar lo bello y lo espontáneo de la realidad en la que se vive, en su capacidad para encontrarse de tú a tú con el otro, también con el diferente. Existe el hombre que busca el rostro verdadero de Dios al que encuentra en la providencia de la creación.

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