Editorial
Un año para ser testigos de la misericordia l 8 de diciembre de 2015 será la apertura del Año santo de la Misericordia, convocado por el papa Francisco en memoria de la clausura del concilio Vaticano II (8 de diciembre de 1965), que concluirá el 20 de noviembre de 2016.
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Justamente este Año de la misericordia nos puede motivar a reflexionar con mayor intensidad sobre el tema. Por eso, en este número de nuestra revista Vida Pastoral proponemos varios escritos que nos llevarán a profundizar en el concepto y a sacar conclusiones prácticas para la vida.
Al anunciar este año santo, expresó el Papa que ha pensado mucho en “cómo la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia”. Y reconoce que el primer paso “comienza con una conversión espiritual”. De ahí la decisión de convocar un Jubileo cuyo centro sea “la misericordia de Dios”, un Año santo que viva a la “luz de la Palabra del Señor: ‘Sean misericordiosos como el Padre’”. El propósito principal de este año “es que toda la Iglesia pueda encontrar en este Jubileo la alegría de redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual estamos llamados a dar consuelo a cada hombre y mujer de nuestro tiempo”.
La misericordia es un eje fundamental del Evangelio, y es también “la clave de la vida cristiana”. “La petición de amar al prójimo, que hizo Jesús, no es sólo central, sino radical, tan radical que hasta se nos va la respiración”, dice Kasper, y llama la atención sobre el hecho de que la misericordia no es simplemente un “dejar hacer”, tan difundido en nuestra sociedad, y que comienza, incluso, desde los padres que, por un errado concepto de la misericordia, conceden y aplauden todo lo que los hijos pidan o hacen.
En el libro Misericordia, del cardenal Walter Kasper, que cita el papa Francisco en el primer Ángelus después de su elección, encontramos una sugerente aproximación al tema: “El mensaje de la misericordia de Dios –lejos de ser una teoría lejana del mundo y de la praxis– no se limita a evocar sentimientos de compasión. Tiene consecuencias para la vida de cada cristiano, para la praxis pastoral de la Iglesia y para el aporte que los cristianos deben dar a una estructura humanamente digna, justa y misericordiosa de orden social”.
Pastoralmente, es un momento para vivenciar las obras de misericordia que nos sitúan en la dimensión que quiere darle el papa Francisco a este acontecimiento, no con grandes celebraciones sino con un auténtico espíritu evangélico. Como dice Kasper, de las obras de misericordia “puede salir una fuerza capaz de inspirar y motivar también en el campo político y social”. Esto ratifica que el mensaje de la Iglesia sobre la misericordia tiene un sentido actual que busca seguir curando las llagas de la humanidad de hoy. No es un mensaje superfluo sino muy actual. El Director.
Revista trimestral de la Sociedad de San Pablo —PAULINOS— de Colombia, Ecuador y Panamá al servicio de la Iglesia. Carrera 46 Nº 22A–90 – A.A.: 080152 / Tel.: 3 68 20 99 – FAX: 2 44 43 83 / BOGOTÁ, D.C. — COLOMBIA
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Con aprobación eclesiástica. Las opiniones expuestas en los artículos publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores.
La Voz del Papa Encuentro con el mundo de la enseñanza Jesús, el Maestro, enseñaba a la muchedumbre y al pequeño grupo de los discípulos, acomodándose a su capacidad de comprensión. Lo hacía con parábolas, como la del sembrador (Lc 8, 4-15). El Señor siempre fue plástico en el modo de enseñar. De una forma que todos podían entender. Jesús no buscaba "doctorear". Por el contrario, quiere llegar al corazón del hombre, a su inteligencia, a su vida, para que ésta dé fruto.
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La parábola del sembrador nos habla de cultivar. Nos muestra los tipos de tierra, los tipos de siembra, los tipos de fruto y la relación que entre ellos se genera. Y ya desde el Génesis, Dios le susurra al hombre esta invitación: cultivar y cuidar. Nuestros centros educativos son un semillero, una posibilidad, tierra fértil para cuidar, estimular y proteger. Tierra fértil sedienta de vida. Ustedes educadores: ¿Velan por sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre, capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad? ¿Son capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los circunda, no desentenderse de lo que pasa alrededor? ¿Son capaces de estimularlos a eso? Para eso hay que sacarlos del aula, su mente tiene que salir del aula, su
contenido EDITORIAL
Un año para ser testigos de la misericordia
BEATO ALBERIONE
El método en el apostolado de la edición
ACTUALIDAD Misericordiar
VIDA CONSAGRADA La mujer consagrada, generadora de vida
corazón tiene que salir del aula. ¿Cómo entra en las distintas áreas del quehacer educativo, la vida que nos rodea, con sus preguntas, sus interrogantes, sus cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor, que nace del diálogo en pos de un mundo más humano? El diálogo, esa palabra puente, esa palabra que crea puentes. Y hay una reflexión que nos involucra a todos, a las familias, a los centros educativos, a los docentes: ¿cómo ayudamos a nuestros jóvenes a no identificar un grado académico como sinónimo de mayor status, sinónimo de mayor dinero o prestigio social? No son sinónimos. Cómo ayudamos a identificar la preparación académica como signo de mayor responsabilidad frente a los problemas de hoy en día, frente al cuidado del más pobre, frente al cuidado del ambiente. Ustedes, queridos jóvenes que son los que tienen que hacer lío. Ustedes, que son semilla de transformación de esta sociedad, quisiera preguntarles: ¿Saben que este tiempo de estudio no es sólo un derecho, sino también un privilegio que ustedes tienen? ¿Cuántos amigos, conocidos o desconocidos, quisieran tener un espacio en el aula y por distintas circunstancias no lo han tenido? ¿En qué medida nuestro estudio nos ayuda y nos lleva a solidarizarnos con ellos? Háganse estas preguntas queridos jóvenes.
PASTORAL FAMILIAR
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PASTORAL LITÚRGICA
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PASTORAL DE LA CATEQUESIS
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GUÍAS HOMILÉTICAS
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La familia debe regresar la mirada a Dios
El Adviento, camino hacia la Navidad
En diálogo acerca de la catequesis
P. William Gerardo Segura S.
Las comunidades educativas tienen un papel fundamental y esencial en la construcción de la ciudadanía y de la cultura de los pueblos y naciones. Por eso, no basta con realizar análisis o descripciones de la realidad; es necesario generar los ámbitos, espacios de verdadera búsqueda, debates que generen alternativas a las problemática existentes, sobre todo hoy, que en todo se pretende ir a lo concreto, lo fáctico y útil. Ante la globalización del paradigma tecnocrático que tiende a creer "que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital y de plenitud de valores, como si la realidad, el bien, la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico" (Laudato si’ 105), hoy a ustedes, a mí, a todos, se nos pide que con urgencia nos animemos a pensar, a buscar, a discutir sobre nuestra situación actual. Como centros educativos, como docentes y estudiantes, la vida nos desafía a responder esta pregunta: ¿Para qué nos necesita esta tierra? Que el Espíritu Santo, que nos inspira y acompaña, pues Él nos ha convocado, nos ha invitado, nos ha dado la oportunidad y, a su vez, la responsabilidad de dar lo mejor de nosotros, sea nuestro compañero y nuestro maestro de camino.
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octubre diciembre
2015 Dirección: P. Martín Sepúlveda, ssp Coordinación: P. Martín Sepúlveda, ssp; P. Danilo Medina, ssp; Jr. Leopoldo Zapata, ssp Redacción: Polo Zapata A. AUTORES: Editorial: El Director; Actualidad: P. José María Arnaiz, sm; Vida consagrada: Hna. Stella León, fsp; Pastoral familiar: Fray. Juan Pablo Linares, oar; Pastoral litúrgica: P. Santiago Jaramillo Uribe, sj; Pastoral de la catequesis: P. Martín Sepúlveda, ssp; Guías homiléticas: P. William Segura; Biblia: Hna. Ana Francisca Vergara, op; Laudato si’: P. Antonio Spadaro, sj; Cultura y En Librería: Constanza Moya; Mariología: Polo Zapata Armas; Eclesiología: P. Adolfo Galeano, ofm; Novedad: Isabel Gómez Publicidad: Ximena Bonilla Valencia / e–mail: publicidad@sanpablo.com.co Diseño & diagramación: Luis Gabriel Niño Devia / e–mail: ninoluis@sanpablo.com.co Suscripciones: periodicos@sanpablo.com.co
Papa Francisco. Discurso a la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 7 de julio de 2015.
BIBLIA
Los salmos: Canto de la misericordia de Dios
LAUDATO SI´
Guía para la lectura de la Carta encíclica Laudato si´
CULTURA
Pablo Montoya
EN LIBRERÍA
42 48 52 54
Impresión: Taller San Pablo, Calle 170 Nº 8G–31, Bogotá, D.C. - Colombia
MARIOLOGÍa
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Eclesiología
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NOVEDAD
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María, la llena de gracia
El Big bang escatológico que originó a la Iglesia
Festival de la canción san Pablo Misericordia 2015
beato
ALBERIONE a los comunicadores Por: BEATO SANTIAGO ALBERIONE
El método en el apostolado de la edición n el apostolado es útil seguir un método o conjunto de principios, criterios y disposiciones que regulan el modo de actuar, que dirige los pasos y asegura la consecución del fin.
intelecto y sentimiento. Y ¿cómo se adherirá en la práctica? Siguiendo a Jesucristo, elegido por Dios mediador nuestro de verdad, de santidad y de gracia.
En el apostolado de la edición se aconseja el método denominado “camino, verdad y vida”, por el trinomio evangélico en que se apoya. El apóstol debe estudiarlo, profundizarlo, seguirlo en su formación y después traducirlo en su apostolado. El modo de llevar a la práctica este método se desarrolla en su triple distinción: esencia, fundamento y actuaciones.
1. Seguir a Jesucristo Camino, avanzando tras sus huellas (adhesión de la voluntad).
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Esencia El método “camino, verdad y vida” se basa en este principio fundamental: el hombre debe adherirse a Dios completamente, con sus facultades principales: voluntad,
2. Seguir a Jesucristo Verdad, escuchando su doctrina (adhesión del intelecto). 3. Seguir a Jesucristo Vida, viviendo en su amor y en su gracia (adhesión del sentimiento). Apoyándose en este principio y ateniéndose a este esquema, el apóstol encontrará el camino maestro para su formación y para el apostolado.
Fundamento El método expuesto se funda tanto en el orden natural como en el orden sobrenatural, al que está elevada la naturaleza humana.
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En el orden natural. El hombre actúa y obra mediante las facultades propias que especifican su naturaleza: facultades espirituales y sensitivas. Estas potencias, al estar arraigadas en un mismo tronco (la naturaleza humana), dependen e influencian recíprocamente en el desarrollo de los actos humanos. Por eso, en las operaciones específicas del hombre no basta la simple actividad de la voluntad, del intelecto o del sentimiento ni la de los mismos sentidos. En él todas las potencias deben actuar en armonía de vida, tanto en el orden espiritual como en el sensitivo.
En el orden sobrenatural. Aquí se encuentra un principio nuevo de operaciones y de vida, “la gracia”, que eleva toda la naturaleza humana. La gracia informa la voluntad y el intelecto a fin de que puedan decidirse y operar según el fin sobrenatural. La naturaleza humana informada por la gracia suscita energías eficaces que arrastran a la voluntad hacia el fin (aun respetando su libertad) y
Actuaciones En todo campo de la actividad humana (especulativa y práctica, doctrinal y artística…) y en toda ciencia (teológica, filosófica, histórica…) se encuentran actuaciones del trinomio evangélico.
En las actividades diarias, que envuelven su actuación, donde pone a funcionar sus facultades sensitivas, intelectuales y espirituales con el fin de llegar a alcanzar los propósitos naturales y sobrenaturales y en las épocas de la vida, que están marcadas por la imitación (camino) en la niñez, la reflexión (verdad) en la juventud y el sentimiento (vida) en la vejez. Con esto se muestra que el método “camino, verdad y vida” es orgánico, lógico, claro, preciso, que puede tener aplicaciones indefinidas, porque toca la constitución específica del hombre. Siguiendo el método expuesto, al apóstol le resultará fácil adherirse completamente a Dios y hacerse, como Jesucristo, camino, verdad y vida, pero en la práctica no debe hacerse esclavo de su método, sino ser elástico a la hora de adaptarse a las circunstancias. Al apóstol el método le sirve como guía, pero si no está sincronizado con las facultades humanas, y ordenado al pleno ejercicio del apostolado, carece de validez y de sentido.
Tomado de: El apostolado de la edición.
Si desea recibir información acerca del Instituto puede comunicarse con : P. Martín Sepúlveda – Superior Provincial - provincial@sanpablo.co
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beato Alberione
La facultad a la que le corresponde la primacía es la voluntad, la cual manda al intelecto, al sentimiento y a los sentidos. El intelecto, aplicado por la voluntad, examina las conveniencias, las proporciones, los nexos causales y la eficacia de los medios. El sentimiento, ordenado por la voluntad, se aplica, incita y atrae las operaciones, y los sentidos captan las cosas en el orden sensible. Todos actúan al tiempo y hacia un fin determinado.
facilitan al intelecto la visión de la verdad natural (los actos) y sobrenatural (la fe).
Actualidad
Misericordiar Por: José María Arnaiz, sm
El papa Francisco introduce un verbo nuevo –misericordiar– para ser usado siempre y de una manera especial en el Año de la Misericordia. Corresponde, tal como está conjugado, a una acción profundamente evangélica del cristiano, cuando la ponemos por obra, logrando superar así una visión de la Iglesia legalista y puritana que con alguna frecuencia amenaza tanto a los que estamos dentro como a los que están fuera de la comunidad de los bautizados. La doctrina verdaderamente católica no es ni el catecismo ni el derecho canónico sino la acogida y el anuncio de la buena noticia del Reino cuyo corazón es la misericordia.
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e trata de un “verbo”, por lo demás, que tenemos que usar en primera, segunda y tercera persona; en plural: nosotros misericordiamos; y en singular: yo misericordeo; es mi vocación que incluye llamada y respuesta. Tú misericordias a todo el que se pone por delante, sea judío o sea musulmán, como nos recuerda la Bula Misericordiae vultus (MV). Pues la “misericordia”, en términos generales, se trata de un “atributo divino” con el cual los fieles, en primer lugar, piden a Dios que tenga piedad de sus pecados y, en segundo lugar, ofrecen a los hermanos el perdón recibido de Dios.
S
La misericordia supera los confines de la Iglesia. Pues todo hombre, toda mujer, todo creyente debe ser misericordioso y recibir misericordia. El cristiano, en especial, es llamado a tener rostro, mirada, oído, palabras misericordiosas; más aún, manos, pies, corazón y mente misericordiosos. Debe dedicar todo el tiempo a misericordiar. Ello quiere decir, siendo bastante pretenciosos, que en la Iglesia todo, incluso las sanciones, son puramente medicinales y jamás punitivas.
En pocas palabras, este Año de la Misericordia es el tiempo propicio para poner la mirada fija en Jesús, en su humanidad, en sus relaciones, sus gestos, sus palabras. Es un tiempo de gracia para descubrir que en la humanidad de Jesús se refleja el rostro de la misericordia del Padre (MV 13). Se nos pide conocer la misericordia del Padre para vivirla, contagiarla, testimoniarla, anunciarla; y anunciarla siendo misioneros de la misericordia.
El papa Francisco nos ha sorprendido so- - Conocer la misericordia bre manera con este tema. Porque nos Para llegar al conocimiento profundo de la misericordia tenemos que ser, necesariamente, “misericordiopide revestirnos de sentimientos de mi- so” como el Padre (MV 14). Con frecuencia los profetas sericordia, modelar nuestro modo de pen- y Jesús, sobre todo en el Evangelio de Lucas, nos llevan Padre como el misericordioso. Jesús, ungido sar en Jesús, que es la “encarnación” de la aporverelalEspíritu de Dios, llega para “anunciar un año de gracia y de misericordia” (Lc 4, 19). Misericordia es el misericordia del Padre. Creo que la misericordia
es el paso fundamental a la propuesta de la auténtica reforma de la Iglesia; reforma profunda. Con ella el
Papa intenta superar el mal más profundo que vive el cristianismo en el siglo XXI.
Él es consciente de que son demasiadas las personas que se han sentido y se sienten excluidas de la Iglesia; pues no son pocos los que creen que para ellos las puertas de la Iglesia están cerradas. Sin embargo, la Iglesia es el lugar en el que se puede oír este estupendo mensaje: “No estás solo, Dios te ama, es tu Padre; la Iglesia no es una institución fría, es tu casa y en ella encuentras familia: padres y hermanos y hermanas”. El Papa nos quiere “impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios. A todos, creyentes y lejanos, puede llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros” (MV 4).
nombre de Dios y también del hombre.
La palabra misericordia puede ser identificada como amor, favor, fidelidad, gracia, sanación, gratuidad, bondad, benevolencia. Es lo propio del comportamiento de Dios. Nos toca “ser misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Por lo mismo, en este jubileo la Iglesia está llamada a “curar las heridas de la gente, a embalsamarlas con el óleo de la consolación, a sanarlas con la misericordia y medicinarlas con la solidaridad y la atención debida” (MV 15). Tomar conciencia de la misericordia del Padre nos deja llenos de admiración.
- Vivir la misericordia y ser misericordiosos Eso es misericordiar en profundidad: vivirla intensamente. No hay que huir de la misericordia como hizo Jonás. Es peligroso hacerlo, ya que en el Evangelio todo se reasume en la misericordia. Jesús la puso en el corazón y en el punto de partida de todo su anuncio y proceder. Convertirse a la lógica y al dinamismo del Reino es convertirse a la misericordia. Es apasionante contemplar el comportamiento misericordioso de Jesús. octubre / diciembre - 2015 - Vida pastoral no 160
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Actualidad Este año estamos invitados a poner en el centro de nuestras vidas las obras de misericordia; es un modo, en palabras del Papa, de despertar nuestra conciencia, a veces dormida ante el dolor, la pobreza, la opresión y la exclusión para entrar más en el corazón del Evangelio en el que los privilegiados son los pobres. Vivir misericordiosamente cambia nuestra vida. Nos enseña a dar para tener, a ser misericordiosos con los demás, como único modo de que lo sean con nosotros.
- Ser misioneros de la misericordia Es un paso más. Sólo lo pueden dar los que viven la misericordia. El Papa ha anunciado que en la Cuaresma del 2016 enviará por todo el mundo “misioneros de la misericordia”. Ser misionero de la misericordia es misericordiar por todas partes. Hacer sentir la misericordia, contagiarla, anunciarla, proclamarla, ofrecerla. Significa abrir los ojos a las miserias, al dolor de la gente y llevarlas al corazón de cada uno de nosotros, a nuestro discurso y a nuestra vida. La vida clama y son bien auténticos los clamores que oímos con alguna frecuencia. El buen misionero de la misericordia la pone en el corazón de su anuncio del Evangelio; y llama a las obras de misericordia por su nombre y las promueve con su testimonio: dar de comer el hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos (cf. Mt 25, 31-45); dar un buen consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y los muertos.
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Los auténticos misioneros de la misericordia dejan a todas las personas con sus anuncios, sus testimonios y sus acciones en los labios y en el corazón; les dejan con “gracia, compasión, paz y misericordia”. Anuncian gozosamente el triunfo de la misericordia; ese anuncio tiene que nacer de una experiencia vivida. Anuncio que no se limita a prohibir ni a permitir sino a conducir a la gente más allá de lo permitido y lo prohibido, a su propia libertad en Cristo, testimoniando por ello la invencible misericordia de Cristo; de esa misericordia, no lo dudemos, la Eucaristía es el signo sacramental por excelencia de la misericordia de Dios.
- Celebrar la misericordia Celebrar la misericordia para un creyente pasa por pedir perdón cuando no somos misericordiosos, liberándonos así del pensamiento o de la acción no misericordiosa. El sacramento de la reconciliación es “la puerta santa del alma” y el “manantial de la misericordia”. Pasa por escuchar la palabra de vida de Jesús que nos invita a ser misericordiosos y nos muestra el camino seguido y propuesto por Él mismo. Supone interceder, pedir misericordia, invocar a María, Madre de la misericordia; en el corazón de la Eucaristía está la intercesión por la misericordia, la petición de un corazón misericordioso. Cuenta mucho la súplica a María, Madre de la misericordia. Este celebrar la misericordia pasa, también, por el agradecer las gracias recibidas para ser misericordiosos. Es muy importante alabar al Dios de la misericordia, cantar las misericordias del Señor. Sólo así podremos misericordear bien;
ser plenamente misericordiosos como nos señala Miqueas: “¿Que otra cosa te pide el Señor? Te pide que practiques la justicia, que ames la misericordia y que camines humildemente con tu Dios” (Mi 6, 8).
Ante todo, el Año de la Misericordia es un don, un tiempo para experimentar abundantemente la acción gratuita de Dios. Estamos llamados a conocer la misericordia, vivirla, testimoniarla y anunciarla. Todo ello podría convertir el acontecer de los meses del año 2016 en algo extraordinario. Sin embargo, debería ser una año hecho de cosas ordinarias. Con mucha frecuencia nos encontramos enfermos de lo extraordinario. Pero es importante que tomemos conciencia que lo que cuenta es lo ordinario, el servicio de. Si entendemos bien el sentido de ordinariedad, entonces comprenderemos bien el Año jubilar. Si no, no va a servir mucho. El Año santo anunciado por el Papa no debería ser algo de “extraordinario”, sino una gran ayuda para vivir lo ordinario, la misericordia. Esta misericordia para los creyentes en el Dios de Abrahán, de Isaac, de los Profetas y en el Dios de Jesús no es algo extraordinario. Hagamos todo de tal modo que el Año del jubileo se ponga al servicio de lo ordinario, que cuenta y que queda, y no de lo extraordinario, que pasa y no echa raíces. Eso es misericordiar auténticamente. Así anticipamos un futuro esperanzador.
La
Vida consagrada Por: Stella León, fsp
consagrada,
generadora
vida
de
Toda relación vivida en libertad y amor genera vida, que inicia con la pronunciación de un sí que favorece el encuentro, por un susurro muchas veces al oído, o con otras expresiones que buscan cercanía, proximidad, intimidad. Comienza con la invitación a reavivar la memoria, recordar el camino que el Señor ha permitido recorrer (Dt 8, 2), contemplar la historia como una magnífica obra de Dios, para recuperar la alegría y abrir el corazón al amor misericordioso del Padre. Es vivir esa experiencia del “cuidado de la memoria agradecida”, buscando acoger y sacar lo mejor de sí y de las experiencias vividas, es dar a luz lo mejor de sí y de la propia vida. En términos paulinos, ¡editar! Este hacer memoria agradecida se puede contemplar a partir de cuatro encuentros fundamentales en la vida cristiana:
➢ El de la fecundación: fruto del encuentro de papá
y mamá; ese encuentro íntimo, relacional, donde empieza la gestación de la vida, donde las células se activan, se llenan de vida para dar origen a la nueva criatura. Es desde allí donde se inicia un proceso del cuidado de una memoria agradecida: la memoria del milagro de la vida.
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Desde la misma gestación, con menor o mayor intensidad, se dan los primeros balbuceos de la fe, que se vive al interno de la familia. Es allí donde se empieza a ensanchar el corazón, a mirar con agradecimiento a Dios por las bondades y bendiciones recibidas; donde se reconocen las abundantes riquezas de su gracia, las cuales ya se estaban incubando en lo hondo de nuestro ser, como tierra abonada para que la semilla de la vocación cristiana empiece a brotar y a germinar. Es la memoria del primer amor, que lleva a descubrir que el Espíritu de Dios siempre ha estado animando, acompañando, llamando por el propio nombre y dando a luz la fuerza y las gracias necesarias para recorrer el camino al que cada persona ha sido llamada.
tre la concepción de Cristo en el vientre virginal de María y la de los cristianos en la fuente bautismal. Según los Padres de la Iglesia: el Espíritu que ha generado a Cristo en la Virgen, genera a Cristo en los fieles, haciéndolos su Cuerpo. San León Magno afirmaba que el agua del bautismo es la imagen del útero virginal, y el Espíritu que fecunda la fuente bautismal es el mismo que ha fecundado a María2. María es la guía de los creyentes hacia la fuente de la gracia bautismal: “Cristo ha abierto el vientre puro que regenera a hombres y mujeres para Dios”3.
➢ El del “sí” de una vida de mujer consagrada,
como respuesta al llamado del Maestro, quien toma la iniciativa.
➢ El del cuidado de una memoria agradecida de la experiencia bautismal al ser sumergidos en las aguas de la pila bautismal. La fuente bautismal, por lo tanto, es concebida al mismo tiempo como un sepulcro y un vientre materno que genera vida. Éste fue el criterio que en la antigüedad guió también el arte cristiano para la elaboración de los baptisterios.
La invitación es a abrirnos al futuro, volviendo a poner toda nuestra confianza en el Señor, dejándonos seducir y conducir por las brisas del mismo Espíritu, que guió y fecundó la vida biológica y bautismal y el llamado a la vida consagrada. Es decir, fecundó los inicios de la vocación y de nuestras familias religiosas. Es haciendo memoria agradecida de este paso de Dios en la vocación recibida –en la que redescubrimos la fuerza de la intimidad–, que nuestro ser consagrado se preña de Dios, porque Él, al igual que a María, nos susurró al oído e hizo fecunda la Palabra, el Verbo en cada uno de nosotros. Sólo así es posible percibir las voces proféticas de nuestros fundadores, las cuales se convierten en antorchas que irradian luz de generación en generación, sin que sus llamas se apaguen, ya que están encendidas con el óleo del Espíritu de Dios, fecundando en quienes hoy lo hemos recibido. Los carismas son una realidad espiritual viva, que si se los vive, nunca envejecen.
Cirilo de Jerusalén habla del bautismo como “santa piscina del divino bautismo”, en la cual el neófito, como Cristo bajado de la cruz a la tumba, muere y nace en el mismo momento, y el agua santa se convierte al mismo tiempo sepulcro y madre1. El bautismo, como baño que purifica, es germen de vida que renueva en el Espíritu y da vida. El símbolo fundamental del agua viva está unido a la relación tipológica en2 1
Cirilo de Jerusalén. Catechesi per i neobattezzati II, 4.
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León Magno. Sermone 24, 3. Ireneo di Lyon. Adversus haereses, IV 33, 11.
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Vida consagrada Estás antorchas recibidas de nuestros primeros hermanos y hermanas de comunidad, nos han llegado repletas de vida encarnada, gastada y donada. Antorchas que han llegado a nosotros con la fuerza de la santidad, alimentada ésta por la oración, la confianza y el abandono pleno; fortalecidos desde los inicios casi siempre duros, incomprendidos, pero apasionados, llenos de entusiasmo, riesgo y búsqueda constante del querer de Dios. Es así, que conservar una memoria agradecida es asumir la herencia recibida no como algo estático y frío, sino como la vida que nos viene con la frescura de quien acaba de nacer, porque es en la propia vida y en el don de la vocación en donde el carisma se encarna, recobra vida y se hace presencia real, lo cual se convierte en auténtica profecía para el presente y el futuro. A este punto es válido preguntarse, si la presencia de Jesús encarnada en el carisma es verdaderamente nuestro pasado, presente y futuro. Si nuestra vida está siendo donada, entregada, desgastada por Él, con Él y en Él. Puesto que la vida consagrada es una relación, un encuentro, una vocación que parte del amor y tiende a una configuración con Cristo, a una identificación total entre el amante y el Amado, en la intimidad que requiere la entrega, la donación y el abandono. Estamos llamados a vivir un continuo y permanente renacer para poder encender y ser luz de fe y esperanza resucitada, que supera posibles y reales indiferencias, como bien lo anota el papa Francisco: “No hay nada más duro que vivir juntos y ser extraños, aun compartiendo las dos mesas, la del pan de la
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vida cotidiana y la mesa de la Palabra y de la Eucaristía”. Por ello estamos llamados a nacer de nuevo del agua y del Espíritu de Dios. La nueva gestación que llena de alegría y nos pone en salida, en camino, en movimiento para contar, testimoniar y comunicar que Él, el Maestro, está Vivo y llama a seguirlo, a amarlo y servirlo. Recobremos la fuerza de salir, que sin duda es semejante a la de la salida del útero de la madre o de la fuente bautismal; es un salir ungido por la fuerza de la presencia del Espíritu del Resucitado, y con la fe y la frescura características del ser que genera vida, se vivan partos continuos, se dé a luz lo que se ha visto y oído en la intimidad del encuentro con la Palabra y la Eucaristía que, como un cordón umbilical, es fuente constante de alimento y vida verdadera.
➢ El de la “realidad” como lugar de salida, conversión y misión. Todos hacemos parte de una realidad concreta, de un pueblo o ciudad específica, que sin duda ha permeado nuestra vida, muchas veces de manera inconsciente, y nos ha lanzado, movidos por la pedagogía de Dios, a buscar y arriesgarnos a recorrer caminos desconocidos, anhelando servir, amar y desgastar la vida. Este anhelo debe hacerse memoria agradecida y vivirlo en el presente, alimentado por otras situaciones y realidades que claman a gritos a no ser indiferentes, sobre todo a quienes son llamados a generar vida y a estar a su servicio.
El llamado siempre conlleva un envío, el referente es Jesús y su Pueblo, uno porque es quien llama y el otro porque es a quien está dirigida la misión y quien espera el anuncio de la Buena Nueva, con la frescura y la novedad de quien la ha encarnado; es por esto que el mensaje llega de diferentes maneras y expresiones, los medios son sólo medios, el énfasis se hace en el apóstol que lo vive y lo comunica, por ello es que “la posición del discípulo misionero no es una posición de centro sino de periferias”. Siempre en salida, como lo afirma el papa Francisco. En las realidades de pobreza de tantos hermanos, la Iglesia de “Aparecida” exhorta a vivir con ternura y énfasis la vida consagrada como servidora y facilitadora de la fe, de manera cercana, tierna y amorosa. Porque no se puede desligar la razón de ser de la misma ternura que provocó la encarnación del Verbo; ello es profetismo y encuentro con Jesucristo y con el prójimo en sus realidades concretas.
A modo de conclusión: ¿Qué significa hoy estar al servicio y cuidado de la vida? Esta pregunta es fundamental frente al acelerado activismo que se vive actualmente, puesto que cuando todo es importante, en realidad nada lo es. Sí, es importante discernir qué es esencial, qué es lo que debe ser primero, qué no debe estar subordinado, qué debería estar después, porque lo que está después, está desplazando lo que debe ser el centro. No se puede ir a comunicar algo que no me hace feliz, es pretender ir por dos caminos diferentes al mismo tiempo y esto ya es pretensión que desarmoniza, desintegra y adormece… Y se vuelve activismo, el cual genera indiferencia y violencia. El activismo hace perder la conciencia de unos y de otros. Cuidar es armonizar… Por ello es importante el cuidado, del que venimos hablando desde el inicio.
Cuando hay cuidado hay integración El cuidado es fundamental para la calidad humana. El cuidar me pone en tensión, en actitud de responsabilidad (no de vigilancia y control), sino de saber dar razón
del otro, de lo creado y de las transformaciones sociales en bien de los más desfavorecidos y empobrecidos. Leonardo Boff dice que “el cuidado es el eje transversal, principio de relación con todo”; es decir, el cuidado de la persona, de la naturaleza, de la afectividad, de la razón, de las relaciones interpersonales, de la espiritualidad… Y podemos decir que si no hay cuidado no hay sostenibilidad de la alegría y de la frescura del sí consagrado. Sin cuidado no hay equilibrio, ni deseos de vivir y, mucho menos, de paz. Una imagen muy querida por el beato Santiago Alberione, que plasma la necesidad del equilibrio, es la de un carro con cuatro ruedas, el cual para poder desplazarse es necesario que sus cuatro ruedas estén bien calibradas, si a una le falta aire o está pinchada no marcha bien. El equilibrio es necesario para ir al encuentro del otro, de lo creado y lo social, en donde están las grandes pobrezas; para ir a las periferias necesitadas de la luz del Evangelio que redime y dignifica a la persona.
Redes de cuidado… Hoy hablamos de alianzas, de apoyo, de valores, de salir al encuentro del otro para conocernos y sostenernos mutuamente. Dios ama corazones, no ama ideas. Ello implica amar al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente (Mt 22, 37). Para salir y cuidar al estilo de Dios debemos dejar que nos habite, y una señal de la relación con Dios es que nos abramos a los otros; es decir, a mayor espiritualidad menor ego y más salida, y viceversa. Por ello el cuidado es una actitud que moviliza, y uno se moviliza cuando esa realidad le es significativa. El cuidado es un compromiso recíproco, es una relación holística con todo lo que existe: hay que cuidar el agua, la tierra, el aire; en fin, todo… O cuidamos o perecemos. Espiritualidad es sinónimo de cuidar, eso es lo que Dios hace todo el tiempo, cuidar. Para servir a Dios debemos cuidar y ayudar a cuidar. Sólo así podremos decir que vivimos en relación, en armonía, y que generamos vida, tal como lo afirma este pensamiento: “Si el contacto con Dios no te hizo más humano, más maternal, entonces no era Dios a quien tocaste”. octubre / diciembre - 2015 - Vida pastoral no 160
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Pastoral familiar Por: Fray. Juan Pablo Linares, oar
En el curso de los siglos, sobre todo en la época moderna hasta nuestros días, la Iglesia no ha hecho faltar su constante y creciente enseñanza sobre la familia y sobre el matrimonio, “con ternura de madre y claridad de maestra” (Relatio Synodi, n. 29), defendiendo con ahínco la “dignidad del matrimonio y de la familia” como valor constitutivo de la sociedad, pues, “la familia, en la que distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el fundamento de la sociedad” (GS 52). Monseñor Charles Chaput, arzobispo de Filadelfia, donde tuvo lugar el Encuentro Mundial de las Familias, con el tema: “El amor es nuestra misión: la familia lleno de vida”, dijo que una familia fuerte es la mayor fuente para nutrir un desarrollo humano saludable y el mayor antídoto para la pobreza y la soledad. Además, con motivo del Sínodo de los obispos, que trabajó en el tema de los desafíos de la familia contemporánea, invitó a reflexionar sobre las posibilidades de anunciar hoy, en una sociedad secularizada, el Evangelio de la familia, sobre todo en lo tocante a la posibilidad de responder a las necesidades y al sufrimiento de las familias rotas por una separación o un divorcio.
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Vida pastoral no 160 - octubre / diciembre - 2015
La sabiduría popular dice que “nada es más fuerte que el testimonio personal”. En efecto, si vivimos nuestra fe como cristianos con generosidad y alegría, eso naturalmente generará mejores relaciones familiares. Si no lo hacemos, ayudamos a ahondar más la crisis, no sólo familiar sino también social, pues del núcleo familiar nacen los valores éticos y morales que dan sentido y valor a la vida. Sin la toma de conciencia de la crisis actual que vive la familia, y los problemas que se generan de ella, difícilmente podremos llegar a encontrar soluciones. Pues, a menor o mayor escala, esta tragedia la hemos creado todos: la Iglesia con una combinación de pobre catequesis para las parejas de novios y los matrimonios, y la pareja con un pobre ejemplo de la vida familiar y de casados. Resulta imperioso, entonces, tomar medidas urgentes: los esposos, mirándose a sí mismos y aceptan-
do las incoherencias del corazón que, irremediable y dolorosamente, terminan haciendo daño no sólo al cónyuge sino también a los hijos, y por ende, a la sociedad en general. Pues hogares caóticos, hijos con problemas, sociedad en crisis; y la Iglesia, realizando un mejor trabajo de evangelización a los hombres y mujeres llamados al matrimonio, para que vivan su vocación con alegría. Una verdadera y responsable formación matrimonial ayudaría a superar los difíciles problemas por los que pasan gran cantidad de familias en la actualidad. Como dice un destacado autor, cuando la pareja se encuentre al borde del abismo de la infidelidad, de los celos, de la intolerancia… es cuando debe regresar la mirada a Dios y pedirle que le devuelve el sentido de la unión conyugal, a la que Él los ha llamado, pues el Señor es la roca sobre la cual se cimenta el amor verdadero.
SAN PABLO
RADI NAVEGA CONTIGO
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Pastoral litúrgica
El
adviento, camino hacia la Navidad Por: Santiago Jaramillo Uribe, sj
Adviento es una palabra de origen latino que significa “llegada solemne”, por lo tanto, no se trata de “cualquier llegada”. Este aspecto es importante tenerlo en cuenta para celebrar dignamente la Navidad.
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Vida pastoral no 160 - octubre / diciembre - 2015
a Iglesia instituyó el período del Adviento no como un tiempo “encerrado en sí mismo”, sino que debe desembocar en la celebración de la Navidad. Es un período que debe llevar a los fieles a amar intensamente a Jesús. Él, con su nacimiento, inicia el camino de su Misterio pascual.
L
El Adviento es un camino, cuya finalidad es reanimar el espíritu de los católicos para que vivan las gracias del infinito misterio de la bondad y la misericordia que Dios comunica en la Encarnación y en el nacimiento de su Hijo, hecho hombre para “nuestra salud y remedio”. El Adviento es un camino espiritual. Recorrerlo exige que la persona acepte una acción especial del Espíritu Santo. Él la conducirá mediante un trabajo serio, intenso, comprometido, a tener las mejores disposiciones para recibir las gracias especiales del misterio de Navidad.
Pero la realidad que vive hoy el católico –en medio de la sociedad de consumo en la que transcurre su vida habitual– es que ese camino espiritual se desarrolla en medio de un ambiente comercial –atrayente sin duda–, cuyo énfasis radica en promover el aspecto puramente exterior, que sólo mira a la promoción comercial por medio de ofertas, créditos, “gangas”… todo ello para crear la necesidad de comprar aguinaldos, elementos para realizar los “festejos” de la novena, de la cena de navidad… Esto se refuerza con las bellas y atractivas decoraciones e iluminaciones espectaculares de que pueden disfrutar quienes visitan los centros comerciales. No se puede negar que se crea un ambiente de fiesta. La pastoral –teniendo en cuenta esta realidad y tomando los aspectos interesantes que se descubren allí– debe ayudar a que estos “aspectos comerciales” no deterioren la preparación espiritual propia del Adviento para celebrar el misterio del nacimiento de Jesús, sino que –en alguna forma– contribuyan a favorecer el espíritu propio de la Navidad, que es de sencillez, pobreza, de compartir especialmente con los más necesitados. En resumen: la pastoral necesita encontrar en este boom comercial elementos que favorezcan el camino espiritual del Adviento. Estos pueden ser –entre otros– la alegría, la belleza de las decoraciones, la luz.
Es necesario que la pastoral motive a los fieles para que se persuadan de la necesidad de que se preparen para la celebración de la noche del 24 de diciembre y del día de Navidad por medio de la oración. Sería magnífico que los fieles la noche de Navidad hagan en familia una lectura reposada de san Lucas 2, 1-20 y que los participantes expresen sus reflexiones sobre la lectura escuchada. Tal lectura los dispondrá para experimentar un sentido clamor de admiración y pasmo ante tan grande misterio.
La labor pastoral es, entonces, “cristianizar” este ambiente insistiendo en el significado de la luz y de los arreglos navideños propios del Adviento y de la Navidad. Procurando que la preparación de la Navidad no se convierta en una “rutina”, sino que cree una viva disposición espiritual positiva para vivir este Misterio, con el que se inicia el año litúrgico.
Centrar la predicación de Adviento y Navidad –partiendo de los textos litúrgicos– en el conocimiento de Jesús, reflexionar sobre su anonadamiento, su pobreza, su amor por los pobres y por los más vulnerables, mostrar su trato amable y sincero, su preocupación por el otro, hacer caer en la cuenta de cómo Él se adelanta a las necesidades de las personas, mostrar su estilo sencillo y pobre de vida, su cariño y el trato delicado y respetuoso con los niños, su admiración por la belleza de la creación, su cumplimiento de la voluntad de su Padre…
Elaborar carteleras con escenas de la Navidad, con frases sugestivas, que aludan a ella, puestas en sitios estratégicos, pueden contribuir a que las personas “visualicen” la espiritualidad del Adviento y de la Navidad. Pasemos a considerar algunos aspectos relevantes de la Navidad, en primer lugar, la figura central de este misterio: Cristo. En el tiempo de Adviento-Navidad Cristo Jesús se constituye en el personaje central. Este tiempo litúrgico marca el inicio de su vida en la tierra. Por eso, es muy importante aprovechar esta época para hacer catequesis mistagógica sobre la persona de Cristo, pues en el tiempo en que vivimos, para muchos Cristo resulta una persona bastante etérea.
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Pastoral litúrgica
Ayer en su vida terrena –como hoy en su vida gloriosa– Jesús sigue siendo el gran desconocido. Actualmente la ignorancia y el olvido de quién es Jesús es inmenso, a pesar de estar presente en la Iglesia, en la Palabra, en los sacramentos, en el prójimo. La “encuesta” que trae san Mateo (16, 13-19) –si se hiciera hoy–, aunque en términos diferentes, daría un resultado semejante o peor. La realidad del desconocimiento de Cristo se traduce en el comportamiento de las personas en la sociedad. De ahí la importancia de una continua catequesis sobre quién es ese Niño de Belén. Algo sobre lo que es conveniente que reflexionen los fieles es si de veras admiten la persona de Cristo con el mensaje que trae, con su persona tal como aparece en los Evangelios, o si no lo aceptan de esta manera, sino como quisieran que fuera, como a ellos les gustaría que fuera. ¡Tal fue el gran error de los grandes de Israel y por eso no lo conocieron, no lo aceptaron, lo despreciaron, les era incómodo…!
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Quizás podría ayudar para esto catequesis elaborar diversas carteleras que –en colores llamativos y letra muy legible– mostraran diversos aspectos de la persona de Cristo y que tuvieran frases alusivas al Adviento y a la Navidad, e irlas rotando. Las lecturas de las ferias abren horizontes a este respecto: muestran lo que ese Niño será dentro de poco tiempo.
El Pastor debe procurar que lo sembrado no se muera, debe hacer que los progresos espirituales de sus feligreses, crezcan de día en día. Un segundo aspecto para insistir en la preparación de la Navidad, es el de las venidas del Señor. El tiempo de Adviento y de Navidad es muy apto para meditar en todas formas cómo Jesús ha venido y viene a nosotros. La primera es su venida histórica al mundo, su venida hoy a nuestra sociedad, su venida a cada persona al final de su vida terrena y su segundo advenimiento triunfal al final de los tiempos.
La primera venida del Señor invita a recapacitar en que ya Él vino en la humildad de la carne, pero hay otras venidas reales: sigue viniendo continuamente en y por la celebración de la Eucaristía, en la comunión, como la mejor participación en ella (cf. SC 55), en los encuentros personales por medio de la oración, en el servicio y ayuda prestado a todas las personas, especialmente a los pobres, a los más vulnerables… y vendrá a cada uno al final de su vida terrena. Jesús viene a las personas siempre que ellas lo quieran recibir (cf. Ap 3, 20). La primera venida de Cristo está en íntima relación con su segunda venida. Por eso, ante la euforia que produce la preparación de la Navidad, el sacerdote no puede dejar pasar desapercibida la realidad de la segunda venida del Señor. El católico la espera explícitamente cuando en la Eucaristía –después de la consagración– dice o canta: “¡Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección! ¡Ven, Señor Jesús!”.
San Mateo (Mt 25, 1-13) propone una parábola que es necesario meditar y asimilar, ya que es muy ilustrativa a este respecto. Se trata de la parábola de las diez vírgenes, cinco de ellas eran prudentes y cinco necias. Esta parábola constituye un recuerda vivo para todas las personas. Allí están representados todos los vivientes. Hay que vivir de tal manera que siempre se esté alerta, esperando la llegada del Señor. Aunque éste tarde, la lámpara de la vigilancia debe permanecer siempre encendida con el aceite de una vida cristiana correcta, con buenas obras realizadas cada día, con el alejamiento del pecado. La participación en la Eucaristía es una de las formas principales y mejores de preparación para la Navidad, para las venidas durante la vida y para la venida definitiva a cada persona, al final de su vida terrena. De aquí la gran responsabilidad de los Presientes de la Eucaristía en la preparación de la celebración eucarística cotidiana, por medio de moniciones adecuadas, excelente homilía…
Facebook, internet y los
medios digitales
La preparación espiritual durante el Adviento debe culminar en el sacramento de la reconciliación, como culmen para celebrar la Navidad con un corazón nuevo.
Un nuevo y emocionante reto educativo para asumir sin prejuicios.
¿Cuál será el esfuerzo pastoral para motivar la conversión y la confesión sacramental como culminación del trabajo pastoral del Adviento? ¿Cuál será el esfuerzo pastoral concreto para mejorar la celebración de la Eucaristía diaria? Cuál será el esfuerzo pastoral para responder la pregunta que se encuentra en san Lucas (18, 8): ¿Pero cuando venga el Hijo del hombre encontrará la fe sobre la tierra? La fe se refiere aquí a la fe en Jesucristo como Mesías y Salvador. El Adviento es una ocasión privilegiada para reflexionar cómo ha sido la vida personal de cada uno. ¿Ha sido –es– una vida “frívola”?
El Adviento, tiempo de conversión La conversión no es materia exclusiva de Cuaresma, la conversión es igualmente un asunto de Adviento y de cada día. Toda persona debe estar siempre inmersa en la dinámica de su propia conversión, debe ser una actitud habitual. Lo exige la condición de ser pecadores. Disponible en:
Pastoral litúrgica
La conversión no es algo triste: ella –al acercar a Dios– produce verdadera alegría espiritual. En los evangelios de Adviento y Navidad se encuentra material abundante para fundamentar las homilías. En concreto, para el tiempo de Adviento, la predicación de san Juan Bautista puede orientar la reflexión. Ella está centrada en la conversión. El Precursor emplea expresiones cargadas de sinceridad. A cada uno de los grupos que se acercaban al bautismo, les recordaba cuál era el cambio que necesitaban y cómo debía ser en adelante su modo de proceder (cf. Lc 3, 2-20). Era algo concreto que “sacudía” la conciencia de los penitentes. Cristo igualmente inició su predicación con estas palabras: “Conviértanse, porque el Reino de los cielos les ha llegado” (Mt 4, 17). En las circunstancias actuales –y siempre– es urgente recordar en las homilías, en el confesionario, en la dirección espiritual, a las persona de manera muy clara, concreta, sin vaguedades, sus responsabilidades personales ante las enseñanzas de Cristo: amor a Dios y al prójimo, el respeto al otro, el respeto a la propia persona, la honestidad en los asuntos privados y públicos, familiares, laborales, la responsabilidad en el desempeño de todas las labores. Algo que sin rodeos interpele la conciencia de la persona y le muestre qué cosas debe omitir, qué cosas debe empezar a hacer, qué cosas debe potenciar. En medio del actual relajamiento moral y ético, es urgente motivar una profunda reflexión sobre la respuesta que Dios le da a Jeremías cuando el profeta –ante la dureza de su misión– está a punto de abandonarla: “Que ellos se vuelvan a ti, no tú a ellos” (Jr 15, 18). Es necesario siempre disponer a las personas para la conversión, para que no cedan ante el modo de proceder de otros, para que no se dejen arrastrar, porque “todos los demás lo hacen así”. La necesidad de la acción pastoral que conduzca a la conversión crece, porque muchas personas afirman frecuentemente que no tienen pecado, situándose en abierta contradicción con la enseñanza de san Juan en su Primera carta: “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: ‘No hemos pecado’, lo hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros” (1Jn 1, 8-10).
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De lo anterior se deduce que una tarea pastoral de Adviento debe ser exhortar a la confesión frecuente, bien preparada. El período Adviento-Navidad invita y exige purificación interior. Ya antes lo dijimos, pero lo repetimos. Para impetrar de Dios la conversión es necesaria la oración más intensa personal, comunitaria en la Parroquia y en familia –aquí cabe señalar la importancia del rezo la novena de Navidad en un ambiente de recogimiento espiritual–, la participación en la Eucaristía puede y debe ser diariamente. Pero para que la Eucaristía produzca verdaderos frutos, es urgente que los fieles participen consciente, activa y fructuosamente, ojalá comulgando en ella. A los presidentes de la celebración les compete esmerarse siempre en la preparación de cada celebración: con el empleo de moniciones, introducciones a las lecturas, homilías muy concretas y motivadoras… –lo volvemos a repetir– que orienten a quienes participan en la acción litúrgica cómo “preparar los caminos del Señor”, que ya llega. Es importante mostrar a los fieles que la conversión no se refiere únicamente a abandonar el pecado mortal. Así lo pueden entender muchos. No, la conversión debe llevar a alejarse de todo pecado, y también tiene la dimensión de mejorar lo bueno que se viene haciendo. La conversión es un cambio fundamental en la vida. Por lo tanto, la conversión debe reflejarse en una renovación espiritual, que sea palpable en la vida ordinaria. El Adviento debería disponer para vivir el misterio del nacimiento del Emmanuel, Dios-con-nosotros. Jesús inicia la profunda renovación de la humanidad y del cosmos. Jesús vino a hacerlo todo nuevo. Entonces, si los católicos auténticos se preparan para vivir el nacimiento de Jesús, deben –con la ayuda de la gracia– renovarse espiritualmente (cf. Col 3, 4-17).
La acción pastoral del tiempo de Adviento debería crear en las personas la disposición eficaz de conversión que cristalice en una confesión frecuente y renovadora, de la que se derive un crecimiento en santidad y en el apostolado. Podría ser que la renovación del ambiente de las casas sirva para motivar la renovación espiritual.
El Adviento, camino hacia la Luz de la Navidad Es evidente que el entorno de Adviento-Navidad respira luz. El nacimiento del Niño de Belén fue anunciado al mundo entero por una gran luz, que envolvió a los pastores –y en ellos– a todas las personas que vivían en ese momento y se proyecta a las que vivirán hasta la Parusía: “Se les presentó el ángel del Señor, la gloria del Señor los envolvió en su luz y se llenaron de temor” (Lc 2, 9). Nació Cristo, la Luz del mundo y de las personas: “Jesús les habló otra vez diciendo: ‘Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de le da vida’” (Jn 8, 10; cf. Jn 12, 35-36; 1, 4-5; Is 9, 1-2). Jesús es la luz de la Navidad. Él es una luz espiritual, que alumbra a las personas. ¡Y el contraste: la Luz del mundo apareció en una oscura y pobre cueva. Porque para esta Luz no había lugar en la posada! La llegada de la nueva y festiva luz solar del 25 de diciembre recuerda el nacimiento de Jesús, la Luz nueva que brilla para todas las personas, luz que jamás extinguirá. El esfuerzo pastoral en este aspecto –en parte– ya fue señalado cuando se habló de la iluminación navideña. Sin embargo, se puede insistir: darle importancia a la corona de Navidad, explicarla bien y situarla en un sitio destacado. Para la noche de Navidad hacer que desde donde se encuentra la imagen del Niño salga un chorro de luz que ilumine todo el ambiente, como alumbrando al mundo entero. Intensificar la iluminación de todo el Pesebre en la noche de Navidad. En el momento de realizar esta especial iluminación, hacer la correspondiente catequesis en la que se acentúe cómo Jesús ilumina a toda la humanidad. Destacar también el “campo de los pastores” con una iluminación tal que los envuelva a ellos y su contorno.
A partir del 25 de diciembre, colocar una cartelera en que aparezca la cueva del Nacimiento como un faro potente de luz que ilumina al universo entero.
Pastoral de la catequesis
En
diálogoacerca de la catequesis Por: P. Martín Sepúlveda, ssp
Para profundizar el tema de la catequesis, es importante promover un conversatorio en la parroquia, con los catequistas, acerca de la situación de la misma en nuestra pastoral hoy. ¿Cuál es el pasado de la pastoral catequética en la Iglesia y en nuestra parroquia? ¿Cuál es la situación en la que nos encontramos hoy? ¿Qué queremos realizar y preparar para el futuro? os documentos que la Iglesia ha preparado acerca de la catequesis dan algunas orientaciones. Ellas no responden definitivamente a todas las cuestiones, pero sí presentan puntos de partida para una nueva práctica catequética. Es necesario que el grupo de catequistas descubra esas orientaciones para poder avanzar todavía más, con el ritmo mismo de su contexto social.
L
Estructuremos este trabajo en cuatro partes
1ª: La catequesis
y la comunidad en la historia de la Iglesia:
Mostrar la evolución de la catequesis a lo largo de veinte siglos de camino de la Iglesia. Sobre esto ya hemos expuesto algunas notas en ediciones anteriores.
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2ª: Principios para una catequesis renovada: Buscar los aspectos esenciales para una renovación profunda de la catequesis. Revelación y catequesis: la comunicación de Dios a través de la historia de la salvación en Jesucristo; el anuncio de la revelación animado por el Espíritu, en la comunión de la Iglesia.
Exigencias de la catequesis: el principio de la interacción fe y vida, en la fidelidad a Dios, al ser humano y a las fuentes, para llegar a los catequizandos de las más diferentes edades y situaciones.
3ª: Temas fundamentales para una catequesis renovada:
¿Cuál debe ser el contenido de la educación de la fe? La situación de la persona: ¿cómo el ser humano de hoy comprende el mundo en que vive?, la visión que Jesús propone; el nuevo modo de ver y de vivir en el mundo. La verdad acerca de Jesucristo: la historia de la salvación; Jesús como centro del Plan de salvación del Pa-
dre. A través de su encarnación, ministerio y misterio pascual, Jesús revela al Padre y envía al Espíritu Santo. La verdad acerca de la Iglesia: el pueblo de Dios al servicio de la salvación del mundo, en la comunión fraterna alimentada por la liturgia y por la vida sacramental. La verdad acerca del ser humano: renovado en Jesucristo, llamado a ser sujeto de la propia historia. La libertad humana como camino de salvación. El pecado y la reconciliación con Dios y con los hermanos.
4ª: La comunidad catequizadora: Toda la comunidad es solidariamente responsable del proceso de educación de la fe.
Características positivas
1. LA CATEQUESIS Y LA COMUNIDAD EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA1
de la catequesis actual • Está más presente en el conjunto de la pastoral.
La historia nos ayuda a revalorizar los diversos aspectos que, poco a poco, fueron componiendo el proceso complejo de la catequesis. En resumen, la catequesis se desarrolló en las siguientes fases históricas: • La catequesis como iniciación a la fe y la vida de la comunidad (del siglo I al V). El catequizando descubría la fe en la práctica del amor fraterno y en la vida litúrgica. • La catequesis como proceso de inmersión en la cristiandad (del siglo V a comienzos del siglo XVI). El catequizando era educado para insertarse en las estructuras sociales. • La catequesis como instrucción (del siglo XVI a comienzos del siglo XX). El catequizando era instruido acerca de las definiciones teológicas de la fe.
Voz: “Historia General de la Catequesis”. En: AA. VV. Nuevo Diccionario de Catequética, pp. 1132-1147.
1
• Presenta una imagen nueva de Jesús y de su ministerio, de la Iglesia, de la persona humana. • Considera a la persona como un todo, con sus derechos y deberes, sus dimensiones individual, comunitaria y social. • Lucha por la formación integral de la persona humana, que es responsable de su propia historia. • La catequesis como educación permanente para la comunión y la participación en la comunidad de fe (época actual).
El catequizando vivencia el camino de la fe en la propia vida, en comunidad. La catequesis transforma su vida a partir de la experiencia de Cristo2.
• Incentiva las pequeñas comunidades y se interesa por la dignidad de cada persona. • Se preocupa por la organización del contenido de la fe, para que sea mejor comprendida por el catequizando.
2 Cf. Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Aparecida, nn. 290. 297.299.
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Pastoral de la catequesis
Dificultades actuales por superar
Dios se comunica con palabras y hechos
• Todavía no llega a todos los cristianos, especialmente a los jóvenes y adultos, además de otros grupos especiales.
Dios habla al ser humano. La forma principal de comunicación humana es la palabra. También los gestos y los hechos pueden constituir un lenguaje. Dios, para comunicarse con las personas, adoptó esos dos lenguajes. Él nos habla por medio de palabras humanas, así como por los hechos de la historia y de la vida diaria.
• Se pierde al intentar separar aspectos de la Pastoral catequética como si fueran trabajos paralelos como: catequesis sacramental y catequesis vivencial, que no se pueden separar. • Involucrar poco a las familias; muy dependiente todavía del clero y de los religiosos. • No cuenta con el apoyo de la enseñanza religiosa, que está bastante desorganizada en algunas partes. • No logra llegar a transformar la vida de las personas y sus actitudes frente a la sociedad.
Conversando y Respondiendo ›
El grupo de catequistas puede ampliar esta lista de características positivas y dificultades por superar de la catequesis hoy, especialmente en el ambiente donde viven.
2. PRINCIPIOS DE UNA CATEQUESIS RENOVADA “En el Nuevo Testamento, el término catequesis significa informar, contar, comunicar una noticia (por ejemplo: Hch 21, 21-24; Lc 1, 4). En sentido estricto significa dar una instrucción cristiana (Hch 18, 25; Rm 2, 18; Ga 6, 6)”3. Es decir, la catequesis, en realidad, tiene como objetivo principal hacer escuchar y repercutir la Palabra de Dios.
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Nuevo Diccionario de Catequética. Op. cit., p. 297.
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Dios quiere comunicarse con nosotros La Constitución Dei Verbum, del concilio Vaticano II, ha descrito la Revelación como el acto por el cual Dios se manifiesta personalmente a los hombres. Dios se muestra, en efecto, como quien quiere comunicarse a Sí mismo, haciendo a la persona humana partícipe de su naturaleza divina (DV 1). Es así como realiza su designio de amor. “Quiso Dios, en su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad... para invitar a los hombres a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía” (DV 2).
Este designio benevolente del Padre, revelado plenamente en Jesucristo, se realiza con la fuerza del Espíritu Santo (DV 5). Dios no quiso y no quiere comunicar a los seres humanos tan sólo alguna verdad o alguna ley. Él quiere comunicarse a sí mismo, su presencia, su amor. Él nos invita a vivenciar, entre nosotros mismos, la solidaridad y el amor que Él nos tiene.
G
Somos limitados y pecadores. No logramos llegar a Dios por nosotros mismos. Sin embargo, Dios toma la iniciativa de comunicar su amor a todos. La pedagogía de dios
“La Sagrada Escritura nos presenta a Dios como un Padre misericordioso, un maestro, un sabio (Dt 8, 5; Os 11, 3-4), que toma a su cargo a la persona –individuo y comunidad– en las condiciones en que se encuentra, la libera de los vínculos del mal, la atrae hacia sí con lazos de amor, la hace crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez de hijo libre, fiel y obediente a su Palabra. A este fin, como educador genial y previsor, Dios transforma los acontecimientos de la vida de su pueblo en lecciones de sabiduría (Dt 4, 36-40) adaptándose a las diversas edades y situaciones de vida”4. Dios está siempre cerca de nosotros. Pero somos nosotros los que nos apartamos de Él. Somos nosotros los que necesitamos ese proceso lento y permanente de la Revelación, porque somos seres históricos, en construcción. Dios mismo se hace maestro y educador, que acompaña a sus alumnos en el aprendizaje por etapas, respetando sus límites y sus posibilidades de crecimiento.
La historia de la revelación Dios habla partiendo de algo que las personas ya conocen, que pertenece a la experiencia de ellos y trata de llevarlos a descubrir algo nuevo de su ser, de su amor, de su voluntad. Veamos un ejemplo en Éxodo 3, 1-15: Moisés ya sabía que Dios era el Dios de sus antepasados, pero se le revela algo nuevo: el Nombre de Dios. Muchas veces el acontecimiento es tan importante que ilumina con luz nueva todo el pasado y lleva a una comprensión nueva y más profunda del Plan de Dios. La luz definitiva sobre la historia de la Revelación viene de Jesús, que revela finalmente toda la inmensidad del amor de Dios (cf. D 15-16). 4
Un libro muy útil para ahondar en el tema de los 7 pecados capitales, entenderlos mejor, y tener herramientas para superarlos.
congregación para el clero. Directorio General para la Catequesis, n. 139.
Disponible en: pastoral no 160 octubre / diciembre - 2015 - Vida
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Guías
Homiléticas P. William Gerardo
Segura Sánchez Del Evangelio según san Marcos
4 de octubre XXVII DOMINGO ORDINARIO
Jesús dijo: “Desde el principio de la creación, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso, el esposo deja a su padre y a su madre y se une a su esposa, y los dos llegan a ser una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por consiguiente, lo que Dios unió no debe separarlo el hombre” (cf. Mc 10, 2-16).
Gn 2, 18-24 / Sal 127 / Hb 2, 9-11 / Mc 10, 2-16
Palabra del Señor
DIOS QUIERE LA UNIDAD DEL GÉNERO HUMANO
L
a Palabra de Dios convoca a los creyentes en domingo, y pone ante sus oídos textos que quieren llevar a cada miembro a recordar y vivir según el designio de Dios sobre el ser humano individual y, según el caso, unido en matrimonio ante Dios en alianza, que por la fe perdura toda la vida.
Creados por Dios para la vida en comunión El texto de Génesis narra la creación del género humano en su doble dimensión constitutiva y complementaria: hombre y mujer. La creación del varón, Adán, expresa la condición mortal del ser humano, su señorío sobre toda la creación y su misión de administrador de la misma. La creación de la mujer, sin reducirla a algo o alguien bajo el dominio despótico del varón, revela la correspondencia de naturaleza entre ambos, subrayando su igualdad en cuanto “personas” con la misma dignidad y valor. Se indica la atracción de los sexos como condición natural y expresada en términos muy entusiastas. El texto, además, expone el conflicto del ser humano, su ser criatura y ser creado para servir a Dios, de quien él recibe la vida, la fuerza y los medios para su realización. La frase “serán los dos una sola carne” tiene una dimensión multiforme: una dimensión ética, como confirma la respuesta de Cristo a los fariseos en Marcos 10, y también una dimensión sacramental, estrictamente teológica, como se comprueba en las palabras de Pablo en Efesios 3.
Hechos santos por el Santo de Dios, Jesús El texto de Hebreos coloca al lector delante de la expresión: “El santificador y los santificados tienen la misma condición humana”. ¿Qué quiere decir eso? El verbo “santificar” está en estrecha relación con la acción propia de Dios, que es el que santifica y cuyo nombre es
santificado (Mt 6, 9). Jesús es quien realiza plenamente esta acción, porque se santifica a sí mismo, como Dios, y santifica al ser humano, como hombre. Él es la víctima que otorga al tiempo el perdón y la salvación. Cristo y los cristianos, como hijos de una carne común, provienen de una misma raíz, Adán. Por su constitución humana, Jesús está sometido al sufrimiento y la muerte. Y por su origen divino, dado que Él es santo, se convierte en santificador de los santificados. Así, lo divino al hacerse carne tiene la capacidad de llevarnos a una nueva relación con Dios, en cuanto somos santificados por el su encarnación. Jesucristo otorga por la fe a todos parte en su gloria en cuanto resucitado y vencedor de la muerte y el pecado.
La bendición de Dios es irrevocable La relación de un hombre y una mujer, unidos en matrimonio bajo la bendición de Dios en la Iglesia, comunidad de los creyentes en Jesús, está sujeta a la indisolubilidad, es decir, es para toda la vida y no le está permitido al ser humano disuadir esa comunidad de amor. El fundamento es la complementariedad conyugal: “Ya no son dos, sino una sola carne”. De ahí brota la conclusión de Jesús: “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre”. El ser humano no está autorizado para romper la unidad realizada por el mismo Dios y en nombre de Él. Los contrayentes realizan esa unidad de forma consciente, libre y voluntaria ante Dios y en presencia de la comunidad creyente. Este llamado a la unidad en la complementariedad de pareja es el sello o alianza de amor de su Dios creador. Es Él quien une la pareja humana. La discusión de los fariseos sobre los posibles detalles de la casuística de la separación conduce a perder de vista el horizonte más amplio y fundamental: lo que Dios quiere y ha unido es indisoluble. octubre / diciembre - 2015 - Vida pastoral no 160
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Guías homiléticas 11 de octubre XXVIII DOMINGO ORDINARIO Sb 7, 7-11 / Sal 89 / Hb 4, 12-13 / Mc 10, 17-30 Del Evangelio según san Marcos Jesús miró alrededor y les dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil va a ser que los que tienen la riqueza entren en el Reino de Dios!” (…) En el colmo del asombro, comentaron ellos: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Jesús les dijo: “Para los hombres esto es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible” (cf. Mc 10, 17-30).
Palabra del Señor
A LA ESCUCHA DE UNA PALABRA QUE EXIGE
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a Palabra de Dios reúne a la comunidad para hacerle ver su poder, su valor, su fuerza inaferrable. Así, al escucharla será necesario abrir la mente, el corazón y las manos para desprenderse de todo lo que le impida realizar una radical transformación en nosotros y dejarle modelar la existencia.
La sabiduría divina, valor supremo El texto de la Sabiduría, relacionado con la petición de Salomón a Dios, quiere aclarar que quien pide a Dios lo bueno y lo justo para el presente y el futuro siempre abierto, recibe de Dios aquello que solicita y muchos otros dones maravillosos. La sabiduría que brota y crece de la fe en Dios hace que el ser humano viva una existencia llena de bienestar y felicidad. El papa Francisco recuerda que “el mismo Espíritu suscita en todas partes diversas formas de sabiduría práctica que ayudan a sobrellevar las penurias de la existencia y a vivir en más paz y armonía” (EG 244). La sabiduría es una riqueza. Ahora bien, Salomón dice con claridad que hay que preferirla a cualquier otro tipo de riqueza: a los cetros y a los tronos, a la piedra más preciosa, al oro y la plata, a la salud y la belleza, a la luz. Si se coloca en una escala de valores, la sabiduría está por encima de los demás bienes que siendo buenos, bellos y nobles, no se le comparan, porque ella los relativiza radicalmente. La sabiduría no es el resultado de un esfuerzo humano, sino don gratuito e inmerecido que solo Dios puede dar.
Nada se le oculta a la Palabra de Dios El texto de la Carta a los Hebreos describe con asombro el poder de la Palabra de Dios como lo más íntimo y penetrante que se acerca a la vida, el cuerpo, el corazón y la mente del ser humano. Ella lo abarca y penetra todo, sin excepción. Delante de ella el ser humano está al descubierto, nada permanece oculto.
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Como decía Benedicto XVI a los alumnos del Seminario Romano Mayor, “se trata siempre de una Palabra viva en el sujeto vivo”. El fundador de la Sociedad de San Pablo, beato Santiago Alberione, decía que la Palabra “se convierte en una Palabra que incomoda y que es capaz de engendrar testigos y de forjar hombres maduros, abiertos y solidarios”. La razón es sencilla, quien se abre por la fe a la Palabra inspirada, no puede más que vivir en coherencia, en transparencia, abierto a la acción de Dios por mediación de su Verbo. El papa Francisco dice que “la Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas” (EG 22).
Seguir a Jesús es la mayor riqueza Del texto de Marcos nos fijamos en la frase “ve y vende lo que tienes y sígueme”. Un hombre llega donde Jesús con una pregunta relacionada con el verbo “hacer” como acción realizable: “¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. Al recibir la respuesta de Jesús éste se siente incapaz de “hacer” lo que se le pide. Es entonces cuando se informa de que “tenía muchos bienes”, es decir, lo que le incapacita es la posesión de riquezas. Él quería ser mejor, alcanzar la vida eterna, el bien supremo, pero prefirió seguir siendo rico. Se mostró incapaz de vender y dar sus bienes y seguir por el camino a quien le ofrecía bienes mayores: “Tendrás un tesoro en los cielos”, a Jesús. No es suficiente el deseo de vida eterna si no se está dispuesto a ir por el camino del desprendimiento que, en este momento del Evangelio de Marcos, es, con toda claridad, el camino de la cruz, del despojo de sí mismo hasta la muerte en cruz. Es un estímulo para nosotros escuchar también la última frase de hoy: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”.
18 de octubre XXIX DOMINGO ORDINARIO Is 53, 10-11 / Sal 32 / Hb 4, 14-16 / Mc 10, 35-45 Del Evangelio según san Marcos Jesús llamó a los Doce y les dijo: “Ustedes saben que los que son reconocidos como jefes tratan despóticamente a sus súbditos, y les hacen sentir su autoridad (…) Al contrario, el que quiera ser grande entre ustedes, debe ser servidor de los demás; y el que quiera ser el primero entre ustedes, debe ser esclavo de todos” (cf. Mc 10, 35-45).
Palabra del Señor
LA VIDA EN TOTAL ENTREGA POR LOS OTROS
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a escucha de la Palabra de Dios en la asamblea dominical compromete a la comunidad al servicio generoso a todos en el nombre de Dios. Servir al Señor no es una opción sino una consecuencia de la escucha de su Palabra, que exige darse hasta el extremo para alcanzar la salvación.
Probado en todo con el sufrimiento No es fácil aceptar y valorar positiva y salvíficamente el dolor y el sufrimiento que otros nos infringen. Se requiere una fuerte espiritualidad y experiencia de Dios, que a partir del misterio redentor de su siervo, Jesús, anime a mantenerse firme ante tal experiencia. Pues bien, el texto de Isaías corresponde al llamado cuarto cantico del Siervo de Yahvé. En Él la vida de una persona (aunque también puede ser entendida como una comunidad) es presentada como marcada por el sufrimiento, palabra que se repite varias veces en estos versículos y otras afines. Al final se menciona que la vida del siervo está al servicio de otros, a quienes justificará cargando con sus crímenes. De ese modo, la vida obediente a la voluntad de Dios obtiene un final redentor, al ser causa de salvación para los demás, entendida como designio divino, pues inicia diciendo que el Señor quiso someterlo al sufrimiento. Eso no quita que se pueda entender el texto como una aceptación por parte de Dios del sufrimiento que otros le han causado a su siervo, que se da en sacrificio.
Jesús escucha a quien le habla La Carta de los Hebreos hace una invitación a los creyentes: “Acerquémonos con plena confianza al trono de la gracia”. Es decir, “acudamos continuamente” a Jesús nuestro Sumo Sacerdote. Invitación a acercarse, a no mantenerse a distancia, lejos, al margen. Ese “acercarse” va acompañado de una característica fundamental: con plena confian-
za. El término griego que se utiliza es “parresía”, y aunque se traduce como “confianza”, indica originalmente la libertad política de palabra, privilegio de todo ciudadano de la democracia ática, el cual, a diferencia de los esclavos (y de los ciudadanos que no gozan de todas sus atribuciones), tienen el derecho de decirlo todo, es decir, se trata de hablar con libertad. En este caso concreto es poder hablar a Dios con total libertad, con la confianza de un hijo, como a un amigo al cual se le habla sin temores. Se trata de la confianza del creyente al acercarse a Dios en Cristo, a la misericordia de Dios, a hablar libremente con Él. Jesús es el sumo sacerdote que sabe de miserias y de escuchar al que le habla libremente. Su gracia es misericordia.
La muerte de Jesús Mesías es vida para todos De Marcos tomemos una palabra muy importante en el misterio de Jesús, que aquí fue traducida por “redención”: “El Hijo del hombre ha venido a dar su vida por la redención de todos”. Esta palabra solo se encuentra en este texto y en Mateo 20, 28, relacionada con las palabras sobre el servicio. Marcos habla del Hijo del hombre en sentido mesiánico, de modo que se esclarece la acción redentora de Jesús. El servicio, en el que se revela quien es Jesús, está íntimamente relacionado con la entrega de su vida (toda su existencia, su mismidad e intimidad) en la cruz. Pero, además, se expresa la libre entrega de la vida de Jesús. Él va libremente a la muerte, pese a que aparentemente Judas y los jefes de los sacerdotes así, como los fariseos del sanedrín, creerán luego que tienen todo bajo su dominio y que la muerte de Jesús es un plan maquinado por ellos. La entrega de Jesús es en voluntaria obediencia al querer y plan de su Dios Padre. Su muerte redentora está al servicio de todos aquellos que le reconozcan como Mesías e Hijo de Dios muerto en la cruz. octubre / diciembre - 2015 - Vida pastoral no 160
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Guías homiléticas 25 de octubre XXX DOMINGO ORDINARIO Jr 31, 7-9 / Sal 125 / Hb 5, 1-6 / Mc 10, 46-52 Del Evangelio según san Marcos Bartimeo, el hijo de Timeo, un mendigo ciego, empezó a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” (…) Jesús le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Maestro, ¡que recobre la vista!”. Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha dado la salud”. Y enseguida recobró la vista (cf. Mc 10, 46-52).
Palabra del Señor
DIOS SE HACE CERCANO EN LA COTIDIANIDAD
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l escuchar la Palabra de Dios como comunidad, estamos llamados a elegir el camino seguido por Jesucristo, el de la cruz, del consuelo, de la esperanza contra toda esperanza, del reinado con el que se encuentra en camino, su trono en la cruz, donde revelará su real identidad.
Dios consuela a su pueblo como Padre Aun cuando en algunos momentos de la historia parece que Dios se ha olvidado de su pueblo, la situación de éste y su salvación están en el centro de la acción de Dios. El himno de Jeremías está tomado del libro de la consolación que trata fundamentalmente de la salvación de Israel y de Judá y el restablecimiento del pueblo disperso y dividido por el exilio. La esperanza de la restauración, a pesar de todos los fracasos es posible para todo Israel. El profeta lanza el grito de que Dios ha salvado a su pueblo, al grupo de los sobrevivientes de Israel. El sujeto de esa acción es únicamente Dios; Él es el que lo salva, lo hace volver, lo congrega. Él es un Padre que se preocupa y consuela a los suyos. Así como Israel salió de Egipto, así debe salir una vez más del exilio, guiado y conducido por el Señor que lo trata con misericordia. La salida está bajo el signo de las lágrimas, pero el retorno lo está por un Dios que los seca, consuela y guía, que da a beber agua de manantial. El rostro de Dios que presenta el profeta levanta el ánimo del decaído y da esperanza al afligido.
Dios hace partícipes de la dignidad de su Hijo La Carta a los Hebreos, hablando de Cristo, dice: “Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec”. Se cita el Salmo 110, 4, el cual habla de un rey o para un rey. La función del rey en Judá tiende a asegurar la continuidad de la dinastía de David, y gobernar con justicia defendiendo a sus súbditos en tiempo de guerra. ¿En qué sentido se le atribuye el sacerdocio al rey? Para
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responder miremos quién es Melquisedec. Es un nombre de origen cananeo que significa “mi rey es Sedec”, “mi rey es justicia” o “rey de justicia”. Génesis 14, 17-24 indica que Melquisedec era rey y sacerdote de Jerusalén (antes de la conquista de David) en tiempos de Abrahán. El rey ejercía una función sacerdotal (cf. 2S 6; 1R 8). Melquisedec tiene dignidad de ser rey y sacerdote del Altísimo, reconocido por el mismo Abrahán. El texto habla del sumo sacerdocio de Cristo que es para siempre y según el rito de Melquisedec, pero es en el capítulo 7 donde se desarrolla toda su teología. Se trata de la participación en esa dignidad y grandeza que no se ha de olvidar en el encuentro con Jesús.
El que comprendió el misterio de Jesús En Marcos se presenta a un personaje maravilloso, el ciego Bartimeo, que al saber de Jesús decide salir de su ceguera y marginación al borde del camino a punta de gritos y súplicas, en medio de varios obstáculos, incluido el de la multitud, que quiere impedir el contacto con el Maestro. Marcos ha dejado esta escena como última narración (¿vocacional?) al final del camino de Jesús hacia Jerusalén. Mientras que los discípulos han visto muchas señales de Jesús y no han logrado una firme confesión de fe en Él, este ciego grita y llama a Jesús con varios títulos de honor: Jesús, hijo de David, Maestro, y le suplica piedad para con él. Y será él quien, recobrada la vista y pese a la orden de Jesús de que se vaya, le seguirá por el camino que ahora conduce inevitablemente a la cruz. Bartimeo se revela como el que entendió que significa seguir a Jesús por el camino de la cruz, mientras que en el mismo capítulo 10 otros han rechazado el llamado a seguirle o han buscado los primeros puestos. Ver significa ser capaz de seguir a Jesús pese a la dura realidad de la cruz.
1 de noviembre TODOS LOS SANTOS Ap 7, 2-4.9-14 / Sal 23 / 1Jn 3, 1-3 / Mt 5, 1-12a Del Evangelio según san Mateo Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: “Dichosos ustedes cuando los insulten, persigan y calumnien de cualquier modo por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque tendrán una gran recompensa en el cielo” (cf. Mt 5, 1-12a).
Palabra del Señor
LA SANTIDAD ES VOCACIÓN Y MISIÓN DE TODO CREYENTE
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a liturgia de este día pone ante los ojos de la comunidad la realidad de una experiencia a la que todos están llamados: la santidad en lo cotidiano y en oposición a los valores de la sociedad actual. Ser santo es vivir por fe comprometidos conforme a la práctica de las bienaventuranzas evangélicas.
La salvación de Dios es para toda la comunidad Muchas veces, de una forma u otra, hemos escuchado voces alarmantes que confunden y hablan de un número limitado de los que se salvarán. Sin embargo, en el Apocalipsis se describe una realidad completamente distinta, grandiosa. La inmensidad de los llamados a “servir a nuestro Dios”, que suman ciento cuarenta y cuatro mil, pertenecen a la totalidad del pueblo de Israel; mientras que son incontables los que provienen del resto de “todos” los pueblos de la tierra, es decir, de lo que entonces se denominaba los paganos. Es conveniente hacer bien esa lectura para comprender que el cristianismo no ofrece una salvación reducida a un pueblo chico encerrado en sí mismo, sino que es una salvación universal, abierta a todos los pueblos y lenguas. El papa Francisco recuerda que la salvación “que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia, es para todos, y Dios ha gestado un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos. Ha elegido convocarlos como pueblo y no como seres aislados. Nadie se salva solo” (EG 113).
La santidad es tarea cotidiana de purificación No es suficiente proclamar a los cuatro vientos que ya somos salvos, es necesario que esa salvación sea testimoniada con un estilo de vida personal y comunitario (es la fe de la Iglesia-comunidad la que se testimonia), que refleje la santidad del que nos ha salvado, Dios en Jesucristo. Ya Apocalipsis dejó
claro que la salvación no está limitada ni es privilegio de nadie, ahora Juan recuerda que esa salvación se traduce en una vida de santidad que tiene como meta la contemplación de Dios cara a cara, tal cual es. Pero si leemos con atención, notaremos que esa meta de santidad no está reservada para despúes de la muerte, sino que ha de hacerse realidad ya aquí en la convivencia cotidiana, pues ya somos hijos de Dios, conocemos su amor, tenemos esperanza, nos purificamos a sí mismos para vivir ya en estrecha comunión con el santificador, Jesucristo. Quizá esa palabrita al inicio del texto pretenda hacernos tomar conciencia de lo que ya está aconteciendo en nuestra vida por la fe: “miren”, es decir, levanten la mirada y vivan ya su fe.
La santidad como vocación paradigmática Muchos santos en sus escritos hablaron de la “vida bienaventurada”, esa que caracteriza a la persona que pone su vida confiadamente en las manos de Dios y se compromete en la edificación de un mundo y sociedad más humanos. Mateo dice “Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”. Los dos verbos “alégrense y regocíjense” están en griego en presente continuo, es decir, se trata de una alegría y gozo permanentes. Ahora bien, si esto está al final, significa que ese estilo de vida creyente, propuesto por el Evangelio en las anteriores bienaventuranzas, ha de ser para quien cree en la Buena Noticia, motivo permanente de alegría, a pesar de que en ellas se propongan motivos para la alegría que contrarían los paradigmas de la sociedad de todos los tiempos. Una de las características de las personas santas es precisamente su capacidad de vivir en el mundo ajustándose a los valores del Reino. La santidad es una vocación a la que el Señor nos llama, santidad que exige un estilo de vida coherente con los valores del Reino. octubre / diciembre - 2015 - Vida pastoral no 160
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Guías homiléticas 8 de noviembre XXXII DOMINGO ORDINARIO 1R 17, 10-16 / Sal 145 / Hb 9, 24-28 / Mc 12, 38-44 Del Evangelio según san Marcos En esas llegó una viuda pobre y echó dos moneditas (ni el cincuentavo de un jornal). Entonces llamó Jesús a sus discípulos y les dijo: “Yo les aseguro: esta viuda pobre ha dado para el templo más que esos otros. Porque los demás dieron una parte de lo que les sobraba, pero ella en su pobreza dio todo lo que tenía, toda su fortuna” (cf. Mc 12, 38-44).
Palabra del Señor
LLAMADOS A CONFIAR EN LA PALABRA DIVINA
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a liturgia dominical no se anda con rodeos, va a lo esencial, qué tan fuerte, firme y decidida es nuestra confianza en el Señor. No se trata de escuchar una Palabra que conforta sino de poner manos a la obra en el servicio al Señor y el compromiso con la vida de todo el que la vea amenazada.
La palabra profética es palabra que da vida Si es difícil confiar en la palabra de una persona en circunstancias normales, cuanto más lo es en situaciones adversas y al borde de la muerte, cuando ya sólo se espera el final trágico. ¿Puede una persona confiar en esas circunstancias? Ciertamente la viuda de Sarepta es un modelo impresionante de confianza en la palabra profética, en este caso del profeta Elías. Y la palabra dada a la mujer se cumplió desde todos los puntos de vista: comió el profeta, comió ella y su hijo, y la materia prima para hacer pan no se agotó. El anuncio profético es palabra concreta, histórica, y, aun cuando vale para una situación determinada en la vida del pueblo, su valor es permanente. Esta palabra algunas veces será fuerza para el pueblo, dinamismo para emprender nuevas acciones, promotora de esperanza en momentos de desánimo. Ella resuena continuamente en la vida de la comunidad. Esta palabra, además, es capaz de liberar de la muerte a quienes confían en ella, le obedecen y la hacen vida con sus acciones, incluso cuando todo apunta a la muerte y a la miseria.
Cristo nos perdona con su entrega También es difícil creer que una persona puede suprimir el pecado de una vez para siempre. Incluso hay quienes se acercan al sacramento de la Penitencia y dudan de que se haya realizado efectivamente el perdón de sus pecados confesados. La Carta a los Hebreos habla de que “Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos”. El verbo “ofre34
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cerse” en griego indica la acción realizada por Cristo que implica completar o ejecutar una ofrenda, a diferencia de la presentación de las ofrendas al altar hecha por el sacerdote. La ofrenda de Cristo es de una vez para siempre. Leyendo el texto en detalle, se notará que hay una contraposición entre el sacrificio antiguo y el de Cristo. Su sacrificio destruye el pecado de todos y ahora sólo queda su venida para dar la salvación a los que en Él esperan. Para alcanzar esa comprensión de la entrega de Cristo, escribe el papa Francisco, es importante “el anuncio fundamental: el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su amistad” (EG 128).
Dar al Señor y al hermano la propia vida Si el ejemplo de la viuda de Sarepta sorprende, tanto más el de la viuda pobre del evangelio. Marcos pone ante los ojos del lector a una viuda ejemplar. Jesús contempla su gesto e interpreta para el lector lo que está oculto a su mirada: “Ha echado en la alcancía más que todos”. El motivo de esa afirmación es que ella echó todo cuanto tenía, es más todo lo que tenía para vivir, todo lo necesario para subsistir, echó su “vida”, según el texto griego. Ella es el signo del desprendimiento en extremo, de la confianza desmedida, del abandono absoluto en Dios. Su ofrenda no produjo ningún ruido en las alcancías con forma de trompeta del templo, nadie se dio cuenta de cuánto echó, pero fue una ofrenda vista por los ojos de Jesús, agradable a Dios por su sencillez y desprendimiento. Ella no echó de lo que le sobraba, sino lo único que tenía. La sensibilidad de Marcos ante estos detalles de humanidad, nos coloca ante la pregunta por el valor de lo que damos, no solo en la ofrenda para el templo, sino en aquella para la solidaridad con los hermanos que pasan necesidad.
15 de noviembre XXXIII DOMINGO ORDINARIO Dn 12, 1-3 / Sal 15 / Hb 10, 11-14.18 / Mc 13, 24-32 Del Evangelio según san Marcos En Jerusalén, dijo Jesús en privado a unos discípulos suyos: “En aquel tiempo, cuando pase la gran tribulación, se oscurecerá el sol, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y el ejército de los astros del cielo se tambaleará. Entonces verán al Hijo del hombre venir entre las nubes del cielo con gran poder y gloria” (cf. Mc 13, 24-32).
Palabra del Señor
EL FINAL SERÁ LA VICTORIA DE NUESTRO DIOS
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elebrar el misterio de Jesucristo en la acción litúrgica, es visibilizar la esperanza que caracteriza al creyente en Dios; el mundo con su sufrimiento, dolor y muerte será transformado en lugar de luz, de verdad, de justicia y de paz por el Hijo del hombre que viene con poder y gloria a los suyos.
Dios protege a los suyos con su ángel La salvación es un tema que recorre las páginas de la Biblia de principio a fin, parece ser lo que más le interesa al Dios que se revela en la historia. Él ha actuado a lo largo del tiempo salvando, no solo de la esclavitud de Egipto por manos de Moisés, de las manos de los enemigos de su pueblo, sino también ofreciendo el perdón de los pecados. En los textos apocalípticos la salvación va precedida de días de enfrentamiento, de angustia, de juicio y castigo para unos y de premio eterno para otros. En Daniel, Miguel es quien preside los acontecimientos finales que consistirán en la derrota final del enemigo. En este texto se anuncia la salvación bajo esos parámetros, pero remarcando que los que pertenecen a Dios son protegidos por su ángel, despertarán para la vida eterna, brillarán y resplandecerán en la eternidad. La vida del justo, del creyente está en las manos de Dios y no le pasará nada. La misión del sabio y del justo será, además, mientras llega el gran final, enseñar a muchos la justicia, hacer que la luz no se apague sino que brille en el día último.
Jesucristo ha superado todos los sacrificios La comunidad de fe hace experiencia de la superación de los antiguos sacrificios ofrecidos una y otra vez por los sacerdotes. De hecho, cuando se escribe el texto de Hebreos ya el templo de Jerusalén ha sido destruido. Ya no hay más ofrendas y no son necesarias. En el texto se sigue presentando a Jesucristo
como sumo sacerdote. Su único sacrifico ofrecido en la cruz obtiene el perdón de los pecados, pues en su persona Dios ofrece al ser humano el perdón definitivo. Él perfeccionó a los santificados y sólo espera el triunfo definitivo. La muerte ha sido derrotada. Él se sienta para siempre a la derecha de Dios y el culto ha sido elevado a la perfección. Gracias a su ofrenda el mundo ha sido santificado y la relación del ser humano con Dios se ha eternizado, se ha vuelto indestructible, el perdón alcanzado ha superado toda separación entre Creador y creatura. Todo ha conducido a una comunidad de vida caracterizada por la santidad de quien ha realizado la ofrenda, Jesucristo. Los cristianos podemos celebrar la fe y la vida en intimidad con el Señor.
El Señor viene a salvar con poder y majestad El tema del final de los tiempos, ha sido para muchos la ocasión de exponer toda su fantasía para explicar que este mundo será destruido, desaparecerá de la forma más caótica. Marcos, apoyado en la apocalíptica judía, pero entendiéndola en sentido escatológico, de la venida del Hijo del hombre al final, presenta no la destrucción del mundo, sino los signos que preceden a la venida del que llega con gran poder y majestad a culminar su obra salvífica. La Buena Noticia es que los suyos, los que le han seguido, los que han perseverado con Él en las pruebas, serán congregados, reunidos. No se anuncia ni la destrucción ni la muerte de quienes han acogido a Jesús y su Palabra, que fielmente se cumple. Para entonces, el mensaje del Evangelio habrá llegado a todos los rincones de la Tierra, nada se habrá quedado sin la oferta de salvación que Dios propone a la humanidad en su Hijo, Jesús, su Mesías. La clara invitación es a la calma, a la espera activa del que viene con gran luz, a comprometerse, pese al sufrimiento y el martirio, en la edificación de un mundo más cristiano. octubre / diciembre - 2015 - Vida pastoral no 160
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Guías homiléticas 22 de noviembre JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO Dn 7, 13-14 / Sal 92 / Ap 1, 5-8 / Jn 18, 33b-37 Del Evangelio según san Juan Pilato llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”. Jesús le respondió: “No es el mundo el que me ha hecho rey (…) mi título de rey no viene de aquí abajo” (…) “Yo he nacido y venido al mundo para dar testimonio a favor de la verdad. Todo el que está por la verdad, escucha mi voz” (cf. Jn 18, 33b-37).
Palabra del Señor
JESÚS EL REY DEL UNIVERSO QUE DA VIDA
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a liturgia de cierre del ciclo B nos permite entrar en el misterio del reinado de Aquel que se entregó a la muerte para ofrecer a todo el género humano, por la fe, la salvación de Dios que no hace distinciones, que tiene carácter universal y que va más allá de todo enfoque político-terreno.
Es conocido que este texto de Daniel ha provocado las más variadas interpretaciones con los acentos más asombrosos, sobre todo en el sentido de infundir miedo al relacionarlo con algunos textos del Nuevo Testamento. El capítulo siete de Daniel está cargado de visiones que, como dice el versículo 1, son “visiones de su fantasía” que él escribe. Primero, se mencionan las cuatro fieras “como” león, oso, leopardo y otra fiera. Llegado al texto de hoy ve “como” un hombre, una figura humana, alguien perteneciente o “como” de la raza humana. El texto no describe a un personaje determinado, sino a una figura humana que desciende y le dan poder real y dominio, mismos poderes que tenía el rey Nabucodonosor. La diferencia está en que su dominio es eteno, no pasa, no tendrá fin. Desde esas descripciones propias del texto de Daniel, la Iglesia ha interpretado la figura humana en el sentido del Hijo del hombre que viene con gran poder al final de los tiempos y cuyo Reino eterno no podrá ser destruido, ya que fue adquirido por su sacrificio y muerte en cruz.
Reyes y sacerdotes al servicio de la vida El texto de Apocalipsis, al inicio, presenta un diálogo litúrgico entre un lector y la comunidad creyente en Jesucristo. El lector comunica gracia y paz a la comunidad, y al tiempo anuncia que Jesucristo (testigo fiel, primogénito, príncipe de los reyes) lo ha constituido en sacerdote para Dios, su Padre. Por eso la comunidad agradece y proclama la verdad que se le ha comunicado con un solemne “Amén”. Pero el libro destaca principalmente que Jesucris36
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to es el único Rey de reyes y Señor de señores (19, 16), el único sacerdote eterno de Dios. También el texto dice que Él ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes, es decir, nos ha hecho partícipes de su realeza y sacerdocio para que nosotros, en fidelidad, presentemos un culto agradable al Padre y lo extendamos hasta los confines de la Tierra. Mientras la comunidad cristiana está en el mundo, su deber y misión es testimoniar con su estilo de vida, sus comportamientos y su solidaridad con los que sufren, que ella es el pueblo de Dios rescatado con la sangre del Cordero inmolado.
Jesús es Rey, desde el misterio de su entrega El Evangelio de Juan, sobre el reinado de Cristo, cierra el ciclo B. En la escena se ubican varios personajes: Pilato, Jesús, el pueblo judío y sus sumos sacerdotes, indirectamente el césar y Dios. En labios de Pilato, la pregunta por el reinado de Jesús está en relación con el reinado del césar y en abierta oposición a él. De ser un reinado terreno, Jesús se convertiría en un subversivo o revolucionario ante el trono. Pero su reino no es de este mundo, y está en referencia a Dios y sólo le corresponde a Él. Jesús no afirma que Él es rey, sino que es Pilato quien pregunta y confirma, que Jesús es rey. Con su respuesta Jesús sale al paso de la concepción terrena y política de la palabra rey en labios de un pagano como Pilato y de la misma concepción que tenían los judíos. Para el interés de nuestra solemnidad, celebramos el reinado de Jesús, que no tiene nada que ver con concepciones político terrenas, sino con el poder de Dios para liberar al ser humano del pecado y de la muerte por la entrega del Hijo en la cruz. Hacia ese misterio salvífico nos conduce toda la liturgia de la Palabra.
29 de noviembre I DOMINGO DE ADVIENTO Jr 33, 14-16 / Sal 24 / 1Ts 3, 12–4, 2 / Lc 21, 25-28.34-36 Del Evangelio según san Lucas Jesús dijo: “Cuando comiencen a suceder estas cosas, levántense con la frente erguida, porque se acerca su liberación (…) Permanezcan en vela, pidiendo a Dios en todo momento la gracia de salir sanos y salvos de todo esto que va a suceder y de presentarse con confianza ante el Hijo del hombre” (cf. Lc 21, 25-28.34-36).
Palabra del Señor
ADVIENTO, TIEMPO PARA ESPERAR LA LIBERACIÓN
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a liturgia de la Palabra, que abre el tiempo de Adviento, tiempo de espera, no pretende causar temor ante lo que se le viene al mundo, sino alegre esperanza ante quien viene al mundo, Jesucristo, la promesa del Padre, que asume la historia para darle plenitud, comunicándole la salvación de Dios.
La esperanza tiene el motivo de la promesa La espera del cumplimiento de una promesa es algo que, hasta cierto punto, fastidia al ser humano. Sin embargo, Dios se vale de ella para mantener la esperanza viva, para dar tiempo al momento de su actuación, para ofrecer la salvación a toda la humanidad. El profeta Jeremías anuncia la proximidad del tiempo en que el Señor cumplirá la promesa hecha a David, y en él a todo su pueblo. Dios, pudiendo comenzar de nuevo, no lo hace, pues ese no es su proceder a lo largo de la historia. Él elige el camino de la paciencia, de la espera, de la conversión. Por eso prefiere probar una y otra vez, y en este caso de la estirpe o tronco de David dará a Judá un vástago santo que ejercerá la justicia y el derecho en la tierra. Ambos temas son típicos de los profetas, pues cuando éstos no son observados la vida de su pueblo corre peligro, los más débiles son aplastados, sus derechos violentados, la justicia no llega a sus destinatarios. La esperanza está entonces relacionada con una vida y condiciones mejores para los suyos. La promesa no es para el rey sino para los más débiles.
Esperar con un amor comprometido Uno de los peligros que asecha a la persona creyente en Jesucristo, como a la comunidad, es el de perder la esperanza, desviar el rumbo, es decir, bajar la guardia en el amor, la fe y la esperanza. Esas tres cosas que caracterizan a la comunidad de Tesalónica, y que han llegado a ser conocidas por todos, quiere, el apóstol Pablo, que se mantengan
hasta el final, hasta que Jesús vuelva. Es hermoso como el apóstol invita a esperar con la práctica del amor mutuo, con el servicio y la santidad de vida. A diferencia del profeta Jeremías, Pablo y la comunidad no esperan al Mesías, sino la vuelta definitiva del Señor resucitado. Por eso sus recomendaciones tienen que ver con: hacer crecer y abundar en el amor, afianzar los corazones, ser intachables en santidad ante Dios y los demás, agradar a Dios y abundar en todo. El Adviento invita a esa actitud de espera, que no tiene nada que ver con pasividad, relajamiento, olvidar el presente, ceder al conformismo, disminuir las virtudes llamadas teologales, sino que compromete muy activamente en la vivencia de la fe que se profesa.
Alegría por la cercanía de la liberación El llamado de Pablo a los de Tesalónica alcanza su punto máximo en las palabras de Jesús en Lucas. Pero se ha de tener cuidado de no interpretar el texto de manera fundamentalista ni fatalista, ya que su lenguaje es apocalíptico, es decir, cargado de signos llenos de significado más allá de la imagen que proyectan. Por eso el mismo Jesús dice que cuando esos signos se comiencen a ver, no es motivo para salir huyendo, sino para ponerse en pie, para levantar la cabeza, contemplar la llegada de la anhelada liberación. Sin embargo, el mismo Jesús advierte que fácilmente se podrá no estar alerta, atento, teniendo la mente embotada en los “placeres” del mundo. El llamado, tanto de Jesús como del tiempo de Adviento, es a no estar desprevenidos, todo lo contrario, estar muy atentos en vigilante espera y asidua oración, en contacto diario y permanente con su Palabra que no pasa. Mientras los distraídos esperan con angustia y terror, los creyentes esperan con atención y gozo el día grande de su liberación, entonces contemplarán al Hijo del hombre venir en su gloria y con poder.
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Guías homiléticas 6 de diciembre II DOMINGO DE ADVIENTO Ba 5, 1-9 /Sal 125 / Flp 1, 4-6.8-11 / Lc 3, 1-6 Del Evangelio según san Lucas “Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor! ¡Ábranle vías rectas! Toda hondonada debe rellenarse, todo cerro y colina rebajarse. Que lo torcido se enderece, que se allanen los senderos escabrosos. Y verán todos los mortales la salvación que trae Dios” (cf. Lc 3, 1-6).
Palabra del Señor
DIOS ANUNCIA A TODOS LOS PUEBLOS SU SALVACIÓN
L
a liturgia del segundo domingo de Adviento, caracterizada por la espera de la manifestación de Dios al final de la historia, deja claro que la salvación es de carácter universal, exige una actitud atenta a su aparición, compromete en la justicia y no se da fuera de los contornos de la historia.
La grandeza de Jerusalén impresiona Cuando se espera algo, es porque se cree que será mejor que lo que se tiene en el presente, algo que abre perspectivas de futuro. Si lo esperado es muy prometedor, todo en su entorno cobra color y significado, y dispone a la alegría. El profeta Baruc invita a Jerusalén a cambiar de vestido, de actitud; le propone adornarse de tal modo que Dios muestre su grandeza en un espectáculo cósmico, a cuantos viven bajo el cielo. Nadie quedará sin ver la grandeza de Jerusalén y en ella la de Dios mismo que la ha rescatado. El oprobio ahora se convierte en gloria a los ojos de todos los pueblos; los hijos, una vez esclavizados, regresan ahora con toda dignidad a su madre. La creación entera se pone al servicio de la voluntad de Dios para hacer del retorno un espectáculo cósmico que convoca a todos. Es algo realmente impresionante. La caravana de los rescatados por el Señor hace que ni la misma creación se mantenga en su lugar, todo cambia a su paso, incluso el terreno cambia sus contornos. La Palabra tiene el poder de animar sobremanera a los hijos de Israel.
Irreprochables pero comprometidos con la justicia No es suficiente con los cambios externos, la experiencia de fe exige una transformación en la vida del que se ha encontrado con la salvación de Dios, Jesús. Si con Baruc contemplamos la transformación cósmica en vistas del retorno de los deportados, en Filipenses Pablo pone ante nuestros ojos la contemplación de lo que sucede en el interior de los
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redimidos por la muerte y resurrección de Jesucristo. Pablo habla desde su propia convicción de que Dios no dejará sin llevar a plenitud su obra de salvación ya iniciada por la predicación del Evangelio en el cual los de Filipos han sido elegidos. Mientras llega la plenitud de la salvación, los creyentes han de buscar en todo estar preparados y por eso él invita a mantenerse limpios e irreprochables para el día de la venida de Cristo, que no será inminente, pero que llegará al final de los tiempos. No se trata simplemente de una pureza interna, sino que todo ha de ir acompañado de un compromiso en la sociedad desde los valores evangélicos: el amor, la sensibilidad espiritual, la justicia y sus frutos.
La salvación de Dios alcanza a todos En la sociedad actual muchos desearían un dios que no se meta con las situaciones de la historia, relegado a la sacristía, fuera de las realidades humanas, sociales, económicas y religiosas. Sin embargo, el Dios de los cristianos es distinto, se inserta en la realidad histórica del ser humano, solo desde ahí se revela y desde ella se da a conocer y comunica su misterio salvífico. Cuando su Palabra viene, lo hace en medio de una historia concreta, con acciones concretas y personajes bien definidos. En el texto de Lucas escuchamos la lista de nombres de personas que ostentan diferentes formas de poder. Una de ellas, sin poder pero con una palabra poderosa, es la persona de Juan el Bautista, quien anuncia la llegada de la salvación de Dios de manera universal, y todos los seres humanos la verán. Dios no actúa de forma excluyente, no se dedica sólo a un grupo pequeño de adoradores, y si lo hace, es para que mediante ellos su salvación alcance a todos o a los más, como dice san Pablo. Las acciones poderosas de Dios están destinadas a todos los pueblos de la Tierra.
13 de diciembre III DOMINGO DE ADVIENTO So 3, 14-18a / Sal: Is 12 / Flp 4, 4-7 / Lc 3, 10-18 Del Evangelio según san Lucas Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías, él les sacó de dudas diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él les bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (cf. Lc 3, 10-18).
Palabra del Señor
ADVIENTO, TIEMPO PARA ALIGERAR EL EQUIPAJE
C
on la mirada fija en el próximo evento litúrgico de la Navidad, la Palabra invita a deshacerse de todo cuanto entorpece la llegada del Señor en la carne: actitudes de llanto y aflicción, tristeza, bienes injustamente acumulados, bienes que en lugar de estar guardados estén al servicio de otros.
No hay motivos para la tristeza Cuando en la vida de una persona sumida en la aflicción por algún motivo serio, un portavoz de buenas noticias interviene, todo cambia, la vida vuelve a su estado primigenio de armonía y paz. El profeta Sofonías se luce invitando a Jerusalén a cambiar de actitud. Las cosas han cambiado, Dios actuará grandemente. Por eso utiliza todos los sinónimos posibles para comunicar la alegría que debe irradiar. Los motivos para mantener el luto, para temer, han sido quitados por el Señor, quien ha eliminado a todos sus rivales, ahora Él es el único rey y el mal no le volverá a amenazar. La segunda parte del texto es más de intimidad, se asemeja a la relación de un esposo con su amada esposa, que en ella se goza, se complace, la ama, y recibe mucha alegría por parte de ella. Una maravillosa imagen de la intimidad que el profeta propone a la hija de Sion. Este domingo de Adviento que dirige la mirada a la presencia de Dios encarnado en la liturgia próxima de la Navidad, es motivo para alegrarse de que la salvación de Dios nos llega en lenguaje humano, el de su Hijo.
La alegría cristiana a toda prueba Cuando una persona vive en medio del bienestar (incluido el económico), es fácil que motive a otros a estar alegres o felices, pues lo tiene todo y puede estar en esa situación. Pero otra cosa muy distinta es cuando quien motiva a estar en ese estado es una persona que se encuentra en situaciones adversas. Pablo, que está en la cárcel, insiste a los cristianos
de Filipo a mantenerse alegres en toda circunstancia. Pero, ¿de dónde le viene esa fuerza, cómo puede mantenerse alegre en esas condiciones más bien desfavorables? Él mismo lo dice: el Señor está cerca. Su cercanía no es algo lejano, sino una presencia que hace visible y palpable el amor de Dios Padre, quien otorga la paz, la inteligencia y la custodia del corazón. Nuevamente hay que insistir en que no es una actitud pasiva, sino comprometida en la oración de petición y súplica, en el cuidado del propio corazón para que no se desvíe de lo que espera, y de los pensamientos para que no se dejen llevar por el vacío de las propuestas del mundo. Atentos a que la alegría no nos sea arrebatada por nada ni nadie.
Se hace mucho “deshaciéndose” de algo El anuncio de la Buena Noticia no puede reducirse a bellas palabras en nombre de Dios, sino que es necesario que esa palabra, además de consolar, hiera tanto al que anuncia como a quien escucha; si eso sucede, entonces, la Palabra proclamada produce su fruto. La palabra del Bautista ha calado en lo profundo de sus oyentes: la gente, los publicanos, los soldados. Cada uno de esos grupos lanza a Juan la misma pregunta: ¿qué debemos hacer? Juan no da rodeos y los coloca en el terreno de la fraternidad, de la solidaridad, del desprendimiento, de la práctica de la justicia y el derecho, de una vida en honestidad y transparencia. La palabra escuchada que hiere el corazón es capaz de construir una sociedad más justa y equitativa, donde cada quien tenga lo necesario, e incluso lo propio sea de quien más lo necesita. Es lo que Lucas, en el libro de los Hechos, denomina como la comunión de bienes, el desprendimiento personal de bienes en beneficio de los más necesitados. La próxima Navidad ha de sorprendernos con las manos y la cartera algo vacías por haber compartido de lo mucho o poco que se tiene.
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Guías homiléticas 20 de diciembre IV DOMINGO DE ADVIENTO Mi 5, 1-4a / Sal 79 / Hb 10, 5-10 / Lc 1, 39-45 Del Evangelio según san Lucas María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” (cf. Lc 1, 39-45).
Palabra del Señor
LA REALIDAD HUMANA ACOGIDA POR LA ETERNIDAD DE DIOS
A
pocos días de la liturgia de Navidad, la Palabra hace tomar conciencia de la realidad de la encarnación del Hijo, que de ese modo Dios da cumplimiento a las promesas hechos desde antiguo. El Hijo asume un cuerpo y realiza todo el trayecto de gestación desde el seno materno virginal.
De la pequeñez saldrá el Salvador Cuando se alcanza un punto alto en la vida profesional, familiar o social, se tiende a pensar que ya nada cambiará, pero no siempre es así, puede suceder que se deba recomenzar desde abajo. Algo así es lo que el profeta Miqueas comunica. El rey será humillado por una invasión, con lo que se pone en peligro la dinastía de David, que ahora deberá recomenzar desde la raíz, desde la pequeñez e insignificancia, Belén. No todo se ha perdido, Dios mantiene su fidelidad, pero con un nuevo origen en el pasado, en los comienzos, el humilde y sencillo David. El tiempo intermedio entre el cumplimiento de la promesa y la restauración estará marcado por la espera de que una mujer dé a luz. Cumplido ese tiempo y nacida la creatura, la unidad del pueblo se dará, la paz mesiánica reinará y todo será plenificado por el Creador. La Navidad es vista por los cristianos como el cumplimiento de esa promesa de Miqueas, que de la casa de David ha nacido el Mesías, el Señor, encarnado en el seno de la Virgen María. Dios no abandona a su pueblo, no lo ha hecho antes y no lo hará después.
La voluntad redentora del Encarnado Al pensar en el cuerpo, lo relacionamos de inmediato con lo humano, lo sensible y bello, pero pasajero, con el ser en la historia, sometido a las vicisitudes de la vida. La Carta a los Hebreos expresa cómo Cristo asume un cuerpo, se introduce en la historia, y lo hace con todo el sentido de la libertad, en total sin40
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tonía con la voluntad de Aquel que le dio el cuerpo, Dios. Sus palabras no dejan espacio a la duda: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Es la disponibilidad a entrar de lleno en la historia y vivir desde dentro la realidad de ser creatura sometida a todos los vaivenes de la cotidianidad. El texto agrega también que gracias a esa sintonía de voluntad con la de su Padre, Cristo santifica a todos precisamente por la oblación, la entrega voluntaria de su cuerpo como ofrenda hecha una vez para siempre. La santificación de los creyentes no se realiza por medio de sacrificios, con la gran variedad prescrita en la Ley de Moisés, sino con la única ofrenda aceptada por Dios, el cuerpo de Jesús entregado y muerto en la cruz.
La humanización del Dios eterno Con gusto recibimos en casa a un representante de un alto dignatario, de una persona importante, pero no siempre descubrimos en esa persona la presencia de quien le envía. María, que ya ha recibido la Buena Noticia de que dará a luz al Hijo de Dios, visita a su pariente Isabel, y ésta descubre de inmediato no solo una persona conocida y querida, sino una presencia que habla de grandeza divina. Isabel puede percibir, gracias al saludo de María, que con sus palabras le deseaba la paz, el “shalom” como saludo judío, que en ella hay una presencia oculta que se hace manifiesta en sus palabras, acciones y actitudes. Isabel reconoce que la madre de su Señor se ha dignado venir a verla. El encuentro entre las dos mujeres provoca la manifestación de la vida que cada una a su manera lleva en su vientre. Nuevamente el texto habla, como los otros dos de hoy, de un cuerpo, de un renuevo, de un seno fecundado. Sí, la Navidad está a la puerta y ella será Buena Noticia para los creyentes en el Dios, que no sólo se inserta en la historia sino que lo hace en carne humana.
27 de diciembre SAGRADA FAMILIA Si 3, 2-6.12-14 / Sal 127 / Col 3, 12-21 / Lc 2, 41-45 Del Evangelio según san Lucas Jesús se encontraba en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo, sus padres se quedaron atónitos y su madre le dijo: “Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros?” (cf. Lc 2, 41-52).
Palabra del Señor
LA FAMILIA ES ESCUELA DE COMUNIÓN Y DE FE
L
a liturgia de este domingo ofrece a la familia cristiana criterios, desde la Palabra, para orientar la educación de los hijos en la fe y en lo cotidiano; dos realidades que no se contraponen, sino que más bien se reclaman, pues un buen cristiano es a la vez un gran ciudadano, sembrador de paz y de justicia.
La familia es todo un caudal de bendición La justa relación entre padres e hijos reclama cada vez más compromiso, respeto y diálogo. En el pueblo de Israel la relación paterna filial se realiza desde la óptica de la sabiduría, que brota de la vida y de la comunión con Dios. La Palabra de Dios se esmera en hacer ver a los hijos el valor incalculable del respeto y el amor a sus progenitores. Como hijos no se debe olvidar el bien recibido de ellos desde el nacimiento, la infancia, la juventud y la madurez. Tampoco se debe olvidar que un día no muy lejano llegaremos a la vejez. La honra o respeto a los padres está cargada de bendición, limpia del pecado, acumula tesoros, da alegría en cada hijo que se recibe, hace que la oración sea escuchada, da larga vida, consuelo. En fin, es como una explicitación de la bendición contenida en el cuarto mandamiento. La honra entre padres e hijos es, sin duda, expresión del vínculo íntimo de la familia, es garantía de unidad, pese incluso a las dificultades propias de cada día en la relación entre personas que viven bajo un mismo techo.
La Palabra de Dios sostiene la vida familiar Quizá puede sorprender que haya “códigos domésticos” que regulan el comportamiento de cada uno de los diversos grupos de personas que habitan en una casa, pero así se hacía a finales del siglo I d.C. en el Imperio romano. Pablo, en principio, respeta esos códigos, aun cuando si se mira de cerca, les da una nueva orientación, insertando en ellos los valo-
res propios de la fe cristiana. Llega a tal punto, que cuando parece que todo queda igual, ha trastocado los valores y ya no hay diferencias significativas en la familia creyente, dado que el valor que une a todos los grupos internos es el de la caridad cristiana. Por lo mismo puede incluir a los esclavos en su código. Entre la lista de palabras hermosas y llenas de significado que Pablo enumera, rescato la centralidad de la Palabra, que él desea que habite en ellos con toda su riqueza. Es la Palabra la que da cohesión a los diversos miembros de la familia, la que orienta a la hora de la toma de decisiones, ilumina los momentos de conflicto, motiva a la gratitud cuando todo va bien, enseña cuando se pierde el rumbo.
La educación en la fe de los hijos ¿Dónde busca la familia actual a uno de sus hijos que se ha perdido? En muchos lugares, pero con probabilidad ninguna lo hará en el templo, en la casa de Dios, a la escucha de su Palabra, a los pies del Maestro. La familia de Jesús, que es tan normal como la nuestra, hace la experiencia de la pérdida de su hijo, y para localizarlo lo busca entre sus conocidos y parientes, sólo al final lo busca en el templo y allí, entre los doctores, lo encuentran. Jesús a esa edad estaba, según la Ley, en condiciones de leer los textos bíblicos, escuchar y participar en las discusiones, pues era ya un “hijo de la Ley” o del mandamiento. En ese sentido no hace nada fuera de lo normal, lo extraordinario es la forma como Él actúa en medio de los expertos en la Ley. Un hijo instruido en la fe de su pueblo Israel, en la oración a su Dios, en el conocimiento de sus verdades, y lleno de experiencia de intimidad con el Dios de la historia, puede sorprender con su sabiduría. El texto de Lucas nos invita hoy a no escatimar esfuerzo por educar en la fe cristiana a los hijos que Dios da. octubre / diciembre - 2015 - Vida pastoral no 160
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Los
Biblia
de la
salmos: canto misericordia de Dios Por: Hna. Ana Francisca Vergara, op
La transparencia es una cualidad presente en un objeto, pues ésta deja ver, a través de ella, el interior de algo que es considerado más importante. Podríamos aplicar dicha figura al libro de los Salmos, pleno de oraciones en forma de poemas y canciones, que recogen todos los momentos de la existencia de un colectivo humano. Los Salmos transparentan las cualidades de Dios, las enuncia y las exalta, así es posible descubrir algo del Señor Dios a través de la manera como el pueblo de Israel ha experimentado y puesto por escrito su relación con Él.
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s por este valor comunitario que el salterio es considerado como el texto en el que la poesía se hace pública y anima a que los creyentes alaben, supliquen y agradezcan la acción de Dios en la historia. Cada una de estas inspiraciones permite que detrás de quienes cantan y de los que entonan se transparente la verdadera esencia del Dios de Israel.
E
El libro de los Salmos es uno de los más hermosos y conocidos de la Biblia, sus 150 oraciones permiten ver, a través de su lectura y meditación, la imagen de Dios. Muchos son los atributos divinos que esta parte del Antiguo Testamento va ofreciendo al lector, sobre todo particularidades que se manifiestan en la vida cotidiana y en la vida comunitaria del pueblo de Israel, gracias a la experiencia de cercanía de Dios. Las cualidades del Señor que enaltecen los Salmos son sobre todo la justicia, la bondad, la lealtad, la fidelidad, la misericordia, la verdad y la compasión.
Apostolado de la Palabra y de la pluma
Detengámonos entre los elementos claves del salterio que manifiestan el reflejo de la misericordia divina en el libro de oración por excelencia para judíos y cristianos: la Hesed (=bondad, gracia) como la gran cualidad de Dios, los atributos divinos manifestados en el Salmo 103 y la expresión repetitiva que recuerda que el amor del Señor dura por siempre.
1. La Hesed: la gran cualidad de Dios Es particularmente el término hebreo Hesed, que podemos traducir por bondad o por gracia, el que deja ver la experiencia divina en el pueblo que cree infinitamente en la bondad del Señor que dura por siempre. Podríamos decir que Hesed es la palabra clave del salterio, ya que se constata que de las 245 veces que se encuentra en la Escritura, 127 veces está presente en el libro de los Salmos.
“Dos sedientos, Jesús mío: Tú de almas y yo de saciar tu sed. ¿Qué nos pue detiene pues?
El Dios bondadoso y misericordioso es el que los Salmos enuncian y no se cansan de alabar. De aquí que valdría la pena preguntarse ¿por qué tantas veces hablamos del Dios del Antiguo Testamento refiriéndonos a un Dios violento y justiciero, del que solemos decir que es un Dios diferente del Dios de Jesucristo, es decir del Dios del Nuevo Testamento? Hermosamente el Salmo 25, 6 emplea las palabras Rahamim y Hesed, que traducimos por misericordia y bondad. “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas”. Recordemos que la palabra Rahamim también puede ser entendida como ternura y compasión. Ella viene del vocablo Rehem que quiere decir útero o matriz, haciendo así eco y recordándonos que el Dios misericordioso es un Dios que es como una madre, un Dios de entrañas y de ternura. El Salmo 25, 6.8-10 nos dice bellamente:
Disponible en:
Biblia
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas. El Señor es bueno y recto: indica su camino a los pecadores; encamina rectamente a los humildes, enseña su camino a los humildes. Las sendas del Señor son amor y fidelidad para los que guardan los preceptos de su alianza. Los Salmos retoman esta imagen del Dios de amor, del Señor misericordioso que envuelve a quienes confían en Él, como lo proclama el Salmo 32, 10: “Pero, al que confía en el Señor, Él lo envuelve con su amor”.
2. Los 13 atributos divinos Si nos acercamos al Salmo 103, titulado en algunas Biblias como Dios es amor, nos encontramos frente a una hermosa oración que va expresando cada uno de los elementos que forman la esencia divina. Este Salmo es considerado un himno al amor misericordioso de Dios, en él encontramos los 13 atributos que la tradición judía atribuye a Dios:
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Un Dios amoroso y tierno: compasivo, fuerte en amor, misericordioso, clemente, paciente, bondadoso, veraz, sanador, que guarda su amor hasta mil generaciones, que perdona, que absuelve, que hace obra de justicia.
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El versículo 8 recoge y expresa cuatro de estas dimensiones, quizás las más relevantes del Dios que es padre y madre: “El Señor es compasivo y clemente, lento a la ira, rico en amor”. Y el versículo 17 nos recuerda que ese amor es sin límites ni medida para la humanidad: “Pero el amor del Señor a sus fieles dura desde siempre hasta siempre”. Este canto del amor divino hace resonancia del encuentro en el Monte Sinaí entre Moisés y Dios en el momento en que el Señor le manifiesta su gloria, como nos lo relata el libro del Éxodo en el capítulo 34, 6:
El Señor pasó ante él proclamando: el Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, rico en bondad y lealtad, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos. 3. Leholam Hasedu: “Porque es eterno su amor” La exclamación “Porque es eterno su amor”, manifiesta un convencimiento total de que el amor de Dios no acaba nunca porque es un amor que dura para siempre. Ésta es la gran afirmación del creyente, de aquel que ha experimentado en su propia vida y en la historia de su pueblo a un Dios siempre presente y siempre amoroso, es el amor del Señor que no tiene fin porque permanece eternamente. Los Israelitas a través de este epifonema que se repite en varios Salmos hacen como una profesión de fe en Dios que crea y actúa únicamente motivado por su inmenso amor al hombre y a toda la creación. Esta frase se repite en varios Salmos exclamando, cada vez con más fuerza, lo grande del amor de Dios.
El Señor es bueno, porque es eterno su amor, su lealtad perdura por generaciones (Sal 100, 5). Aleluya. Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor (Sal 106, 1; 107, 1). Pues grande es su amor con nosotros, la fidelidad del Señor es eterna. ¡Aleluya! (Sal 117, 2). El Salmo 118, llamado por los cristianos el salmo pascual, es ante todo la gran conclusión del Hallel, es decir de los seis salmos denominados Tehilim Hallel, salmos de alabanza, que son proclamados tanto en momentos de gran alegría como en momentos de amenaza. La palabra Hallel se traduce por alabanza y da nombre a un conjunto de salmos seleccionados. Este himno trae la expresión “porque es eterno su amor” cinco veces
Biblia
(1.2.3.4.29), con ella abre y cierra, haciendo memoria de un amor que dura para siempre. Es la seguridad del hombre sabio, el amor del Señor que no termina, que permanece eternamente. El libro de las Lamentaciones en 3, 19-27 rememora esta confianza del amor eterno de Dios a pesar de los momentos de crisis más fuertes vividos por Israel:
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Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello, y estoy abatido.
los que esperan en Él y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor; le irá bien al hombre si es dócil desde joven.
Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión; antes bien, se renuevan cada mañana: ¡qué grande es tu fidelidad! Y me digo: “El Señor es mi herencia”, y espero en Él. El Señor es bueno para
En el momento de la desgracia más grande de Israel, destrucción de la ciudad y del templo de Jerusalén en el 587 a.C., el autor del libro de las Lamentaciones trae a la memoria su gran esperanza: Que la misericordia del Señor no termina, que es eterno su amor.
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Este es un punto de meditación importante en la vida del orante, de manera particular en los momentos de crisis profundas que lleva a reconocer en la existencia convulsionada que la misericordia del Señor no termina.
Otro gran Salmo es el 136 que va repitiendo a cada versículo la misma expresión, este texto es un himno en forma de letanía que no cesa de corear que todo cuanto ocurre en medio del pueblo de Israel es manifestación del amor eterno del Señor. A modo de conclusión, de esta corta reflexión, podemos decir que cada Salmo nos acerca a una experiencia de fe, individual o grupal, que cada Salmo habla de quién es Dios para un pueblo creyente, y que sobre todo cada una de estas oraciones brinda a las generaciones futuras una transparencia del Dios Verdadero, pleno de amor y misericordia para quienes lo aman y lo adoran.
Laudato si´
Por: P. Antonio Spadaro, sj
Guía para la lectura de la Carta encíclica Laudato si’ Primera parte
¿Qué tipo de mundo queremos dejar a los que nos sucedan, a los niños que están creciendo?”. Es la pregunta central de la Carta encíclica del papa Francisco Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (LS). No es una pregunta ideológica, ni “técnica”, sino un interrogante fuerte que pone el problema ecológico como centro de nuestra humanidad. Al respecto, el Pontífice expresa: “Esta pregunta no afecta sólo
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al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores. Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes” (LS 160; las cursivas son nuestras). Y digámoslo inmediatamente: la perspectiva de esta encíclica no
es exclusivamente “ecológica” en el sentido de que su contenido no se limita a fenómenos –por lo demás muy importantes– como el cambio climático. Laudato si’, como veremos, es una auténtica encíclica social en todo sentido.
El documento: estructura, preguntas, líneas temáticas y perspectiva global La perspectiva holística, global, amplia de una creación entendida como “casa común”, medio de vida y no simple “sujeto” para usar, caracteriza la propuesta del Pontífice, más allá de cualquier parcialidad. Tenemos ante nosotros un universo visto como lugar en el que se encuentran “la multiplicidad y la variedad” y en donde todo está en relación, unido por lazos invisibles y “conectados” (cf. LS 16; 86; 89; 92; 138). El mundo es una red de relaciones. Las preguntas que motivan la escritura de la encíclica son, pues, aquellas sobre el sentido de la vida y de nuestro vivir sobre la tierra: “¿Para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué vinimos a esta vida? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita esta tierra?” (LS 160). En este sentido el papa Francisco acoge y lanza una vez más la propuesta de sus predecesores, fundamentando el motivo por el cual un Pontífice no sólo puede, sino que debe ocuparse de ecología. “En la raíz de la insensata destrucción del ambiente natural hay un error antropológico, por desgracia muy difundido en nuestro tiempo.
El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de “crear” el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios”, había escrito san Juan Pablo II en la Centesimus annus del 1° de mayo de 1991. Por tanto, el asunto ya no es si los católicos tienen que afrontar cuestiones de ecología desde una perspectiva de fe. La verdadera pregunta se refiere al cómo habría que hacerlo. Y es a esta pregunta a la que se propone responder el papa Francisco. “Laudato si, mi’ Signore – ‘Alabado seas, mi Señor’, cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: ‘Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba’” (LS 1). Nosotros mismos “somos tierra” (cf. Gn 2, 7). “Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura” (LS 2). San Francisco dio un testimonio cristiano de ecología integral que nos une con la esencia de lo humano: “Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas” (LS 11).
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Laudato si´ Pero del escenario luminoso de la alabanza, precisamente al principio del grande fresco con el que comienza esta encíclica, se oye subir el grito de la madre tierra que protesta por el daño que le causamos, y se une al de los pobres, interpelando nuestra conciencia e “invitándonos a reconocer los pecados contra la creación” (LS 8). El Papa nos lo recuerda retomando las palabras del Patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé, que así entran a formar parte integrante del Magisterio de la Iglesia católica: “Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados” (LS 8). Pero el juicio duro y dramático del Patriarca es pronunciado a partir de una visión del mundo como “sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costura de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta” (LS 9).
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El recorrido de la encíclica Laudato si’ se desarrolla alrededor del concepto de “ecología integral”, y está descrito casi en el comienzo (cf. LS 15) como una especie de “mapa”, de guía a la lectura. En primer lugar, el Pontífice hace “un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin de asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se indica a continuación” (LS 15). Este será el primer capítulo.
A partir de esa panorámica, el Pontífice retoma “algunas argumentaciones que se originan de la tradición judío-cristiana, con el fin de dar más coherencia a nuestro empeño por el ambiente”: será el segundo capítulo. Luego Francisco trata de “llegar a las raíces de la situación actual, como para captar no sólo los síntomas sino también las causas más profundas”: el tercer capítulo. Así puede “proponer una ecología que, en sus diversas dimensiones, integre el lugar específico que el ser humano ocupa en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea”.
A la luz de dicha reflexión, en el cuarto capítulo, el Pontífice da “un paso adelante en algunas amplias líneas de diálogo y de acción que involucran sea a cada uno de nosotros, sea a la política internacional”. Sobre esta base, el papa Francisco propone en el quinto capítulo “algunas líneas de maduración humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana”, porque está “convencido de que todo cambio requiere motivaciones y un camino educativo”. La encíclica termina ofreciendo el texto de dos oraciones: la primera para compartir con los creyentes de otras religiones y la segunda con los cristianos, retomando, por tanto, la actitud de contemplación orante con que había comenzado.
Cada capítulo afronta una temática propia con un método específico, pero el texto en su totalidad es atravesado por algunas líneas temáticas fundamentales que le confieren una sólida unidad. Están resumidas y presentadas por el Pontífice mismo: “La íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida” (LS 16).
Si la ciencia es el instrumento privilegiado para escuchar el grito de la tierra, el método de Francisco está también fuertemente impregnado del diálogo amplio. Ante todo el colegial. Hay muchas referencias al magisterio de sus predecesores y a otros documentos vaticanos (en particular del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”). Sin embargo, así como sucedió en Evangelii gaudium (EG), se citan posturas de numerosas Conferencias episcopales de todos los continentes. Pero el diálogo es también ecuménico e interreligioso. Por eso, además del Patriarca Bartolomé, el Papa se pone en diálogo con el gran pensador protestante francés Paul Ricoeur (cf. LS 85) y con el místico islámico Alí Al-Khawwas (cf. LS 233). Notemos también la referencia al
padre Pierre Teilhard de Chardin, pensador jesuita que recibió una “amonestación” del Santo Oficio en 1962, pero que ya Juan Pablo II y Benedicto XVI habían citado en textos de menor importancia magisterial (cf. LS 83). Esta pequeña guía de lectura se estructura, además de la introducción, en seis bloques y la conclusión, a saber: la preocupación por la casa común, la luz ofrecida por la fe, las raíces de la crisis ecológica, la propuesta de una ecología integral, la importancia del diálogo para obrar mejor y la educación como medio de conversión ecológica. Cortesía de La Civiltà Cattolica, n. 3961, 11 de julio de 2015.
Cultura
PABLO Por: Constanza Moya
MONTOYA
Y SU DISCURSO AL RECIBIR EL PREMIO RÓMULO GALLEGOS: POR LA DIGNIDAD HUMANA n días pasados, el escritor santandereano Pablo Montoya recibió el Premio Rómulo Gallegos 2015, en Caracas, por su novela Tríptico de la infamia, la cual narra −grosso modo− la historia de tres artistas protestantes Jacques Lemoine, François Dubois y Théodore de Bry, que se convierten en testigos e intérpretes de los horrores cometidos en la Europa del siglo XVI en nombre de la religión. Este Premio lo han ganado escritores como Carlos Fuentes y García Márquez. El escritor y profesor de la Universidad de Antioquia y de la Eafit se mostró asombrado por el galardón y expresó con humildad ante algunos medios que era el menos opcionado entre los finalistas seleccionados; entre los colombianos se encontraban Piedad Bonnett y Héctor Abad Faciolince.
E
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Antes que hacer una reseña sobre su novela, me parece interesante abordar el discurso que presentó el escritor durante la recepción del premio, el cual constituye un exquisito abrebocas de lo que es su obra y provoca interesantes inquietudes en los lectores. Pablo Montoya ha estado siempre muy interesado en el arte, por eso su obra gira en torno a los tres pintores citados; para el autor, el arte es una manera de dignificar al hombre “en su capacidad de resistencia y la más paradigmática para mostrar su deterioro”. Se trata entonces del carácter trascendental que se le ha dado al arte desde tiempos inmemoriales. La expresión estética puede denunciar realidades nefastas y permite al ser humano dejar salir lo más doloroso que hay en él. En este sentido se convierte en un instrumento de esperanza. Sin embargo, Montoya en su discurso, dice que él lleva en su sangre una cierta inclinación a la desesperanza. Y es que continuamente, y desde antiguo, nos visitan las tribulaciones, como ha expresado el autor. El siglo que relata Montoya en su novela, por ejemplo, se caracterizó por la crueldad humana, la represión y la ambición desproporcionada por el poder y la riqueza. Pero estas luchas y esas guerras se prolongaron hasta nuestros días. No hablamos ya de la conquista española o de la esclavitud, pero hablamos de una guerra, la cual, por lo demás, se remonta por lo menos al siglo XIX, pues, como anota el escritor, desde que declaramos la Independencia no hemos parado de hacernos la guerra. Y claro, a fuerza de resistir, de continuar, nos hemos acostumbrado a años y años de oprobio e impunidad.
Montoya lo hace desde la palabra, que le permite decir aquello que en el hablar cotidiano queda en el olvido. Al respecto, dice: “Creo en el poder restaurador de la palabra a sabiendas de que ella también es un arma que hiere y provoca rencor. Creo en su capacidad de hundirnos en el centro mismo del tormento, pero también en su poder supremo de cicatrización. Sé que ella me ha permitido salir avante cuando he decidido sumergirme en las tinieblas del ayer”. Su obra de arte se convierte entonces en un medio de liberación, de restauración pero también de denuncia. La mirada del escritor nos invita a repensar no sólo nuestro pasado sino también nuestro presente. Aun cuando su obra hace una dura crítica al papel de la Iglesia en el maltrato que sufrió nuestro continente durante la conquista y colonia, una crítica ya aceptada y asumida por el mismo Papa. En su discurso, Montoya formula también un vehemente llamado a volver nuestros ojos no sólo sobre nuestro pasado sino también sobre las acciones de nuestro presente. Hemos aguantado, hemos testimoniado la resistencia a miles de vejámenes, nos hemos gloriado de nuestra capacidad de continuar a pesar de nuestra desdicha, pero hemos continuado en la impunidad. El perdón no implica aceptar la violencia, el mal, la corrupción, el atentado contra la dignidad humana, sino una acción que debe desencadenar respuestas pacíficas y solidarias. Toda esta reflexión desencadena el bello discurso de Pablo Montoya al recibir su Premio Rómulo Gallegos. Leamos pues su magnífica novela y veamos luego cuál es nuestra perspectiva y nuestra misión en la lucha que nos tocó vivir.
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En librería DE Octubre A Diciembre LEEMOS
EL RECOMENDADO ES... LA ESTRATEGIA DE LA OSTRA Paulo Daniel Acero Un duelo mal elaborado puede paralizarnos en todo sentido: físico, espiritual, familiar, laboral. Cuando no logramos manejar una pérdida, ésta puede arrasar con nuestro ser y, de paso, llevarse por delante a los seres queridos que nos rodean. Paulo Daniel Acero, con 22 años de experiencia en acompañamiento de pérdidas, ha concebido un bello libro que brinda no sólo esperanza y consuelo, sino también herramientas prácticas para enfrentar uno de los episodios más difíciles y dolorosos por los que pasa el ser humano: la muerte de un ser querido. Así como la ostra, que hace de un suceso doloroso algo muy bello (la perla), los seres humanos estamos llamados a tomar como experiencia de aprendizaje y de crecimiento la partida de alguien que amamos. Cuando una persona se va para siempre, deja una huella indeleble en nuestra vida y, si miramos bien, del contacto con ella aprendimos muchas cosas valiosas que podemos incorporar conscientemente a nuestra vida cotidiana. Vivir la pérdida, con su dolor pero sin adherirse
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a él, como una experiencia de aprendizaje y de crecimiento interior, puede ser el mejor homenaje que le rindamos a ese ser querido que se ha ido. El autor lleva de la mano a sus lectores para que puedan vivir su duelo de la manera más sana y adecuada; cuidadosamente les va dando la oportunidad de ver esa vivencia tan punzante desde una perspectiva distinta que les permita renacer, lo cual significa ver la vida con nuevos ojos: fortalecidos, optimistas y con la certeza de que la persona amada estaría satisfecha de que así fuera. Este bello libro, que aborda la pérdida en la vida del ser humano, constituye un valioso regalo para acompañar el duelo cuando las palabras no fluyen o cuando el mismo impacto de la muerte nos deja sin herramientas para asumir nuestro dolor y ayudar a otros a enfrentarlo. Incluye una separata especial para padres en duelo y una novena para realizar los días siguientes al fallecimiento del ser querido, lo cual contribuye a que la tristeza sea más llevadera.
VIRTUDES para un MATRIMONIO EXITOSO Ignacio Madera El matrimonio y la familia atraviesan una seria crisis cultural, lo que hace imprescindible una amplia y seria catequesis al respecto, dice el papa Francisco. Respondiendo a esta inquietud, Virtudes para un matrimonio exitoso analiza las conductas inadecuadas recurrentes en las que caen las relaciones de pareja y formula la manera de replantearlas a partir de unas virtudes que poco se cultivan. Las estrategias, y la autoevaluación que se proponen en el texto, constituyen herramientas efectivas para combatir los comportamientos que hacen sentir que el amor se está agotando. Es necesario mirarse a sí mismo y aceptar las incoherencias del corazón que, irremediable y dolorosamente, terminan haciendo daño no sólo al cónyuge sino también a los hijos.
Amar es sencillo pero no simple, se necesita del ejercicio perseverante de las virtudes recibidas de Dios (fe, esperanza y caridad) y de aquellas que hombres y mujeres podemos conseguir, pero cuya consecución implica una ardua tarea (prudencia, justica, fortaleza, templanza). Para esto se requiere fe y oración constante. Cuando nos encontramos al borde del abismo de la infidelidad, de los celos, de la intolerancia… Dios devuelve el sentido de la unión conyugal, a la que Él ha llamado a los esposos, pues Él es la roca sobre la cual se cimenta el amor verdadero.
Pastor y mártir Roberto Morozzo della Rocca Monseñor Óscar Romero, obispo y mártir de San Salvador, fue proclamado “beato” el pasado 23 de mayo. Roberto Morozzo della Rocca, quien ha participado en el proceso de beatificación, en su libro biográfico sobre el beato reconstruye con exactitud los hechos, documentando cada afirmación con sus textos (homilías, cartas, confidencias…), superando de tal forma las interpretaciones que se habían acu-
mulado acerca de él. Una de éstas es que “Romero, ante la muerte de Rutilio Grande, había tenido una verdadera conversión, gracias a la cual un eclesiástico retrógrado y reaccionario se convertiría en un ejemplo de luchas populares de liberación”. En realidad, esta muerte fue sólo uno de los elementos que maduraron su evolución. Tomado de: ARMIDO RIZZI. En: Civiltà Cattolica, 2015.
Un recorrido sincero por estas páginas permitirá al lector cultivar, rescatar y consolidar su relación conyugal, de manera que el tiempo recorrido juntos sea siempre fecundo y se viva en alegría.
julio / Septiembre - 2015 - Vida pastoral no 159
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Mariología
María, Por: Polo Zapata Armas
llena gracia la
de
Que hoy bajó Dios a la tierra es cierto; pero más cierto es que, bajando a María, bajó Dios a mejor cielo...
(Himno de Laudes de la Anunciación)
El término gracia puede ser utilizado con distintos significados de acuerdo al contexto. Por ejemplo, a nivel antropológico, se refiere a las cualidades (físicas o psíquicas) que hacen que una persona sea agradable; por otra parte, en sentido social, es vista como un favor, un don o una concesión que una persona hace a otra sin ningún merecimiento en particular; desde el punto de vista religioso o de la fe, la gracia es un favor sobrenatural que Dios concede al ser humano para ayudarlo en su camino de salvación (cf. Ef 2, 8-10). En este caso se habla de la "gracia divina" o gracia santificante, que para su mejor recepción necesita de dos elementos esenciales: bondad y alteridad.
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Bondad y gracia "Gracia" es "todo aquello que es bueno para otro". Si sólo es bueno para mí y no para otros, lo bueno puede degenerar en egoísmo y dejar de ser gracia. En la gracia hay un aspecto intrínseco de bondad y un aspecto referencial hacia el otro. Estos dos aspectos reciben diversos nombres, pero su realidad es única: que la bondad, para que sea tal, tiene que estar referida al otro (en el amor, cf. Tt 2, 11-13). La gracia es una bondad no encerrada en sí misma, sino abierta, entregada, donada al otro.
Según la Sagrada Escritura, gracia hace referencia, en primer término, a Dios mismo que sale de sí y se dirige al hombre con amorosa misericordia. Es esta gracia increada la que fundamenta toda consideración sobre la gracia creada. Dios para ser gracia, tiene que ser bondad. Él es el sumo bien. En segundo término, la gracia está relacionada con los dones que Dios Padre da a sus criaturas para que, sirviéndole a Él, sirvan a los hermanos: es la santidad del hombre.
Mariología
Alteridad y gracia En la definición de "Dios como amor" (cf. 1Jn 4, 8.16) encontramos el sentido de alteridad. Para "intentar" llegar a su verdadera comprensión, nos ubicamos, primero, en el supuesto anterior a la creación: Dios en su espléndida soledad. Si Dios fuera una única persona, su "Amor" esencial sería sencillamente "egoísmo", pues no tendría otra persona a la que amar más que a sí mismo. Dios sería amor egoísta. Pero nuestra fe nos habla de un Dios-Trinidad, tres Personas que se constituyen precisamente en esa entrega de cada Persona a las otras Personas de la Trinidad. Aquí está la alteridad, la bondad que se entrega y regala a las otras Personas divinas. En término técnico, es lo que llamamos perijóresis: circularidad del Amor esencial entre las Personas divinas. No es un amor estancado, ya que terminaría por corromperse, sino dinámico y creativo. Dios es bondad y alteridad, es Gracia aún antes de la creación, es Gracia increada. Pero Dios no se queda en su soledad. Quiere amar a las criaturas, entregarse misericordiosamente. Es la voluntad salvífica universal: "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1Tm 2, 3-4). Y procede a la creación. La creación, pasar de la nada a la existencia, es ya gracia, es comunicación de Dios a la criatura. La creación es un primer nivel de alteridad. Pero no basta. Dios quiere llegar a un grado de entrega personal, hipostática (unión perfecta). Y eso es la Encarnación. El Verbo-Logos que se hace hombre, "uno de nosotros". Dios que comienza a ser humano, igual a su criatura. La Encarnación es la suprema comunicación de la bondad-gracia de Dios a la criatura.
María y la gracia Esta donación de Dios requiere a su vez de la máxima receptividad en la criatura. La naturaleza humana de Jesucristo necesita la máxima concavidad, por decirlo de una manera gráfica, para la unión con la máxima convexidad de la divinidad. El Hijo no nace por generación espontánea. Es necesario la "madre", la feminidad, la mujer. He aquí el papel grandioso de María. Si Dios Padre entrega lo divino, María entrega su receptividad humana para la unión hipostática, su sintonía con el Hijo, su docilidad al Espíritu. Por eso María recibe un saludo excepcional: "Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28). María está llena de gracia porque está llena de Dios y dinámicamente pondrá en acto su docilidad al Espíritu a lo largo de toda su vida.
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En la visita a su prima Isabel, ésta la felicita así: "Dichosa tú porque has creído" (Lc 1, 45). La fe es el secreto de María. Es su docilidad al Espíritu, su respuesta a la gracia. La fe es su cooperación a la maternidad divina. La fe es la que le sostiene en medio de los padecimientos. La fe es la que le permite apoyarse en Dios. Y cuando llega la hora de renunciar a la dulzura de la intimidad con su Hijo, para entregarlo a la tarea evangelizadora en favor de todos los hombres, María, en las bodas de Caná de Galilea, dirá la última frase que nos transmitieron los evangelios: "Hagan lo que Él les diga" (Jn 2, 5). María había respondido al ángel: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Esa misma disposición de docilidad a Dios es lo que transmite ahora a los sirvientes: escuchar y practicar la voluntad de Dios. Desde entonces ya no conocemos ninguna otra palabra de María. El silencio es su mejor oración. En la vida pública, dice el beato Santiago Alberione, fundador de la Sociedad de San Pablo, la función de María es doble:
• Primero, entrega al mundo la Palabra de Dios hecha carne. • Segundo, nos ofrece el modelo de la perfecta discípula, recibiendo en su silencio en su corazón y en su vientre la Palabra eterna. Dejar hablar, saber escuchar, meditar en el corazón, eso es María. El Evangelio de Juan, refiriéndose a María, nunca la menciona por su nombre, sino que siempre la llama como "madre" o "mujer". Y después de la bodas de Caná, sólo vuelve a hacerla presente en el Calvario. Desde la cruz, Cristo se dirige al discípulo: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27). Recordemos que Jesús definió a su Madre como la que escucha "la" Palabra y la pone en obra (Lc 8, 21). Y es desde la cruz que hay que entender las palabras de Jesús: "Ahí tienes a tu madre", es decir, la persona que ha sabido escuchar y practicar la Pala-
Mariología bra (de Dios), y por eso se convierte en Madre de todo aquel que escucha y vive la Palabra-Evangelio de Jesús. María vivió una peregrinación de fe. Tuvo que convertirse, no del pecado, sino de unas formas tradicionales de fe: pasar de la piedad judía a la fe en Cristo, a la adoración en "espíritu y en verdad" (Jn 4, 23), que no fue fácil. Todos nos apegamos a las tradiciones humanas, y hay que saber romper con ellas. Ella tuvo al mejor maestro: al Espíritu Santo. Y supo ser dócil. De la María que con su familia de carne y sangre va a buscar a Jesús porque decían que "estaba fuera de sí" (Mc 3, 21), a la María que "perseveraba en la oración con los Apóstoles en un mismo Espíritu" (Hch 1, 14), hubo que recorrer un difícil camino, y que ella lo transitó en docilidad al Espíritu Santo. Cuando decimos que María estaba llena de Gracia, no es necesario imaginarnos prodigios extraordinarios, tampoco milagros espectaculares –tal vez los hubo, no lo sabemos–. Lo importante, y de lo que debemos estar seguros, es de que en ella la vida y la fe estaban
íntimamente relacionados. No hubo divorcio alguno entre su espiritualidad y la cotidianidad de su existencia: ir por agua a la fuente, preparar la comida, barrer la casa, ayudar a sus vecinos, recitar los salmos, jugar con el Niño... todo tiene el "color" de Dios.
La santidad de María hay que situarla sencillamente en obediencia a la Palabra de Dios. No se trataba de satisfacer el propio gusto, ni seguir las inclinaciones personales, sino hacer la "voluntad del Padre": "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu voluntad" (Lc 1, 38). Jesús, citando al profeta Isaías, reprocha a los fariseos hipócritas por su culto vacío y su desobediencia a la voluntad de Dios: "Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos humanos. Dejando el precepto de Dios, se aferran a tradiciones de hombres" (Mc 7, 6-8; cf. Is 29, 13), y llama dichosos (bienaventurados) a aquellos que escuchan sus palabras y la cumplen, porque tienen la gracia de Dios en sus corazón. Y el más claro ejemplo de esto es María: la bendita, la llena de gracia por excelencia. La santidad es docilidad al Espíritu. Y, contemplando a María, no hay docilidad más excelsa sino la que se experimenta desde la dimensión femenina de la existencia. La dimensión femenina, algo que atañe al ser humano en general, no está en la cobardía o la mediocridad, sino en la fortaleza de aceptar la iniciativa divina y dejar que Dios sea Dios. La tentación de lo masculino es erigirse en sustituto de Dios, creyéndose fuerte y autosuficiente. A éstos Dios los derriba de su trono, mientras que a los humildes los llena de bienes (cf. Lc 1, 52-53). Si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, de una mano divina que haga vibrar todo el ser, proclamaremos la grandeza del Señor, acordándonos de su misericordia, como lo hizo María, la llena de gracia, la mujer fuerte y dócil al Espíritu Santo. Sin docilidad al Espíritu no hay nueva creación, no hay encarnación, ni hay vírgenes que den a luz... no hay recepción de la Gracia divina.
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Obras apostólicas al servicio del Evangelio
Eclesiología
El
bang big escatológico Por: P. Adolfo Galeano, ofm
que originó a la
iglesia
“Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así también su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia” (Clemente de Alejandría).
Tal como un misterioso estallido original llamado el Big bang produjo el universo a partir de una bola de fuego inicial (Dunn. El cristianismo en sus comienzos, p. 196), así también se originó el nacimiento de la Iglesia a partir de la explosión creadora de Pentecostés, pues “contenida toda entera, en su primer día, en el estrecho cenáculo de Jerusalén” estalló el misterio de la Iglesia para expandirse por toda la tierra (De Lubac. Méditation sur l’Eglise, p. 39). Esto implica que así como Jesús fue ungido por el Espíritu para su misión, así mismo lo fue la Iglesia.
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tal como el universo está sometido a un intenso y acelerado proceso de expansión vital o de evolución, de igual manera la Iglesia. Pero también, como la gravitación y la entropía rigen el dinamismo cósmico, también el ésjaton animado por el Espíritu de Dios y la entropía de la historia humana rigen el dinamismo vital de la Iglesia. Por lo que puede hablarse de un drama escatológico que vive la Iglesia en su historia. Y es que más que una institución, y sin dejar de serlo, la Iglesia es un dinamismo vital sobrenatural que se expande por todo el mundo.
Y
Así como no existe un día específico del nacimiento del cosmos o comienzo del Big bang, así tampoco existe un día que se pueda señalar como el del nacimiento de la Iglesia. Ella brotó en una serie de comunidades cristianas que vivían en armonía unas con otras, que tenían conflictos, pues unas se sentían ligadas al judaísmo mientras que otras se veían libres de la ley y las tradiciones judías. Por esto mismo, el crecimiento de las primeras comunidades cristianas no fue armónico-estructural, ellas crecieron, en cierta forma, caóticamente, sin una estructura fija discernible. Las estructuras organizativas se van dando y afirmando a medida que el movimiento eclesial se va expandiendo.
Sin embargo, las afinidades entre la obra creadora del universo y la obra creadora de la Iglesia no terminan aquí, porque como en el primero resuena una armonía cósmica, de igual manera en la Iglesia, en su dinamismo vital expansivo, resuena una melodía eclesial que sólo saben escuchar los oídos de la fe: “Por todas partes resuena el mismo ‘cántico nuevo’ que todos han aprendido a cantar de la misma madre desde el día de su ‘nuevo nacimiento’” (De Lubac. Op. cit., p. 43). La ciencia no ha logrado descubrir el misterio más allá del Big bang original del cosmos, pero la fe sí sabe del misterio oculto más allá del big bang original de la Iglesia. Porque ella existe “ab exordio saeculi”, “ella aparece con Cristo, de la voluntad del Padre, del Hijo y del Espíritu”. San Agustín lo expresa de la siguiente manera: “Civitas sancta, civitas fidelis, civitas in terra peregrina, in caelo fundata est” (In Ps. 105, 7). He aquí la explicación de su misteriosa condición: “Ha sido creada la primera entre todas las cosas… y a causa de ella ha sido creado el mundo” (Hermas. Visión segunda, cap. IV). Clemente de Alejandría relaciona así las dos creaciones: “Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así también su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia”.
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Eclesiología
La Comisión Teológica Internacional dice, de manera muy atinada: “La Iglesia debe su existencia al don que Jesús hizo de su vida en la Cruz”. También agrega en el mismo sentido que “la Iglesia es… el fruto de la vida de Jesús”. Pero añade que la fundación de la Iglesia “presupone la totalidad de la acción salvadora de Jesús en su muerte y su resurrección como también en el envío del Espíritu Santo”. Sin embargo, “es posible identificar, dentro de la actividad total de Jesús, ciertos elementos que preparan la vía… para la fundación de la Iglesia… Muchos de los aspectos fundamentales de la Iglesia, que sólo aparecen plenamente después de Pascua, se pueden percibir en la vida terrena de Jesús” (Selected themes of Ecclesiology, n. 1). Por ejemplo, Jesús buscaba la conversión de Israel, pero dio también a su mensaje de salvación una dimensión universal (cf. Mt 8, 5-13; Mc 7, 24-30). Jesús no instituyó un ministerio propiamente dicho, pero escogió a los Doce, con lo cual establece ya una cierta organización interna. Los discípulos se reunieron en torno a Jesús y tomaron parte en la llamada “tarea mesiánica” de Jesús. La primera comunidad cristiana se formó con discípulos que habían seguido a Jesús durante su ministerio evangelizador, una comunidad que inicialmente era rural y galilea. Jesús no reúne en torno a sí –como otros movimientos de su época– un “resto santo”, ni funda una comunidad especial para los justos. A todo esto se agrega que dos de las más esenciales prácticas cristianas, como el bautismo y la Cena, se originaron en la vida y el ministerio de Jesús, así como también los recuerdos y las enseñanzas de Jesús que tenían los discípulos. Y aunque, sin duda, la Cena del Señor se remonta a la Última Cena, la forma y la interpretación de la celebración sufrieron modificaciones, sobre todo en el ámbito del cristianismo helenista.
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Por eso, aunque la primitiva comunidad fue la que puso la palabra “Iglesia” en boca de Jesús, lo hizo porque ella misma descubrió en Él una eclesiología implícita. Jesús no fundó la Iglesia, pero las raíces de ella, como realidad histórica, están en su persona. Lo que Jesús intentó fue transformar la vida del pueblo de Israel. El contenido de su mensaje es el Reino de Dios que se aproxima, que se anuncia en la palabra y en la acción y que irrumpe con poder. El poder de Jesús, su mensaje salvador para los pecadores y los despreciados, sus luchas con los escribas y los fariseos, su palabra que cura, su llamada al discipulado y al seguimiento, todo esto se apoya en la fuerza del Reino de Dios que viene. Los orígenes del cristianismo y de la Iglesia se deben buscar en la persona de Jesús. Para decirlo de otra manera, el origen de la Iglesia está en la resurrección del que ha sido ejecutado en la cruz.
Posteriormente, los helenistas iniciaron un movimiento del cual Pablo fue el mayor protagonista, en el que la salvación fuera de la Ley era ofrecida a todos y se oponía a los cristianos judaizantes, los cuales estuvieron presididos por Santiago. Al principio, el bautismo y la Cena eran recuerdos vivos de Jesús, pero posteriormente Pablo los asoció con la muerte y resurrección de Jesús. A los recuerdos y palabras de Jesús, el bautismo y la Eucaristía se convierten en componentes básicos de las primitivas comunidades cristianas. Para la celebración de la Cena se reunían en las casas, pero en algunas comunidades, como las de Jerusalén, donde había sinagoga, los cristianos se reunían también en ella. La
compleja estructura institucional que tendrá la Iglesia se irá desarrollando según las necesidades y los problemas que se vayan presentando. El Nuevo Testamento no muestra todavía esa estructura institucional que, por lo demás, ayudará a los cristianos a tomar conciencia de sí mismos y a definir su naturaleza y su propósito como comunidad, aunque ya Pablo señala un gran desarrollo de la conciencia de identidad y de la organización misma de la comunidad eclesial. Alrededor del año 37, Pablo tuvo una experiencia espiritual que él describe como haber “visto” a Cristo glorificado y haber recibido de Él su mensaje evangélico, como también el llamado a ser apóstol para el mundo no-judío (1Co 9, 2; Ga 1, 11-22; 2Co 12, 1-4). Él consideró esta experiencia superior a la experiencia de haber conocido a Jesús según “la sarx”: “Nos gloriamos en Cristo Jesús, sin poner nuestra confianza en la sarx” (Flp 3, 3). Para Pablo, la fe en Jesús levantado de la muerte es un constitutivo esencial de la fe cristiana, toda su comprensión de la salvación depende de su consideración de la resurrección de Jesús. Esto quiere decir que la base del cristianismo, y más concretamente de la Iglesia, es el sobrenatural, el misterio de Cristo resucitado que está actuando en la historia. Pablo vio claramente que la resurrección de Jesús lo había cambiado todo: al judaísmo, la comprensión de Jesús y de su obra, y la comprensión misma del cristianismo y de la Iglesia, que se tenía por parte de la comunidad cristiana primitiva. Su visión del Reino no tiene nada que ver con el reino de justicia de un Mesías terreno, como lo esperaban muchos judíos. Así que Pablo rompió con la interpretación que de Jesús y del cristianismo tenía el establecimiento cristiano-judaico de Jerusalén, lo sacó de una lectura limitada al Jesús histórico hacia una lectura determinada por el Cristo resucitado. “El Evangelio de Pablo es la revelación del misterio escondido de que Dios está creando una familia de seres glorificados por el Espíritu. Este mensaje necesita una nueva alianza o Torá de Cristo y un nuevo pueblo de Israel, ahora definido por el Espíritu y ya no por la carne” (J. Tabor. How the apostle transformed Christianity, p. 97). Fue así como Pablo entendió el big bang original de Pentecostés que se estaba expandiendo y asumiendo incluso al mundo pagano. Así como Moisés
fue el mediador de la antigua alianza que creó el antiguo Israel, Pablo ve que con Cristo se ha producido una nueva alianza, creando una nueva nación de Israel definida por la fe, bajo la Torá de Cristo. Esto es lo que expresan escritos muy influenciados por su teología: “Pues Dios es uno, y único también el medidor entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús” (1Tm 2, 5), Él “es mediador de una nueva alianza” (Hb 9, 15). La misión de Pablo consiste en extender y hacer avanzar la obra que Jesús había inaugurado en su tiempo. Lo que está en camino con esa realidad nueva que se llama Iglesia y que se expande por todos los pueblos es “la reconciliación del mundo” volviéndolo hacia Dios. La tarea de Pablo es colaborar en su extensión. Cristo actúa mediante él. De hecho, Pablo vio sus sufrimientos equivalentes a las llagas de Cristo y como testimonio de su tarea apostólica (2Co 11, 23-25). La gran revelación que tuvo fue la “del misterio que estaba en secreto por siglos” y que no entendieron los señores de este mundo (1Co 2, 7-8; Rm 16, 25). Si tomamos a Pablo como personificación simbólica de la Iglesia, podemos decir que la misión de ella es la misma de Apóstol: sus luchas y sufrimientos. El Evangelio es, precisamente, el anuncio de ese misterio, cuyo centro es la glorificación, que Pablo percibió no en el Jesús histórico, sino en Cristo glorificado. Fue la transformación de Jesús, de un “hombre de barro” a un “hombre celestial” lo que garantiza la última etapa de la salvación (Flp 3, 20-21). Más aún, este proceso de transformación es el misterio corporis, es decir, el proceso transformador del cuerpo de tierra (mortal) en un cuerpo glorificado (inmortal): “Les digo un misterio… todos seremos transformados… los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad, y que este ser mortal se revista de inmortalidad” (1Co 15, 51-53). Pablo afirma que la filiación, el nacimiento celeste de los hijos de Dios, es un proceso, como el de un embrión o feto en el vientre de la madre (2Co 4, 16). Ese proceso de transformación ya ha comenzado. La última etapa en el proceso de filiación es la “redención” del cuerpo, libre ya de la esclavitud de la corrupción (Rm 8, 23).
octubre / diciembre - 2015 - Vida pastoral no 160
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Novedad
Por: Isabel Gómez
ltísimo Señor, que bueno es cantarte, altísimo Señor, cantar himnos en tu honor. Por las mañanas cantar tu misericordia, y por la noche tu grandeza y protección” (Sal 92, 23), canta el salmista, desde lo profundo de su ser, como acción de gracias a Dios. Y es que el canto es la mejor forma de alabar al Padre. Como dirá san Agustín: “El que canta, ora dos veces”.
a que se unan al Año de la Misericordia. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (MV 1), fuente de alegría, de serenidad y de paz. Que sea Él quien inspire todos los talentos de compositores y agrupaciones que con sus canciones quieren expresar mensajes de esperanza, que enciendan los corazones de este mundo tan necesitado de verdadero amor.
Con motivo del centenario del Motu proprio Tra le sollecitudini, de Pío X, Juan Pablo II dirá: “La música destinada a los ritos sagrados debe tener como punto de referencia la santidad, de hecho: ‘La música sagrada será tanto más santa cuanto más estrechamente esté vinculada a alabar y dar gloria a Dios’”.
Leonardo Trillos, músico, compositor, líder de alabanza, y formador de líderes y ministerios musicales dentro y fuera de la RCC; Miguel Muñoz, músico de agrupaciones históricas como Glass Onion, Los Flippers, La banda de Marciano, Noches de Liverpool y Génesis, la cima creativa de Humberto Monroy, con quien cantó Cómo decirte, su recordada versión del clásico de Cat Stevens; Miguel Enrique Cubillos, primer productor y director artístico de Shakira en la Sony music. En la actualidad es presentador del programa Entre
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La alabanza a Dios tiene que ser nuestra mayor inspiración. Conscientes de esta realidad, la Sociedad de San Pablo, en la nueva versión del Festival de la Canción 2015, invita a todas las personas
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Vida pastoral no 159 - julio / septiembre - 2015
En esta oportunidad nos acompañan como jurado calificador:
Amigos del Canal Cristovisión. Director de la Coral Coppel, del Grupo Madrigal, entre otros; Edgar A. Guerrero, sacerdote paulino, Director de San Pablo Radio y del Centro de comunicaciones de la misma Institución. En el mes de noviembre se realizará la gran final. Mayores informes a 314 2017 9373 / página web: www.sanpablo.com.co
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