Cien vistas del monte Fuji – Katsushika Hokusai

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COLECCIÓN Wunderkammer | 8


Obra editada bajo licencia Creative Commons 3.0: Reconocimiento - No Comercial - Sin Obra Derivada (by-nc-nd) © de la edición, Sans Soleil Ediciones, Vitoria-Gasteiz, 2016 © de la introducción y los textos, V. David Almazán Tomás, 2016 Diseño gráfico: Mikel Escalera Maquetación: Sandra Rodríguez García Corrección de textos: Isabel Mellén ISBN: 978-84-946119-2-6 Depósito legal: VI-891/2016 Imprime: Printhaus (Bilbao)

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K at s u s h i k a H o k u s a i Cien vistas del monte Fuji



K at s u s h i k a H o k u s a i Cien vistas del monte Fuji

葛飾北斎 富嶽百景

Edición de V. David Almazán Tomás

Vitoria-Gasteiz • Buenos Aires



Katsushika Hokusai, el pintor del monte Fuji

El artista japonés más admirado

Katsushika Hokusai 葛飾北斎 (1760-1849) es el artista japonés más reconocido e influyente dentro y fuera de Japón. Vivió para el arte y desarrolló su carrera con gran libertad, aprendiendo de todas las escuelas, pero sin someterse a ellas. Su producción artística fue muy extensa, pues trabajó toda su longeva vida pintando prácticamente durante todos los días. Su obra madura es un constante camino por las sendas de la creatividad más personal y en muchos aspectos parece uno de esos genios que superó su época y anticipó la modernidad. Sin embargo, en la época de Hokusai, nadie podía predecir el enorme reconocimiento que después ha tenido. Hokusai fue un artista que principalmente trabajó en el ukiyo-e1, un arte que satisfacía las necesidades culturales de un grupo social concreto, los chōnin; esto es, las clases medias urbanas formadas por comerciantes y artesanos enriquecidos, los cuales en el periodo Edo (1615-1868) no tenían ningún prestigio en una sociedad encabezada por la casta samurái. Hokusai trabajó para la industria editorial japonesa, que por medio de grabados xilográficos comercializaba estampas y libros ilustrados. La palabra japonesa ukiyo-e [浮世絵] se compone de tres caracteres que significan “flotante”, “mundo” y “pintura”, y que literalmente significan “pintura o grabado del mun-


do efímero”. Con un gran sentido comercial, los editores encargaban a los artistas proyectos y temas que sintonizaran con los gustos del público. Este carácter comercial hizo que la producción de los artistas del ukiyo-e fuera muy prolífica y que sus trabajos se cuenten por decenas de miles. Precisamente por producir objetos de consumo sujetos a la moda, había una feroz competencia y una renovación constante. El mercado exigía que se comercializaran retratos de las geishas más famosas del momento y escenas de los dramas de kabuki que triunfaban en las carteleras. Hokusai tuvo gran fama en su momento y abrió nuevos caminos al arte del grabado de la primera mitad del siglo XIX orientándolo hacia el paisaje, pero al final de su carrera el público ya prefería los paisajes del joven Andō Hiroshige (1787-1858). Aunque en su época Hokusai alcanzó gran renombre por la calidad de sus obras y por proezas como pintar el mayor cuadro de Japón con una gran escoba, o el más pequeño en un grano de arroz, lo cierto es que desde el punto de vista social, Hokusai estaba condenado a no tener ningún reconocimiento oficial. Su arte se consideraba como un divertimento al lado de la pintura de la alta cultura, que se encargaba para los templos y los palacios2. Dicho en otras palabras: destacar a Hokusai como el mayor artista japonés en el periodo Edo hubiera sido algo así como elevar a Francisco Ibáñez, el creador de Mortadelo y Filemón, al lugar que en el arte español ocupan Velázquez o Goya. Ciertamente, en el periodo Edo nadie en Japón podía imaginarse que los artistas del ukiyo-e acabarían estando representados en los principales museos del mundo. Hoy, sin embargo, admiramos el arte del ukiyo-e y apreciamos la creatividad de Hokusai por encima de las rígidas convenciones de los pintores oficialistas, como los miembros de la escuela Kanō. El Japón de Hokusai era un país aislado. Durante el periodo Edo, bajo la dictadura militar del clan Tokugawa, se impulsó una política de aislamiento internacional. Desde las primeras décadas del siglo XVII, el cristianismo había sido prohibido; los ibéricos, los namban o bárbaros del sur habíamos sido expulsados y, bajo pena de muerte, los extranjeros no podían desembarcar en Japón ni los japoneses podían 8


viajar por el mundo. Prácticamente, los contactos culturales entre Europa y Japón se reducían a una pequeña base comercial holandesa en Nagasaki. Los holandeses, sin interés por la predicación y estimulados por el comercio, fueron el punto de contacto de Japón con Europa hasta que, a mediados del siglo XIX, se iniciara un proceso de apertura internacional que coincidió con el fin del gobierno de los Tokugawa y la restauración del Emperador Meiji (1868). Aún así, curiosamente, algunos de los trabajos de estos artistas fueron conocidos en Europa gracias al alemán Philipp Franz von Siebold (1796-1866), médico en la isla de Dejima en Nagasaki, donde estaba la base holandesa, que realizó importantes trabajos botánicos y etnológicos recogidos en su monumental obra Nippon (1832-1852). Fue ya después de la muerte de Hokusai, sobre todo en el último tercio del siglo XIX, cuando Europa lo descrubrió gracias al fenómeno del Japonismo3. En las ciudades europeas, sobre todo en París, lo japonés se puso de moda y prácticamente todos los artistas coleccionaron estampas ukiyo-e, como por ejemplo Manet, Whistler, Degas, Monet, Toulouse-Lautrec, Gauguin y Van Gogh, por citar los más representativos. Los primeros libros sobre arte japonés que se publicaron en Europa se escribieron fundamentalmente con las obras que se coleccionaban en París, de modo que Hokusai y los artistas del ukiyo-e pasaron a ser los más célebres pintores de Japón, con una fama y un prestigio que no tenían en su país. El primer gran libro sobre el arte nipón, L’Art japonais4, fue escrito en 1883 en París por Louis Gonse, que dedicó un capítulo entero a Hokusai calificándolo como el más genial, a la altura de Rembrandt, Callot, Goya y Daumier. En 1895, el escritor Edmond de Goncourt, uno de los máximos promotores del Japonismo, publicó Hokusai5, la primera monografía del artista, a la que siguieron las de M. Revon6, C. J. Holmes7, H. Focillon8 y J. Noguchi9. En España, nadie escribió un estudio completo sobre Hokusai (ni entonces ni ahora), pero a finales del siglo XIX y comienzos del XX, a partir de las citadas publicaciones, se volcaron elogiosas valoraciones de su arte en las principales revistas culturales, de modo que fue presentado como 9


el pintor más genial y célebre del Japón10, el Miguel Ángel del Japón11 e incluso el Velázquez del Extremo Oriente12. El artículo más acertado y documentado sobre Hokusai fue escrito en su juventud por el grabador Teodoro Miciano en 1926, en quien apreciamos un sincero reconocimiento hacia el artista japonés13. Como en el resto de Europa, los artistas españoles, como Mariano Fortuny, Pablo Picasso, Joan Josep Tharrats o Eduardo Chillida, también admiraron y se inspiraron en la obra de Katsushika Hokusai14. Tal vez, en un principio, el éxito de Hokusai en Occidente se debiera al exotismo por lo oriental, aunque también hubo confluencias temáticas y estilísticas. La consolidación de su figura como gran artista coincidió en París con el interés por el color y el paisaje en el auge del Impresionismo, movimiento orientado hacia el color, las variaciones atmosféricas del paisaje y la vida cotidiana; cuestiones todas en las que Hokusai destacó. Sin embargo, su influjo no se limitó a los impresionistas. La obra de Hokusai es tan extensa que cualquier artista pudo encontrar la inspiración fuera del paisaje, en otros géneros como el fantástico o el erótico, así como en la multitud de escenas de la vida cotidiana, captadas siempre con una deslumbrante capacidad de observación propia del mejor de los fotógrafos del instant décisif. Y, paralelamente a la excelencia de toda su obra, la clave del éxito de Hokusai es su propia personalidad. Por su biografía, Hokusai parece el arquetipo de artista moderno: el artista que vive por y para su arte con total libertad creadora. La genialidad de Hokusai, el viejo loco por la pintura

La leyenda de Hokusai como un genio del arte universal ha trascendido la época del Japonismo. Desde la segunda mitad del siglo XX los estudios y exposiciones sobre Hokusai se han multiplicado15. Los valiosos escritos de J. Hillier16 en los años cincuenta se han completado con exhaustivos estudios de R. Lane17, M. Forrer18 y G. C. Calza19. Por otra parte, ya en el terreno de la cultura de masas, Hokusai suele 10


ser presentado como un antecedente del manga debido a su célebre obra titulada Hokusai Manga. Además, su propia figura ha inspirado, entre otros, el manga de Ishinomori Shōtarō Hokusai20, así como varias películas, entre las que destacamos el anime del director Hara Keiichi Miss Hokusai (2015). Por todo esto, Hokusai es también un artista muy conocido entre aquéllos que frecuentan los salones de manga y, en cierto modo, se ha convertido en un icono de la cultura de masas. Nuestro artista nació en Edo, antiguo nombre de Tokio, el 30 de octubre de 1760 con el nombre de Tokitarō, sin que tengamos mucha información sobre su infancia, más allá de su temprana habilidad para el dibujo. Es posible que fuera un hijo fuera del matrimonio de un fabricante de espejos llamado Nakajima Ise, de quien recibió su primera formación. En aquellos tiempos, Edo era una gran ciudad, con una población en torno al millón de habitantes, que había crecido por su elección como capital administrativa del gobierno militar de los Tokugawa. La estructura social japonesa era una pirámide en la que apenas había movilidad. En la cima estaban los guerreros samuráis, sin ninguna gran batalla desde que, a comienzos del siglo XVII, el clan Tokugawa lograra unificar bajo su mando a todo el país. Los agricultores, productores del honorable arroz, que era la base de la economía, tenían una posición intermedia. Por debajo, los comerciantes y los artesanos ocupaban un estrato inferior. Aunque algunos consiguieron amasar grandes fortunas, en conjunto formaban un grupo sin ningún protagonismo político ni prestigio social. La familia, lo mismo que los talleres, eran organizaciones muy jerarquizadas por el rango y la edad, de modo que el único porvenir para un muchacho de origen humilde con aspiraciones era poder ser aceptado como aprendiz por parte de algún maestro que precisara personal. De joven cambió de nombre por Tetsuzō y tuvo que ganarse el jornal trabajando en un establecimiento de alquiler de libros. Gran parte de la población de Edo tenía la formación suficiente para poder leer y muchos editores encontraron un floreciente negocio en la publicación de lecturas de entretenimiento que las librerías vendían al público, 11


pero que también por un módico precio se podrían alquilar. No resulta difícil imaginar al futuro artista copiando las ilustraciones de los libros que pasaban por sus manos. Durante un tiempo, pudo trabajar en la industria del arte del grabado, como horishi artesano que tallaba las planchas de madera de las estampas ukiyo-e, pero deseaba trabajar en sus propios diseños, no tallando los de otros. Quería ser artista, no artesano. No obstante, la libertad artística en el grabado ukiyo-e tenía unas limitaciones. Era el editor, no el artífice, quien elegía los temas y las características de los trabajos, así como quien se llevaba los beneficios económicos de las ventas. El editor, hombre culto y preparado para los negocios, tomaba las decisiones sobre las obras que su editorial lanzaba al mercado. Arriesgaba su dinero y buscaba la mayor rentabilidad tratando de contratar a los artistas más populares. La mayoría de ellos cobraban una remuneración modesta por sus diseños y su fortuna dependía de la recepción del público. Los artistas nunca tallaban las planchas de sus grabados, labor exclusiva de los grabadores, de un gremio distinto, con una formación muy específica y un salario no muy alejado de los honorarios de los artistas y con capacidad para firmar sus trabajos. Finalmente, intervenían otros virtuosos especialistas, peor pagados, los estampadores o surishi. La estampación se hacía sin máquinas, de forma manual, presionando el papel sobre la plancha con un disco de bambú llamado baren. Se hacían grandes tiradas, de miles de ejemplares, que nunca se numeraban y que se reeditaban mientras tuvieran demanda. Estos años de formación fueron importantes para el futuro de Hokusai quien, a diferencia de la mayoría de pintores, siempre estuvo pendiente de los detalles del tallado de las planchas y del resultado final. Antes de poder ser pintor, también trabajó como pulidor de espejos en el establecimiento de Nakajima Ise, pero la rutinaria disciplina que conlleva la producción artesanal resultó ser para él una experiencia monótona y poco satisfactoria. En 1778 logró ingresar como aprendiz en el estudio del pintor Katsukawa Shunshō (1726-1792). La escuela Katsukawa era una de las más prestigiosas en el grabado ukiyo-e. Shunshō era un artista de 12


1. La divina princesa Konohana Sakuya


2. Irrupción del pico del monte Fuji en el año 286 a.C.



3. La inauguraciรณn del monte Fuji por el laico En



4. El monte Fuji del cielo claro



5. La apertura del monte Fuji


6. Deslizamiento


IBIC: AFH, FXA, 1FPJ, AKLB ISBN: 978-84-946119-2-6

7. La irrupciÓn del monte Hōei


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