Boletín de Nazaret

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Ejemplar bimestral 15 Julio Agosto 2016

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En

Portada

Tema espiritual 3 La transfiguración del Señor en la vida del cristiano

Tema Familiar 7 El principio y el fin de la Transfiguración Cumpleaños Aniversario

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Lic. D.G. Rafael Reinerio

Diseño Editorial

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La transfiguración es una pintura del artista renacentista italiano Rafael Sanzio, que fue realizada circa 1517-1520, dentro del periodo romano del artista. Es una pintura al óleo sobre tabla, de 405 centímetros de alto y 278 cm de ancho. Se conserva en la Pinacoteca Vaticana (Museos Vaticanos), Ciudad del Vaticano.


La

Transfiguración

Señor

Del

en la vida del

Cristiano

Por: Aaron Coroiv

Las narraciones sobre este acontecimiento que tuvo lugar aproximadamente, un año antes de la Pasión de Cristo lo encontramos en Lc 9,28-36; Mt 17, 1-8 y Mc 9, 2-8. Cada uno de ellos narra detalles diferentes que planteados en forma de oraciones, dan la pauta para el desarrollo de este texto en el que deseamos que se tome conciencia que necesitamos transfigurarnos en nuevas creaturas totalmente agradables al Padre Dios. Unos días antes de la trasfiguración, Jesús les habló acerca de su Pasión, Muerte y Resurrección, exhortándolos a que siguieran por el camino de la cruz y del sacrificio, pero ellos no habían entendido a qué se refería, por eso Dios quiso robustecer su fe de una forma muy especial, quiso asegurarse que anduvieran rectos por el camino de la vida si les permitía conocer el fin al que se dirigen los Hijos de Dios. Condujo sólo a tres de ellos (Pedro, Santiago y Juan), a la cima del monte Tabor para que contemplaran su Gloria que está reservada para los limpios de corazón, esa que nos aguarda si procuramos ser fieles cada día. Destaquemos muy especialmente que la acción a la que Jesús va al monte, es a orar.

Aprendamos que solo a través de una oración ardiente, se recibe una transformación. Existen personas de nuestros días que oran con gran fervor de tal forma que se les transfigura y embellece el alma y los vuelve mucho más agradables a Dios y a todo humano que les conoce. Si nosotros no tenemos esos ratos de íntima oración con El Señor nuestro Maestro, no podremos reflejar la gloria de la transfiguración de Dios, a aquellos que no lo conocen y que viven en un permanente calvario sin resurrección. La transfiguración tuvo lugar mientras Jesús oraba, porque en la oración es cuando Dios se hace presente. Orar es dialogar con Dios y a veces nos resistimos a orar porque pensamos que Dios nos va a pedir mucho, ignorando que Dios es tan generoso que nos habla en medio de nuestras actividades por medio del Espíritu Santo.

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Es lamentable que ocupados con otros dioses (dinero, poder, fama, prestigio, soberbia, etc.), jamás podremos escuchar lo que Dios dice y con ello, imposibilitamos la transfiguración de Jesucristo en nuestras vidas. Jesús mostró su Gloria eterna. Nos dejó un ejemplo sensible de la gloria que nos espera en el cielo. Con la fiesta de la Transfiguración que celebraremos el 6 de Agosto, la Iglesia nos hace recordar que así brillaremos al final de los tiempos, nuestras almas brillarán más que la luz del sol porque serán reflejo de esa luz celestial. En la Transfiguración se presentaron dos personajes famosos del Antiguo Testamento, Moisés en nombre de la Ley y Elías en nombre de los profetas, respaldando que Jesús, es el enviado de Dios para salvar al mundo. Moisés fue el que recibió la ley de Dios en el monte Sinaí para el pueblo de Israel y Elías es el padre de los profetas, ambos son por tanto, los representantes de la ley y de los profetas que vienen a dar testimonio que en Jesús se cumple todo lo que ellos anunciaron. En vida Moisés y Elías hablaron de la muerte de Jesús, porque hablar de la muerte de Jesús es hablar de su amor, es hablar de la salvación para todos los hombres. Precisamente, Jesús transfigurado significa amor y salvación. Hoy nos toca a nosotros vivir transfigurados de amor y salvación para nuestros familiares y amigos, a fin de que conozcan a Dios; para que conociéndolo lo amen, amándolo lo sigan y se salven; así, trabajemos por el Reino de Dios y su Justicia para que ninguna alma se pierda. Hermanos, cuantas veces nos adormilamos y nos perdemos de observar tanta gloria de Dios en nuestros días, por andar cansados afanosos en las cosas que el mundo nos ofrece, nos cuesta trabajo permanecer en vela como vigilantes atentos al cumplimiento de la Palabra de Dios en nuestra vida y en la vida del prójimo.


Es la misma vida la que nos cansa: el proceso de luchar, caer, levantarnos, volver a empezar; por ello, existen los sacramentos, esos signos sensibles y eficaces del amor de Dios que nos dan la certeza que Dios nos acompaña, que ve todas las luchas y se complace de vernos en batalla sin perder la fe aunque no en todas resultemos victoriosos. El pasaje nos cuenta que Pedro quería quedarse ahí porque no le hacía falta nada, pues estaba plenamente feliz contemplando la Gloria de Dios, gozando de un anticipo del cielo. Estaba tan contento que ni siquiera pensaba en sí mismo, ni en Santiago ni en Juan, ni en el pueblo de Israel y en la necesidad de que Jesús debía bajar de nuevo del monte como Hijo obediente a completar su obra en la tierra sufriendo, muriendo y resucitando por nosotros para nuestra salvación. Muchas veces al igual que Pedro nos gana el deseo de no sufrir, quisiéramos permanecer en una gloria eterna donde todo es felicidad. A veces solo nos gusta estar en la alegría de alabarlo y no queremos meternos en la complejidad, dolor, sufrimiento y entrega que representa ir a rescatar al hermano que sufre; muchas veces dentro de nuestra propia familia. No hay que olvidar que somos de Cristo y como cristianos nadie está dispensado de su cruz y del peso fuerte del deber. Seguros de que si somos de Cristo también estamos

convidados a participar de su gloria eterna cuando nos llame de vuelta a la casa del Padre. Para los tres Discípulos que presenciaron la transfiguración, fue un recuerdo de gran ayuda en circunstancias difíciles y dolorosas que tendrían que pasar, y sin duda un recuerdo imborrable. Por ello, que en la 2Pe 1,16-18 ánima al pueblo recordando el momento de la transfiguración, diciéndole que ellos no les cuentan fabulas ingeniosas respecto a Jesús sino que han sido testigos oculares de su majestad. Hermano, te invito a exigirte a ser como Pedro, cuéntale a tu prójimo que no predicas con fabulas ingeniosas, si no que eres testigo de cómo Dios te ha permitido contemplar su Gloria aquí en vida a través de la conversión que ha hecho de ti, tan solo piensa: 1. ¿De dónde te sacó? 2. ¿De qué te salvó? 3. ¿Para qué te llamó? Por otra parte, destaquemos el elogio hermosísimo hecho por el Padre Dios a Jesucristo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenlo” (Mt 17,5). Hermano, quiero hacerte otras dos preguntas: ¿En verdad le haces caso a Dios escuchando a Jesús? ¿En verdad intentas poner en práctica todo cuando el vino a enseñarnos?, porque a Dios nadie lo ha visto, pero el que ha visto a Jesús ha

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“muéstrame tu rostro transfigurado” en los enfermos, en los pobres, en el enemigo, en la sed, la humillación, en el hambre, y cuando reconozcamos ese rostro vendrá la luz a nuestras almas

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visto a Dios. El misterio que celebramos no sólo es un signo y anticipo de glorificación de Cristo, sino también de nuestra propia glorificación en la medida que seamos hijos obedientes como Jesús. En 1Pe 3,13-14 les recuerda a los primeros cristianos ¿Quién les hará daño si no piensan más que en obrar bien? En el misterio de la transfiguración, Jesús se convierte en esa garantía, en esa certeza que efectivamente nuestra persona humana no desaparece, al igual que nuestro ser, nuestra identidad, es decir, tal y como somos no se acaba sino que se transfigura. El hombre muy dentro de su corazón siempre tiene el anhelo de paz, de plenitud, de gozo y felicidad infinita, por tanto hermanos, después de reflexionar el Misterio de la Transfiguración, la invitación es que no te permitas ver la Transfiguración como otro milagro más que Jesús mostró a los Apóstoles. La pregunta que debemos hacernos es: ¿Considero que mi felicidad aquí en la tierra, consiste en transfigurarme en lo que Jesucristo desea de mí? Acrecentando mi fe, pidiéndole perdón, comulgando de su alimento que me sostiene, orando para no caer en tentación y acrecentar la esperanza, la cual me ayudará a practicar con alegría sus obras de amor en mi hermano que forma también parte de la Iglesia santa. La transfiguración viene a significar de una forma muy particular nuestra unión con Cristo, para que cuando lleguen los momentos de cansancio, pidamos a Jesús, “muéstrame tu rostro transfigurado” en los enfermos, en los pobres, en el enemigo, en la sed, la humillación, en el hambre, y cuando reconozcamos ese rostro vendrá la luz a nuestras almas y amaremos como el Padre ama a Jesús y como Jesús nos ama a todos, pues, seremos semejantes a Él.


e l pr incipio y e l f in de l a

Transfiguración (Mt 17,1-8)

Pbro. Víctor Ortega Covarrubias

“Escúchenlo” dice la voz del cielo. El Padre habla sólo dos veces diciendo y subrayando lo mismo: proclama a Jesús como Hijo una primera vez después del bautismo (Mt 3,17) y una segunda vez (Mt 17,5). La transfiguración es la confirmación del camino emprendido en el bautismo y el anticipo de la gloria de la Pascua. Precisamente como siervo de los hermanos, el Hijo del hombre es el Hijo amado, la misma Palabra que hay que escuchar, la irradiación de la gloria del Padre, el Mesías que nos salva. El Padre tiene una sola Palabra, que lo revela plenamente: el Hijo.

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La transfiguración comienza cuando: en lugar de pensar y escucharnos a nosotros mismos, lo escuchamos a Él y pensamos en Él.

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A nosotros nos dice que lo escuchemos para llegar a ser como Él, hijos. La transfiguración es la experiencia fundamental de la vida de Jesús: la opción tomada en el bautismo, que ahora se concreta en la perspectiva de la cruz, es confirmada como el camino hacia la libertad y hacia la gloria de Dios. Es una iluminación tan fuerte que “transforma” su mismo cuerpo en sol y luz. Representa el anticipo de lo que seremos, la semilla de nuestra gloria divina cuando lo escuchamos a Él y cumplimos su Palabra: ésta es la forma que transforma nuestra vida a imagen de la suya, hasta la medida completa. Jesús, en su humanidad, muestra la divinidad: sus discípulos ven su cuerpo que resplandece con la gloria del Hijo en el cual el Padre se complace: es el rayo anticipado de la resurrección. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, esta nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rom 2,7). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (Gen 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da aliento y su agua nos vivifica y restaura. Partiendo de esto, aclaremos lo siguiente: el fin de la creación nunca fue que estuviera destinada a la muerte, sino a la transfiguración. En el Hijo del hombre, la creación está destinada a asumir la forma del Hijo de Dios. La divinización es el sentido de la creación, hasta cuando Dios sea todo en todos (1Cor 15,28). Su rostro se puso brillante como el sol, etc. En Lucas el aspecto de su rostro se “altero”: se volvió otro, el rostro del Otro (Lc 9,29). La luz es el símbolo más apropiado


de Dios: principio de creación y de conocimiento, hace que cada cosa sea lo que es y la hace ver tal como ella es. Pero es también fuente de alegría, señal del amor que vuelve luminosas las personas. “Señor, que brille tu rostro y nos salve” (Sal 79,4). El Hijo brilla con la misma luz de Dios, primicia de la nueva creación: como todo se ha hecho a través de Él, en Él y por Él, así todo participa de su misma suerte en la luz (Col 1,16.12). “Tu rostro buscaré, Señor” (Sal 26,8). Somos peregrinos en busca del sentido de la vida y envueltos en el gran misterio que lo circunda. Por ello, debemos de expresar: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas” (Sal 24,4). Nadie podrá quitar nuca del corazón de la persona humana la búsqueda de Aquél de quien la Biblia dice: “Él lo es todo” (Eclo 43,27). Una búsqueda que lleva a experimentar la paz –“en su voluntad está nuestra paz”– y que constituye la fatiga de cada día, porque Dios es Dios y no siempre sus caminos y pensamientos son nuestros caminos y nuestros pensamientos (Is 55,8). El amor se realiza en el intercambio de lo que uno tiene y de lo que uno es, de tal manera que el que es amado viene a ser forma del que lo ama.

Por eso el hombre es peregrino que va en busca del Rostro, el único delante del cual está como en su casa y puede detenerse, porque vuelve a encontrar el propio rostro. Haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, 1) La primera es la ley que fue dada a través de Moisés, sería la tienda de Dios entre los hombres, 2) La segunda es la profecía, que se inició con Elías, sería la tienda de Dios entre los hombres, y 3) La carne de Jesús es la tienda definitiva de Dios en medio de nosotros (Jn 1,14). Su única imagen es el mismo hombre que escucha su Palabra. El que lo escucha viene a ser su hijo, con su mismo rostro. El que escucha a Jesús, transforma su rostro en el

Rostro divino, resplandeciente como el sol (Mt 17,2), “irradiación de la gloria” (Hb 1,3). Escúchenlo. “El Señor Dios suscitará, de en medio de ti, entre los hermanos, un profeta como yo”, dijo Moisés: “¡Escúchenlo!” (Dt 18,15). Jesús es el nuevo Moisés, que da la Palabra definitiva. Aún más: Él mismo es la Palabra hecha carne, rostro del Padre vuelto hacia los hermanos. Quien lo escucha a Él, viene a ser hijo, como Él. Tenemos dos cosas claras en la Transfiguración: el fin y el principio. El fin es decir o expresar: “¡Es bueno para nosotros estar aquí!”. El principio es mencionar con seguridad o fuerza moral: “Escúchenlo”. La palabra da forma a nuestro cuerpo. El que escucha a Jesús, viene a ser como Él, el árbol bueno que da frutos buenos (Mt 7,18). La escucha de su Palabra es la acogida de la semilla, que crece en nosotros y nos engendra según su especie (1Pe 1,23), partícipes de la naturaleza divina (2Pe 1,4). La transfiguración comienza cuando, en lugar de pensar y escucharnos a nosotros mismos, lo escuchamos a Él y pensamos en Él. Es la muerte del hombre viejo y el nacimiento del hombre nuevo. Esta escucha hace pasar de las obras de la carne al fruto del Espíritu (Gal 5,19-26).

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Julio Yolanda Elena Beltrán

5 julio

Leticia Loza

10 julio

María Isabel Pérez Torres

11 julio

Verónica Villa de Estrada

11 julio

Raúl Ángel Gómez Moreno

13 julio

María del Carmen Mayorga Baez

16 julio

María Luz Hernández 17 julio Juli o A g osto 2016

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María del Carmen Ramírez Muñoz

18 julio

Raúl Mora Cruz

22 julio

Encarnación Burciaga

23 julio

Guadalupe Romero Andazola

25 julio

Rubén Oscar Cortés Páramo

29 julio


Juli o A g osto 2 0 1 6

Agosto Julián María Pérez

1 agosto

Yolanda Mota Jiménez

2 agosto

Alfredo Estrada López

3 agosto

Cira Molina Vargas

3 agosto

José Refugio García Sánchez

4 agosto

Raúl Herrera Mosqueda

6 agosto

Alberto Fernández Aburto

7 agosto

Javier Alonso Hernández Ogaz

12 agosto

Asunción Ariza Solano

14 agosto

Mercedes Sarmiento Ocampo

20 agosto

María Maximiana Contreras

21 agosto

Aurea Domínguez

24 agosto

José Luis Gaytán Nambo

24 agosto

Modesta Bautista Méndez

24 agosto

Alma del Rosario González

25 agosto

Ana Guadalupe Camacho Cerón

28 agosto

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Julio · Agosto · 2016

Julio

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Eloy Aquino Yong Esther Chávez

2 julio

Ernesto Granados Colmenero Estela Vázquez

8 julio

Juan Rodríguez Araujo María del Carmen Ramírez

19 julio

Francisco Rojero Yadira Rodríguez

22 julio

Rosalío Vázquez Haro Mary Elodia Muñoz

23 julio

Rodolfo Guzmán Rico María Martha García

27 julio


Julio · Agosto · 2016

Agosto Alfonso Castillo Ma. Edith Zambrano

12 agosto

Margarito Reyes Teresa Palomino

14 agosto

Francisco Hernández Paula Linares

17 agosto

Alberto Ramírez Rivero Modesta Bautista

22 agosto

Dionicio Vázquez Soria Enedina Mendoza

22 agosto

Rogelio Cervantes Mary Graciela Neri

30 agosto

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