Laberinto No.783 (16/06/18)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO RESEÑA

MEMORIA

LAURA CORTÉS

MYRIAM VIDRIALES Y JUAN CARLOS NÚÑEZ

Los fuegos y los amores de Nahui Olin

Recuerdo de Luis González de Alba

Dr Atl/Colección Blaisten

SÁBADO 16 DE JUNIO DE 2018 AÑO 14 - NÚMERO 783

Entrevista a Daniel Mordzinski Alejandro García Abreu/ FOTOGRAFÍA:

D. M. AUTORRETRATO

Archivo


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ANTESALA

16 DE JUNIO 2018

CASTA DIVA

Censura en el MUAC AVELINA LESPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA AVELINA LÉSPER

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emostrarse inútil para realizar arte se soluciona haciendo arte útil: útil para obtener becas, útil para servir a la demagogia que subvenciona las obras, útil para tener exposiciones con la convenenciera denominación de activista, y lo más descarado, útil para aparentar trayectoria artística. En la exposición Hablándole al poder en el MUAC, espacio de la UNAM dedicado al proselitismo político travestido en arte VIP, la performancera Tania Bruguera exhibe “obras a corto y largo plazo”: una sucesión de cédulas que explican su promoción como artista activista, patrocinada por el Yerba Buena Center for the Arts de San Francisco, California. En el arte VIP todos son artistas, su dogma de la inclusión niega que entre los artistas VIP haya unos con más talento que otros, y mucho menos dan lugar para los “genios”, la capacidad estandarizada y el sometimiento intelectual les brinda seguridad emocional. Al recorrer las salas de la exposición, aun con la perspectiva del nivel de talento VIP, lo que Bruguera “hace” es especialmente limitado, es la versión cubana de Mónica Mayer. Presentar su “arte útil” con una “escuela de arte” y que la “cátedra” sean las frases que cuelgan de la pared que dicen “proponer nuevos usos para el arte con la sociedad”, “responder a las urgencias presentes”, “lo que ayuda a unir a la gente, por ejemplo una asamblea vecinal” o que “arte útil puede ser un centro de asociación”, escritas con torpe argumentación y exhibidas con tal arrogancia, que concluimos que la Bruguera fundó el nuevo Liceo y Aristóteles y los peripatéticos en vez de discutir la Metafísica son los vecinos de un condominio que se organizan porque les quitaron el estacionamiento. Los videos de ella impartiendo su elemental tesis artístico– política, son consecuentes con la pequeñez de sus performances, porque ante el impacto de la protesta social real, cuando la masa y sus líderes actúan, desde la manifestación urbana hasta la guerrilla o el terrorismo, lo que hacen en general los performanceros, y Bruguera en particular, se queda en chismorreo de vecinos, en un gesto de infantil berrinche político. La obra que le dio visibilidad internacional, el micrófono abierto que puso en la Plaza de la Revolución en La Habana, aquí es escenografía, no está abierto al público, ¿tenían miedo de que alguien se subiera al pódium y dijera que esa exposición no es arte? ¿Por qué no invitaron al público a que se expresara? La timorata censura de la curaduría y del MUAC no evitará que diga abiertamente que eso no es arte y que tampoco es activismo, ni revolución ni manifestación política, es simple propaganda pagada por intereses particulares para dar el mensaje que más les convenga.

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Mural de la exposición de Tania Bruguera.

No soy una bruja (I Am Not a Witch). Dirección: Rungano Nyoni. Francia, 2018.

HOMBRE DE CELULOIDE

Las brujas de Gales

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA BRITISH FILM INSTITUTE

l British Film Institute y Ffilm Cymru Wales producen una película que tiene lugar en Zambia. Y el mensaje es claro: la directora Rungano Nyoni es británica, galesa. Y este gobierno, a través de sus impuestos, tiene la obligación de contar la historia de su gente, venga de la península de Gower o de un pueblo africano. En la sorprendente (y extraordinaria) historia de No soy una bruja se confirma la conexión África–Europa. Esta niña acusada de brujería a causa de un evento banal podría ser la familiar de una vendedora en una tienda departamental en Cardiff, la mesera de un pub en Newport o la directora de esta historia que sorprende por su música y su colorido y no entristece más que la vida del trabajador blanco en Newcastle Upon Tyn, en la película Yo Daniel Blake, de Ken Loach (2016), o el matrimonio de la burguesía rural del filme 45 años de A. Haigh (2015). El British Film Institute sigue haciendo bien su trabajo contando las historias de su gente. Lo hace con una tradición que se remonta hasta el realismo soviético, ese que alimenta hoy cinematografías de países tan diversos como Polonia, Bélgica o Brasil. La vida de una niña, Shula, da un vuelco cuando una mujer asume que se ha

tropezado porque ella la miró con el semblante adusto que la joven actriz Maggie Mulubwao luce a lo largo de toda la película. Interviene la policía, llegan los falsos testigos y Shula resulta confinada a un campo de detención de brujas donde aparece de pronto un bienhechor que tiene un poco del Fagin de Oliver Twist y otro poco del ciego del Lazarillo de Tormes. Usa a la niña en este pueblo campesino que está lleno de gente simpática y supersticiosa, con uno que otro ratero y muchas brujas que se ayudan entre sí para salir del brete de haber sido acusadas de hechiceras. A pesar de que el tema de la obra e incluso la imagen que ofrecen el trailer y el póster nos hace esperar un dramón, veremos que en general se trata más bien de una comedia melodramática en que la directora parece enseñarnos con gusto las tradiciones de sus antepasados e incluso sublimar alguna nostalgia por su niñez. ¿Es una bruja Shula? El final reserva un par de sorpresas en este lugar lleno de turistas que

La película tiene el encanto de los cuentos infantiles que parecen crueles

vienen a conocer a las hechiceras que el pueblo ha atrapado con un lazo para que no puedan escapar. La película es triste, sí, pero con cierta inocencia que recuerda a los personajes del escritor nigeriano Chinua Achebe. No soy una bruja tiene el encanto de esos cuentos infantiles que en la superficie parecen crueles pero con los que uno puede reír. De Shula no sabemos prácticamente nada: se aparece sin padres ni hermanos. Como en los cuentos de hadas, están el huérfano, el príncipe, la reina y estas brujas buenas que a través de un celular le dan consejos a su recién iniciada niña para saber atrapar al ladrón. Shula es un arquetipo: el de la inocencia (a menudo cruel) de la gente más simple, esa que siempre se mete en problemas y que, independientemente del color de su piel, su religión o su gusto musical y culinario, transita hoy por las calles de todas las grandes ciudades de Europa. No soy una bruja es una maravillosa película. En ella África, el continente más humillado y más desangrado del mundo, termina por formar parte de la sociedad de lo que fue el Imperio Británico. Si Meghan Markle es ya duquesa de Sussex, ¿por qué no podría esta atribulada niña de Zambia volverse objeto de un cuento producido en Gales?

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ANTESALA

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POESÍA

dear diary:

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LA GUARIDA DEL VIENTO

Entre libros y bandoleros

JOSÉ DE JESÚS SAMPEDRO

oh dios katia me ama oh sí me lo dijo hoy katia me ama (al amanecer trece gatos trece fe asombra vinieron de una luna roja) ¡enfiteutas beodez vihuelas beodez vihuelas ukeleles zamacuecas! todo ha desdeudado al fin fin teucro todo acabó ya para siempre oculta catástrofe énea nevera delirios marramaos deicidios (al amanecer trece gatos trece fe asombra transeúntan una luna roja) (al amanecer trece gatos trece fe asombra transeúntan una luna roja) oculta catástrofe énea nevera delirios marramaos deicidios todo ha desdeudado al fin fin teucro todo acabó ya para siempre ¡enfiteutas beodez vihuelas beodez vihuelas ukeleles zamacuecas! (al amanecer trece gatos trece fe asombra vinieron de una luna roja) oh dios katia me ama oh sí me lo dijo hoy katia me ama

Publicamos este poema (a su manera) inédito para celebrar que el autor recibió el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde EX LIBRIS

Volutas/ EKO

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ALONSO CUETO

stoy en una de las salas más bellas del mundo, rodeado de lirios en todas las formas y colores. Lirios azules, celestes, blancos brillando en un fondo de bruma. Lirios para acercarse a ellos y quedarme siempre con su aroma entre los ojos. Es la sala de Monet en el Art Institute de Chicago, uno de los mejores museos del mundo. Mientras sigo frente a la luz elegante y silenciosa de estos cuadros, también recuerdo la vida de Monet. Casado con su adorada Camille, se entregó muy joven a la pintura. Cuando la perdió (ella tenía 32 años), Monet aprovechó esta tragedia como un impulso para su arte. Nunca pintó mejor que después de la muerte de Camille y luego, cuando su segunda esposa Alice también murió, se entregó a una etapa de madurez fructífera, antes de caer víctima de las cataratas. La muerte fue la inspiración de la vida eterna de estos cuadros. Alguna vez Monet dijo que su mejor obra de arte era el jardín de su casa. Chicago (cuyo nombre viene de la traducción francesa de una palabra nativa que significa “cebolla”) apunta a las alturas, con más de mil rascacielos, y se sumerge en las profundidades, con una red de canales que atraviesan el cemento como venas abiertas. Está construida sobre la antigua urbe destruida por el incendio de octubre de 1871. Por entonces, Louis Cohn, un jugador de dados, derribó una lámpara que encendió una llama. Chicago, por entonces hecha de madera, fue devastada por un incendio de tres días. Para escapar de la culpa, Cohn atribuyó el incendio a un farol que una vaca había derribado en un establo. Dieciocho mil edificios desaparecieron y 300 personas murieron. Pero gracias a esa catástrofe, se construyó una ciudad nueva. La que hoy vemos está poblada de torres, algunas de ellas del gran Frank Lloyd Wright (por desgracia también hay una Torre Trump que afea en algo el paisaje). En el paseo por los canales vemos el que quizá fue el primer parque de diversiones inaugurado en Estados Unidos. Allí está la Ferris Wheel, obra del ingeniero George Ferris, que conoceríamos como la “Rueda de Chicago”. Es también la ciudad de las mitologías del joven asaltante John Dillinger, que asaltaba bancos sin herir a nadie. Dillinger fue considerado un justiciero que le daba su merecido a los bancos (muchos estarían de acuerdo). Acribillado a balazos saliendo de un cine, por orden de Edgar Hoover, Dillinger creó su leyenda a los 31 años. También es la ciudad del gran contrabandista Al Capone (también conocido como “Caracortada”), autor de la Masacre de San Valentín. Es la ciudad en cuyos suburbios corretea Esperanza Cordero, la niña de la novela The House on Mango Street, de Sandra Cisneros. Bandoleros, lirios, grandes incendios, canales de agua. Nada más nuestro que estos contrastes.

Chicago apunta a las alturas, con más de mil rascacielos, y se sumerge en las profundidades

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SOCIEDAD

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Cuatro libros de Ediciones Cal y Arena vuelven a ver la luz para revalorar los alcances sociales y políticos del movimiento estudiantil de 1968

Historia y herencia

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SILVIA HERRERA

50 años de distancia, el movimiento estudiantil mexicano de 1968 sigue sin esclarecerse totalmente. Una sola pregunta lo confirma: ¿cuántos muertos hubo en realidad el 2 de octubre? A esto, aunemos que entre los mismos actores no hay un consenso en su significado. El modo en como terminó el movimiento ¿fue una derrota total? La bibliografía en torno al tema, entonces, continuará creciendo. Cuatro libros de algunos de los líderes invitan a repasar su historia y a reflexionar sobre el movimiento: Luis González de Alba, Los días y los años (Era, 1971; Cal y Arena, 2018); Raúl Álvarez Garín y Gilberto Guevara Niebla, Pensar el 68 (Cal y Arena, 1988; reimpresión, 2018); Gilberto Guevara Niebla, La libertad nunca se olvida. Memoria del 68 (Cal y Arena, 2004; reimpresión, 2018); y Gilberto Guevara Niebla, 1968: Largo camino a la democracia (Cal y Arena, 2008; reimpresión, 2018). El ya clásico libro de González de Alba y La libertad... de Guevara Niebla se ubican en la parte del repaso histórico. Novela testimonial, Los días y los años destaca porque es el primer libro escrito por una de los protagonistas. Teniendo los juegos temporales como recurso fundamental (comienza cuando los líderes están encarcelados en Lecumberri), González de Alba va elaborando su relación de los hechos. El énfasis que se pone es buscar aclarar por qué las cosas sucedieron del modo en que ocurrieron. Guevara Niebla, en 1968..., evalúa así Los días...: “la virtud del libro de González de Alba reside en su calidad de testimonio personal, aunque nunca profundiza en el análisis político; la recreación literaria hace más atractiva la lectura pero no aumenta su capacidad explicativa”. El sentido literario se encuentra sobre todo en las partes dedicadas a la estancia en Lecumberri. Para corregir esa carencia de “capacidad explicativa” es que Guevara Niebla emprendió la escritura de Memoria del 68. Salvo la introducción,

donde cuenta su detención el 2 de octubre, Guevara Niebla se impone un orden cronológico al presentar los acontecimientos. Si bien su crónica se apoya en los hechos, en su opinión el comienzo del movimiento es incierto: “Tal vez nunca sabremos exactamente el origen del conflicto político de 1968, aunque se asegura que la tormenta surgió a partir de un incidente trivial ocurrido en el centro de la Ciudad de México”. Pero si el origen se pierde, no así los acontecimientos que sucedieron posteriormente. El libro se enriquece con datos como el intento de soborno de líderes estudiantiles del Politécnico para desestabilizar el movimiento usando armas. “Detestaban a sus adversarios del CNH (Consejo Nacional de Huelga), pero de ahí a balacearlos y matarlos había un largo trecho”. Y sí, acaso no pueda precisarse el origen del movimiento, pero eso no significa que no se arriesguen algunas respuestas. En Pensar el 68 podemos encontrar algunas. En principio, por las entrevistas que se ofrecen con Guevara Niebla y Raúl Álvarez Garín el lector se entera de que la participación de los estudiantes en movimientos políticos no comienza en los años sesenta. En realidad, desde principios del siglo XX los estudiantes reivindicaron demandas de su sector pero, a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, con los movimientos ferrocarrilero y campesino se va conformando una conciencia política más radical en ellos. Concebido para celebrar 20 años del movimiento estudiantil, Pensar el 68 parte de que en ese momento se ha convertido en un rompecabezas. Por ello, Hermann Bellinghausen, uno de los coordinadores del libro junto con Hugo Hiriart, titula cortazarianamente a la presentación “68, modelo para armar”. Ahí nos encontramos con dos tipos de personajes: uno, como Guevara Niebla, que en su cuarto en París

tenía tapizada una pared con “un esquema pormenorizado, día por día, del Movimiento Estudiantil mexicano. Cada cuadrito registraba un hecho, es decir, una duda”; otro, como Fernando Hernández Zárate, quien tras ser entrevistado, confesaba: “Ahora por culpa de todos ustedes, me voy a quedar pensando. Hace años que no hablaba de esas cosas”. Y si como precisa Bellinghausen, recordar no es lo mismo que pensar, lo que podemos concluir después de leer el libro es que tanto para las autoridades como para el estudiantado el hecho resultó inédito. Si hubiera habido diálogo, se ha dicho, la matanza en Tlatelolco no hubiera sucedido. Pero parece que ninguno de los bandos estaba capacitado para ello. Escribe Herbert Braun: “Por los testimonios ya sabemos que los estudiantes eran rígidos ante el diálogo, y que no estaban preparados para él. ¿Habrá sido igual la situación del otro lado?” Esta última pregunta resulta ingenua: el gobierno mucho menos sabía dialogar y simplemente ejerció la violencia de acuerdo con la costumbre. Este doloroso choque dinamizó al país y provocó que la modernización política se acelerara. “¿Victoria o derrota?”, se pregunta Roberto Escudero y él responde: “La fuerza represiva del gobierno fue su debilidad política; es en este preciso sentido en el que quiero reafirmar que el movimiento fue una victoria política inobjetable. En el corto y mediano plazo, y no sin tropiezos, la evidencia es transparente; en el largo plazo es el pueblo el que tiene la última palabra, ni más ni menos que la de una democracia efectiva. No creo que de otra manera tenga significado esta historia”. La reforma política, el feminismo, el respeto a las minorías sexuales, la libertad en el vestir son consecuencias del conflicto. Como corolario queda el libro de Guevara Niebla 1968: largo camino a la democracia, donde reflexiona más ampliamente sobre los efectos del movimiento. Se trata de un libro escrito “al margen de los mitos de la izquierda que exageran el significado de 1968; (y de los) mitos de la derecha que descalifican la protesta política de aquel año”.

Entre los actores del movimiento, no hay un consenso sobre su significado y su huella

Imagen tomada de La gráfica del 68. Homenaje al movimiento estudiantil (Grupo Mira)

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SOCIEDAD

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Esta entrevista, realizada en 1998, forma parte del libro Luis González de Alba: un hombre libre, coordinado por Rogelio Villarreal y editado por Tedium Vitae ¿Cuáles fueron sus errores? Un problema nuestro, que sigue siendo un problema en México, fue la negociación. Todos los grupos sociales que tienen un conflicto lo escalan: estoy pidiendo uno y dos, pero en lo que estoy negociando digo, ¡ah, no me acordaba, también tres y cuatro!, y luego vienen cinco y seis. Y los prerrequisitos. Estoy dispuesto a negociar, pero primero sueltas a los presos de tal cárcel. Nosotros hicimos lo mismo, dijimos que queríamos negociar en público y nunca especificamos qué era eso. Fueron dos partes que no sabían negociar. Esencialmente porque en este país nunca se ha negociado nada. El malo debe conceder cien por ciento, y el bueno, cero, porque un solo paso que dé atrás y ya está el clamor: ¡transa, canalla, miserable!

Luis González de Alba

“El 2 de octubre está perfectamente olvidado”

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MYRIAM VIDRIALES Y JUAN CARLOS NÚÑEZ BUSTILLOS FOTOGRAFÍA PAULA ISLAS/ ARCHIVO

ue el único miembro del Consejo Nacional de Huelga que era de Guadalajara. A 30 años de que el Batallón Olimpia lo detuviera en un balcón del edificio Chihuahua, en Tlatelolco, reflexiona sobre cómo el 2 de octubre marcó al país. Nunca recuerda esa tarde. “Estoy en el presente”, dice. Pero las palabras le salen a borbotones. Su conversación es animada y se llena, en los momentos más inesperados, de una risa contagiosa, franca, que esconde al muchacho que hace 30 cayó sobre un reguero de sangre en Tlatelolco y se tocó el cuerpo, pensando que estaba herido.

Risa explosiva, resultado, quizá, de repasar y repasar lo vivido: las marchas, los días en el Consejo Nacional de Huelga, la detención a manos del Batallón Olimpia, las noches en Lecumberri, el exilio en Chile, la fe en el cambio. ¿El movimiento del 68 es realmente un parteaguas en la historia del país? Creo que partir del 68, aunque no como expresión directa, se aceleraron los cambios democráticos. Si comparamos lo que era México en los años sesenta y lo que es ahora, vemos una enorme diferencia. Tenemos partidos auténticos, que compiten realmente por el poder. En los años sesenta tampoco había prensa auténtica. Ahora no solo hay muchos medios, sino que son muy diferentes. Antes todo era una planicie gris.

Ustedes, los dirigentes, ¿tenían como objetivo acelerar la democratización del país? No, todo empezó por una casualidad. Además que se golpeara a la manifestación, hubo otro elemento: que fuera presidente Díaz Ordaz. Cualquier otro presidente de México resuelve el conflicto. Era un problema de demandas elementales. Queremos que les paguen las curaciones a los heridos que golpearon. Que despidan a los jefes de policía responsables y a los granaderos. Eran cosas sencillas. En ningún país hay un conflicto por eso. Se fue complicando porque el presidente era un hombre absolutamente cerrado ante cualquier demanda.

Los últimos movimientos estudiantiles de la UNAM han sido muy de derecha

¿Qué ve en los jóvenes de ahora que le recuerde la fuerza que tenía su generación, o ya no se necesita esa fuerza en este país? No es que no se necesite, pero no la veo. Creo que los padres de los jóvenes actuales los vacunaron, nacieron hartos de estar perseguidos por el 68. Los últimos movimientos estudiantiles de la UNAM han sido muy de derecha. Todas son demandas estrictamente estudiantiles y por ventajas: no queremos examen de admisión, no queremos pagar los veinte centavos que nos cobran porque la Universidad debe ser gratuita. Todo es pedir ventajas: quiero más. ¿Es necesario que una Comisión de la Verdad diga lo que tantas veces se ha dicho? Tienen que encontrarse los detalles. La narración gruesa la sabemos, el Ejército nunca ha negado que llegó a Tlatelolco, nunca ha dicho “no estuvimos”, tampoco ha dicho “no disparamos”. Lo que el Ejército ha dicho es: “nos dispararon primero”. ¿Quién? Ellos dicen: “nos dispararon unos de civil que estaban en el tercer piso del Edificio Chihuahua, por lo tanto, fueron los muchachos”. Excepto el por lo tanto, todo lo demás es cierto: les dispararon unos que estaban de civil y que fueron los primeros en usar las armas. A ese fuego respondió el Ejército. Si a la consigna “2 de octubre no se olvida”, tuviera que agregarle una segunda parte, ¿qué sería? No la usaría, nunca la he usado. Está perfectamente olvidado, se han hecho multitud de demostraciones. Sale alguien con una cámara de televisión a la calle y le pregunta al azar a la gente, ¿qué ocurrió el 2 de octubre? Y responden: “creo que mataron gente, ¿no?”.

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Este es un fragmento del texto publicado el 27 de septiembre de 1998 en el diario Público de Guadalajara. Ofrecemos la versión íntegra en www.milenio.com/ cultura/laberinto


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DE PORTADA

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Han pasado 40 años desde que tomó su primera foto y sigue en su empeño de hacer el atlas humano de la literatura

Daniel Mordzinski

“No cuelgo los guantes”

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ALEJANDRO GARCÍA ABREU FOTOGRAFÍAS DANIEL MORDZINSKI

urante 40 años, Daniel Mordzinski (Buenos Aires, 1960) ha retratado a los habitantes de la República de la Letras. Viajero infatigable, el fotógrafo trabaja en un “ambicioso ‘atlas humano’ de la literatura”. El corresponsal gráfico de El País celebra en 2018 cuatro décadas de la captura de su primera fotografía de un autor —Jorge Luis Borges—. Fotógrafo entre escritores, Mordzinski tiende puentes entre imágenes y palabras, con un gesto de camaradería infinita. En esta entrevista, conversa sobre el oficio de fotógrafo y los letraheridos, aborda la complicidad creativa y la pasión por su trabajo, y pondera la obra de Gisèle Freund y Henri Cartier–Bresson. ¿Cómo suelen recibir los escritores tus propuestas estéticas y simbólicas en cada fotografía? Soy totalmente intuitivo, improvisador, juguetón, divertido, travieso. Una fotografía de una persona tiene mucho del retratado. En mi caso, procuro que tengan mucho de sus universos literarios y claramente algo de mí, porque si no serían fotomatones, fotografías de pasaporte. Si algo me he ganado en estos 40 años retratando la literatura es el respeto de los escritores. Ellos saben que nunca los voy a traicionar. Estamos en el mismo bando, no hago trampa. En las puestas en escena que propongo es muy difícil que un escritor le diga que no a un lector y yo soy un gran lector. Tengo pequeños

truquitos para cuando veo que se la están pensando demasiado. Les he dicho “como el personaje de tu último libro”. Recuerdo que cuando acompañé a Vargas Llosa a Estocolmo para recibir el Nobel había escuchado que iba a llegar alguien de la Fundación para ayudarle a vestirse y entonces le dije a Mario: “Me encantaría estar en el cuarto mientras te estás vistiendo”. Me dijo: “Estás loco, Daniel. ¿Cómo vas a estar ahí?”. Le contesté a Mario: “Como se admira a un torero”. Cuando sabes los gustos de los escritores —a Vargas Llosa le encanta la tauromaquia—, es el argumento decisivo. Luego la foto que le hice dentro de la cama leyendo con una vela es una evocación de El pez en el agua. Yo recordaba que narró que cuando era chico se quedaba por las noches leyendo, pasaba su madre y decía: “Mario, apaga la luz”. Y qué hacía Mario: se metía abajo de las sábanas y seguía leyendo con una linternita. La producción no dio para una linternita pero se consiguió una vela e hicimos esa foto.

Arriba: Gabriel García Márquez en su casa de Cartagena de Indias, 2010. Abajo: Jorge Luis Borges en Buenos Aires, 1978.

“La técnica sin sentimiento, sin pasión, sin humildad, no sirve para nada”.

¿Qué opinas del trabajo de Gisèle Freund, cuya colección de retratos la incluye en la categoría de “fotógrafa entre escritores”? Para empezar, la retraté. Mi retrato con Gisèle Freund fue evidentemente fruto de una admiración. Fue como pedirle a Messi: “¿Te puedo hacer una foto?”. Yo no me retrato, en general, con escritores. Prefiero estar en la esencia. Me encan-


DE PORTADA

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ta que se reconozca una fotografía mía sin leer el pie de foto y no necesito aparecer en ella. A Gisèle Freund y a mí nos unen un montón de cosas, como una especie de barco común. Procedemos de familias de origen judío. Ella escapó de la Shoah y yo de la dictadura militar argentina —proporción guardada—. Hay historias cruzadas comunes y que en mi caso alimentan aún más mi admiración. Sobre todo en la época en la que ella retrató a los grandes cuando eran jóvenes. Quiero decir que un grande cuando todavía no lo es tiene un valor suplementario. Los jóvenes que fotografío van a ser los Carlos Fuentes, los García Márquez, los Vargas Llosa de mañana. Entonces estaré aún más orgulloso de haber apostado por esos jóvenes. ¿Cómo percibes la obra de Henri Cartier–Bresson, otro “fotógrafo entre escritores”? Todo lo hizo bien. Fue un especialista en todo. También lo quise retratar. Nunca lo había contado. Me acerqué simplemente con educación y tal vez no supe encontrar las palabras justas. Siempre es difícil decirle a un desconocido cuánto lo admiras y cuánto le quieres y cuánto han contado sus imágenes en las tuyas. Tal vez no supe decirlo. En todo caso le pedí hacer una foto y no aceptó. Hubo desilusión porque una persona que se pasa la vida pidiéndoles a los otros que se dejen fotografiar creo que podría aceptar. Aunque no te guste, como a mí. Yo no tengo ningún placer especial en salir en las fotos. Pero cómo me voy a negar a fotografiarme por un colega. Cuando te pasas la vida jorobando a los otros, lo mínimo es aceptar también, pero no juzgo. Tal vez no era un buen momento, pudo ser un mal día: todos los tenemos. En todo caso, no pude conservar una imagen de él y lo cuento porque sí lo logré con Gisèle Freund. En Y Pasavento ya no estaba, Enrique Vila–Matas recuerda que fotografiaste a Borges con una Nikkormat que pertenecía a tu padre. ¿Cuáles son tus cámaras fotográficas predilectas? No le doy gran importancia. Me acuerdo de que cuando era chico había una gran fascinación por los coches. Yo nunca me supe la marca de los coches. Para mí eran cajas de metal con cuatro ruedas que nos permitirían movernos de un punto a otro. En el caso de las cámaras es importante el dominio de la técnica, pero no hay que ser esclavo de ella. La técnica sin sentimiento, sin pasión, sin humildad, no sirve para nada. Hice mis primeras fotos con la vieja Nikkormat de mi padre, como dice en el homenaje el gran Enrique Vila–Matas. Seguramente conoces la foto en la que se está abriendo el abrigo y adentro están los vilamatitas. Me encanta esa fotografía. Es muy acertada en el contexto de la obra vilamatiana. Tuve que preparar las fotos y colgarlas en el interior del abrigo. Convengamos que tiene mucho que ver con él, con la mise en abyme. Una vez en París, con Paula de Parma, me contó algo que me pareció tan tierno y que es el más grande piropo que me pueden hacer de una fotografía. Me dijo: “Esa foto es la preferida de mi mamá”. Pensé: “¡La consagración total!”.

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¿Cómo recuerdas el encuentro con Borges, el primer escritor que fotografiaste, la “letra Aleph” de tu cartografía literaria? Estoy escribiendo no para publicar sino para no olvidar. Sabes cómo son los cajones de la memoria. Se van perdiendo cosas o no recuerdas en cuál cajón las has guardado. Soy afortunado por la gente que conozco, por el lugar que me dan en sus vidas, por la intimidad que puedo penetrar. Hay historias que me ha tocado vivir y que puedo compartir con otros letraheridos. Entonces es para no olvidar. En este ejercicio de rescribir tu propia vida vienen recuerdos, aparecen en los sueños y seguramente a veces los completas inventándolos. En el caso de Borges, recuerdo con una gran nitidez que yo estaba estudiando en el Colegio Nacional 17. Tenía una profesora de Literatura. Era muy generosa y dictaba cursos de cine, de fotografía y de literatura extracurriculares y gratuitamente. Me enseñó a leer y me enseñó a mirar. Cuando terminé el colegio secundario me inscribí en la Escuela Panamericana de Arte. Ahí conocí a mi profesor favorito, Ricardo Wullicher, que había tenido éxito con la cinta Quebracho. Un día después del curso me dijo que le gustaría que yo estuviese presente en un nuevo rodaje. Me dieron cita en la Biblioteca Nacional y cuando entré a la gran sala vi al poeta ciego sentado. Como era mi primer día de rodaje evidentemente estaba muy atento porque iba a aprender, no quería que pareciera que me aprovechaba de mi trabajo para hacer fotos. Entonces esperé un intervalo. Me acerqué y me presenté. A Borges le gustó que lo hiciera, seguramente porque, al ser ciego, podría haber hecho fotos sin consultarle. Le dije mi nombre, que estaba trabajando en la película y que no tenía cámara pero que mi papá me había prestado la suya y que quería hacerle unas fotos. Seguramente mi voz, que temblaba, llamó su atención. Me volvió a preguntar mi nombre, lo repetí y ahí, tras un silencio, le comenté que lo había leído y que me gustaban mucho sus cuentos y poemas. Entonces Borges me buscó con la mirada sin mirarme, me tomó del brazo y me preguntó: “Joven, ¿qué le gusta de mis cuentos?”. Te imaginas: yo tenía 18 años. Intenté estar a la altura de semejante pregunta. Esa tarde no solamente hice mis primeros retratos de un escritor, sino que aprendí cosas esenciales de la literatura, la fotografía y el cine, y una de ellas es que la humildad es un rasgo fundamental del artista. Y eso no lo olvido 40 años después. Borges fue el primero. Luego han venido muchísimos más con los que procuro conservar esa pequeña torpeza fresca del jovencito. A pesar de que le puedes tener mucho respeto a una persona, respiras hondo, te acercas, pides la debida autorización y guardas instantes de vida. A veces me cuestiono: “¿Qué haces, Daniel? ¿Por qué no cuelgas los guantes? Llevas 40 años retratando la literatura en una suerte de mito de Sísifo imposible”. Cuanto más subo la montaña más me caigo. Cuanto más retrato escritores más me faltan por fotografiar y me doy cuenta de lo maravilloso que es vivir, porque en el fondo no lo resumo a una cifra, no se trata de retratarlos a todos —no es una guía telefónica—, sino de disfrutar y hacer disfrutar en cada uno de mis encuentros, de pasar un momento divertido, de aprender del otro. Lo que estaba arrinconado en esas 18 velitas cuando fotografié a Borges sigue vivo en mí. Por eso no cuelgo los guantes.

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EN LIBRERÍAS

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LOS PAISAJES INVISIBLES

RESEÑA

Joyce y el copy–paste IVÁN RÍOS GASCÓN

@IvanRiosGascon

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A la memoria de Tomás Mojarro Villarreal

n su imponente ensayo La novela múltiple, Adam Thirlwell rememora lo que Nabokov comentó en una de sus clases sobre Ulises, para explicar el recurso del lenguaje como alegoría del flujo de conciencia: “Este libro es un mundo nuevo inventado por Joyce. En este mundo, la gente piensa mediante palabras y frases. Básicamente, sus asociaciones mentales están dictadas por las necesidades estructurales del libro, por los propósitos y planes artísticos del autor”. Thirlwell coincide parcialmente con Nabokov. Su divergencia radica en que el ruso malinterpretó el método de trabajo detrás de Ulises: escritura, reescritura, remiendos, agregados, copia, remiendos, agregados. Thirlwell está convencido de que Joyce tenía muy claro que la conciencia carece de originalidad, y dice: “La mente es un álbum de recortes, una maleta. Todo el mundo tiene su propio estilo de segunda mano”. Ezra Pound escribió en el Mercure de France que al omitir las comillas, Joyce convertía el monólogo interior en discurso interior. Adam Thirlwell advierte, entonces, que la obra es una evolución del novelístico arte del collage. Ulises se creó así: Joyce escribía un primer borrador de capítulo y después le añadía las notas que apuntaba en pequeñas libretas que traía en la bolsa del chaleco (no todo era importante, algunas cosas eran puro relleno). Luego pasaba en limpio el borrador final y lo remitía al mecanógrafo, quien hacía tres copias (un original y dos en papel carbón). Joyce aumentaba y corregía una o dos de estas transcripciones, y después enviaba la versión que más le satisfacía a Ezra Pound, quien despachaba el texto a Little Review y Egoiste, y a otras revistas en Estados Unidos. Lo mismo sucedió cuando Ulises consiguió editor y se hizo libro: Joyce recibía tres juegos de galeras. Aumentaba y corregía una sola copia. Dicha versión volvía triplicada a sus manos y vuelta a empezar. Copiaba de sí mismo, pegaba y corregía. Copiaba, pegaba y corregía (sobre esto, Thirlwell da un ejemplo: la abeja ubicua y su picadura eterna en el pellejo de Leopold Bloom). La travesía joyceana es una espiral ascendente y descendente, una marcha hacia delante y hacia atrás, a ratos curvilínea, a ratos circular, pero viaje al fin sin destino alguno, como suelen ser los días si no hay sorpresas, sean geniales o desastrosas, días que pueden olvidarse o borrarse a voluntad, y quizá es por eso que en estos tiempos aburridos proliferan los detractores del Ulises como obra maestra del siglo XX aunque en el largo trance de su escritura, lo único que el irlandés buscaba era la perfección a costa de lo que fuera y por eso recortó, copió y pegó para exaltar ese novelesco jueves 16 de junio: “Me parece bien pasar a la posteridad como un hombre de tijeras y pegamento. Es una descripción dura, pero no injusta”, confesó Joyce a George Antheil.

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La reedición de Nahui Olin. La mujer del sol, de Adriana Malvido, conmemora 40 años de la muerte de la artista.

Una llama que no puede apagarse

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LAURA CORTÉS IMAGEN DR. ATL/ COLECCIÓN BLAISTEN

ahui Olin tenía la certeza de que su muerte no terminaría con su extraordinaria vida: “Los gusanos no me darán fin… Naceré de nuevo, de nuevo ya para no morir”, escribió segura de su destino. En la década de 1920, Carmen Mondragón Valseca (1895-1978) era la mujer más hermosa de la Ciudad de México. Era más que eso. Bautizada como Nahui Olin por su amante, el Dr. Atl, escribía poesía, pintaba, componía música, modelaba y poseía una inteligencia deslumbrante. A pesar de su prodigiosa personalidad, murió en la miseria en la misma ciudad que iluminó con sus rabiosos ojos verdes. Motivada por la pequeñez de una sociedad que, incapaz de entenderla, optó por desdeñarla, Nahui Olin fue cayendo en el olvido. La fuerza del personaje se ha impuesto a la condena. A 40 años de su muerte se puede afirmar que Nahui Olin está más viva que nunca. El Museo Nacional de Arte presenta una magna exposición, se ha rodado una película sobre su vida, su obra artística es objeto de investigaciones y empieza a convertirse en una figura de culto. En este contexto aparece la reedición de un libro imprescindible para dimensionar al personaje: Nahui Olin. La mujer del sol, de Adriana Malvido. Editada por Circe, la obra publicada por primera vez en 1993 recrea de manera fascinante la niñez, la plenitud y el ocaso de Carmen Mondragón.

Hasta los años noventa Nahui Olin era solo conocida a través de sus referentes masculinos: hija del general Mondragón, esposa de Manuel Rodríguez Lozano, amante del Dr. Atl, musa de Diego Rivera y modelo de Edward Weston. Malvido se propuso darle voz: removió escombros, desempolvó documentos, entrevistó a familiares, coleccionistas e historiadores. De manera casi febril reunió las piezas que ahora permiten estimar la magnitud de una de las mujeres más apasionantes de principios de la centuria pasada. La reedición incluye fotografías inéditas que junto con las antes publicadas revelan a una mujer de apabullante belleza. Su relación con el Dr. Atl, una de las etapas más fascinantes (y tal vez la más conocida), es rescatada en la obra de Malvido. La pareja viviría un romance de dimensiones comparables al de Romeo y Julieta o Tristán e Isolda. Las cartas y textos compilados enseñan la intensidad de una pasión que en ambos alentaba la creatividad artística. Nahui Olin no muestra un ápice de inseguridad. Se sabe hermosa y así lo escribe a su amante: “porque sé que mi belleza es superior a todas las bellezas que tú pudieras encontrar”. La belleza de esta mujer quedó eternizada en pinturas del Dr. Atl, en el mural La creación de Diego Rivera, en las deslumbrantes imágenes de Edward Weston y en los desnudos que fotografió Antonio Garduño.

Adriana Malvido se sumerge en las profundidades de su influencia en el ámbito artístico y recrea una de las épocas de mayor efervescencia de la historia cultural de México. Por el libro desfilan creadores como Manuel Rodríguez Lozano, Antonieta Rivas Mercado, Diego Rivera, Tina Modotti, Lupe Marín, Pablo O’Higgins, cuyas historias se entrecruzan en algún momento con la de Nahui Olin. El restaurador de arte Tomás Zurián, escribe Malvido, es quien, “sin haberla visto, mejor la conoce”. Zurián sostiene que “ella entiende, aporta y nutre a su época de un sentido de libertad entonces inconcebible. Es una verdadera feminista… con potencial propio”. Su mayor contribución, según lo muestra Adriana Malvido, fue la plenitud con la que vivió sin importarle los juicios de sus contemporáneos. “¡Qué me importan las leyes, la sociedad, si dentro de mí hay un reino donde yo sola soy!”, escribió Nahui Olin en completa coherencia con su vida. A partir de los años cuarenta, Nahui se refugió en el centro de la Ciudad de México, deambulaba por la Alameda hechizada por su propio universo compuesto por gatos, recuerdos y su amante: el sol. La leyenda, escribe Malvido, la ubicó en la locura; los testimonios orales supieron colocarla en la inteligencia. Nahui Olin murió en 1975. No obstante, gracias a investigaciones como la realizada por Adriana Malvido ha renacido para “no morir jamás”.

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NARRATIVA, ENSAYO Estas ruinas que ves

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EN LIBRERÍAS

16 DE JUNIO 2018

Los relámpagos de agosto

A FUEGO LENTO A la sombra del ángel

Pablo Soler Frost Europa y los faunos

La vuelta de Dionisos Jorge Ibargüengoitia Joaquín Mortiz México, 2018 173 páginas

Jorge Ibargüengoitia Joaquín Mortiz México, 2018 133 páginas

Kathryn S. Blair Planeta México, 2018 680 páginas

Para celebrar los 90 años del nacimiento de uno de los grandes narradores mexicanos de la segunda mitad del siglo XX, Planeta ha reeditado su obra total, y diseñado nuevas portadas, con el auxilio de su viuda, Joy Laville. En esta novela, el temperamento irónico de Ibargüengoitia se concentra en un “intelectual de pueblo” que regresa como maestro a su tierra natal, Cuévano. El retrato de la vida cotidiana es tan hilarante que la realidad parece extraída de un espejo deformante.

Esta novela, una de las más celebradas por la crítica y los lectores, se ofrece como las memorias del general Arroyo, un personaje ficticio pero inspirado en todos aquellos hombres que traicionaron el fuego inicial de la Revolución mexicana. Lo que se presenta como democracia no es sino la oportunidad para sacar ventaja personal y lo que alguna vez fue un ideal se ha convertido en desvergüenza. Aquí está Ibargüengoitia en su estado puro, armado hasta los dientes.

Esposa del hijo único de Antonieta Rivas Mercado, Donald Antonio, la autora se decidió a investigar la fascinante vida de su suegra y aquí está su biografía novelada. Si fue una mujer adelantada a su tiempo, se debió a que su padre, el arquitecto Antonio Rivas Mercado, alentó su educación. Xavier Villaurrutia admiraba que hubiera leído a los autores con los que él y sus amigos se habían formado. Su relación con José Vasconcelos detonó su suicidio.

La mujer en la ventana

La habitación en llamas

Huellas que regresan

A. J. Finn Grijalbo México, 2018 536 páginas

Michael Connelly Alianza de novelas México, 2017 400 páginas

Ricardo Forster Akal México, 2018 478 páginas

Con el seudónimo de A. J. Finn el editor Dan Mallory debuta como escritor. Se trata de una novela de suspenso, que desde el título insinúa la presencia de Alfred Hitchcock. La protagonista es una psicóloga infantil, amante del cine en blanco y negro, que se ha alejado del mundo porque padece agorafobia; vive separada de su esposo y su hija. Su contacto con la gente es a través de la computadora y de su ventana, desde la cual se transformará en un testigo indiscreto.

Nueva entrega protagonizada por el detective Harry Bosch. Como detalle curioso, se menciona su nombre verdadero. Lo dice Teresa Corazón, la jefe de forenses con quien Bosch tuvo un affair. ¿En cuántos de los libros que protagoniza lo mencionan? En esta novela el detective tiene que investigar un asesinato que fue provocado por una bala disparada diez años atrás. Él y su nueva compañera, la inexperta Lucía Soto, además se involucrarán en otro caso veinte años más antiguo.

Este ensayo, que avanza por múltiples caminos, rinde tributo a la memoria, los viajes, la naturaleza, la infancia y los libros. Tiene, en varios sentidos, mucho de autobiográfico. Forster está convencido de que los recuerdos personales pueden convivir con las herencias intelectuales y con ciertas tradiciones para obtener así un motivo de inspiración. El acto de la lectura debe sus mejores momentos a la nostalgia tanto como a autores que fueron marcando el rumbo de la vida.

ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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a novela de aventuras parece, al menos en México, un género en extinción. Esa aberración que es la narconovela y el thriller policiaco inspirado en la nota roja no hacen prosperar a otras especies. Tienen, como la realidad de donde provienen, voluntad de exterminio. Porque exhibe su anormalidad, y por otra buena cantidad de razones, hay que festejar la aparición de Europa y los faunos. Sabe oponerse a las modas. Son variadas las peripecias que depara y aún más los recursos de los que se vale para encumbrar a dos personajes —judíos daneses, sobrevivientes, huérfanos— que dejan Europa y se instalan en México al término de la Segunda Guerra Mundial. Y profusas son las líneas que tiende el menor de ellos, David Cristian Baltasar, quien termina por imponer su figura a través de su descendencia. De modo que Europa y los faunos es la novela de una familia, tan extravagante como tocada por la desgracia. Soler Frost es capaz de condensar largos periodos de tiempo y de dilatar a su vez una breve temporada. Maneja con talento parejo la lentitud y la velocidad: la atención en el detalle y el zarpazo para ilustrar los grandes hechos en unas pocas frases. Estos cambios de ritmo serían impensables sin una conciencia obsesiva del lenguaje. Soler Frost es un estilo y ese estilo mueve al goce y a la reflexión: al goce porque rinde tributo a la sensibilidad de las bestias fabulosas que un día produjo la imaginación clásica, y a la reflexión porque está poblado de referencias, de guiños a la tradición literaria, musical, teatral, pictórica. Está entonces la biografía de una familia cuyos orígenes se remontan a Dinamarca y a la que seguimos por tres generaciones, pero está asimismo la visión del amor en muchas de sus formas. Casi la mitad de Europa y los faunos pertenece al nieto de aquel danés que escapó de la furia nazi y levantó un imperio filatélico en la Ciudad de México. También se llama David, se ha marchado a Copenhague y no se siente atraído por las mujeres. Desea el cuerpo masculino tanto como al teatro. En este punto, la novela toma la apariencia de un escenario donde se representarán Las bacantes de Eurípides… y se lanza contra toda norma, disolviendo los géneros, armando una fiesta dionisiaca. Reconocemos de esta manera la vida en su versión extática y nos entregamos a la gran literatura.

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CINE

16 DE JUNIO 2018

RESEÑA

ENTREVISTA

Relatos de película ANDREA SERDIO

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reparada por José Antonio Molina Foix y publicada por Siruela, Historias de cine es una antología de textos que han dado lugar a grandes películas. Ordenada cronológicamente, comienza con dos relatos cortos de Ryūnosuke Akutagawa, el escritor japonés más brillante de las primeras décadas del siglo XX, que Akira Kurosawa retoma y transforma en una suma de pasiones humanas en su obra maestra de 1950: Rashomon. Cada una de las historias va precedida de una introducción en la que Molina Foix comenta brevemente el texto y su versión cinematográfica. Habla, por ejemplo, de “La casa Tellier”, de Guy de Maupassant, y de la manera como fue abordada, con otros dos relatos de Maupassant, en Le plaisir, el tríptico del alemán Max Ophüls “sobre el carácter efímero de la vida” y la pérdida de la inocencia, de la juventud, de la pasión. “La cabaña entre las cañas esparcidas” es un cuento fantástico de Ueda Akinari, quien nació en Osaka en 1734, murió en Kyoto en 1809 y es sin duda la figura más prominente de la literatura japonesa en el siglo XVIII. Kenji Mizoguchi toma éste y otro relato de Akinari —“La impura pasión de una serpiente”— para su película Cuentos de la luna pálida, prodigiosa “fábula moral sobre las funestas consecuencias de la ambición”. La antología también incluye los relatos “Miedo”, de Stefan Zweig, que inspiró La paura, película de Roberto Rossellini protagonizada por su entonces esposa Ingrid Bergman; “El idilio de Miss Sarah Brown”, de Damon Runyon, en el que se basó Joseph L. Mankiewicz para Ellos y ellas; y “Testigo de cargo”, el drama judicial de Agatha Christie que dio origen a la película del mismo título dirigida por Billy Wilder. El relato “El hombre que mató a Liberty Valance”, de Dorothy M. Johnson, fue llevado al cine en 1962 por John Ford; “Los pájaros”, de Daphne du Maurier, se convirtió en la homónima obra maestra de Alfred Hitchcock; “Una historia inmortal”, de Isak Dinesen, fue retomada, con el mismo título, por Orson Welles en 1968. La antología se completa con “La sumisa”, de Dostoievski, filmada por Robert Bresson en 1969, y “Los muertos”, de James Joyce, que John Huston, con 80 años y una salud endeble, dirigió con el título de Dublineses en 1987. Protagonizada por su hija Anjelica, fue su última película y es una reflexión sobre el amor y el paso del tiempo en medio de una fiesta, de bailes y poemas gaélicos del siglo XVIII. Historias de cine. Relatos que inspiraron grandes películas es una brújula para guiarse por los caminos en los que se cruzan la literatura y el cine.

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Collage del documental Sin dios y sin diablo. Jaime Sabines y sus lectores.

Claudio Isaac

“Sabines nunca se creyó un ser superior”

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HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com FOTOGRAFÍA MONSTRO FILMS

i algo mantiene viva a la poesía de Jaime Sabines es el arraigo entre sus seguidores. En su documental Sin dios y sin diablo. Jaime Sabines y sus lectores, el cineasta Claudio Isaac pasa el micrófono a quien ha encontrado refugio en los versos del poeta chiapaneco. Los testimonios son variopintos y en conjunto muestran la vitalidad de la obra de un autor a quien todavía algunos califican como un poeta menor. ¿Por qué dedicarle un documental a Jaime Sabines? Como lector tengo una deuda con Sabines; me marcó en mi primera juventud. A los 23 años tuve la oportunidad de hacer un documental con él; fue el primero de una serie que incluye 40 títulos. A partir de entonces surgió una amistad entrañable al punto de que él coprodujo mi segundo largometraje de ficción. Por otro lado, me parecía interesante dar la palabra a los lectores y en esta idea ninguna otra figura literaria mexicana resistía como Jaime Sabines, dada su accesibilidad. A pesar de que para sus críticos su popularidad es una debilidad. Me parece un prejuicio absurdo y tonto. Parte de la riqueza de nuestra herencia literaria se debe a que existen Sabines y Paz. Siempre me ha parecido sospechoso descalificar a alguien por popular. Como Pessoa, Sabines

supo cristalizar sus conflictos de una manera clara y transparente. Fue un hombre profundamente anti intelectual porque desdeñaba la pedantería y la arrogancia. En ciertos terrenos, el documental busca reivindicarlo. Aunque su lectura también se reduce a “Los amorosos”, que por mucho no es su mejor poema. No es un mal poema, pero tienes razón: no es el mejor. Ahí plasma un alma vieja expresándose con inquietudes juveniles. Podrá ser un poeta desigual, pero creo que esto responde al saldo de escribir poemas terribles sobre la muerte y el desgarro. Cuando rebasó los 50 años hizo una especie de pacto fáustico. Dejó de empeñarse en la grandeza de la obra, para ser un hombre feliz. En una entrevista me lo confesó. Viene al caso citar a José Emilio Pacheco: “Sabines erra con alguna frecuencia, pero cuando acierta nadie lo alcanza”. ¿Le pesaba que su poema más famoso fuera “Los amorosos”? No, él tenía sus obras favoritas y no era autocomplaciente. En lo privado era muy humilde, pero sin dejar de

“Homero Aridjis habló de los celos que sentía Paz de la popularidad de Sabines”.

tener la autoconciencia de sus alcances. En ese sentido, era una persona segura. Es de la cepa de Álvarez Bravo o Juan Rulfo: nunca se creyó un ser superior. ¿Su faceta priista le jugó en contra? Yo diría lo contrario. Pese a su priismo, la gente lo quiere. Una vez Homero Aridjis habló de los celos que sentía Paz de la popularidad de Sabines. La diputación y su trayectoria política obedecen a su origen libanés y sus códigos. Una vez muerto el patriarca, el hermano mayor es quien manda. Juan Sabines tuvo a Jaime como empleado, y en ese sentido se lo llevó para que lo apoyara en su carrera política. No es justificación, pero sí es necesario poner las cosas en contexto. En la película privilegia el lado vital de la poesía. Los testimonios de los lectores más que explicar son casi confesionales. Creo que la poesía se ha sobre racionalizado. A mí me gusta entenderla como algo más que un juego de palabras. Es una experiencia vivencial que involucra el sentimiento y las vísceras, por eso es afín a la música. Alguna vez, platicando con Octavio Paz, traté de sacarle su opinión acerca de Sabines. Reconoció que si bien era un poeta de un registro limitado y capaz de tocar una sola cuerda, era el amo y señor de esa cuerda. A veces con eso tienes para pasar a la historia literaria..

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ESCENARIOS

16 DE JUNIO 2018

DANZA

VIBRACIONES

Doble tour a contracorriente

Mi perfecta canción de amor

ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA ERIK SAWAYA

HUGO ROCA JOGLAR

@hugorocajoglar

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ecuerdo las clases de ballet de hace ya algunos años en el estudio de la bailarina Olga Rodríguez. El mismo estudio en el que conocí, escuché y aprendí del genial Philip Beamish, recientemente fallecido. Un espacio pequeño acondicionado en la sala de una casa cuya distribución y tamaño no siempre eran óptimos para la ejecución de clases profesionales de danza clásica, pero tanto Philip como Olga solían repetir, a modo de reivindicación de nuestro salón: “Piensen en los hermanos Hernández, ellos no tuvieron ni este salón y miren dónde bailan hoy”. La frase por supuesto hacía referencia a Isaac y Esteban Hernández, los dos hermanos de Zapopan, cuyo padre, quien fuera bailarín y maestro, les impartió sus primeras lecciones de ballet en el patio de su casa con unas barras improvisadas, desafiando las múltiples adversidades que implica la decisión de convertirse en bailarín, en un país como México. El mérito no es menor, sino más bien inspirador, aunque no en el sentido en que se ha orientado, en distintos medios de comunicación y espacios oficiales, durante los últimos días el significado del esfuerzo de estos bailarines. Por ello traigo a la memoria aquella frase de mis maestros y resalto la dificultad sorteada por estos bailarines: haber decidido, contra todo pronóstico, dedicarse a una

Isaac Hernández, Premio Benois de la Danse.

profesión marcada en el imaginario de una sociedad conservadora como una actividad esencialmente para mujeres o que feminiza (con toda la controversia que esto conlleva); haber iniciado su desarrollo profesional fuera de las instituciones “formales”, públicas o privadas, dedicadas a la formación de bailarines y que año con año reportan peores condiciones para su misión, además de ser profundamente excluyentes al no contar con las herramientas suficientes para ofrecer una matrícula amplia por lo que la marginación es la constante de aquellos y aquellas que desean dedicarse a esta profesión. Otra dificultad enfrentada por los hermanos Hernández fue la de haber consolidado su perfil profesional en Jalisco, pues la centralización de las actividades artísticas es extremadamente marcada y eso se traduce en la migración de casi la totalidad de los niños y jóvenes que desean consolidarse como artistas, ya no a los centros urbanos sino a la Ciudad de México. Fuera de ella, las opciones y posibilidades son pocas; se requiere agrietar un muro para lograrlo. Hace unos días le otorgaron a Isaac

Isaac Hernández no es fruto de un sistema cultural ocupado en formar artistas

Hernández el Premio Benois de la Danse como mejor bailarín por su ejecución del rol de Basilio en la obra Don Quijote. El Premio es el máximo reconocimiento existente en el mundo de la danza clásica, pero deberíamos ser muy cuidadosos en torno a la euforia desatada a partir de su anuncio. En casi todos los medios de comunicación y redes sociales se ha hablado del bailarín “orgullosamente mexicano”, incluso en programas de espectáculos se proyectó su persona y funcionarios públicos de todos los niveles se refirieron a él como ejemplo e inspiración. Sin duda el reconocimiento para Isaac Hernández es por demás plausible pero, como he planteado en estas líneas, el mérito de haber agrietado un sistema completamente indiferente al mundo de la cultura es de él, de nadie más. Isaac Hernández representa la excepción, no es fruto de un sistema cultural ocupado en formar artistas y público que reconozca su trabajo. México no fue el escenario que catapultó su desarrollo artístico y no fueron sus teatros y foros quienes le abrieron las puertas sino hasta su regreso, cuando a contracorriente se había consolidado como primer bailarín del English National Ballet. Con cada saut de basque, doble tour y piruette ha logrado sortear un muro para “que los jóvenes sepan que se puede vivir una vida digna a través de las artes”. Atendamos su mensaje.

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a incertidumbre nos condena a la angustia. Los que nacimos después de 1985 buscamos destruir cualquier legado de la generación anterior. Nada que perteneció a nuestras madres y padres nos representa: ni una oficina, ni un anillo. Es ambiental la música que mejor expresa nuestra incierta poética. Música increada. Música sin acontecimientos (evidentes) en donde nada se mueve. Atmósferas tan cerradas en sí mismas que resultan asfixiantes. La melodía está partida en células que vagan por el espacio sonoro. Vagar es la palabra: son trayectos sin rumbo. Van y vienen en repetición obsesiva. Suenan unas encima de las otras, unas al lado de las otras. Se colisionan, se destruyen, se aparean y se distancian. Sus relaciones acontecen desde una dinámica decadente: tienden hacia la disolución y el abandono. No es posible el silencio. Lo que hay es confusión y quietud. Vanidad y apatía. El sonido reducido a la suavidad, a la nada y al vacío. Y de eso surge un nuevo parámetro: la respiración. No hay timbre ni altura, solo una respiración demasiado débil y demasiado lenta como para transmitir la sensación de vida. Del último año de música nueva, elijo la pieza de ocho minutos “Undoing a Luciferian Towers” del colectivo canadiense Godspeed You! Black Emperor, en donde la persistencia de las percusiones dota al ambiente de cierto sentido de rumbo que, poco a poco, al no variar, al mantenerse siempre igual, produce la idea de estancamiento y fragilidad mientras todo es descontrol a su alrededor. De pronto, el tema de doce notas que ha ido y venido (a través del sintetizador) desprovisto de voluntad se enuncia hacia el final con firmeza. Es un tema vertiginoso, casi bailable; un baile abstracto: tristes sensaciones, ideas trágicas e increados impulsos nerviosos de ansia bailan entre ellos desprendidos del cuerpo y desaparecen sin voz ni movimiento. Yo, que estoy roto, elijo esta música sin acontecimientos (evidentes) como mi perfecta canción de amor.

Del último año de música nueva, elijo la pieza de ocho minutos “Undoing a Luciferian Towers”

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El colectivo canadiense Godspeed You! Black Emperor.


DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO, IVÁN RÍOS GASCÓN ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

LABERINTO

16 DE JUNIO 2018

http:// www.milenio.com/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLAberinto

TOSCANADAS

Otro subquijote DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

Y

a he escrito mi enojo por la existencia de malediciones del Quijote. Ahí está la de Pérez Reverte, auspiciada por la propia RAE, en la que recortan buena parte de la novela pues la dirigen a los jóvenes y piensan que los jóvenes son tarados; también está la edición de Andrés Trapiello, que la traduce a un supuesto lenguaje actual, pues explica que la novela de Cervantes fue escrita en una “lengua muerta”. Ahora aparece Enrique Suárez Figaredo, otro amoroso especialista en la obra del caballero andante. Él decide “aligerar” la novela, contando solo las anécdotas de don Quijote y Sancho Panza y deshaciéndose de las otras historias que “distraen al lector del hilo conductor principal”. Con lenguaje de mercader, señala que esta edición ofrece al lector “un camino fácil por donde llegar al producto principal” y

CERVANTINO

Enrique Suárez Figaredo ha publicado una versión novedosa del Quijote.

pretende “ser el texto-puente con que los más perezosos lectores accedan al conocimiento de esta gran obra de la literatura universal”. Por si fuera poco, a su texto recortado y meneado le llama “un Quijote totalmente novedoso y único”. Y, como no queriendo la cosa, acaba por desacreditar la propia obra maestra, calificándola de farragosa, para finalmente asegurar que su versión se lee con placer, mientras que la de Cervantes puede ser un sacrificio. Si Pérez Reverte, Trapiello y Suárez Figaredo se enamoraron del Quijote tal cual lo escribió Cervantes han de pensar que eso se debe a sus mentes privilegiadas; en cambio para los lectores que no están a su altura hace falta digerir, cercenar, simplificar y estupidizar el libro. Pero en una de ésas tienen razón y en verdad los lectores contemporáneos son unos huevonazos sin imaginación. No aguantan el picante

mental y hay que darles literatura tex-mex, diluida, directa, dulzona, ausente de metáforas y de ironía. Literatura en blanco y negro, plana, sin matices. Literatura sin retos intelectuales o emocionales. Ahí está la infame Biblia en lenguaje contemporáneo, cuyos traductores cometen más pecados poéticos que Trapiello, y sin duda irán al infierno. ¿Pero para qué me voy tan lejos? Ahí está la gran parte de la literatura contemporánea, escrita al modo y gusto de esos seres a los que la televisión les entra tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante á derretirles los sesos, si algunos tuvieran. Cervantes calificó a su lector de “desocupado”, con un toque de ironía que invita a la lectura; pero Suárez Figaredo le llama “perezoso”. Hay que tener muy poco amor propio para dejarse insultar y seguir leyendo.

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CAFÉ MADRID

Diario Vivo VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA DIARIOVIVO.ES

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l nuevo periódico que llama la atención en Madrid no tiene como soporte el papel, la web o las ondas electromagnéticas. Se edita solo cuatro veces al año y desparrama sus historias sobre un escenario teatral. El público llega a él —y no al revés— dispuesto a emocionarse con lo que le cuenten sobre las tablas y sin rechistar ante la prohibición de sacar fotografías o grabar. Sabe, de antemano, que se trata de un diario efímero y, por un rato, se dispone a desconectarse del mundo físico y virtual. Entonces un puñado de periodistas sale a escena y narra —interpreta como puede— el principal acontecimiento que ha marcado sus carreras profesionales. “La magia de este espectáculo consiste en que nos hace sentir que los miembros de una pequeña pero gran redacción nos cuentan una historia que llevan muy dentro de sí. Por eso se hace con mucha honestidad: para rescatar la emoción de cosas reales. Además de recuperar la esencia de los relatos, esto es algo que también tiene que ver con recobrar la credibilidad del periodismo en una época en la que los medios se encuentran en tela de juicio y hay una sobreabundancia de información. Bueno y, de paso, los periodistas nos humanizamos ante el público”, dice François Musseau, corresponsal del diario francés Libération en España y artífice de este evento que agota las entradas en tiempo récord. La idea surgió en Estados Unidos, hace casi una década, cuando el periodista estadunidense Douglas McGray armó una “revista en vivo” que arrancó en un pequeño teatro de San Francisco. Poco a poco, el público interesado

fue aumentando y se trasladó a un escenario más grande y ha acabado llenando teatros por todo Estados Unidos. Pero el éxito de lo efímero fue tal que también hicieron una revista mensual impresa (The California Sunday Magazine) con reportajes de largo aliento sobre cómo es la vida real de un adolescente o sobre la supervivencia de las manadas de lobos en un refugio al norte de Seattle. Hace cuatro años, el documentalista Florence

Se edita solo cuatro veces al año y desparrama sus historias sobre un escenario teatral

Martin–Kessler llevó la propuesta a Francia y, el año pasado, Musseau la trajo a España. Hace unos días, en la segunda edición de este año de Diario Vivo, Iñaki Gabilondo, legendario locutor de la Cadena SER (la radio más escuchada en España), se subió al escenario para contar el día en que, por paradójico que suene, se sintió muy feliz por no dar una noticia. Hace 40 años iba en su coche por la carretera cuando, de pronto, un hombre desesperado le pidió que se detuviera. Era el encargado de una estación de tren que le soltó: “Tengo que cambiar una señalización para evitar un accidente y solo tengo siete minutos para hacerlo. ¡Maldita sea mi vida! Lléveme”. Gabilondo pisó el acelerador, pero llegaron a la estación

Soledad Gallego-Díaz, directora del diario El País, es una de las autoras del espectáculo

más tarde de lo esperado. Por fortuna, el tren se había retrasado y no ocurrió una desgracia. Era domingo por la tarde y de camino a casa prendió la radio y respiró tranquilo al escuchar a sus compañeros dar las monótonas noticias del fin de semana. “Era el tardofranquismo, todavía la censura no se iba por completo, pero quizá por la implicación personal me alegré por no tener que informar de una tragedia”, concluyó el locutor. Del dilema personal–profesional también se ocupó José Antonio Guardiola, director de En Portada, el multipremiado programa de reportajes de Televisión Española, y veterano corresponsal de guerra. Contó que un día, en Kosovo, en pleno cerco armado, una familia le rogó que llevara al hospital a su hijo herido. El hospital estaba ubicado en territorio enemigo. Lo pensó (“los periodistas no trabajamos de salvavidas, pero es verdad que antes que periodistas somos seres humanos”), lo escondió en la cajuela de su camioneta y en la aduana, cuando el guardia vio su pasaporte español, solo le dijo “¡Hala Madrid!” y lo dejó pasar sin revisar el vehículo. “El niño se salvó gracias a la pasión futbolera y yo he seguido trabajando con la conciencia tranquila”, subrayó. Todos los que se suben al escenario de este espectáculo de profesionales de la información (seis en total) carecen del talento de los actores pero hacen uso de su sinceridad no para presentarse como “grandes sacrificados”, sino para que la gente se entere de qué están hechos los que cuentan las noticias. Pero también porque, como suele decir Carlos Marín, “las de los periodistas son grandes historias de pequeños hombres”.

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