Que veinte años no es nada
MARÍA TERESA MENESES
Que veinte años no es nada dice el tango. Veinte años no es nada y lo es todo. Porque sostener un proyecto cultural como Laberintode MILENIO Diario durante todos estos años ha sido una labor de resistencia, de terquedad y de una firme convicción de lo que significa un suplemento cultural para la historia del periodismo, para la historia de la recepción literaria y para la historia del movimiento de ideas en nuestro país. No me cabe duda. Difícilmente ese barco ballenero llamado Laberinto que zarpó hace veinte años hubiera llegado a buen puerto sin su sempiterno capitán de navío: José Luis Martínez S.
Desde su primera hora, con mucho agradecimiento, me sumé al proyecto de suplemento cultural que José Luis Martínez S. le había propuesto a los directivos del periódico. Después de un par de primeras reuniones del equipo de redacción (José Luis Martínez S., coordinador; Andrea Rivera, redacción; y yo como editora), en las que José Luis nos solicitó propuestas de nombre del nuevo suplemento, finalmente ya teníamos uno: Laberinto
El nombre que yo llevaba bajo el brazo para bautizar al barco me remitía inevitablemente a Borges, a ese camino que eterna y tercamente se bifurca en otro y luego en otro y en otro en cuyo centro, acaso, se encuentra un Libro Único en el que todos leemos y existimos.
A ese primer equipo se le unió, como primera diseñadora, Adriana Carrillo; y en la parte gráfica, con mucho peso dentro del suplemento, la obra del grabador Antonio Ledesma y la ilustración de Luis Miguel Morales. Durante el tiempo que estuve como editora y un poco más allá, me encargaba de una sección llamada “Plumas bastardas”, en la que traduje textos inéditos de lo mejor de la literatura italiana como Antonio Tabucchi, Tomasso Landolfi, Roberto Calasso y mi infaltable Claudio Magris.
Emprender y sostener durante tanto tiempo un proyecto de suplemento cultural como Laberinto no ha sido fácil, ni antes ni ahora, conscientes también de que teníamos a nuestras espaldas la sombra tutelar de suplementos culturales fundacionales como México en la Cultura y su director Fernando Benítez, señero del moderno periodismo cultural mexicano. Para poder atajar las grandes olas que amenazaban con tragárselo, Laberinto, durante estos veinte años, ha tenido que irse transformando en diseño, en contenidos, en tamaño, de acuerdo a las exigencias internas y a la exigencia de los lectores.
La historia de la difusión de la cultura en México resulta incompleta sin la historia de Laberinto como espacio difusor de la obra literaria y artística de los creadores de México. La figura de José Luis Martínez S. como agente cultural creador del proyecto ha sido fundamental para que Laberinto, hoy, siga contribuyendo a la cultura del libro, el fomento a la lectura y a la historia intelectual del país.
Muchas felicidades a José Luis Martínez S. y a todo el equipo de redacción de Laberinto por estos veinte años que son nada y lo son todo _
María Teresa Meneses. Ensayista, editora y traductora del italiano. No te olvides de mí, Berlín es su libro más reciente.
Laberinto, 20 años después
FRANCISCO A. GONZÁLEZHace 20 años se publicó el primer número de Laberinto, el suplemento cultural de MILENIO que se ha caracterizado por su constancia, pluralidad y el reconocido prestigio de sus colaboradores, la mayoría con premios nacionales e internacionales. Laberinto es pieza fundamental de la estrategia en favor de la cultura de Grupo Multimedios —del que MILENIO forma parte— desde su creación, hace noventa años. En nuestros medios: impresos, televisivos, radiofónicos y digitales, la cultura, en todas sus manifestaciones (música, arte, literatura, etcétera), siempre han tenido un espacio importante, y desde hace varias décadas le hemos concedido un lugar especial a la promoción de la lectura a través de acciones que incluyen el regalo de libros, presentación de reseñas, entrevistas, adelantos editoriales y, recientemente, por medio de Librotea, plataforma de recomendación de libros de notable calidad y fortaleza. Con perseverancia en la búsqueda de las mejores propuestas para nuestras audiencias en las ediciones impresas y digitales de MILENIO, Laberintoalcanza 20 años como un suplemento plenamente consolidado. Por eso mi felicitación más sincera para todos quienes hacen posible esta cita semanal con la cultura. _
Francisco A. González. Presidente del Consejo de Administración de Grupo MILENIO
El único equipaje
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.En los primeros años del siglo XXI, en los diarios de la Ciudad de México desaparecieron varios suplementos culturales, algunos legendarios. No parecía un buen momento para proponer la creación de uno nuevo en un periódico tan reciente como MILENIO, pero lo hice, insistí durante meses y finalmente el proyecto fue aprobado a principios de mayo de 2003. Todo fue muy rápido a partir de entonces; se armó el equipo editorial, comenzamos a trabajar en el contenido y el diseño, y a pensar en el nombre, que sería una decisión colectiva.
Mi propuesta era Clepsidra, como tributo al poema de Borges cuyos versos finales dicen: “el alivio de oír tras el silencio/ el esperado acorde, una memoria preciosa y olvidada, la fatiga,/ el instante en que el sueño nos disgrega”. María
Teresa Meneses, nuestra primera editora, sugirió Laberinto, también en homenaje a Borges; después de un breve debate, su idea se impuso y nadie volvió a hablar de Clepsidra, un título que me sigue gustando.
El suplemento apareció el domingo 22 de junio de 2003. Veinte años después, aquí estamos, recordando esos primeros días, pensando en fundadores como Daniel Cazés, José de la Colina y Sandro
Cohen, lamentablemente ausentes. Sus créditos aparecen en la portada del número inaugural de Laberinto, del que De la Colina se volvería no solo asiduo colaborador, sino riguroso consejero y amigo entrañable.
Decidimos celebrar este 20 aniversario de Laberinto con una edición dedicada a la memoria, a sus dilemas, enigmas, verdades y ficciones que le dan sentido a nuestra vida. En su libro La trama de la memoria (Tusquets, 2023), Mayka Lahoz afirma: “nuestros recuerdos personales son nuestro único equipaje, nuestra única pertenencia real, y son ellos los que nos van a permitir, para bien o para mal, ocupar un lugar en el mundo”. En mis recuerdos tienen un lugar especial todos los colaboradores y amigos con los que he caminado a lo largo de estos años. También guardo en la memoria el apoyo recibido por parte de Don Francisco
A. González y el ingeniero Francisco D. González, fundamental en la vida de este suplemento que tiene su principal e irrenunciable compromiso con los lectores, destinatarios de lo que hacemos. A todos, gracias por su amistad y compañía. _
José Luis Martínez S. Periodista y editor. Autor de Herejías, lecturas para tiempos difícilesTeníamos a nuestras espaldas la sombra tutelar de suplementos fundacionales
POESÍA
El natatorio, NYU
Aquí, en esta piscina, nadé de un lado a otro durante todas las estaciones. Y hoy, después de décadas, regreso, y, al deslizarme, sí piso en la misma agua dos veces.
Busco la joven yo, una huella líquida, en el fondo de la piscina y la encuentro ahí para decirle: “nada conmigo. Tú no sabías que yo sería esto y yo no sabía que mi cuerpo ya viejo nadaría adentro de mi cuerpo joven tan lleno de sed y perdón”.
ESCOLIOS
Ayuda de memoria
ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @SobreperdonarEl oficio de la escritura utiliza a menudo el material inflamable del recuerdo y uno de los riesgos profesionales del escritor radica en la sobredosis de memoria. En abril de 1970, por ejemplo, Paul Celan, el atribulado superviviente del exterminio nazi, ahogado por sus recuerdos, en los que valientemente había hurgado para legar a las próximas generaciones un atisbo del mal absoluto, decidió terminar de ahogarse en el río Sena. Y es que la memoria no es una mera función cerebral, sino un acto de imaginación reminiscente que cimienta la identidad de una persona y le brinda, o le quita, sentido a su existencia. Por eso, la memoria constituye un instrumento ambiguo, un duelo de esgrima entre el recuerdo y el anhelo, entre la retrospección y la proyección al porvenir, que puede movilizar y estimular, pero también abrumar y, literalmente, matar. En La trama de la memoria. Una filosofía del recuerdo yelolvido (Tusquets, 2023), Mayka Lahoz analiza la memoria y las consecuencias individuales y sociales de ejercerla.
Para Lahoz, la memoria consiste en la capacidad de almacenar y organizar trozos difusos del pasado y suele estar en constante renovación y reinterpretación, incorporando nuevos recuerdos y suprimiendo otros. La memoria no evoluciona aislada, se cruza con las percepciones e intervenciones de los demás y la memoria individual y colectiva suelen fundirse. En ocasiones, por supervivencia, la memoria pretende borrar determinados recuerdos lancinantes y se compone, más que de evocaciones, de olvidos selectivos. Sin embargo, este tipo de olvido paliativo puede llevar al individuo a la más inauténtica fantasía o al más autodestructivo silencio. Si el olvido inducido es perjudicial para el individuo, resulta aún más nocivo para el cuerpo social, pues, detrás de los episodios de mayor maldad y barbarie histórica, se encuentran el falseamiento, la amnesia o la indiferencia hacia el pasado. Por eso, sugiere Lahoz, debe fomentarse una memoria individual y social que recupere de la manera más auténtica y constructiva los recuerdos y se oponga a la propensión contemporánea al olvido, representado por la idolatría a la técnica, las modas y el consumo, o por los relatos únicos de las ideologías. La literatura ayuda a depurar los recuerdos y a indagar incluso en los más martirizantes, inventando nuevos giros para nombrar al dolor y ayudando a la memoria a balbucear lo indecible. No es posible, sabe la autora, desmontar el dolor, pero al enfrentarlo, es posible “redecirlo” y afirmar el poder de la vida. Además, la memoria del dolor puede ser pedagógica, ya que muestra las ambiciones y desmesuras de la condición humana. Así, la retentiva agudizada, la constante construcción y mejoramiento de la memoria son un antídoto contra la deshumanización, pues la memoria verídica refuerza el sentido de los límites, fomenta la identificación y solidaridad con los otros y le da un nuevo significado al recuerdo, reencauzando su potencial hacia el futuro. _
Armando González Torres. Poeta y ensayista. Entre sus libros se encuentra De la lectura y la sospecha.
Puede ser la capacidad de almacenar y organizar trozos difusos del pasadoEl vicio de la memoria es el olvido/ EKO
EN EL BANQUILLO
Intervalo U
LÓPEZ MILLSna amiga Poeta —pongo la mayúscula porque ella oficia ese género literario como si fuera una liturgia— está convencida de que “en cuanto corresponde a las artes en sus diversas manifestaciones” vivimos en una época de decadencia. En su argumentación se refiere a un antes extraordinario en que había una perfecta armonía entre las expectativas (o visiones, como dice ella) y los hechos. Cuando le pregunto por la fecha del antesse molesta: “son meros números: ¿qué importa?” Todo, me gustaría responderle, si se trata de la historia; nada, supongo, si es asunto de los sentimientos. Pero guardo silencio. Mi amiga sigue discutiendo o, más bien, despotricando contra el presente y, poco a poco, me doy cuenta de que el antescoincide con su juventud. Se lo señalo con una pizca de ironía y sugiero que quizá su juicio implacable contenga un elemento de nostalgia por sus “años de mayor esplendor”. Se irrita —de nuevo— conmigo y me insta a que le dé nombres de escritores, cineastas y artistas visuales contemporáneos que valgan la pena. Como suele sucederme cuando se me piden datos, olvido lo que sé, lo cual me hace dudar con toda razón de que lo sé de veras. Noto que la mirada de mi amiga es triunfal y eso me angustia. Finalmente menciono algunos nombres. No ha leído sus libros, no ha visto sus obras: ni siquiera ha oído hablar de “esas personas”, dice con un aire altanero. Me invita a que le demuestre que son iguales o mejores que Borges o Paz o Visconti o Eliot o Picasso o Van Gogh (los saltos cronológicos no la perturban: sus ejemplos pertenecen al pasado sublime). Admito que no tengo modo de demostrárselo. Sería laborioso ir comparando caso por caso, midiendo los famosos contextos. Se me ocurre una respuesta para cortar de golpe la discusión y hasta ganarla: ella y cualquiera que piense como ella, si son congruentes, deben incluirse en la decadencia porque también es su época. Respinga: ¡eso nunca! De acuerdo con sus propias reglas, se puede estar adentro a la hora de juzgar y afuera a la hora de crear. Sin embargo, el dilema no desaparece: no hay garantía de que los lectores putativos de mi amiga —cuyos poemas son sutiles y trascendentes— logren colocarse por encima de la decadencia en la que existen por fatalidad. Si es cierto que “nadie sabe leer como antes” —frase que repite mi amiga con un dejo de amargura— quién entonces poseerá la lucidez necesaria para entenderla y calificarla a ella. Tal vez sea más conveniente, aunque sosa, la tesis de la perspectiva amplia que no excluye a ninguno de los tiempos, ni siquiera el futuro. Los juicios o las denominaciones tienden a ser posteriores. Como escribe Julian Barnes en Elhombredelabata roja: “nadie en París le dijo a alguien más en 1895 o 1900 ‘estamos viviendo en la Belle Époque; saquémosle provecho’ ”. Cuando hago memoria me fijo en los huecos insalvables de la desmemoria. Una sombra específica me separa del sol fugazmente a las tres de la tarde. Recuerdo la sensación: ya no el cuerpo. _
HOMBRE DE CELULOIDE
El silencio de Dios
La vida consiste en ir construyendo nuestra propia memoria. Recordamos para dar sentido al existir y además para fabular. Junto a los ríos de Babilonia, dice el Salmo, nos sentamos recordando a Sion. Muchos de aquellos exiliados nunca conocieron Jerusalén, pero sus padres les contaron historias de La Montaña Sagrada. He aquí la importancia del arte de narrar. Las fábulas producen en nosotros, los desterrados, memorias de cosas que nunca vivimos: hechos heroicos, terribles y hermosos. Un monte en Jerusalén. Recordando mi vida (utilizando el método que usó Warburg en su Atlas de lamemoria) llego hasta la raíz de este amor. Cuando cumplí seis años, mis padres me llevaron al cine Tlalpan. Cuando terminó la función y preguntaron ¿qué quieres hacer?, yo contesté feliz: volver a ver la película. Gracias a internet, muchos años después, supe que lo que vi en aquel cine de barrio era una película para niños que dirigió Karel Kachyna, cineasta de un país que no existe ya y cuyo clásico, TransporteaViena, puede verse aquí. Kachyna plantó en el árbol de mi memoria una semilla que comenzó a desarrollarse y terminó por crecer en tiempos igualmente antiguos en una fiesta que vivíamos los hombres del siglo pasado que se llamaba, en el D.F., Muestra In-
ternacional de Cine de la Cineteca Nacional. En ella pude ver Elsacrificiode Tarkovsky (disponible en Mubi). La sinopsis parece simple: un hombre que tiene un hijo a quien llama “hombrecito” y al que acaban de operar de paperas (por lo que no habla) despierta una mañana para ver en las noticias que ha comenzado la guerra nuclear. Aterrado, recuerda que recientemente hojeó un libro de iconos en el que contempló la Trinidad de Andrei Rubliov. El hombre decide creer. Reza a Dios: te doy lo que más amo, te doy a mi hijo, al hombrecito, si puedes salvar a la humanidad. A la mañana siguiente, luego de un sueño raro en que él mismo levita, la guerra no existe ya. El protagonista, claro, no sabe si todo aquello de la guerra nuclear fue solo un sueño o hizo una petición que fue escuchada. Pero, habiendo creído, no hay marcha atrás. El hombre tiene que sacrificar a su hijo y lo hace sacrificándose a sí mismo, dejando de hablar. Estoy convencido de que el único modo de saber si una película te ha gustado es que la recuerdes una y otra vez a lo largo de tu vida. Si se
incrusta en tus recuerdos. Esos que, según Apichatpong Weerasethakul (en Memoria, de 2021), te unifican de modo intangible con las piedras y las hojas de los árboles; con Sion y los ruidos de un guijarro que ahora mismo golpea contra otro guijarro en un arroyo tailandés. La idea cobra sentido nuevamente en el cine, en la luz parpadeante que pega en los ojos y les da ilusión de movimiento. Luz que viene de todas partes y que se va por doquier. El sacrificioes una obra teológica. En el final, cuando escuchamos al niño hablar por primera vez y comienza la Misade Bach, entendemos que en el principio era el Verbo. Y pregunta el niño ¿por qué, papá? La respuesta no la sabremos. El protagonista de Elsacrificioha dejado de hablar. Se lo llevan por loco. Se aleja para siempre. ¿Por qué, papá? Esta pregunta es un leitmotiven el cine de Tarkovsky, quien tal vez retomó el final de la Comediade Dante y en el cine del maestro ruso equivale a preguntarle a Dios: ¿por qué te has callado? Tal vez para que la humanidad, que somos nosotros (el hombrecito), podamos tener una voz, una historia con la que ir construyendo una vida frente al silencio de Dios. _
Fernando Zamora. Escritor, guionista, crítico de cine. Es autor de la novela Por debajo del agua y del guion de la película Mar de fondo.
Las fábulas producen en nosotros, los desterrados, memorias de cosas que nunca vivimosEl sacrificio. Dirección: Andrei Tarkovsky. Suecia, 1986. Tedi López Mills. Poeta, ensayista y traductora. Premio Xavier Villaurrutia, en 2009, por Muerte en la Rúa Augusta
TEDI
Cuando hago memoria me fijo en los huecos insalvables de la desmemoria
El sueño de un recuerdo, el recuerdo de un sueño
El inconsciente emprende un viaje hacia los primeros años familiares
Mi primer recuerdo es un sueño. Un sueño recurrente que precede a todo lo que puedo recordar en la vida de vigilia. Un sueño ancestral de algún lugar más allá de la memoria, del rizoma crepitante de la memoria inconsciente (hacia los antiguos poetas vamos, Artemidoro, al mundo líquido, cálido y resbaladizo. Cierra los ojos, susurras. Pero no tengo ojos, respondo. Cierra los ojos, susurras). Y todo lo que existe, todo lo que puedo recordar, todo está provisto de sentido. Como las ostras que observan el sol a través del agua, creyendo que es el aire más transparente. Imagen, emblema, glifo, piedra.
Soñamos antes de nacer. La memoria da comienzo en el útero. Este sueño surgió mucho antes del proto-lenguaje que me inventé de niña. “Me siento leve”, le decía a mi madre, sujetándome la barriga cuando sentía náuseas (siempre no es lo que digo sino otra cosa, Artemidoro. Siempre otra cosa). Es un viento leve, leve, y un cielo de aspecto leve, Ahab se inclina sobre la borda de su barco y derrama una lágrima salada y solitaria.
¿Podemos recordar algo que surge de las eternidades gemelas de la oscuridad, a proa y a popa? Comienza como un conjunto de formas que con el tiempo se viste de carne que no es carne, de luz que no es luz; los colores de un sueño no son creados por la luz sino la memoria de luz. El sueño naciente es sombra, formas. Recuerdo la primera vez que vi el LichtspielOpus2 de Walter Ruttman, qué asombrosa anagnórisis. Pero al cabo mi sueño adopta una narrativa: al principio solo mis padres son reales. Yo soy una presencia incorpórea; flotante. Subimos una escalerilla de tablones para embarcar en un buque y zas, ¡me deslizo entre los tablones! Madre grita. Despierto antes de caer al agua. Imágenes envueltas en un tiempo puro y sin ataduras. Contradictioinadjecto. Me hago a un lado y giro.
El sueño recurrente duró varios años. Como una visitación esporádica, un diseño primordial que se arrastra y cambia de forma con el tiempo. Las imágenes se perfilaban, los detalles se transformaron con cada nueva variación, y finalmente se fijaron en un periodo: los años sesenta. Ahora mis padres están vestidos como en una de las primeras fotografías familiares. Mi padre, joven y guapo, de ojos verdes, con traje y corbata. Los labios de mi madre de un rosa pálido, el pelo negro azabache recogido como en colmena, mechones dispuestos como pétalos. Subimos la escalerilla para embarcar. ¿He vestido a estas presencias oníricas como a
muñecos de papel copiando una foto? Formas de luz/ no luz, memoria/ no memoria, matizadas a posterioricomo el colorete de las fotos antiguas.
Una y otra vez subimos, caigo y despierto antes de llegar al agua. Hasta que un día la variación trae a mi nueva hermana. Sigo siendo una forma flotante (¿cómo puedo precipitarme si floto? ¿Estaba en brazos de mi madre?). Mi hermana es real, como mis padres. Existe plenamente y puedo verla, un pequeño bulto blanco en brazos de mi madre. Sigo detrás, etérea, solo una conciencia que atestigua. El buque se vuelve más alto, más blanco, se alza ya como un transatlántico. El pasamanos de cabo, antes endeble, es más firme, los espacios entre los tablones se agrandan mientras subo, como gargantas abiertas. Miro el agua azul que resplandece debajo. Percibo una creciente sensación de tiempo, y de fuerzas como la gravedad, la masa, mis pies pisan ahora con vigor la escalerilla. Mi madre lleva un sombrero pillbox. La superficie del agua se estremece cuando pasa la brisa, y se describe en una geometría de formas como de pajarillos retozando. Como de pececillos saltando, que llaman mi atención como un señuelo. Los tablones se balancean como columpios de un parque infantil. Vuelvo a caer. Vuelvo a caer. Siempre caigo. Pero esta vez entro al agua. Al zambullirme, ¡me veo de pronto desde abajo!
Soy real. Me veo en una estela de burbujas blancas que descienden. El impacto se convierte en plenitud. En lugar de ahogarme, respiro bajo el agua. Observo el sol bajo el agua, creyendo que es el aire más transparente. Quiero quedarme aquí para siempre. Y solo de mala gana salgo a la superficie, para volver con mi familia.
Todo lo que veo es el amplio cielo azul y el buque es ya un diminuto punto en el horizonte. Sola en la anchura del agua, estoy cabalmente en paz, y me deslizo de nuevo hacia las profundidades abisales del mar (abre los ojos, susurras. No tengo ojos, digo. Siempre otra cosa, Artemidoro. ¿Has leído a Lucrecio sobre los sueños? Te pregunto: “Creemos ver el Sol y luz del día en medio de la noche tenebrosa”). Durante toda la infancia me atrajeron las alturas. Y no tenía miedo a la muerte. De hecho, a veces me sentía misteriosamente atraída por ella. Mi primer recuerdo es un sueño, una constelación, un emblema: agua, barco, escalera, caída, sueños, pájaro, pez. Cirlot dice: “De las aguas y del inconsciente universal surge todo lo viviente como la de la madre”. _
Y, además, en nuestra edición digital:
Mayka Lahoz: La memoria pasada. Identidad, vida e historia • Fernando Solana Olivares: Finales que fueron comienzos • Cathy Fourez: La danza de los extintos • Dante Medina: El milagro y la chiripa • Alma Gelover: En el nombre del padre • Armando Alanís Pulido: Una íntima y humana sala de museo • José Juan de Ávila: Entrevista con Michel Nieva • Leticia Sánchez Medel: Los trillizos Torres Pacheco • Vicente Quirarte: Arquitectura y poesía
Despierto antes de caer al agua. Imágenes envueltas en un tiempo puro y sin ataduras
De recuerdos y olvidos
De muchas maneras, la ciencia se ha preguntado dónde se almacenan nuestros recuerdos. En qué lugar de los 86 mil millones de neuronas está el área específica que guarda el momento en que fuimos felices o aquel otro, más punzante, en que no lo fuimos. El notable libro del neurocientífico argentino Rodrigo Quian Quiroga, quien se adentró en la biblioteca de Borges para estudiar la bibliografía en que éste se basó para escribir de modo tan preciso —y tan literario— sobre la memoria, dio, sin darla, una respuesta. Mucho y poco se sabe de cómo opera la memoria pero todos sabemos que si recordáramos todo, como Funes, no podríamos hacer nada con esos recuerdos. Si algo teme el viejo o el enfermo de Alzheimer es el olvido. Paradójicamente, es el olvido el que también nos permite recordar.
La memoria es nuestra esencia: “Somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, dijo Borges, y ese pasado, apenas vislumbrado, reconstruido, es también el ser inherente a la escritura. Pero, por qué hay cosas que recordamos y otras que no regresan por más que
nos empeñemos en evocarlas. Tal vez porque, como dice Irène Némirovsky al revivir la experiencia, la tinta indeleble que la fija es la emoción: “lo que esa noche se reencontraba con el pasado no era solo mi memoria, sino también mi corazón”, dice en El ardor de la sangre, una novela sobre el poder de los recuerdos que irrumpen por una sensación. Y recordar, nos dicen los filólogos, es volver a pasar por el corazón.
Me gusta hablarles a los viejos —hablar con mis padres viejos— del pasado remotísimo. No solo porque al revivir algo que ocurrió en un mundo que ya no existe visito sitios que no duelen, casi afortunados, mágicos. Y no porque no haya habido tristeza o desgracias en el pasado, sino porque felizmente la memoria cuando evoca casi siempre echa en el olvido lo triste y confía como en el poema de Manrique en que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”.
Ante el deterioro de la memoria que se da con los años a veces me pregunto: ¿qué es peor? No ser capaces
de retener datos como cuando se va la memoria de corto plazo o recordar cada hecho, cada impresión del pasado con todo y sus emociones, lo que sucedió a la paciente Jill Price (Rodrigo Quian Quiroga, Borgesyla memoria, Ned ediciones, 2021), quien era capaz de recordar su infancia sin poder olvidar siquiera un detalle de las peores escenas, como cuando subió de peso en su adolescencia y su madre le hizo en un lapso breve más de 500 comentarios al respecto. La vida revivida, y no recordada, no pasa por el matiz selectivo y hace resurgir en Jill una y otra vez la muerte de su marido como si acabara de pasar todo el tiempo. Para pacientes como ella y los que padecen el síndrome de Savant no hay desgracia más grande que el dudoso prodigio de esa memoria o que el insomnio, ya que éste es no poder entregarse al olvido de uno mismo. No hay manera de escribir sin recordar, esto es cierto. Pero no se puede tampoco rememorar sin estar hablando del presente. Toda experiencia literaria busca en los orígenes, en los símbolos, en las primeras impresiones y en lo leído cómo rescatar eso que nos marcó y que nos marca de
nuevo en el poema, el cuento o la novela. Por eso, sea o no autobiográfica, toda la ficción es autoficción y la poesía es biografía por necesidad, de un modo u otro. Lo escrito es recuerdo de la sangre, de los genes, es constancia de lo vivido y lo leído, sea un acto consciente o no. De ahí que cuando escribo, yo escribo, pero también algo me escribe. El algoritmo que hoy nos aterra es solo la confirmación material de algo que ya sabíamos y que de otros modos siempre ha estado allí. Escribir es necesariamente leernos pero es también releernos; sanar, vivir de nuevo corrigiendo lo vivido.
Giordano Bruno dice que el arte de la memoria “consiste en utilizar los símbolos del pasado para renovar el presente”. La literatura es la mejor forma de recordar y renovar. De hacernos partícipes de esa gran memoria colectiva. Que Laberinto, de MILENIO, cumpla 20 años más y no deje de albergar en sus páginas lo mejor de lo que somos los humanos pero también de lo que hemos sido. _
Rosa Beltrán. Escritora y académica. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, su libro más reciente es la novela Radicales libres.
El pasado es inherente a la escritura, que no deja de corregir y renovar lo vividoROSA BELTRÁN FOTOGRAFÍA JUAN RAFAEL CORONEL RIVERA De la exposición Mentiras. Paisajes tentativos.
Toda la ficción es autoficción y la poesía es biografía por necesidad, de un modo u otroEL ATLAS DE PANDORA
Los dátiles del olvido
Recordamos selectivamente, con una disposición interesada y narrativa
IRENE VALLEJO ILUSTRACIÓN ROMÁN*El futuro y el progreso albergan el regreso de antiguos debates. Ahora que la tecnología resuelve el problema del archivo de información, el olvido se ha convertido en oscuro objeto del deseo. Recientes experimentos avalan la posibilidad de utilizar medicamentos amnésicos en seres vivos para borrar de la mente todo rastro de experiencias tristes o traumas dolorosos. En ensayos con ratones, una molécula se ha mostrado capaz de eliminar sin dejar huella el recuerdo concreto que el animal haya reactivado cuando se le administra el fármaco. Los científicos sostienen que el mecanismo es idéntico en el ser humano y que, por tanto, determinadas sustancias podrían llegar a ofrecernos olvido permanente a voluntad.
Estos ensayos y evidencias prueban que la memoria viva es mucho más sutil que un mero registro mecánico y, según se está descubriendo, sus mimbres son más inestables y maleables de lo que pensábamos. A diferencia de los dispositivos digitales, nuestra capacidad humana para recordar es selectiva, interesada y narrativa. Nos creemos capaces de reconstruir lo vivido porque el cerebro rellena los vacíos, aporta sentido y, donde aparecen lagunas, completa el relato mediante conjeturas. Evocar es mucho más que un retorno al pasado, ya que esas huellas no son un archivo: las creamos y recreamos. Nos contamos de nuevo nuestra historia muchas veces a lo largo de la vida, modificando detalles, buscando alivio en el relato, trazando vínculos entre el ayer y los afanes del ahora. Las emociones tiñen y transforman todo lo que rememoramos, como revela la misma palabra “recordar”, que proviene del latín y significa “volver a pasar por el corazón”. En nuestra memoria, a diferencia de la información permanente y siempre idéntica registrada en la informática, el presente modifica el pasado.
Tal vez por eso, cuando una sociedad decide afrontar un viaje colectivo hacia las luces y sombras del ayer, la memoria impone retos formidables. Olvidar es tentador, como ya sabía Homero, que lo relató en un episodio de la Odisea. Ulises y sus compañeros navegan de regreso a
su patria después de luchar durante diez largos años en la guerra de Troya. Un día desembarcan en una isla desconocida y algunos marineros son enviados a reconocer el terreno. Un pueblo pacífico los acoge y les ofrece compartir su comida. Se alimentan únicamente del fruto de una planta exquisita, el árbol del loto. Quien ingiere su deliciosa pulpa, que sabe a higos silvestres y a dátiles, cae en un placentero olvido. Se desliga de todo lo vivido y pierde la conciencia de quién es, de su origen y de su rumbo. Deja de vivir con el recuerdo del pasado como arnés de su ser. Después de comerlo, los griegos se niegan a hacerse a la mar, paralizados por una anestesia dulce de sabor azucarado. Lo único que desean es quedarse donde están, sin proyectos ni ataduras, sin volver al hogar. A pesar de sus llantos y súplicas, Ulises les obliga a embarcarse y ordena zarpar. Para el legendario
marino, olvidar significa desertar, porque vivir implica compartir un ayer y un mañana. Su vida es una aventura que solo puede navegarse en reciprocidad, acordándose de sí mismo y de los demás. Homero cree que necesitamos recordar para ser recordados. Y a todos nos gustaría ser inolvidables. Sin embargo, las discusiones familiares y los desencuentros con amistades nos han mostrado las tormentas que acechan en esos viajes al pasado. A veces, es preciso sortear los arrecifes más conflictivos de la memoria para alcanzar tierra firme sobre la que asentar la convivencia. Entre regiones, países y religiones surgen resentimientos históricos que se enquistan e impiden entablar diálogo. Así lo entendió hace veinte siglos el griego Plutarco, gran viajero, filósofo, biógrafo y ocasional embajador. En uno de sus ensayos avisa del peligro que representan los gobernantes obcecados en alimentar viejos rencores de su pueblo como fuente de poder y privilegio. Allí nos deja una reflexión de impecable actualidad: “La política se define precisamente como el arte de sustraer al odio su
carácter eterno”. Es decir, que el ayer no prevalezca sobre el presente ni lo ponga en riesgo. Para emprender un diálogo sereno y compartido, a veces es preciso colocar entre paréntesis el historial de abismos.
Escribió el filósofo búlgaro Tzvetan
Todorov: “Memoria no se opone en absoluto al olvido. Los dos términos que contrastan son la supresión y la conservación: la memoria es, necesariamente, una interacción de ambos”. En los laberintos del pasado, la historia y la cultura se alían para conjugar los recuerdos y los acuerdos. Conmemorar juntos implica abrir rutas allí donde otros cavaron trincheras. Quizá la pócima secreta consista en acallar los gritos que agreden, sin jamás silenciar la memoria de quienes sufrieron el olvido. _
Irene Vallejo. Filóloga, ensayista y narradora. Autora de El silbido del arquero y El infinito en un junco.
© Irene Vallejo.*Román Rivas. Ilustrador y humorista gráfico. Es autor de Metahumorfosis y Humor express.
En los laberintos del pasado, la historia y la cultura se alían para conjugar los acuerdos
Manantial de ficciones
Siete novelistas hablan sobre los lazos entre la memoria y su labor literaria
En su poema “Cambridge”, Jorge Luis Borges describió la inevitable condición fragmentaria de la memoria: “Somos nuestra memoria/ somos ese quimérico museo de formas inconstantes,/ ese montón de espejos rotos”. Bastión de la identidad, la memoria es, con sus falencias y lagunas, la fuente de la que manan las historias que ficcionamos, como dice la narradora y poeta colombiana Piedad Bonnett.
Recientemente pregunté a siete escritores dos cosas: qué papel desempeña la memoria —histórica y personal— en su labor literaria y si es posible fiarnos de ella.
La función de la memoria en la creación literaria Juan Gabriel Vásquez*
La memoria es uno de los ejes sobre el que giran todas mis novelas, que tienen una preocupación esencial: el hecho de resistir. La literatura como espacio de resistencia a las fuerzas del olvido, a las fuerzas de la distorsión de la historia —voluntaria o no—, a los mecanismos con los cuales los poderes políticos y sociales intentan imponer a la sociedad su relato del pasado. La novela está ahí para hacer una especie de contrapeso. La novela es el lugar donde la sociedad civil puede, de alguna manera, dar su versión de los hechos del pasado, recordar las cosas a su manera y enfrentarse a las fuerzas —que son muy poderosas— de quienes intentan distorsionar el relato.
* Premio Alfaguara de novela 2011 por El ruido de las cosas al caer y ganador del IV Premio de Novela Mario Vargas Llosa por Volver la vista atrás
Cristina Rivera Garza*
En ElinvencibleveranodeLilianala memoria toma un papel fundamental. En este caso está basada en los documentos que mi hermana, como personaje de la historia, nos legó. Estas capas de documentación después tienen que ser interpretadas, extrapoladas, reproducidas, multiplicadas por todos los que nos acercamos a sus palabras, a su manera de decir. Ahí viene el momento de la memoria colectiva. Me interesa mucho esa conexión entre el documento, la interpretación y el abrazo de los otros y cómo nos ponemos todos juntos a producir esa memoria.
* Premio Xavier Villaurrutia 2021 y finalista del V Premio de Novela Mario Vargas Llosa por El invencible verano de Liliana
Piedad Bonnett*
Uno de los ejes fundamentales de mi literatura es la memoria. Pero me interesa no solo como recuperación y revisitación de mi propio pasado al que vuelvo con mirada crítica, para ver qué huellas y qué heridas dejó. Me interesa proyectarla a una realidad más amplia, a ese mundo del que yo vengo, para iluminar otras vidas. La memoria puesta al servicio solamente de uno no pasa de ser una confesión, si acaso con un poco de literatura y de hondura. Me interesa esa otra cosa, iluminar una generación, un mundo de mujeres a las que nos criaron de una determinada manera. Es decir, una memoria colectiva, porque somos los escritores los encargados de dar cuenta de esa memoria colectiva que no sabe ser expresada por la mayoría de la gente.
* Premio de Poesía José Lezama Lima
2014 y finalista del V Premio de Novela Mario Vargas Llosa por Qué hacer con estos pedazos
Renato Cisneros*
Roberto Bolaño decía que escribir es recordar, así que la memoria es parte sustancial del oficio del escritor.
Esta cita de Louise Glück también me parece ilustrativa: “Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria”.
Creo, además, que recordar es hacer ficción. La memoria, por sus mecanismos elásticos y caprichosos, produce ficción. La realidad ocurre una sola vez y todo intento por reconstruirla siempre es falsario.
En cuanto a la memoria nacional, pienso que es una tarea siempre imprescindible. Lamentablemente, los actores más conservadores de los distintos países a veces son reacios a construirla, pero es vital por eso que decía Primo Levi en sus memorias de Auschwitz: “esto pasó y significa que puede volver a pasar”. Tanto a nivel personal, creativamente hablando, como a nivel nacional, la memoria es urgente, sobre todo en una región como América Latina, donde ha habido una historia convulsa y donde hemos heredado heridas que no han sido sanadas, que ni siquiera han sido problematizadas y que explican muchos de los flagelos que hoy seguimos padeciendo: el racismo, la discriminación, la violencia urbana.
* English PEN Award 2018 por la novela La distancia que nos separa
Gustavo Rodríguez*
La memoria es el principal insumo con el que cuentan los escritores de ficción para desarrollar su obra. En mi caso, es la veta primordial de donde saco la materia prima para mis obras. Eso no solamente incluye lo que recuerdas que te ocurrió, sino lo que recuerdas que le ocurrió a otros y lo que recuerdas haber leído o haber visto en la televisión y el cine. Sin memoria no existe la literatura.
* Premio Alfaguara de novela 2023 por Cien cuyes
Brenda Navarro*
En la creación de Ceniza en la boca, la memoria fue muy importante. No solo la memoria basada en documentos, también la corporal. Me ayudé muchísimo de la música. Escuché las canciones de Vampire Weekend durante mucho tiempo mientras pensaba en los personajes y en la historia para que, a la hora de teclear, pudiera recordar. Ese mecanismo me ayudó muchísimo, porque era la primera vez que dialogaba con música. Y también me ayudó a entender que la musicalidad y el ritmo no lo son todo, que se necesita una memoria histórica y un contexto. La literatura puede servir para hacer esa memoria histórica, no con el fin de retratar la realidad, sino para mostrar cómo el lenguaje puede dar testimonio de cosas que acontecen en ella.
* English PEN Translation Award 2019 por la edición en inglés de Casas vacías y finalista del V Premio de Novela Mario Vargas Llosa por Ceniza en la boca
Santiago Gamboa*
Bolaño decía una cosa que a mí me gustaba mucho: las novelas se escriben con dos elementos, imaginación y memoria. Si uno nunca ha vivido un día de lluvia, no puede escribir un día de lluvia. No quiere decir que el día de lluvia en la novela sea idéntico al que uno vivió. Ahí está la memoria: es la que te permite darle verosimilitud a los personajes, hacer historias persuasivas. Cuando cuentas una historia, estás usando la memoria, pero usas una selección, y eso ya es un procedimiento literario. Al contar, tienes un objetivo; lo que cuentas y el modo en que lo haces se ajusta a ese objetivo. La literatura es un procedimiento que proviene de la memoria.
* Finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2007 con El síndrome de Ulises y autor de Colombian Psycho
¿Se puede confiar en la memoria?
Juan Gabriel Vásquez
No, esa es la parte misteriosa. Tengo una novela, Lasreputaciones, sobre la falta de constancia de la memoria, el hecho de que la memoria nos engañe o juegue con nosotros. El pasado nunca se está quieto, ni el individual ni el colectivo. Finalmente, son productos de un relato que hacemos y, por lo tanto, son vulnerables al cambio, son móviles. Ese es uno de los grandes retos que tenemos los narradores de historias en ficción y en no ficción: tratar de fijar el pasado —en la medida en que eso sea posible— para entenderlo mejor.
Cristina Rivera Garza
El recuerdo siempre es una ficción.
“El pasado nunca se está quieto, ni el individual ni el colectivo”.
Juan Gabriel Vásquez
De la exposición Mentiras. Paisajes tentativos. Hay que irlo depurando, hay que trabajar con él siempre.
Piedad Bonnett
No, en absoluto. La memoria es siempre una construcción y tiene sus puntos de luz y montones de oscuridad. A mí me interesa mucho ese juego entre la luz y lo que ficcionamos. No somos lo que recordamos, como decía García Márquez, sino lo que nos inventamos de lo que recordamos.
Gustavo Rodríguez
No, todo ser humano es una ficción andante. Todos somos el relato que nos narramos de nosotros mismos, influido por las historias que otros hacen de cada uno de nosotros. Eso es lo que hace tan fascinante la existencia humana: el hecho de que uno pueda tener
malentendidos incluso consigo mismo. Para mí la literatura es el malentendido más hermoso que existe.
Santiago Gamboa
Uno puede confiar en los libros bien escritos, porque con la mejor memoria pueden también escribirse los peores versos y las peores novelas. El resultado de la operación es el que determina si la memoria sirvió o no. Si el resultado es una mala novela, ¿de qué te sirve que la memoria haya sido fiel? La verdad en la literatura no tiene ninguna importancia porque la literatura no es el discurso de la verdad; la verosimilitud es más importante. _
ÁngelSoto.Periodistayescritor.Editor delaversióndigitaldeLaberinto
Yerro POESÍA
JEANNETTE L. CLARIOND
He conocido el dolor. Lo he visto romperse en áureas mareas donde la flama violeta del marjal desplaza sus despojos hasta diluirse en la orilla gris que jamás ha rozado mi suave carne.
La leche escurre a cuentagotas por el seno. Esa leche íntima, casi estéril, recoge un dolor inhumano, fósil punto en el beso, húmedas alas impermeables. Ah, impacientes soles de piedra.
No la mano que presiona el pezón, ni los labios con olor a nardo, sino la imposibilidad de asirse al pecho, succionar vida, desnudar el cuerpo deseado sin transgredir la superficie abultada de la llaga.
Río de eternidad, dañaste el fondo de mi memoria desterrando el velo. Contuviste el hilo blanco del rebrote, nieve aún sin excoriar. Ajada sombra, desde el nudo obstinado navego, vacía, destetada.
En el espejo empieza el derrubio, la soberbia del azogue, mi piel apeteciendo el diálogo con la espuma bajo la anchurosa bóveda, caricias entre cedros al congregar su seco derroche en la ladera.
Tu aroma resplandece en aguas de otro mar. Es que eres humana y oscura zanja sosiega tu puerta. Quiero abarcar tu luz en la albufera y mi llanto lave tus manos como un bajorrelieve de fuego y tormento.
Cuando llegó la noche con su cascada de bendiciones no había nada que recordar. El cuerpo soñó una mujer de blanco hablando una lengua inocente. Y todos en la tienda enmudecimos bajo la señal de los astros.
Aunque el agua manase del pozo, algo persistía de aquella sed. Era tu sombra inscrita en la parra uva floreciendo de la espina como el ojo del manantial cuando arrastra su pasión en torrentes.
En la hemeroteca he pasado algunos de los momentos más plenos de mi vida intelectual. Cuando tengo enfrente periódicos viejos, retazos de otros tiempos, aparece de inmediato la mesa del comedor de la calle Cadereyta, un pequeño departamento que habitó mi familia en la colonia Condesa. Se trata de la mesa del desayuno con café, leche, pan dulce y periódicos, mañana tras mañana, día tras día. Así se pasaba la vida. No sin cierto desasosiego me doy cuenta de que quienes apuntalaban mi memoria han desaparecido. Entonces tengo que recordar o investigar. Por esta razón he visitado muchas veces la hemeroteca, para saber si una cadena de hechos había ocurrido tal y como yo los recordaba, pero la memoria siempre trae otra historia. Cada quien recuerda de un modo distinto, el pasado admite incluso la imaginación, Freud les llamaba recuerdos encubridores.
Periódicos viejos
PÉREZ GAY FOTOGRAFÍA JUAN RAFAEL CORONEL RIVERAJuraba que aquí dejé las llaves. Y al cabo de un tiempo confirmamos que las llaves nunca están en ese sitio, ese es el juego de la memoria y de la literatura: las llaves siempre están en otro lugar.
Conversé con un amigo de la trama de El sentido de un final, la novela de Julian Barnes. Regresé a casa a revisar mis subrayados y cayó éste de las páginas del libro y lo recogí: “Vivimos con suposiciones fáciles. Por ejemplo, que la memoria es igual a sucesos más tiempo. Pero es algo mucho más extraño. ¿Quién dijo que la
memoria es lo que creíamos que habíamos olvidado? Y debería ser obvio que el tiempo no actúa como un fijador, sino más bien como un disolvente”.
Ese disolvente es un misterio. Sé que el tiempo se acelera con los años. Si eres viejo, o has iniciado ese viaje loco a la vejez, todo transcurre más rápido; los jóvenes pueden inventar futuros, quienes no se cuecen al primer hervor fabrican en cambio distintos pasados.
Durante mucho tiempo, las neurociencias y la psicología han reunido evidencia de la
supuesta falibilidad de la memoria. Hoy se sabe que recordar no es un acto pasivo sino una forma de reconstruir: al recordar añadimos pedazos de información, recreando con ellos acontecimientos que pudieron o no haber ocurrido. En ese sentido, sugiere Felipe de Brigard, neurocientífico y filósofo colombiano, la memoria no es falible, sino creativa: forma parte de un sistema cerebral que crea mundos, postula posibilidades y construye así hipotéticos acontecimientos, pasados, presentes o futuros. En ese sentido, como sugirió Thomas Hobbes, la imaginación y la memoria son una misma cosa.
La prensa me devuelve la casa infantil perdida en el pasado. Abro la puerta y ahí están los actores del teatro de la memoria. Ellos han desaparecido del mundo, pero no de mi memoria: mi madre, mi papá, mi hermano, y los periódicos viejos. _
Rafael Pérez¿Debemos confiar en la forma y la consistencia que tienen nuestros recuerdos? ¿Debemos atribuirles el don de la infalibilidad? ¿Son, pues, dignos de confianza? Ya que se manifiesta con la estructura de un relato, la memoria conserva nuestra experiencia y a la vez tiende a modificarla, como si le resultara insuficiente. Recordar es, de esta manera, interpretar, hacer que la vida, nuestras vidas, tan inarticuladas, tan carentes de forma, adquieran un orden sin el cual carecerían de sentido.
Podemos hablar de una memoria histórica —las señas de una presunta identidad—, de una memoria genética —las lecciones aprendidas y transmitidas de una especie—, pero qué hay de la memoria individual, de aquello que hemos dado en llamar lo que somos. Si aceptamos que los memoriosos son grandes contadores de historias, ¿debemos creer entonces que son proclives a la ficción?
Como género, el de las memorias exhibe un temperamento inevitablemente anfibio.
No toda la verdad
ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.comPor un lado, aspira a recuperar la hechura y la calidad absolutas de lo que fue —sobre todo de los hechos; los pensamientos y las sensaciones se evaporan con facilidad—.
Por otro lado, al tiempo que activa ese gesto de recuperación, no puede evitar poner orden en esa nebulosa de materia informe y sin coherencia, que no apunta a nada ni se asocia con nada, que resulta ser la vida. Como impulsada por una pretensión artística, la memoria —en ocasiones, las más felices— procura la armonía.
Pensemos, por ejemplo, en las memorias de Giacomo Casanova, escritas cuando el
vigoroso entusiasmo había dado paso a la decadencia. Parecen una novela de lances eróticos, juegos de cartas y duelos a la luz de la luna, y, sobre todo, una apología de la aventura. En uno de sus pasajes memorables, Casanova vuelve a 1755 —había cumplido 30 años— y al Palacio Ducal de Venecia, la prisión adonde fue a dar por capricho del inquisidor. Tras nueve meses de planear su fuga luego de casi terminar un agujero en el suelo, fue trasladado a una celda aún más inhóspita. De modo que ahora buscaría salir por el techo ¡de plomo! El relato que transcurre durante la noche del 31
de octubre de 1756 abunda en acrobacias, temple de acero e invocaciones a la buena fortuna. La cornisa del palacio y la ventana que lleva a Casanova a la cancillería, la puerta que conduce hacia la escalera y, más tarde, al Arco Foscari, se presentan ante nosotros con el aura de creaturas mitológicas. El lector no duda nunca del talento narrativo de Casanova y por eso no tarda en rendirse ante el influjo hipnótico del relato a pesar de que algunos detalles se antojan el acto estelar de un portentoso fabulador. Y, sin embargo, una cosa es cierta: Casanova se fugó del Palacio Ducal, y su techo plomizo, de Venecia.
Así que al recordar no hacemos otra cosa que narrar, y narrar es fabular, modelar nuestra experiencia con el auxilio del té y la magdalena, que solo cobran plena existencia en la ficción literaria. La memoria: esa mentirosa que dice unas cuantas verdades. _
Roberto Pliego. Ensayista, crítico literario y editor. Es autor de 101 preguntas para ser culto.
Historia de mi vida
Atalanta
No estamos solo frente a un valioso retrato de la sociedad europea de la segunda mitad del siglo XVIII sino a un clásico de la literatura. Mientras el seductor, chantajista y viajero da cuenta de sus hazañas sexuales, y también de sus descalabros, va haciendo desfilar a una fascinante galería de personajes, lo mismo consentidos de las cortes que clérigos, gente del pueblo, funcionarios y artistas de todo cuño.
Memorias de África
Isak Dinesen
Debolsillo México, 2023 400 páginas
Bajo la apariencia de una novela, la escritora danesa evoca sus años en África Oriental, aún bajo el dominio inglés. Estamos en las colinas de Ngong, en una plantación de café. Lo que inicia con safaris lujosos y un negocio próspero no tarda en convertirse en un infierno, sobre todo porque el matrimonio de Dinesen se iba a pique. Las descripciones de las costumbres nativas son un cálido tributo.
NARRATIVA, ENSAYO
Memorias de ultratumba
Historia de San Michele
El mundo de ayer
Chateaubriand
Acantilado
España, 2006 2816 páginas
Un monumento a la melancolía y a la ironía punzante. Escritas entre 1809 y 1841, nacen de la experiencia del diplomático y novelista como exiliado en Estados Unidos, consejero de Napoleón y, más tarde, ministro del reinado de Luis XVIII. Estas memorias son una revancha contra los estragos que causa el tiempo. Precursoras del romanticismo, expresan el encanto por la democracia estadunidense.
La estatua de sal
Nacido del insomnio y de las heridas psicológicas que dejó la Primera Guerra Mundial, este libro es más que la autobiografía de un médico obsesionado con la muerte; se trata de una apasionada semblanza del Mediterráneo, sus lugares emblemáticos y sus pobladores. Munthe no escribe sobre sí mismo sino sobre un mundo que vacilaba entre lo real y lo inverosímil, simbolizado por la villa San Michele.
Mi último suspiro
Aunque ocupa el centro de estas memorias, Zweig tiene el propósito de hacer el retrato de una generación, la misma que vivió con espanto la Primera Guerra Mundial y más tarde presenció el ascenso del nazismo. Escribe desde su exilio en Brasil y en ningún momento puede evitar la zozobra que le causa mirar cómo la Europa de la razón y la clarividencia artística ha sido poseída por la barbarie.
Salvador Novo
FCE México, 2008
204 páginas
De entre los libros de memorias de los escritores mexicanos éste es el más sorprendente por los ambientes que recrea: los de la homosexualidad. Antes de su publicación oficial, estas revelaciones clandestinas circularon parcialmente en grupos de defensa de derechos de los homosexuales. Como Wilde en su momento, Novo fue un provocador en el suyo y nunca ocultó su condición.
Publicadas en 1983, estas memorias cobraron forma una vez que Buñuel y JeanClaude Carrière estructuraron las conversaciones que sostuvieron tras 18 años de amistad. La infancia, la guerra, García Lorca, Dalí, los sueños, los primeros proyectos, el catolicismo y la política no escapan a la mirada del cineasta de Calanda, siempre reforzada por una visión surrealista del mundo.
Como otros escritores centroamericanos, Luis Cardoza y Aragón desarrolló su carrera como escritor en México, pero, viajero incansable, antes de asentarse en nuestro país vivió en París, el otro sitio axial en su vida, pues allí decidió tomar por completo el camino de las letras. La parte dedicada al ambiente cultural mexicano resulta esencial, pero su estancia parisina no le va a la saga.
El placer de leer
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TOSCANADAS
Memor memora memorar
Acudo con frecuencia al DiccionariodeAutoridadesen busca de más poesía que ciencia. La definición de “memoria” dice: “Una de las tres potencias del alma, en las que se conservan las especies de las cosas pasadas… reside en el tercer ventrículo del cerebro, donde los espíritus vitales imprimen las imágenes o figuras de los objetos que entran por los ojos o por los oídos”.
La memoria tiene mala fama cuando se asocia con rencores o indiscreciones. Por eso los caballeros no tienen memoria. Dios dista de ser caballeroso y lleva cuenta de cada desliz, por nimio que sea, para pasar la factura al final de los días.
En el mundo libresco, la memoria es envidiable. Quien sabe retener, citar y recitar muestra la corona de la erudición. Sobre todo, lleva en la cabeza un cúmulo de cosas bellas que puede compartir. Hace unos días Juan Gabriel Vásquez nos embelesó con un soneto de Shakespeare detrás de otro. Como si estuviésemos en
ARTURO TOSCANINI
la hora de las complacencias, se le pedía el 18 o el 30 o el 73. El gran Gonzalo Celorio lleva en sí mismo una amplia antología de la poesía mexicana.
En cambio, no quisiera compartir una velada con Akira Haraguchi, que puede recitar hasta cien mil dígitos del número pi.
En el teatro no deja de asombrarnos la manera impecable en la que los actores nos transmiten sus largos parlamentos.
La política pide un mínimo de memoria: el precio de la tortilla y alguna promesa de campaña. Los cantantes se saben la “Macarena”, pero olvidan el Himno Nacional. Cuenta la anécdota que Samuel Barber entregó a Arturo Toscanini los manuscritos de un cuarteto y su Adagio. Poco después, Toscanini se los devolvió sin ningún comentario. Barber supuso que no le habían agradado al maestro. Pero Toscanini había memorizado ambas composiciones y pronto las estrenó. Algo hay de espurio en esta historia, pero es bien sabido que mi parientiniposeía una gran memoria.
BICHOS Y PARIENTES
George Steiner aplaudió la importancia que se daba a la memorización en la escuela francesa, y le doy la razón; Montaigne la criticó, diciendo que “saber de memoria no es saber”, y también le doy la razón. Este último reclamaba que en vez de discutir sobre las sentencias de Cicerón “nos las emplastan en la memoria con plumas y todo, como oráculos en los que letras y sílabas pertenecen a la sustancia de la cosa”. Se puede estar de acuerdo con ambos en un mundo en el que se memoriza y se entiende al mismo tiempo. La memoria de Giordano Bruno era tan portentosa que lo acusaron de tener pactos con el demonio. Es raro que no más bien notaran algo divino. Pues fray Luis de Granada había descrito la memoria como “un singular beneficio de Dios y aun gran milagro de la naturaleza”. _
David Toscana. Ganador del V Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa por El peso de vivir en la tierra.
La memoria está en el futuro
Conozco a dos hermanos que no se hablan entre sí, y fui testigo de su pleito de ruptura. El mayor de ellos recordaba cómo, varias veces, él y su hermano tuvieron que recoger a su padre alcohólico, unas veces del piso de la propia casa, otras de la calle. El hermano menor reconocía el alcoholismo del padre, pero se negó con furia y lumbre a aceptar la versión del otro hermano. Adiós.
Cada uno tenía una memoria fundamental, en la que se inscribían no solamente los hechos sino algo de radical importancia en su propio recuento y autorreconocimiento.
Aquel pleito de ojos inyectados y rostros enrojecidos, no solo los separó. También lograron algo: poner en pausa, sin conclusión posible, fáctica, la historia del padre, enviada a segundo plano ante la nueva: el irreductible pleito entre los hermanos, acerca de un pasado que lograron volver inaccesible. Una versión tiene que aniquilar a la otra para ser verdad.
La verdad puede mostrarse como entidad forense. Lo mismo en términos jurídicos (el testigo fija la veracidad) que literarios: a veces el narrador, a veces un personaje... Es inquietante que esa forma de la memoria pueda ser, por igual, la residencia de la demostración o la más irreductible incertidumbre.
Por ejemplo, Rashomon, la magnífica película de Kurosawa, que junta dos cuentos, igual de magistrales, de Akutagawa: el homónimo “Rashomon” y “En el bosque”. Cinco testimonios forenses, perfectamente verosímiles, hacen imposible determinar la verdad acerca de la muerte de un joven samurái.
O puede presentarse como suele presentarse en uno, en eso que los literatos dieron en llamar stream of consciousness, o “flujo de conciencia”: un correr de recuerdos, sensaciones, pedazos de algo intuido e imágenes, necesarias, caprichosas, sorprendentes, de cuya antología decimos yo. Desde mediados del siglo XIX, la literatura, principalmente la novela, ha intentado representar esas extrañas maneras del flujo mental. Es la cosa de Woolf, Joyce, Beckett, Roa Bastos... y parece un recurso mucho más moderno, pero en realidad fue, hace mucho, un modo de concebir el mundo, desde
la filosofía natural. ¿No son el poema de Empédocles, los retazos de Demócrito y el poema de Lucrecio una forma del “flujo de conciencia” de la Naturaleza, donde las fuerzas de atracción y repulsión forman por azar la conciencia del Mundo, y de modo derivado, las de los individuos?
Más allá de fechas y recursos formales, las dos posibilidades de acercarse a la memoria son, además de irreductibles entre sí, imposibles de verificar... Ninguna es más confiable que la otra. Y es su naturaleza, porque la verdad es un acuerdo entre símbolos, mientras que la realidad es una disposición de hechos. Entre unos y otra, sombras y asombro.
Y los milagros suceden. Cada día averiguamos un poco más, de modo más preciso, con mejores recursos, acerca del pasado. Schliemann escarbó siguiendo sus intuiciones literarias; cuando dio con trastos y una máscara, dijo: “Troya”. Estaba
lejísimos, pero ni él ni su época imaginaban cuánto. Sin embargo, de él surgieron todas las demás excavaciones y técnicas. Hoy, una composición del hierro en unos cuantos enseres lleva a los arqueólogos a deducir rutas comerciales; luego, otros, de aquellos intercambios descubren influencias lingüísticas, y ahora creemos saber que Homero era un diplomático cilicio, hijo de un mesopotamio y una sierva griega (la tesis de Schrott). Y la erudición actual seguramente resultará cándida en unos cuantos años.
Como sea, en una versión o en otra, el pasado se inventa y, conforme se inventa, se verifica. La memoria está en el futuro. Y se genera por ambas vías, la forense y el flujo azaroso de la conciencia. Cada enunciado, cada número de un suplemento, cada libro cree ser registro forense: un hecho verificado y verificable. En el tiempo se vuelven flujo de conciencia, en el río revuelto de cada lector, cada interlocutor, o en la propia memoria. “Herencia exogenética”, la llaman Peter y J. S. Medawar, en un libro espléndido: DeAristótelesazoológicos. Undiccionariofilosóficodebiología (FCE, México, 1988); una herencia que no tiene nada que ver con la genética ni la biología; es decir: con los hechos demostrables en sentido forense, sino con aquellas formas de conciencia que se mueven por amor y odio, atracción o repulsión, y que no sabemos si nos llevan o las llevamos hasta reconocernos como la persona que creemos ser. _
Julio Hubard. Poeta, ensayista, traductor. Autor, entre otros libros, de Hacéldama y Presentes sucesiones.
La verdad puede mostrarse como entidad forense: en términos jurídicos o literariosDAVID TOSCANA