Laberinto No.835 (15/06/19)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ENSAYO

ENTREVISTA

ANAMARI GOMÍS

HÉCTOR GONZÁLEZ

El exilio español y las nuevas migraciones

Las ilusiones rotas de David Martín del Campo

Foto: Anónimo

SÁBADO 15 DE JUNIO DE 2019 AÑO 15 - NÚMERO 835

El salvaje camarada Limónov por sí mismo Eduard Limónov/ FOTOGRAFÍA: TWITTER

Foto: H. G.


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ANTESALA

15 DE JUNIO 2019

CASTA DIVA

Esa oscura baratija del deseo AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA PINTEREST

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n el arte VIP la baratija desechable e impotente se magnifica, cotiza y admira. En el museo de la Fundación Jumex, establecen las similitudes entre Duchamp y Koons en la exposición La apariencia desnuda. Describiré las similitudes que pude apreciar. Ninguno de los dos hace sus obras. La obra maestra de Duchamp, el readymade, abrió la posibilidad de que los artistas con el poder de su mente o lo que el curador diga, conviertan cualquier cosa en arte y no hagan sus obras. La obra de Koons está realizada por un equipo creativo que busca las cosas y anuncios que van a plagiar, hacen las combinaciones y los envían a las factorías. Los dos están imposibilitados de hacer lo que designan como arte, porque como ha confesado Koons, nunca “tuvo la habilidad para hacerlas, por eso contrata a los mejores”. Los dos son plagiarios. El mingitorio, la obra maestra de Duchamp, es unplagio,laautorafuelabaronesaElsavonFreytagLoringhoven. Elsa le envió la pieza con una carta explicando que era una protesta por los crímenes de la Primera Guerra Mundial y le pidió que la inscribiera en el Armory Show, Duchamp no lo hizo y se la robó. Koons gasta una fortuna en abogados que lo defienden de las numerosas demandas por plagio, como el fotógrafo de cigarros Marlboro, publicistas, y otros artistas. El plagio es sintomático de la mediocridad, un robo que el arte VIP eufemiza como “apropiación”, y permite que una persona incapaz de desarrollar una idea y llevarla a cabo, pueda pasar por artista. Los dos explotan el mal gusto. La fórmula es muy elemental, Koons elige lo que la masa consume y lo lleva a proporciones elefantiásicas, la vulgaridad es el concepto de su obra. Duchamp elige lo más “usado”, ruedas de bicicletas o secadores de botellas, y las anuncia como arte. Los dos están sobrevalorados en el mercado. El conejo metálico de Koons subastado por 91 millones de dólares fue comprado por Steve Cohen, el mismo inversor que en su momento dijo que el tiburón en formol de Hirst le había costado 13 millones de dólares y más tarde trascendió que la cantidad fue mucho menor. En la venta de un perro metálico de Koons en 59 millones de dólares se supo que el mismo artista estaba entre los compradores. Duchamp está sobrevalorado como artista, como teórico y ya no digamos en precios, él se dedicó a firmar mingitorios, y lo que se pague por esas cosas, es mucho. En el caso de los dos, sus obras únicamente significan que el comprador es rico, no que sean arte. La exposición es la oportunidad de entender por qué el arte está al nivel de las baratijas y por qué estamos en una sociedad que huye de la complejidad intelectual y se refugia en la estupidez tribal y solidaria.

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Corazón de Jeff Koons.

Tolkien. Dirección: Dome Karukoski. Estados Unidos, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

Tres protagonistas y un ausente

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA FOX SEARCHLIGHT

no suele imaginar a Tolkien, autor de El señor de los anillos, como en la contraportada de sus libros: con pipa, mirando fuera de cuadro y lleno de arrugas. Tolkien, la película, cuenta la historia del autor durante los años en que formó lo que terminaría por ser la comunidad de amigos que es la primera protagonista de esta obra. En tanto biopic, Tolkien ofrece viñetas que permiten relacionar la obra con la vida del escritor. Las actuaciones son adorables; los niños transmiten el amor benévolo que se tienen entre sí personajes tan importantes en la obra de Tolkien como, digamos, Sam y Frodo. La guerra es el segundo protagonista. La Primera Guerra Mundial es el telón sobre el que se proyectan los terrores de este niño que será uno de los escritores más famosos del siglo XX. Hay que decir en este sentido que la película ayuda más en la promoción de la lectura de su obra que los esperpentos animados por computadora que, más que lucir valores fílmicos, lucieron efectos especiales. Y no es que tenga nada contra las películas de La trilogía del anillo, pero si uno se ha quedado sin leer a Tolkien se ha perdido de un deleite literario y, además, corre el riesgo de suponer que las historias de este autor

son una imitación más bien mala de Richard Wagner. Falso. En los tres volúmenes de la obra de Tolkien resuena lo más importante para un escritor: su voz. El tercer protagonista en esta película de valores contradictorios es justamente esto: el idioma. El inglés se luce tanto que, a la amistad y a la guerra, hay que agregarlo como protagónico. Con estos elementos, la película no sería mala si no tuviera, como las producciones de El señor de los anillos, una necesidad más bien pecuniaria: atraer a las audiencias para sacarles mucho dinero. Es por ello que el protagonista ausente en la película sobre Tolkien es la fe que comenzó en su infancia, creció durante la Primera Guerra Mundial y maduró cuando conoció a C. S. Lewis, autor de otra serie de libros que (aunque con mejor fortuna en el cine que El señor de los anillos) es necesario leer: Las crónicas de Narnia. La fe en la vida de Tolkien es tan importante como sus amigos de la infancia, como lo fue la Primera Guerra Mundial, de la

La fe en la vida de Tolkien es tan importante como lo fue la Primera Guerra Mundial

que se volvió héroe, y como lo fue el idioma inglés, su verdadera patria. Se trata pues de un fallo importante pues este cuarto figurante en la formación de un autor tan famoso como Tolkien brilla por ausente. La producción se ha justificado diciendo que las escenas en que quisieron transmitir a la gente dicha fe resultaron artificiosas. Además, dicen, los grupos focales a quienes mostraron la obra concluyeron que lo mejor que podían hacer con la religiosidad de Tolkien era lanzarla fuera de la ventana. Estos hechos hablan de dos gravísimos defectos en una película que no está mal, aunque nunca llega a ser grande. En primer lugar, el que los guionistas no hayan podido transmitir la religiosidad de este hombre no es problema del cristianismo; es problema de los guionistas. Y ellos, los escritores David Gleeson y Stephen Beresford, son los auténticos culpables de que Tolkien se quede en la mediocridad de una película que hay que ver solo porque la patética cartelera nacional no ofrece nada mejor. A fin de cuentas, como se ha visto, esta obra fue escrita por gente pagada en grupos focales. Imaginemos a Tolkien preguntando en esta clase de grupos qué debió haber hecho Frodo con el anillo. Seguramente su obra hubiera terminado muy mal.

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ANTESALA

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POESÍA

Quisiera saludar al mundo DIEGO JOSÉ

Quisiera saludar al mundo, pero no soy Walt Whitman; lo celebro según mi empeño, pero me duele. Amo la sonrisa mandarina de los domingos, el olor tardío de la albahaca, los cascabeles que cimbra el viento entre las hojas. Amo, huelo, palpo, pruebo, escucho y miro el mundo que se detiene en la resolana que templa lo que escribo que me nace un sentimiento insoportable de saludar al mundo; pero no soy Walt Whitman, lo celebro según mi empeño, pero me duele. Este poema forma parte de un libro en preparación.

EX LIBRIS

Concierto barroco/ EKO

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LOS PAISAJES INVISIBLES

1994 IVÁN RÍOS GASCÓN

IvanRiosGascon

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A Mayra Inzunza, in memoriam

ara quienes vivimos las turbulencias de la última década del siglo XX mexicano, la miniserie 1994, producida por Netflix y dirigida por Diego Osorno, es algo más que la remembranza del asesinato del candidato del PRI a la presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio, perpetrado el 23 de marzo de 1994 en la colonia Lomas Taurinas en Tijuana, Baja California, y mucho más que una apoteosis del malogrado político cuyo discurso del 6 de marzo en la explanada del Monumento a la Revolución se suele interpretar como una ruptura con el proyecto de Carlos Salinas de Gortari y un desafío al sistema autoritario y antidemocrático que se negaba a flexibilizarse. No. Para quienes vivimos esa etapa, 1994 es un viaje al pasado para evocar las múltiples teorías en torno del caso que empeoró aquellos tiempos y generó un ambiente atroz, pues la avalancha de sucesos nos hundió en la confusión y en el escepticismo. Y es que, subyugado por el fraude electoral, por las crisis de toda índole, por la corrupción, la inseguridad, el caos político y la vendetta, el rígido control mediático del gobierno y el desfachatado arbitrio con que se manejaban las instituciones, México se enfilaba a una ominosa decadencia, cuya trama se gestó seis años antes, durante el cambio presidencial de 1988, cuando la caída del sistema electoral a cargo de Manuel Bartlett y las trampas del PRI impusieron a Carlos Salinas de Gortari en Los Pinos, en tanto que Cuauhtémoc Cárdenas debió reconocer la derrota a pesar del descontento popular y del descomunal repudio del electorado por el partido tricolor. 1994 expone las piezas sueltas que hicieron de aquel año un ciclo complejo, para que cada quien arme el rompecabezas a su antojo. En esa ronda de testimonios y relatos (sean del propio Salinas de Gortari, sean de los colosistas o de los “involucrados” en el crimen, sean del Subcomandante Marcos, hoy autodenominado Galeano, y otros zapatistas, sean de figuras aún activas en el gobierno y en la prensa), lo que menos importa es el asunto central, la figura y el homicidio de Colosio a 25 años de distancia, sino todo lo que gravitó alrededor de aquella transición en que, vaya paradoja, volvió a ganar el PRI. ¿Fue Mario Aburto un asesino solitario? ¿Quién hizo el segundo disparo? Imposible no recordar los libros que se escribieron sobre el tema. ¿Quién fraguó el homicidio? La conjetura queda en el espectador, lo mismo que la posible razón del atentado. ¿Fue el EZLN un movimiento legítimo o un montaje de lucha civil y de pacificación institucional para desviar la atención del homicidio y reestructurar la narrativa del autoritarismo? En el México vigilado por figuras como Fernando Gutiérrez Barrios (secretario de Gobernación durante cinco de los seis años de gobierno de CSG), el Sub Marcos y el EZLN se armaron, levantaron y urdieron una revolución mediática que sedujo a todas las almas dentro y fuera del país, aunque nunca les cumplieron todas sus demandas y desaparecieron de la escena nacional del gobierno de Fox en adelante. Por tanto, ver ahora 1994 sugiere más una relectura de Marcos, la genial impostura, de Maite Rico y Bertrand de la Grange, que cualquier otro título ensalzador del movimiento, digamos El sueño zapatista de Yvon Le Bot. La miniserie recupera el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu; el lamentable show de Pablo Chapa Bezanilla y La Paca, su vidente; el testimonio del hermano incómodo, Raúl Salinas de Gortari; la actuación de Ernesto Zedillo y de sus fiscales y la malaventura económica del “Error de diciembre”, por lo que al llegar al último episodio es imposible no considerar que en México todo es posible, todo se puede, y sí: la teoría del complot es la correcta. Lo dice el proverbio: “piensa mal y acertarás”.

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ENSAYO

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La diáspora republicana española hacia México cumple 80 años y puede verse a la luz de las migraciones actuales

Un país llamado exilio

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ANAMARI GOMÍS FOTOGRAFÍAS ACERVO HISTÓRICO DIPLOMÁTICO

as migraciones poblaron el planeta de animales y de gente. Tanto los elefantes como los caimanes, los pájaros y los seres humanos somos entes móviles. A veces por capricho y por ganas de explorar ha habido traslados hacia otras tierras. En no pocas ocasiones, sin embargo, algo expulsa a los habitantes de un lugar: desastres medioambientales, que nos harán danzar a todos sobre el globo terráqueo muy pronto; guerras, como bien sabemos; problemas económicos o nulas oportunidades de empleo; persecuciones políticas y religiosas. La expulsión de los judíos en 1492 y luego de los árabes en 1506 significó una autoestocada para Castilla y el reino aragonés. Y esto nada más en nuestra tradición, la hispánica. Otros motivos para migrar son los paraísos prometidos, mejores condiciones de vida, tierra, libertad. Los pilgrims abordaron el Mayflower en 1620, se despidieron de Inglaterra y se asentaron en América del Norte. Se convirtieron en los padres y madres fundadores de Estados Unidos. Qué decir de los conquistadores españoles y sus aventuras, del magno tropiezo, o cómo le quieran llamar, del “otro”, del diferente que les debe haber parecido ficcional, por lo menos en un principio, tanto a los nativos de estas tierras como a aquellos europeos investidos de armaduras y cascos. Así la Historia. El 13 de junio de este año se cumplieron 80 años del exilio republicano español en México. Ese consistió en otro encuentro muchos menos dramático, en el que unos sabían de los otros. Ya en plena Guerra Civil, en 1937, el presidente Cárdenas dio asilo a 500 niños españoles para protegerlos de la embestida

franquista. Fueron conocidos como “los niños de Morelia”. Dos años después, llegó a Veracruz el barco Sinaia, justamente el 13 de junio de 1939. Los barcos Ipanema, Mexique, Flandra y otros más desembarcaron en diferentes momentos a aquellos que huían de una guerra brutal, en la que España era el conejillo de Indias de las nuevas armas alemanas e italianas, con las que el fascismo se preparaba para la Segunda Guerra Mundial. De 22 mil a 30 mil españoles llegaron a México, una nutrida inmigración, donde el gobierno les procuró una nueva nacionalidad y con ello empleos y una vida recobrada: la de la paz. Muchos de los recién llegados eran intelectuales, surgidos de los aires renovadores que alimentaron a la República y que quisieron trabajar por una España moderna y menos influida por la Iglesia. Muchos jóvenes de aquella República habían estudiado en el Instituto Libre de Enseñanza, gran proyecto pedagógico. Venían escritores, filósofos, juristas, médicos, también profesores de escuela inoculados de ideales socialistas que pensaban que los cambios debían partir de la educación temprana. Actores y actrices, pintores, obreros calificados y sumamente politizados, campesinos que avalaban las propuestas republicanas para crear una sociedad más justa, más igualitaria. Sin duda, esta diáspora enriqueció a México. Y aquí, en México, sucedió algo interesante. Las izquierdas españolas, que se habían fragmentado, se unieron como republicanos en el exilio. En 1940, en México, había 22 millones 600 mil habitantes, según el sexto Censo de Población. En la Ciudad de México vivían, grosso modo, menos de dos millones de personas. El presidente Lázaro Cárdenas tomó en consideración esto, lo mismo que la creación de empleos para recibir a la inmigración republicana, en arreglo con la

Niños españoles arribando al puerto de Veracruz en 1937.


ENSAYO

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JARE, la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles. Se planeó todo en medio de la trepidación del fascismo y del advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. Mis padres, refugiados españoles, una vez que el gobierno del presidente Juan Negrín comenzó a itinerar, y con él mi padre, que era magistrado de la Suprema Corte de Justicia, y se establecieron en Francia (por nacimiento, mi papá era francés), pensaron quedarse un tiempo largo en ese país, pero llegaron los nazis y en una noche decidieron venirse a América. Viene a colación esto porque de París viajaron a Burdeos, donde embarcaron rumbo a Santo Domingo, a donde debían acogerlos. El general Cárdenas ya había recibido a muchos republicanos españoles. Cuando avistaron la isla, hubo un pequeño grupo de emisarios (esto quizá lo invento y deben haber anclado y alguien bajó a entrevistarse con las autoridades) que les anunció que cada ciudadano español debía pagar 100 o 200 dólares. Eran órdenes (y tiempos) del dictador Trujillo. Todos los viajeros y los tripulantes se aterraron. No llevaban dinero y no querían que los regresaran a Europa, en ese cálido julio de 1940, como a aquel barco de refugiados judíos que zarpó en mayo del 1939 rumbo a Estados Unidos y que paró en Cuba, de donde lo volvieron al infierno nazi. El Cuba, que así se llamaba el barco en el que venían mis papás, permaneció unos días anclado, sin ruta a seguir. En cuanto Lázaro Cárdenas se enteró, giró sus órdenes para que esos españoles tomaran camino a México. Mamá contaba que todos en el barco, con lujo de entusiasmo, celebraron el nuevo rumbo. México era el mejor de los destinos. Yo nací en México, dentro del exilio de mis padres, varios años después. Digo “dentro” porque mi casa era casi otro país, uno suspendido en el tiempo. Cuando miro con alguien películas españolas de hoy y no se entiende algún giro lingüístico novedoso o una manera contemporánea de nombrar las cosas y me preguntan, como hija de españoles, qué quisieron decir los personajes, tengo que explicarles que, fuera de la literatura española actual, mi norma del español de España es de finales de los años treinta. He ido varias veces a la península, pero nunca he vivido allá. Yo escribí una novela, Ya sabes mi paradero (Plaza y Janés, 2002), en la que narro la historia de una familia española republicana en el exilio. Se trata de mi familia, mezclada con otras, ficcionalizada y con visos paródicos en algunas partes. Me interesaba describir el país llamado exilio, en el que por mucho tiempo residieron los republicanos, así que el padre de la novela, luego de varios años de transterrado, decide dar a su hijo más pequeño una educación política centrada en México. Eso y muchos asuntos más, como la relación laboral de papá real con Martín Luis Guzmán, quien fue su tutor en muchos aspectos y con quien mantuvo un vínculo de admiración y, a veces, de resuelta ambivalencia. En 1968, después del 2 de octubre, terminó para siempre esa

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Un grupo de exiliados españoles desembarcando del vapor Flandes en el puerto de Veracruz, 1939.

liga. Discutieron y se pelearon. Mi papá real, no el de la ficción, trabajaba a escondidas de don Martín en la revista de izquierda Política de Manuel Marcué Pardiñas y de ahí, en sus dos últimos años de vida laboró también en la revista Sucesos de Gustavo Alatriste. Su profesión como abogado la había suprimido en México, ahuyentado por la corrupción, pero escribió dos tomos del Derecho Civil Mexicano, amén de dos novelas y varios cuentos. Siempre sufrió por la España perdida. Siempre. Mamá también, pero era una andaluza graciosa, que se acopló a México desde el principio, pienso yo. Otra inmigración importantísima del siglo XX en México fue la chilena, cuya inmigración se llevó a cabo después del golpe militar en 1973. Cuando alguien narraba las atrocidades cometidas por Pinochet, mi madre contestaba invariablemente: “el canalla de Franco”. Y es que ambos eran lo mismo: traidores, crueles, fascistas y militarotes, como los de la Junta Militar, autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, que, a partir de 1976, convirtieron a Argentina en un camposanto, y, como Franco y Pinochet en sus naciones, en una

Europa y Estados Unidos se han convertido en la meta de éxodos martirizantes

cámara de tortura. Se calcula que unos 6 mil chilenos se asentaron en nuestro país en calidad de exiliados. Muchos regresaron a Chile. Argentinos, luego de 1976, se refugiaron cerca de 14 mil. Como los chilenos, varios anduvieron el camino de vuelta a la Argentina. Igual que sucedió con el exilio español, fueron los intelectuales sudamericanos los que se acogieron al refugio mexicano. Esas tres migraciones a nuestro país en el siglo pasado resultaron heroicas. México se benefició con el intercambio de culturas, con la presencia en las universidades y en otras instituciones de personalidades de la cultura, pero ha habido otras, menos épicas y nada signadas por la defensa de la libertad y la justicia. Hoy, cadenas de migrantes buscan refugio fuera de sus países. Europa y Estados Unidos se han convertido en la meta de éxodos peligrosos y martirizantes. Muchos gobiernos no poseen la estructura económica para recibir a grandes cantidades de personas. El gran reto en esta segunda década del siglo son esas migraciones. México se ha comprometido con Estados Unidos a fungir como país de acogida por un tiempo para la gran migración de centroamericanos que desean afincarse en el norte de América. Así nomás, sin ayuda. Turquía, por ejemplo, recibe gran apoyo económico de la Unión

Europea para proveer de vivienda, de seguridad social, servicios médicos, educación y empleo a los migrantes que luchan por llegar a países de Europa. En las negociaciones del gobierno de la Cuarta Transformación con el presidente Trump y algunos miembros de su gabinete no hubo tal convenio. Nuestro país debe controlar los flujos migratorios en nuestro territorio o la furia trumpiana impondrá, para empezar, el 5% a los aranceles o quién sabe qué otras amenazas hará efectivas. Es un momento crítico, arriesgado, incierto. No hay nada que celebrar sino más bien mucho que temer. Pienso en el escritor Federico Álvarez, refugiado español, profesor por muchos años de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Una vez, en el aeropuerto, mientras Federico Patán, Antonio Matesanz y yo nos disponíamos a viajar a Madrid para hablar del exilio español en la Universidad Complutense, y Federico abordaría otro avión a España, pero con otro cometido, nos dijo: “ya chole el exilio español”. Ante esta inédita e imparable situación de migrantes desesperados que hoy recorren el mundo, vuelvo al exilio español de finales de los años treinta, como un clásico, como una bandera romántica que ojalá no olvidemos nunca. Aunque la verdad, ya chole.

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Emmanuel Carrère hizo su retrato. Ahora el p ruso habla de sí mismo en El libro de las agu pasajes con autorización de la Editorial Fulge

Limónov: fusiles y EDUARD LIMÓNOV FOTOGRAFÍA SHUTTERSTOCK

Estrafalario, desmesurado y pendenciero Tiene aspecto de viejo moderno —alto, delgado, barba y pelo grises y bien cortados “a lo Trotsky”, gafas de pasta, pantalón de mezclilla, chamarra de cuero (que no deja ver la granada tatuada en un brazo)—, pero Eduard Limónov avanza por el Parque del Retiro sin llamar mucho la atención. Bajo un sol furioso, camina dispuesto a contar las batallas de su vida ante un puñado de personas y luego a encerrarse, con resignación, durante un par de horas en una de las casetas montadas a lo largo de todo el Paseo de Coches para dedicarle a sus lectores alguno de sus libros autobiográficos, incluido el más reciente editado en español, El libro de las aguas (traducción de Tania Milkhelson y Alfonso Martínez Galilea, La Rioja, 2019). El autor no ha llegado a España directamente de Moscú, sino de Valencia donde, a sugerencia de sus editores, se bañó en el Mediterráneo para ver si luego escribe algo sobre este cálido mar. Limónov saltó a la fama en Occidente gracias a la biografía novelada escrita hace casi una década por Emmanuel Carrère, en la que aparece como un personaje desmesurado y estrafalario, salvaje, pendenciero y ambiguo, escurridizo y estrambótico, héroe romántico y majadero abominable, fascinante y detestable a partes iguales. Limónov, sin embargo, ha venido aquí para dejar claro que, a excepción de él, nadie puede retratarlo: “Carrère ofreció su visión de mí, una obra inspirada en mí, pero no soy yo, no me reconozco. Aunque le estoy agradecido porque lo hiciera”, dijo en una carpa del Retiro, durante la presentación de El libro de las aguas. Eduard Veniamínovich Savenko, su nombre completo, es un personaje poliédrico y complejo que ha construido su vida desde una profunda convicción rebelde, casi provocadora, con alma de creador punk. Este ensayista, novelista, agitador cultural, activista político,

exiliado de la URSS, exguerrillero (al lado de los serbios), exvagabundo sobre el asfalto, exmayordomo de un millonario y amante de “hombres negros, altos y de pene enorme” en Nueva York, enfant terrible en París, golpista, director de un periódico de corte fascista, líder del postsoviético Partido Nacional Bolchevique es hoy, a sus 76 años de edad, un icono de la resistencia política contra el régimen de Vladimir Putin y, según los críticos, “un renovador de la literatura rusa”. Limónov fue encarcelado en abril de 2001, acusado de terrorismo, conspiración por la fuerza contra el orden constitucional y tráfico de armas (según el gobierno ruso, planeaba una revuelta militar para invadir Kazajistán). Durante los tres años de su estancia en prisión aprovechó para escribir El libro de las aguas. “Mi deseo en ese lugar era ser libre como el agua. Además, creí que me iba a pasar quince años en la cárcel y me estaba preparando para lo peor. Entonces recordé los episodios de mi vida y los recuperé”. Encantado de conocerse a sí mismo, Limónov hizo gala de su fama de ególatra. “El mejor momento de mi vida fue en la cárcel, Porque la cárcel eleva a una persona sobre sí misma. Lo único que falta es perspectiva: grandes espacios urbanos, paisajes… Si alguien tiene a algún familiar o a algún amigo entre rejas, mándale libros de fotografía o álbumes de fotos”, aconsejó. “Ahora tengo una novia. La veo los fines de semana, porque está casada con su marido. Mi primer hijo nació cuando yo tenía 63 años. Mi hija, cuando tenía 65. Recuerdo que con 22 años pensaba que no sobreviviría a los 30, que nunca procrearía, y sin embargo sigo vivo”, dijo en Madrid el hombre al que Emmanuel Carrère considera “un héroe cool”. Víctor Núñez Jaime/ Madrid

En un mitin del Partido Nacional Bolchevique.


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poeta y activista uas. Publicamos algunos encio Pimentel

y semen

El libro de las aguas

H

e titulado todo lo reunido en este volumen El libro de las aguas. Podría haberlo titulado El libro del tiempo, porque del tiempo se trata, pero he preferido el agua. El agua lleva y se lleva todo; es imposible bañarse dos veces en las mismas aguas. El resultado ha venido a ser esta obra rara, salpicada de apuntes geográficos y de coincidencias providenciales. En una ocasión, en Venecia, en 1982, recorrí una de las orillas del Adriático en compañía de gente bastante peculiar; once años más tarde vagaría por la orilla opuesta, la del Adriático balcánico, con un fusil de asalto, formando parte de la policía militar de la República Kninska Krajina, hoy desaparecida. En verano de 1974, en compañía de unas guapas mujeres, pasé por Gagra en dirección a Gudauta, en el coche deportivo de un francés; en 1992 erraría por la playa de Gudauta, cubierta de malas hierbas, aventurero llegado allí para socorrer a la República de Abjasia. Ocurre, además, que he tratado de pescar en el océano del tiempo las cosas verdaderamente esenciales para mí; y que, releídas las 40 primeras páginas del manuscrito, no he podido hallar más que guerra y mujeres. Fusiles y semen en los orificios de mis hembras amadas: he ahí el modesto resumen de mi vida. En parte, todo esto se justifica por el lugar en el que escribí este libro, una prisión militar para enemigos del Estado. En parte… Pero no del todo. Algunos episodios del libro ya han aparecido en otros libros míos. Sin embargo, expuestos en contexto distinto, carecían de profundidad y de énfasis, tenían aire de bocetos. Ahora están acabados, han adquirido entidad independiente. El libro de las aguas se refiere a las aguas de la vida, y por eso sus episodios están intencionadamente entremezclados, como entremezclados están los recuerdos en la memoria o flotan los objetos en el agua. Tienes a la vista, lector, un libro de memorias original. Y dado que siempre he tenido inclinación a la ambivalencia —desde joven me conduje como un Don Juan o como un Casanova, persiguiendo al mismo tiempo el destino de un soldado o el de un revolucionario al estilo de Bakunin o Che Guevara—, el resultado ha sido igualmente ambivalente, una mezcla entre el Diario de Bolivia y las Memorias de Casanova.

[…] El agua parecía leche tibia. Natasha estaba enfadada, porque no teníamos compañía ninguna. Habíamos recorrido toda la costa mediterránea para llegar a Niza desde la villa de Béziers. Hasta Béziers nos había acompañado Michel Bideau, grácil y lleno de ironía. Bideau, que siempre iba en sandalias. Natasha lo intimidaba. Habíamos pasado tres semanas en su casa, en la aldea de Camprafaud, y nos habíamos asilvestrado bastante. En verano, la aldea tenía once habitantes, contándonos a nosotros; en invierno, se quedaban en ocho. Íbamos a Niza pasando por Tolón, Marsella y Cannes, en un tren con las ventanas abiertas y la gente de pie, como en un cercanías ruso. Era gente sencilla, árabes joviales, marineros de gorra con pompón. Borrachos, unos cuantos. Pasaban como una exhalación andenes y palmeras. En aquel tren Natasha se encontraba mucho más a gusto que en Camprafaud, porque los árabes y los marineros la miraban y parecían contentos. Ella siempre ponía contentos a los tipos humildes, vulgares o medio delincuentes. En Camprafaud, no tenía quien la mirase. De los ocho habitantes que invernaban en la aldea, dos eran una cariñosa pareja de homosexuales que criaban cabras y producían con su leche queso fresco para venderlo luego en el pueblo más cercano, Saint-Chinian; los otros seis eran niños, jovencitas y ancianos. En Niza nos esperaba el estudio de una amiga de Natasha. Todos los apartamentos del edificio tenían su acceso desde el mismo pasillo interminable. En el nuestro había un balcón y una cama incómoda que parecía el colchón que se coloca sobre la estufa de una isba rusa. Mi lujuria sacaba de quicio a Natasha, que se resistía, irritada. A veces me soltaba: “Anda, dale”, indignada e inmóvil, como un cadáver. Por las noches cenábamos en algún restaurante. Natasha resplandecía: las piernas morenas, su falda roja, su blusa negra con lunares blancos, la voz ronca y el gesto sarcástico y amargado. Pero tampoco los restaurantes le gustaban, aunque yo los elegía caros. Aquel año gané pasta. Fue mi último año de paz. 1990. Natasha se aburría en aquellos restaurantes de Niza. En París no solíamos ir a restaurantes, habida cuenta de que ella trabajaba precisamente en restaurantes —durante muchos años en el exclusivo Rasputin y, más adelante, en el popular Balalaica—. La perspicacia de la que siempre había presumido había alcanzado ahora un punto que me hacía sentir asco de mí mismo. El diagnóstico era evidente. Si en Camprafaud no había hombres ni quien se fijase en ella, la admirase y le dijese cumplidos (pálido, enjuto, de complexión adolescente y a menudo fumado, Michel Bideau no parecía en absoluto un aspirante para el flirteo), Niza, por el contrario, estaba repleta de hombres, y la mitad de los camareros parecían Alain Delon. […] Fueron días muy felices, días de tedio y desconcierto. pase a la p. 8

Natasha siempre ponía contentos a los tipos humildes, vulgares o medio delincuentes

Mar Mediterráneo. Niza

Natasha era una chica alta con cuerpo de nadadora. Nadaba con mucha seriedad. Se ponía el gorro esmeradamente, entraba al agua con aire reflexivo y solo en el último momento, cuando alcanzaba la profundidad suficiente y se tumbaba en la ola para nadar, se permitía un débil chillido. Después, se aplicaba al trabajo de la natación concienzudamente y se enfadaba cuando otros nadadores la salpicaban al pasar a su lado. Mirándola desde la playa, me decía: “Allá va mi mujer, nadando”.

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Mar Negro. Tuapsé

Salidos del pozo más negro de mi memoria, acaban de venirme a la cabeza algunos chispeantes recuerdos, tan añejos que se dirían de los tiempos de los persas y los antiguos griegos. Estamos en 1960 o quizá en 1961. Voy camino de Tuapsé en un autobús descuajaringado. Por qué, con qué objeto, no consigo recordarlo. Me acuerdo, en cambio, de que llevaba una maleta pequeña, herencia de mi padre; Veniamín Ivánovich la había arrastrado siempre consigo en sus desplazamientos oficiales. La maleta estaba cubierta de pegatinas. Pero juro que no hay manera de que recuerde qué tipo de pegatinas pudieran ser. De Nueva York o de Ámsterdam no iban a ser, eso es evidente, y muy probablemente fueran de marcas de cigarrillos extranjeros. La maleta va medio vacía, dentro guardo una hogaza de pan. Visto pantalones de chándal y una chaqueta de bouclé que hace tiempo me queda pequeña: me la ponía en octavo grado, y ya he terminado décimo. Tengo 17 años. El bus avanza, renqueante; tiene unos neumáticos de mierda: la goma siempre es un desastre en Rusia; sin embargo, el ambiente está animado. Viaja poca gente, es primavera en el sur, las ventanas están abiertas: calor, polvo, una carretera de montaña. Hipotetizaría más adelante que fue ese mismo tramo sobre el mar el que recorrieron los personajes de El torrente de hierro, la novela de Serafimóvich. (Hace un par de años la volví a leer con auténtico gusto; evoca la ética de Taras Bulba y no desmerece en nada de La guardia blanca, de Bulgákov.) A ratos, saco el pan de la maleta y lo voy engullendo, partiéndolo en pedazos. Un individuo mayor, huesudo, con el triángulo de una marinera debajo de la camisa, me mira varias veces desde el par de asientos contiguo y me ofrece un trozo de pollo. Lo acepto. Se llama Kostia. Me presento. Soy un chaval de Leningrado, voy a Tuapsé, a casa de mi tía. ¿A qué viene eso de que soy de Leningrado? Bien, la verdad es

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que yo era un chaval con ambiciones, y Járkov me quedaba pequeño, merecía algo mejor que Járkov. “Pero, chiquillo, ¿te vas a comer el pan sin nada?”, me dice en ucraniano una abuela, mientras me ofrece un trozo de pescado. Lo acepto. No tengo a nadie en Tuapsé, por supuesto. Ni tía, ni dirección alguna. Soy un chico leído, un poeta, un niño, y voy a ampliar mi territorio, a encontrarme con bellas y con bestias, con molinos de viento y de acero que me sajarán las manos. […] Me bajo en Tuapsé y trato de alejarme de Kostia, el marino, lo más rápidamente posible. No quiero que sepa que le he mentido. Me había dado a comer de su pollo guisado, contándome historias de su vida, y me había invitado a medio vaso de vodka. Cuando me preguntó en qué calle vivía mi tía, mascullé: “Calle Lenin”. El marino pareció extrañarse. No entendí de qué. Puede que la calle de marras fuese tan céntrica que solo hubiese en ella edificios oficiales, grandes almacenes, el comité municipal…, y no edificios de viviendas; puede que su perplejidad obedeciera a alguna otra razón. Porque en cada villorrio soviético ha habido siempre una “calle Lenin”. No hubo nada que hacer. El buen hombre me acompañó hasta la dirección que le di. A cuatro pasos de la casa le confesé la verdad. Le dije que en realidad no conocía a nadie allí, que había venido a dar en Tuapsé por casualidad, que era en Sochi donde vivía mi tía, pero que no había conseguido dinero suficiente para comprar billete hasta Sochi. Me dijo que debería habérselo dicho mucho antes, pero me hizo acompañarlo. Su mujer nos recibió con escasa amabilidad. El susodicho Kostia volvía a casa sin lo que fuera que hubiera ido a comprar a Novorosíisk. El domicilio de Kostia era un cuarto minúsculo en un barracón de madera junto al puerto. Pude contar cinco o seis puertas en el pasillo comunal.

Aparte de Kostia y de su mujer, lo ocupaban una niña de unos seis años y un niño de teta. Pechugona y entrada en carnes, la mujer del marino era considerablemente más joven que él. No dejó de refunfuñar, pero nos dio de cenar pescado frito con patatas. Me hicieron una cama en el suelo, junto a la puerta. El niño no paró de llorar en toda la noche, ni Kostia de toser. Cuando me fui, temprano, por la mañana, seguía dormido. Su mujercita estaba lavándole el culo al niño. —¿Ya se marcha? —Sí. Le agradezco su hospitalidad. —Agradézcasela a ese de ahí —e inclinó la cabeza hacia la cama—. Es buena gente. Siempre tiene que traerse a alguien. El otro día me trajo un minino con una pata rota… Dicho eso, volvió a ocuparse del niño. Salí y me puse a caminar a lo largo del interminable muro del puerto. El ferrocarril discurría en paralelo al muro. Caminaba con rapidez, pero tardé bastante en recorrerlo. Solo pasados un par de kilómetros di con un grupo de peones. —¿Cómo puedo salir hasta el mar? Los peones no manifestaron extrañeza alguna. —¡Ahí mismo está, solo tienes que doblar esa esquina! La doblé por donde me habían indicado. Atravesé un angosto paso entre los muros. A juzgar por las retorcidas grúas de los más variados formatos, tras ambos muros se escondía el puerto. Por fin lo vi: allí estaba, desplegándose ante mí, lleno de un agua brillante e intensamente verde, regurgitando con estrépito, el mar. Las tormentas de aquel invierno habían ido amontonando pedruscos en la playa de guijarros. Algunos tenían el tamaño de un barril. Marea baja: las negras algas despedían

Limónov en septiembre de 2016. Al fondo, un tanque soviético de la Segunda Guerra Mundial.

Le dije que no conocía a nadie allí, que había venido a dar en Tuapsé por casualidad

un soñoliento olor a carbono. Vi unos barcos a lo lejos, esperando a que les dejaran entrar en el puerto para la descarga. La bahía de Tuapsé era fresca y maravillosamente azul, como el mar en las novelas de Stevenson. Sobre mi playa salvaje se levantaba un peñasco. Coloqué mi maleta a los pies del peñasco y me quité la ropa; titubeé un segundo y me quité los calzoncillos también. Hacía frío, pero el sol había salido y se abría paso ya a través de la neblina matinal. Deslizándome, resbalando entre las piedras y lastimándome los pies, entré en el mar. Resbalé y me derrumbé antes de tiempo. El agua gélida escaldaba mi piel. Nadé. […] Lo que sucedió en realidad fue más o menos esto: el camarada Rimbaud, la piel llena de sal, se dirigió a la estación. Conoció a un chaval, un granuja de 12 años. Escamotearon algo entre los dos y se fueron a venderlo a un arrabal de pescadores. Allí entraron en la choza de otro joven corpulento, este de 19 años, vestido con una gruesa camiseta de algodón. La choza entera apestaba, atestada como estaba de perolas con el pescado puesto a salar. Los chavales sacaron de una de ellas un par de peces con que acompañar el pan del camarada Rimbaud y se tumbaron a dormir donde pudieron. A la mañana siguiente, temprano, el de 12 y el de 19 llevaron al chico leningradense al aparcamiento de autobuses y camiones. Una hora más tarde, el poeta partía en el remolque de un camión en dirección a Sochi. Una semana después, estaba trabajando ya en un sovjós dedicado al cultivo del té en las montañas, cerca del pueblo de Dagomýs. “Cerca” quiere decir a medio centenar de kilómetros montaña a través. El poeta se dedicaría entonces a extraer tocones del terreno, preparando el paraje para una plantación de té. Recuerden eso cuando abran un paquetito de “té de Georgia”.

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NARRATIVA, ENSAYO, FOTOGRAFÍA Hacia la belleza

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EN LIBRERÍAS

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Un apartamento en Urano

A FUEGO LENTO

Vida de Hernán Cortés. La espada

La distorsión México, 2019

Impureza David Foenkinos Alfaguara México, 2019 197 páginas

Paul B. Preciado Anagrama España, 2019 316 páginas

Christian Duverger Taurus México, 2019 512 páginas

El autor de La delicadeza, un éxito de ventas, regresa con esta novela ambientada en el Museo de Orsay de París. Está protagonizada por un profesor de arte que ha tomado la extraña decisión de trabajar como guardia y por la directora del museo, que no deja de mostrarse sorprendida por la actitud del profesor. El lector va descubriendo los motivos de tal ajuste de vida y, junto a los personajes, el valor de la belleza artística en un mundo gobernado por el mal gusto.

El autor de este libro es un transexual, y, aunque pareciera que las crónicas que lo integran se centran en la defensa de los grupos que trascienden la convención sexual, abarca otras problemáticas. En estas Crónicas del cruce, publicadas en el periódico francés Liberation, lo que cuenta es el paso de su condición femenina a la masculina comparándola con la de los migrantes porque en ambos casos la circunstancia política y legal los coloca “en los límites de la ciudadanía”.

Primer tomo de la biografía del conquistador español. Su principal aportación es presentar a Hernán Cortés como alguien que propugnó por el mestizaje en la ocupación española de las tierras americanas; José Luis Martínez, autor de otra notable biografía de Cortés, comparte este punto. “El mestizaje no es solo una mezcla de sangres, es una interacción más amplia que trastoca las costumbres, las creencias, la organización socio-política”, apunta Duverger.

Aprendiz cósmico

Revista de la Universidad de México

Cuartoscuro

Dorion Sagan Gedisa México, 2019 336 páginas

Núm. 849 UNAM México, junio de 2019 172 páginas

Año XXV Núm 157 México, junio-julio de 2019 72 páginas

Históricamente se ha demostrado que la ciencia proviene de la filosofía. Para los griegos, Pitágoras no era un matemático sino un filósofo. A partir del siglo XVIII, el Siglo de las Luces o de la Ilustración, se marcó una separación que alcanzó su culmen en el siglo XIX con el positivismo. El hijo de Carl Sagan pretende reconciliar nuevamente estos dos campos. La filosofía, señala, “debe ser reconectada a la ciencia para que ésta cumpla con su potencial”.

Como cada mes, la revista dirigida por Guadalupe Nettel elige un formato monográfico. El Pacífico es el tema que guía a más de una docena de textos (ensayos, poemas y hasta un fragmento de novela), lo mismo históricos que ocupados en el destino de la vida en el mar. Completan la entrega una entrevista a Laurence Debray, una mirada a la obra fotográfica de Moisés Barrios y la más que atractiva sección dedicada a la crítica de novedades editoriales.

En esta ocasión, la revista de fotógrafos dedica sus páginas principales a consignar los resultados del Concurso Nacional de Fotografía Un Puño de Tierra, imágenes que giran en torno a la muerte y sus rituales. Además, ofrece una muestra del trabajo de Ivan Alechine, quien captura los trazos cotidianos de su estancia con los huicholes. Completa el número una secuencia que captura los momentos previos y posteriores al asesinato del empresario Jesús García en Cuernavaca.

ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

E

n algún momento de La distorsión (Literatura Random House), el narrador, a quien identificamos con el mismo Rafael Toriz, confiesa: “La escritura es siempre lo que sobra, solo lo que sobra y nada más que lo que sobra de la experiencia. Lo esencial está en la vida”. Curiosa declaración de principios, sobre todo si reparamos en que se ha pasado media novela intentando bosquejar su autobiografía, es decir, intentando acreditar su experiencia. Aunque recrea algunos pasajes de la niñez y los años formativos del narrador, La distorsión no es otro ejemplar de la llamada autoficción. De hecho, podría leerse como una beligerante diatriba contra este artículo de moda. Si por sus páginas desfilan cuatro generaciones arraigadas en la Huasteca veracruzana y más tarde en Xalapa es porque alienta el propósito de dudar de la memoria —y de su cómplice, la escritura— como depositaria de todo lo vivido, sentido y deseado. Solo podemos aspirar a expresarnos en jirones o acaso a través de una lente capaz de ofrecer una imagen deformada por el paso del tiempo. Escribir sobre uno mismo sería así un llamado a la distorsión. Toriz muestra un impecable ritmo narrativo, alimentado por una proclividad por la ironía —apenas cultivada en la novela contemporánea—, pero también se mueve con tino cuando desvía el curso de sus recuerdos hacia el ensayo. De magnífica escritura, La distorsión exhibe también una penetrante y mordaz solvencia reflexiva. De hecho, conjeturo que los sucesos contados —el bautizo musical, los primeros escarceos sexuales, la noche fallida en la arena de lucha libre, el taller de electricidad, el grupo de música folclórica—, a pesar de que representan el tronco de la novela, son en realidad un pretexto para incluir ese insólito cuaderno de apuntes en mitad de la trama, un manojo de ideas que alcanzan las cumbres del aforismo. El estado natural de La distorsión se presenta así como la conciencia exacerbada del acto de la escritura. Toriz sugiere, y en ocasiones declara abiertamente, que una novela es más auténtica en la medida en que abre paso a la cavilación y no se deja arrastrar por la corriente salvaje de los acontecimientos. Pero no vaya a creerse que La distorsión es un ejercicio onanista del tipo “escribo que escribo acerca del significado de escribir”. Es un llamado a la impureza de las formas y a la vez un intento de sobreponerse al caos de la vida.

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ARTE

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PERSONERÍO

ENTREVISTA

Toros y toreros

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JOSÉ DE LA COLINA

a lidia de toros, se dice, tiene nobilísimo origen: viene de los antiguos ritos religiosos mediterráneos que fueron trasplantados a la Península Ibérica luego sobrenombrada, qué coincidencia, “la Piel de Toro”. Al comienzo el juego taurino estuvo reservado a la nobleza, pero durante el reinado de los Borbones adquirió un carácter más popular, antes de caer en lo populachero. Cuando la lidia fue encajonada en normas técnicas fijas, en la segunda mitad del siglo XVIII, un tal José Delgado, alias Pepeíllo, escribió un pedantuelo tratado de tauromaquia. Por entonces el ritual taurino se dividía en tres partes: de pica, de banderillas y de matar, y las cualidades más requeridas eran parar, templar y mandar. Durante esa época “clásica” empezaron los toreros a usar seudónimos ridículos como Lagartijo, Guerrita, Frascuelo, Bombita, otros tan pintureros como Caleserito de Sevilla y Manolete, o tan petulantes como el Indio Grande, el Califa de León, el Orfebre Tapatío, el Faraón de Texcoco, y aun tan repelentes como Cagancho. Hoy la fiesta taurina se sobrevive como una patética vieja goyesca que aún intenta seducir con la mueca del esqueleto apenas revestido de pellejo. Y la decadencia viene de largo tiempo: ya desde el tercer cuarto del siglo XIX don José Barbadillo comprobaba melancólicamente que la Fiesta “no es, hogaño, sino la burla de sus pasadas grandezas, y no hay hombre otrora apasionado por sus glorias que no maldiga del amaneramiento y la presunción de los que apenas se pueden llamar varones y se pavonean con la triste irrisión de sus figuras mujeriles, convirtiéndose en lamentables contrahechuras de la varonía y el donaire que antaño brindaron viril gozo a nuestros abuelos”. “El arte del toreo”, dicen algunos, y, para probar que efectivamente lo es, aducen que lo honraron artistas como Goya, Gutiérrez Solana y Picasso, por solo dar tres casos celebérrimos. Pero no habría que confundirse entre lo que es el arte mismo y lo que es meramente materia, motivo o tema del arte. Pues nadie diría que el bombardeo de Guernica sea un hecho artístico porque haya motivado una de las geniales obras picassianas. Por lo demás, en los grabados de la Tauromaquia de Goya, hay una atmósfera de pesadilla, un difuso malestar, un ambiente sonámbulo, tal como el pintor supo ver la España negra que (decía don Antonio Machado) “ora y embiste, cuando se digna usar de la cabeza”. ¿Y qué decir de las páginas inmortales que “inspiró” el toreo, desde los bonitos versos de García Lorca y Alberti a las buenas prosas de José Bergamín, Ernest Hemingway o Michel Leiris? ¡Vaya! Si el toreo ha motivado páginas admirables, también lo han hecho los diluvios, masacres, asesinatos, guerras y monstruosidades diversas, pues, como más o menos dijo un ilustre antiguo, “los males de la humanidad ocurren para que los poetas tengan algo que cantar”. En todo caso, si Rabelais y Quevedo y Joyce y Henry Miller lograron hacer música verbal de las más bajas funciones fisiológicas, nada se opone a que la esencial bajeza y la amanerada vulgaridad de la tauromaquia sean “redimidas” por la literatura y el arte. La vocación de la poesía es nutrirse de lo prosaico.

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El autor de Vendrán por ti, publicada por Océano.

David Martín del Campo

“Las novelas buscan conversar con el lector” HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com FOTOGRAFÍA H. G.

¿

Qué pasaría si la imagen de la Virgen de Guadalupe no fuera real? A partir de esta pregunta, David Martín del Campo (Ciudad de México, 1952) comenzó a escribir Vendrán por ti (Océano). Tras denunciar la falsificación del emblema religioso, Matías Verduzco, el protagonista, tendrá que huir de la persecución de las sectas intolerantes. Bajo la sombra de un padre que no fue quien dijo ser, llega a Europa donde conoce a Claudine, una mujer que cambiará su vida. Por medio de una serie de engaños y misterios, Martín del Campo construye una novela que parte del desencanto y termina por exhibir una época oscura y sombría. Desde el epígrafe de Blas de Otero, “Bien lo sabeis. Vendrán/ por ti, por ti, por todos./ Y también/ por ti./ (Aquí/ no se salva ni dios. Lo asesinaron.)”, se anticipa una novela oscura al menos en su principio. Vivimos una época sombría; al menos así lo vemos algunos miembros de mi generación que crecimos bajo el pensamiento marxista. Según creíamos, este sería un periodo de prosperidad, pero la realidad es que la ultra derecha avanza a pasos agigantados. Trump y Putin son ejemplos de ello, incluso aquí no estamos tan alejados de eso. Con la novela quería mostrar algo de la intolerancia, la impostura y el avasallamiento que vemos todos los días. Y usted lo hace por medio de un juego metaliterario. Así es. Mi protagonista es un historia-

dor que descubre el robo de la imagen de la Virgen de Guadalupe del Tepeyac y publica un texto sobre eso. Tras su denuncia, las sectas se le van encima. Me gusta pensar el libro como una suerte de cajas chinas: una novela dentro de la cual hay otra novela. Al final, siempre estamos homenajeando a Cervantes. El Quijote se construye con la gente que encuentra en su andar por Castilla y Extremadura. ¿Vendrán por ti es una novela escrita desde el desencanto? No creo en los happy end. La literatura seria es triste, como lo son Shakespeare y Cervantes. Para mi generación, los paradigmas con que crecimos resultaron fallidos. Desde luego, el modelo dominante no es mejor, pero los regímenes producto de la ideología socialista terminaron muy mal. El padre de Matías, la caída de la Unión Soviética y Chernóbil, representan esta crítica. En mi época era normal y emocionante militar en el marxismo. Imagínate, estábamos en una reunión de célula y de pronto nos llamaban para advertirnos la llegada de la policía. Teníamos que salir de uno en uno para no ser capturados. En la Facultad

“Vivimos una época sombría; al menos así lo vemos algunos miembros de mi generación”

de Ciencias Políticas era cosa de todos los días. Mis compañeros fueron Andrés Manuel López Obrador, José Woldenberg, José Buil, Ignacio Trejo y Ángeles Mastretta. Uno de nuestros maestros más deslumbrantes fue Gustavo Sainz. Gracias a él soy escritor. Inventó un par de revistas y nos pedía cuentos, sueños, crónicas. Eran días de una felicidad absoluta porque nos pagaba 400 pesos, veíamos nuestro nombre en letra de imprenta y teníamos diez en su materia. A Gustavo Sainz le debo la publicación de mi primera novela: me recomendó con Joaquín Díez-Canedo cuando apenas tenía 21 años. ¿En qué momento empieza a decepcionarse de lo que creía? Cuando descubrí la realidad cubana, los ideales se me vinieron abajo. Pero la novela no trata de eso. ¿La literatura es efectiva para cuestionar las verdades absolutas? Las novelas buscan una conversación con el lector. Normalmente, los escritores son la gente más entrañable. Hay autores que no son precisamente entrañables. A esos no hay que leerlos. A lo que voy es al valor de quienes te hacen reflexionar por medio de una historia. Al escribir busco una conversación y una ensoñación que compartir con el lector. Así es como se produce la belleza de la magia narrativa, que consiste en inventar un mundo hasta ese momento inexistente.

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DANZA

RESEÑA

El vuelo exigente de Iván Arámbula

Días de blues y cine

ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA CORTESÍA IVÁN ARÁMBULA

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ESCENARIOS

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El bailarín integrante del Ballet Nacional de Cuba.

entro de un salón de ballet al sur de la Ciudad de México, sobre el banco destinado al maestro, a un costado del piano, se puede ver a Andrés Arámbula. Mira fijamente su teléfono. Por su mirada es fácil adivinar que a quien mira en el teléfono es a uno de sus hijos. Iván, el mayor, está en Cuba y ha logrado conectarse a internet y tener un respiro. En Cuba decidió finalizar su preparación como bailarín y ahí le fue permitido realizar el servicio social bailando con el Ballet Nacional. Este hecho es “insólito y sin precedentes conocidos”, según recuerda Jorge Vega, quien fuera por muchos años primer bailarín de la compañía cubana. Cuba es más bien exportadora de sus talentos, quienes se desempeñan como primeras figuras y solistas en las mejores compañías del mundo. Es insólito y generoso el gesto de abrir el telón a un joven extranjero. Andrés muestra orgulloso su teléfono. En la pantalla se ve una página del diario Granma que anuncia la temporada del Ballet Nacional de Cuba en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional. En la fotografía que ilustra la nota está la alargada figura de Iván tomando de la mano a una bailarina e interpretando Estudios para cuatro. Este joven bailarín, nacido en una familia de artistas, está despegando una carrera previsiblemente exitosa.

Su camino, como el de toda vida en el arte, no ha sido fácil. Fue necesario, incluso, que la familia se disgregara para que Iván y su hermana Valeria realizaran estudios de ballet en la Escuela Superior de Danza y Música de Monterrey. Hortencia, su madre, una bailarina potente y bella cuya leyenda sobre su trayectoria profesional es conocida en el gremio, viajó con los jóvenes, mientras que Andrés continúa su carrera como bailarín, maestro y coreógrafo en el Taller Coreográfico de la UNAM. La familia se vuelve a reunir cada vacación. Iván Arámbula realizó sus estudios en Monterrey con un desempeño destacado, resultado de las innegables condiciones físicas que lo caracterizan, pero sobre todo del empeño, amor y dedicación que tiene por este arte. No hay ni un ápice de sobrada confianza en el cuerpo privilegiado que habita. Por el contrario, conoce el valor del trabajo cotidiano. Se le mira en clase profundamente concentrado, haciendo consciente cada rincón de su cuerpo y alistándolo para la exigencia íntegra que requiere el ballet. Hace algunos años, cuando aún era estudiante de la Escuela Superior, lo

No hay ni un ápice de sobrada confianza en el cuerpo privilegiado que habita

vi en escena. La potencia de sus saltos, a los que integra una conciencia detallada de los pies, la precisión de sus giros, así como las líneas alargadas y fuertes que posee, llamaron la atención del público de aquella función que reunió en un encuentro a las mejores escuelas de danza del país. Al llegar a Cuba tocó puertas, esperó paciente y confió en su trabajo hasta que se abrió la puerta indicada. Lo vieron bailar y lo recibieron. En estos días estuvo de gira por Holguín; maestros y ensayadores felicitan su esfuerzo y le asignan mejores roles. Tal vez sea muy pronto, pero no arriesgado, asegurar que estamos por mirar lo mejor de este joven artista, tanto en términos técnicos como en su madurez interpretativa. No sé si su trayectoria alcance los niveles mediáticos que otros bailarines y bailarinas mexicanos han tenido. Sí estoy segura que la mirada admirada y amorosa de Andrés y Hortencia al comprobar los alcances del talento y trabajo de Iván tendrá para largo. Fue la isla de Cuba quien recibió y ha dado los toques finales a esta semilla mexicana. Enhorabuena por Iván Arámbula, por aquel niño que recordamos sentado tras los telones de la Sala Miguel Covarrubias durante los ensayos del Taller Coreográfico: paciente, serio y atento. Enhorabuena por este joven, quien de un sissone levanta el vuelo.

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ANDREA SERDIO FOTOGRAFÍA WIKIMEDIA COMMONS

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lues. La música del Delta del Mississippi es un viaje al pasado y al presente de un género que surgió de la tierra, entre gente pobre, sin oportunidades ni educación. “Es una música cruda y bárbara”, dice Ted Giogia, autor de este libro, publicado por Turner, que recuerda a músicos legendarios como Son House, Howlin’ Wolf o Robert Johnson. En el Delta del Mississippi, dice el autor, germina “la que quizá sea la tradición musical más influyente que ha dado Norteamérica”. Se desconocen con precisión los orígenes del blues, pero se sabe de su herencia africana y que algunos de sus mejores exponentes, como Charlie Patton y Skip James, se ganaban la vida en las plantaciones de algodón. Entre las mujeres del blues clásico destaca Ma Rainey, con su voz áspera y chirriante y el fervor emocional que la llevó a ser considerada la madre de esta música. Destaca también su discípula Bessie Smith, apodada “la emperatriz del blues”, que tuvo una vida de pobreza, tragedia y éxito, llegando a ser la estrella más grande su generación. W. C. Handy es uno más de los grandes músicos de blues que pasean por este libro. Otro es el legendario Muddy Waters, que nació el 4 de abril de 1913 y encontró en Son House una influencia decisiva en su desarrollo musical. Una de sus canciones inspiró “Satisfaction” de los Rolling Stones y fue venerado por Led Zeppelin y Eric Clapton. B. B. King, Elmore James, Tommy Johnson y Mississippi John Hurt son muchas de las estrellas del blues que aparecen en este libro; una de las más apasionantes es John Lee Hooker, un genio admirado por King y Keith Richards; un músico que hizo del boogie una religión y encarnó como nadie “la auténtica voz de la tradición del Delta”. El blues y sus estrellas han sido parte de la historia del cine, con apariciones fugaces en películas de clase B, en biopics como Bessie o Ray, documentales como The Soul of a Man, de Wim Wenders, que aborda el devenir del género, o ficciones basadas en hechos reales como Cadillac Records, de Darnell Martin, con el legendario Muddy Waters.

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Muddy Waters.


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

15 DE JUNIO 2019

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto

TOSCANADAS

El hombre del subsuelo DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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ócrates decía que la vida no examinada no valía la pena vivirse. Pero Sócrates estaba contento consigo mismo. En cambio el personaje dostoievskiano de Memorias del subsuelo dice: “Les juro, señores, que una conciencia demasiado lúcida es una enfermedad”. Y más adelante: “¿Qué hombre, en plena posesión de su conciencia, podría respetarse?” En verdad ese hombre del subsuelo es uno de los personajes más desagradables de la literatura, y, por lo mismo, uno de los más atrayentes. He ahí una de las magias del arte de la novela: podemos disfrutar cada instante de nuestra relación con ese hombre hecho de palabras, pero nunca desearíamos siquiera tomarnos una cerveza con él. Aunque Cansinos-Assens explica que la amargura del personaje surge en parte porque en esos días Dostoievski padecía de hemorroides, lo cierto es que hallamos más profundidad sicológica

FIODOR DOSTOIEVSKI

El autor de Crimen y castigo y El idiota.

y existencial que la provocada por un mal tan poco apetecible. ¿Y quién sabe? Quizá aquella délfica máxima de “Conócete a ti mismo” sea sencilla para ciertas personas; por ejemplo, esas personas ordinarias, planas como personaje de novela policiaca, tan sin chiste que se sienten reflejadas en cualquier masivo texto zodiacal, como esta burrada: “Es usted reservado y cortés, pero aunque parezca estar algo retirado del centro de actividad, en realidad está observando todo con su ojo crítico”. Quizá también fuera sencilla para el mismo Sócrates, con su certeza de hombre virtuoso. Pero examinar su vida o tratar de conocerse a sí mismo fue sin duda trabajo perdido para Dostoievski. Lo bueno es que nos dejó su intento en forma de novelas. Un alma grande como la suya, que se desborda, que rasga toda enmienda, que dice y se desdice y se contradice, no es para nuestros tiempos. Quizá tampoco lo fue para

los suyos. Por eso su hombre del subsuelo se lamenta: “Todo hombre, como es debido en nuestro tiempo, es y tiene que ser pusilánime y servilón. Ese es su estado normal. Ha nacido y está organizado para eso”. ¿Es el hombre del subsuelo un portavoz de Dostoievski? Hasta cierto punto. Pero aquí lo importante es que, si bien el personaje pronuncia muchos desatinos, igual nos hace pensar, cuestionar, dudar, tratar de resolver. Nos ilumina. Dostoievski tuvo seguidores y detractores, pero siempre fue incómodo, provocador. Y ese debe ser un atributo permanente del intelectual: su condición de incómodo. Tanto así, que se percibe de inmediato el demérito si yo hablara de un “intelectual cómodo”. Por eso el novelista ruso transfiguró el noblesse oblige y escribió: talent oblige. ¿Y a qué obliga el talento? Él mismo respondió: “Pues, a veces, a las peores cosas”.

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CAFÉ MADRID

El germen de la literatura española

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esde hace unos días, en el centro de la antesala del Salón General de la Biblioteca Nacional de España hay una vitrina que permanece a una temperatura de 21 grados centígrados y 45 por ciento de humedad. Dentro de sus cristales, sin ninguna iluminación especial, descansa un códice de 74 hojas de pergamino mal curtido, escritas alrededor del año 1200 en “español bárbaro” (los inicios de nuestra lengua actual), que constituyen el único poema épico castellano conservado casi en su totalidad. Narra los últimos años de vida de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, y por primera vez en toda su historia se expone al público. Por eso un enjambre de curiosos se inclina diariamente para observar con detenimiento el trazo de sus letras e intuir la textura del medio soporte del texto considerado el “acta fundacional de la literatura española”. Luego continúan su camino, ya sea a consultar libros y documentos o a ver el resto de la exposición, pomposamente titulada Dos españoles en la historia: el Cid y Ramón Menéndez Pidal. Uno ha de conformarse con ver así, “enjaulado”, tan importante documento porque, claro, no está permitido hojearlo. Así que no crean que se pierden de mucho. La historia de cómo llegó hasta aquí, en cambio, es más interesante. Resulta que sus orígenes como cantar de gesta (la literatura oral del Medievo) datan de finales del siglo XII y principios del XIII, cuando el Cid histórico se convirtió en héroe de leyenda literaria, cuyos fragmentos uno lee durante sus años de educación básica. La primera copia la hizo un tal Per Abbat en 1207, pero desapareció.

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE

La que ha llegado hasta la Biblioteca Nacional, y se expone ahora, fue realizada en el siglo XIV. Esta copia pasó por archivos y conventos, como el de las clarisas, y por diferentes manos privadas hasta que en 1863 llegó a Pedro José Pidal, quien era historiador y ministro del entonces presidente de España, Ramón María Narváez. Desde entonces y durante décadas, pese a recibir numerosas ofertas de museos como el Británico y la Biblioteca de

La muestra abunda en la vida de Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), el mayor estudioso del poema

Washington, permaneció en posesión de la familia Pidal. En 1913 el códice fue tasado en 250 mil pesetas y fue trasladado a una caja fuerte del Banco Madrid (ni antes ni en ese momento el gobierno español se interesó en comprarlo y custodiarlo). Con el inicio de la Guerra Civil, al igual que varios cuadros del Museo del Prado, fue trasladado a Ginebra y regresó a España hasta el final de la contienda. Fue en 1960 cuando la Fundación March se lo compró a la familia Pidal por 10 millones de pesetas y, pocos meses después, lo donó a la Biblioteca Nacional, que lo ha tenido bajo resguardo durante casi seis décadas en su cámara acorazada (algo que, sin embargo, no ha impedido que su estado de conservación sea más

Copia del Cantar de Mio Cid que se exhibe en la Biblioteca Nacional de España.

bien delicado, pues en varias de sus hojas hay manchas amenazantes de aspecto pardo). La muestra, que no deben perderse si este verano pasan por Madrid, abunda en la vida de Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), el mayor estudioso del poema épico, del que este año se cumple el 150 aniversario de su nacimiento, y su pasión por el Cantar de Mío Cid. Era tal la mimetización del filólogo con Rodrigo Díaz de Vivar que una noche, imbuido por cierta obsesión “quijotesca”, fue al despacho del famoso doctor Gregorio Marañón con una curiosa petición: juzgar, como médico, la reacción del Cid tras ver entrar a una persona contra la que ha luchado y contener el ánimo para no matarla. En otra ocasión dio un paseo junto a Federico García Lorca por los barrios gitanos de Granada en busca de romances populares. Y solo tres años después Lorca escribió el Romancero gitano, por lo que quizá esta experiencia pudo ser determinante para el poeta. La parte más popular de esta exposición es la dedicada al reflejo del Cid en películas y obras de teatro. Se puede ver el cartel de la película de Anthony Mann protagonizada por Charlton Heston y Sophia Loren en 1961, que llegó a ser portada del The New York Times, junto a una foto en la que sale el propio Menéndez Pidal asesorando a Heston mientras éste manipula un halcón. Al final, uno se topa con la enorme y típica estampa del Cid histórico, de quien se conserva su firma tras la conquista de Valencia en 1094 y, si hay tiempo y ganas, no está de más quedarse en la sala de lectura para leer algunos versos del Cantar de Mio Cid.

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