Laberinto No.850 (28/09/19)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO MEMORIA

RESEÑA

JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

Jim Morrison y José Agustín: complicidades

El duelo sin sosiego de Fernando Savater

SÁBADO 28 DE SEPTIEMBRE DE 2019 AÑO 16 - NÚMERO 850

Foto: Cortesía Editorial Ariel

Foto: Rhino Records

En el camino con Lol Tolhurst y The Cure Guadalupe Alonso Coratella, Iván Ríos Gascón/ FOTOGRAFÍA: SHUTTERSTOCK

Robert Smith


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ANTESALA

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ARTES VISUALES

Donadores de memorias MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA CORTESÍA MUSEO DEL CHOPO

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n la Galería Central del Museo Universitario del Chopo se presenta El sentido de lo habitado de Marianna Dellekamp (Ciudad de México, 1968), una instalación que continúa la línea que ha marcado el trabajo de esta artista: memoria y coleccionismo, así como su propuesta de crear piezas participativas, en la ruta que el arte conceptual aprendió de Joseph Beuys de involucrar al otro no solo en la “activación” de las obras sino en la gestación de las mismas, armando, de esta manera, obras colectivas-efímeras. Con curaduría de Itzel Vargas Plata, Dellekamp propuso un proyecto que requiriera pocos recursos y que simultáneamente generara la colaboración social, se apropiara del espacio, invitara al espectador a evocar la historia del inmueble y conectara con la memoria de los otros. De ahí el uso de los espejos para generar un juego de reflejos en el cual el visitante se recoloca para recontarse los recuerdos personales a través de objetos ajenos que por un instante, al ser deambulados, son reapropiados. Para la integración de El sentido de lo habitado la artista lanzó una convocatoria a través de las redes sociales en la que solicitaba objetos o muebles —en préstamo— que fueran los protagonistas de una historia íntima que se quisiera compartir. Este ejercicio, que es ya parte de su proceso creativo, reafirmó lo que Dellekamp ha comprobado en otras piezas como la Biblioteca de tierra: la gente está ávida de compartir y de tejer redes afectuosas. Para esta pieza, se escogieron 23 objetos —de 20 personas— que se ajustaron al trabajo espacial-arquitectónico diseñado para arroparlos y para conectarlos narrativamente entre ellos. No todos los donadores de memorias conocían a la artista (como la dueña de una bicicleta Vagabundo), lo que aumenta la aventura creativa. Así esta pieza, que será registrada en su desgaste, es también la experiencia de la empatía y la posibilidad de construir. Cada relato está rotulado en el piso; el visitante pasea reinventando y desgastando la historia. ¿Por qué conservamos cosas? ¿Qué nos dicen? ¿Cuáles son esas narrativas silenciosas y contenidas en los objetos que guardamos? Si bien esta instalación evoca los paseos de Janet Cardiff o las instalaciones del cineasta Atom Egoyan (quien también convoca a compartir memorias), el enfoque de Marianna Dellekamp se centra en la experiencia colectiva. Las memorias prestadas se funden en una sola y se revelan tomando así vida propia.

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Pieza de la muestra de Marianna Dellekamp.

Ad Astra: hacia las estrellas. Dirección: James Gray. Estados Unidos, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

Soledad en el corazón del infinito

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA PLAN B ENTERTAINMENT

omo el cine de ciencia ficción habla más del presente que del porvenir cada generación tiene su propia película futurista. Quienes nacieron entre 1900 y 1920 soñaron con el robot de Metrópolis e imaginaron que en las ciudades del futuro los biplanos cruzarían por calles alzadas que comunicarían edificios similares a los que se estaban construyendo en Nueva York. La Segunda Guerra Mundial terminó con todas estas fantasías, pero los Baby Boomers imaginaron con Alphaville de Godard un futuro en el que Alpha 60 dirigiría los destinos de la humanidad. La Generación X, por su parte, se conmovió con el discurso del replicante Batty, quien pudo observar el brillo de los rayos C en las proximidades de la Puerta de Tannhäuser. Son algunos ejemplos. Hay cientos. Sirven para decir que Ad Astra: hacia las estrellas, de James Gray, es una obra que llama a conmover a la Generación Z con su historia de incomunicación y soledad. Hay temas universales, por supuesto, como en todas las buenas películas: el freudiano deseo de destruir al padre, la aventura del hombre que se devasta a sí mismo para encontrar las razones por las que fue abandonado en la niñez. Ad Astra narra la historia del mayor Roy McBride a quien

interpreta, con aire introvertido, Brad Pitt. El mayor, experto en pasar con éxito sus exámenes psicológicos, un día se entera que su padre, de quien supo en su niñez que se había perdido en la misión por encontrar vida inteligente más allá de nuestro Sistema Solar, está vivo. Y no solo eso. El padre de nuestro héroe parece estar detrás de una serie de ataques a objetivos terrícolas en los planetas que la humanidad recientemente está colonizando. En franca emulación del Charles Marlow que busca a Kurtz en El corazón de las tinieblas, McBride viaja hasta las fronteras del Sistema Solar para enfrentar a un progenitor que, por otra parte, parece tan frío como el padre en todas las películas de Tarkovski, incluyendo, claro, Solaris. Así, con un algo de Conrad y otro poco de Tarkovski, con algo de Stanislaw Lem y algo de Francis Ford Coppola en Apocalipsis ahora, Ad Astra es el retrato de una juventud que aquí mismo, en nuestro tiempo, no encuentra razones para amarse a sí misma. Es

Ad Astra es el retrato de una juventud que no encuentra razones para amarse a sí misma

una generación a quien el universo resulta tan pequeño como el amor de sus mayores. Ad Astra interpela pues al joven que hoy puede identificarse con McBride, este hombre que busca a su padre al otro lado del Sistema Solar no para matarlo o reconciliarse con él, sino, más simplemente, para preguntar ¿por qué no me quisiste? El padre de McBride es un enloquecido Tommy Lee Jones que no tiene miramientos para decirle que hay cosas más importantes que el amor filial. La ciencia, por ejemplo. Ad Astra es la obra de una generación que retrata en este tiempo a todos los adolescentes que tienen hoy, al alcance de su mano, en un celular, la cultura del mundo: la ciencia del mundo. Y sin embargo no saben qué hacer con ello. Resulta obvio, por tanto, que no sea una película para todos. Habrá quien encuentre en esta obra escenas excesivamente largas y diálogos en extremo rebuscados, pero Ad Astra está dirigida a todos aquellos que han meditado la paradoja de Fermi y se han preguntado: ¿si son tantas las posibilidades de que haya otros mundos, dónde demonios están? ¿Por qué nuestra vida se siente tan sola, tan perdida como este hombre que se enfrenta a lo monstruoso de las estrellas y lo infinito de su propia soledad?

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ESCOLIOS

POESÍA

La piedra de Jerusalén...

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Poderío y corruptela ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

YEHUDA AMIJÁI

La piedra de Jerusalén es la única piedra que siente dolor. Hay en ella una red de nervios. De tanto en tanto Jerusalén se congrega en una multitud que protesta como en la Torre de Babel. Pero con grandes macanas nuestro Dios-policía azota a sus adentros: las casas son derruidas, las vallas infringidas, y entonces la ciudad vuelve a dispersarse entre plegarias y quejas musitadas por aquí y por allá que vienen de las iglesias y de las sinagogas y de las mezquitas. Cada uno a su sitio. Traducción del hebreo: Claudia Kerik Este poema pertenece a Mira, tuvimos más que la vida (nuevos poemas escogidos), publicado por Elefanta Editorial (México, 2019).

EX LIBRIS

Creando ángeles/ EKO

S

@Sobreperdonar

e intuye que el poder, entre más grande, más corrompe, pues transtorna el sentido de las proporciones, crea fantasías de superioridad y omnipotencia y, entre otros fenómenos, provoca con frecuencia que el poderoso asuma los recursos públicos como propios. La corrupción no es privativa de México, pero en este país se ha cultivado con tanto denuedo, contento e ingenio, que ha fascinado a muchos observadores foráneos. La institución de la mordida, el arte del enjuague, la maestría del chanchullo y la distancia entre la letra impoluta de la ley y la pícara realidad constituyen un seductor objeto de estudio para el sociólogo, el psicólogo o el escritor. Desde sus más tempranos libros, Gabriel Zaid ha ejercido una crítica de la concentración de los poderes (político, económico o académico) y de su efecto corruptor. De ahí la importancia de El poder corrompe (Debate, 2019), volumen que recopila, aliña y brinda unidad a textos de Zaid sobre el tópico del poder y la corrupción, publicados en muy diversas épocas (desde 1978 hasta 2019). Este libro no solo es testimonio de una premonitoria consistencia crítica (muchas medidas de apertura y transparencia hoy vigentes fueron prefiguradas desde hace décadas en los escritos de Zaid), sino que adquiere nuevo significado y utilidad, pues, sin admoniciones, con mucho humor y sentido práctico, el autor analiza las raíces y funciones históricas de la corrupción y vislumbra su futuro. La corrupción es la contradicción suprema entre el mito de la soberanía popular y la realidad del pillaje patrimonialista. La corrupción consiste en el aprovechamiento de las leyes y las investiduras oficiales para enriquecerse por medio del soborno, la extorsión o el tráfico de influencias. La discrecionalidad y los enredos de la ley implican que la propia norma genere mayores incentivos para la corrupción, pues está diseñada para ser aceitada mediante el moche y la mordida. La regulación excesiva y la burocracia son la dupla perfecta para convertir el cumplimiento de una norma en un chantaje. Así, frente a las reglas indescifrables e incumplibles, la posibilidad del arreglo personal aparece como un milagroso lenitivo. Pese a su arraigo, extensión y complejidad, para Zaid no es imposible combatir la corrupción, simplemente se requiere que el amplio ámbito de lo oscurito vaya ganando cada vez más en claridad y que la sociedad se movilice para desmontar el enorme aparato de impunidad. Este nuevo contrato de transparencia entre sociedad civil y poder no es una utopía y, con gradualidad e inteligencia, se pueden ir eliminando opacidades. Por eso, El poder corrompe, aparte de un diagnóstico impecable del fenómeno de la corrupción, ofrece un muy útil compendio de propuestas prácticas, en las que las nuevas tecnologías, aunadas a la organización ciudadana, abren posibilidades inéditas para vigorizar las normas, mecanismos institucionales y redes civiles contra esa dolorosa y costosa enfermedad social.

La corrupción consiste en el aprovechamiento de las leyes y las investiduras

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MÚSICA

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La hermandad espiritual entre José Agustín y Jim Morrison, el solista de The Doors, va más allá de la esfera musical

Invocando al Rey Lagarto

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JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ ILUSTRACIÓN JAR

rmado con una fogata, un litro de mezcal y algunos caracoles para la danza azteca, sobre un cerro sagrado y bajo la Luna llena, me dispongo a invocar al viejo espíritu del Rey Lagarto. Al menos una vez al año, deberíamos recordar al gran cantante y poeta Jim Morrison, el líder espiritual y autor intelectual de los Doors. Pues si no, ¿qué clase de roqueros somos, si no recordamos a nuestros mártires del rock and roll? Cada quien sus gustos, pero para mí fue un gran artista, efímero en su encarnación pero eterno en su legado al mundo pagano del rocanrol. Su nombre está grabado para siempre en la Gran Roca que Rueda, en letras de oro ardiente. Los Doors, de sobra está decirlo, es uno de los grupos favoritos de mi padre, el eternamente joven escritor mexicano José Agustín. Los escuchaba cuando se quería poner pesado, pues, como se sabe, el tono de sus melodías es mucho más oscuro y misterioso que el de cualquiera de sus colegas o similares rocanrolebrios de la época, el final de la década de 1960. Mi padre sentía una hermandad especial con Morrison y Manzarek desde que también estudió e incursionó en el cine, pero especialmente por sus influencias literarias, que desde el nombre se hacían patentes, pues Jim se esmeró por aclarar a todos los ignaros reporteros de su tiempo que el nombre Las Puertas era en homenaje al libro Las puertas

de la percepción, de Aldoux Huxley, famoso entre la banda maciza por sus viajes en ácido, que arrancaba con una cita del —a su vez— célebre poeta místico William Blake, quien con sus encendidas mitologías personales, y sus iluminadas visiones literarias y pictóricas, sentenciaba: “Si las puertas de la percepción se abrieran, el ser humano vería la realidad tal como es: infinita”. Sin olvidar su excelente versión de una canción de Kurt Weill, “Alabama Song (Whiskey Bar)”, extraída de las óperas de Bertolt Brecht. Que Morrison no escondiera sus raíces, ancladas en la poesía más lúcida y alucinógena, que presumiera sin pena alguna su fusión de las grandes artes con el rocanrol sicodélico, era lo que más maravillaba a mi padre, quien también era, desde luego, un verdadero apasionado de las letras, en el sentido más universal de la palabra. Así que le profesaba sincera admiración, y eso es algo digno de verse en un ego tan grande como el de mi padre, pues cuando amaba algo lo amaba en serio, lo compartía, lo propagaba como una plaga, y llenó, con esta clase de ideas sucias, las mentes de la juventud en sus tiempos, y aun ahora, cuando cualquier muchacho(a) se encuentra con su espíritu juvenil, cristalizado en sus magníficas primeras novelas. Así, no puedo dejar de recordar La cocina del alma, es decir, el tiempo que pasé realizando con mein father una serie de programas para Radio UNAM, que amablemente nos dejó compartir con sus radioescuchas todas nuestras sandeces rockeras. Durante un par de años, logramos dar ese golpe y, cual cómplices en el crimen, nos repartíamos el botín, pues mi padre logró la hazaña de que

no solo nos fueran a grabar hasta la casa, con ayuda del buen camarada Emiliano López, sino que hasta consiguió que nos pagaran con verdaderos billetes, una buena cantidad que don Agustín dividía conmigo en partes iguales; muy democrático y mochado mi jefe. Por aquellos tiempos, mi padre fue mi mejor amigo, y creo que ambos nos la pasamos chido, jugando a ser dj’s de la radio. Estos programas se llamaron La cocina del alma, en honor a la canción de los Doors “Soul Kitchen”, un rolón de su primer disco, su obra maestra, que tenía el inmenso acierto de comparar la cocina con el laboratorio alquimista donde nuestras almas buscan convertirse en el oro de los dioses. Allí, mi papá y yo trazamos una flecha de tiempo, para recordarle al respetable nuestra visión de la Historia del rock and roll, así como sus principales raíces y ramas, muy al estilo de Jack Black en la School of Rock. Esto en la primera temporada, de trece capítulos, mientras que en la segunda dedicamos un programa a cada género relacionado con la música moderna, de modo que retomamos la música del mundo, la ambiental y la electrónica, las tribus urbanas, etcétera, etcétera. Fueron días maravillosos para mí, algo invaluable, compartir toda esa música con mi padre, en su Cocina del Alma. Pero retornando a la juventud de mi chief, en la década de 1960, cuando se forjó la historia de José Agustín, quien me inculcara todos estos vicios, debo confesar que si algo le

Jim Morrison fue una invocación herética del dios del vino y el placer carnal, Dioniso

envidio bastante es el privilegio de haber asistido a uno de los cuatro conciertos que los Doors realizaron en México, del 27 al 30 de junio de 1969, escasos dos años antes de la muerte de James Douglas Morrison. Fueron cuatro tocadas para un público muy selecto, prácticamente de puros niños ricos y demás escoria, en un antro fresa llamado Forum, en la colonia Del Valle, sobre Insurgentes Sur. Se dice que los trajeron con engaños, y ya aquí pretendieron que tocaran en privado para el hijo de Díaz Ordaz, a lo cual Jim respondió reventando el evento, portándose agresivo y orinando en el escenario, motivo por el cual fue declarado persona non grata por el expresidente. De ahí que mucho se haya dicho sobre el desastroso desempeño de los Doors en México, pero según mi padre, que cubrió el evento para El Heraldo de México, su experiencia fue totalmente diferente: Morrison cantó muy bien la mayoría de las piezas que tocaron, si bien se le notaba ebrio como un marinero. A los ojos de José Agustín, eso era necesario y comprensible, y tuvo frente a frente al mayor poeta, chamán, roquero y representante terrenal del dios Baco. Una experiencia digna de vivirse en carne propia, aunque pocos fueron los invitados a esas fiestas casi privadas. El gobierno les había negado el derecho a presentarse en la Plaza de Toros, donde se había planeado un concierto masivo, pero como aún estaba fresca la sangre vertida en los trágicos eventos de Tlatelolco, el gobierno genocida había prohibido cualquier reunión multitudinaria de jóvenes disidentes. Mi jefe, sin embargo, por su privilegiada posición de reportero estrella, tuvo la gran


fortuna de ser uno de los elegidos, y pudo estar a unos pasos de esta leyenda del rocanrol. Se sabe que Jim visitó Garibaldi y se chingó unos tequilas a ritmo de mariachis, y que se le hizo una caricatura en el lugar. Después visitó Teotihuacán, donde rindió su muy personal tributo y reverencia a los

Dioses Salvajes, aquellos que le dieron el poder de encantar nuestros espíritus, sexo y mente, con su arte y poder inigualable en la añeja historia de la Roca que Rueda. En todos estos viajes lo acompañaba Manzarek con su virtuosa forma de improvisar atmósferas densas y misteriosas para acompañar los trances poéticos

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del Jim. En eso también era experto Robbie Krieger, un guitarrista con las dotes suficientes para tocar flamenco, una forma muy intrincada de arpegios y acordes. Ambos, junto con Densmore, que nunca le tuvo mucha paciencia al Jimbo, hicieron lo posible por acompañarlo en su viaje místico y frenético, hasta que el

delirio intoxicado se apoderaba de su cantante (su líder místico y psicodélico), y aparecía su máscara de mala copa, con la terrible personalidad secreta que emergía tras varios vasos de whisky, a quien él mismo había apodado Jimbo. Era su lado oscuro. Pero Manzarek, Densmore y Krieger le siguieron el paso huichol de Niño Salvaje, hasta que sus pies ya no tocaban la Tierra, se iban a pasear por la Luna y de regreso, en aquellos días extraños, hasta que la música terminó, como estaba escrito, y todo llegó a su fin. A la muerte de Morrison, Manzarek hizo la excelente película Dance on Fire (1985), y su versión de Carmina Burana para sintetizador. A estos dos valedores, Robbie y Ray, guardianes del fuego sagrado detrás de Las Puertas, los fui a ver hace un millón de años, en el Toreo de Cuatro Caminos, en un auditorio que ya ni existe: lo demolieron. Aquel día, por allí estuvo también Eric Burdon, que todavía se rifaba como los grandes. Recuerdo que la banda guarra chilanga abucheo al buen poeta Michael McLure, representante de Jim, gritando como poseídos: ¡“El Blues de la cabaña”, el “Blues de la cabaña”!, para acallarlo cuando éste trató de leer algunos poemas del Rey Lagarto. Qué momento tan bochornoso, camaradas, qué país. Pero Krieger aún tocaba como un virtuoso, lo mismo que Manzarek, y dieron un buen espectáculo a pesar de las limitaciones del lenguaje y la falta de su chamán, a quien años después suplieron con el cantante de The Cult, Ian Astbury, para dar unas nostálgicas pero prendidas giras mundiales como The Doors of the Twenty One Century. Este 8 de diciembre, por cierto, Jimbo cumpliría 76 abriles. Lo sé porque recientemente mi jefe cumplió 75. Y veo que se organizan sendos conciertos de tributo, con imitadores al estilo Elvis en Las Vegas, y desde luego en esa fecha también las localidades están agotadas para un espectáculo llamado The Soft Parede, a Tribute to The Doors. Jim Morrison Birthday Show, en el DROM de Nueva York. Qué rayados los que asistan a este homenaje para celebrar la vida de esta auténtica leyenda del rocanrol. Así pues, durante sus escasos años de profunda creatividad y éxito, seis años desde la formación de la banda, hasta su muerte, Jim Morrison fue, por unos breves instantes en el cosmos y para siempre en su música, una invocación herética del Dios del vino y el placer carnal, Dioniso, a quien se entregaban las vírgenes en antiguos rituales dentro de los bosques de Grecia. Tú sabes, camarada, que siempre están invitados a abrir las puertas de su mente y a darse una vuelta por el lado oscuro y salvaje de la calle, de vuelta hasta el amanecer, Waiting for the Sun, en este Moonlight Drive. Pues escuchar a los Doors, y leer a José Agustín, y quizá degustar un buen toke, y la bebida o sustancia de su preferencia, en este mundo al menos, ha sido, es y será, una buena combinación para los amantes de las bellas artes con tendencias contraculturales, perseguidores de corrientes alternas, espíritus viajeros en su forma más rebelde y primordial.

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Dos miradas a The Cure, que se presentará el 8 de octubre: la de su ex baterista y la de un de

Encontrar belleza en la o

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GUADALUPE ALONSO CORATELLA FOTOGRAFÍA DANIEL MORDZINSKI

ntegrante y fundador de la banda de rock The Cure desde 1973, Lawrence Tolhurst, conocido como Lol, fue baterista del grupo durante 16 años hasta ser expulsado en 1989. Su adicción a las drogas y al alcohol marcó el punto de quiebre no solo de su trayectoria musical, sino de una larga amistad con Robert Smith, su vecino en la ciudad de Crawley, Inglaterra, y líder del grupo. Tras un largo proceso de sanación, Tolhurst dio el último paso: contar su vida, sus experiencias en la música y el arduo camino que recorrió hasta reponerse del alcoholismo. Así surge Cured (Malpaso, 2018), un relato conmovedor en el que Lol se vuelca por completo para mostrar su lado más íntimo y huir de sus demonios. Más allá de las confidencias que deja al descubierto, la riqueza del libro reside en la calidad literaria que abraza su narrativa. Acaso porque desde joven fue un lector ávido y la pulsión de la escritura siempre estuvo latente en el ánimo de esta estrella del rock. Durante una charla en el Hay Festival, en la ciudad de Querétaro, Lol me cuenta que cuando terminó con The Cure se retiró del todo para dedicarse a su hijo. “Me quedé en casa, no salía a ningún lado. Pensé: voy a ser como Patti Smith, me dedicaré a criar a mi hijo. Luego, cuando él se fue de casa, me pregunté: ¿ahora qué hago? Siempre me gustó la literatura, toda mi vida he disfrutado leer y sentía un fuerte deseo de ser escritor. Por esos días, un amigo me preguntó que si seguía pensando escribir un libro. Le respondí que sí, y me tomó la palabra al vuelo. Me presentó a Ben Shaver, quien se convertiría en mi editor. Le platiqué sobre el proyecto y ahí comenzó todo. Además, estaba por cumplir 50 años y alguien me dijo que los 50 son la juventud de la vejez. Es cierto, ya no soy un joven, necesito explicarme qué ha pasado, dónde he estado. Me tomó un poco más de tiempo, pero al final comprendí que lo mejor sería escribir. Comencé por el capítulo ‘Reflexiones’. Mi agente lo leyó, me dijo que estaba muy bien, que

siguiera adelante. Eso fue suficiente para sentarme a teclear y descubrir el poder de la escritura”. El proceso de sanación que culminaría con la publicación del libro pasó por distintas etapas; sin embargo, recurrir a la palabra fue definitivo. “Recuperarme del alcoholismo fue quizá lo más importante que me ha sucedido en la vida. Comencé por recobrar mi infancia. No fui un niño golpeado o abusado, pero sí descuidado, y busqué refugio con mis amigos, con mi banda, The Cure. Estuve muy cerca de la familia de Robert, eran muy unidos y yo necesitaba recuperar esa parte. También comprender de dónde venía, lo que había heredado de mi padre, es decir, el alcoholismo, para sentirme mejor. El libro me ayudó mucho”. Se trata de un relato sobre la amistad, en específico con su compañero Robert Smith, pero también sobre la pérdida y la redención. “Hay un momento en el libro cuando recibo una carta de Robert diciendo: no vengas hasta la próxima vez porque le provocas malestar a todos. Entonces me fui a pasear con mi perro. Vivía en el campo, en un lugar donde el entorno era salvaje. Recuerdo haberme sentado en una roca mirando al cielo. Comenzó a llover y de pronto pensé: algo tiene que cambiar, algo se rompió, no puedo volver así. En ese intermedio todo explotó. Me fui a rehabilitación, mi matrimonio se desmoronó. El libro fue un catalizador para muchas cosas”. El exbaterista de The Cure asegura que el momento más difícil de la escritura fue repasar su vida y no hacerlo desde el punto de vista de la víctima. Tuvo parte de esta reflexión cuando decidió pasar unos días de retiro en el Valle de la Muerte, en California. En el capítulo “Desesperado en el desierto”, escribe: “Una de las cosas que me encantan de California es que en varios momentos del siglo XX ha acogido a diferentes comunidades utópicas, y esto siempre me ha llamado la atención. Mis raíces en el punk más descarnado puede parecer que no encajen con todo esto, pero siempre he sentido que debajo de la superficie ruda del movimiento punk

El fundador de la banda inglesa cuya autobiografía, Cured, fue publicada en 2018 por Malpaso.

“Recuperarme del alcoholismo fue lo más importante que me ha sucedido en la vida”

había una búsqueda de sentido en el caos que nos gobierna, como si fuera un koan zen. Fuera lo que fuese, esperaba encontrarlo en California”. Y así fue, me platica: “El encuentro con un hombre en el desierto cambió mi mente en el sentido de que muchas de estas cosas son el resultado de mis acciones, de mí mismo, y que es posible cambiar, pero la única manera de lograrlo es mirando a la gente con honestidad”. Volver a la música le tomó un tiempo. En el año 2000 formó la banda Levinhurst al lado de su mujer, Cindy Levinson. Dos producciones, The Palace y House by the Sea, a las que dedica sendos capítulos en el libro, fueron clave en su proceso de sanación. “Había llegado a Norteamérica prácticamente sin nada. Todo estaba

bajo fuego y decidí quemar las naves. Subí a un avión pensando: cuándo fue la última vez que fui feliz. Tenía 21 años. Tardé mucho tiempo antes de comenzar a grabar cosas nuevas, pero fue muy reconfortante porque debes convencerte de que aún tienes algo qué decir. Hice Perfect Life (2004) porque estaba viviendo una vida perfecta. No tenía expectativas, no se esperaba nada de mí. Tenía un hijo joven, una nueva esposa que me hacía sentir mejor. Sin embargo, debo decir que mi álbum favorito es House by the Sea (2007). El título se refiere a la casa donde vivíamos, una casa junto al mar. Todo en el disco es literal, yo quería que fuera literal, como un destello de lo que son las cosas. Por ejemplo, la fotografía de la portada es muy sombría, pero lo hice a propósito


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á en México evoto de la banda

oscuridad The Cure: lobotomía para el alma

E porque he comprobado que se puede encontrar la belleza en la oscuridad”. A sus 60 años, Lol sigue tocando la batería. “Es como un mantra en mi cabeza, le hace bien a mi mente, a mi cuerpo, lo siento como algo primitivo”. También continúa experimentando, como lo haría con The Cure, una banda que apostó por romper estereotipos. “Estoy orgulloso de la música”, dice, “pero sobre todo de haber cambiado las convenciones. Mucho del rock tenía tintes misóginos, tampoco se aceptaba que un hombre mostrara sus sentimientos. Nosotros lo logramos. No es que hubiésemos tenido un propósito, simplemente así éramos. Y esa es la parte mágica: que un grupo de jóvenes coincidiera en un tiempo, en un espacio, y que las cosas funcionaran. Al final, aprendí que

cuando eres joven piensas que la vida se sucede en línea recta. Supones que una cosa lleva a la otra. Luego me di cuenta de que en realidad transcurre como en círculos concéntricos. Eventualmente todo regresa, las personas se van y vuelven, saltamos de un círculo a otro”. La publicación de Cured significó, para Lol, el renacer de una creatividad adormecida. “Cuando te encuentras en ese estado piensas que todo ha terminado, que ya no tienes nada qué aportar, pero de pronto se enciende el fuego. Estoy grabando un disco, escribiendo otros dos libros. Cumplí 60 y me gusta porque me siento liberado. Ahora puedo hacer lo que quiera, ser yo mismo por el resto de mi vida, nada importa, todo está abierto. El libro me ayudó a comprender eso”.

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IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon FOTOGRAFÍA TOM JACKSON

l crítico británico Simon Reynolds abre su libro Postpunk con esta remembranza: “Hacia el verano de 1977 el punk se había convertido en una parodia de sí mismo. Muchos de los integrantes originales del movimiento sentían que algo cargado de posibilidades y de múltiples alternativas había degenerado en mera fórmula comercial. O peor aún, había demostrado ser una inyección rejuvenecedora para la industria musical establecida que los punks habían tenido la esperanza de revocar”. En su oceánico recorrido por las vanguardias del rock, Reynolds narra puntualmente la manera en que se diluyó la “rabia de las calles” que se suponía que el punk debía de transmitir; recuerda la progresiva inconformidad de figuras capitales como Johnny Rotten de Sex Pistols; evoca las múltiples derivaciones estéticas que un descomunal racimo de grupos eligió explorar; pasa revista a los personajes emblemáticos de una historia que, no duda en afirmar, no fue escrita por las bandas vencedoras en el espinoso territorio del mainstream sino por aquellas que, cuando mucho, consiguieron el estatus de artistas de culto al aportar bases melódicas o influencias rítmicas a grupos o intérpretes que, décadas adelante, se consolidarían como iconos generacionales o ídolos retro. Sin embargo, antes de ese verano que Reynolds decreta como la estación de la autoparodia punk en Inglaterra, los Ramones lanzaron en Estados Unidos su álbum debut Ramones (febrero de

1976) mientras que en Crawley, una ciudad periférica a 30 kilómetros al sur de Londres, Robert Smith, Michael Dempsey, Porl Thompson, Lol Tolhurst y Martin Creasy dieron un primer concierto en el auditorio de la St. Wilfrid School con el auténtico germen de The Cure, una banda llamada Malice (diciembre de 1976). Smith y Tolhurst tenían 17 años, inquietudes creativas y espíritu punk, y ya habían dado muestras de ello con un grupo anterior, The Obelisk (1973), y con su indumentaria y actitud, su energía, su inconformidad y su rudeza encarnaban a los marginados, a la carne de cañón de ese pueblo inglés donde los skinheads ejercían el bullying. Devotos de Jimi Hendrix y David Bowie, seguidores de The Clash, The Stranglers y The Jam, Smith, Dempsey, Tolhurst, Thompson y otro par de músicos fugaces mutaron a Easy Cure en 1977 (nombre ideado por Tolhurst), y un par de años después volvieron a cambiar su alias y número de integrantes: The Cure, trío alineado por Smith, Tolhurst y Dempsey, iba a ser una de las bandas fundamentales de la centuria pasada y el siglo presente, aunque ciertas voces tienden a desestimarlos (por ejemplo, Reynolds escribe en Postpunk que, comparado con la pulsión de muerte de Ian Curtis de Joy Division, Robert Smith apenas expresaba desánimo e incertidumbre, mientras que los más fieles partidarios de su gótico edulcorado fueron los soñadores perdidos de los suburbios). Pase a la página 8


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PERSONERÍO

José Alvarado y las escaleras

C Los creadores de álbumes como Boys Don’t Cry y Bloodflowers.

Las primeras composiciones de The Cure, “Killing an Arab” (basada en El extranjero, de Camus) y “10:15 Saturday Night”, no cuajaron con Hansa Records pero se integraron al álbum debutante que Chris Parry publicó en su disquera Fiction, Three Imaginary Boys (1979), cuya portada es una foto austera: sobre fondo rosa pálido, una lámpara, un refrigerador y una vieja aspiradora Hoover amueblan la dudosa esencia de las doce rolas de la producción, porque el nombre de la nueva banda, como las imágenes de contraportada (el primer plano a unos ojos desde la mira de una escopeta, un filete en un gancho, un teléfono o una habitación desordenada), desconcertaban a un público todavía dopado con esteroides punk. Al Three Imaginary Boys siguió el Boys Don’t Cry (1980) que, básicamente, es el mismo álbum pero producido, ex profeso, para el mercado estadunidense, con ligeros cambios en las pistas. Ambos contienen algunas de las canciones más míticas, más entrañables de The Cure hasta estos años: “Accuracy”, “Three Imaginary Boys”, “Boys Don’t Cry”, que abrieron camino a una legión de quimeras musicales, los sueños de la razón de un Robert Smith inspirado por la poética de Antonin Artaud, Charles Baudelaire, Paul Verlaine y Arthur Rimbaud; un Robert Smith con figura de lagarto, que acorralaba a su propia oscuridad en los libros de Albert Camus (El extranjero, La peste) y Jean–Paul Sartre (La náusea y El ser y la nada). Las producciones siguieron casi sin interrupción: Seventeen Seconds (1980), Faith (1981), Pornography (1982), Japanese Whispers (1983), The Top (1984), The Head on the Door (1985), Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me (1987), Disintegration (1989), Wish (1992), Wild Mood Swings (1996), Bloodflowers (2000), The Cure (2004) y 4:13 Dream (2008).

De todas, la cúspide creativa fue, y sigue siendo, Pornography, el material más depurado, una auténtica obra maestra del gótico: claustrofóbico, depresivo, inquietante, con Pornography también comenzaron a mostrarse con el look radical del cabello enmarañado y el rímel y carmín, y crearon un ambiente minimalista en sus presentaciones. The Cure ha legado decenas de tracks a las fantasías generacionales (“Object”, “A Forest”, “Close to Me”, “Pictures of You”, “The Caterpillar”, “Catch”, “The Snake Pit”, “Disintegration”, “Strange Attraction”, “Fascination Street”, “Just Like Heaven” o “Why Can’t I Be You?” de propia inspiración, o rolas influidas por obras ajenas como “Charlotte Sometimes”, basada en la novela infantil de Penelope Farmer; “Letters to Elise”, iluminada por Kafka, o “The Love Cats”, derivada de Los aristogatos, de Walt Disney, y ahora que lo pienso, con estos datos es fácil ubicar la auténtica personalidad de Robert Smith, un ego muy parecido al de Alicia de Lewis Carroll aunque con matices ponzoñosos. En su País de las Maravillas no hay sombrereros locos ni conejos ni gatos de Cheshire, hay puras arañas enormes y peludas como la que lo atenaza en el video de “Lullaby”). Sus rarities y lados B son tan potentes (o más) que los temas que tributan. Desde el Three Imaginary Boys, The Cure reveló su fascinación por el cover. Si en el primer disco interpretaron “Foxy Lady”, a lo largo de cinco lustros han tocado a Hendrix con “Purple Haze”, a The Doors con “Hello,

Es fácil ubicar la personalidad de Robert Smith, un ego muy parecido al de Alicia de Carroll

I Love You”, a Bowie con “Young Americans” o a Depeche Mode con “World in my Eyes”, sin deformar los originales. Asimismo, su producción alterna (la que solo se incluye en los singles) es casi inabarcable, y rolas portentosas como “Mr. Pink”, “Halo”, “Out of Mind”, “Harold and Joe”, “Babble”, “Breath” o “The Big Hand” pertenecen al reverso creativo de Robert Smith. En su libro de memorias Cured, Lol Tolhurst esclarece la genealogía de la banda: “El lugar donde crecimos resultó ser una influencia determinante en la manera como sonaba The Cure. Para empezar, había esa uniformidad apagada típica de las ciudades surgidas tras la Segunda Guerra Mundial en la que se habían encontrado los que huían de los bombardeos con la gente de toda la vida de Surrey y Sussex. Y también estaban los asilos. “Había muchos manicomios en nuestra zona. Básicamente porque estábamos cerca de una población enorme que podía necesitar sus servicios. Instalaban estas instituciones en el agradable campo del sur de Inglaterra porque había más espacio. Aunque hubiera algunos de alta seguridad, como el Cane Hill (donde estaba el hermanastro de David Bowie, de donde se escapó y luego se suicidó), había otros mucho más benignos, como el Netherne, que en 1948 visitó Eleanor Roosevelt y declaró: ‘Estados Unidos tiene mucho que aprender de hospitales como el Netherne’. Fue el primer hospital que ofreció una terapia en el arte para sus pacientes, lo que era un avance extraordinario en una época donde se acostumbraban los sedantes más fuertes y —para los casos extremos— la lobotomía”. Con las canciones de The Cure, siempre recuerdo esa maravillosa idea de Baudelaire: “este mundo es un hospital donde todos quieren cambiar de cama”.

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JOSÉ DE LA COLINA

on José Alvarado tuve pláticas de escalera. Yo lo había atisbado en 1955 en el stand de Arreola en la Feria del Libro, cuando en la colección de Los Presentes se daría la coincidencia de que él publicara la buena noveleta El personaje y yo un primer y lamentable libro de cuentos cuyo título prefiero callar. Pasaron años sin que volviésemos a encontrarnos y sin que dejara yo de leer sus artículos, y solamente en los años sesenta conversamos algunas veces cuando nos encontrábamos subiendo o bajando la principal escalera interior de Excélsior, el de Scherer. No sé cuánto y de qué hablamos Pepe Alvarado y yo en esa escalera, pero sí sé que esos momentos me acompañarán para siempre, el siempre que aún me quede. Don Pepe, gran hombre de las universidades y de los cafés y cantinas, esas otras universidades, sabía además de muchas ciudades y pueblos de toda la República, de muchos personajes y hechos tanto de la vida política o cultural como de la vida anónima pero simplemente viva. Con prosa fluida, elegante, frecuentemente exenta de la terca e inelegante conjunción que, ponía en pie, en sus columnas semanales o casi diarias, lo mismo a Madero, Villa, Zapata o Vasconcelos, o el fusilamiento de Huitzilac, o la zoología o mitología políticas, o al polígrafo nacional Alfonso Reyes, o a José Revueltas novelista del quebranto social, etcétera, como a Lupe Vélez, bailarina de gran carpa, luego actriz triunfadora y suicida en Hollywood, que al Chiflaquedito y el Chómpira Escandón y el Cuate Corchera y el Valedor Lascuráin y el Club de los Cacarizos, y los toreros y los taqueros y los boleros, y los vendedores de la lotería, y las tristes coristas de carpa y los taxistas, y, en fin, pero sin fin, los seres sin nombre de ésta y de otras ciudades del país o del mundo ancho y ajeno. A través de los años el fino lector de periódicos buscaba las columnas de Alvarado en El Popular, La Voz, El Día, Excélsior, Siempre!, leía su profesional y gustosa escritura. Don Pepe escribía sus artículos con el mismo amor a las palabras, la sintaxis y el ritmo con que un poeta escribiría un soneto. Dice Gabriel Zaid en su libro Cómo leer en bicicleta: “Uno de esos lujos que hay que aprender a agradecer a la vida cotidiana (como el lujo de ver claro, muy lejos, otra ciudad de pronto, cuando los vientos y la lluvia barren con el polvumo de la Ciudad de México) es darse el lujo de leer la buena prosa de José Alvarado”. Y cuando al fin algo lo traté, cuando conversábamos subiendo o bajando la gran escalera inicial y marmórea de aquel irrepetible Excélsior dirigido por Julio Scherer, ya el gris invadía las famosas cejotas y el famoso bigotazo que bastaban para hacerle la caricatura (y creo recordar una de Guasp en la cual esos trazos eran más que suficientes para retratar en síntesis a todo Pepe Alvarado). Pero el rostro aún resplandecía de vida sanguínea, de vivacidad, de estilo de gran comensal maestro en el arte de la conversación, del anecdotario, del brindis a la vez marmóreo y ligero. Ahora sé que no volveré a subir o bajar con don José Alvarado, y acaso con nadie, aquella gran escalera de piedra (y de metal), pero ahora tengo también frecuentes citas en los escalones de su buena prosa diaria reunida en la antología José Alvarado, publicada por la editorial Cal y Arena.

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EN LIBRERÍAS

28 DE SEPTIEMBRE 2019

NARRATIVA, ENSAYO The Night

Espejismos

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POESÍA EN SEGUNDOS Agua por todas partes

Blanca Varela: el espíritu animal VÍCTOR MANUEL MENDIOLA

L Rodrigo Blanco Calderón Alfaguara México, 2019 355 páginas

Lourdes Laguarda Dark & Glow Press México, 2019 127 páginas

Leonardo Padura Tusquets México, 2019 361 páginas

Una frase contiene el propósito de esta novela, pronunciada en las páginas iniciales: “entrar en el horror como quien poco a poco se adormece y le da la espalda a la vida”. El horror es la capital de Venezuela en tiempos del chavismo, tiempos marcados desde entonces por los cortes de energía, la escasez de alimentos y la zozobra social. A fuerza de conversar, los protagonistas intentan descifrar las claves de esa zozobra, mientras una ola de crímenes mantiene a la ciudad en vilo.

Con la forma de un viaje interior, esta novela narra los desencuentros de la protagonista consigo misma y con el mundo circundante. Por momentos, se estructura como una alucinación; en otras ocasiones, tiene la apariencia de un sueño. Laguarda rinde homenaje a los maestros surrealistas y a ciertos clásicos de la literatura fantástica hasta crear un mundo en el que lo real y lo irreal, lo tangible y lo intangible, se confunden o terminan por borrar sus diferencias.

¿Qué significa ser un escritor cubano que vive en Cuba?, se pregunta Leonardo Padura en la antesala de este libro que conjuga ensayo, crónica, relato autobiográfico. El reguetón habanero, el beisbol, la condición insular, los soviéticos, la pertinencia de la novela, Alejo Carpentier, la Revolución, son algunos de los temas que se ofrecen al lector con la esperanza de aclarar las razones del arraigo, a pesar de que la supervivencia se vuelve cada día más difícil.

Confesiones de un chef

Controversia

La burbuja terapéutica

Anthony Bourdain RBA Bolsillo España, 2019 411 páginas

Alain Badiou/ Jean-Claude Milner Edhasa Argentina, 2014 288 páginas

Josep Darnés Arpa España, 2019 256 páginas

Fue una estrella de la televisión y una leyenda en las cocinas de Nueva York pero también un articulista mordaz y pendenciero que animó las páginas de The New York Times. En este que es su libro más famoso, Bourdain traza la ruta que va de sus primeros encuentros con los auténticos sabores a su encumbramiento como chef distinguido. La travesía incluye dolorosas revelaciones, una buena dosis de chismorreo y enormes cantidades de drogas y alcohol.

Coordinado por Philipe Petit, este Diálogo sobre la política y la filosofía de nuestro tiempo, como se subtitula, pone frente a frente a dos de los más destacados pensadores de nuestros días. Los dos estuvieron marcados por el Mayo francés y, por discrepancias, se distanciaron algún tiempo. En este iluminador diálogo la circunstancia francesa se halla presente, pero asimismo cuestiones como el lugar de la revolución en nuestros días, el asunto judío y hasta la matemática.

El autor de este libro es un exitoso profesionista; a pesar de ello, se considera un perdedor. Por esta razón, se volvió un adicto a las terapias de superación y aquí cuenta sus experiencias. Pero como Darnés aclara, no se trata de denunciar o ponderar alguna. “Me interesa mucho más contarte cómo se ha formado una burbuja alrededor de las terapias y el crecimiento personal y desentrañar los mecanismos por los cuales quedamos atrapados en ella”, explica en la introducción.

a Fundación Vicente Huidobro, en Santiago de Chile, ha comenzado a publicar, en volúmenes individuales, los libros del autor del largo e inolvidable poema Altazor y prepara, asimismo, la difusión de algunos poetas hispanoamericanos modernos, en especial una serie de gran interés, “La adormecedora de mares”, coeditada con la Editorial Universitaria de Chile. En ella estarán las poetas hispanoamericanas más significativas de la segunda mitad del siglo XX y recuperará, casi seguro, a Ida Gramcko y a Ulalume González de León, junto con Idea Vilariño y Marosa di Giorgio. El primer texto de la serie acaba de aparecer: Degollado resplandor. Poesía selecta de Blanca Varela (1926-2009), en selección del poeta peruano Miguel Ángel Zapata. Esta primera entrega tiene un valor crítico notable, ya que el cuerpo principal de los poemas escogidos pone el acento en aquellas composiciones donde las expresiones ancladas en gestos orgánicos adquieren una intensidad inesperada y crean, en la relativa modestia de una obra pequeña, lo que podríamos llamar, con el hondo sentido textual y humano de las piezas de Varela, el espíritu animal de la invención poética. Desde el primer poema observamos una feroz facultad de conocimiento en el cogollo de la realidad, como si pensar y escribir fueran cosa de dientes, muelas, uñas y pies. Ante la fuerza avasalladora del mar y con el recuerdo de la infancia, Varela nos abre los ojos “al turbio licor marino”, “al pájaro carnívoro” y “al pesado aliento del buey”, ahí donde el sacrificio está a punto de ocurrir y la res muge espantada en el corral. Y después, en los otros poemas, con la transfiguración de los espacios y el tiempo —pero no fuera de la gravedad del mundo—, al andar en las calles, al hablar en los cuartos o al comer en la mesa, nos revela que llegamos a nuestro destino caminando con las manos y teniendo conciencia de que la comunión íntima es corta, dura, cambiante, siempre con algo de regreso a lo indomesticable; una comunión no elevada, sino caída en un agujero biológico. En verdad, de manera femenina y primaria, Varela actualizó sintéticamente el peculiar expresionismo de Vallejo. Quizá apenas, pero de modo espléndido. Y el epítome de esta experiencia, “Canto villano”, emerge como un iceberg total y atroz, como un Francis Bacon: “es la rosa de grasa/ que envejece/ en su cielo de carne”. El escenario de este hallazgo instantáneo es la mesa, la mesa de dos, la oscura mesa amorosa del desencuentro. La poeta peruana sabe muy bien que “Poner en marcha una nebulosa no es difícil, lo hace hasta un niño”. Lo difícil estriba en alcanzar la abundancia íntima del pensamiento sin traicionarlo precisamente con la abundancia. Por eso, contra la gaseosa retórica sensiblera del atribulado o del outsider, sostuvo: “Hasta la desesperación requiere un cierto orden”. En su carácter mínimo, en su manera tajante de llegar a los extremos y sostenerse, Blanca Varela —sola y extrañada— trinchó la voz del hueso con el hambre del espíritu animal.

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LITERATURA

28 DE SEPTIEMBRE 2019

RESEÑA

Un viudo triste y solitario En La peor parte. Memorias de amor, Fernando Savater muestra su lado más sombrío

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VÍCTOR NÚÑEZ JAIME/ MADRID periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA CORTESÍA EDITORIAL ARIEL

ernando Fernández-Savater Martín y Sara Torres Marrero se habían conocido en la universidad, pero el amor llegó más tarde. En realidad, ya habían tenido “más que caricias y menos que complicidades” en San Sebastián. No obstante, fue después de una cena “con amigos subversivos” en Madrid cuando el entonces joven profesor de ética, en medio de reflexiones sobre los “efectos residuales de la dictadura franquista”, tragos de vino e intercambios de miradas, se dio cuenta de que estaba loco por ella. A Sara pareció erizársele más el pelo de lo que ya lo tenía (“por eso siempre le he dicho Pelo Cohete”) y a Fernando estuvo a punto de desorbitársele el ojo bizco que lo caracteriza. Así que comenzaron un noviazgo de esos de “cuelga tú. No, tú primero” y, con algunos altibajos pero siempre cómplices, permanecieron juntos durante 35 años. Hasta que la muerte los separó. En 2014 los médicos le detectaron un tumor cerebral a Sara y, en cuestión de meses, la vida de la pareja se fue “desvaneciendo en sufrimiento”. Empezó un periplo de hospitales, en los que “la muerte se asomaba cada cierto tiempo, vestida de enfermera para cambiar el gota a gota” y, finalmente, en la primavera de 2015 Fernando Savater se convirtió en un viudo triste y solitario. Dejó su casa de Madrid para irse a vivir a su Donosti natal e intentar sobrellevar ahí la pérdida y la ausencia. También se prometió a sí mismo no volver a escribir libros. ¿Dónde había quedado el Savater alegre y optimista, el que recurría al sentido del humor “no solo para reír sino como una perspectiva ante la vida”, el que ni las amenazas de muerte de los terroristas hacían decaer? ¿Dónde estaba el “jubilao jubiloso” que pasaba todas las tardes en su casa madrileña atiborrada de libros y muñequitos? ¿Dónde había quedado el hombre de sonrisa fácil, bonachón, con aires de chiquillo travieso y dueño de una amplia y divertida colección de gafas de distintos colores, tamaños y formas que alternaba para corregir la miopía y la solemnidad? Estaba encerrado en su casa donostiarra, leyendo o escuchando música o dando un paseo por la playa de La Concha o haciendo algún artículo contra el separatismo que aqueja a España o esforzándose, a trompicones, en rendir un homenaje a su compañera de vida, aunque eso supusiera romper su promesa, a través

Sara Torres Marrero y Fernando Savater.

del libro más personal, íntimo y emotivo que ha escrito en toda su vida. Se llama La peor parte. Memorias de amor (Ariel) y será presentado el 30 de septiembre en el viejo Cine Doré, sede de la Filmoteca Española en el centro de Madrid, uno de los lugares favoritos de Sara Torres, gran aficionada a las películas de historias fantásticas y de terror. “Dije que ya no iba a escribir más libros. Era la actitud más lógica, porque hasta entonces —durante muchos años— los escribí para alguien que ahora ya no podría leerlos. […] Pero después de todo, por modesto que sea sin duda mi talento, soy escritor; no un juntaletras aficionado, sino un escritor. Y cuando se es escritor, ¿puede uno conformarse con llorar? Porque créanme que la lloro todos los días: desde que murió hace increíblemente más de cuatro años, no he pasado ni una hora sin recordarla, ni un solo día sin derramar lágrimas por ella. ¿Es suficiente? Más propiamente dicho, ¿es lo mejor que puedo hacer? ¿Ser escritor no me obliga, no me compromete a algo más que las lágrimas? Si solo la lloro —y sí, cómo la lloro, cuánto la lloro—, ¿no le estoy regateando algo que debería tributarle?”, dice el autor, hijo de un notario

La peor parte se presentará el 30 de septiembre en el viejo Cine Doré, en el centro de Madrid

(“igual que los padres de Salvador Dalí, Julio Verne y Voltaire”), como tratando de explicar el porqué del desnudo total que hace a continuación. “Debía intentar hablar de ella, no solo de su pérdida, sino de ella viva y palpitante, de lo que vivimos juntos, de todo lo que me dio y no solo de lo que me quitó su ausencia. Aún más, secarme las lágrimas y tratar de acercarme a lo que ella fue en sí misma, sin relación conmigo, su indómito secreto que apenas vislumbré y amé a ciegas. Pero también contar el padecimiento que sufrió en los meses postreros, atroz y definitivo, soportado con mayor coraje del que yo demostraba con mis gemidos exhibicionistas”. Si en su autobiografía (Mira por dónde. Taurus, 2003) Savater nos contó, sobre todo, el “lado soleado” de su vida, en La peor parte no escatima en hacer confesiones introspectivas e incluso sombrías. Así, nos enteramos de que al final de su adolescencia Sara formó parte de ETA y de que él militó en Batasuna (el partido nacionalista considerado el “brazo político” de ETA). “Tanto Pelo Cohete como yo fuimos evolucionando desde nuestras primeras posiciones relativamente equidistantes entre nacionalistas y partidarios del Gobierno central (como se llamaba a los demócratas constitucionalistas por entonces) hasta tomar decididamente partido por estos últimos. El terrorismo, llamado de manera eufemística lucha

armada, era algo que condenábamos desde un comienzo sin remilgos, sobre todo ella, que conocía sus miserias y atropellos desde dentro mucho mejor que yo”, expresa en el libro. Puesto a ser sincero, Savater cuenta sin tapujos sus infidelidades, muchas de ellas bisexuales. “Aprovechando que los chicos guapos siempre me han gustado también, decidí cambiar de acera y convertirme en un depredador homosexual para mostrar mi desdén por el eterno femenino. Rondaba cada noche por los locales de ambiente del Madrid de La Movida […] aunque no dejaba de perseguir a las mujeres cuando no me rehuían demasiado. Hubo algún día con tres encuentros —encontronazos— eróticos de variado género”. Ahora, del “eterno optimista”, como solía llamarlo Emil Cioran, del Savater patrón de la alegría… ya queda poco. Así que con este libro se despide. “Ya es inapelable que voy a acabar mi vida triste, pero no con la tristeza átona y desvaída de cualquier imbécil senil, sino con una tristeza enorme, proactiva, que nace precisamente de la inteligencia y la aniquila en su propio terreno, una tristeza que no ha llegado por un suave declinar físico y el marchitamiento progresivo de las ilusiones, sino con la precipitación atroz de una brusca caída en un mar de amargura sin orillas, en el que debo chapotear con espanto hasta el anegamiento final”.

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ESCENARIOS

28 DE SEPTIEMBRE 2019

PERIPECIA

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DOBLE FILO

Sonidos de Pável Granados FERNANDO FIGUEROA

D Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos se presenta de viernes a domingo en el Teatro Sergio Magaña.

Instrucciones para destruir lo irreparable

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ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com FOTOGRAFÍA ERICK GUADARRAMA

ay un lobo que se come el sol todos los inviernos es una obra sobre el sacrificio involuntario, la resistencia humana, la muerte, la vida suspendida y la batalla en la que pueden trenzarse la crueldad y el miedo. Esta historia de un matrimonio y dos hijos comienza de atrás hacia adelante, como si el pasado se deslizara hasta el presente, sujeto a un personaje anclado en la necesidad de acallar el latido. Suspenso y tragedia sostienen esta obra escrita por Gibrán Portela, guionista de Güeros, La jaula de oro y Todas las pecas del mundo, entre otras. El también dramaturgo dosifica la acción de su texto, de forma que el espectador pueda tejer la trama inversa de una circunstancia teñida por una sangre que jamás llega a verse. La virtud del texto de Portela reside en la forma en que plantea el paso involutivo de sus personajes, quienes viven con frío en un país que se cubre con leyendas en torno a un inmenso y cálido sol, engullido cíclicamente por un lobo: historias que arropan la fragilidad expuesta a lo inexplicable en cualquier lugar del mundo. Cuatro seres humanos conforman el núcleo de dependencia en el que bullen dolor y resignación, exhalados en reclamos, en complicidades, arrepentimientos e impulsos truncos. Instalada en un pesar asfixiante, la madre de esta familia, interpretada por Pilar Mata, exhala su desdicha en hartazgo, en ansias de escapar de una realidad que la asfixia y de la que

se fuga al cerrar el círculo mediante el rechazo y la amenaza. Al interior de un hogar en el que hubo una buena época, el paso del tiempo y la fuga de un águila herida que catalizaron la miseria y la soledad de sus habitantes deja desprotegidos a madre, padre y a uno de los hijos, cómplice de un extraño hermano, asido a su fragilidad externa, corteza de su violencia. Dirigida por Cristian Magaloni, la puesta en escena divide el escenario en tres partes. Del proscenio hacia el fondo, la acción se transforma como si al frente ocurriera solo aquello que puede ser visto. A unos pasos, encapsulado en una rectángulo transparente con humo y puertas corredizas, está la dimensión que permite cruzar de una realidad a otra: aquella que vive el elenco a la espera de aparecer en personaje, a unos centímetros de dos mujeres que tocan violín y violonchelo, para volver al primer plano, de donde no escapa el hermano quieto pero en permanente desequilibrio. Pilar Mata, Arnoldo Picazzo, Assira Abbate, Roberto Beck, Gonzalo Guzmán y Julio César Luna, conforman el elenco de este montaje que cuenta con música original, imprescindible y en vivo de Natalia Pérez Turner, y escenografía e iluminación de Miguel

La virtud del texto de Portela reside en la forma en que plantea el paso involutivo de sus personajes

Moreno, equipo artístico que conduce al espectador, dócil y firmemente, por el laberinto clavado de preguntas sobre la capacidad humana para destruir lo irreparable. La experiencia es inquietante. El espectador descubre aquello que los personajes intentan negar permanentemente. Autor y director proponen un acercamiento humano a un asesino desde su hábitat, donde en apariencia no habría nada que pudiera detonar los hechos. Inmersos en una realidad que detestan, los personajes, dóciles e impotentes, se perciben presos de sí, de su circunstancia, de su amor abollado por encima de lo que podrían juzgar; todos, a excepción del hombre erigido en autoridad, inscrito en una realidad más, la del que no concede, porque está fuera del núcleo del amor, la incredulidad, el dolor y el reproche. Los cuestionamientos se desprenden del patio de butacas ante un acontecer que pareciera sordo, incrustado en zozobra, sospecha y culpa, sobre un terreno desconocido, donde el señalado es alguien como nosotros, los que están sobre el escenario y quienes estamos abajo, constreñidos e inmóviles ante la posibilidad de nuestra cercanía y parecido con el monstruo. Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos es una propuesta teatral distinta, un teatro con tinte cinematográfico, que se acerca y se distancia del personaje principal, sin guiños que atisben su interior, hasta que un solo gesto y una breve acción revelan su debilidad trocada en una destructiva fuerza expansiva.

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irector de la Fonoteca Nacional, Pável Granados fue becario del Centro Mexicano de Escritores. Es autor de XEW. 70 años en el aire (Clío, 2000) y El ocaso del porfiriato. Antología histórica de la poesía en México (1901-1910) (FCE, 2011). Con Guadalupe Loaeza publicó la biografía de Agustín Lara Mi novia la tristeza (Océano, 2008). ¿Cuánto tiempo se tardaría alguien en escuchar todo lo que hay en la Fonoteca? Un poco más de cien años. ¿Le ofrecen algo a los sordos? Sí: imágenes, exposiciones, visualización de soportes antiguos. ¿Cuál fue su primer disco propio? Uno de Violeta Parra. ¿Cuántos discos tiene en su casa? Como mil. Los de fonógrafo los doné a la Fonoteca. Dos discos de la colección de Monsiváis, que está en la Fonoteca, que se llevaría a una isla desierta. Sin duda, uno de La Lupe y algún otro de góspel. Dos de los 600 mil soportes de la Fonoteca que salvaría en un naufragio. Tal vez la grabación del Himno Nacional de 1904 y la voz de Xavier Villaurrutia. ¿Cuál es la voz más bella que ha oído en su vida? No sé si la más bella, pero sí la que más me impresionó: la de Maruca Pérez, una tanguista que murió a los 30 años. ¿Tienen audios de María Callas cantando en México? Sí, en Bellas Artes. ¿Cuántas veces quisieron ahorcarse usted y Guadalupe Loaeza al escribir el libro de Agustín Lara? Solo una vez, cuando nos dividimos los temas. Su canción favorita del Flaco de Oro. Es variable. Hoy diría “Pobre de mí”. Una frase memorable de Lara. “Soy ridículamente cursi y me encanta serlo”. Defina a Lara con cinco palabras. El inventor de la mujer. Juan Gabriel o Juan García Esquivel. Juan Gabriel. ¿No se aparece el fantasma de Octavio Paz en Francisco Sosa 383? Hasta ahora, no. ¿Qué tal cantaba Diego Rivera? Feo. Del uno al 10, ¿qué le parece Joaquín Sabina? 9.5; no le doy el 10 por su visita a Felipe Calderón. Mejor le pongo 9, un punto menos. ¿Ángel Fernández o Mago Septién? ¡Qué difícil! Ángel Fernández. ¿Hace falta una videoteca nacional? Sí, por supuesto. Lo que más le llama la atención del archivo Poniatowska. La entrevista con Consuelo Velázquez. Hay mucha ternura. Su canción favorita de Consuelito. “Amar y vivir”. ¿A la Fonoteca le sirvió de algo el asunto de Frida Kahlo? Yo creo que despertó interés en los soportes sonoros. ¿Cuál es su sonido favorito de la naturaleza? El mar.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

28 DE SEPTIEMBRE 2019

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto

TOSCANADAS

Quemable DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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sta semana celebramos de manera anticipada el año nuevo judío, el Rosh Hashanah, en el Centro Sefarad-Israel de Madrid. En casa tenemos también la costumbre de festejar el Pésaj. Como regiomontano, sé que los primeros pobladores de mi tierra fueron sefardíes. En Varsovia experimenté un antisemitismo leve con algunos vecinos que notaron en el buzón los nombres de Sarah y David. Entre mis escritores preferidos hay una larga lista de judíos: Isaac Bashevis Singer, Joseph Roth, Franz Kafka, Isaak Babel, Vassily Grossman, Primo Levi, Elias Canetti, Bruno Schulz y, por supuesto, aquellos antiguos que redactaron las historias de la Biblia. En México tenemos también una ristra de estos escritores, de los que especialmente me gusta la Moscona. En Argentina se dan por racimos, muchos de ellos con orígenes en mi querida Polonia. Hay otros que nunca me interesaron, como Sigmund Freud y, por debajo

SAN AGUSTÍN

El doctor de la Iglesia católica y autor de La ciudad de Dios.

de todos, Allan Stewart Königsberg. Un día me haré la prueba de ADN para ver cuánto judaísmo corre por mis venas, pero sin necesidad de ella, sé que mi alma está impregnada de él. Y justo ahora estaba releyendo La ciudad de Dios, de San Agustín. Un libro muy influyente a lo largo de los siglos, pero de pensamiento bastante pobre y, peor aún, nocivo. El señor de Hipona, que de santo no tenía nada, que de hipócrita tenía mucho, según puede leerse en sus confesiones, receta las ramplonas frases que tantas vidas han costado. Varias veces insiste en que los judíos asesinaron al cristo, poniendo incluso algunas palabras para denostar: “el Señor fue crucificado por la crueldad e impiedad de los judíos”, o tilda esto de “el crimen de los judíos”; les llama estúpidos y ciegos. Viviendo bajo los beneficios del imperio romano, no se atrevió a decir la verdad: que el “Señor” había sido ejecutado bajo las leyes de Roma

por delitos contra Roma. Una de las historias más mentirosamente amañadas es aquella que cuenta que, en la Pascua, Poncio Pilato soltaba un preso. Cualquiera que viviera en esa Roma lo sabría. Además, ¿por qué habría la gente de pedir que soltaran a un insurrecto como Barrabás, si ahí estaban las inocentes palomitas de Dimas y Gestas? Agustín abandona la filosofía, la razón, y comete el error de los fanáticos: primero acepta una verdad y luego la justifica. Asegura que Jesús subió al cielo en forma física para que su cuerpo no sufriera la corrupción, y los judíos jamás podrían asegurar lo mismo sobre el rey David. En fin, quien quiera enterarse mejor de tanta burrada que dijo Agustín tendrá que leer las mil páginas de La ciudad de Dios. Y aunque nunca he estado de acuerdo con quemar libros, éste me parece más quemable que otros que sí quemaron.

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BICHOS Y PARIENTES

El poder corrompe

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omo muchos de los libros de Gabriel Zaid, El poder corrompe (Debate, México, 2019) es una reunión de ensayos, pero con una peculiaridad: aunque tiene la articulación de una obra orgánica y unitaria, Zaid no se propuso escribir un libro expresamente sobre la corrupción: ya estaba ahí, escrito a lo largo de 40 años, disgregado entre otros libros. Caso raro en cualquier autor, que sus ensayos sueltos pudieran organizarse en una nueva obra sin redundancias ni contradicciones, pero no en Zaid: cosa del orden y la claridad moral e intelectual. Tampoco es un libro azaroso porque tener razón no es un accidente. Crear conocimiento requiere investigar, averiguar, interrogar, indagar... Pero cuando se habla de corrupción, estos verbos se transforman en una persecución cuyo resultado casi siempre es la denuncia. Construir conocimiento o construir culpa. Desde la serpiente y la manzana del Génesis, la condición humana lidia con su propia corrupción en un constante esfuerzo, sin esperanza de llegar a la meta: la perfección es imposible, pero la mejoría es obligatoria. La crítica de Zaid a la corrupción es un muestrario de sus recursos como escritor: la ironía, la confrontación de los discursos con los actos, los usos equívocos o pervertidos de los recursos, la necesidad de hacer pública la vida pública. Pero lo separa de otros autores el constante ejercicio de imaginación creativa que se pone a generar ideas y soluciones. El poder corrompe no es un libro de denuncia, como tampoco lo fue el Elogio de la locura. Y pienso en esa obra de Erasmo porque en su momento fue

JULIO HUBARD IMAGEN EL INDEPENDIENTE

vista como una amarga delación de la corrupción humana cuando era, en realidad, una apuesta absurda: no hay salida de la condición abajada y corrompible del ser humano. Luchar contra la propia naturaleza es inútil, pero también es el único lugar de redención, cultura, de grandeza humana. A diferencia de Erasmo, Zaid no alarga una analogía; se concentra en casos e ideas que desmenuza y descubre, además de sus variables y características propias, las

Zaid no alarga una analogía; se concentra en casos e ideas que desmenuza y descubre

constantes constituyentes. La constante humana; la política, presente en todos los gobiernos representativos; y la mexicana, casi siempre desolada: la corrupción “no fue una característica desagradable del llamado ‘sistema político mexicano’. Fue el sistema político mexicano”. Y se puso peor, porque los corruptos actuales se creen impolutos. Zaid no toma ideas dadas; se pone a pensar cada una de nuevo y, cuando hay que definir, suele ser incluso más preciso que las definiciones estándar. Esta suerte de precisión literaria llevó a Octavio Paz a definir sus poemas y su prosa como “luz cristalizada”. Si Transparencia Internacional define corrupción como “el abuso del poder encomendado para el beneficio propio” (The abuse of entrusted power

for private gain), Zaid es más amplio y más preciso: “La condición necesaria para que la corrupción sea posible es que una persona represente los intereses de otra. La corrupción consiste en apoderarse de un poder encargado, en usarlo como propio”. Es mejor definición porque la de Transparencia Internacional supone el beneficio propio; sin embargo, bien puede ser que no se use para uno mismo sino para una idea descabellada, o en contra de otros, o de cualquier modo torcido cuyo beneficio pudiera ser oscuro o patológico. Es corrupto que un servidor se transforme en opresor, que haya sido elegido para un propósito y desde el poder descubra que la historia lo llama a la eternidad de otro modo. Zaid muestra y demuestra que la cultura de la transparencia es condición indispensable de una democracia. Pero el punto más notable de estos ensayos es la imaginación como articulación de la constitución misma del sujeto moral, de la ética. Una imaginación que ha de comenzar con el “si” condicional: dudar de uno mismo, sospecharse. Los psicólogos gringos dicen que los psicópatas no pueden imaginarse a sí mismos como otros: bostezas frente a uno, y nada, no bosteza contigo. Esa empatía viene de la biología, pero hay otra que se construye con cultura e imaginación; por ejemplo, suponer que todos los bípedos implumes, y yo, somos exactamente igual de ciudadanos. No me iguala al prójimo nada dentro de mí, ni nada que defina mi individualidad sino algo fuera de mí, construido con símbolos e imágenes abstractas. Lo que no funciona es que un representante quiera convertirse en lo representado; que el servidor se transforme en mandón; que el presidente se crea mesías.

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