Laberinto No.853 (19/10/19)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ENTREVISTA EXCLUSIVA

MEMORIA

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

JOSÉ DE JESÚS SAMPEDRO

Vargas Llosa y la Guatemala de Árbenz

50 años de la muerte de Jack Kerouac

Foto: EFE

SÁBADO 19 DE OCTUBRE DE 2019 AÑO 16 - NÚMERO 853

El amado Falstaff de Shakespeare Harold Bloom/ FOTOGRAFÍA: SHUTTERSTOCK

Foto: Denn Smith


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ANTESALA

19 DE OCTUBRE 2019

CASTA DIVA

Joker AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA DC COMICS

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ornudos, médicos, abogados, mentirosos, nobles, cortesanos, mujeres famosas, criados abusivos, la debilidad humana víctima de Molière. “¡Se está burlando de mí!”. “Es un vulgar difamador”. “¡Excomunión para el maldito!”. Aullaban desde las gradas entre el rugido de las carcajadas. La comedia es antisocial, se regodea con la enclenque vanidad y egolatría humana, al presenciar el patetismo de los personajes de Molière todos se sentían aludidos, se veían ridiculizados en cada escena, y el autor murmuraba despectivo, oculto detrás del telón: “¿De qué se ríen, imbéciles?” El dolor nos enaltece, el martirio nos santifica, limpia nuestras culpas, pero la comedia no, esa nos aniquila, descubre lo que ocultamos, y lo señala con el escarnio grotesco de un payaso. Enemigo social, en la película Joker de Todd Phillips, interpretada por Joaquin Phoenix, la risa del personaje es su propia tragedia, esa carcajada estridente y molesta, detona el odio. La felicidad y el optimismo son una enfermedad social, nos obliga a ver la existencia como una agotadora satisfacción y no alcanzarla nos hace culpables de vivir. Joker padece la miserable carga de reír, de jalar la boca hasta la deformación con la mueca de la felicidad, brutalmente abusado, desde niño memorizó a golpes que “con una sonrisa la vida es mejor”. Terapias de la risa, la industria del optimismo, drogas, consumismo, y todos a sonreír, la vida lo merece. Molière los miraba, “¿De qué se ríen, imbéciles?, la comedia es basura”. Joker baila con la dolorosa coreografía de Marcel Marceau, lastimosa, buscando la piedad, en Joker alcanza la dimensión de un castigo, es el suicida que baila al borde del precipicio. Los famélicos payasos callejeros de Picasso del Periodo Azul, la pobreza de actuar en la calle, comer mendrugos, dormir con hambre, las cretinas risas y unas monedas, limosnas, te pago para no golpearte. La catarsis de la risa dolorosa del Joker y la violencia de sus crímenes, la sensación de justicia, de que todos merecen la burla y la muerte “what’s so funny?” la vida pide que nos burlemos de ella. “I used to think that my life was a tragedy, but now I realize, it’s a comedy”. En la comedia somos peores, somos degradantes, es violencia, nos quita la posibilidad de redimirnos, nos estigmatiza, y nos deja a expensas del ridículo. Joker no busca la lástima, él, como Molière, sabe que la comedia es venganza, que se hizo para destruir, y lo lleva al paroxismo, el payaso ya no es la escupidera de las risas cretinas, ahora es el verdugo, ahora se encumbra en el filo de su hacha. “¿De qué se ríen, imbéciles?” ¿No ven que ustedes son peores, no ven que la realidad es más desgraciada?

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Joaquin Phoenix encarna al célebre villano.

El imperio de los sentidos. Dirección: Nagisa Oshima. Japón, Francia, 1976.

HOMBRE DE CELULOIDE

¿Qué tanto queremos ver?

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA OSHIMA PRODUCTIONS

a carrera de Nagisa Oshima, autor de El imperio de los sentidos, surgió junto con el Japón de la posguerra. Por ello vale la pena leerla desde el discurso político. En efecto, el país al que le habla esta película es el mismo del que Yukio Mishima dijo que había enterrado la espada para mostrar a Occidente solo la belleza hipócrita de sus crisantemos; es el país que, como Ishida, se deja amar por Abe (representación de Occidente) hasta el extremo de dejarse castrar. El imperio de los sentidos es un intento explícito por introducir a Japón en la modernidad entendida como libertad: la libertad de pensarlo todo, verlo todo, filmarlo todo. Películas como ésta, en la frontera de la pornografía y el arte, hay muchas. Calígula de 1979 o El diablo en el cuerpo de 1986 son significativas, pero El imperio de los sentidos es hermosa. Y destaca por la forma en que el director utiliza un estilo narrativo único, entre otras cosas porque se atreve a retratar lo inconsciente. Los lentes, los movimientos, la claustrofobia en la que introduce al espectador son únicos. Nos introduce más allá del placer, hasta el gozo de amarse, textualmente, a morir. Y este hecho, el de que Oshima consiga un retrato psicoanalítico en un

país reconocido por su desprecio del psicoanálisis, hace también que El imperio de los sentidos sea tan original. Freud y sus seguidores no tuvieron en el cine de Japón el efecto que por esas mismas fechas estaba teniendo en otros grandes focos de cultura: Nueva York, Londres o París, por ejemplo. Aun así, la obsesión de esta mujer por el miembro de su amante, el deseo de ambos por devorarse, golpearse, hacerse sentir cosas hasta perderse en las fronteras del placer y el dolor, es el gran tema de Oshima y es también el tema del Freud de Más allá del principio del placer, ensayo de 1920 que pudiese servir como guía programática para ver El imperio de los sentidos. Oshima nació, como el otro gran iconoclasta del periodo (Yukio Mishima), en una familia de origen aristócrata. El director de cine dijo siempre que su familia descendía de samuráis. Tal vez en este hecho haya que buscar la desfachatez con la que se permitió escandalizar a una sociedad a la que soterradamente estaba

Nagisa Oshima nació, como Yukio Mishima, en una familia de origen aristócrata

despreciando: el Japón vencido que se dejaba encantar como una serpiente por las bondades del capitalismo estadunidense. Lo libertino es en Nagisa Oshima y en Yukio Mishima una forma de rebelión contra una sociedad agotada por el esfuerzo de guerra, una sociedad que ya solo quería la tranquilidad de un amor burgués. Por eso los amantes de El imperio de los sentidos son cualquier cosa excepto burgueses. Son capaces de escandalizar a las geishas y a los vecinos. Se exhiben en las calles y no tienen compromisos ni con su país ni con la sociedad. Si hubiese en ellos un compromiso sería solo con el placer y es en este compromiso donde la película se vuelve profundamente contestataria porque, vista así, está hablando no solo con los japoneses de 1976 sino con el mundo de aquellos años. Es famosa la anécdota de que en Gran Bretaña la película se censuró no porque hubiera una secuencia en que explícitamente se cercena un miembro viril sino porque hay otra escena en que un muchachito desnudo corre por una casa. Leyendas como esta demuestran que obras como El imperio de los sentidos nos enfrentan con nuestra propia manera de juzgar lo políticamente correcto, lo que estamos dispuestos a ver y a ocultar dentro de nosotros mismos.

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ANTESALA

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POESÍA

Llegamos hambre

LOS PAISAJES INVISIBLES

El poder corrompe

JUAN RAFAEL CORONEL RIVERA

V Los dioses, ¡los sublimes!, ocultan su miedo ofreciéndome un milagro, que no acepto por desidia, a sabiendas que vendrá otro y me procurará lo mismo. Una y otra vez obsequian sus quimeras; comercian, truecan, prometen. ¡Qué fastidio! ¿Por qué todos tienen los dientes podridos? Se suben la pollera trenzada de serpientes, muestran la entrepierna; se les mira una anteojera de lluvia y disimulan su esquina alma, sin sal y breve. Un consejo: antes de prenderles una luz, de inflamarles un fruto, de sujetarles la esperanza a una llama, al humo, hay que revisar su fecha de caducidad, sin piedad, pasen vista. Este poema forma parte de un libro inédito.

EX LIBRIS

Esclava de Iocasta/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

uando el expresidente Enrique Peña Nieto dijo que la corrupción es “un asunto de orden a veces cultural” (en una entrevista del programa Conversaciones a fondo, organizado en 2014 para celebrar los 80 años del Fondo de Cultura Económica), muchos rieron a carcajadas porque consideraron el aserto una cínica ocurrencia, otros lamentaron el simplismo para referirse a la peor lacra del país, y algunos festinaron el analfabetismo funcional del último prócer del Grupo Atlacomulco, aunque para ciertos interlocutores esa definición no era del todo absurda, pues lo cultural, la cultura, según la RAE, no solo significa “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” sino “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.” y, acaso, para esos avezados interlocutores lo que empañó la afirmación de Peña Nieto fue la locución adverbial a veces, pues en su gobierno la corrupción no se ejerció en ocasiones sino que fue la regla, digamos la Casa Blanca o la mansión de Malinalco o la Estafa Maestra o las transas en Pemex. En efecto: en este país la corrupción, como patología cultural, es un modo de vida y una costumbre, pero también un sentimiento, como afirma Gabriel Zaid en El poder corrompe (Debate), su libro más reciente: “En México, la honestidad es tragicómica. Hay que disimularla, para no causar lástima o no causar problemas. Todo mexicano movido por un deseo de honestidad en la vida pública se siente ridículo. Hay, por supuesto, los solemnes, que no tienen malicia de su buena conciencia, ni del papelazo de creerse buenos. Pero, más bien, hay el sentimiento nacional de que la vida limpia es imposible”. Imposible e impensable. Como expone Zaid en los veintidós textos que conforman El poder corrompe, escritos entre 1978 y 2019, la corrupción es, a simple vista, inatacable y sin remedio, de tanto que influye en la vida cotidiana, sea como motivo de frustración o como anhelo usufructuario, sea como mito emanado de la soberanía popular o como impostura, aunque lo cierto, explica Zaid, es que hay múltiples alternativas para cambiar la estructura de un sistema inmutable por naturaleza, un sistema que de administrador o vigilante se convirtió en propietario del país entero: “La corrupción no es una característica desagradable del sistema político mexicano: es el sistema. Consiste en declarar que el poder se recibe de abajo, cuando en realidad se recibe de arriba; en disponer de las funciones públicas como si fueran propiedad privada; en servir al país (porque el sistema le ha servido al país, eso no se puede negar), pero sin dejar a juicio del país: ni quiénes le sirvan, ni cómo le sirvan, ni cuánto sirvan como pago de sus patrióticos servicios, ni si el trabajo quedó bien hecho o procede una reclamación. México está bajo tutela, como un príncipe menor de edad a cargo de un regente, supuesto servidor que usa el poder como suyo, hasta para servirle de verdad”. Breve pero certera radiografía de la vida pública, esencialmente desde el sexenio de Miguel de la Madrid y su lema de campaña “La Renovación Moral” al gobierno de EPN (sin omitir las herencias de Porfirio Díaz, de Plutarco Elías Calles y los bandos revolucionarios), El poder corrompe es lectura fundamental para entender a este país, sobre todo ahora que la 4T, como los regímenes pasados, pone en marcha una supuesta limpia de los actores políticos y la burocracia, quizá la impostura del sexenio, ya que las otras crisis del Estado fallido como la violencia, el crimen organizado, los feminicidios, la impunidad o la inseguridad, derivaciones de la corrupción, no se resuelven o se impugnan ante la opinión pública porque el soberano desconoce la realidad y siempre cuenta “con otros datos”.

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LITERATURA

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En entrevista exclusiva, Vargas Llosa desarma el mecanismo de su más reciente novela, Tiempos recios, retrato de Guatemala en los años cincuenta

“Un país no se jode en un día”

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VÍCTOR NÚÑEZ JAIME/ MADRID FOTOGRAFÍA EFE

ace tres años, en medio de una cena multitudinaria (“de esas a las que no hay que ir”), un viejo amigo se le acercó a Mario Vargas Llosa y, después de un efusivo saludo, le soltó: “¡tengo una historia para que la escribas!” Estaban en Santo Domingo, la capital de República Dominicana, y era la enésima vez que el Nobel escuchaba esa expresión. “Pensé: ¡Dios mío, otra vez! Porque prefiero encontrar yo las historias de las que me ocupo. Pero esa vez, en cambio, me quedé muy intrigado”, dice a Laberinto el escritor celebrity antes de la presentación de la novela que desencadenó aquel comentario. El periodista y poeta Tony Raful le dijo que, entre las pesquisas que había realizado para su reciente libro La rapsodia del crimen (Grijalbo), se encontró con varios indicios de la participación de Rafael Leónidas Trujillo, el emblemático dictador del país caribeño, en el asesinato de Carlos Castillo Armas, el “títere” que la CIA estadunidense utilizó en Guatemala para derrocar a Jacobo Árbenz en 1954 y que luego, cuando dejó de serle útil, eliminó de una forma aún no esclarecida. Hace más de 20 años, la fascinación por la historia del siniestro Trujillo

(“el que no suda y se abre camino entre cadáveres”) llevó a Vargas Llosa a escribir La fiesta del chivo. “Pero entonces me fue imposible abarcar todo acerca de este hombre y, la verdad, lo que me dijo Tony desató mi curiosidad y comencé a investigar”, puntualiza el hombre que desde hace casi un lustro soporta un enjambre de paparazis que lo persigue adonde quiera que vaya. Había estado en Guatemala en un par de ocasiones, por razones turísticas: visitando las ruinas mayas y Antigua, una ciudad que lo deslumbró. Así que, con un nuevo proyecto narrativo entre manos, volvió al país centroamericano para revisar periódicos y documentos desclasificados de la época, conversar con historiadores y políticos y, de paso, ver escenarios y empaparse del habla local. “Siempre me pongo a investigar para mentir con conocimiento de causa. Voy a los lugares, me interesan los colores, los sabores, la gente. Por ejemplo, en Guatemala, me fijé mucho en cómo utilizan el voceo”, dice, y enseguida uno comprende el tono de su nueva novela. Aunque anclado en la difusa frontera entre la ficción y la realidad, Tiempos recios (Alfaguara) se lee como un reportaje de altos vuelos literarios. Posee el exquisito pulso narrativo de Conversación en La Catedral, La guerra del fin del mundo y, por supuesto, de La fiesta del chivo, novela con la que establece una conexión directa. Su

estructura, además, constituye una de las cimas de la arquitectura literaria y su final sorprende al lector. Con Tiempos recios, título que le debe a Santa Teresa de Ávila, Vargas Llosa se adentra en uno de los acontecimientos que marcaron el devenir de la historia reciente de América Latina y, al mismo tiempo, dialoga con el presente a través de situaciones, personajes y reflexiones que intentan arrojar luz sobre las conspiraciones y los verdugos que han moldeado a la región. En el principio está una mentira que pasó por verdad: Eisenhower y la United Fruit (con toda su maquinaria propagandística) acusaron a Jacobo Árbenz de alentar la entrada del comunismo soviético al continente. Luego aparecen el coronel Castillo Armas y Martita, su amante, y la actuación estelar del dominicano Abbes García, el matón favorito de Trujillo. Hay Historia, sucesos, traiciones y algunas dosis de melodrama (todo hay que decirlo). Son más de 300 páginas llenas de verosimilitud bien construida. “Es una novela, no un libro de Historia. Es decir: hay imaginación e invención desprendida de unos hechos. La novela y la Historia siempre han tenido relaciones muy próximas. Incluso

“Hay hechos históricos y, donde había vacíos o controversias, he utilizado la fantasía”

hay una teoría según la cual la novela es la que lleva la Historia al gran público. En mi novela hay hechos históricos y, donde había vacíos o controversias, he utilizado la fantasía. Aunque he trabajado con la misma libertad que cuando escribo sobre algo que no está basado en la Historia, hay hechos básicos que son imposibles de alterar. Porque son demasiado conocidos y alterarlos podría provocar lo que no quiere el novelista: que el lector no crea lo que se le dice. Respeto ciertos acontecimientos, pero no los detalles. Ahí la libertad es total. Pienso en Tolstói y su Guerra y Paz. Los historiadores han demostrado que muchas cosas que ahí aparecen no ocurrieron así. Y sin embargo, al leer la novela, uno cree que es una verdad irrefutable. Por la grandeza de la novela”, explica don Mario —las canas bien peinadas, la corbata azul bien anudada, el traje negro impecable, los andares lentos de un señor de 83 años que contrastan con su lucidez—, minutos antes de salir al Anfiteatro Gabriela Mistral, de la Casa de América de Madrid. Estamos en un salón contiguo, sin ventanas, y, al hablar, el hombre al que hoy, extrañamente, no acompaña su pareja, Isabel Preysler, evade los temas de estos tiempos —como el cierre del parlamento peruano, la reciente asamblea del PEN Club Internacional o la repetición de elecciones en España— y pide centrar la entrevista en su libro, envuelto en otros tiempos.


LITERATURA

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que se burlaba mucho de su hijo, que tenía fama de Don Juan solo porque compraba a mujeres con regalos costosos. A Trujillo no le importaba que hablaran mal de él, pero sí que hablaran mal de su familia. ¡Lo ponía como una fiera!

Más allá de que Trujillo extendió uno de sus tentáculos a Guatemala, ¿por qué se ha fijado en ese país? El caso de Guatemala es particularmente trágico. Cuando Jacobo Árbenz subió al poder, Guatemala tenía tres millones de personas, de las cuales el 70% eran indígenas. Y los blancos, minoría, eran los latifundistas y tenían un nivel de vida de primera categoría. Con ese país se encuentra Árbenz y por eso intenta cambiarlo profundamente a través de reformas legales. Gana las elecciones de manera arrolladora y avanza sin desviar su proyecto. Pero este proyecto provoca una conspiración para acabar con él. Y esto repercute en todo el continente. Por eso vale la pena revisar ese periodo desde una perspectiva democrática. No era un gobierno comunista. Sus reformas eran liberales, socialdemócratas… y fueron interrumpidas de manera brutal. Esto llevó a pensar a muchos jóvenes, yo entre ellos, que la democracia no era para América Latina y que lo que había que buscar era el paraíso comunista. Y eso es algo que nos atrasó medio siglo más. Ahora estamos saliendo, por fin, de esa etapa y hay más esperanza que nunca. Jacobo Árbenz sigue siendo un personaje controvertido en Guatemala. Árbenz es un personaje trágico. Quizá su peor época fue el exilio, siendo ridiculizado, acusado de cobarde por

una izquierda ciega, que no reconoció lo profundamente democrático que era. Estuvo a punto de ser alcohólico de joven, lo superó, y al ser derrocado volvió a beber y murió ahogado en una bañera en México. Es un personaje que, al estudiarlo y escribirlo, se me convirtió en un personaje simpático, atractivo, respetable, desde el punto de vista liberal. Creo que reivindicarlo es una obligación de los latinoamericanos que creemos en la democracia. ¿El golpe contra Árbenz fue el momento en que se jodió toda América Latina? Creo que un país, salvo casos excepcionales, no se jode en un día. Es un largo proceso y a lo largo de su historia América Latina ha perdido muchas oportunidades. El sueño de Bolívar de unir a América Latina o formar un solo país fracasa en vida de Bolívar. Sus generales en realidad quieren ser dictadores de los países que han liberado y ahí comienza el gran fracaso de América Latina: los ejércitos libertadores se convierten en ejércitos de ocupación y establecen dictaduras y esto nos arruina, porque nos gastamos el dinero que no tenemos en comprar armas para matarnos los unos a los otros. Todo esto para que unos dictadorzuelos, mediocres, se quedaran 30 años, saquearan los países… Esa es un poco la historia de Améri-

ca Latina. Entonces: nuestra propia responsabilidad en el gran fracaso de América Latina es gigantesca. Somos nosotros los que fracasamos. Y creo que tener conciencia de esto abre una nueva oportunidad. Después de pasar por revoluciones y dictaduras, América Latina se ha resignado a la democracia. ¿Desde el principio se propuso que la sombra de Leónidas Trujillo deambulara por toda la novela o se fue colando sin que usted se diera cuenta? Fue algo inevitable. Cuando Trujillo ayudó a Castillo Armas, como intermediario de Estados Unidos, le pidió tres cosas. Le dijo: cuando triunfe y usted esté en el poder, me invita a Guatemala, donde nunca he estado, quiero que me entregue vivo a un dominicano refugiado ahí que intentó derrocarme y quiero recibir la Orden del Quetzal, en el máximo grado, como la ha recibido el general Somoza. Castillo Armas se comprometió a hacerlo. Pero ya en el poder no cumplió con ninguno de estos pedidos. Mi impresión es que Castillo Armas le tenía miedo a Trujillo. El embajador dominicano en Guatemala lo mantenía bien informado de todo, sobre todo sobre lo que se decía de él en Guatemala, y le decía que cuando Castillo Armas estaba borracho hablaba de su familia y

Tiempos recios se presentará el 1 de diciembre en la FIL de Guadalajara.

¿Por qué será que hasta la fecha nadie se ha ocupado de establecer la verdad histórica sobre ese asesinato? Este es uno de los secretos de la historia latinoamericana que nunca se aclarará. Nunca se sabrán los motivos y quiénes fueron los ejecutores de la muerte de Castillo Armas. Se ha dicho de todo: que fue un grupo de extrema izquierda, militares resentidos, que fue la CIA. Y también se dice que Trujillo lo mandó matar. Este supuesto se basa en un hecho muy curioso: Trujillo envía como agregado militar a Guatemala a su asesino favorito: un periodista hípico, llamado Abbes García. Trujillo lo envió a México a estudiar unos cursos policiales y a espiar a los exiliados dominicanos que estaban ahí y a matar a algunos de ellos provocando accidentes. Y luego Trujillo lo convierte en su mano derecha y lo envía a Guatemala. La noche en que matan a Castillo Armas, Abbes García huye en un avión privado, llevándose consigo a la amante del presidente Castillo Armas. Qué raro, qué sospechoso, qué extraordinario. Ha vuelto a revisar la vida de Rafael Leónidas Trujillo 20 años después de la primera vez. ¿Ahora lo ha hecho con más certezas y con más seguridad? Solo soy un Mario más viejo. Es curioso: con la literatura, y con las artes en general, la práctica no da seguridad. Al contrario: yo me siento más inseguro ahora que cuando escribí mis primeros cuentos o más inseguro ahora que cuando escribí La fiesta del Chivo. No sé si es el temor a decepcionar a un público que uno ya tiene o el hecho de aislarse a escribir con sus fantasmas lo que hace que uno nunca esté seguro. De todas formas, nunca he estado seguro al escribir.

¿Cree que si no hubieran tumbado a Jacobo Árbenz hoy Guatemala y América Latina estarían en una situación diferente? Mi impresión es que si Estados Unidos, en lugar de derrocar a Árbenz, hubiera ayudado a sus reformas, quizá la historia del continente sería otra. Cuando Fidel Castro asalta el Cuartel Moncada y da un famoso discurso, aquel de “la Historia me absolverá”, deja claro un programa socialdemócrata, muy parecido al de Árbenz en Guatemala. Pero con la subida de Castillo Armas… Fidel y otros se radicalizan. Así que ese hecho fue capital en América Latina. Creó tal imagen de Estados Unidos entre los jóvenes latinoamericanos que los empujó a descreer de la democracia y a pensar en la revolución a la manera cubana, y abrió un periodo de matanzas espantosas del que creo que ya hemos salido. Pero imagino que todo aquello se hubiera evitado si Estados Unidos hubiera respetado el modelo de Árbenz, que para nada era un instrumento de la Unión Soviética. Oiga, aquí entre nos: lo que cuenta en las páginas finales de la novela ¿realmente ocurrió? ¡Ah, eso es algo que no te voy a decir!

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DE PORTADA

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Como homenaje al gran crítico literario, muerto 14 de octubre, ofrecemos, por cortesía de Vaso R el primer capítulo del libro que abre la colección cinco personajes de Shakespeare, aún en prepar

Falstaff: dame la vida

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HAROLD BLOOM/ TRADUCCIÓN: ÁNGEL-LUIS PUJANTE ILUSTRACIÓN BOLIGÁN

e enamoré de sir John Falstaff a la edad de doce años, hace casi 75. Era yo un chico regordete y melancólico, y acudí a él por necesidad, pues me sentía solo. Encontrarme en él me liberó de una inseguridad debilitante. Nunca me ha abandonado en tres cuartos de siglo y confío en que estará conmigo hasta el final. Con él permanece la imagen auténtica y completa de la vida: vigorosa, inolvidable y perennemente. Él pone en evidencia lo que hay de falso en mí y en los demás. Si Sócrates hubiera nacido en la Inglaterra de Geoffrey Chaucer y hubiera ido a comprar carne a Eastcheap, una calle de Londres, quizá se habría parado a tomar cerveza o jerez en la taberna de la Cabeza de Jabalí. Allí se habría encontrado con Falstaff y juntos se habrían correspondido en ingenio y sabiduría. No tengo arte para pintar ese encuentro imaginario. Solo podría hacerlo una fusión de Aristófanes y Samuel Beckett. Hace décadas, compartiendo Fundador con Anthony Burgess una noche de Manhattan de 1972, le sugerí que él podría atreverse a hacerlo, pero declinó. Como falstaffiano vitalicio de 86 años me he convencido de que, si hubiera que definir a Shakespeare por solo una obra, ésta debería ser Enrique IV en sus dos partes, a las que añadiría el relato de la muerte de Falstaff que hace doña Prisas en el acto segundo, escena tercera de Enrique V. Concibo todo ello como la “Falstaffiada” más que como la “Henriada”, que es como tienden a llamarla los eruditos. Shakespeare no se excedió en la alternancia entre la corte, los rebeldes y Eastcheap en estas obras. Las transiciones de lo alto a lo bajo son tan ágiles que parecen invisibles. ¿Hay en toda la literatura occidental un retrato de la ambivalencia que iguale

al de Hal-Enrique V? Con respecto al rey, su padre, y a Hotspur, su rival, el príncipe es un trompo errático. Su acumulada ambivalencia con Falstaff se ha vuelto asesina. A la imaginación de Hal la persigue la anhelada imagen de Falstaff en el patíbulo. En Enrique V, el nuevo rey manda ahorcar sin lamentarlo al mísero Bardolfo, su anterior compañero. Si no hubiera partido al seno de Arturo — emotiva confusión de doña Prisas con el seno de Abrahán—, a Falstaff lo habrían colgado al lado de Bardolfo. Bastantes estudiosos de Shakespeare comparten la ambivalencia de Hal respecto a Falstaff, lo cual ya no me sorprende. Son los muertos vivientes y Falstaff… el perdurable. Me extraña que el mayor ingenio de la literatura sea reprendido por sus vicios cuando todos ellos son manifiestos y gozosamente reconocidos. El ingenio superior es una de las mayores facultades cognitivas. Falstaff es tan inteligente como Hamlet. Pero Hamlet es el embajador de la muerte, mientras que Falstaff es la embajada de la vida. El Panurgo de Rabelais, la Mujer de Bath de Chaucer y el Sancho Panza de Cervantes se cuentan entre los vitalistas heroicos de la literatura. Falstaff señorea sobre ellos. John Ruskin enseñó que la única riqueza es la vida. Falstaff, el Sócrates de Eastcheap, encarna esa verdad. ¿Cuál es la esencia del falstaffismo? Mi difunto amigo y compañero de copas Anthony Burgess me dijo que era la libertad respecto al Estado. Anthony y yo nunca estuvimos de acuerdo en esa idea, aunque sin duda ninguna norma social pudo nunca soportar a Falstaff. Recuerdo haberle dicho a Burgess que, para mí, la esencia del falstaffismo era: no moralices. Contar los defectos de Falstaff es trivial: está a reventar de ellos. Hal, como su padre Bolingbroke, es la esencia de la hipocresía. Son unos maquiavelos. Bolingbroke, que se convierte en Enrique IV, es un usurpador y un regicida. Su absurda obsesión es que expiará el asesinato de Ricardo II dirigiendo otra cruzada para capturar Jerusalén. De hecho, muere en la cámara de palacio llamada Jerusalén.

Cuando llega a ser Enrique V, Hal dirige un asalto territorial para capturar Francia. Una cruzada es lo que cabría esperar del príncipe Hal, hambriento como Hotspur de lo que ambos llaman honor. Falstaff destruye la validez de ese apetito en su réplica a Hal: PRÍNCIPE: Pero a Dios le debes una muerte. [Sale.] FALSTAFF: Todavía no; me disgustaría pagarle antes del vencimiento. ¿Por qué voy a adelantarme con quien no me apremia? Bueno, no importa; el honor me empuja a avanzar. Sí, pero, ¿y si el honor salda mi cuenta cuando avanzo? Entonces, ¿qué? El honor ¿puede unir una pierna? No. ¿O un brazo? No. ¿O quitar el dolor de una herida? No. Entonces el honor ¿no sabe cirugía? No. ¿Qué es el honor? Una palabra. ¿Qué hay en la palabra honor? ¿Qué es ese honor? Aire. ¡Bonita cuenta! ¿Quién lo tiene? El que murió el otro día. ¿Lo siente? No. ¿Lo oye? No. ¿Es que es imperceptible? Para los muertos, sí. Pero ¿no vive con los vivos? No. ¿Por qué? Porque no lo permite la calumnia. Entonces, yo con él no quiero nada. El honor es un blasón funerario, y aquí se acabó mi catecismo. (Acto 5, Escena 1) Si el vitalismo pudiera ser una religión, esto serviría muy bien de catecismo. Falstaff se burla de la fe al cargarse la insensatez de que debemos una muerte a Dios. Conscientemente, también se burla de Hal y de sí mismo. Malfamado y feliz, le habla a un mundo que va de violencia en violencia. Falstaff se convirtió de inmediato en la personalidad más popular de Shakespeare, y continúa siéndolo. El público de El Globo y los lectores que compraban las obras veían poco motivo para moralizar en contra suya. Su propio ser se desborda y este exceso nos sugiere nuevos significados. De por sí, la exuberancia es una incierta virtud y puede ser peligrosa para el individuo y los demás, pero en Falstaff genera más vida.


o el Roto, n de ración

a

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Estoy cansado de que me acusen de sentimentalismo con Falstaff. Una vez le dije a un afable entrevistador: recuerde, hay tres grandes poetas con los que ni usted ni yo nos gustaría comer ni cenar, ni siquiera beber: François Villon, Christopher Marlowe y Arthur Rimbaud. Lo menos que harían sería robarnos; lo más, matarnos. Sir John Falstaff no nos mataría, pero seguro que nos embaucaría de un modo u otro y tal vez nos vaciaría los bolsillos muy hábilmente. En este sentido, el sublime Falstaff traería problemas. Citaré a Orson Welles contra mí mismo, pues su Campanadas a medianoche es una obra maestra olvidada. Welles hizo la película, una adaptación de la Henriada, y la trató como tragedia. La película tenía un brillante elenco secundario de estrellas como Keith Baxter en el papel de Hotspur, John Gielgud en el de Enrique IV, Jeanne Moreau en el de Dora Rompesábanas, Margaret Rutherford en el de doña Prisas y Ralph Richardson como narrador. Welles llamó a Falstaff “un hombre bueno, maravilloso vitalista… defendiendo una energía —la de la vieja Inglaterra— que está decayendo. Con Falstaff lo difícil… es que él es la mayor concepción de un hombre bueno, el más completamente bueno de todo el teatro. Sus defectos son pequeños, y de estos pequeños defectos él hace bromas colosales. Pero su bondad es como el pan, como el vino”. Tal vez sea yo el único en estar de acuerdo con Orson Welles. ¿Hay algún otro en Enrique IV cuya bondad sea como el pan, como el vino? El rey, el brillante príncipe Hal y la mayoría de los rebeldes son unos viles intrigantes. El príncipe Juan es un matón engreído, y Douglas y el fascinante Hotspur, fogosas máquinas de muerte. Los seguidores de Falstaff —Bardolfo, Nym y el escandaloso Pistola— son bribones divertidos, y doña Prisas y Dora Rompesábanas son mejor compañía que el Justicia Mayor. El juez Simple es de un absurdo encantador y su compadre Mudo aumenta la irrealidad. Falstaff es tan desconcertante como Hamlet y de una variedad tan infinita como la de Cleopatra. Se le puede aprehender, pero no abarcar enteramente. Falstaff no tiene límites. Su ámbito es la libertad, pero él muere por amor. En su “A Reverie at the Boar’s Head Tavern, Eastcheap” [“Ensoñación en la taberna de la Cabeza de Jabalí, Eastcheap”], Oliver Goldsmith es aquí guía y norte: “El personaje del viejo Falstaff, aun con todos sus defectos, me da más consuelo que los más estudiados esfuerzos de la sabiduría. En él veo a un viejo agradable que olvida la edad y me muestra la manera de ser joven a los 65. Sin duda puedo ser tan alegre como él, aunque no tan gracioso. ¿No está en mis manos tener, aunque no tanto ingenio, al menos tanta vivacidad? Vejez, ansiedad, sabiduría, reflexión; ¡fuera! El viento os lleve. Venga la otra botella. ¡Brindo por la memoria de Shakespeare, Falstaff y todos los hombres alegres de Eastcheap!” Falstaff tal vez se acerca más a los 75 que a los 65. Samuel Johnson, que descubrió y promovió a Goldsmith, celebró de un modo parecido a Falstaff aunque

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expresara desaprobación moral. Maurice Morgann es el verdadero antepasado de todos los falstaffistas. Su “An Essay on the Dramatic Character of Sir John Falstaff” [“Ensayo sobre el personaje de sir John Falstaff”], publicado en 1777, fue criticado por Johnson, que con sorna propuso a Morgann que intentara demostrar que Yago era una buena persona. El problema era la cobardía del Caballero Gordo. La primera acusación la hizo el príncipe Hal, que necesita enconadamente convencer a Falstaff de que confiese su cobardía. ¿Por qué? Si cruzamos el umbral de la sinuosa conciencia de Hal/Enrique V, segundo rey de la dinastía Lancaster, nos encontramos con la oscilante presencia de la ontología, la inmanencia de sir John Falstaff. ¿Por qué Shakespeare inventó a Falstaff? El personaje literario es siempre una invención y está en deuda con otras anteriores. Shakespeare inventó el personaje literario tal como lo conocemos. Reformó nuestras expectativas de la imitación verbal de la personalidad y la reforma parece ser permanente y misteriosamente inevitable. La Biblia y Homero crean personajes vigorosos cuyo carácter, sin embargo, suele ser inalterable. Envejecen y mueren en sus historias, pero su idiosincrasia no se desarrolla. La de las personalidades de Shakespeare sí. En sus obras, la representación del carácter parece normativa y, de hecho, enseguida pasó a ser el modo aceptado. Las personalidades de Shakespeare tienen poco en común con las de Ben Jonson o Christopher Marlowe. La originalidad de Shakespeare al retratar mujeres y hombres se fundamenta en Los cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer. En Shakespeare la vitalidad se transmuta en ansiedad de muerte. Ricardo II, el protagonista de la historia que inicia la Henriada, es un masoquista moral cuya inmensa complacencia en la desesperanza aumenta su caída a manos del usurpador Bolingbroke, que de este modo se convierte en Enrique IV. En la personalidad de Ricardo II, Shakespeare prefigura el elemento humano por el cual empeoramos una mala situación a través de nuestro lenguaje hiperbólico. Falstaff es diferente. Su gozo de vivir impregna su torrente de palabras y de risas. Hotspur es la encarnación de la ansiedad de muerte. Sin embargo, su estilo es distinto al de Ricardo II. Su lenguaje altanero ataca las fronteras de lo posible. Hal, hijo de su padre, desconfía de su propio vitalismo, pero acude a Falstaff para afianzarse en él. Y el regio alumno resulta implacable con su maestro. Los reyes no tienen amigos, solo seguidores, y Falstaff no sigue a nadie. Directores, actores, espectadores, lectores necesitan entender que Falstaff, grandiosísimo ingenio, es tragicómico. A diferencia de Hotspur y Hal, no es un juguete del tiempo. Decía Samuel Johnson que el amor era la sabiduría de los necios y la necedad de los sabios. No se me ocurre una mejor descripción de mi héroe Falstaff.

El personaje literario es siempre una invención y está en deuda con otras anteriores

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Cleopatra, Lear, Iago y Macbeth son los otros cuatro personajes abordados por Harold Bloom.


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LITERATURA

19 DE OCTUBRE 2019

MEMORIA

Jack Kerouac Estas instantáneas conmemoran 50 años de la muerte del escritor y figura del movimiento beat JOSÉ DE JESÚS SAMPEDRO FOTOGRAFÍA DENN SMITH

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iensa él ahora mismo que piensa en Jack Kerouac, y piensa él ahora mismo que piensa en Jack Kerouac porque justo a la distancia ésta o ulula o curva y cruza algún tren que cruza alguna superficie breve de la ciudad de Zacatecas, y porque justo al comienzo apenas de The Dharma Bums o ulula o curva y cruza también algún tren que cruza alguna superficie breve de la ciudad de Zacatecas, es decir, justo la ciudad ésta donde él vive y desde donde piensa él ahora mismo que piensa en Jack Kerouac.

acción, en instintiva lucidez en acción, en un sintáctico aflujo, en un semántico aflujo, en un adscrito o inmerso nudo gordiano desanudándose, escenificándose, metaforizándose y difuminándose en el indiviso poder de la verosimilitud de una trama al margen de las formales demandas de una lógica aristotélica, cartesiana, kantiana.

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Diciéndoselo lo complementa, y piensa entonces él en Jack Kerouac como en un contemporáneo escritor para quien el ejercicio de la escritura involucra un ejercicio de estirpe mística, no en cuanto a una impoluta santidad, sino en cuanto a una beatitud inclusive infecta, hierática, capaz de revelarle a su adlátere, cofrade, la cifra de la cifra última que dilucida la existencia, el sufrimiento que envuelve al frágil Yo a semejanza o a imagen de una cebolla, de aproximarlo a las nihilistas órdenes de una sabia ignorancia, de permitirle trascenderse hasta el límite de la frontera de lo divino, de permitirle trascenderse al unísono de aquesto eso disímil, símil, amorfo, divino.

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Los cuatro duplos cuartos casi de luna que la cuarta cuota casi de luna extracta e insufla parcamente luego hacia su ventana lo distraen acaso en cuanto calcula que aquestos esos cuatro duplos cuartos casi de luna tienen ya toda la semana ésta apareciendo alrededor, amarrándose a la eucrática fila india de los arbotantes de neón que circundan su vecindario, aunque de nuevo y de inmediato piensa él ahora mismo que piensa en Jack Kerouac en cuanto recuerda que al comienzo apenas de The Dharma Bums viene y vuelve y vuelve y va también una luna debajo de la cual el protagonista de The Dharma Bums abre y calienta una lata de algo, y abre y bebe luego de una botella de algo y, distendiéndose, y relajándose, duerme.

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Decide entonces buscar en su incivil librero The Dharma Bums y releer el comienzo apenas, e inclusive escucharse leerlo a la orilla ésta de la augusta lobreguez que o planea o que intenta rodearlo, y lo encuentra rápido, y relee, y lee: “Saltando a un mercancías que iba a Los Ángeles un mediodía de finales de septiembre de 1955, me instalé en un furgón y, tumbado, mi bolsa del ejército detrás de la cabeza y las piernas cruzadas, contemplé las nubes mientras traqueteábamos rumbo al norte, a Santa Bárbara”, etcétera, y relee y lee, puesto que, compartiéndolo, distribuyéndoselo, el protagonista de The Dharma Bums especifica que “yo había comprado aquel queso hacía tres días, en Ciudad de México, antes del largo y barato viaje en autobús vía Zacatecas y Durango y Chihuahua, cerca de tres mil kilómetros hasta la frontera de El Paso”, y etcétera.

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Dios vacuo: de modo piensa que ningún tren, sino un autobús, cruza al comienzo apenas de The Dharma Bums alguna superficie breve de la ciudad de Zacatecas, es decir, que su inhumana amnesia pien-

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El autor de En el camino (12 de marzo de 192221 de octubre de 1969).

sa introdujo un ficticio tren al comienzo apenas de The Dharma Bums, un medio erróneo error gracias a cuya engreída cresta en recompensa él relee y lee que el protagonista de The Dharma Bums especifica también que cruza alguna superficie breve de la ciudad de Zacatecas un ignoto día de septiembre de 1955, es decir, cuando él no estaba ni en párvulos, lo que irremediablemente le suscita una aleve especie de desazón, de incredulidad, de indemnidad, de ternura.

Quizá Kerouac menospreció o relativizó el comercial éxito, menospreció o relativizó la fama

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Releer contiguos párrafos del comienzo apenas de The Dharma Bums , olvidado el parvo tema de su inhumana amnesia, le recuerda luego que en Jack Kerouac percibía siempre él un cierto apego a poetizar la vida inane, ordinaria, a concebirla armónica, significativa, a sustraerla a su quizá congénita aspereza, a su quizá congénita impureza, a exponerla tanto en su trascendencia, en su virtud, como en su bagatela, tanto en su placidez como en su iracundia, en su furia: en síntesis, un cierto apego solo piensa que su relectura toda ésta le comprueba, confirma.

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Desde su ventana contempla atentamente el ya casi oscuro espacio que el ya casi claro espacio instaura, y de improviso un conturbador halo de nostalgia le humedece la aorta de otra época, de una remota época que el propio Jack Kerouac atiborró de imágenes de automóviles, de autopistas, de suburbios o de callejas de Iowa o de San Francisco, de vespertinos o de matutinos crepúsculos encima de fastuosas o de sórdidas azoteas de hoteles, de brizna o de lluvia, resta o suma o exrefrendo de la sinonimia incoercible que o describe o insinúa la incoercible idea del viaje en alternos términos de enigma, de clave, de ontológica circunstancia real, ilusoria, de algazara, o de pesadumbre, o de duelo, de júbilo.

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Conforme entonces piensa él en Jack Kerouac piensa entonces también en que acaso pueda decirse que entiende mejor ahora que antes el sentido de la recíproca coyuntura biográfica e histórica e ideológica que lo circunscribió, de la metafísica dialéctica que aún lo preserva, y piensa entonces él en Jack Kerouac como en un contemporáneo escritor poseso de una manifiesta voluntad de transmutar lo que escribe en

Concluye así en que quizá también debido a ello eventualmente Jack Kerouac menospreció o relativizó el comercial éxito, menospreció o relativizó la fama, el apogeo artífico, el lucro, y concluye así en que quizá también debido a ello eventualmente Jack Kerouac o personalizó o personificó el imago público de lo beat: al simbiótico tránsfuga del Sistema.

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La septembrina cuarta luna toda, más la septembrina ésta prodigalidad de los cuatro duplos cuartos casi de la cuarta cuota casi de luna, certifican la volátil solidez que caracteriza a su discontinua naturaleza e impregnan de fantasmagóricas orlas la habitación desde donde piensa él ahora mismo que piensa en Jack Kerouac y donde o ulula o curva y cruza el residuo solo de un tren que cruza a la distancia ésta que ahora abstrae él, coarta, y murmura: “Jack Kerouac, Ti Jean: honró honra a la vida”. Posdata 1: Conjeturo que el protagonista de The Dharma Bums incluye a Durango y excluye a Coahuila. Sirva.

Posdata 2: Una epifanía es una epifa-

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nía es una epifanía es una epifanía.

Posdata 3: Tampoco hay ninguna

explícita luna al comienzo apenas de The Dharma Bums, aunque sí implícita. Sirva.


EN LIBRERÍAS

19 DE OCTUBRE 2019

NARRATIVA, ENSAYO La sospecha de Sofía

Tres besos

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A FUEGO LENTO Evaporadas

Hijo de la guerra Seix Barral, México 2019

Paloma Sánchez-Garnica Planeta México, 2019 654 páginas

Katherine Pancol Alianza de Novelas México, 2019 636 páginas

Eve Gil Nitro Press México, 2019 244 páginas

Con la sospecha de que su madre no es la mujer que ha dicho serlo, el protagonista de esta novela se embarca en un viaje hacia el pasado que inicia en Madrid para torcer hacia París, Berlín, Moscú. Además de un thriller de profundidades políticas, La sospecha de Sofía es una radiografía de aquellos matrimonios que sobreviven a todas las amenazas. Los golpes de timón son tan naturales en la trama que el lector no puede evitar la sensación de hallarse en la rueda de la fortuna.

Con esta novela, Katherine Pancol cierra la saga iniciada con Los ojos amarillos de los cocodrilos y abierta a otros caminos con Muchachas. El lector se encuentra ahora con las dudas de Stella acerca de su amor por Adrian, con la venganza fría de Elena, con la presencia ominosa de Ray Valenti y con los dones sobrenaturales de Junior. A tumbos entre la luz y la oscuridad, los personajes se sienten dueños de un destino que conjuga el amor y los temores más profundos.

El título de este libro, explica Eve Gil, proviene de Flaubert, y hace referencia no a “una mujer sexualmente liberada, aventurera o desobediente, sino a una que se deja arrastrar por el infortunio, pasiva ante la autodestrucción”. El subtítulo, Las chicas malas de la literatura, acaso no defina totalmente a esta galería de talentosas mujeres. En este segundo volumen de autoras “poco o nulamente reconocidas” figuran, entre otras, Djuna Barnes, Elena Garro y Sylvia Plath.

El rinoceronte zen

La trayectoria póstuma de Emiliano Zapata

Cuartoscuro

John Tarrant Koan España, 2018 212 páginas

Samuel Brunk Grano de Sal México, 2019 392 páginas

Núm. 159 México Octubre-noviembre de 2019 88 páginas

La palabra japonesa “koan” significa “caso público”, y lo más común, explica Tarrant, es que se interprete “como una especie de acertijo o pregunta extraña”. Su contexto son las respuestas que daban los maestros espirituales chinos a las preguntas de los discípulos; la aparente falta de lógica de las respuestas determina su valor. Sacar al discípulo de su “visión limitante” sería el objetivo. La lectura de un koan puede ayudar a superar las crisis que se padezcan.

En este trabajo subtitulado Mito y memoria en el México del siglo XX, el autor estudia el modo en que la imagen de Zapata ha sido utilizada desde el Estado y entre sus opositores. Si bien Zapata se opuso al porfirismo, una vez que Madero llegó al poder, por no cumplir las demandas campesinas, igualmente se levantó contra él. El priismo uso su imagen para legitimar su gobierno, pero también los guerrilleros que lo enfrentaron entre los años sesenta y noventa.

En su más reciente edición, la revista dirigida por Pedro Valtierra ofrece los resultados del Concurso Nacional de Fotografía los Derechos Humanos 2019, un portafolio que revela un panorama desolador. Continúa con ensayos dedicados a Alejandro Cantú y Gerardo Suter y homenajes a Francisco Toledo, Eniac Martínez y Jorge Acevedo Mendoza. Como siempre, la calidad de las imágenes convive resueltamente con la realidad que se ofrece sin tapujos de ningún orden.

Informe sobre el narco ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

Q

ue Ricardo Raphael, un politólogo y periodista, se haya metido a novelista es una prueba amarga de que la novela —el género, la visión de mundo, la tierra de Stendhal, Carlos Fuentes, Saul Bellow...— está en peligro de convertirse en una baratija. Como si la simple anulación del tiempo lineal fuera suficiente para erigir una estructura literaria, Ricardo Raphael narra la historia de los Zetas a través de un ambiguo personaje que se identifica como el Zeta 9. Digamos que esa historia inicia en 1983 y concluye en 2016; digamos también que vamos a trompicones ya que avanzamos y luego retrocedemos en el calendario, sin otro propósito que el de disimular la pobreza narrativa, hasta obtener una presunta imagen total de las complicidades entre el gobierno, las fuerzas militares y policiacas, la DEA y las bandas de narcotraficantes —cuyo ánimo voraz se expande a la trata de blancas, el secuestro, el lavado de dinero... Como obliga la receta manoseada, Hijo de la guerra (Seix Barral) ofrece mucho plomo, romance a la manera de El libro vaquero, revelaciones de Estado, cantidades espectaculares de alcohol y cocaína, marcas de automóviles, diálogos que con mucho esfuerzo alcanzan la elocuencia de los reality shows en horario nocturno y, claro, a un súper periodista empeñado en “denunciar el desastre que nuestros gobernantes produjeron por acción y también por negligencia”. Las palabras, las acciones, componen un cuadro de lo más elemental: el único trabajo se resuelve con el acopio de información. Ya que Hijo de la guerra está hecha con las voces del periodista y ese Zeta 9, su estilo no pasa de ser una muestra ejemplar de redactañol, esa jerga enemiga de la literatura y apropiada para llenar páginas (444, en este caso) sin autocontrol. Por ejemplo: “Me habían dejado como hielo dentro de un congelador: ¡pero qué pendejo!”; “Lo que vi me puso un chilazo en la boca del estómago”…, en fin, un traje con una pinta corriente. Cualquier asunto puede ser tratado por la literatura: el beso de buenas noches de una madre, la transformación de un empleado en un insecto, el auge y la ruina de un cacique, la carrera de los Zetas. Pero nada puede ser en verdad contable si solo se dispone de una redacción tan solo a modo para dar un informe policiaco.

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PENSAMIENTO

19 DE OCTUBRE 2019

FILOSOFÍA DE ALTAMAR

Hojas del libro de la conciencia En su estudio Registro de sueños, José Luis Díaz marca las semejanzas entre el dormir y la vigilia

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e gusta pensar que la vida está también construida por cuartos de otra época, por recuerdos que a veces sacamos a pasear en nuestros sueños o en la quimera de la vigilia; por esas fotografías que reproducimos, con algún grado de consciencia y con la ayuda de la imaginación. La vida no está claramente escindida de los sueños o del relato de éstos. Se construye con esa memoria que cuida cada detalle del mural infinito de nuestra experiencia. Y a veces solo basta poner los ojos en la almohada para barajarlos de la forma más libre, en la noche o en el día, en imágenes vívidas que a veces son solamente sueños. El filósofo Roberto R. Aramayo tiene una metáfora muy bella para explicar, desde la filosofía de Arthur Schopenhauer, el despertar de todo hombre y mujer a la vida consciente, el despertar de ese gran sueño eterno que Schopenhauer llama Voluntad, como fundamento último y metafísico que configura toda anima, a la voluntad individual, que está individualizada en cada ser humano y lo hace despertar a la vida concreta. Cada vez que esta voluntad, siguiendo la metáfora de Aramayo, “despierta” en una existencia humana, el ser humano cobra conciencia de sí mismo y de su alrededor. Esa voluntad que, como escribe bellamente Roberto R. Aramayo, primero es “volición ciega e inconsciente del deseo, suele abandonar y despertar a la vida como una βούλησις individual [como voluntad particular, entendida como esa facultad humana para actuar y tomar decisiones] para retornar luego a su inconciencia originaria tras ese penoso y efímero sueño”. Siguiendo esta lógica, cuando el individuo duerme dentro de ese despertar que es la vida consciente su dormir no deja de ser un dormir consciente, sus sueños nocturnos nunca podrán despegarse de su conciencia. El individuo duerme y sueña, o despierta a la vigilia, pero es siempre consciente y temporal. Y, al mismo tiempo, forma parte de ese gran Sueño de una Voluntad eterna. Por eso Schopenhauer escribe, recordando a Calderón de la Barca, “¿no es acaso toda la vida un sueño?” Qué será, pregunta el filósofo en su época, lo que distingue el sueño de la realidad, la quimera de los objetos de la experiencia. A esta pregunta responde con el nombre de conciencia, esa misma que él ve nacer con el despertar individual del “sueño eterno” de la Voluntad al sueño efímero de las

JULIETA LOMELÍ BALVER @julietabalver FOTOGRAFÍA PINTEREST

representaciones causales, de las explicaciones racionales, así pues, de la conciencia del individuo, que tras algunos años de vigilia volverá a dormir apaciblemente en la naturaleza eterna, apagando así su propia inteligencia. La vida es, desde la metáfora de Schopenhauer, vida consciente y el sueño es también vida consciente: “La vida y el sueño son hojas de uno y el mismo libro. La lectura conexa es la vida real. Pero cuando las horas de lectura (el día) han llegado a su fin y comienza el tiempo de descanso, con frecuencia hojeamos ociosos y abrimos una página aquí o allá, sin orden ni concierto: a veces es una hoja ya leída, otras veces una aún desconocida, pero siempre del mismo libro”. El libro que es la conciencia, ese gran libro constituido por el entendimiento y la razón, por la experiencia fenoménica, ese gran libro que es la mente, que, incluso cuando duerme, sigue siendo consciente pero arbitrario. Dejándonos de la metafísica germánica de Schopenhauer, que quizá suene ya demasiado anticuada para

La vida es, según Schopenhauer, vida consciente y el sueño es también vida consciente

explicar los sueños, me he encontrado con el lúcido trabajo del médico y científico José Luis Díaz, quien en su libro Registro de sueños (Herder, 2018) sostiene, no sin dar el seguimiento adecuado de un abanico de teorías y estudios tanto de la tradición como de la actualidad, que este complejo proceso neurológico del sueño es un proceso consciente, porque se “involucran y enlazan estados y procesos mentales de tipo sensorial, imaginario, cognitivo, afectivo, volitivo y motriz”. Díaz enfatiza el descubrimiento acaecido en 1953 acerca de la asociación entre la fase Neurofisiológica de los Movimientos Oculares Rápidos, también conocido como el sueño REM: “se asemeja funcionalmente a la vigilia por la gran actividad cerebral que requiere [aunque paradójicamente] también determina una pérdida de la tensión muscular que impide actuar las ensoñaciones”. Soñar es así, escribe Díaz, una “experiencia consciente”, contrario a lo que diría parte del psicoanálisis clásico, que hacía de los sueños un proceso mental inconsciente. El sueño es una experiencia consciente, escribe Díaz, desde el momento en que podemos “narrar y recordar episodios” que han sucedido durante nuestros sueños,

que podemos “reportar” y aspirar a descifrar el significado de lo soñado. Para demostrar la tesis de que el soñar es una actividad de la conciencia, Díaz retoma —entre muchas otras teorías científicas actuales— los estudios del psicólogo norteamericano G. William Domhoff, quien encuentra una “continuidad básica entre la conciencia onírica y la conciencia de la vigilia, pues en ambos casos se presentan estrategias, motivos y mecanismos similares de operación”, lo cual significa que en ambos casos “se comparten algunas de las mismas áreas cerebrales: la corteza prefrontal medial, la unión temporoparietal y los lóbulos occipitales para los aspectos visuales de la ensoñación”. Pero la teoría de Domhoff no se quedó solo en una descripción fisiológica de la actividad cerebral durante el sueño, sino que consideró “las características mentales de los sueños para ahí analizar y teorizar sus bases nerviosas”, pensando así también en la investigación de ese “sustrato neurofisiológico del ensueño al contenido mismo de la experiencia”. Para ello, el científico construyó DreamBank (http://dreambank.net/), con más de 22 mil sueños recopilados y accesibles a cualquiera a través de internet. Un ejercicio que ayuda a las hipótesis de las teorías cognitivas, pero también a la posible hermenéutica privada, o científica, que podría desarrollarse alrededor del análisis de los sueños. De ahí que la sugerencia de José Luis Díaz sea ir más allá de la investigación fisiológica o neurobiológica —que se puso en boga en los años sesenta y setenta—, que consideraba los sueños como “un epifenómeno evolutivo” y meramente restringido a la fisiología del cerebro. Al mismo tiempo, tampoco es necesario volver al análisis desde la oniromancia, que tendía a ser más una interpretación mística y aficionada de los sueños. Para un tema tan complejo, hay que resignificar la onirología, siguiendo la raíz de su etimología, como ese logos griego de los sueños, como ese estudio racional, científico y no por ello menos interdisciplinario de los sueños. Es necesario reencontrar a la “psicología con la neurobiología de los sueños”, y a éstas con la labor transdisciplinaria de la filosofía, de un psicoanálisis actualizado, de la literatura y las artes; esta labor transdisciplinaria, a la cual se apega el médico Díaz, una amplia “psicobiología o psicofisiología” de los sueños, y que el autor ejemplifica de manera magistral en su libro.

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TERTULIA

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DANZA

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PERSONERÍO

Gestos: ¿lágrimas en la lluvia?

C El coreógrafo Merce Cunningham.

En pantalla: mutatis mutandis

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ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA MARTHA SWOPE

n días recientes he encontrado un sinnúmero de conversaciones respecto de la polémica cinta Joker, protagonizada por Joaquin Phoenix. Resalto, por el momento, el trabajo corporal y los elementos dancísticos con los que el actor construyó un personaje profundamente complejo. La danza en la pantalla ha sido, sin duda, un elemento fundamental para la conversación de los últimos días. El pensador Giovanni Sartori habla en su libro La sociedad teledirigida de una categoría humana a la que nombra homo videns con la que reflexiona sobre el papel de los multimedios y la televisión en la configuración de una nueva manera desde la que el ser humano construye ideas y comportamientos, condicionados por la presencia de la imagen. La tesis central de Sartori es que la televisión y el video (imagen) modifican radicalmente y empobrecen el aparato cognoscitivo del homo sapiens, a tal punto que anula su pensamiento y lo hace incapaz de articular ideas claras y diferentes, hasta llegar a fabricar lo que denomina un “proletariado intelectual”, sin ninguna consistencia. Las afirmaciones de Sartori resultan polémicas en tanto que no matiza los efectos de los multimedios en la sociedad actual y afirma que “la cultura audiovisual es inculta”. El arte, como es su costumbre, irrumpe para poner a debate todo lo

que se plantea como incuestionable y ha echado mano de los recursos de la era moderna para proponer nuevas formas de creación, además de dilucidar las fronteras entre un arte y otro, así como entre los diversos estilos de las artes para regodearse en lo diverso no solo en lo temático, sino respecto de las posibilidades de su lenguaje. En estas fechas, del 7 al 27 de octubre, se celebra la octava edición del Festival para la pantalla Movimiento en Movimiento, con proyecciones y presentaciones de obras seleccionadas en el Centro de Cultura Digital y el Museo Universitario del Chopo en la Ciudad de México, además de presentaciones de performances en vivo por medio de video-llamadas de larga distancia, ejecutados por las mexicanas Ludmila Abril y Carmen Ixchel Maya. Se entregarán también los premios al mejor creador nacional y al mejor creador internacional, elegidos por una comisión formada por jurados y especialistas internacionales en colaboración con el equipo de curadoras de Movimiento en Movimiento. En esta, su octava edición, el festival está dedicado al coreógrafo Merce Cunningham y lleva como lema

Movimiento en Movimiento está dedicado al coreógrafo Merce Cunningham

“Una provocación en medio de la pasividad”. Yolanda Guadarrama, fundadora del Festival, explica al respecto: “Intentamos re-significar las imágenes en movimiento, porque diariamente nos enfrentamos a un sinnúmero de imágenes en los celulares, computadoras, pantallas, televisiones y anuncios que habitan a nuestro alrededor en esta vida actual. Tales imágenes resultan ya vacías y sin significados fuertes que nos recuerden nuestra propia humanidad. El exceso de imágenes nos inhabilita para hacer diferencias y para reflexionar en nuestra relación con el entorno real y virtual, convirtiéndonos en nuevos zombies de la imagen. Con Movimiento en Movimiento intentamos provocar reacciones y reflexiones más profundas a la hora de ver, y de ver imágenes en movimiento, sacando al espectador de su ensimismamiento y llevándolo a un estado de alerta en el que pueda oponerse al bombardeo sin sentido o francamente manipulador al que se enfrenta. Queremos traer de nuevo a la discusión los temas que ocupan y preocupan a los seres humanos, temas que cuestionan la vida desde la filosofía, la literatura y las reflexiones sociales”. Lo que plantea este festival es la posibilidad de ver, desde una conciencia crítica, los alcances y limitaciones de las distintas herramientas para enriquecer la mirada del espectador y potenciar los recursos del creador.

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JOSÉ DE LA COLINA

uando filmaba Tierra de faraones, su único filme “histórico”, a Howard Hawks se le planteó el problema de cómo harían los actores los gestos cotidianos de los antiguos egipcios, o al menos los de un faraón. Y es que si hubo millones y millones de personas completamente anónimas y transitorias, sin calidad de personajes, cuyos gestos pasaron por los siglos como aun más leves “lágrimas en la lluvia”, tampoco sabemos de la gestualidad de los personajazos de la Historia antes de ser inventado el cine. ¿Cómo se movían, cómo miraban, cómo andaban, cómo miraban Sócrates o Cleopatra o Jesucristo o Alejandro o Cortés o Cuauhtémoc o el doctor Johnson o Napoleón...? No conozco tratados o historias de la gestualidad humana, pero recuerdo a escritores que han querido captar y fijar los grandes o pequeños gestos de seres reales o imaginarios. En el desorden en que llegan a mi memoria, van algunos ejemplos. Garcilaso, en un soneto, lee un gesto de la amada como signo de una caligrafía y dice: “Escrito está en mi alma vuestro gesto/ y cuanto escribir de vos deseo,/ vos sola los escribisteis, yo lo leo/ tan solo, que aun de vos me guardo en esto”. Lichtenberg registró 62 maneras de apoyar la cabeza en la mano y describe un gesto del célebre actor Garrick, que en 1775 representaba a Hamlet en un teatro de Londres: “Solemnemente mira de lado hacia el suelo y luego retira del mentón la mano derecha (pero, si recuerdo bien, el brazo derecho continúa apoyado en el izquierdo) y pronuncia las palabras To be or not to be en voz muy baja, pero, gracias al admirativo silencio del público, es oído por todos”. Manuel Machado destaca el gesto (¿o pose?) espiritual (¿o solo elegante?) de un hidalgo anónimo pero glorificado por el pincel del Greco: “En un gesto piadoso y noble, y grave,/ la mano abierta sobre el pecho pone,/ como una disciplina, el caballero”. Y… ¿se me permite ofrecer un recuerdo mío? En el verano de 1963, en La Habana, en un gran restaurante de mariscos que poco después sería la heladería Coppelia, los argentinos Mario Trejo (poeta y globetrotter), Laura Yusén (bailarina y poeta) y mi esposa María y yo, comemos “ruedas de atún” (un raro lujo entonces en Cuba, donde, si algo se podía masticar, casi no se podía comer y mucho menos paladear). Al establecimiento recién inaugurado llegan los comandantes Ernesto Guevara y Raúl y Fidel Castro. Rodeados de miradas y respetuosos cuchicheos, se sientan en una mesa cercana a nosotros y comen y discuten acerca de la dudosa “calidad revolucionaria” de una película checa o de la partida de beisbol que habrán jugado en Alamar. Cuando Guevara, desdeñando la servilleta de papel, se limpia los labios con la manga del uniforme (gesto tal vez adquirido durante la guerrilla en Sierra Maestra), Laura, bella y fina bonaerense bien educada, a quien acaso sorprende y avergüenza ese ordinario gesto en un afamado compatriota, le dice a Trejo: —¡Pero… mirá a Guevara, qué modales! —Y, bueno, Laurita, perdoná —susurra Mario—, pero has de saber que un revolucionario lo es en todo, hasta en el modo de comer los alimentos terrestres.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

19 DE OCTUBRE 2019

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

TOSCANADAS

Atribulado DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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os migrantes, la delincuencia organizada, la corrupción, el trabajo infantil, las mujeres en el mundo musulmán, las especies en peligro, el calentamiento global, el desempleo, el cáncer de próstata, los restos de Franco, los de José José, las costureras de Paquistán, los ahogados en el Mediterráneo o en el Bravo, el tifón de no sé dónde, el terremoto de más allá, el taxi o el Uber, los premios Nobel, los transgénicos, la obesidad infantil, la cosecha de mujeres, la obesidad de los adultos, las enfermedades venéreas, la trata de blancas, la economía, el aeropuerto, la apropiación cultural, Plácido Domingo, el América, el Cruz Azul, los Pumas, el lenguaje inclusivo, las becas del Fonca, la última de Vargas Llosa, las necedades de Noroña, la obsolescencia programada, Trump, Maduro, el Alzheimer, el salario mínimo, la hipocresía del Pa-

TEQUILA

La joya de la corona.

pa, la 4T, el huachicoleo, los miles de desaparecidos, los 43, las drogas sintéticas, las erratas en mis novelas, el resurgimiento de la ultraderecha, de los nazis, del antisemitismo, los especistas, la grasa en el vientre, mis inminentes 58 años, Palinuro de México, las erratas, los libros descatalogados, la corrección política, el premio que no me dieron a mí sino a Villoro, el mal aliento, la diabetes, el cáncer, la disfunción eréctil, Siria, la turbulencia en los aviones, el hondo abismo que existe entre los dos, la deforestación del Amazonas, el tren maya, Venezuela, tus afrentas y tu muerte, los zapatos de Letizia, el Brexit, Ecuador, Perú, México, los ataques a la libertad de expresión, el arte contemporáneo, la mala prosa, la recesión, el spam que dice haberme filmado viendo porno, Cataluña, el ISIS, el precio de las rentas, el punto exacto en que la pasta está al dente, el precio del aguacate, la vida

sexual de Immanuel Kant, el benzoato de calcio, el glutamato monosódico, el arroz pegado, los monopatines, conocer gente, los vuelos que salen antes de las diez de la mañana, el invierno, azúcar moreno o azúcar morena, la presión alta, la presión baja, un derrame cerebral, una fuga de gas, desmayarse, atreverse, estar furioso, la evasión de impuestos, la legalización de las drogas, el ruido de los coches, el ladrido del perro del vecino, la caída del cabello, China, la contraseña que olvidé, el vencimiento del pasaporte, la cotización del euro, los ejes de mi carreta, el respeto al derecho ajeno, la existencia de dios, del libre albedrío, de la vida eterna, del infierno, la gente que se ofende por fruslerías; pero lo que en verdad me atribula es que se me acaba de acabar la botella de Herradura blanco que me regaló Gonzalo Celorio y ése, maldita sea, no lo venden aquí en Madrid.

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CAFÉ MADRID

La sacerdotisa de los fogones

E

n medio de mi desgraciada vida, una noticia irrumpió el otro día para darme una alegría. La edición mexicana de Vogue está cumpliendo 20 años y, para celebrarlo, en su número de este mes ha salido a la calle con seis portadas distintas. En una de ellas, la que más me encanta y aclamo, aparecen Abigail Mendoza y sus hermanas —flamante séquito de cocineras tradicionales, representantes de la cultura culinaria y milenaria de México— retratadas en la escalera de Tlamanalli, uno de “los diez mejores restaurantes del mundo”, según The New York Times. Conocí a Abigail, y a su hermana Rufina, hace tres años en Álava, la provincia vasca donde se llevó a cabo el Congreso Internacional Pintxos o Cocina en Miniatura, y a donde ambas habían llegado, con sus delantales floreados bien entallados, cargadas de hongos, maíz, quelites, ajos, cebollas, rábanos, epazote, varias especies de chiles y un enorme y pesado metate que, según dijeron, pudieron pasar sin problema en el aeropuerto. Las hermanas Mendoza subieron al escenario y, ante la plana mayor de la gastronomía española, desarrollaron un performance con la seguridad de los grandes artistas. Ahí, Abigail reveló lo necesario para que todo salga bien en los fogones: “solo entrega y amor”, soltó esta mujer, que no llevaba un gorro de cocinero en la cabeza, sino una corona de trenzas tejidas con su larga cabellera, como si fuera una antigua chamana, y luego se dispuso a charlar con un mesero, quien le enseñó un par de frases en euskera y ella, a cambio, le dijo otro

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovicto@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA BARRIO

par de frases en zapoteco, la lengua que aprendió antes que el español. Ahora veo la portada de Vogue y recuerdo su presentación en Álava y también su relato del día en que la cantante Lila Downs llegó a Tlamanalli con una ristra de cámaras, micrófonos y reflectores para grabar el videoclip de “La cumbia del mole”, la canción que ella misma compuso, inspirada en los moles ofrecidos en esa casa de comidas oaxaqueña, y que pone a bailar a cientos de personas en

Esta paisana de Benito Juárez era una niña de nueve años cuando aprendió a cocinar

sus conciertos. Aquella vez, la propia Abigail y sus hermanas y su madre actuaron como coristas. Pero han de saber que por ese restaurante, además de Lila Downs, han pasado muchos otros famosos, como Harrison Ford, Mel Gibson, Tommy Lee Jones o el expresidente Jimmy Carter. “Un día llegó una señora que dicen que es muy famosa. Se llama Meryl Streep, me dijeron, y pidió sopa de flor de calabaza, mole negro y sorbete de pétalos de rosa. Dijo que le encantó todo. Nos tomó fotos a mí y a mis hermanas y luego se puso a hablar con mi mamá. Pero quién sabe qué se dirían. Porque esa señora solo habla inglés y mi mamá nomás hablaba zapoteco, ni siquiera español y mucho menos inglés. Pero uno las veía ¡y parecía que las dos se

Abigail Mendoza, fundadora y cocinera del restaurante Tlamanalli.

entendían!”, me contó Abigail, con su inseparable sonrisa como coletilla. El año que viene Tlamanalli cumplirá tres décadas de servir platos de distintas texturas, colores y sabores, cocinados como si se tratara de un ritual cuyo objetivo es alcanzar la comunión de los ingredientes, en ollas y cazuelas de barro. El secreto, ya lo saben, consiste en “mezclar puñados de paciencia, entrega, respeto y amor”, como dice sin rodeos la defensora de la autenticidad precolombina, quien define su comida como “ni muy dulce, ni muy picante, ni muy grasosa”, pues lo último que pretende es estrujar paladares, y suele acompañarla con un “mezcal especial”, aderezado con un ingrediente secreto. Esta paisana de Benito Juárez era una niña de nueve años cuando aprendió a cocinar viendo a su tía-abuela. Quizá por eso ahora se le dificulta explicar recetas a quienes se las piden. “Porque no sé medir los ingredientes en gramos. Hago las cosas al tanteo. No digo: voy a ponerle a esto tantos gramos de sal. No. Uno dice: se le echa un puñito de sal. O la punta de los dedos. Y así todo es más sencillo”, determina con autoridad la mujer que ahora tiene 60 años y es hija de un tejedor de tapetes, la principal actividad artesanal de su pueblo. A Abigail le entusiasma, sobre todo, que últimamente la cocina moderna valore a la cocina antigua y que ella misma aparezca en las revistas y que los chefs de vanguardia la llamen de vez en cuando para hacerle alguna consulta. Porque con cosas así su casa de comidas no se limitará a ser un simple conservatorio gastronómico en peligro de extinción.

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