Laberinto No.859 (30/11/19)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ENTREVISTA

CINE

MELINA BALCÁZAR

FERNANDO ZAMORA

Leila Slimani: la escritura como desarraigo

Los muertos en vida de Jim Jarmusch

Foto: Catherine Hélie

SÁBADO 30 DE NOVIEMBRE DE 2019 AÑO 16 - NÚMERO 859

David Huerta y el arte poético Diego José/ FOTOGRAFÍA: ARACELI LÓPEZ

Foto: Animal Kingdom


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ANTESALA

30 DE NOVIEMBRE 2019

CASTA DIVA

Durga AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com IMAGEN MANKOT

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a ignorancia, el caos y la maldad, son las armas del demonio Mahisha, un búfalo que se puede trasformar en hombre, elefante o lo que su ira le ordene. La destrucción de su fuerza se agita en remolinos de alaridos, Mahisha entra en nuestras más impuras obsesiones, en la negación de saber quiénes somos, en la autodestrucción de nuestras culpas, nos levanta con las masas de su fétido canto, nos lanza a la violencia, y destruimos la belleza, la vida y el silencio. Invencible gracias a la servil y miserable debilidad de nuestra condición, Mahisha no podía ser asesinado por una fuerza masculina, y reinaba en el mundo, es decir, en la realidad, en la existencia, todo lo conocido era lo que el demonio sembraba, y seducidos por su poder, cautivos por su complacencia, medrábamos en nuestros miedos, y nos regodeábamos en los odios. Shiva, Brahma y Agni, juntos pelearon con sus armas, no podían destruirlo, y Mahisha, ayudado por la horda que lo veneraba, crecía poderoso. Los dioses decidieron crear una entidad divina con la fiereza del fuego, grande como una montaña, que naciera de sus propios cuerpos, y crearon una mujer para atacar en la semilla incontrolable de Mahisha. La grandeza divina es una mujer guerrera: Durga, que se considera creada en sí misma, es una deidad más allá de la dualidad, es completa y posee su propia fuerza, Shakti. En esta pintura está Durga con sus armas, el tridente que proveniente del tridente de Shiva, el disco que le otorgó Krishna, la espada flamígera de Agni, las flechas son energía que va más allá de lo femenino o lo masculino, acaba con las ilusiones que nos engañan de nuestra propia condición. El demonio Mahisha se ha trasformado en un elefante, para engañar a Durga, pisotea a un guerrero que muere destrozado, y Durga serena, coronada por su divinidad, pelea con todas sus armas, montada en el tigre que simboliza su poder ilimitado, compañero que protege su virtud. En el libro sagrado Devi Mahatmaya se narra la historia de la potencia creadora de las diosas, Shakti, y termina con el relato del triunfo de Durga sobre Mahisha, en esta obra pintada por el artista Mankot en 1680. El elefante enfurecido se lanza contra Durga, ella levanta su espada, el conocimiento de sí mismo, y al tocarlo, de la sangre brotará el búfalo bramando, la mirada de la diosa no se separa de Mahisha, lo enfrenta, ella no evade esa mentira, ella no niega esa negra presencia, la conquista, su silencio calla los aullidos, su belleza y la de su tigre, son un solo cuerpo, el valor y la virtud, la lealtad y la valentía. Vencedora de la ignorancia, restauradora de la paz, Durga, extiende sus armas, la noción del ser es el paseo sobre el tigre de la virtud.

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Durga lucha contra el demonio Mahisha.

Los muertos no mueren. Dirección: Jim Jarmusch. Estados Unidos, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

Fetiches de un artista excepcional

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ANIMAL KINGDOM

os muertos vivos están de moda. Y lo están, tal vez, por lo que me dijo hace poco un hombre atribulado: porque la gente hoy vive extraviada en placeres onanistas: su celular, su televisión, su centro comercial. Para pensar así es necesario cierto aire de superioridad. Y Jim Jarmusch lo sabe; por eso su película Los muertos no mueren se cura en salud y se burla de sí misma con chistes que no siempre dan en el blanco. Comencemos por el soundtrack, un lugar poco común para iniciar una reseña. Jarmusch ama la música. No solo suele componer la banda sonora, el arte musical juega activamente en sus historias. En Solo los amantes sobreviven, por ejemplo, conocimos a un vampiro deprimido que vivía su trozo de eternidad aprendiendo a tocar toda clase de instrumentos musicales, desde la guitarra eléctrica hasta el laúd. Luego de Solo los amantes sobreviven, Jarmusch dirigió Paterson. Ambas películas son joyas del cine que, además, están relacionadas por los fetiches del director. Así, el infierno del vampiro se transforma en la gloria de un poeta que traduce la música en palabras. El éxito estético de ambas películas parece haber animado al director para escribir una película de zombis. En ella, reúne la musicalidad del vampiro triste con

la del poeta obrero. Música y poesía se combinan en una canción country escrita por Sturgill Simpson. Quien vea Los muertos no mueren probablemente se dé cuenta de que este tema es el auténtico protagonista. No se trata solo de que los actores refieran a ella una y otra vez. En realidad, la canción de Simpson ofrece la estructura y la moraleja. Por eso, llegado el clímax, el hombre que mira curioso cómo el pueblo de Centerville se ha visto infestado por muertos vivientes canta con Jarmusch y su artista folclórico que los zombis “caminan sin darse cuenta que van cosechando las vidas estúpidas que fueron sembrando”. No es una idea nueva. George A. Romero la inauguró en El amanecer de los muertos vivientes, en la que vimos a unos zombis que, más que la vida, anhelaban las baratas de un centro comercial. Desde entonces, la relación entre zombis y consumismo es ya un lugar común. Los muertos no mueren debe ser vista como una curiosidad tanto al

Jarmusch se ha ganado la etiqueta de director de culto pues trabaja fuera de los grandes circuitos

interior de la obra de Jarmusch como en el panorama del cine de zombis. No tiene la emoción de Guerra mundial Z ni el sentido del humor de las películas de Romero. En relación con la obra de Jarmusch es claro que Los muertos no mueren no tiene ni con mucho la brillantez de Solo los amantes sobreviven ni la poética de Paterson. Con todo y su puesta en abismo (la película refiere a sí misma en un par de momentos), esta película de zombis es digerible solo para los amantes de este artista que se ha ganado a pulso la etiqueta de director de culto. Y se la ha ganado porque trabaja fuera de los grandes circuitos comerciales y porque es un hombre muy crítico del sistema hollywoodense y del capitalismo estadunidense. Solo así, en el contexto de la obra de Jarmusch, Los muertos no mueren adquiere relevancia. Porque el poeta de Paterson pareciera encarnar aquí a un oficial de policía que mira el mundo con la curiosidad de un lector de Whitman. Por otra parte, la vampiresa de Solo los amantes sobreviven aquí se deleita cortando hermosos cuellos con una espada samurái. Los actores y los temas son fetiches nada más. Obsesiones de un artista excepcional que, para divertirse creando, ha escrito esta obrita que se sabe muy menor.

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ANTESALA

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POESÍA

A qué vienes aquí...

LOS PAISAJES INVISIBLES

El bodrio más bodrio

MALVA FLORES

A qué vienes aquí tirando línea para decir que el mundo es una mierda que sufres tanto que sufres mucho que ni miras la puerta ni la aldaba. Que has tirado la llave para ya no salir para que no se pierda el eslabón. A qué vienes aquí qué patetismo como si el poema fuera un vertedero de lágrimas. De A ingrata línea quebrada, recientemente puesto en circulación por Literal Publishing.

EX LIBRIS

Kama Sutra/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

omo las obras maestras, hay bodrios que tienen encanto. Por ejemplo, las películas de William Castle o del mítico Ed Wood, que Tim Burton se ocupó de homenajear en la entrañable biopic protagonizada por Johnny Depp, o las cintas de John Waters, genuinos monumentos al mal gusto que encumbraron al travesti Divine en el papel de gorda patética y repugnante, pero divertida por camp e irreverente. Esos bodrios no solo se volvieron obras de culto, también hicieron escuela. Sin productos de ese tipo, serían impensables los filmes de maestros del híbrido entre el vértigo y el kitsch, digamos Quentin Tarantino, o mejor, Robert Rodriguez. Un buen bodrio es digno de celebrar, aunque el adjetivo suene raro, porque como las obras maestras, el buen bodrio posee ciertos atributos que lo ennoblecen, sea la candidez, la mala hechura, el humor involuntario, la debilidad por llevar el delirio al punto límite, detalles que bloquean las reacciones negativas cuando insultan nuestra inteligencia y, por el contrario, terminan divirtiéndonos como un domingo en una feria cochambrosa y harapienta. Sin embargo, en el otro extremo está el bodrio súper bodrio, el bodrio vomitivo, ése que a los diez minutos denigra y enfurece, pues no hay nada peor a que nos traten como descerebrados. Hacía tiempo que no me topaba con un bodrio del segundo tipo, el insolente, y a decir verdad, pensé que ya no caería en una trampa para osos del intelecto, hasta que llegó a la cartelera una boñiga llamada Los 3 del Infierno, dirigida por el metalero Rob Zombie. Líder de la extinta banda White Zombie, que entre 1987 y 1995 publicó cuatro álbumes, de los que destaca el último, Astro Creep: 2000, y aún vigente como músico solista, Zombie también hace películas clase B, algunas con relativo éxito en taquilla, debido a su vocación por el horror bizarro (de todas sus porquerías, acaso puedan rescatarse sus remakes de Halloween, el clásico de John Carpenter), mas con Los 3 del Infierno sí que se voló la barda para humillar al respetable. Secuela de otra mugre de título Los renegados del Infierno (la historia de la familia Firefly, tres hermanos que matan sin ton ni son hasta que los meten al tambo), Los 3 del Infierno retoma a esos Firefly de vuelta en las calles, solo que ahora son un trío de viejos sádicos sin chispa ni astucia ni humor negro, tres fantoches arrugados que dejan un rastro de sangre que se extiende hasta Durango, escenario que el tal Zombie ya no pinta como el Tercer Mundo de Speedy González sino como un chiquero despreciable, un México como extraído de la imaginación de Trump y de los Minuteman, donde el gringo blanco es un ser omnipotente, el elegido por un Destino Manifiesto. En un buen bodrio siempre hay algo que se rescata: una secuencia, una imagen, un diálogo, alguna sagacidad argumental, mas en esta última bazofia de Rob Zombie el guion es pobre y estúpido, y no irrita únicamente por sus artificios y clichés (la caricaturesca celebración del Día de Muertos en Durango; los narcos mexicanos con máscaras de luchador, o tal vez el peor: Baby Firefly, personaje interpretado por su mujer, Sheri Moon Zombie, pues ya entrada en años, hace el ridículo como una psicópata cachonda tipo la súpervillana Harley Quinn) sino porque de principio a fin, el relato se empeña en ponernos al nivel mental de los hillbilly, los red necks, esa fauna entusiasta de los muros, la que se traga lemas populistas como “Make America Great Again”, la que se hincha de orgullo por la hipotética superioridad de un puñado de palurdos armados hasta los dientes. Así que, si en algo estima su inteligencia, no la vea, o hágalo bajo su propio riesgo.

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LITERATURA

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Premio Goncourt en 2016, Leila Slimani es autora de dos novelas que rompen las convenciones. Su voz ha cimbrado las letras francesas

“Las libertades no son exclusivas de Occidente”

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MELINA BALCÁZAR/ PARÍS FOTOGRAFÍA CATHERINE HÉLIE © EDITIONS GALLIMARD

n esta entrevista la escritora francesa de origen marroquí Leila Slimani (Rabat, 1981) nos habla de su visión de la literatura en la que prima su combate por la libertad. En 2016, por su novela Una canción dulce, se hizo acreedora del prestigioso Premio Goncourt. Se ha descrito así: “Soy hija de todos esos extranjeros que me precedieron y soy francesa. Soy inmigrante, parisina, una mujer libre convencida de que podemos afirmarnos sin tener que negar a los otros. La nacionalidad no es gloria ni mérito”. ¿Le fue difícil que la aceptaran en el mundo literario siendo una escritora francesa de origen marroquí? En absoluto, mis orígenes no fueron ni una ventaja ni un problema. Fue difícil más bien hacer comprender que en realidad no me siento originaria de ninguna parte, que no escribo como francesa ni marroquí. Muchos autores magrebíes comienzan su carrera con relatos autobiográficos, anclados en la realidad de su país. Yo elegí más bien escribir novelas cuyos personajes

son franceses, para los que la identidad no tiene importancia alguna. Para mi primera novela, En el jardín del ogro, Adela, el personaje principal, es una francesa que vive en París y que padece una adicción sexual. En Francia, a ciertos críticos les sorprendió que una magrebí pudiera escribir un libro tan crudo y subversivo. Hay que reconocer que conocen muy mal la literatura del Magreb, que es muy libre. ¡No porque somos de origen árabe nos da miedo hablar de sexo! En Marruecos, algunos me reprocharon que no haya escrito acerca de mi país y lo consideraron como una forma de traición. Pero, a decir verdad, ese tipo de críticas me importan poco. No tengo nada que probarles. Mi única patria es la literatura. A esta ninfómana que se autodestruye le sigue el de una nana que asesina a los niños que cuida. ¿Diría que escribe para incomodar? Escribo para salir del lenguaje y de las relaciones humanas cotidianas, que condicionan el miedo, lo políticamente correcto, cierta moral, muchas cosas que nos inhiben. La literatura es un espacio de gran libertad, sobre todo en Francia. No es algo solo entretenido. Escribimos con lo que nos avergüenza, con nuestros miedos y pensamientos negativos. Escribimos para decirlo y mostrarlo todo, para hablar de aquello que nunca abordamos en nuestra vida verdadera. No hay ningún límite.

Escogió como ambiente para Una canción dulce un entorno parisino, bobo (burgués bohemio), en el que, según ha dicho, se reconoce. A través de las relaciones de la joven pareja con su nana explora las contradicciones de ese medio, entre un ideal de diversidad social y su modo de vida privilegiado que los conduce a volverse “patrones”. Convierte así el espacio privado, doméstico, en un espacio político. ¿Considera que la lucha de clases sigue siendo un ángulo de análisis pertinente para comprender nuestra sociedad? ¡Por supuesto! Las desigualdades, los mecanismos de dominación continúan modelando nuestra sociedad. Siempre ha sido así y lo seguirá siendo. La cuestión de la pobreza, de la relación de los burgueses con sus empleados domésticos o sus obreros ha ocupado a la literatura desde el siglo XIX. Algunos de mis autores favoritos, como Dostoyevski, Zola, Victor Hugo o Mirbeau, se interesaron en estos problemas. La literatura trata de comprender cómo vivimos juntos, cómo los seres humanos interactúan entre ellos. La lucha de clases es uno de los ángulos más interesantes para comprender estas relaciones.

Escribimos para hablar de aquello que nunca abordamos en nuestra vida verdadera

Para esta novela, se inspiró en un caso de la nota roja en Estados Unidos, una dominicana que asesinó a los niños que cuidaba. Esta historia planteaba ya el problema de la lucha de clases entre una familia acomodada y una inmigrante con muchos problemas personales y económicos. ¿Por qué decidió transformar el personaje de la nana en una mujer francesa, blanca, en lugar de que fuera una mujer africana, como suele ser el caso? Si hubiera escrito la novela de esa forma hubiera tratado de algo por completo distinto. El libro hubiera hablado de la condición de los inmigrantes en Francia, el racismo, la vida tan difícil que llevan los indocumentados. Temas como estos hubieran tal vez primado sobre el thriller y el libro social que quería escribir. Y además tenía ganas de sorprender al lector, de obligarlo a pensar de otro modo. La literatura aborrece los clichés y en mi opinión hubiera sido una lástima dirigirse hacia lo más fácil y escoger una nana negra y una mala patrona blanca. Quería volverlo más complejo e inquietante. Me parecía interesante que la madre fuera de origen magrebí y que por ello no quisiera contratar a una inmigrante para evitar una forma de “solidaridad” o “intimidad” a la que las inducirían sus orígenes extranjeros. En cuanto a Louise, la nana de la


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novela, por el hecho de ser blanca las otras nanas no la aceptan en su grupo, la aíslan. En el parque, por ejemplo, es la única blanca, lo cual acentúa su marginalidad. Su novela muestra la dificultad para las madres que trabajan en conseguir un lugar que les corresponda. Con frecuencia, se debaten entre su legítimo deseo de continuar una vida profesional y el amor por sus hijos que las insta a quedarse en casa. ¿Podría hablarnos más de la manera en que eligió tratar esta problemática? Myriam y Paul son el arquetipo de la pareja contemporánea. Viven en una gran ciudad, trabajan mucho, son ambiciosos. Desean ser a la vez buenos padres, muy implicados en la vida de sus hijos y tener una vida social, una individualidad. Como tienen medios económicos limitados, el hecho de contratar a una nana representa un sacrificio para ellos y por eso Myriam acepta quedarse en casa para cuidarlos. Tiene un vínculo de fusión con sus hijos y al mismo tiempo siente que se ahoga por el encierro de su vida familiar. La invade la impresión de que ya no existe, de que se le ha reducido a su papel de madre y no lo soporta. Las mujeres se confrontan a numerosas formas de culpabilidad: si no trabajamos nos miran como una fracasada, pero

si trabajamos demasiado, como una mala madre. Es difícil encontrar el equilibrio adecuado. En uno de sus artículos publicado antes de los atentados de 2015, “El diablo se esconde en los detalles”, muestra a través de un relato el peligro de negarse a ver las señales de la radicalización religiosa islamista, en nombre de una preservación de la normalidad cotidiana. ¿Le parece que en Francia se continúa minimizando el problema? Creo que los medios solo se interesan superficialmente en la radicalización. En todo caso, en Francia los periodistas tienden a ver la situación de manera demasiado imprecisa y grotesca, exagerándolo todo. Su principal objetivo es hacer ruido, producir un escándalo más para aumentar la audiencia, en lugar de tomarse el tiempo para explicar, analizar. En Marruecos, conocemos mucho mejor tanto el Islam, por supuesto, como la complejidad del islamismo. No es una corriente tan simple como algunos querrían hacernos creer. Tiene múltiples expresiones y rostros. Firmó en septiembre pasado el llamado “Nosotros, los fuera de la ley”, en el que mujeres y hombres marroquíes denunciaron “la cultura de la mentira y la hipocresía

social que genera la violencia arbitraria y la intolerancia”, tras el arresto injustificado de la periodista Hajar Raissouni, a la que acusaron de “depravación” y “aborto ilegal”. ¿Piensa que Marruecos, y el mundo árabe en general, podrían dirigirse hacia esa transformación social que daría a las mujeres mayores libertades? Desde luego. No veo por qué el mundo árabe estaría excluido de la modernidad, del progreso. En Túnez, el aborto es legal. En Egipto, a nadie lo persiguen por una relación fuera del matrimonio. El mundo árabe siempre ha tenido grandes feministas, grandes pensadores del progreso. Me parece una locura que se pueda pensar que las libertadas están reservadas al mundo occidental. Sería desesperanzador para la juventud árabe cuya mayoría reclama más libertades, más democracia. Si no pensamos que esto es posible, entonces no veo razón alguna para luchar. Cuando militamos por una causa, tenemos el deber de conservar la esperanza de un cambio. Mi último libro, Sexo y mentiras. La vida sexual en Marruecos es una investigación periodística en la que los testimonios son centrales. Me parecía urgente escribirlo. Las giras de promoción de mis libros me permitieron conocer a varias mujeres marroquíes que venían para confiarse conmigo. Aunque hacía años que la

La escritora francesa de origen marroquí participará en el Festival de las Letras Europeas de la FIL, el miércoles 4 de diciembre a las 19 horas, en el salón E, Área Internacional.

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gran hipocresía de la sociedad en que crecí me llenaba de ira. Las autoridades teorizan una especie de doble moral que institucionaliza la mentira. Nos dicen “hagan lo que quieran en su casa, pero nunca lo hagan público”. Yo tenía ganas de liberar la palabra a pesar de que me deslegitiman constantemente, porque según ellos no represento a nadie, soy una francófona, burguesa, liberal… Ha manifestado su desaprobación del burka. ¿Qué piensa del uso del velo? La primera vez que vi un velo tenía quince años. Antes no era algo que existiera en Marruecos. A las primeras mujeres que llevaban un velo las llamábamos “las mujeres de los Hermanos Musulmanes”, desconfiábamos de ellas. Ahora se ha vuelto banal, casi hay más mujeres con velo que sin él. Cada quien hace lo que quiere, desde luego, pero no hay que mentirnos ni quitarle su valor simbólico. El velo lo concibió el patriarcado porque consideraba a la mujer como una tentadora que debía ocultarse. Conozco mujeres que lo llevan libremente, por elección personal. Sin embargo, no debemos olvidar a los millones de mujeres que se ven obligadas a llevarlo por sus maridos, padres, hermanos, el Estado mismo. Hay que luchar para que también ellas tengan la posibilidad de elegir. Interviene con frecuencia en el espacio mediático francés con artículos, tribunas, para tomar posición en los debates de la actualidad. ¿Un escritor debería comprometerse políticamente? De ninguna manera creo que un escritor deba comprometerse. Un escritor puede preferir el silencio y la discreción. Y es algo que no solo lo entiendo, sino que deseo. Solo que en ocasiones estoy demasiado enojada o triste por lo que ocurre y necesito expresarlo. Es algo muy personal; cada escritor es diferente y tiene el derecho de dirigirse como le plazca. ¿Por qué aceptó ser la representante del presidente Emmanuel Macron para la francofonía? Acepté algunos meses después de la publicación de Sexo y mentiras. En Marruecos, al igual que en Francia, ciertas personas me reprocharon que escribiera en francés. Me tacharon de traidora, de occidentalizada, de espía del extranjero o, en el mejor de los casos, de víctima voluntaria del neocolonialismo. En Francia, otros llegaron hasta a considerar que si escribía sobre las marroquíes tenía que hacerlo en árabe. Ocultaban el hecho de que en Marruecos existe una real vida cultural francófona, programas, obras de teatro, debates en francés. Veinte por ciento de los libros que se publican en Marruecos están en francés. Vengo de un país plurilingüe y esta diversidad es una riqueza que debería ser preservada. Pero algunos parecen ignorarlo, lo cual me exaspera. Esta relación ideológica con la lengua me parece a la vez anticuada e inquietante pues no hace sino alimentar el discurso de los islamistas que repiten que solo existe una lengua, un libro.

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DE PORTADA

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David Huerta recibe el Premio de Literatura en Lenguas Romances. Aquí traza los caminos de su obra

“La poesía no puede reencauzar el mundo”

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DIEGO JOSÉ FOTOGRAFÍA ARACELI LÓPEZ

avid Huerta recibe el día de hoy el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019. El jurado reconoció su ímpetu poético y su capacidad para asimilar distintas tradiciones literarias. Su rica y compleja obra está reunida en su mayoría en La mancha en el espejo: poesía 1972-2011 (FCE, 2013). En tu poesía existe un vínculo estrecho entre lenguaje, vida y pensamiento. ¿Cómo ha sido esta relación a través de tu historia poética? No nada más en mi poesía hay ese vínculo, a veces muy estrecho, a veces no tanto; está en la poesía de una gran cantidad de poetas. En mi caso, resulta un poco difícil precisar esas relaciones, esa red, esos vínculos, porque cada poema que compongo establece diferentes formas y ejecuta valoraciones de todo tipo para presentar esas relaciones. Un ejemplo: las personas gramaticales. No es lo mismo escribir un poema en primera persona, rasgo principalísimo del poema lírico, que en segunda o tercera persona. La relación vidalenguaje-pensamiento se modifica si utilizas el modo imperativo, que aparece en ocasiones y siempre me ha intrigado. Cuando Rubén Darío dice “Ama tu ritmo y rima tus acciones/ bajo tu ley, así como tus versos”, está interpelando a otra persona, a un poeta seguramente —o a un aspirante a poeta—, y su propia vida queda en un segundo plano, mientras que en el primer plano aparece su voz, llena de autoridad (es la voz de un poeta grande), para aconsejar, iluminar, guiar. Cuando escribo “El mundo es una

mancha en el espejo”, al principio de un libro, afirmo algo que puede ser controvertible pero que a mí me parece que vale la pena escribir. Lo hago de una manera general, ofreciendo a los lectores una idea —una idea poética— que me parece digna de atención y a la que en los versos que siguen trato de sacarle algún partido, también poético. Ahí está la vida de mi pensamiento poético y el lenguaje está ceñido a un patrón rítmico muy claro, el del endecasílabo (como en los consejos de Darío en modo imperativo). Lenguaje, vida y pensamiento son palabras de alto contenido vitamínico y hay que tratarlas con cierto comedimiento porque el riesgo de no hacerlo lleva a los abismos del lenguaje vago, impreciso, que nada dice o dice muy poco y casi de nula importancia.

Si de verdad me interesa el mundo, me despierta curiosidad saber cómo funciona

Tu obra representa una imponente catedral lingüística edificada sobre el trazado de muchas intuiciones, dudas, hallazgos. Debe ser complejo y gratificante mirar el camino andado. ¿Podrías reflexionar sobre algunos de los momentos clave en la construcción de tu obra? Todo momento en el trabajo propio es clave. A mí me fascina la idea de Becket, aquello de “si fracasas, inténtalo de nuevo: fracasa mejor”. No suelo reflexionar sobre la importancia de mi trabajo ni he sido capaz de verlo en perspectiva, mucho menos lo veo como una “imponente catedral lingüística”, aunque me guste mucho esa idea arquitectónica, cómo no. En el pasado, en la antigüedad, los poetas eran como alarifes, auténticos artesanos. A mí me gusta ver así a los poetas y los más grandes que he conocido se ven a sí mismos como eso, como artesanos. Un ejemplo: José Gorostiza. La única vez que lo vi en su casa, ya muy viejo, habló de cómo hizo Muerte sin fin: ladrillo sobre ladrillo. Por eso lo llamé en algún lado “un alarife genial” o

si quieres: albañil sublime. Estoy seguro de que esa descripción no le hubiera disgustado; tenía una conciencia muy aguda de la voluntad constructiva de los artistas y de los poetas en particular. Una de las señales que me guía en la vida y en el trabajo literario es un texto de Gorostiza que se llama “Notas sobre poesía”. Son formidables. Al mismo tiempo, me desespera que no haya escrito más crítica y análisis de poemas, retratos de poetas, reflexiones sobre literatura. Fue un poco avaro, quizá un poco tímido. Claro, mucho de todo ello queda compensado por la grandeza de Muerte sin fin. Has dicho que lo importante es vivir poéticamente. ¿Cómo es eso?, ¿qué implicaciones tiene la poesía en el ser? Si juntas la palabra “poesía” y la palabra “ser” ya estás en pleno Heidegger, o Jáideguer, como me gusta escribirlo a veces. Mi idea de vivir poéticamente no tiene muchas vueltas ni es nada complicada. Pero permíteme divagar un poco. Estoy convencido de que a la


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gente en general, a casi todos, le llama la atención el mundo; creo que la gente es naturalmente curiosa. Cuando veo y escucho a los políticos de la actualidad me pongo nervioso porque son personas seguras de sí mismas, que viven llenas de convicciones inamovibles —a eso le llaman “integridad” y es pura inercia mineral, nihilismo—, dentro de sistemas cerrados, dicotómicos. Eso es, para mí, lo contrario de vivir poéticamente. Vivir poéticamente consiste en vivir con plenitud nuestras capacidades intelectuales e imaginativas. Si de verdad me interesa el mundo, también me despierta curiosidad saber cómo funciona: los ritmos que hay en el universo se relacionan naturalmente con los ritmos poéticos. Creo que a la gente, a las personas comunes y silvestres, les da constantemente por hacerse preguntas, y tratar de responderlas ya es vivir poéticamente. Hay una gran presión por las necesidades inmediatas que hay que satisfacer, lo sé; pero me resulta difícil pensar que el pensamiento haya sido obliterado o totalmente oscurecido por la crisis permanente. Es posible, lo reconozco, pero yo no lo veo. El mundo parece desbordado, fuera de cauce. ¿La poesía tiene algunas respuestas frente al desequilibrio de la cultura? ¿Qué puede ofrecerle hoy la poesía al mundo? La poesía no arregla nada. No puede reencauzar el mundo. No puede devolverle un equilibrio a la cultura, como dices; aunque no veo cómo y cuándo se desequilibró. La poesía no puede hacer ninguna de esas cosas. No está diseñada para eso. Es un poco inútil pedirle respuestas, recetas, programas de acción, a una forma del quehacer humano que poco tiene que ver con la intervención de bulto, crasa, en la realidad. No, no. Quizá esa expectativa viene de alguna pulsión muy antigua encerrada en el inconsciente y que identifica a los poetas con los sacerdotes de las religiones más viejas, hombres de poder que podían, ellos sí, ofrecer cambios en el mundo y llevarlos a cabo. Transmitir el conocimiento de la poesía ha sido una de tus pasiones. ¿Cómo te encuentras con las nuevas generaciones de poetas que siguen tu obra y que se han formado con tus libros? He perdido hace ya muchos años el contacto con los poetas más jóvenes y mi tarea en eso que llamas “el conocimiento de la poesía” está concentrada en mis clases universitarias, donde soy un mero “profe”. Sé que algunos estudiantes son poetas en ciernes y de repente se acerca uno y me pide consejo, pero me cuesta mucho trabajo ayudarlo, o mejor dicho: prefiero no ayudarlo o reunirme con él mientras no termine el curso que en ese momento nos tiene ocupados con tal o cual tema, un poeta, un libro, una obra. Luego podemos hablar, aunque eso ocurre fuera del aula. En realidad, los alumnos con quienes mejores relaciones intelectuales y literarias he llegado a tener no me buscaron para que viera sus poemas; andaban en otras cosas: la filología, la crítica seria de poesía, los análisis retóricos y métricos, pero no la poesía que ellos hacen. Dejé de coordinar talleres hace más de 20 años, con excepción de las tutorías que cumplía con el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y que me resultaba un trabajo muy satisfactorio,

La ceremonia de entrega del Premio FIL se llevará a cabo el sábado 30 de noviembre, a las 11 horas, en el Auditorio Juan Rulfo.

pues me reunía con poetas no precisamente verdes, sino que tenían ya una parte del camino andado y eso permitía un buen diálogo e interacciones de críticas y comentarios muy padres. Eso sí, como dices, mi dedicación a la poesía tiene mucho de pasional, de apasionamiento. No puede ser de otra manera. Tuve la fortuna de tener amigos y maestros que me ayudaron a abrir los ojos en ese mundo y personas que me guiaron en mis primeras lecturas y en las posteriores, a lo largo de la vida, comenzando por mis padres, Efraín Huerta y Mireya Bravo. En cuanto a los talleres de poesía, déjame decirte un par de cosas. Una amiga mía de Nueva York, Magda Bogin, que también es vecina de Tepoztlán, me convenció hace dos años de coordinar un taller en un colectivo de trabajos literarios, muy hermoso, que ella sostiene con diversas ayudas. Trabajamos al pie del Tepozteco y allí pude recuperar el sabor de los buenos talleres en los que estuve, como alumno y luego como coordinador,

hace ya muchas décadas. Ese colectivo literario se llama, en inglés y en español, Under the Volcano/ Bajo el Volcán, homenaje explícito a Malcolm Lowry. Las reuniones con los demás escritores que dan tutorías son extraordinarias y he conocido allí gente de primera, como el poeta Mark Doty, el periodista David Barstow y la reportera Ginger Thompson, entre otros, además de un poeta irlandés que he leído durante muchos años, Paul Muldoon. Con el novelista Jonathan Levi tengo pláticas muy divertidas. ¿Cómo recibes el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019, un premio con una historia y una tradición tan importantes? No sé bien a bien cómo recibo este premio y voy a tratar de explicártelo. A fines de octubre la vida en mi casa dio un vuelco tremendo: mi esposa sufrió un accidente y he estado cuidándola todas estas semanas. Esos cuidados se convirtieron en la prioridad, en la actividad más importante de mi vida. Lo del Premio FIL

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pasó a segundo término, francamente. Te diré de paso que mi esposa —Verónica Murguía— es la verdadera escritora de nuestra casa; la admiro muchísimo y la quiero igual. Nos ha dado una tristeza inmensa que no vaya a ir a Guadalajara para lo del Premio FIL y actividades suyas, propias de su trabajo literario, dentro de la feria. Pero desde luego ese premio me ha dado una alegría muy grande. Mira nada más la lista de premiados; o concéntrate en los poetas premiados: Nicanor Parra, Tomás Segovia, Eliseo Diego, Yves Bonnefoy, Olga Orozco. Me da rubor ver mi nombre en esa lista. Voy a Guadalajara con muchas ilusiones porque ahí viven algunas de las personas que más quiero. Después de la Ciudad de México, mi ciudad favorita es Guadalajara; hacer ese viaje es un proyecto permanente. Hace poco fui a Zapotlán y me las arreglé para ir a la capital de Jalisco para ver a mis amigos, a quienes volveré a ver en la FIL. Así que ir allá con ese motivo, este premio maravilloso, no puede ser más satisfactorio.

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RESEÑA

El camino estrecho El arte mágico, de André Breton, es una historia del arte desde la perspectiva del surrealismo

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l título de El arte mágico (Atalanta, 2019) de André Breton estaba destinado a ser extraño, pero en este tiempo lo será, tal vez, por razones que su autor no podría haber previsto. En la actualidad y sobre todo aquí, en México, habrá quien lea esas tres palabras y piense que el libro es de maleficios o de amarres: artes mágicas. Habrá quien lo crea de un tratado de arteterapia (palabra que tiene varias definiciones, no todas seudocientíficas). Habrá quien se pregunte, incluso, qué sentido tiene publicar un libro, y en edición tan lujosa, cuando se puede conseguir cualquier producto “sobrenatural” en el mercado o mall más cercano, y cualquier información sobre lo “extranormal” en la televisión o en internet. Sin embargo, El arte mágico no es un manual, un recetario ni un grimorio. Es un ensayo: una historia del arte desde la perspectiva del surrealismo: un repaso de obras de muchos tiempos y lugares distintos a partir de su relación con la magia, que Breton define como “el conjunto de operaciones humanas cuyo fin es dominar imperiosamente las fuerzas de la naturaleza mediante el recurso a unas prácticas secretas de carácter más o menos irracional”. No importa si se cree, o no, que semejantes operaciones puedan dar algún resultado, alterar o influir en lo real: el primer enigma que El arte mágico nos invita a considerar no es cómo convocar a la lluvia, a la riqueza o a la potencia sexual, sino cómo ha persistido el concepto o el deseo de lo mágico, que está emparentado con la religión pero no es religión; que no es ciencia, aunque muchos la juzguen al menos colindante con el pensamiento científico, y que no abandona la imaginación de la especie humana. Breton (1896-1966) no fue solamente un escritor surrealista sino, como se sabe, el primer teórico y cabeza visible del surrealismo, que fundó con la publicación del Manifiesto del Surrealismo (el primero de varios) en 1924. En las décadas posteriores, el movimiento que empezó como una propuesta de ruptura radical creció, se diversificó, se fragmentó y comenzó a ser asimilado en la tradición del arte occidental, como probablemente era inevitable, pero Breton, a su propia manera, siguió defendiéndolo hasta su muerte. El arte mágico apareció menos de diez años antes de ésta, en 1957, como parte de una colección del Club Français du Livre, ricamente

ALBERTO CHIMAL FOTOGRAFÍA CHRISTER STRÖMHOLM

El poeta y pensador francés.

ilustrada con fotografías de obras artísticas desde la prehistoria hasta el siglo XX. La edición estaba pensada para ser pequeña y de difícil acceso: un libro para coleccionistas, que en efecto estuvo largo tiempo agotado. La nueva edición de Atalanta —diseñada por su director, Jacobo Siruela, y traducida por el gran Mauro Armiño— recupera el texto y las reproducciones de la original no solamente por su belleza, sino porque, en varios sentidos, El arte mágico resulta una especie de testamento artístico de Breton y una reafirmación del pensamiento surrealista más allá de la existencia del movimiento como tal. El surrealismo ha sido, y puede seguir siendo, una cara oculta, una sombra o un complemento, del racionalismo: no su negación sino su trascendencia, una exploración de la conciencia humana y una apuesta por su libertad. El libro opera al menos de dos formas distintas en quien lo lee. La primera es superficial: por sí mismas, las imágenes —producto de una labor curatorial extensa y cuidadosa— provocan la maravilla pues son bellas y desconcertantes. La estatuilla de marfil de la Venus de Lespugue (de algún momento

entre el año 27 mil y el 20 mil a. C.), la imagen de un andrógino en un códice medieval del siglo XIV, La aparición de Gustave Moreau (c. 1876), El cerebro del niño de Giorgio de Chirico (1914) o un fotograma de la película Häxan: la brujería a través de los tiempos de Benjamin Christensen (1922) comparten el poder del distanciamiento fantástico: “qué rara se ve”, podemos decir de cualquiera, y al compararla con nuestra imagen de “lo normal” o “lo real” pondremos en juego, aun si no lo deseamos, las definiciones y los prejuicios que controlan nuestra percepción del mundo. La segunda forma es más profunda porque involucra la semejanza crucial entre el surrealismo y la magia: el sobrepasar, o rodear, o poner en pausa a la razón, para no solo reconocer los contornos de nuestra manera habitual de pensar sino para intentar alguna otra. Esto no requiere, ni rechaza, creencia alguna en lo sobrenatural. La “consigna fundamental del surrealismo”, escribe Breton, es la “liberación sin condiciones del espíritu”; esa noción es la base para proponer el surrealismo como nada menos que una posibilidad de vida y de una ruta difícil para el pensamiento. No de contemplación y abandono, sino de aprendizaje y esfuerzo: un camino estrecho, lejos de ilusiones, como el que se ofrece a los iniciados en la mejor

tradición de la escritura mágica, desde John Dee hasta Eliphas Lévi. En estos días de mercantilización y saturación informativa, se nos sigue queriendo vender lo mágico como “oculto”, inaccesible a todos salvo unos pocos iniciados, cuando nunca ha sido más fácil —como ya decía— conseguir fórmulas mágicas, recetas para la felicidad, gurús y otros amos a quienes entregar la voluntad. Esa rendición es la causa de muchos males de nuestras sociedades actuales: no estaría mal volver a escuchar la voz de André Breton y pedirle, como a un oráculo, otra pista: otro punto de partida para interpretar y modificar nuestro presente. Nota final: al término del libro hay una larga sección en la que personalidades de la cultura occidental de mediados de siglo responden (o no) una encuesta de diez preguntas escritas por Breton acerca de los temas de El arte mágico. El libro revela su edad en la escasez de mujeres entre esos entrevistados, igual que en varios giros del texto que ahora parecen anticuados, como decir “el hombre” en lugar de “la humanidad” o alguna otra frase más incluyente. Pero haríamos mal en rechazar El arte mágico por ser un texto de su tiempo en esos aspectos. Para André Breton, su lección fue intuida o revelada, más grande que él y que su propia época.

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EN LIBRERÍAS

30 DE NOVIEMBRE 2019

NARRATIVA, ENSAYO Fin

Distancia de rescate

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POESÍA EN SEGUNDOS El latido de la tierra

Yehuda Amijái VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

E Karl Ove Knausgard Anagrama España, 2019 1019 páginas

Samanta Schweblin Almadía México, 2019 131 páginas

Luz Gabás Planeta México, 2019 441 páginas

Llega a su fin ese proyecto monumental que es Mi lucha. Knausgard regresa en el tiempo, a las semanas en las que se apresta a publicar La muerte del padre. Se prepara, por un lado, para la estrategia de lanzamiento, y, por otro, para enfrentar la ira familiar que han desatado sus confesiones, sus palabras afiladas y sin miedo a desvelar su propia existencia y la de sus antepasados. Fin es, sin duda, la más desgarradora de sus novelas, una inmersión dolorosa en su personalidad convulsa.

Extrañeza es la sensación que sin remedio provocan los mundos imaginados por Samanta Schweblin. En esta novela corta, esa sensación se impone desde las primeras páginas, mientras sospechamos la existencia de gusanos que se mueven por todas partes. Los personajes habitan una pesadilla que incrementa los miedos y amenaza con quebrantar su cordura. Sorprenden las herramientas narrativas para conseguir ambientes cargados de un aire insólito.

Una vieja pero distinguida mansión, escenario de un crimen, es la presencia totalizadora de esta novela en la que una mujer lucha contra su pasado y elije abrirse paso por un camino hasta entonces desconocido: el amor. La intriga se mezcla con los sentimientos de abandono, las pasiones chocan con los temores demasiado arraigados y las lealtades se ponen a prueba como si se tratara de un juego. La atmósfera opresiva imprime su sello en las acciones de los personajes.

Ciencia y guerra

Sin mayoría de edad

Flos sanctorum con sus ethimologías

Neil deGrasse Tyson y Avis Lang Paidós México, 2019 660 páginas

Joel Flores (comp.) UNAM México, 2019 352 páginas

Marcos Cortés Guadarrama (editor) Universidad Veracruzana México, 2019 734 páginas

Si hay un campo en el que la creatividad humana se ha volcado en todo su potencial ese es la guerra. Este volumen explora, como anuncia el subtítulo, El pacto oculto entre la astrofísica y la industria militar. Anotan los autores en el prólogo: “A menudo resulta decisivo el papel de la ciencia y la tecnología en cuestiones de guerra, ya que proporciona una ventaja asimétrica cada vez que un lado explota ese conocimiento y el otro no”. Estados Unidos está a la cabeza de esto.

Como explica el compilador en la presentación, este libro incluye cuentos que hablan de la infancia y la adolescencia de narradores y narradoras nacidos entre 1983 y 1993, tanto mexicanos como extranjeros. La manera de presentarlos siguió como criterio “el sexo de los autores y la edad de los protagonistas”; la mayoría están narrados del presente hacia el pasado. La pretensión de Flores en esta antología es que “Leamos a nuestros contemporáneos como si fueran clásicos”.

Este libro de autor anónimo es un heredero hispánico del libro Legenda aurea de Santiago de Vorágine (siglo XIII), punto de partida de la literatura hagiográfica medieval y renacentista. La importancia de las vidas de santos en primera instancia fue el triunfo de la visión cristiana sobre la griega, en el sentido de que lo infinito, como atributo divino, trasciende el sentido caótico que tenía para los griegos. Otro aspecto destacable es el papel que adquiere lo maravilloso.

s un hecho que los festivales internacionales de poesía, realizados desde 1981 hasta fechas más o menos recientes, cambiaron de modo significativo no solo la manera de acercarse a la literatura entre los lectores constantes de México, sino que le revelaron al lector ocasional —y muchas veces al no lector— la fuerza y la verdad de la palabra dicha en rápidas analogías y pronunciada en voz alta. Debemos a Homero Aridjis, Marco Antonio Campos y Alejandro Aura esta transformación. Gracias a ellos conocimos, de manera viva y accesible, a una parte de los mejores escritores de finales del siglo XX. Basta con mencionar a Ted Hughes, Vasko Popa, Lars Forssell, Mark Strand, Tadeusz Różewicz, Joan Margarit y Yehuda Amijái (yo mismo traje a Hugo Claus, Les Murray, Adonis y Carol Ann Duffy) para darse cuenta del valor de estos festivales y el entusiasmo que suscitaron su publicación y lectura. Una muestra de este efecto múltiple es el esmerado y cuidadoso trabajo de Claudia Kerik, precisamente acerca del poeta de Israel, Yehuda Amijái. Aunque el trabajo de la escritora no nació con el festival de 1988, ya que era una devoción adolescente, este evento sí fue un impulso para sus traducciones y sucesivas antologías. Quizá podríamos decir que nadie mejor que un lector apasionado es el traductor ideal para traer a nuestra lengua a un poeta entrañable, cuyo fundamento creativo, más que técnicas literarias, es el hecho inédito de volver, en forma individual pero también de manera social, lengua de todos los días la escritura sagrada del pueblo judío. Kerik lo plantea claramente: “No se trata de un juego de palabras sino de fuentes, un tejido intertextual que la misma lengua hebrea contiene”. En la última versión de poemas de Amijái, Mira, tuvimos más que la vida (Elefanta Editorial), Kerik nos da una nueva versión más viva y exacta de esta escritura profana y sagrada donde oímos el susurro de un tiempo pasado que se hizo de modo portentoso nuestro presente —por lo menos para los que tenemos una cultura judeo-cristiana— y que nos vuelve de manera honda jerosolimitanos. Y entonces entramos en el lenguaje de las cosas nombradas con palabras de piedra, no importa que sean traducidas, porque son las palabras que están de pie, igual que muros milenarios; y nos preguntamos “¿qué es esto?” y ahí mismo nos respondemos: “una vieja bodega de herramientas”; para replicarnos de inmediato: “no, es un gran amor que fue”. Y concluir: “estos son gritos desde un sueño. No, es un gran amor, no, es una bodega de herramientas”. Cuando leemos a Yehuda Amijái aprendemos cosas que de tan claras son inesperadas y desconocidas, porque algo muy simple, depurado en lo muy complejo, nos revela que no debemos amar lo lejano, pero que lo más próximo a nosotros es lo que fue destruido “como la miel en las trizas del león de Sansón”. De este modo, al ser Amijái un poeta del amor destruido es también el poeta de lo lejano, de Jerusalén, de lo que nunca deja de volver, igual que las piedras.

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PENSAMIENTO

30 DE NOVIEMBRE 2019

FILOSOFÍA DE ALTAMAR

Marcelo Pakman: una filosofía de la psicoterapia

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e leído con asombro la obra del psiquiatra y referente de la terapia sistémica Marcelo Pakman. En sus palabras encontré una voz original y crítica, no solo alrededor de la teoría de la psicoterapia, sino también una ética y un compromiso con dicha práctica: una reconsideración de la empatía, de la escucha y de la singularidad del paciente, antes que del método. Pakman plantea lo que yo llamaría una “filosofía de la psicoterapia”. Dialoga con filósofos que le han apostado a la apertura del discurso, e incluso a un pensamiento interdisciplinario, alejados del reduccionismo del giro lingüístico o de cualquier posible conceptualización unilateral no solo del discurso, sino de la existencia misma. En este sentido, por las páginas de Pakman transitan ideas de Jean-Luc Nancy, Michel Foucault, Roland Barthes, Alan Badiou, Emmanuel Levinas, Giorgio Agamben, entre otros pensadores afines a construir un pensamiento arqueológico, en términos foucaultianos, tejido por múltiples entradas y salidas, que no depende de una interpretación lógica o conceptual, que es laberíntico y disecciona la conciencia de los individuos. O, como escribiría Pakman, “un pensamiento del evento, de lo vivido y del cambio discontinuo”. Desde tiempos inmemoriales, se abría una tradición práctica de la filosofía que sugería como paliativo al sufrimiento, el ejercicio práctico de la sabiduría. Ese “Conócete a ti mismo” (Gnóthi seautón), inscrito en el templo de Apolo en Delfos, sembró una inquietud que floreció a lo largo de la filosofía socrática, extendiéndose hasta el estoicismo helénico y retomando nuevas formas hasta la modernidad. Sin embargo, este “conocerse a sí mismo” siempre tuvo más que ver con un conocimiento normativo. A partir de la correcta dirección de la razón, se podría llegar a la sabiduría y adueñarse así de la Alétheia, de la Verdad de las reglas morales, virtudes, o imperativos: el individuo que se conoce a sí mismo podría conducir de forma racional y adecuada su obrar. Muchas de las teorías filosóficas de orden dogmático que aspiraban a la uniformización de modos de ser y a la explicación normativa de su conducta han sido las ideas espermáticas de los inicios de la psicología, y también de la práctica más humana de dicha disciplina: los distintos estilos de psicoterapia existentes, ante los que Pakman quiere plantear una alternativa. Por ello, como lo refiere en (Gedisa, 2014),

JULIETA LOMELÍ BALVER @julietabalver FOTOGRAFÍA YOUTUBE

El filósofo Marcelo Pakman presentará su libro El sentido de lo justo, en la FIL, el sábado 30 de noviembre a las 16:30 horas.

muchas de las terapias actuales tienden a ser más bien enfoques técnicos, estructurados desde una perspectiva racional, positivista y rígida, que aspiran a homogeneizar una poiesis más cercana a la dignidad individual: una práctica más creativa y comprometida con lo singular del individuo. Pakman juzga que los tipos de psicoterapia existentes pueden correr el riesgo de convertirse en “la expresión de fuerzas de objetivación de “guiones estereotipados”; cree que algunos de los discursos de las terapias de intervención al paciente podrían tener en cuenta “un sentido de lo justo”, uno que implicara un regreso a la ética en un sentido más originario, más allá de la inscripción de una “moral explícita”, de ética de postulados, o de cualquier tipo de normas que remitan a la vida jurídica. Pakman, como escribe en El sentido de lo justo (Gedisa, 2018), una terapia ética, considera “que el valor está implícito en el concepto del sentido del mundo que se hace presente de manera discontinua pero incesante y que se torna visible tanto en los eventos poéticos como en el trabajo de la imaginación que los continúa y consolida en situaciones

Desde tiempos remotos, existe una tradición que sugiere como paliativo al sufrimiento

vitales específicas”. Es necesario un ejercicio de la psicoterapia que busque en experiencias singulares un valor y un sentido que se agreguen a la situación, y no en el contexto de narraciones de pretensiones objetivas y desencarnadas. Su visión es original, una concepción crítica-poética de la psicoterapia, en la cual, como escribe en Palabras que permanecen, palabras por venir (Gedisa, 2011), el recurso de “lo poético es un escándalo necesario de la psicoterapia, más allá de los intentos, en sí mismos políticos, de moldearla como disciplina de la medicina”. Lo poético debe tener un sentido transparente, originario, que haga que las palabras y evocaciones del paciente “movilicen, abran o amplifiquen la promesa de un devenir alternativo a los caminos más recorridos, a los conocimientos más estructurados y disciplinados, la palabra no se agota en el signo, en la deriva del significante”. La psicoterapia poética que sugiere Pakman tampoco habrá de buscar la normalización de un tipo de conducta, de estilo de vida o de carácter, al contrario: “con lo poético se busca interrumpir tanto la infelicidad como la felicidad programática, tanto de lo uniforme como de lo abstracto”. Pero ¿qué es un evento poético desde las palabras de Pakman? Lo dibujaré con un ejemplo que él mismo refiere en Palabras que permanecen,

palabras por venir, una anécdota que cuenta de su padre, quien acostumbraba fumar una pipa alternándola con habanos. Él la heredó, meses después de la muerte de su padre, y la “sostenía en sus manos o mantenía cerca de él mientras redactaba algún trabajo”. Esa pipa podría ser cualquier pipa, una de tantas copias de ese eidos platónico, pero no, era una pipa única, irremplazable, como también las imágenes y experiencias instantáneas que al mirarla provocaban en su memoria. Pakman conoce la tradición filosófica, no solo clásica y moderna, sino también la que nace después del giro lingüístico, volviéndose crítico de las psicoterapias que hunden sus raíces en la metafísica, la epistemología dogmática o la racionalidad estricta que no da paso a los excedentes de sentido, a lo prelingüístico, a la imaginación originaria. Proponiendo entonces la alternativa de lo poético: esa morada interior en la que la “singularidad genérica, la potencialidad humana de ser único e irremplazable, en la cual los recuerdos y experiencias instantáneas se vuelven evidentes en eventos específicos”. La terapia como una poética, tal vez tan complicada como encontrar esas palabras que expresen y nos ayuden, a cada uno de nosotros, a construir, como escribe Nicolás Gómez Dávila, “nuestras moradas en granito, así sean las moradas de una noche”.

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ESCENARIOS

30 DE NOVIEMBRE 2019

DANZA

DOBLE FILO

Soprano rumana canta en náhuatl FERNANDO FIGUEROA

A Integrantes del Taller Coreográfico de la UNAM durante los ensayos del ballet de Tchaikovski.

Un Cascanueces muy otro

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ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA TCUNAM

stamos por arrancar el mes de diciembre y obligadamente las compañías de danza en el mundo responden a la tradición de montar el popular ballet Cascanueces del que ya hemos reflexionado en entregas anteriores. Sobre la partitura de Tchaikovski, la versión más conocida y presentada de este ballet es la creada por M. Petipa; sin embargo, muchos otros creadores y compañías han optado por revisar versiones y darle un giro al ballet. Tal es el caso del TCUNAM, la compañía universitaria de danza dirigida por Diego Vázquez. Con un lenguaje basado principalmente en el ballet contemporáneo, Vázquez ha incorporado a esta puesta en escena movimientos que provienen del hip hop y otros géneros de street dance, así como un acto de danza aérea. La versión toma como punto de partida el argumento de Hoffmann al que integra una serie de giros a la historia e incluye diversos elementos extraídos del cuento original, que no aparecen en otras versiones del ballet. La propuesta de Vázquez es, como todo lo que ha trabajado con el TCUNAM, fresca e innovadora. Así ha dado cuerpo al proyecto de trabajo con el que llegó a la dirección de la compañía universitaria. Le ha devuelto su carácter de taller con la participación de múltiples creadores de trayectoria internacional, él incluido, quienes han compartido diversos estilos y técnicas para

enriquecer el programa de la compañía basado principalmente en el repertorio de su fundadora, Gloria Contreras. Las expectativas del público han rebasado las del mismo Vázquez, pues a una semana del estreno las localidades para las funciones están agotadas. A propósito de este último estreno de la temporada, Vázquez comparte las inquietudes que lo motivaron a realizar un Cascanueces contemporáneo: “Siempre he tenido una fascinación por las versiones contemporáneas de los clásicos del ballet, más llamativas, que apelan más a la estética actual, a un lenguaje en el que nos sentimos más cómodos. Me he inspirado en coreógrafos que se han atrevido a hacer reinterpretaciones de los clásicos. Mark Morris, Thierry Malandain, director del ballet de Biarritz, o David Dawson me han dado ejemplos increíbles de versiones contemporáneas”. Esta versión de Cascanueces se estrenó con el Ballet de Cámara de Morelos con el reto de contar con once bailarines y echar mano de niños estudiantes de danza, lo que obligó a adaptar el primer acto, cuyo escenario

La puesta combina el lenguaje coreográfico contemporáneo con el hip hop

es una juguetería mágica en la que los estudiantes revisten el ambiente. “La novela de Hoffman me parece cautivadora, porque se trata de una historia dentro de otra historia, y eso lo llevo a cabo en mi ballet. Drosselmeyer le cuenta una historia a María y ella, al caer en un sueño, se imagina como protagonista de esa historia. Así justifiqué las adaptaciones y cambios. Confieso que primero para adaptar la versión a un ballet de cámara pero también por la fascinación que tengo por las interpretaciones de clásicos. Tengo esta versión de Cascanueces, una versión contemporánea de Le noce de Stravinsky, y una versión de Petrushka. Me encantaría hacer un Lago de los cisnes contemporáneo con unos cazadores que mueren de hambre y cazan patos”. La combinación del lenguaje coreográfico contemporáneo con el hip hop, bajo la rítmica clásica de Tchaikovski, a la que se suma la danza aérea, hacen de esta versión de Cascanueces una propuesta llamativa y orgánica que, aunque tiene una convocatoria natural, busca atraer a un público que guste de las distintas manifestaciones dancísticas a través de una invitación innovadora. En esta nueva etapa del TCUNAM, la versión de Vázquez ha generado entusiasmo y expectativas que hacen de éste un momento clave para la consolidación del proyecto de la compañía universitaria cuya misión es la de llevar la increíble experiencia de la danza al mayor número de público posible.

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compañada del pianista mexicano Alejandro Barrañón, la soprano y maestra rumana Anne Marie Condacse se presentó en el Museo Nacional de Arte con un programa de canciones en español, francés e italiano, todas ellas de compositores mexicanos: Manuel M. Ponce, Ricardo Castro, Gustavo Campa, Candelario Huízar, Armando Montiel Olvera, Carlos Vidaurri Aréchiga y Guadalupe Olmedo. De Salvador Moreno (música) y José María Bonilla (letra) ofreció en náhuatl “To huey tlahtzin Cuauhtemoc” (“Nuestro gran padre Cuauhtémoc”). Todo ese material lo grabaron recientemente y muy pronto saldrá a la venta. Al finalizar el concierto en el Munal, la cantante jugó ping-pong con Laberinto. Defina a México en cinco palabras. Gran cultura, pasión, gente maravillosa. ¿Y Rumania? Exactamente las mismas. Tres compositores de ópera. Bellini, Verdi y Puccini. Mircea Eliade o Emil Cioran. No puedo elegir. Cada uno de ellos hizo una gran contribución al pensamiento universal y le dieron brillo a mi país. El libro que más la haya cimbrado en su vida. La dama de las camelias, que sirvió de base para el libreto de La Traviata. ¿Cuál ópera siente que fue hecha para su voz? El viaje a Reims, de Rossini. ¿Hay algo que un maestro de canto no pueda enseñar a sus alumnos? Se puede enseñar la técnica, pero no todos los estilos. Por ejemplo, yo no sabría qué decirle a alguien que quiera cantar con música de mariachi. Recomiéndeme una composición de George Enescu. Poema rumano. ¿Sabe usted quién es otro Gheorghe, en este caso Hagi? Sí, por supuesto, un gran ex futbolista. También sé quiénes son Ilie Nastase y Nadia Comaneci. El peor enemigo de la voz. La enfermedad. ¿Y el mejor amigo? El amor a la música. Defina a Angela Gheorghiu con cinco palabras. Grandísima cantante y hermosa mujer. ¿María Callas está sobrevalorada? No lo creo. Ella es una de las mejores cantantes de todos los tiempos, sin duda. ¿Si no fuera cantante, qué otra profesión le hubiera gustado ejercer? Abogada. Su platillo mexicano favorito. El guacamole. Comediante favorito. Louis de Funès. El momento más feliz de su vida. Cuando nació mi hija. ¿Y el más triste? Cuando por alguna razón no puedo estar en el escenario. ¿Qué le falta por hacer? Oír más música y seguir cantando.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

30 DE NOVIEMBRE 2019

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

TOSCANADAS

Veinticinco millones de fracasados DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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ntre la literatura basura destacan los libros de autoayuda. Supongo que las únicas historias de éxito detrás de semejantes publicaciones son las de los propios autores, y que ya está condenado al fracaso quien busca inspiración en ellas. Encontré en casa ajena uno de los libros más leídos de ese género: Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva. Dios me libre de leerlo, y ya me molesta que el título tenga el número 7 y no la palabra siete, pero bastó el índice para darme cuenta de que esos hábitos son obvios. Ahora mismo puedo pensar en ocho, once o diecisiete otros hábitos, pero, claro, tantos hábitos no hacen un bestseller. Tomé el libro y abrí una página al azar: “Gracias a esta profundización en nuestros pensamientos y al ejercicio de la fe y la plegaria, empezamos a ver a nuestro hijo en los términos de su propia singularidad”. Sin detenerme a pensar qué le ocurría a su hijo, me pa-

MULTITUD

¿Quizá en busca de un libro de autoayuda?

reció espantable que al marcar la ruta al éxito hablara del “ejercicio de la fe y la plegaria”. O bien la invitación que el autor hace para “reconocer que la fuente de nuestra necesidad básica de sentido y las cosas positivas que buscamos en la vida son los principios, y personalmente creo que estos principios, así como las leyes naturales, tienen su origen en Dios”. Así las cosas, ya sabrá cada mediocrazo por qué no es una persona altamente efectiva. Al fin deja el gurú a dios a un lado y entra en materia terrenal: “Dado que nuestras actitudes y conductas fluyen de nuestros paradigmas, si las examinamos utilizando la autoconciencia, a menudo descubrimos en ellas la naturaleza de nuestros mapas subyacentes”. En fin, la portada del libro habla de los millones de ejemplares vendidos, pero omite decir que ningún fracasado se volvió triunfador por haberlo leído. Habrá que recordar que esos autores no buscan alumbrar el mundo sino vender libros. Si yo fuese un autor de

autoayuda, escribiría simplemente una frase: “Si usted pasa de los treinta, trabaja en cualquier hedionda oficina, no habla sino su propio idioma, no ha leído literatura, pasa la vida viendo la televisión y está casado con una mujer a quien nombra ‘mi señora’, entonces resígnese a moverse sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las antiguas ambiciones, las formas repulsivas de los sueños que se fueron gastando bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies inevitables”. Dostoyevski pensó en sus sentencias motivacionales cuando estaba por ser fusilado: “¿Y si no tuviese que morir? ¿Y si volviese a la vida? ¡Qué eternidad! ¡Y todo eso sería mío! Entonces yo cada minuto lo convertiría en un siglo, no perdería nada, a cada minuto le pediría cuenta, no gastaría ni uno solo en vano”. Piense en esto la próxima vez que entregue cerebro, alma y vida a una serie de la pantallita.

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CAFÉ MADRID

Manu: el jefe de la tribu

M

anu Leguineche, uno de los corresponsales españoles más admirados y respetados, tenía 23 años cuando consiguió sumarse a una expedición que batiría el récord mundial de distancia recorrida en coche. A esa edad, claro está, al muchacho le faltaba dinero pero le sobraba entusiasmo y astucia. “¿Cómo pretendes dar la vuelta al mundo en una expedición como ésta si no sabes conducir?”, le preguntaron, con acierto, los organizadores de aquel viaje al fin del mundo. “Tengo otras condiciones”, respondió. “No sé conducir ni nada de mecánica, pero sé cantar, jugar al mus, tengo muy buen humor, sé algo de geografía y he leído a Conrad, Stevenson y Verne”, les argumentó al grupo de tres periodistas estadunidenses y un fotógrafo suizo que habían planeado la odisea. Dos años de aventuras después, Manu escribió El camino más corto, uno de los libros fundamentales del periodismo contemporáneo en nuestra lengua. Durante muchos años, los libros de este reportero vasco, conocido en la profesión como “el jefe de la tribu”, solo podían conseguirse en las librerías de viejo. Por fortuna, ese cúmulo de reportajes, crónicas y memorias comenzó a ser rescatado hace poco más de tres años por Ediciones B y, de esta manera, su estilo y sus lecciones se han reavivado. Leguineche murió en 2014 y no pude conocerlo. Padeció una enfermedad degenerativa (nunca nadie de su entorno se ha atrevido a nombrarla y no sé por qué) que lo dejó postrado en una silla de ruedas y le apagó la voz. En 2012 quise conocerlo y Juan Cruz me facilitó el teléfono de su casa de Guadalajara (Castilla-La Mancha),

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA RTVE

donde se fue a vivir para alejarse del ruido en el que había trabajado durante toda su vida. Marqué el número y me contestó Rosa, la hermana y “ángel de la guarda” de Manu. “Ya no se mueve y tampoco habla. La verdad es que no le apetece recibir a nadie”, me dijo sin rodeos. Comencé un periplo para conseguir sus libros: El precio del paraíso, Yo pondré la guerra, Hotel Nirvana, El camino más corto y El club de los

Manuel Leguineche estuvo en la guerra de Vietnam, en varios conflictos de África y de Medio Oriente

faltos de cariño. En este último (toda una oda a la melancolía, a la soledad y al sentimentalismo), me vi claramente reflejado, me sentí el mejor destinatario de todas las anécdotas y reflexiones que contiene y me hizo desear una membresía premium de ese club, formado para personas como él, como yo y como algunos más que conozco. Pero en toda su obra, sin duda, destaca El camino más corto, porque es uno de los libros más didácticos para un periodista. Ahí están los pasos para saber explotar una de las principales premisas que sustentan nuestro trabajo: la curiosidad, la mirada multifocal al fondo de la miseria y a la superficie de la gloria. También la importancia de cumplir con la urgencia, pero siempre

El decano español de los corresponsales de guerra.

empeñándose en la escritura cabal para que a nuestros textos no se los lleve el viento. Manuel Leguineche —“gordito, bajito y de gafas”, tan vasco, tan español, que resolvía los malos trances riendo y no llorando y a quien todos sus lectores llamamos Manu, con cariño cercano, igual que en América llamamos Gabo a García Márquez, aunque no hayamos sido sus compadres— estuvo en la guerra de Vietnam, en varios conflictos de África y de Medio Oriente y en las guerrillas latinoamericanas; fundó una agencia de noticias; llenó un montón de páginas de periódicos, revistas y libros con sus neurálgicas crónicas y hasta hizo televisión (no se pierdan una charla magistral entre él y Kapuscinski, disponible en el archivo de Radiotelevisión Española). Los detalles de sus aventuras, de su disciplina y de la vida paralela a su trabajo los ofrece ahora uno de sus discípulos, Víctor López, en Manu Leguineche. El jefe de la tribu, una deliciosa biografía que acaba de publicar Ediciones del Viento. Entre las muchas observaciones que hace López en su investigación, está la manera en que la provincia de Guernica, donde Manu nació, fue lo que más marcó su forma de ser y su destino profesional. “La Segunda Guerra Mundial empezó en mi pueblo”, solía decir el periodista, porque el bombardeo inmortalizado por Picasso fue, en realidad, el ensayo de las acciones bélicas que más tarde encabezaría Hitler. Y también fue eso, subraya Víctor López, “lo que influyó de modo decisivo en el afán de justicia que Manu desarrollaría durante su etapa adulta, la que le llevaría a tomar la decisión de recorrer el mundo y a practicar la teología de la liberación periodística”.

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