Laberinto No.862 (21/12/19)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ENSAYO

HOMBRE DE CELULOIDE

ALBERTO BLANCO

FERNANDO ZAMORA

¿Para qué sirve la poesía?

François Ozon y los pecados de la Iglesia católica

Foto: Pascual Borzelli Iglesias

Foto: Mandarin Production

SÁBADO 21 DE DICIEMBRE DE 2019 AÑO 16 - NÚMERO 862

Cinco incursiones y estampas navideñas Amaranta Caballero, Raquel Castro, Alberto Chimal, José Agustín Ramírez, Daniel Rojas/ ILUSTRACIÓN: BOLIGÁN


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ANTESALA

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ARTES VISUALES

Enaguas revoltosas MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA CORTESÍA EUNICE ADORNO

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l Manifiesto fantasma, escrito por Vivian Abenshushan, acompaña a la exposición Desandares, que se presenta en el Museo de la Ciudad de México, y explora la frase que, en 1909, escribió Andrea Villarreal: “La mujer moderna tiene, más allá de los viejos límites marcados por el capricho masculino, una misión que cumplir: la de hacer rebeldes”. Y es esta rebeldía “la única salvadora del mundo que se pudre en la pasividad abyecta”, experimentada por seis mujeres integrantes del Partido Liberal Mexicano, la que documenta y a la que le da visibilidad Eunice Adorno. A esta artista le interesa documentar; así lo constata su trabajo fotográfico y su obsesión por meterse —casi hasta mimetizarse— en sus proyectos, y ésta no es la excepción. Lo distinto es que se atreve a jugar con estrategias del arte contemporáneo para crear esta propuesta que recupera, a través de la apropiación y resignificación, la aportación de seis mujeres liberales en la gesta de la Revolución mexicana: Andrea Villarreal, Elizabeth Trowbridge, Ethel Duffy Turner, Margarita Ortega, María Talavera Brousse y Lucía Norman. En 2016, Adorno se topó con la regiomontana Andrea, quien la inspiró para hacer ex profeso una obra para la colectiva La ciudad de las montañas, en Monterrey. Además de la radicalidad de estas revolucionarias, le impactó su olvido. Así empezó una investigación que la conectó con otras mujeres y archivos, en los cuales estaban “detrás de los grandes hombres” (como Ethel Duffy Turner, recordada no como la pareja, sino como la amante de Ricardo Flores Magón y de John Kenneth Turner, con quien llegó a México). Poco a poco las fue rescatando de la clandestinidad para reescribir su legado y armar un archivo a partir de las partes dispersas encontradas. Desandares es un archivo en construcción. Eunice Adorno hurgó en acervos fotográficos (Secretaría de Relaciones Exteriores, Museo de la Revolución, Archivo General de la Nación y Fototeca del INAH, entre otros), recuperó imágenes y documentos que intervino para narrarnos, más que la biografía de estas liberales, su descubrimiento, como se observa en los collages, en las retrografías; sobre todo, en la Falda dinamita, pieza colaborativa que nos invita a ser abrazados por una estructura que emula una tienda de campaña; ahí dentro nos sentimos arropados, intrigados, por esta casa construida a partir de textos bordados en telas que celebran la escritura de estas mujeres. Un hogar donde el espectador podrá sentirse cobijado por la rebeldía femenina.

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De la muestra Desandares.

Por gracia de Dios. Dirección: François Ozon. Francia, Bélgica, 2018.

HOMBRE DE CELULOIDE

Dos preguntas

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA MANDARIN PRODUCTION

apá, ¿aún crees en Dios?” Esta es la primera pregunta sobre la que Ozon construye Por gracia de Dios, un universo coral que retrata a diversos hombres abusados sexualmente. El abusador fue un sacerdote protegido gracias a una fórmula legal que muchos conocimos esta semana: el secreto pontificio. Aprobado en 1974, el secreto pontificio fue abolido por el papa Francisco este 18 de diciembre. Ahora ningún obispo puede negar información a las autoridades civiles en casos de abuso sexual. El estreno de esta película termina por ser providencial. A pesar de que Por gracia de Dios tarda en despegar, el guion de François Ozon resulta virtuoso. Merece sin duda el Gran Premio del Jurado que ganó en el Festival Internacional de Berlín. Y es que para contar algo tan desagradable y hacerlo con gracia era necesario comenzar en una posición particular. El primer protagonista de esta película es por ello un católico de tiempo completo. Alexandre tiene cinco hijos, dice no a la contracepción, va a misa los domingos y en el colmo del compromiso espiritual está convencido de que solo los bautizados pueden arreglar esta institución que hombres como él identifican con el Cuerpo Místico de Cristo: La Iglesia. Iniciar una película así con

un hombre como Alexandre posiciona a Ozon en el lugar adecuado para hacer sonar el mensaje de Por gracia de Dios. Porque no se trata sin duda de un ataque a la religión. Mucho menos de un ataque contra Jesús. De lo que habla aquí el director es de fe, de creencias sobrenaturales cuando lo que Alexandre identifica como Iglesia de Dios está tan mal. Y está mal por abusadores como el padre Preynat, lo cual nos introduce en la siguiente, tácita, pregunta incómoda en esta película: ¿por qué resulta tan mala la pedofilia? La pregunta parece tan desvergonzada que uno corre el riesgo de responder simplemente “porque sí”. Pero arte como el de Ozon no puede quedarse sin mostrar algo un poco más inteligente. Para tocar este tema es necesario que Ozon presente otros personajes de los que el cura ha abusado sexualmente. Cada uno de ellos presenta su testimonio, palabra bíblica que está relacionada (en griego) con la palabra “martirio”, pero, otra vez, ¿en qué consiste el martirio de

El primer protagonista de esta película es un católico de tiempo completo: Alexandre

la víctima de abuso sexual? La respuesta está en otro personaje de la película Por gracia de Dios. Emmanuel no solo tiene que enfrentarse a los prejuicios de la gente. En forma mucho más profunda, su personaje muestra algunos de los efectos que impactan de modo puntual en la vida de un hombre o una mujer abusado sexualmente. Desde que sufrió el estupro, Emmanuel siente un impulso onanista que ha terminado por deformarle los genitales. Es incapaz de comprometerse en ninguna relación estable y es incapaz de salir del círculo de confort que le ofrece su madre. Odia cualquier imagen de autoridad y es, en suma, como si el abusador hubiera sido una suerte de piedra sobre un árbol que le impide crecer. El violador lo ha condenado a ser un niñato además de que, como dice otra de las víctimas: “desde que el padre abusó de mí, cada que me acuesto con mi mujer, estamos ella, él y yo”. Alexandre y Emmanuel están a la altura del mejor cine de Ozon, que es el mejor cine de Francia. Esta obra ha conseguido responder a preguntas que autores tan inteligentes como Almodóvar no han atinado a mostrar como lo hace el gran arte, desocultando preguntas tan incómodas como esta: ¿por qué es tan condenable el deseo sexual por un niño?

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ESCOLIOS

POESÍA

Ángel de la guarda JAIME LONDOÑO

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Alfonso caminador ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

Si no sufres de hambre, ni pasas horas enteras midiendo el vacío a tu alrededor, tampoco te importan los fracasos, los caminos minados. La lejanía entre el deseo y lo cumplido no te afecta, careces de frío, dolor, lo mismo te da un callejón o un apartamento. Si tus heridas son de aire, qué te importa la vida, nadie te corta los servicios, no te embarras en los charcos, no te planchan en el bus, no te enamoras, no te embriagas, no sabes soñar despierta. Ángel de la guarda, sé por qué solo buscas compañía. De El secreto de los insectos (La Otra, 2020).

EX LIBRIS

Al maestro Arreola con cariño/ EKO

S

@Sobreperdonar

uele concebirse a Alfonso Reyes como un paseante virtual que recorrió las más distintas disciplinas y formas de escritura desde su sillón o su atril de lectura; sin embargo, en su momento también fue un andarín consumado, un devoto del caminar, que practicaba la religión peripatética de muchos escritores. En el otoño de 1914, el joven exiliado Alfonso Reyes llegó a Madrid, donde permanecería diez fecundos años. El brillante y sociable escritor se insertó muy pronto en la vida cultural de la ciudad y, un poco por su prodigiosa inquietud y otro poco por sus perentorias necesidades económicas, comenzó a escribir en las principales publicaciones y a trabajar en oficios aparentemente antagónicos, como el de investigador literario y el de periodista. Uno de los legados más vivos y graciosos de su faena periodística es el libro de crónicas Cartones de Madrid (1917). Por azares de la vida, en Madrid Reyes desplegó al máximo el vigor de las piernas, la mirada y el juicio que requieren la escritura ensayística y la crónica urbana. Pese a las fatigosas jornadas a destajo a que lo obligaba su pobreza, Reyes gozaba de cierto ocio y, sobre todo, del anonimato y la libertad para deambular, lo que no se repitió en sus ulteriores estancias parisinas, en sus misiones en Sudamérica o en su regreso a México, cuando ya se hallaba atado por su estatuto diplomático y su agitadísima vida laboral y social. Conocedor del género de la crónica de Indias, Reyes el americano escribe esta contra-crónica de la metrópoli, con tanto afecto como irreverencia. Sus viñetas son ágiles, coloridas y musicales y suelen bailar ante los ojos. Los temas y paisajes son muy diversos: festividades, costumbres, modas, retratos de especímenes humanos, observaciones sobre las rústicas afectividades de los arrabales, testimonios de la sociabilidad literaria o ecos de las canciones de amor. En este libro se combinan y confluyen las tres facultades físicas e intelectuales que forman al cronista: las piernas, la mirada y el juicio. Las piernas del cronista no soportan la inmovilidad, impelen al desplazamiento, a salir de la comodidad de los aposentos, respirar el aire libre y saborear las endorfinas del movimiento y la liberación del andar sin rumbo, ni proyecto. La mirada, a su vez, absorbe los jugos del paisaje, se alimenta tanto de lo insólito como de lo pintoresco y sabe mantener la atención plena aun durante la más enérgica marcha. El juicio del cronista constituye una disposición empática y abierta, que no está encerrada en sus meros prejuicios y que puede encontrar semejanzas e identificarse con los seres y fenómenos aparentemente más opuestos. Los tres se complementan: si las piernas se conforman con la moción y la mirada con la golosa ingestión de las imágenes, el juicio aprovecha el movimiento de los pies y la mirada embriagada de paisaje y ata cabos, establece analogías o arriesga conjeturas. Y así funciona el organismo caminador del cronista.

Por azares de la vida, en Madrid Reyes desplegó al máximo el vigor de las piernas

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LITERATURA

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Ofrecemos las palabras de recepción del Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2019. Son una vindicación y un recordatorio

¿Para qué sirve la poesía?

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ALBERTO BLANCO FOTOGRAFÍA PASCUAL BORZELLI IGLESIAS

lo largo de casi 50 años (hice mi primera publicación en 1971: un poema en prosa titulado, significativamente, “El vacío”) muchas veces me he hecho la pregunta: ¿para qué sirve la poesía? Normalmente, cuando una persona pregunta “¿para qué sirve la poesía?” está esperando que la respuesta automática sea: “para nada”. Y bien se le podría responder socráticamente con otras preguntas: ¿para qué sirve el brillo de los ojos?, ¿para qué sirve el aroma de los lirios, el sonido de las olas, el azul del cielo? Sin embargo, si la pregunta se hace con toda sinceridad, es posible obtener una respuesta sincera también. Así, alguna vez, después de una hermosa lectura de sus poemas, le hice al gran poeta polaco Czeslaw Milosz la pregunta más difícil que se le puede hacer a un poeta, disfrazada del más puro lugar común: “le quiero hacer una pregunta que puede sonar absurda, pero se la estoy haciendo con absoluta sinceridad, y mucho le agradecería que usted me respondiera de

la misma forma…, ¿qué es la poesía?” El poeta me miró a los ojos, guardó un largo silencio de reflexión, y al cabo me contestó: “sinceramente, no lo sé…, todo lo que le puedo decir es que la poesía me ha ayudado a vivir”. Subrayo que Milosz, con gran sabiduría, en vez de responder a la pregunta “¿qué es la poesía?”, respondió a la pregunta implícita: “¿para qué sirve la poesía?” ¡Para vivir! A lo largo de los años he intentado contestar por mi cuenta esta pregunta, bien sea en silencio, reflexionando a solas, o en respuesta a las preguntas de alumnos, amigos, familiares y periodistas, abordándola desde distintos ángulos y ofreciendo diversas hipótesis sustentadas en la práctica. De entre todas las respuestas que se me han ocurrido a lo largo de los años, destaco la siguiente: la poesía sirve para “enaltecer la vida”. Y me explico: en una entrevista que el escultor Henry Moore le concedió a Milton Esterow, éste último le recordaba: “Usted dijo alguna vez que el arte es un modo de ayudar a que la gente obtenga un mayor goce de la vida”. A lo cual el artista inglés sin mayores titubeos respondió: “Sí, el arte ayuda a la gente a maravillarse; pero… no es nada más una cuestión de placer. Es mucho más que placer

de lo que estamos hablando cuando, por ejemplo, uno ve por primera vez la catedral de Chartres. Es un maravillarse, un enaltecer la vida”. Este “maravillarse”, este “enaltecer la vida” ha sido la estrella polar que ha guiado el viaje de los mejores poetas, de todas las lenguas y de todos los tiempos. Me parece que no hago trampa ni violento el sentido original del pensamiento de Moore si en esta evocación cambiamos el sustantivo “arte” por el sustantivo “poesía”. Entonces podríamos decir que sí, en efecto: la poesía ayuda a la gente a maravillarse. Pero habría que agregar de inmediato que no se trata nada más de una cuestión de placer, de un gozo meramente estético, sino de “un enaltecer la vida”; una vida maravillosa y total. Es precisamente a esta aspiración a la que mucha gente, y en los más diversos y sorprendentes contextos, se refiere la mayor parte de las veces cuando habla, en un sentido muy general, de “la poesía”. Y es por ello que, por principio de cuentas, aquí me gustaría dejar claro que, salvo muy raras excepciones, cada vez que hablamos

“Somos luz, sí, pero tenemos un lado de sombra al que no le podemos dar la espalda”

de “poesía” estamos hablando, casi siempre, y cuando menos, de dos realidades completamente distintas que habría que deslindar. Por una parte tenemos eso que yo llamo La Poesía, con mayúsculas, la cima y la gloria de toda la creación humana; una noble aspiración por “enaltecer la vida y maravillarse” que citaba Moore. Un enaltecimiento que aspira, en última instancia, a alcanzar lo inalcanzable: la condición de un demiurgo, es decir, de creador. Sin embargo, existe otra acepción de la palabra “poesía”, que no tiene que ver con todas las artes y con ese algo que las trasciende, sino más bien con una sola de ellas: un arte extraño, humilde y singular que se relaciona específicamente con el lenguaje. Una poesía con minúscula de alcances mucho más limitados —al menos en apariencia— que se halla subordinada a las palabras, y que es a la que he dedicado gran parte de mi vida. En este sentido, podríamos afirmar que la poesía con minúscula sirve para aproximarse, cuanto es posible, a La Poesía con mayúsculas. Comencemos, pues, por saber que la poesía, como arte radical del lenguaje, nos sirve para comprender que un idioma es un medio… pero no es tan solo un medio, una especie de


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RESEÑA

Larga historia de la sombra

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vehículo neutro, sino que es un ser vivo y como tal hay que tratarlo: hay que atenderlo, nutrirlo, curarlo. La poesía sirve para mantener con buena salud “las palabras de la tribu”. Por eso no es una exageración decir que el poeta es “el médico del lenguaje”. O, como decían los antiguos poetas chinos, que la poesía sirve para “rectificar el lenguaje”. La poesía, además, en la medida en que es una forma radical de usar el lenguaje —la otra forma de usar el lenguaje, la llamo yo— sirve, entre otras cosas, para reforzar nuestra inteligencia y nuestra capacidad de imaginar. Y, por si fuera poco, la poesía nos sirve para entrar en contacto con las capas más recónditas de nuestra mente. En este sentido, la poesía nos sirve para acercarnos a la totalidad de nosotros mismos. Por último —y muy importante, aunque resulte un poco difícil de comprender—, la poesía sirve para hacer que la nada suceda. “Poetry makes nothing happen”, decía Auden. Esta inutilidad de la poesía, esta capacidad que la poesía tiene para hacer que nada suceda, o que la nada suceda, sirve para que no se nos olvide la silenciosa nada que en esencia somos. La poesía viene del silencio y sirve para profundizar el silencio de la mente.

El autor de Música de cámara instantánea y Todo este silencio, entre otros libros.

Así que, como se desprende de las consideraciones anteriores, queda claro que la poesía sirve —o puede servir— para muchas cosas. La poesía es un llamado que nos hacen las voces más antiguas enterradas en nosotros. Es la voz ancestral que nos habla de otro tiempo, es cierto, pero que al recordarnos cómo fuimos capaces de sobrevivir entonces nos está dando una lección para este tiempo. Una lección que, dadas las difíciles y oscuras condiciones en que estamos viviendo, resulta por demás urgente. Es un recordatorio. Como dijo José Gorostiza, la poesía sirve “para sacar a la luz la inmensidad de los mundos que encierra nuestro mundo”. Somos misterio, y la poesía procura que no se nos olvide. Somos luz, sí, pero tenemos un lado de sombra al que no le podemos dar la espalda. La poesía es una brújula incomparable que sirve para orientarnos entre la luz y la sombra, entre el esplendor y el caos generalizado, y sirve para alcanzar a tener más conciencia de nuestros sueños y en nuestros sueños. No es poca cosa. Contentémonos, pues —como decía Ramón López Velarde en la “Metafísica” de El minutero—, con “aprovechar, con modestia, la magia de dentro y de fuera”. Y a quienes a estas alturas se sigan preguntando, ¿para qué sirve la poesía?, solo agregaré: para ser feliz.

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DIEGO JOSÉ

l lenguaje es cáscara del propio lenguaje y el poeta persiste en abrir la dura nuez del lenguaje para alcanzar la pepita de oro del poema a través de las palabras. La lucha es con el lenguaje como materia y forma del poema. Pródromo (Vaso Roto, 2019) de Aurelio Major habla de la imposibilidad de la escritura poética y de sus síntomas modernos, desde el barroquismo hasta la abstracción definitiva. El título remite al malestar previo que se anticipa a una enfermedad y que en el libro se convierte en metáfora del acto de escribir. ¿Se refiere Major a la raspadura inicial del impulso poético, a la comezoncilla que las palabras producen en la necesidad de la escritura? Su propuesta plantea un posicionamiento referencial frente al lector como cómplice del acto poético: “Yo allá, tú aquí, ¿quién habla?”. Aurelio Major, como en otros de sus libros, interpela a un lector exigente, capaz de zambullirse en los abismos de la retórica para alcanzar el significado de ese decir al que aspira el poema. La selva oscura es entonces el verso y el poeta se adentra en el marasmo de las palabras para visualizar la luz, en este caso la nada latiente que se oculta más allá de los significados. Dividido y diferenciado en cinco secciones que comparten una vocación intelectual por el lenguaje, el libro abarca tanto el engarce lúdico de las palabras como una intención aforística. Aurelio Major demuestra un gran conocimiento del léxico que le permite tensar las cuerdas del sentido hasta su propio límite, sobre todo en los poemas que componen las dos primeras partes: “Especulares” e “Ilapso”. La sección intermedia, denominada “Esparcimientos”, propone una serie de fotografías sobre distintas maquinarias que irrumpen en el paisaje o que son absorbidas por el entorno al igual que las ruinas de las culturas antiguas. Cada imagen es realzada por una sentencia, cita o referencia que alude a una interpretación de lo mirado. En dicha sección central se encuentra el poema que organiza la compleja intención del libro: “Solo se podía escribir sobre la imposibilidad esencial de la escritura”. Poema que proporciona en gran medida las claves del libro, o, al menos, la prefiguración de su tentativa: “solo/ del laberinto del no/ puede surgir la escritura”. En el centro del libro está la marca de Aurelio Major, quien persigue muy de cerca el epígrafe de Blanchot: “Para callarse, hay que hablar”. El resto se estructura a partir de un planteamiento negativo frente al lenguaje; por esta razón, las fotografías funcionan como contrapeso de la retórica. La lección se afirma desde la imposibilidad poética: “ ‘yo’ no nombra a ninguna persona,/ ‘aquí’ ningún lugar,/ ‘esto’ no es ningún nombre/ rota ya está finalmente la fiera armadura/ y su espanto”. Supongo que se refiere a la armadura del lenguaje y al espanto por nombrar las cosas. Pródromo es un libro de dura cáscara que contiene algunas almendras luminosas, sobre todo cuando vence al ángel del léxico y se deja llevar por la sensibilidad del lenguaje y por la nostalgia de saber que el poema es evanescencia: “Soy una voz que arroja palabras/ que de fragmento en fragmento/ van enunciando la larga historia de la sombra”.

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Inusitadas metamorfosis, cambios climáticos, recuerdos familiares, el desamor y el destram concurren en estas inevitables incursiones

Cinco cuentos navideñ La cosa carmesí

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RAQUEL CASTRO IMAGEN SHUTTERSTOCK

amos a casarnos ­—dijo ella. —Vamos —aceptó él—. Pero debo decirte algo —añadió. Ella sintió que implotaba: seguro es casado y tiene hijos. O está enfermo de algo terminal. O… Pero él interrumpió sus pensamientos para confesarle: cada año, del 16 de diciembre al 6 de enero, se iría de la casa. Y no podía decirle a dónde. —¿Eres casado? —preguntó ella—. ¿Tienes hijos? ¿Estás enfermo de algo? Él respondió que nada de eso, pero tampoco podía decir más. Le pidió respetar ese único secreto. Ella accedió. A fin de cuentas, era medio punk. La Navidad qué. Todo fue bien por un tiempo. Él se marchaba cada 16 de diciembre, de madrugada, y ella se iba con parientes o amigos a celebrar las fiestas. Siempre decía que él tenía guardia especial en su trabajo. Horrible, sí. Pero al quinto año ella no pudo más: —Todos preguntan —se quejó—. Hablan de nosotros. Que si estás casado. Que si soy la otra. Él no cedía. Para chantajearlo, ella anunció que ese año se quedaría en casa. Sola como perro, dijo. Y él, que el resto del año era el marido más empático del mundo, no se conmovió. —Pues quédate —le dijo—. El que advierte no es traidor. Ese 16 de diciembre él no fue a la cama y salió sin despedirse. Pero ella solo fingía dormir y lo siguió poco después. Sorprendida, lo vio caminar entre los transeúntes de la madrugada hasta la alameda central. Lo vio esconderse en un rincón apartado, tras unos árboles. Lo vio mirar a todos lados y creer que nadie lo veía.

Y luego presenció su transformación. Primero, su cabello se volvió gris, y luego blanco, a la vez que crecía a velocidad inhumana. Luego su cuerpo se hinchó, monstruosamente, hasta rasgar sus ropas y quedar desnudo, obsceno bajo las luces eléctricas. Luego su piel morena se volvió casi transparente, y la sangre que fluía bajo ella le dio un tono rosado y antinatural. Después, un crecimiento: una especie de moho carmesí brotó de muchos puntos de la piel, cubriéndola casi por entero. Solo dejó visibles sus manos y su rostro. Parecía una túnica, aquí y allí manchada de blanco… Al fin, una pelambre blancuzca le cubrió también la cara, que ahora tenía mejillas tumefactas y una nariz horrible, bulbosa. Y entonces, mirando hacia el cielo, el transformado profirió un sonoro aullido. Ella gritó también, por el terror, y se desmayó. Lo que sucedió después se sabe por testimonios de la pareja involucrada y algunos testigos. Hubo conmoción ante el grito y el desmayo de la mujer, transeúntes que acudieron a ayudarla, y entre ellos el marido, rojo no solo por su metamorfosis sino por la vergüenza. Cuando ella recobró el sentido, y pudo mirarlo nuevamente, él le dijo: —Soy yo, mi amor, soy yo. ¿Ves por qué me escondía? Hubo discusión, reclamos, lamentos, pero al fin una reconciliación. Él le contó su terrible secreto. Ella se marchó, sacudida pero resignada, porque comprendía y por haber mirado (dijo) al interior de los ojos de

Ese 16 de diciembre él no fue a la cama y salió sin despedirse. Pero ella solo fingía dormir y lo siguió

su Bestia, y reconocido en el fondo la chispa que la había enamorado. Todo comenzó en una Nochebuena de la adolescencia de él. Estaban a punto de cenar y su madre lo envió a comprar bolillos. Casi era media noche. Al muchacho se le hizo fácil cortar camino por la alameda. Pronto sintió que alguien lo seguía, aunque

no veía a nadie, y cuando giró ya era demasiado tarde: un ser monstruoso, rojo y tumescente, saltaba hacia él, lo inmovilizaba, le mordía el cuello. Desde entonces, cada temporada navideña, mientras su fuerte esposa aguarda, se le puede ver en compañía de otros afligidos por su mismo mal, en la alameda o afuera de los centros


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, duros mpe juvenil

ños

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Estrella polar ALBERTO CHIMAL

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ola, querida Celeste, desde el crucero polar North Star IX. Están de moda: los barcos son los “hoteles flotantes” que antes iban por el Caribe y tenían nombres tropicales; ahora van de Prudhoe a los resorts de Nóvaya Zemlyá, o de Trømsø a Isla Victoria, pasando siempre por el Polo, el punto exacto de los 90º de latitud norte. Sí, aquel que estuvo cubierto de hielo durante millones de años. Yo lo he visto, Celeste. Se puede llegar hasta en invierno, como ahora, que Lino y yo acabamos de celebrar la Navidad aquí mismo. No son fake news. Díselo a la gente del instituto. Porque están ahí todavía, ¿verdad, Celeste? Sigo contando: hace 4 años, 9 meses y 12 días que no sabemos realmente nada de ningún sitio al sur de Colorado. Y de verdad, como te digo en cada mensaje que te envío, me siento muy culpable de haberlos abandonado, pero tú sabes que no fui la única. De hecho, todos ustedes deberían estar aquí. Si hubiera habido justicia cuando cerraron el tránsito… Tú sabes que a nosotros nos ayudó el puesto que tiene Lino, y que yo lo hice por mis hijos. Hay muchas rutas: millones de kilómetros cuadrados de hielo polar se han derretido. Los barcos pueden navegar casi por donde quieran, y es posible

pasar días sin ver un témpano, un barco de carga o una plataforma petrolera… No sé si mis mensajes sigan llegando hasta ustedes, Celeste. No me atrevería a escribirte un mensaje sin encriptar ni a enviarlo en otro medio que no fuera papel, pero sigo sin aceptar que los traficantes no quieran traernos nunca una respuesta. Tal vez todo es solamente una estafa. Aunque a veces imagino que ustedes, simplemente, rompen estos mensajes en cuanto les llegan. Ojalá no. Si hubieras tenido hijos, entenderías. Por favor, créeme que me preocupo. Que me importan. Y, ¿sabes? No debería estar escribiendo esto. Es ilegal. Y tú no entiendes la presión que hay aquí. Lino siempre me dice que nos merecemos estar aquí, que fue selección natural. Que él se ganó la subdirección en la compañía por ser mejor. Que no tenemos la culpa del calentamiento. Que si las zonas cerca del Ecuador se han vuelto inhabitables, ustedes son responsables de no haberse ido… Pero no. No puedo seguir con lo que dice. Mejor paso a otra cosa. Celebramos la Navidad con una cena baile al aire libre, en una de las cubiertas de paseo. Mucha música, mucho alcohol, mucha comida. No, no me privé: no tiene caso porque las sobras las tiran. Nos pusimos abrigos, aunque más por estar

en la temporada de noche polar que por otra cosa. Poco antes de las doce, la banda musical se detuvo y el maestro de ceremonias propuso un brindis. Uno que se ha vuelto tradicional: “Por las nuevas oportunidades, la paz en este lado del mundo, y los que no están”. ¿Lo entiendes? Los que no están son ustedes, tú y todos los demás. Los que viven allá. Y la gente que antes vivía aquí también. ¡Los esquimales! Y decimos las palabras con cara seria, porque no los hemos olvidado. Al final, lo que ha pasado con el mundo es algo trágico. Y no es malo sentirnos mejor por reconocerlo. ¿No, Celeste? La banda volvió a tocar de inmediato, pero muchos nos fuimos a los camarotes. Y cuando desembarquemos en Victoria, le daré esta carta a un traficante que me recomendó la esposa de otro ejecutivo de la compañía…, que también va a mandar su mensaje. Realmente somos muchos quienes escribimos a alguien al otro lado del mundo. Es una gran industria, clandestina, por supuesto. Me dicen que prospera sobre todo en fechas como éstas. ¿Puedes creer que lo siento, Celeste? ¿Que muchos lo sentimos? ¿Puedes aceptar un “Feliz Navidad”?

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Narrador, ensayista. Su más reciente novela es La noche en la zona M, una fantasía distópica.

Pinche Navidad

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comerciales. En general se contiene, y rara vez ha mordido a alguien, pero cada tanto debe levantar la cabeza y aullar: —¡Jo, jo, jo! Escritora, traductora. Obtuvo el Premio Gran Angular de Novela Juvenil por Ojos llenos de sombra.

ecibí la invitación para enviar un cuento. ¿El tema?: la Navidad. Acepté gustosa, escribir algo con aromas de ponche, sensación térmica de dos grados bajo cero y salpicaduras de zumo de cáscara de mandarina, sería un buen ejercicio para sacar a flote mi abandonado ánimo narrativo. Ajá. Al inicio traté de cuajar mentalmente la idea central, clímax, posibilidades, variantes del contexto; contar algo interesantón, divertido, con no más de tres o cuatro personajes, el desenlace sencillo o triunfal,enfin,laestructuraarquitectónica narrativa que un cuentito más o menos bien hecho implica. Escribí entonces una historia provinciana, costumbrista, navideña, inspirada en mi bisabuelo paterno. Pensé en él porque además de haber sido famoso por su sapiencia en el ajedrez, don de gentes, destreza manual en oficios finos como el papel de china, globos de cantolla, piñatas de animales y de siete picos, fue también famoso porque literalmente era el semental del pueblo. Mujer que no podía concebir, mujer que enviaban con él. “Llévela con don Pancho, el jijada hasta mulas embaraza”. Además, me dije: en tiempos del #MeToo resignificaré un contexto a través de una figura masculina de mi árbol genealógico. Investigué,

AMARANTA CABALLERO PRADO

me solacé a gusto con los adjetivos. Brotaron mis fijaciones: más garciamarquianas que ibargüengoitescas. Aguas. Pensé en La China Mendoza. Con esa triada de titanes en mi cabeza la presión comenzó a azotar duro la boca de mi estómago. Ya no pedía lograr la majestuosa estructura arquitectónica, con un cuartito de albañil que no se me cayera en la revisión me daría de santos. Invoqué: ¡oh, Rulfo!, ¡oh, Quiroga!, ¡oh, Katherine Mansfield!, vengan a mí. Sin darme cuenta iba en las ocho páginas, me habían pedido solo dos, la cagué. Fui por un café a la cocina, ahí encontré a mi mamá. Remendaba un saco de lana al ritmo de villancicos. Un disco de vinil que suena en la casa en cualquier época del año. Se la solté: —¿Te acuerdas de alguna anécdota o algo curioso que hubiera pasado en Navidad? Sin voltear me contestó: —Sí, la vez que tu abuelo fue a comprar un tocadiscos. Esa noche, durante la cena, lo conectó para estrenarlo, explotó. Se fue la luz. No sabía que tenía que usar regulador. O la vez que fui a comprar unos dulces para el día de Reyes. Hacía frío, sobre la calle un señor vendía bufandas y gorros tejidos. Enfrente de él una señora y un

niño pedían limosna, traía puesto un suetercito. Le compré al señor una bufanda y un gorrito, se los di a la señora. Fui a comprar los dulces. Al regreso, el niño otra vez traía solo el suéter. Me quedé viendo un rato. Otras personas hicieron lo mismo que yo: comprar al señor para regalarle a la señora. Después vi que ella cruzaba la calle con el bulto de prendas, se los daba al señor para que los volviera a vender. Eran familia. También recuerdo la vez que mi abuelita compró un guajolote en septiembre, lo engordó para Navidad. Le daba nueces, almendras, castañas. Se echó a perder la cena. Nadie quiso comer, todos se habían encariñado con el animalito. O el día que tu abue rompió sin querer las espadas de plástico, era el único regalo para nosotros esa vez. La cafetera soltó vapores anunciando listo el café. Mis ideas posmodernas sobre consumo, cuentos veganos, la teibolera vestida de Papá Noel, los santa closes trans, quedaron catapultadas cuando vi que a mi mamá se le pusieron los ojos rojos. Comezó a llorar. Ya lo he dicho, lo mejor de la Navidad es no saber, nunca recordar, pinche Navidad. Autora, entre otros libros, de Todas estas puertas y Okupas.

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Tipos duros DANIEL ROJAS PACHAS

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n esta fecha el departamento solía estar lleno de luces y decoraciones, un tupido árbol y figuras de Santa Claus. Mónica insistía en dar vida al lugar contagiando su alegría. Desde la ventana puedo ver los departamentos contiguos, copias del mismo espíritu festivo, la odiosa tonada y el rojo verde parpadeando. En la cocina es fácil escabullirse e ignorar el barullo del tráfico. David solía quejarse de los compradores compulsivos, esos que a última hora llenan las calles con demencia. Recuerdo sus discusiones: es mejor comprar comida hecha y cenar lejos de todo, evitar las visitas e ir al centro hasta después de fin de año, ella insistía en salir de viaje, ir al sur y pasar unos días con sus padres —cambiemos de aire, repetía insistente—. No soy amigo de las aventuras, en eso me parezco a David. El muy pendejo me usó de excusa un par de veces. Ella siempre terminaba gritando —odio tu apatía, todo lo vuelves aburrido—. No me explico cómo duró tanto su relación. No me malentiendan, me gustaba Mónica. David apenas sale ahora. No contesta las llamadas, duerme mucho, a veces no come y me ignora. Lo escucho llorar en el baño, por más que intente ocultarlo, se nota que extraña los detalles. El otro día, al ordenar una repisa con libros y cosas viejas, encontró uno de los muñecos de nieve que Mónica no se llevó. El pobre idiota se quedó mirando esa cosa inerte casi una hora, lo juro, luego se dispuso a botarlo, sin embargo, lo colocó junto a la puerta, fue patético, lo abrazó, creo que hasta lo vi besar al muñeco. Terminó destrozándolo por completo. Ayer estuvo horas frente al televisor en pijama, creo que se movió del sillón un par de veces, a mear y tragar, seguro que no se baña hace tres días. Pasó horas hipnotizado viendo esa película de un niño rubio que dejan solo en casa y pone trampas a los ladrones para defenderse. Todas las navidades con Mónica veían al jodido niño con su rifle, cómo no se aburren, pensaba. Reían a carcajadas y terminaban besándose. Esta vez ni siquiera parpadeo, los mismos chistes, las caídas y gritos, cero reacciones, parecía muerto. Acabó por dormirse viendo la del tipo atrapado en un edificio con terroristas y que termina con los pies cortados y saltando del tejado con una manguera atada a la cintura. Todas las putas navidades lo mismo. Con razón Mónica le pegó una patada en el culo. Hace siete años vivo con David, siempre me pareció un sujeto extraño, demasiado callado, pero eso me gusta, no se mete en mis asuntos, además, hay cosas peores que el silencio, antes de Mónica estuvo Sandra. Odiamos a Sandra. A veces temo que no se repondrá. Ya han pasado un par de meses, si lo hubiesen dejado en febrero, todo habría sido más sencillo. Estas son fechas complicadas, hay quienes se suicidan, otros terminan por enloquecer. Verlo tan desesperado me afecta. He considerado irme, pero sé que eso terminaría por destrozar al miserable. Es cierto que no me presta atención, aun así, mi presencia da estabilidad a su vida, soy parte de esa mínima constancia a la cual se aferra, tampoco soy joven, salir a las calles y buscar una nueva familia es un riesgo, no tengo el encanto de antes. Veremos cómo va la cosa hasta fin de año, mientras no haga otro numerito como el del muñeco de nieve y cambie mi arena día por medio, puedo soportar su hedor y que siga viendo los mismos estúpidos programas.

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Escritor y editor. Dirige el sello Cinosargo. Autor de la novela Rancor.

El sueño del ropavejero

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JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ FOTOGRAFÍA EFE

ay algo malo con la humanidad, ¿estás de acuerdo? —me dijo una voz interior—. Y es por eso que inventamos a Jesucristo, ¿me explico?, como un antídoto, para ese mal congénito. —De eso se trata todo esto de la Navidad, Charlie Brown—, me respondí. —Exactamente. Toma este asunto de la Nochebuena, por ejemplo. Súbete. —¿Qué tiene de buena? —me arremedé, dando el último sorbo a mi trago, y fumando una gran bocanada de humo psicotrópico—. Solo es un trinche pretexto para vender porquerías y atascarnos de alcohol. Pero vamos allá, solo permíteme, ya que te vas a poner tan serio, encender el radio, están transmitiendo un especial de rocanrol navideño, en “La cocina del alma”, el programa de don José Hombre-lobo Agustín, en Radio Libre Aztlán/ Underground: “Arrancamos con ‘Milky white way’, del disco de canciones cristianas de Elvis, aunque ya llegamos tan lejos que parece que sobreviviremos un año más”. —No cantes victoria, camarada. Ahorita que lleguemos te explico la operación. —Sip, agarras el bulevar. Es por allá, wey, da vuelta a la izquierda. Y hazme el favor de no raspar más la carrocería, que todavía es la nave de tu jefe, nuestro padre, que en su morada bajo el mar aguarda soñando.

“Continuamos con The Who, y su ‘Christmas’, del Tommy (que, por cierto, tienen nuevo disco, en este agónico 2019, aunque huele a despedida)”. —Das vuelta a la derecha, y luego otra a la izquierda, y ya llegamos. Tons qué, ¿quieres que les abra el portón de la iglesia, y la caja fuerte del cura?, porque sí junta buena feria ese pederasta infeliz. Dicen que está protegido por la maña, y siempre tiene una .45 cargada. “Y ahora Sufjan Stevens y ‘Sister winter’, de sus discos de Christmas Songs”. —¿Recuerdas el sueño del Santa Clos limosnero? Nos levantamos sonámbulos, y lo encontramos en el jardín, bajo el árbol de mangos. Éramos solo unos niños, y él era el viejo fetiche de la Coca Cola, pero convertido en teporocho. Y algo nos decía que Eso era Dios también, pero enfermo y decadente. —Ahí fue donde mi papá nos alcanzó, y nos llevó de regreso a la cama. —Ya vamos llegando. Entonces… ¿asaltamos primero la parroquia y luego la licorería o al revés? —La parroquia, desde luego. Le prometí al camarada de la vinatería

¿Recuerdas el sueño del Santa Clos limosnero? Nos levantamos sonámbulos

que este año no lo asaltaríamos, para variar. Le vamos a pagar, por varias cajas de alcohol y muchas despensas, con el dinero bendito del cura Melchor —y me respondí que okey—. Entonces llegamos a la pequeña capilla blanca, y forcé la cerradura, como el cerrajero de San Pedro, y mi conciencia entró en la iglesia, para realizar el asalto al cielo súbitamente… —¿Que pasó, ya estuvo, apañaste todo? —Sí, dejé al cura maldiciendo en piyama. ¡Arranca imbécil, que trae pistola y pantuflas! —¡De pelos, ora si nos rayamos con una feliz Navidad! ¡Vamos por unas putas! —Nonono, calma tus ansias… ¿Recuerdas el Sueño del Ropavejero? —y me respondí que sí, claro, “The Ragpickers dream” de Mark Knopfler, tu sabes, el jefe de Dire Straits, ya solista. —Pues para surtir ese banquete de mendigos y pordioseros, además de a todos mis amigos, los animales extintos, y demás creaturas fantásticas que habitan este sueño y esa canción, es que hemos robado lo que robamos hoy, mi estimado. ¡Para darle su Navidad a todos esos miserables es que soñamos esta noche! “Así que, finalmente, los dejo con Gavin Bryars & Tom Waits, acompañando a un gélido veterano sin hogar, con su melodía cíclica ‘Jesus blood never failed me yet’. ¡Salud!” Pintor, escritor.

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NARRATIVA, ENSAYO La conquista de México Tenochtitlan

Cara o cruz: Hernán Cortés

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EN LIBRERÍAS

21 DE DICIEMBRE 2019

A FUEGO LENTO Calleja. Guerra, botín y fortuna

Biblioteca mínima México, 2019

Sofía Guadarrama Collado Ediciones B México, 2019 744 páginas

Úrsula Camba y Alejandro Rosas Taurus México, 2019 104 páginas

Juan Ortiz Escamilla UV/ El Colegio de Michoacán México, 2019 270 páginas

Recurriendo a la ficción, la autora ofrece la versión de los mexicas sobre la caída de su imperio y los entresijos de su derrota a manos de 500 soldados españoles. La historia corre a través de la mirada de Moctezuma, Cuitláhuac y Cuauhtémoc, los héroes caídos que se opusieron en vano a su destino. Estamos frente a una recopilación de las últimas tres entregas de la heptalogía Grandes Tlatoanis del Imperio, una buena antesala para recordar los 500 años de la Conquista.

En la introducción a este volumen de la colección Cara o cruz, se anota que Hernán Cortés “es el gran apestado de la historia nacional”; acaso hay que precisar que es el primero, pues existen otras dos figuras, Santa Anna y Porfirio Díaz, que nadie enarbola. El libro no pretende reivindicar a Cortés; lo que busca es entenderlo sin prejuicios. Alrededor de su figura y la de la Conquista en general existen varios mitos que han impedido verlas con objetividad.

La imagen de José María Calleja es la de un fiel servidor de la Corona española, un recio estratega contra los independentistas. Hasta ahí lo que sabíamos a partir de los libros de texto. Pero qué hay del hombre que nació en una familia pobre y llegó a convertirse en el más rico de Valencia; qué hay del militar que hizo del botín su modus vivendi para incrementar su fortuna. Estas son las coordenadas que guían este ensayo que ilumina el periodo naciente de México.

Cara o cruz: Lázaro Cárdenas

El recuerdo y las heridas

Miradas que matan

Veka G. Duncan, Francisco Robles Gil Taurus México, 2019 120 páginas

Otto Granados Roldán Cal y arena México, 2019 95 páginas

Agustín Sánchez González L. D. Books México, 2019 160 páginas

Coordinada por Alejandro Rosas, la colección Cara o cruz presenta una visión dinámica de la historia. Los diversos partidos que han ocupado el poder eligen figuras que los representan haciendo historia de bronce. Los personajes históricos también son contradictorios y, como señala Veka G. Duncan, merecen “una mirada más profunda que muestre las diversas caras del hombre”. En el caso particular de Lázaro Cárdenas, está más allá de la expropiación petrolera.

El asesinato de mi abuelo, reza el subtítulo de esta memoria en la que volvemos a los primeros años de la postrevolución, cuando México libraba todavía una guerra de bandos ansiosos por hacerse del poder. Vidal Roldán y Ávila, el protagonista, un hombre que ha ejercido la política en Aguascalientes, se enfrenta al viejo orden representado por hacendados y terratenientes, reacios a seguir las nuevas reglas del juego. Lo individual es un espejo de lo nacional.

Estas Crónicas de mujeres asesinas, como reza el subtítulo, arrancan en 1836 y culminan en 1928 con dos casos iguales: mujeres matamaridos. La primera fue Carlota Guevara; la segunda, María Teresa Landa de Vidal, quien fue Miss México; la opresión con la que ha vivido la mujer en México, determinó sus actos. Anota en la introducción el autor que su pretensión fue mostrar “que el crimen y la miseria existencial, lamentablemente, siempre han estado presentes en nuestro mundo”.

Bendita cuarta de forros ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

E

l jurado que integraron Ana Clavel, Paola Tinoco y Edson Lechuga otorgó el Premio Bellas Artes de Minificción Edmundo Valadés 2019 a Biblioteca mínima (Secretaría de Cultura/ Gobierno de Sonora), una vindicación del género marginal de la cuarta de forros. Treintaitrés libros apócrifos cobran vida para erigir una tierra imaginaria. El thriller policiaco; la pieza de arquitectura suntuosa y a la vez precisa, como la hubiera imaginado Marcel Schwob; el relato de aventuras; la especulación borgeana; la fantasía con el aval de Italo Calvino; la ciencia ficción; el noir; la suplantación; la recreación histórica; el drama de enredos… son convocados para establecer un juego de manos entre la certeza de lo narrado y la impostura de los objetos y sus autores. En vez de la gracejada o la ocurrencia, tan comunes a la minificción, Alejandro Arteaga toma partido por el ensayo, que a ratos adquiere la espesura de la narración. ¿O qué otra cosa es la cuarta de forros sino un ensayo en miniatura? ¿Qué otra cosa es sino el relato ceñido de lo que nos espera? En tal sentido, podemos aventurar que Biblioteca mínima es el registro de los libros que el mismo autor desearía leer o acaso escribir. Reconocemos de este modo al escritor y, sobre todo, al lector. Sabe de algunas tendencias del mercado editorial que tal vez le guiñan un ojo a sus preferencias. Sabe también de las reglas de la seducción mediante la armonía entre la información y la sugerencia. Los libros que sueña son libros que ignorábamos y que ahora ocupan nuestros sueños. Dado a las claves, Arteaga revela su propósito en la pieza “Los escritores imaginarios”, atribuido a un tal Juan Cerbero: “Hallar en la memoria de la escritura una manera de experimentar lo que en la realidad resulta imposible, ese pareciera el cometido del autor de este curioso tomo”. Que un libro conduzca a otros libros me parece una de las tareas mayúsculas de un escritor. Que ese libro se sirva además de la contención y la elegancia me parece uno de los mejores antídotos contra esos mamotretos habitados por narcos, políticos y agentes de seguridad que reproducen el lenguaje de nuestra indigencia nacional. Hay, como demuestra Biblioteca mínima, otras tierras, y en ellas crece la inteligencia literaria.

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LITERATURA

21 DE DICIEMBRE 2019

ENSAYO

Henestrosa: fervor por la tradición oral Se cumplen 90 años de la publicación de su libro emblemático Los hombres que dispersó la danza

A

ndrés Henestrosa habría cumplido 113 años el 30 de noviembre pasado. Hombre longevo, estuvo entre nosotros hasta muy avanzada edad, pues murió a los 101 años, el 10 de enero de 2008. Destacó muy pronto en las letras mexicanas por un libro central en su vida: Los hombres que dispersó la danza, recopilación de mitos y leyendas del Istmo de Tehuantepec, principalmente juchitecas y huaves, que conoció siendo niño, a través de la tradición oral zapoteca, y que en un momento afortunado de su vida pudo trasladar al español con la ayuda de Antonieta Rivas Mercado, gran impulsora de las artes y la cultura en México. Henestrosa había llegado de 16 años a la Ciudad de México y un pintor amigo suyo, Manuel Rodríguez Lozano, a la vez amigo de Antonieta, los presentó. La situación en aquellos años era difícil para Andrés. Su sobrevivencia era precaria, se alojaba con una funda de almohada como maleta y dormía en un cine. Así que al conocerlo y saber de su talento, Antonieta, mujer generosa, quiso ayudarlo, le dio un trabajo modesto y lo albergó en su casa durante poco más de un año. Durante las noches le leía, traduciéndole textos de la literatura universal escritos en inglés, francés, alemán e italiano, aún inéditos en español. Henestrosa contaba que en ese entonces su español era muy elemental como para poder escribir lo que deseaba en este idioma, de modo que cuando se decidió a dar a conocer las historias, los mitos y leyendas de su tierra, los dictó a Antonieta. Vale decir que las historias no fueron transcritas al zapoteco pero provienen directamente de esta lengua, en sus variantes del Istmo de Tehuantepec, Juchitán e Ixhuatán. Fueron las lecturas que Antonieta le acercó a Henestrosa, en especial la colección de catorce tomos de Las musas lejanas, que contiene mitos y leyendas de lugares remotos, las que lo animaron a traer a la escritura las historias istmeñas que él conocía y que consideraba tan valiosas como aquéllas. Esta iniciativa deja ver con claridad su personalidad despierta y decidida, así como su energía y talento para enfocarse en lo que lo apasionaba: las letras. Los hombres que dispersó la danza fue publicado cuando Henestrosa tenía 23 años, en 1929, con un tiraje de 200 libros que se vendieron a peso. El mismo día de su cumpleaños le fue entregado al escritor el primer ejemplar. Aquella edición constaba

ARACELI MANCILLA ZAYAS RETRATO MANUEL RODRÍGUEZ LOZANO

El joven Andrés Henestrosa.

de un retrato suyo, más otros dos dibujos de Manuel Rodríguez Lozano. La primera edición del libro contenía un prólogo de Julio Torri, que se perdió. Así se afirma en el libro publicado por Carla Zarebska en 2004, ilustrado con preciosas pinturas de Francisco Toledo y acompañado además por fotografías de Graciela Iturbide. De la antigua primera edición se perdieron también algunas historias que fueron escritas nuevamente por Henestrosa para la edición de Zarebska. Vale recordar que el don de gentes y el talento de Henestrosa lo llevaron a ser admirado y querido por sus colegas, los más destacados artistas

Antonieta, mujer generosa, quiso ayudarlo, le dio un trabajo modesto y lo albergó en su casa

y escritores del siglo XX mexicano, a quienes sobrevivió y de los cuales, ya anciano, contaba deliciosas anécdotas con una memoria prodigiosa, tal como recuerdo de una de sus charlas ofrecida en la Biblioteca que lleva su nombre, en la Casa de la Ciudad de Oaxaca de Juárez. Sobre esto, queda como ejemplo un hermoso texto escrito por Octavio Paz, contenido en la edición oaxaqueña de Retrato de mi madre. En 1980, Paz rememoraba que Henestrosa había contribuido con este relato a la aparición, en 1938, del primer número de Taller, la emblemática revista de la que Paz fue cofundador. Hoy podemos comprender la admiración que suscitó Los hombres que dispersó la danza al publicarse, cuando era inusual que textos provenientes de las tradiciones orales mexicanas

tuvieran recibimiento y divulgación en los círculos literarios. El mismo Henestrosa contaba que su libro había sido elogiado por los literatos de las viejas maneras y los hombres de ciencia, sobre todo, pues en ese entonces los escritores mexicanos copiaban los estilos del extranjero, a los autores ingleses y franceses, principalmente. La publicación exclusiva en español de Los hombres que dispersó la danza, y no así en zapoteco, puede justificarse a la luz del momento de su aparición, si se considera que para entonces Henestrosa iniciaba apenas un camino como investigador de su lengua materna, que más tarde, en 1936, lo llevaría a obtener la beca Guggenheim para la preparación de un diccionario zapoteco-castellano. No hay que olvidar que Henestrosa había fundado la revista Neza en 1935, al lado de los creadores Gabriel López Chiñas, Nazario Chacón Pineda, Pancho Nácar y Alfa Pineda, para promover y divulgar la creación literaria en lengua zapoteca. Henestrosa respetó a José Vasconcelos, quien le había prestado ayuda en 1923, cuando llegó desvalido a la Ciudad de México, y lo siguió con entusiasmo en 1929, durante su campaña por la presidencia de la República. Vasconcelos fue un ferviente promotor de la idea de la raza, el mestizaje y la enseñanza en castellano. Así, resulta paradójico que Henestrosa iniciara, en cuanto pudo, un camino de estudio y rescate de su lengua, lo que motivó que con el tiempo surgieran más revistas en el zapoteco de las variantes istmeñas, entre ellas Neza Cubi y Guchachi’ Reza o Iguana Rajada. Su iniciativa contribuyó a que el zapoteco del Istmo sea hoy en día la lengua oaxaqueña con más textos literarios escritos y publicados. Las historias de Los hombres que dispersó la danza son diversas y registran múltiples tonos. Sin embargo, destaca en ellas algo en común y significativo: aun escuchándolas, leyéndolas desde el español, podemos sentir que vienen de un imaginario complejo, distinto al nuestro. De ahí que la construcción de las frases, su sintaxis, sus digresiones tengan particularidades que nos trasladan, con un ritmo especial, a los acontecimientos y situaciones de un mundo desconocido y deslumbrante. Sin duda, Los hombres que dispersó la danza, a casi un siglo de su aparición, ha sido un libro inspirador para resaltar la riqueza de la tradición oral no solo zapoteca sino de Oaxaca y México; para animar su conocimiento y recuperación actuales.

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ESCENARIOS

21 DE DICIEMBRE 2019

PERIPECIA

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IMÁGENES

Brando: un mito cultural

E El no show se presenta de jueves a domingo en el Teatro Helénico.

Los abismos del actor

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ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com FOTOGRAFÍA LUIS QUIROZ

l no show levanta la costra ante el espectador sobre lo que implica hacer teatro en México. El montaje lo hace partícipe y testigo de la carrera de obstáculos que se impone a quienes se dedican a esta profesión, ya que desde el momento de elegirla son sometidos al cuestionamiento social, el juicio y la discriminación, entre muchos prejuicios más, que actrices y actores aguantan estoicamente durante su vida sujeta a la eterna espiral de volver a empezar cada vez, sin importar su experiencia, bajo la aceptación o el rechazo de un nuevo director por montaje, presos de un vaivén emotivo y económico sin pausa, difícil de sobrellevar. Sentados a una mesa en semicírculo, con sillas, micrófonos y una pantalla al fondo, en la que se proyectarán diversos avisos y episodios en vivo, la obra de origen canadiense, escrita por Alexandre Fecteau, Hubert Lemire, François Bernier, con dirección de Fecteau y Clarissa Malheiros, nutrida por el elenco mexicano, le hace saber a la audiencia su trágica y cotidiana circunstancia con un sentido del humor punzante. No obstante, la bocanada de realidad decepciona y entristece al evidenciar el poco valor que en general se le da al trabajo actoral. El no show deja claro el menosprecio hacia el teatro, que abarca a buena parte de quienes, luego de haber decidido entrar a una función, buscan el modo de escamotear el costo del espectáculo a los actores y a la producción.

Si bien la característica de este montaje da la oportunidad a cada espectador de elegir libre y secretamente el monto que entre uno y 700 pesos pagará por su boleto, el elenco se entera pronto de que una parte del público decidió pagar lo mínimo al contar lo recaudado y constatar que no alcanzará para pagar a las cuatro actrices y tres actores. Luego de pasar el sombrero, deciden que tres miembros del elenco bajarán del escenario al no completar el monto para el sueldo de todos. Desde el pesar de no haber sido seleccionados por un público que antes votó por quienes quisieron ver esa noche, previo a la forma en que cada uno hizo el intento de seducir al espectador mediante una reveladora y extrema presentación por video, el elenco, conformado por Vicky Araico, Sara Pinet, Úrsula Pruneda, Pamela Almanza, Memo Villegas, Tizoc Arroyo y Adrián Vázquez, se presentó con su nombre para compartir su propia historia, que desborda un amor al teatro capaz de librar todo obstáculo con tal de seguir habitando el escenario. La experiencia es agridulce. Mientras los actores reviven episodios desalentadores, acoso, críticas y discriminación por su físico, su color de piel, su género, o su estatura, el resto

Los actores reviven episodios desalentadores, acoso, críticas y discriminación

del elenco busca el modo de externar su frustración, comunicar la injusticia y encontrar un camino, desde el límite de una situación desesperada que se vuelve cómica rumbo al hallazgo de una respuesta, que en algo atenúe el desequilibrio. El no show le habla de frente al público, lo incita a participar con su celular, se acerca a su butaca, lo involucra con esa parte, para muchos desconocida, que se esfuma en la vida de los actores, cuando se encuentran sobre el escenario al abrigo de la ficción y bajo la piel de un personaje. El montaje deja al descubierto lo que actores y público nos empeñamos en olvidar al entrar a un teatro: la falta de servicio médico para los artistas, de un sueldo fijo y estabilidad económica, hilos de un entramado que anuda el menosprecio al valor y al costo de su trabajo, que la mayoría confunde con un rato de distracción por el que no es necesario pagar. Ante el desolador panorama, sin embargo, sucede el milagro. Las cuatro actrices y los tres actores de El no show vuelcan su ser entero al conducir a la audiencia por sus preocupaciones y abismos, al tiempo en que ostentan su inmensa capacidad de plantarse sobre un escenario a desnudar su alma frente a quienes, azorados, no tienen más remedio que entregarse ahí, sentados en su butaca, de la misma forma: frente a la apertura de lo que hay detrás de una escenografía o de un vestuario que, en este caso, en lugar de ocultar, revela a sus protagonistas.

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ANDREA SERDIO

l 1 de julio de 2004 murió Marlon Brando. Tenía 80 años y una historia de tormentas. Había nacido el 3 de abril de 1924 en la ciudad de Omaha, en Nebraska. Fue el menor de tres hijos en una familia víctima de la violencia, con una madre alcohólica y un padre cruel y borracho que nunca dejaría de humillarlo. Siempre se llevó bien con sus hermanas Jocelyn y Frances, pero en la escuela fue un caso perdido. Expulsado de una academia militar en la que lo había inscrito su padre para doblegarlo, viajó a Nueva York con el deseo de convertirse en actor. Marlon tenía 19 años cuando llegó a Nueva York, donde vivían sus hermanas. En esa ciudad tuvo su iniciación sexual y aprendió a tocar la conga. Era libre, asistía a conciertos de música afrocubana, vagabundeaba por las calles y se volvió adicto a las clases de Stella Adler, su maestra de actuación. Brando debutó profesionalmente en 1944 con I Remember Mama y en 1947 le llegó la oportunidad de su vida cuando por recomendación del propio autor fue elegido para interpretar a Stanley Kowalski en la obra Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, bajo la dirección de Elia Kazan. Después de dos años de representar la obra de Williams, viajó a París. Al retornar a Estados Unidos filmó su primera película: The Men, sobre los conflictos que enfrentan los veteranos de guerra, y enseguida la versión cinematográfica de Un tranvía llamado deseo, en la que alterna con Vivien Leigh. Esta película lo proyectó al estrellato. La defensa de los derechos civiles, la lucha en contra de la discriminación, su ingente necesidad de ser un tipo duro, todo esto fue conformando la imagen pública de Marlon Brando, quien después de su primer triunfo filmó ¡Viva Zapata!, Julio César y El salvaje, que marcó a toda una generación por la manera como aborda la rebelión juvenil. La siguiente película de Brando fue Nido de ratas, en la que interpreta a un exboxeador que mira impasible cómo su hermano, un corrupto y mafioso líder sindical, doblega a los trabajadores del muelle. Esta actuación le valió el Óscar como mejor actor en 1954. Ídolo de James Dean, amante de Marilyn Monroe, propietario de una isla en Tahití, Brando volvería a ganar el Óscar como mejor actor en 1972 por su papel de Vito Corleone en El Padrino, la extraordinaria película de Francis Ford Coppola sobre la mafia, pero lo rechazó. En su lugar, una joven india habló del trato infame que Hollywood le daba a los indios. En sus últimos años, la carrera de Marlon parecería naufragar. Endeudado y con problemas familiares, hizo algunas películas solo por dinero. Pero también dos que quedan como muestra de su enorme calidad y talento, la controvertida El último tango en París y la inolvidable Apocalipsis Now. El actor nunca disfrutó ser una estrella de cine, pero lo fue, y de las más portentosas que han existido, como escribe Richard Schikel en Marlon Brando, la biografía (Paidós Ibérica), donde también argumenta su conversión en mito cultural, “una de esas raras figuras cuya vida pública invade permanentemente —y en cierta medida conforma— nuestras fantasías privadas”.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

21 DE DICIEMBRE 2019

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TOSCANADAS

Il Gattoverde DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

S

i la gente estuviese sinceramente preocupada por el cambio climático, la personalidad del momento sería un científico y no una niña. Pero en la civilización del espectáculo, el mayor efecto periodístico de la Cumbre del Clima en Madrid lo tuvieron Greta y Bardem, lo cual causó que buena parte de quienes exigían acciones al gobierno terminaran exigiendo boberías. Según una encuesta, la principal petición de los españoles a su gobierno fue que se prohibieran los autos de gasolina y se permitieran solo los eléctricos. Supondrán ellos que la electricidad se genera por fotosíntesis. Lo cierto es que el carbón sigue siendo el principal generador de electricidad, por eso, algunos tienen la sana ironía de pegar a sus autos eléctricos una calcomanía que dice: “Propulsado por carbón”. Los políticos lanzan promesas de cambio cada vez que miran una multitud y se preguntan adónde irán los votos,

GRETA THUNBERG

La activista ambiental volvió a robar cámara en la Cumbre del Clima.

y la Unión Europea se fijó el objetivo de reducir a cero las emisiones para el año 2050. Para esto se creó un fondo de cien mil millones de euros y habrá que crear modos de gastarlo; aunque Polonia dice que hace falta cinco veces más. Los planes son ridículamente inviables, mientras que la verdad no se pronuncia: es probable que dentro de treinta años se estén consumiendo más combustibles fósiles que al día de hoy. Por eso, cuando uno ve el espontáneo derroche de cien o quinientos mil millones, empieza a maquinar la existencia de cierta agenda y a responderse quiénes estarán detrás de la niña verde. Los mismos que ahora salen a la calle para protestar por el cambio climático serán quienes protesten porque habrá más apagones que en Venezuela, porque la factura de calefacción se duplica, por el alto precio de viajar en coche eléctrico. Con esas nuevas protestas, los gobiernos se olvidarán de lo que acordaron en Madrid, tal como se

olvidaron de lo que firmaron en Kioto o París. Hoy bastan tres días sin gasolina para una insurrección. A Macron casi lo guillotinan por subir un poco el precio del combustible. Las consecuencias económicas de volverse enteramente verdes serían tan catastróficas para la economía y vida, que el mundo acabará por confiar en la capacidad del ser humano para adaptarse a cualquier cambio de clima. Pero fantaseemos con que la Unión Europea se lanza contra los no renovables con alma, corazón y vida. ¿Para qué, si no lo hará el resto del mundo? No salvará ni un pingüino y a cambio logrará derrumbar las finanzas del planeta; y cuando se extienda la hambruna y llegue a la misma Suecia, y desesperados tengan que quemar sus bosques para calentarse, ya nadie escuchará las arengas de aquella antigua niña a la que bastó un sonsonete para seducirlos como flautista de Hamelín y llevarlos al abismo.

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BICHOS Y PARIENTES

La víctima y su verdugo

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ay suicidios utilitarios: hombres endeudados y a punto de perder todo se mataban para proteger a su familia. Táctica desde Roma hasta los banqueros de hoy. O heroicos: el que se mata para defender su familia, patria, clan. Pero los héroes son productores de admiración y discursos. El pasmo viene del otro lado: el suicidio que desemboca en un silencio sin significados, sin sentido. En el ITAM bien saben quién fue Durkheim, y que su análisis parece ciencia primitiva, pero es valioso: el suicidio de quien no halla sentido en vivir crece en las épocas de cambio: cuando las sociedades feudales, estables, plenas de “conciencia social”, quedan masticadas por los engranes de la industrialización. El ITAM atendió la receta de Durkheim: fortalecer la organización social… con un problema: enfocaron la atención a víctimas. Lectura parcial: la organización social se fortalece con la conversación y la creación de espacios que produzcan sentido. Y para eso es el diseño de las carreras: una oferta teórica y práctica, ofrecida a alumnos que vienen con sus propios intereses y posibilidades. Pero las nuevas generaciones llegan en la ausencia de diálogos y discusiones. Ya no se reúnen en el café, o la casa de alguno, para continuar lecturas, atar cabos sueltos de la academia o tallerear escritos. Y arriban a la vida universitaria cuando la verdad está en entredicho y abundan los medios construidos para mentir deliberadamente; cuando urge cambiar fuentes de energía en las formas de producción, pero nada sucede; cuando el capitalismo está en crisis. Su lugar en la sociedad se ha vuelto oscuro y difuso: el mundo no les ofrece ni

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA EFE

plazas de trabajo, ni mejoría económica ni cambio social. Mucho trabajo para quedar igual, o peor. El infierno que Marx veía en la vida obrera parece alcanzar a los universitarios, que debieron encarnar la promesa y recibir la estafeta del progreso. Basta comparar las perspectivas profesionales de los actuales estudiantes con aquellos de los años noventa que, sin terminar sus estudios, recibían ofertas de trabajo pletóricas de billetes en casas de

No se vale hacer juicios respecto de la voluntad, entereza, locura o cobardía de ningún suicidio

bolsa, bancos, instituciones financieras. Todo parece en crisis: las formas de producción, la naturaleza de los derechos, los sexos y los géneros, las clases y las relaciones sociales. Sin utopías, abrumados de denuncias, quejas, enojos, muchos solo saben su lugar de víctimas, no de partícipes o constructores de una tradición. Hay algo de impúdico y cruel en considerar los actos como datos. Sobre todo cuando implican la acción radicalmente individual de una persona consciente: el suicidio es un acto decisivo, final, definitorio y definitivo. Pero hay que señalar un cambio inmenso en la historia. El juicio ético, desde Aristóteles, era una intelección de símbolos y el acatamiento de una verdad exterior e independiente de

la voluntad subjetiva: el conocimiento es virtud; la virtud es conocimiento. Y esto se rompió con Rousseau y los románticos, que cambiaron el eje de los juicios. Ya no es un asunto de exterioridad; el punto central del acto ético es la congruencia, la integridad… con uno mismo. El yo como punto original y piedra de toque del valor ético. No se vale hacer juicios respecto de la voluntad, entereza, locura o cobardía de ningún suicidio. Pero muchos tienden a creer que una víctima no puede ser sino víctima; que el victimario es necesariamente otro, porque ninguna víctima es culpable. Y bien, el suicidio da por tierra con esta ramplonería: el suicida bien puede ser una víctima culpable. Cada caso, uno por uno. Los juicios no son intercambiables ni genéricos, pero parece haber desaparecido la capacidad de entender que en un suicidio la víctima y el asesino son la misma persona; que hay suicidas que son plenamente dueños de su acto, y que es una segunda crueldad borrar una acción llevada a cabo por propia voluntad libre. La ética de la integridad personal, independiente del mundo y autosustentada comenzó considerando al suicidio como un salto definitivo a la libertad. Werther: “querría abrirme una vena que me diera la libertad eterna”. Es la pregunta filosófica más importante, según Camus. Es el lugar de Antígona y es recurso moral de Séneca, quizá de Montaigne. Es también la pétrea admiración de Handke ante el suicidio de su madre: “lo hizo, al fin, se atrevió y lo hizo…”. Y es, en una lectura de Chesterton, un recurso de venganza radical, porque el suicida no mata a una persona sino a “todos los hombres; por lo que a él concierne, arrasa con todo el mundo”.

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