Laberinto No.865 (11/01/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO IN MEMORIAM

RETRATO

ANAMARI GOMÍS, VICENTE QUIRARTE

ELVIRA GARCÍA

El magisterio de Sergio Fernández

Los mil y un proyectos de Ignacio Toscano

Foto: Rogelio Cuéllar

SÁBADO 11 DE ENERO DE 2020 AÑO 16 - NÚMERO 865

Charlie Hebdo: cinco años después Víctor Núñez Jaime/ FOTOGRAFÍA: SHUTTERSTOCK

Foto: Mario Camino


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ANTESALA

11 DE ENERO 2020

CASTA DIVA

Nuevos museos AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA MOMA

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l Museo de la Cruda o la Resaca o Hangover, se inauguró en Zagreb, Croacia, casi al mismo tiempo que la flamante sala de performance en el MoMA de Nueva York, es una coincidencia que dictará las tendencias del arte para el 2020. En el movimiento de Fluxus, Joseph Beuys promovió la unión de performance y sustancias, así que las similitudes entre los performanceros en la sala de un museo, y los aficionados a la ingesta de alcohol son evidentes: comportamiento errático, sobreactuación, exacerbación de las emociones, desinhibición, inflingirse daño físico, excitación, incluidos los vómitos y la falta de control de los esfínteres, etcétera, la diferencia es que uno paga lo que se toma y al otro le pagan por comportarse de la misma forma, con el privilegio de ser considerado artista y no ser expulsado de ningún antro o cantina. Aplicando el “arte ampliado”, la museografía del Museo de la Resaca está inspirada en los museos de arte contemporáneo VIP, son instalaciones realizadas con los objetos “curiosos” de las borracheras que aparecen al día siguiente. Al finalizar los Happenings de Fluxus los artistas VIP recolectaban los objetos que utilizaron: vasos de plástico, ropa, restos de comida, etcétera, y los exponían en vitrinas, es el origen de las instalaciones del arte VIP, por ejemplo, el camión en donde vivieron por varios años Marina Abramovic y su amante Ulay, y en el que metían gente para tener sexo y “nuevas experiencias” se expuso en el MoMA, si exponen esa obra al Museo de la Resaca, funciona perfectamente, cuántos habitués a las cantinas no han vivido una situación similar. Los dos museos tienen intenciones didácticas, en uno previenen del abuso del alcohol y en el MoMA es educar al público sobre la importancia del performance, es muy loable saber que el exceso es perjudicial para la salud, lo han comprobado los sacrificados performanceros que se cuelgan, flagelan, embarran de sangre o petróleo, es muy oportuno que adviertan a los niños que esas actividades, sin la protección de una beca del gobierno y de un curador, dañan el prestigio social. Las políticas de formación de públicos podrían generar actividades entre los dos museos y abrir sucursales, porque están globalizados el consumo de alcohol y la incursión de decenas de miles de artistas VIP en el performance, cada país tiene un museo de arte VIP que subvencionan y dotan de arquitecturas excéntricas y costosas, es momento de abrir sus propios museos de la resaca y ampliar la oferta artístico-cultural. La diferencia es que hay cosas que hacen los performanceros que no haría ninguna persona en estado etílico, pero eso se solucionará con la motivación de que su obra será expuesta en un museo.

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New Performance Wing.

Una guerra brillante. Dirección: Alonso Gomez-Rejon. Estados Unidos, 2017.

HOMBRE DE CELULOIDE

Luz y movimiento

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA BAZELEVS PRODUCTION

dison no ha sido buen amigo del cine. En Chaplin, de 1992, por ejemplo, Attenborough no lo menciona. Por su fama de héroe nacional, pero su comportamiento ruin, Edison es inefable. El primer acierto de Una guerra brillante de Alonso Gomez-Rejon estriba en reconciliar al cine con uno de sus genios: Thomas Alva Edison. Sin exagerar en ninguno de sus polos, Una guerra brillante lo retrata entrañable y necio, juguetón y amargado, buen padre, pero empresario cruel. El espíritu de la obra está en parte en Benedict Cumberbatch, quien tiene experiencia actuando a locos. En 2014 interpretó a Alan Turing. Cumberbatch se enfrenta aquí con otros dos magníficos actores: Michael Shannon hace a George Westinghouse y Nicholas Hoult a Tesla. Pero la película es buena sobre todo por el director. A pesar de que fue enlatada por el escándalo de Weinstein (distribuidor original), vuelve a salir a la luz pues el montaje y la foto son excepcionales. Gomez-Rejon saltó a la fama con Yo, él y Raquel, ganadora en el Sundance. Más que obra autobiográfica, Yo, él y Raquel fue la promesa artística que Una guerra brillante termina por cumplir. La imagen de esta nueva obra recuerda a Martin Scorsese, quien por cierto aquí es productor

ejecutivo. Scorsese se ha dado a la tarea de proteger a Gomez-Rejon, quien ha aprendido a explotar la poética de su maestro. El ritmo de Una guerra brillante es dinámico, ideal para una generación acostumbrada a aprender de todo en tutoriales de YouTube. Como se sabe, Una guerra brillante gira en torno a La Guerra de las Corrientes. Este episodio poco conocido en la historia de Estados Unidos enfrentó a Westinghouse, Edison y Tesla en una lucha por conseguir las licitaciones para iluminar (textualmente) el territorio de Estados Unidos. La estrategia narrativa de Alonso Gomez-Rejon es ésta: comienza por informar al público los pormenores de esta guerra con una eficiencia que a cualquiera le quita el hartazgo de ver un biopic. Una vez que el cineasta ha conseguido intrigarnos con su ritmo, se permite pasearnos por la Exposición Mundial Colombina que tuvo lugar en Chicago en 1892. En este, que es el clímax de la película, todo explota con luz. No son solo las bombillas de

El ritmo es ideal para una generación acostumbrada a aprender de todo en YouTube

Westinghouse y Edison lo que brilla, no es solo la actuación, es el arte del cine, el de sobreponer imágenes, el de hacer música con fotogramas, introducirnos en el alma atribulada de Edison, Tesla y el primer hombre que fue electrocutado en una silla eléctrica. Gomez-Rejon ha conseguido poner en escena todo lo que significó en el mundo la aparición de la luz eléctrica. Si durante las primeras secuencias la fotografía es oscura y ambigua, poco a poco, conforme la guerra entre Edison y Westinghouse tiene lugar, la imagen comienza a iluminarse hasta que casi sin darnos cuenta llegamos al momento en que Edison se embarca en la aventura de hacer imágenes en movimiento: eso que hoy llamamos cine. La Guerra de las Corrientes ofrece a Edison el lugar que merece en la historia del arte. Y lo hace con luz y movimiento, con fotografía y montaje, con magníficas actuaciones y, en fin, con todo aquello que pone, indudablemente, al cine en el parnaso de las bellas artes. Es una lástima que un asunto tan feo como el comportamiento sexual de Weinstein haya sacado esta película de su corrida comercial. A pesar de su mala fortuna, tenemos la oportunidad de disfrutar de este entretenido y hermoso homenaje de luz que Gomez-Rejon regala a Thomas Alva Edison.

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ANTESALA

11 DE ENERO 2020

POESÍA

Mar

LOS PAISAJES INVISIBLES

Elizabeth Wurtzel

RUTH VARGAS LEYVA

En este mar me sumerjo, lavo mi herida, evoco la memoria primigenia, penetro a su abismo. Un castillo de arena me aguarda y se derrumba a mi paso. Medusas iluminan mi ruta de sal, de piedras pulidas por el peso del agua, de estrellas sin noche. En este mar bebo un agua que endurece la lengua, que pronuncia el silencio, que convierte la luz en un océano contenido en la boca. De este mar emerjo adherida a la roca, con la huella de abismos y la sombra de náufrago. De Siete poetas jóvenes de Tijuana. Entonces/ Después (XXII Ayuntamiento de Tijuana).

EX LIBRIS

Justicia para TODAS/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

no de tantos párrafos tortuosos de Nación Prozac: “Lloro por la naturaleza elusiva del amor, la imposibilidad de tener a alguien para siempre y por entero que sea capaz de colmar el hueco, ese hueco abierto que en mí se ha llenado ahora de pura depresión. Entiendo por qué a veces se desea matar a un amante, comerse a un amante, aspirar las cenizas del amante muerto. Entiendo que esa es la única manera de poseer a otra persona con ese ansia desesperada que tengo por tener a Rafe dentro de mí”. Con una sudadera que cae apenas por debajo de sus pechos (a fines de los años 1980 y parte de la década siguiente, esa prenda a la que llamaban “ombliguera” fue accesorio básico en los guardarropas juveniles), y jeans a la cintura, la chica se sostiene la cabeza por detrás con el brazo derecho. El cabello alcanza, desparpajado, su abdomen liso, y ella mira a la cámara con expresión de ternura desolada. Sus grandes ojos marcan una simétrica armonía con los labios carnosos. Frágil y bella. Esa es la apariencia de Elizabeth Wurtzel en la portada de Nación Prozac (1994), su debut y único libro de éxito, porque con el tiempo, la obra de esa joven que se graduó en Harvard y obtuvo el galardón Rolling Stone de periodismo universitario, iba a despeñarse con el mismo ímpetu con que ascendieron a la fama aquellas Memorias sobre la melancolía, los fármacos y otras drogas, el sexo impulsivo, la búsqueda desesperada de algo que no sabe a ciencia cierta, la inclemencia consigo misma, la vacuidad, la pesadilla, la vida en el limbo y la evasión. Por Nación Prozac, la crítica proclamó a Elizabeth Wurtzel como la sucesora de Bret Easton Ellis y sus novelas en las que los antidepresivos sirven de muletas a los personajes (Menos que cero, Las leyes de la atracción y Psicosis americana, básicamente), y de Douglas Coupland y sus relatos en los que el sentido existencial debe ser una fantasía química o nunca lo será (Generación X y La vida después de Dios), pues la franqueza con la que expuso sus fracasos, sus fobias y sus deudas personales, empeoradas por la umbría cotidianidad de los consultorios, los siquiatras, los divanes y las amargas reflexiones sobre Sylvia Plath, Virginia Woolf, Zelda Fitzgerald, Kurt Cobain, Anne Sexton, Robert Lowell y una larga lista de genios asociados con la depresión y la locura, funcionó como un referente generacional entre la enfermedad y los usos paliativos del Prozac o del Xanax, sea ante una disfunción genuina o ante una realidad que devoraba las perspectivas a futuro, o simplemente, para aplacar el tedio y la apatía de la abundancia (los yuppies de Easton Ellis recurrían a esas píldoras con fines estrictamente recreativos), pero sin sumergirse a fondo en la desgarradura, como lo hizo William Styron en Esa visible oscuridad: pese a su sincera recreación de los días terribles, Nación Prozac padece un dramático tic de megalómana literatura fashion, mácula que afectó al resto de sus trabajos. Y es que, sus siguientes libros, Bitch: In Praise of Difficult Women, More, Now, Again: A Memoir of Addiction, The Secret of Life y Creatocracy, solo cosecharon sarcasmo, burlas y críticas feroces, y lo mismo sucedió con los esporádicos artículos que publicó en periódicos y magazines. La otrora chica prodigio aquejada por la bilis negra, diría Hipócrates, se dejó llevar por la espiral de un ego donde cupo todo: el síndrome de la eterna adolescente, la victimización, el narcisismo, el fanatismo de género, la nostalgia por la belleza perdida y, sobre todo, por el fracaso: personal, profesional, emocional. Elizabeth Wurtzel murió el 7 de enero en Nueva York. Tenía 52 años.

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DE PORTADA

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Sobreviviente del atentado contra el semanario francés, Philippe Lançon refiere aquí su nueva faceta como escritor tras la publicación de El colgajo

Charlie Hebdo : cinco años después

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VÍCTOR NÚÑEZ JAIME FOTOGRAFÍA AFP

a mañana del 7 de enero de 2015, a eso de las 11:30, el periodista Philippe Lançon estaba enseñándole a uno de sus compañeros de la revista Charlie Hebdo un libro de jazz que, unas semanas antes, había comprado en un viaje a Colombia. Ambos acababan de salir de la reunión editorial que el semanario satírico francés llevaba a cabo cada semana para planear sus contenidos. Hojeaban el volumen en un rincón de la redacción, ubicada en el Distrito XI de París, cuando, de pronto, los hermanos Kouachi, integrantes de la rama yemení de Al Qaeda, entraron al lugar con sus fusiles AK-47 y, al grito de “¡Alá es grande!”, comenzaron a disparar. Las ráfagas ensordecedoras acabaron con la vida de doce personas e hirieron a otras once. Rodeado de muertos, sangre y sesos, Lançon quedó tumbado en el suelo, aturdido y con la mandíbula destrozada, pero aferrándose a la vida. Antes del atentado, Philippe Lançon había conseguido ser un prestigioso periodista cultural de Libération y cronista de Charlie Hebdo. También había escrito un par de novelas. Después del atentado, pasó 282 días hospitalizado, superó una veintena de operaciones para reconstruirle la cara, volvió a nacer, tuvo que volver a

aprender a vivir y, dice, se convirtió en “un verdadero escritor”. De todo ello da cuenta en El colgajo (Anagrama), que recientemente se publicó en español y que, según su editorial, ha vendido más de 300 mil ejemplares en Francia y ha recibido tres premios literarios (el Femina, el Roger Caillois y el Renaudot). “Colgajo” es el término utilizado por los cirujanos para referirse al trozo de piel con el que cubren una herida. A Lançon le extrajeron hueso y piel de una pierna para reconstruirle el rostro e hizo suyo el concepto médico para titular su libro-crónicatestimonio-autoficción (muy emparentado con el estilo de Emmanuel Carrère). “Es que no quería un título patético ni sentimentalista. Además, esa palabra, en francés, también remite a la idea de estar destruido y pienso que dice mucho”, explica a Laberinto en un clarísimo español vertido de varios acentos latinoamericanos. “Tuve una novia mexicana y luego otra chilena y también pasé un tiempo en La Habana, así que… algo de español aprendí, sí”, agrega con media sonrisa, y entonces deja ver una cicatriz en su labio inferior (lo demás ha sido cubierto por la barba que se dejó crecer). Con la carne violentada y la psique devastada, este hombre que, a pesar de ello, asegura no haber perdido el sentido del humor ni almacenar odio en su interior, insiste en que no habla como víctima sino como un simple escritor. La entrevista con Lançon tuvo lugar el pasado noviembre, cuando

estuvo en Madrid invitado por el Festival Getafe Negro que, año tras año, reúne a autores y a lectores de novela policiaca. Platiqué con él después de que pasó una mañana entera en el Museo del Prado. “Me paré un buen rato frente a los cuadros de El Greco. Tiene un retrato de un médico de Toledo. Le hice una foto, con la posterior protesta de un vigilante del museo, y se la mandé a uno de mis médicos para que viera a uno de los ancestros. Luego me detuve ante un cuadro de Goya llamado El perro semihundido. Y me identifiqué bastante con ese cuadro. Porque representa mucho de lo que sentí el día del atentado. Es una obra que llega a lo más profundo de la existencia. La desesperanza, la soledad… todo está ahí”. ¿Cómo transcurren ahora sus días? Sigo con mi trabajo, con mis curas en el hospital, sigo escribiendo y sigo viviendo este libro. Sigo, simplemente sigo. He desarrollado un vínculo y un idioma especial con los médicos. Es como si tuviera dos familias: la de siempre y la médica. La verdad es que vivo con una fragilidad dentro del cuerpo que solo se la expreso a los médicos. ¿En algún momento se ha sentido culpable por seguir vivo y no haber muerto como varios de sus compañeros?

“De repente, Francia se ha encontrado con una identidad que no conoce en absoluto. No se preparó”

No siento culpa por estar vivo. Creo que todos los que sobrevivimos al atentado no sentimos culpa, simplemente porque no teníamos tiempo ni energía para pensar: “¡Carajo, yo he sobrevivido y los otros no!” La culpabilidad del sobreviviente la han sentido los que no fueron heridos. ¿Cuál es su actitud ante los musulmanes? Escribí esta crónica para no escribir un discurso político. No iba a hacer una diatriba contra los musulmanes. Solo conozco a tres de ellos y son muy diferentes entre sí y también diferentes a mí respecto a lo que pensamos. Así que prefiero no hablar de los musulmanes. Acaso es cobarde por mi parte, pero no me siento competente para hablar de eso. No he estudiado el tema. Nada más. ¿Los evita? No. Confieso que sentía recelo cuando, por ejemplo, se sentaban a mi lado en el metro. Sentía pavor de los que llevaban una mochila, porque temía que luego explotara. Pero me propuse no dejarme llevar por eso. Los veía, no me bajaba del metro y… el miedo se fue.


DE PORTADA

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Aquella mañana del atentado usted estaba todavía inmerso en la polémica que había causado Sumisión, la novela de Michel Houellebecq. Sí. Yo escribí en Libération, justo un día antes del atentado, que Sumisión era simplemente una novela. El problema es que Houellebecq es un buen novelista y huele el mundo en el que vive. Pero cuenta historias, no discursos. Historias que se desarrollan con la imaginación. Una novela está hecha para dar libertad de imaginación y pensamiento al lector, no para decirle: usted tiene que pensar así. Lo que pasa es que el libro es analizado por políticos, sociólogos, que quieren hacer de una novela lo que no es. Una novela es a la vez menos y más que eso. Pero estamos en un mundo de publicidad, y Houellebecq, cuando concede entrevistas, cambia el registro y a menudo da su opinión. Y los que leen luego la novela lo hacen desde esos puntos de vista. Él sabe perfectamente jugar a eso. La polémica da deseo a la gente de comprar el libro, pero el libro es mejor, es mucho más ambiguo. Y hay mucho humor. El humor siempre significa distancia de las cosas. Ese tipo que encuentra perfecto el nuevo poder islámico, con las mujeres dedica-

das a la cocina y a abrir las piernas… Dijeron que Houellebecq es islamófobo, pero todo lo contrario: es islamófilo, y de lo más reaccionario. Pero si uno escribe una novela, repito, no es para dar un discurso. El del 7 enero de 2015 no fue el primer atentado a su revista, y en Francia, además, han sufrido varios. Después de ellos, ¿la convivencia de una sociedad multicultural como la de su país se ha recrudecido? Hace más de 30 años que la sociedad francesa está cambiando y la clase política en ningún momento ha preparado a la gente para que pueda entenderlo. Después de la descolonización de los años sesenta empezaron a venir un montón de africanos y árabes para construir nuestras calles y nuestros edificios. Nunca quisieron ver que esa misma gente iba a quedarse y a tener niños, y que eso era parte de la nueva cara de Francia. Hasta muy recientemente esto no existía en la representación nacional y esa parte oculta, esa importante minoría, forma parte de la Francia actual. Lo que ocurre es que, de repente, Francia se ha encontrado con una identidad que no cono-

ce en absoluto. No fue preparada para ello y la culpa de ello la tienen, sobre todo, los políticos, porque son los elegidos para que exista la comunidad nacional de la forma más razonable y realista, y que podamos vivir juntos. No lo hicieron, no tuvieron la valentía de explicar a los franceses blancos que en la Francia de ahora hay ciudadanos franceses árabes y africanos. Ahora ya lo dicen, pero debieron hacerlo hace 30 años y cambiar el sistema para permitir que esa gente pudiera tener acceso a una vida normal. A un lustro de lo ocurrido en la redacción de su revista se llevará a cabo el juicio contra los inductores del atentado. ¿Tendrá que ir? Claro, soy testigo y tendré que ir. ¿No será muy duro para usted? No. Me imagino que solo será aburrido. En su libro hay miedo pero no odio. Así es. No puedo inventar un odio que no tengo. Mi odio tendría que estar dirigido a dos piernas oscuras, que es lo único que vi durante el atentado. Solo vi sus rostros después, pero en los pe-

El periodista cuya crónica autobiográfica acaba se aparecer con el sello de Anagrama.

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riódicos y en la televisión, y ese es un mundo un poco abstracto que no tiene nada que ver con lo que viví. Tampoco es muy dramático. Incluso contiene un punto cómico, como cuando el entonces presidente François Hollande fue a visitarlo al hospital y se preocupó más por la cirujana que lo atendía y no tanto por usted. El libro es como la vida. Es dramático y es cómico a la vez porque la vida es así. A mí el detalle de la cirujana, muy guapa, a la que Hollande alabó no pocas veces, me dio una cierta alegría. Porque no dejaba de ser un detalle muy vital, algo que hubiera podido decirle a una persona que no estuviera en mi estado. Algunos de mis amigos se indignaron. Pero… por todos es sabido que a Hollande le gustan mucho las mujeres. Y que se fijara en mi cirujana no quiere decir que no fuera muy atento y simpático conmigo. Para mí fue un momento ligero, agradable, en un sitio que no es nada ligero como la habitación de un hospital. Agradecí ese toque de aire fresco. En su crónica llama la atención la manera en que se desdobla y parece un personaje muy distinto en cada faceta de su vida. Es lo que quiero hacer sentir al lector: ese corte entre varias personalidades, esa manera que tiene la vida de reconstruir las raíces que crecen y se entremezclan bajo la tierra y en el subconsciente. La reconstrucción siempre resulta anárquica. Cuando estaba escribiendo no me daba cuenta de eso porque el proyecto resultaba muy sencillo: contar lo que me había pasado, aunque el principio siempre resultó más claro que el final. Al escribir, supe que tenía que hacerlo para saber lo que había vivido. Existen, al menos, tres personajes: el hombre que era antes del atentado, el hombre después del atentado, que está hospitalizado, y el hombre que ha escrito el libro después de eso y que vive en otra situación. Es un trabajo basado en la memoria: las situaciones cambian y el propio escritor ya no es el mismo que aquel que ha vivido el acontecimiento. Es bueno que así sea, porque la escritura pertenece siempre a otro espacio. En el caso concreto de lo que me ha tocado vivir, hubo varios hombres distintos. Dice en El colgajo: “¿Qué puede hacer gente que ha dedicado su vida a dibujar y escribir, cuando le pasa algo así? Seguir dibujando y escribiendo. Es el mejor acto de vida que puedes hacer”. A pesar de lo que me ocurrió, no estoy en contra de las religiones en sí, pero sí del uso de la religión como un poder para fomentar el odio y aislar a una parte de la humanidad. Eso no puede ocurrir. Hay que seguir viviendo. Pero es lo que me preocupa del islamismo, como del racismo o el nacionalismo. Porque ahora estamos en un nuevo contexto, mundializado, y el odio circula como la información y como los plátanos que vienen a Francia desde Perú. Y las malas ideas circulan más que las buenas y todo se complica y pretende ponernos unos contra otros y aislarnos y… luego pasa lo que pasa.

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LITERATURA

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Con dos textos recordamos a Sergio Fernández, académico y creador de complejas estructuras verbales

Dueño y señor de los encuentros

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ANAMARI GOMÍS FOTOGRAFÍAS ROGELIO CUÉLLAR

onocí a Sergio Fernández a mediados de los años setenta. Para ese entonces había leído muchos de sus ensayos y Los peces (1968), “la historia” inaprensible de una mujer en Roma, que persigue la sensualidad. Sergio siempre dijo que era una escritura para ser sentida y no para ser entendida. En aquella lejana época, me figuraba que leía a un Góngora moderno de finales del siglo XX. Poco después asistí a un seminario de tesis con él. Su adjunta era Teresa Weisman y tanto ella como Sergio opinaban de los avances de nuestros trabajos. Entre otros, se encontraban en la clase el escritor Hernán Lara Zavala, que analizaba una novela de John Updike, no recuerdo si Corre, Conejo, y Raquel Serur, hoy embajadora en Ecuador, que trataba Orlando de Virginia Woolf. Mi tesis abordaba, ni más ni menos, Los peces y el muy querido Huberto Batis se convirtió en mi asesor. En el seminario, el doctor Fernández, a la hora de opinar, daba una clase completa en dos o tres trazos. Por primera vez escuchaba yo a un profesor que brincaba los límites de las literaturas hispánicas y que además sabía y opinaba sobre otras literaturas. Por él estudié luego literatura comparada. Una característica suya estribaba en que rompía siempre con la solemnidad y eso establecía de inmediato un puente con sus alumnos. Por otro lado, sus intervenciones en clase parecían un hoyo

negro en el universo, que pasaban de un mundo a otro, de un periodo a uno muy diferente. Lezama Lima convivía con Sor Juana, la Woolf con Simone de Beauvoir, Proust consigo mismo. No recuerdo que lo haya comparado con nadie. No sé cómo, pero Sergio escogía a sus estudiantes, o más bien a sus seguidores, y luego manteníamos con él una gran amistad. Hoy eso sería impensable. Después del MeToo mexicano, de los movimientos feministas actuales, la cercanía con cualquier profesor se vuelve sospechosa. Con Sergio Fernández era, en cambio, una aventura intelectual. Nos reuníamos varios en su casa, “Los empeños”, donde se festejaba la literatura, la amistad, el cine, la pintura y la risa, claro está, la risa que todo lo parodia. Esos encuentros peripatéticos, en el sentido de que los estudiantes seguíamos estudiando con el maestro más allá del aula, aunque no paseáramos, han terminado. No solo porque Sergio ha muerto sino porque corren épocas justicieras, que a veces se pasan de tueste. En las visitas a “Los empeños” convivíamos también con Paula, la hija de nuestro maestro, y también con doña Lupita, su madre. De repente, alguien del grupo se convertía en asiduo. Yo, menos que otros. Sergio me llamaba inasible, personaje fugaz. Y, sin embargo, no había vez que no me hiciera una alabanza. En Segundo sueño (1976), de complicada estructura, la madre del narrador echa las cartas del Tarot. Sergio también lo hacía, así como de repente recurría a explicaciones astrológicas del mundo cotidiano, lo cual, en su caso, revelaba su conocimiento de la

mitología griega y latina, y justo por eso interpretaba la escritura barroca y descubría dónde era que Sor Juana o Góngora le daban la vuelta a un mito y lo reinterpretaban. El Tarot lo subyugaba. A mi exmarido le “leyó” la tirada de la vida. Yo nunca quise algo tan definitivo, me daba miedo, pero por lo menos un par de veces recurrí con él a la lectura de esos naipes. Resultaba cosa muy seria y, aún peor, de veras daba en el clavo. Sergio tenía mucho de extravagante y subversivo. Extravagante para la vida diaria, subversivo lo era para sus interpretaciones de los textos literarios y, desde luego, en su propia escritura. ¿Quién, sino él, habría de estudiar los sonetos amorosos de Sor Juana Inés de la Cruz como poemas que se refieren al Santo Grial: “pues ya viste y tocaste/ mi corazón deshecho entre tus manos”.1 ¿Quién, además del doctor Fernández, se atrevería a considerar que Cervantes, preso casi un lustro en Argel, salvó el pellejo las veces que quiso escaparse, gracias a que era amante de uno de sus custodios?2 Quisiera dar la fecha exacta en la que Sergio Fernández dictó una conferencia en una abarrotada Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras y contó cómo, de joven, se escapaba de su casa para tener aventuras homosexuales. Los desfiguros de mi corazón (1983) es un anecdotario vivo, como de bichos en probeta, que muestra lo paródico, el horror y lo perverso. Lo recorren personajes reales: Pita Amor, Elena

Descubría dónde era que Sor Juana o Góngora le daban la vuelta a un mito y lo reinterpretaban

Garro, María Félix, Toño Peláez, Edmundo O’Gorman... Sergio Fernández exhibe ahí una época, sus debilidades y, desde luego, sus fortalezas. Hombre firme, seguro de sí mismo, unamita de tiempo completo fue el doctor Fernández, maestro emérito de la Facultad de Filosofía y Letras y del SNI. La UNAM era su casa, una parte importante del mundo, de su mundo. Debo decir que mi maestro podía ser terrible, endemoniarse, establecer disputas brutales con sus amigos, que refrendaba, según sé, en largas cartas escritas a mano, o que buscaban un arreglo con la otra parte, seguramente la más ofendida. En mis muchos años de tratarlo solo una vez tuve un choque con él. Ocurrió en el estacionamiento de la Facultad. Dije algo que no le


LITERATURA

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La lección del maestro*

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VICENTE QUIRARTE

omo muchas otras cosas definitivas, debo a mi padre, también profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, el primer acercamiento a la palabra y la persona de Sergio Fernández. Unas vacaciones decembrinas en Veracruz leí, deslumbrado, su prólogo a las Novelas ejemplares de Cervantes, en la edición de Sepan Cuantos, obsequio de mi padre. Más tarde aprendería, en lecturas más profundas del mismo texto, que un prólogo representa una enorme responsabilidad y que su hechura —original y propositiva— demanda artes tan exigentes como las de un poema, silogismos tan precisos como los elementos de un poema. En la relectura de la prosa crítica de Sergio Fernández no dejamos de asombrarnos y conmovernos, del mismo modo en que sucede con la reincidente sonata de Mozart. Como pasaban los semestres, y mi padre se dio cuenta de que yo no tenía remedio, y que de las letras iba a depender la perdición o la gloria, me dijo: “Busca a Sergio Fernández. Profesores vas a tener muchos, y muy buenos. Maestros, pocos. Sergio Fernández es uno de ellos”. Para tratar de comprender aquel consejo, acudo al inevitable Diccionario de autoridades, que me dice: “Profesor: El que ejerce o enseña públicamente alguna facultad, arte o doctrina. Maestro: el que sabe o enseña cualquier arte o ciencia. La distinción la hace la palabra saber. El maestro sabe, no solo acerca de su materia, sino cómo enseñar, formar, transformar. Deformar. Reformar”. Llegué al Seminario de Crítica Literaria de Sergio Fernández con fascinación y terror. Advertencias las tenía todas, pero las sorpresas no dejaron de ocurrir. El Seminario era una arena de circo romano cuyos participantes habían leído todo y todo lo habían padecido. Merecían, entonces, disfrutar su señorío ante el arribo de la nueva e inocente víctima. El Seminario consistía en presentar nuestro proyecto de tesis y defenderlo. En aquellas pruebas constantes, inclusive los más duros lloraban. Todos salíamos con la plena convicción de que nada teníamos que hacer en esa Facultad y que Balzac tenía razón cuando afirmaba que la literatura es una tarea imposible. Sin embargo, necios y obstinados, regresábamos por más. Más golpeados salíamos. Pero también más limpios y orgullosos. En ese entonces, Sergio Fernández hablaba poco. Permitía que sus alumnos más brillantes y avanzados condujeran las sesiones y

probaran las armas que habían ganado en buena lid. Sin embargo, cuando la marcha se atoraba o la víctima en turno atrevía una barbaridad, el maestro hacía uso de la palabra. Una sola de esas clases equivalía a un semestre. Su exposición, elegante y precisa, lúdica y erudita, iluminaba nuestra precaria tiniebla, trazaba cartografías y constelaciones para que nosotros piloteáramos nuestra propia nave. Sergio Fernández y su seminario me rescataron de las aguas oscuras de la terminología de un océano que si ahora respeto, en ese entonces amenazaba ahogarme. Me enseñó que la literatura es esencialmente vida y que diseccionarla equivale a matarla y que, como en el amor, debemos cuidarla y procurarla, sin sepultarla prematuramente. Fue él quien me animó a escribir mi tesis de licenciatura sobre Luis Cernuda, cuando el soberbio andaluz no gozaba de la merecida fama pública que ahora lo ha convertido en un poeta sin tiempo. Exclusivas y celosas, la escritura y la docencia reclaman la atención absoluta de sus potenciales iniciados. Con todo, existe una estirpe que parece haber descubierto el antídoto para permitir la feliz y durable convivencia del doctor Jekyll, que en el aula piensa y enseña a pensar, y el señor Hyde que, orgullosamente solitario, explora los probables caminos para el laberinto inagotable que llamamos hombre. A esa extraña especie pertenecen el doctor Fernández y el señor Sergio. Semejante dualidad no es fácil y pocos han podido, como él, mantenerla con tanta honestidad como fortuna. Ser escritor es construir un mundo del cual se duda a cada instante. Ser profesor es construirse en la conciencia de los otros. Seguimos a nuestros profesores y hallamos a nuestros maestros. Del mismo modo en que de niños descubrimos que nuestros padres hacen el amor como el resto de los hermosos animales, nos vamos enterando de que nuestros maestros existen en otro ámbito: que hacen libros y luchan y padecen y hallan el tiempo para capitanear un aula y prolongar la lección en la mesa de café, tras las rejas de la prisión o en la cama de hospital. Sergio Fernández es de esta clase de criaturas que sabe que la responsabilidad del maestro no termina una vez que se fecha el libro terminado ni cuando el reloj dice que es la hora de salida. La estética de su prosa y de su cátedra es más durable e invencible en la medida en la que está fundamentada en una ética autoimpuesta y exigida a los otros. •

Los peces es un tratado sobre la pasión; retraso y consagración del instante

El autor de Los peces y Segundo sueño, quien murió el 6 de enero.

gustó, una tontera, no me parece grave ni aún hoy, pero Sergio se alzó con una furia tal que me soltó una filípica muy violenta de la que no recuerdo absolutamente nada. Solo me viene a la memoria lo mucho que lloré, moqueé y la pasé mal. A la siguiente vez que lo vi, en una comida, lo abracé y la amistad se retomó. Me asistieron la suerte y también el cariño de Sergio, porque no siempre el doctor Fernández se reconciliaba con la gente. La vejez volvió a Sergio Fernández dependiente de su ayudante, a quien adoptó como hijo. Abandonó “Los empeños” y ambos se fueron a vivir a Guanajuato y luego a Veracruz. Quise visitar a Sergio muchas veces, pero no me lo propuse en serio. Me ponía mal pensar que vería a mi maestro viejo, a lo mejor indefenso. Además

me cuesta salir de mi entorno, dejar a mis perros, viajar de motu proprio. La doctora Eugenia Revueltas y Carmen y Malena Galindo sí hicieron el esfuerzo y lo vieron varias veces. En mi caso, creo que la última vez que vi a Sergio fue en el Bistró Mosaico, que ya quitaron. Comimos con él dos amigas, exalumnas igualmente, y yo. Era un día de calor. Sergio llevaba puesto un traje color crema y una camisa azul eléctrico. Había colocado su sombrero panamá en una silla y, como todas las veces que convivimos, se tornó en dueño y señor del encuentro.

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La copa derramada. Estudios de los sonetos amorosos de Sor Juana, 1986. 2 Una visión interna del Quijote. El Mediterráneo de Cervantes, su juventud: Italia y Argel, 2009. 1


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LITERATURA

• Al igual que muchos otros, me acerqué a Sergio Fernández con la conciencia de que iba a encontrarme con uno de los más auténticos y rigurosos maestros de nuestra Facultad y con uno de los escritores más originales y diferentes de nuestra literatura: atestiguaba el milagro de un alumbramiento distinto: el lenguaje se trenzaba en forma de una red anhelante de atrapar la energía del deseo y sus múltiples, prodigiosas quimeras. Entre innumerables interpretaciones, Los peces es un tratado sobre la pasión; retraso y consagración del instante a través de las mejores palabras, afiladas en el esmeril de un hombre de genio antes que de ingenio, como quería el maestro Gracián, tan caro a Sor Juana como a Sergio Fernández. A la luz de Los peces se explica la concepción amorosa de Sergio Fernández y a la luz poderosa, implacable del amor se explica todo su proyecto escritural. No el amor como emoción espontánea, sino como refinada domesticación de las pasiones, geografía de la criatura miserable y sublime dentro de la cual gozamos y sufrimos. Cualquiera puede ir a Roma y descubrir a una muchacha a punto de ser seducida por un sacerdote. Solo el escritor de genio es capaz de explorar los túneles del encuentro, y hacer de Roma escenario de la perdición y la gloria. En la persona de la muchacha sin nombre, Daisy Miller regresa a Roma para continuar la interminable espiral del lenguaje iniciada por Henry James. Entre varios inolvidables encuentros con Sergio Fernández, me quedo con una entrevista que me concedió hace varios años, para hablar de su obra narrativa. Cito de memoria, para creer más en el amor que en el conocimiento, o, más bien, para creer en el conocimiento que da el amor. Entonces me habló del texto que vulnera, de la metáfora como un vampiro y del hermetismo cuya meta final es la transparencia. Si recuerdo todo esto sin necesidad de acudir al texto, es porque esas tres enseñanzas han sido definitivas para mi manera de comprender la literatura y, por tanto, de comprender la vida. Aplicadas a Los peces, los tres elementos de su poética encuentran instantáneamente su equivalencia. Al enfrentar esa novela, Sergio Fernández se sumó a la negativa de escribir “La marquesa salió a las cinco” y decidió examinar el drama oculto bajo la anécdota, borrada y superada por la manera de decir. De ahí su escritura exasperante, garra enguantada en terciopelo. Nada sucede y todo es modificado. Una muchacha camina por Roma. Nimbada por el deseo, es el vampiro que trasciende el tiempo, ese enemigo que nos alcanza con la muerte del ángel y al adquirir conciencia de nuestra fugacidad. Como la de Segundo sueño, la de Los peces es una escritura difícil y hermética, pero no imposible. El verdadero amor no es privilegio de tontos y lo mismo ocurre con la literatura. Si la realidad es canalla, al escritor —y a sus lectores— nos queda el lenguaje como ámbito para buscar la libertad, aunque ésta sea, como quería André Gide, una sucesión de cárceles, esas prisiones donde nada nos puede impedir soñar y construir, conspirar y viajar alrededor de la alcoba.

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Los peces apareció en 1968, cuando una nueva realidad exigía nuevas palabras para ser designada. A partir de entonces, supimos o recordamos la vieja verdad de que la plenitud es un trabajo arduo y que el conocimiento prospera para la imaginación. También en ese 1968, Sergio Fernández nos advertía en el prólogo a Retratos del fuego y la ceniza: “Pues la felicidad no le importa a la literatura, como tampoco la placidez o el bien por sí solos, sin ningún aleatorio”. En efecto, la literatura no es la felicidad. Más bien es la más inexplicable y refinada forma del masoquismo pero, una vez aceptado, es el más noble de los caminos hacia la verdad. He titulado estas palabras “La lección del maestro” en homenaje a una

Sergio Fernández nos brinda una permanente lección de inconformidad ante lo inmediato

breve y hermosa novela de Henry James, cuyo descubrimiento debo también a Sergio Fernández. Porque si varias son las enseñanzas, una sola es la lección del maestro. Como Henry St. George a su discípulo Paul Orvet, Sergio Fernández nos brinda una permanente lección de inconformidad ante lo inmediato, lo comodino y lo efímero y nos lanza en pos del absoluto. Podemos fracasar en la búsqueda, pero nada nos quitará la gloria del intento. Imán poderoso y atractivo, el maestro logra que seamos obediente acero. No creo equivocarme al utilizar la primera persona del plural, Sergio Fernández nos ha hecho sufrir. No está de más recordarlo una vez más: el amor tiene alto precio y más todavía el buen amor. Si nos ha hecho sufrir ha sido para aumentar el conocimiento de nosotros mismos, porque solo así podremos saber que vivir es escribir con todo el cuerpo y transmitir a nuestras

futuras víctimas —nuestros alumnos que al mismo tiempo serán nuestros vampiros— sus efectos devastadores. Las letras y su ejercicio exigen y admiten adjetivos que comienzan con la misma letra: irremediable, imposible, inevitable. Insustituible. “La belleza ha de ser convulsiva o no ser” nos enseñó André Breton. También Sergio Fernández. Para qué la belleza si no nos cimbra, nos transforma y nos ayuda a imprimir con tinta indeleble la nota de nuestro breve paso en el planeta. Gracias, maestro, por esa permanente e interminable lección de vida.

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* El 6 de enero de 2020, Sergio Fernández llegó al fin de su aventura terrestre. Estas palabras fueron pronunciadas el 1 de septiembre de 2004, en los 50 años de docencia del maestro en su Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ahora se reproducen desde esta orilla.


EN LIBRERÍAS

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NARRATIVA, POESÍA, ENSAYO La mujer que nació tres veces

La Compañía

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A FUEGO LENTO

Si no, el invierno

Laberinto México, 2019

Sandra Frid Planeta México, 2019 246 páginas

Verónica Gerber Almadía México, 2019 199 páginas

Anne Carson Vaso Roto España, 2019 449 páginas

Esta novela de corte histórico sigue la huella de Nahui Olin, la poeta, pintora y musa que animó la bohemia mexicana en la década de 1920 y que terminó sus días hundida en la más triste condición. Su vida sirve para introducirnos en las vidas de sus contemporáneos, a quienes amó y siguió hasta las últimas consecuencias: Manuel Rodríguez Lozano, Diego Rivera, Tina Modotti, el Dr. Atl, Lola Álvarez Bravo. Mujer de fuego, terminó consumida por su temperamento.

No sabemos quién es la Compañía pero en algún momento descubrimos que solo se alimenta de agua y no agrada a la familia que le ha dado un cuarto al fondo del sucio jardín. Se trata, en realidad, de la reencarnación de un cuento de Ámparo Dávila, un avistamiento a la desdicha. Gerber echa mano de la fotografía, el montaje, el testimonio y la entrevista para retratar la existencia de Nuevo Mecurio, Zacatecas, donde solo hay cabida para los despojos de cualquier tipo.

Fragmentos de Safo es el subtítulo de esta edición trilingüe. La traducción al inglés corrió a cargo de Anne Carson y al español de Aurora Luque. Safo vivió en la islas de Lesbos durante la segunda mitad del siglo VII a. de C. y antes que poeta fue música. De modo que lo que conocemos como poemas son en realidad canciones que más tarde se trasladaron a la lengua escrita. Las versiones de Carson se basan en Safo y Alcaeus. Fragmentos, publicado en 1971.

Historia y representación social

Periodistas en la mira

La era de las corporaciones

Fabiola Jesavel Flores Nava Fides México, 2019 152 páginas

Hugo Montero L. D. Books México, 2016 160 páginas

Jorge Zocolillo L. D. Books México, 2014 168 páginas

Una imagen, como observa Carlos Antonio Aguirre en la presentación, puede ser usada tanto por las clases hegemónicas como por las subalternas para legitimar el status quo o para oponerse a él. En el subtítulo del libro, Hacia una historia crítica de la mirada, queda establecido el propósito de la autora. “Partimos de la idea de que las imágenes son formas o creaciones inmersas en actos sociales estrechamente vinculados a un contexto histórico-social”, explica.

El irlandés William Howard Russell fue el pionero de la corresponsalía de guerra en la Guerra de Crimea (18531856), en la que participó el Reino Unido junto con una alianza contra Rusia; su actividad provocó la caída del primer ministro inglés. Hemingway, Orwell y Kapuscinski son ilustres ejemplos contemporáneos de este oficio. En este libro, Montero se acerca a otros grandes reporteros como Vasili Grossman y Ernie Pyle. En la mayoría de los casos la tragedia permea su vida.

Aunque no lo explicita el autor, el neoliberalismo es el personaje importante en este libro. Zocolillo opta por emplear la expresión “globalización económico-financiera”, la cual, como anota, “se consolidó como tal a mediados de la década de los ochenta”. En el desarrollo del libre mercado internacional, la “corporatocracia”, tanto la comercial como la mediática, se fue imponiendo. Las corporaciones han incidido, por las buenas o las malas, en gobiernos que se les oponen.

La noche del cerco ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

C

omo muchos otros, Eduardo Antonio Parra ha sucumbido al fulgor narrativo que propagan las historias nacidas de la violencia delincuencial en el norte de México. Pero, como muy pocos, ha sabido actuar literariamente, sin ánimo de vocero o denunciante. Laberinto (Literatura Random House) refiere una noche, y esa noche se extiende hasta ocupar nueve años que bien podrían contener la debacle ocurrida en los últimos 50 años, cuando el narcotráfico impuso sus reglas. Esa noche revive en la mesa de una cantina en Monterrey luego de que dos sobrevivientes de El Edén —una pequeña ciudad que mira hacia Reynosa y Nuevo Laredo— vuelven a encontrarse para exponer su ruina y sus heridas. En la forma que Parra ha elegido para estimular la memoria está la vivacidad de su novela. El diálogo, que por momentos tiene mucho de confesión, avanza dando pequeños saltos hasta ejecutar un cuadro aterrador que se proyecta con una concisión estilística alimentada por un estudiado temperamento poético y por las modalidades de un habla proveniente de la resequedad y el calor. Hablar es contar y ese acto prevalece por encima de las atrocidades a las cuales los dos protagonistas se enfrentaron para convertirse en los únicos y maltrechos relatores de la destrucción de un lugar habitable a manos de dos grupos rivales —unos con sombrero texano, otros vestidos con uniforme militar— sin más propósito que el de servir al terror. Parra tiene ojos y oídos para el tableteo de las ametralladoras, el llanto de las madres, el golpe del hacha sobre los cuerpos inertes, la avanzada de los motores rugientes, el temblor en la oscuridad, el espectáculo de las vísceras expuestas. Pero los tiene, sobre todo, para acercarse a la humanidad rota o deshecha en plena juventud. Más que en los fuegos de la violencia, se concentra en la naturaleza helada de sus personajes, sobrevivientes, es cierto, pero condenados a recordar la muerte en cada respiro. Laberinto es también un asombroso ejercicio sobre la capacidad de la escritura para alargar el tiempo a su antojo. Las dos horas que resucitan frente a nuestros ojos se miden según el ritmo que cumplen las ánimas en el infierno: el de una eternidad doliente. Eduardo Antonio Parra está de vuelta, y se muestra en plena forma.

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IN MEMORIAM

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RETRATO

Ignacio Toscano, amigo El 7 de enero falleció el gestor cultural, tan emprendedor como contagioso

E

l 7 de enero de 2020 murió Ignacio, Nacho, Toscano Jarquín. No sabía estar quieto; por eso, creo, apuró su partida. Lo hizo con esa serenidad suya, sin dramas. No era un ser convencional, ni quería despedidas así. El cáncer alcanzó su páncreas. Le echábamos porras los amigos. Yo pensaba: es gato con siete vidas. Y todavía te quedan tres, Nachito, le dije. Pero esta vez ya no pudo; tal vez, ahora sí, se cansó. No era para menos: desde la prepa organizó conciertos. Tuvo un abuelo oaxaqueño que amaba la música, y lo contagió. Nacho no concluyó ninguna de las tres carreras que comenzó, pero aprendió muchas en su tarea como gestor a lo largo de 40 años. Nos conocimos en 1979. Empezamos la amistad. En 1980, lo designaron coordinador de Extensión Cultural de la UAM Iztapalapa (UAM-I) y me invitó al cargo de Difusión. Fue la primera aventura cultural a la que me le uní. Otros más se integraron: Juan Villoro para Actividades Culturales, Francisco Hinojosa en Literatura, Francisco Segovia para Publicaciones, Juan Jacobo Hernández para Teatro, y Federico Bañuelos en Música. Todos andábamos entre los 23 y los 28 años de edad. Nacho era el viejo: tenía 29. Cruzábamos la ciudad para llegar a la UAM-I, sembrada entre pastizales y vacas. Al año, esa Unidad se alzó como la más activa. Conquistábamos notas en los diarios; se inauguraba el Teatro del Fuego Nuevo y Arnold Belkin pintaba sus murales en el recinto. Al influjo del activo y tímido Nacho se sumaron el compositor Mario Lavista, el chelista Álvaro Bitrán, la flautista María Elena Arizpe, la oboísta Leonora Saavedra y la pianista Lilia Vázquez. Con ellos, Ignacio creó Da Capo, cuarteto de música contemporánea. Surgió Pauta, revista que Mario dirige todavía (pero está en el limbo de la 4T). Nació la colección de libros, Correspondencia, y otra de poesía. Brotaron anuarios de fotografía, discos, obras de teatro, concursos. La nueva música clásica —hecha por italianos, españoles y mexicanos— llegó al Fuego Nuevo. Y así vivimos cinco años. Recuerdo la madurez de Toscano para lograr tremenda tarea. Era el amigo, sí, pero ante todo nuestro disciplinado jefe. Por esos años ochenta, adquirió el hábito de guardar tarjetas blancas en el bolsillo de su camisa; con una pluma fuente, de

ELVIRA GARCÍA FOTOGRAFÍA MARIO CAMINO

tinta color verde, anotaba ideas. Su tesoro: esas tarjetas, y era cosa de tiempo transformar esas notas en realidad. Lo hizo cientos de veces. Nacho dejó la UAM-I en 1984 para ocupar la subdirección de Ópera, de Bellas Artes. Villoro fue a Berlín, como agregado cultural. El grupo, poco a poco, se retiró de ese polo cultural. Pero no de la amistad de Nacho. Él sabía alimentarla a distancia, mientras conquistaba proyectos con nuevos amigos. En 1987 me invitó a desayunar. Dos días después, y con un equipo nuevo, vivíamos absortos en un retador proyecto: el Festival Cultural Sinaloa con Ignacio como director

Desde la prepa organizó conciertos. Tuvo un abuelo que amaba la música, y lo contagió

ejecutivo. Creadores y promotores iríamos a esa aventura que parecía descabellada: en Sinaloa —fuera de Culiacán— no había recintos teatrales. Así pues, llevaríamos música, danza, teatro y ópera a plazas, estadios, atrios y canchas de regiones cuyo ritmo, ya para 1987, lo marcaba el narco. Otro desafío era cuadrar, matemáticamente, que cientos de artistas recorrieran los 18 municipios en 19 días y que decenas de periodistas vieran la mayoría de espectáculos recorriendo el estado por carretera. Difícil ecuación, pero la resolvimos y fue la gran escuela para todos. Tras aquel reto estuvo el apoyo, al cien, de Francisco Labastida, el gobernador, y de la entusiasta María Teresa Uriarte, su esposa. Se fueron volando los seis años, y a la experiencia sumamos el amor a los sinaloenses y a su tierra con once ríos.

Nacho tomó la gerencia del Palacio de Bellas Artes. Los demás fuimos tras otros derroteros. Él hacía nuevos amigos y mantenía unido a su núcleo original, telefoneándonos en cada cumpleaños e invitándonos a su Palacio. Decía que conocía tan bien el recinto que sabía dónde estaba cada tornillo de su mecánica teatral. Y tenía un secreto pero nos lo confiaba: que cargaba un duplicado de la llave de la puerta principal. ¿Fue cierto? No lo sé, pero me fascinaba imaginarlo con su poderosa llave en el bolsillo. Para ese Palacio, Ignacio creó temerarias obras. Invitó al cineasta Werner Schroeter a montar y dirigir la ópera Salomé, que Richard Strauss estrenó en 1905, y fue un escándalo. En los años noventa, volvió a serlo. Pero Nacho no cejaba: abría el espacio a la ópera en español escrita por mexicanos, y a más. En 2000 asumió la dirección del INBAL; permaneció poco. Sus decisiones artísticas, su irreverencia y los proyectos costosos no convencieron a Sari Bermúdez. Sin trabajo y con tristeza, Nachito se refugió en su playa. Con un ojo al mar y el otro a las blancas tarjetas, consignaba ideas. Tras largos días de silencio, resurgió el Nacho emprendedor. Iría por un proyecto de formación musical. Se llamaría Instrumenta. Tomó sus tarjetas y buscó a Alfredo Harp. Nació Instrumenta en el papel. Era 2002. Y ahí va de nuevo Elvira, subyugada por Instrumenta en ciernes. Amigos músicos caen también en la fascinación: Mario Lavista, Ana Lara, Jorge Rissi, entre decenas de jóvenes compositores. Parimos Instrumenta Verano, cuyo primer año fue en Puebla y continuaría en Oaxaca, ciudad en la cual Nacho descubriría, con el tiempo, que era su casa; honraría la memoria de Eduardo Mata, su amigo, y crearía propuestas musicales que hoy dejó inconclusas. Ojalá Alejandro Murat las continúe. En 2006 me separé profesionalmente de Nacho, no de la querencia. Quise encontrarme en mi periodismo. A distancia nos “monitoreábamos”; él lo hacía también con su inmensidad de amigos. La amistad es una cara del amor y no termina si dos no quieren. Ese lazo invisible nos une a todos y es tan resistente que llega al sitio donde habita el espíritu de Nacho: aquel espacio donde no hay reloj, prisa, ni tarjetas ni pluma con tinta verde. Es el nido en donde ya nada duele.

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ESCENARIOS

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DANZA

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DOBLE FILO

Alejandro Camacho anda en el infierno FERNANDO FIGUEROA

A Protesta de creadores artísticos frente a Palacio Nacional.

2020: #NoVivimosDelAplauso

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ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA ARCHIVO MILENIO

l cierre de 2019, así como el arranque de 2020, tienen un ánimo álgido que pocos imaginaron. Trabajadores y trabajadoras del arte en distintas modalidades: ejecutantes, talleristas, becarios debieron cerrar el año anterior en un contexto de protestas ante el incumplimiento de pagos que en algunos de los casos arrastran desde el mes de abril. Cientos de ellos han trabajado con la Secretaría de Cultura a través del Sistema Nacional de Teatros, el programa Grandes Festivales, la Red de Faros y el programa Pilares. El retraso de pagos es la constante en el desempeño laboral de los trabajadores del arte; sin embargo, es de alertar el retraso de hasta ocho meses. Artistas de distintas disciplinas han tenido que dedicar las recientes fechas, generalmente orientadas al festejo, para protestar y exigir sus respectivos pagos en tiempo y forma. Pese a que en un primer acercamiento la Secretaría se comprometió a liquidar los adeudos antes de cerrar el año, la realidad es otra. La mayoría de los creativos consiguen préstamos o créditos para financiar la producción de sus obras y, más grave aún, adeudan los pagos a los artistas participantes de sus producciones. “Todo porque uno tiene el sueño de pisar espacios como el Teatro de la Ciudad”. En julio pasado se presentó con bombo y platillo el Festival Escénica,

el festival internacional de artes escénicas más grande de México. Ya no sorprende la grandilocuencia con que la actual administración suele referirse a sus “proyectos”; sin embargo, hoy en día varios de los creativos que formaron parte de un festival de tales dimensiones no han recibido el pago por su participación. Más grave es que se siguen anunciando dichos festivales, continúan las convocatorias y la programación, como si no existiera una situación grave por resolver con los creativos. Para los talleristas de Faros y Pilares el tema es aún más complejo y de mayor gravedad, pues en su caso no se trata de pagos de salarios, sino que la retribución por las clases que imparten se etiquetan como “apoyos” o “becas”; es decir, no alcanzan la categoría de trabajadores, sino que son considerados beneficiarios de programas sociales. Muchas de las compañías que formaron parte de los programas anteriormente expuestos ya echaron mano de ahorros y préstamos para pagar los salarios de sus bailarines, de los maestros que imparten clases a dichas agrupaciones, así como las rentas de los espacios para montajes

La mayoría de los creativos consiguen préstamos o créditos para la producción de sus obras

y ensayos. Sin exagerar, peligra su existencia. El pasado 27 de diciembre la jefa de gobierno de la Ciudad de México se comprometió a pagar el 31 de enero y revisar los términos de contratación de los creativos. Sin embargo, el problema no se reduce a fechas de pago, sino a los criterios con que las administraciones local y federal establecen relaciones con los trabajadores del arte. El conflicto es sobre el lugar que tiene el arte en un proyecto de ciudad, en un proyecto de comunidad y en un proyecto de nación. El problema de fondo es que el mensaje es un absoluto desprecio por la comunidad artística y su trabajo. No suficiente con no garantizar prestaciones ni seguridad social, suman los adeudos de sus pagos. Frente a esta grave situación, muchos trabajadores del arte, incluidos varios a quienes se les actualizó su pago en diciembre pasado, se han organizado en el movimiento #NoVivimosDelAplauso, quienes resaltan que el problema no es solo el de las fallas administrativas, sino el de la carencia de proyecto y planeación. Han convocado a distintos foros preparatorios para las reuniones con la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y la federal. Es alarmante que en pleno 2020 los trabajadores del arte tengan que desmontar la romantización de la precariedad del artista, exigir un trato digno y resaltar una obviedad: no se vive del aplauso.

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lejandro Camacho estudió arte dramático en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Muy joven trabajó en Las criadas (Jean Genet), Sueño de una noche de verano (William Shakespeare), La Celestina (Fernando de Rojas) y Zaratustra (Alejandro Jodorowsky). Fue un villano célebre en las telenovelas Cuna de lobos, El extraño retorno de Diana Salazar e Imperio de cristal, entre otras. En cine ha trabajado con Felipe Cazals, Arturo Ripstein y Costa-Gavras. Actualmente participa en A puerta cerrada, de Jean-Paul Sartre, con Blanca Guerra, Adriana Llabrés y Paulina Soto, bajo la dirección de Enrique Singer. La obra trata acerca de una reunión inicialmente forzosa en el averno. ¿El infierno son los otros o uno mismo? Los otros. ¿Recuerdas en este momento alguna temporada personal en el infierno? La vez que estuve en el Reclusorio Norte. ¿Hay algo más después de la vida? Sí. ¿De qué manera? Tú mismo, tu espíritu. Según Héctor Mendoza, A puerta cerrada es “un infierno tedioso y demodé”. Depende de la puesta en escena. A Héctor Mendoza siempre le dije que se parecía a Dirk Bogarde. ¿Qué es el teatro? La vida. Si supieras que solo te queda tiempo para un proyecto actoral, ¿qué harías? Ricardo III. ¿Cuál es el director a quien le has aprendido más cosas importantes? A cada uno le he aprendido algo importante. Define al Tigre Azcárraga. Un tipo noble, bueno y cabrón. ¿Y el Indio Fernández? Un genio. ¿Cómo recuerdas a Costa-Gavras? Fantástico, decente, cosmopolita. ¿Jodorowsky es un genio o un engañabobos? Alejandro es uno de los hombres más sabios que he conocido en mi vida. ¿Te vuelves muy odioso cuando eres productor? No. Creo que siempre trato a mis compañeros de la mejor manera posible. Tu director de orquesta favorito. Ahorita, Dudamel. De las actrices mexicanas vivas, ¿quién está a la altura de Ofelia Guilmáin? Rebecca Jones, Blanca Guerra. La actriz más guapa que hayas visto en tu vida. Sofía Loren. ¿Carlos Ancira o López Tarso? Estás hablando de dos grandes primeros actores con carreras muy diferentes. Una película que te llevarías a una isla desierta. El ciudadano Kane. De las veces que has salido en revistas del corazón, ¿cuál nota te ha encabronado más? Que dizque soy violento. ¿Qué recuerdo te viene de botepronto de tu estancia en el internado? La primera vez que vi teatro.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

11 DE ENERO 2020

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

TOSCANADAS

Cometer una bajeza DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

S

upongamos que en algún ensayo o alguna conferencia cierto escritor da su opinión sobre el carácter de distintas nacionalidades. Por ejemplo, que los franceses se muestran joviales y amables cuando les resulta provechoso, y se vuelven insufriblemente huraños cuando ya no les conviene la jovialidad; rara vez el francés es amable de manera natural, se muestra siempre como obedeciendo una orden, por ello son las criaturas más aburridas del mundo. O bien, que los rusos derrochan su dinero a tontas y a locas, no tienen aptitudes para el comercio o la industria e ignoran el arte de ir formando lentamente un capital, por lo que aspiran a enriquecerse de una vez en el juego. En cambio los alemanes trabajan como esclavos y acopian dinero como judíos, y a partir de su moral juzgan a todo el mundo y castigan a quienes no se les parecen. O, finalmente, que los polacos son serviles.

SIBERIA

El destino de algunos personajes de Dostoyevski.

A tal escritor se le tildaría de prejuiciado, irrespetuoso, racista, antisemita y otras linduras. Pero éstas no son opiniones de un escritor: las enuncia el personaje central de El jugador de Dostoyevski, y por lo tanto no se les puede juzgar como tesis personales, sino como meros azuzadores del pensamiento. Eso suelen hacer las novelas: azuzar el cerebro, ponerlo a funcionar de tal manera que opere a favor o en contra de una idea. Las buenas novelas siembran dudas antes que dar respuestas, por eso son el mejor gimnasio para el pensamiento. El mismo Dostoyevski en su Memorias de la casa muerta, al narrar la vida de una colonia penitenciaria en Siberia, comenta que los reclusos no juzgan a sus compañeros por los crímenes cometidos, de modo que conviven en mayor o menor fraternidad presos políticos, asesinos comunes, parricidas, infanticidas, feminicidas, violadores, contrabandistas, ladrones, militares insubordinados y demás

delincuentes. Así, refiriéndose a un autoviudo, los compañeros “sabían que había dado muerte a su mujer en el primer año de casados; que le había dado muerte por celos… Tales crímenes se consideran siempre como desgracias, y se compadece a sus autores”. Las novelas han de leerse, y sobre todo escribirse, con esa actitud de un deportado a Siberia y no con la moral occidental contemporánea, que le hace algunos favores a la sociedad, pero no al arte. El buenismo, lo políticamente correcto, el mercado y otros ismos son nocivos para la literatura. El protagonista de El eterno marido lo pone claro: “Lo malo es que parece haber alguien empeñado en corregir mi moralidad y en enviarme esos malditos recuerdos y esas lágrimas de contrición”. De tal suerte, en la escritura o la lectura hay que decirse como el hombre del subsuelo: “Llegaba a sentir placer cuando me confesaba que también aquel día había cometido una bajeza”.

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CAFÉ MADRID

Día de Reyes en San Antón

A

ntes de que los trozos de roscón relleno de crema dulce comiencen a ser engullidos por una pequeña multitud, los tres Reyes Magos, con ropajes un poco deslucidos, salen de la sacristía y se colocan en el altar para disponerse a repartir los regalos. Miro con atención y la cara de Baltasar me parece conocida. Al acercarme compruebo que, efectivamente, se trata de Mamadou, un señor senegalés, alto y frondoso, que sobrevive en las calles del centro de Madrid pidiendo limosna. “¿Pero tú no eras musulmán?”, le pregunto después de saludarlo. Hace unos años, Mamadou me contó sobre su fe religiosa cuando lo entrevisté para un reportaje sobre la inmigración africana en España. Estábamos conversando en la Plaza Jacinto Benavente cuando, de pronto, se interrumpió a sí mismo, miró el reloj y me dijo: “perdona un momento, es la hora de mis oraciones”. Enseguida se inclinó, rezó y luego retomamos la entrevista. Como sigue pidiendo limosna en la calle, suelo encontrármelo de vez en cuando y hoy lo veo, por primera vez, en una iglesia católica. “Sí, yo musulmán. Pero es magia del pare Ángel”, me responde con media sonrisa. El padre Ángel es el sacerdote más famoso (y solidario) de la ciudad. Lleva más de medio siglo ayudando a niños, jóvenes, drogodependientes, víctimas de violencia de género, inmigrantes y ancianos desamparados a través de su ONG Mensajeros de la paz. A reserva de sus albergues y bancos de alimentos, la iglesia de San Antón es su buque insignia o, mejor dicho, su principal escaparate social y mediático. Aquí los feligreses, los “sin techo” y los turistas no dejan de

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA AYUNTAMIENTO DE MADRID

entrar y salir durante todo el día. Situada en la céntrica calle madrileña de Hortaleza, permanece abierta las 24 horas de los 365 días del año, una característica que no fue fácil consolidar, pues al padre Ángel le costó varios años de insistencia ante el alto clero. Hoy, este templo construido en el siglo XVIII se distingue por su equipamiento tecnológico: posee red wifi, un confesionario con iPad y mesa-camilla para quien tenga problemas de movilidad, así como cuatro pantallas

El padre Ángel lleva más de medio siglo ayudando a niños, jóvenes, drogodependientes

de plasma para seguir las retransmisiones de las misas del Vaticano o, incluso, la final de la Champions Ligue. Aquí la gente puede pasar a tomar un café y galletas, ir al baño, cambiarle el pañal a su bebé, recibir atención médica primaria, asesoría jurídica, ser canalizado al banco de alimentos o a un comedor social, cargar la batería del celular, echarse una siesta en sus confortables asientos y, claro, confesarse, escuchar misa y rezar. Cada día de Reyes, además, entre estos muros se reparten trozos de roscón y regalos. Como en España la separación Iglesia-Estado no está clara, el día es festivo oficial y mucha gente tiene tiempo de venir a pasar la tarde. En realidad, entre los asistentes abundan los “sin techo”, quienes suelen portar una mochila

Interior de la iglesia de San Antón, en Madrid.

o una maleta repleta con sus únicas pertenencias. Todos hacen fila para recibir un obsequio (ropa interior, gorros y bufandas, una cobija, dulces…) y luego disfrutan el pan con un vaso de chocolate caliente que reparte un puñado de voluntarios. Otros años ha venido un coro para cantar villancicos, pero éste no. Dice el padre Ángel que, simplemente, “no hubo suerte”. Mamadou, en cambio, no piensa lo mismo. A sus 54 años, doce de ellos viviendo en la calle, este hombre al que todavía le cuesta comunicarse plenamente en español parece que vive uno de los días más felices de su vida. Hace una semana, uno de sus “colegas de calle” le dijo que en la iglesia de San Antón buscaban a un negro para el día de Reyes. No es que entre los asiduos al templo no haya africanos, es que nadie quería representar el papel por timidez o vergüenza. Mamadou llegó, se ofreció y enseguida le dijeron que sí. Así que ahí está, ataviado con una túnica guinda y una capa y un turbante dorados. Sonríe al entregar los regalos y sonríe cuando le sacan fotos. Un rato después entra a la sacristía, se quita el “ostentoso” atuendo y se integra al resto de la gente para comerse un trozo de roscón. “Solo dulce, no cerdo”, le dice, por si acaso, a un mesero-voluntario. Y entonces, mientras come, un niño cargado de melancolía y desolación se le acerca: “¿pero qué te ha pasado, Baltasar?, pareces un pobre”. Mamadou no responde, mira fijamente al pequeño, apura el bocado, reniega de la magia de esta fecha tan católica, se levanta y se va refunfuñando: “¡esto, en mezquita, no pasa!”

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