Laberinto No.870 (15/02/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ENTREVISTA

HOMBRE DE CELULOIDE

CARLOS RUBIO ROSELL

FERNANDO ZAMORA

Andrew O’Hagan y las identidades de internet

La Francia multicultural de Ladj Ly

Foto: Borad Daylight

SÁBADO 15 DE FEBRERO DE 2020 AÑO 16 - NÚMERO 870

De la Colina: el día en que conocí a Juan Rulfo FOTOGRAFÍA: JOSÉ DE LA COLINA, MEDIADOS DE 1957, ARCHIVO MARÍA GARCÍA

Foto: Lily Films


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ANTESALA

15 DE FEBRERO 2020

ARTES VISUALES

Cómo desaprender MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA CORTESÍA MUSEO JUMEX

A

l entrar a la exposición Habitat, que se exhibe en el Museo Jumex, el espectador ingresa a un ecosistema intelectual que la artista Lina Bo Bardi (1914-1992), de origen italiano, desarrolló en Brasil, su país por adopción. Esta arquitecta, museógrafa, editora, activista, cuestionó al fascismo a través del periodismo y de una militancia clandestina en el Partido Comunista Italiano. En 1946, emigró —junto con su esposo Pietro Bo Bardi, libros, colección de arte y mirada europea— a Brasil donde emprendió una travesía de desaprendizaje del canon moderno, como lo señala Julieta González, curadora de la muestra. Brasil la confrontó a su tradición pero también la provocó. Su curiosidad la llevó a explorar una geografía ajena que fue saboreando para reconfigurar su visión y hacer, siempre críticos y humanos. Estas configuraciones están presentes en esta muestra, la cual ofrece un panorama de sus aportaciones en arquitectura, diseño y acción museística. Si bien los Bo Bardi se aventuraron en tierras exuberantes, Lina experimentó hasta la frustración la creatividad, cuestionándose, proponiendo. Esa investigación y práctica son las que impactan al recorrer esta exposición que recupera el espíritu provocador de la artista, quien propuso, entre muchas cosas, una forma innovadora de idear, construir y transitar un museo. En este sentido, es evidente que los conceptos lugar y espacio fueron, durante toda su vida, revisitados, explorados y reinventados una y otra vez. El montaje nos traslada a los espacios conceptualizados por Lina Bo Bardi y aún más: nos mete en su cabeza. Deambulamos por sus bocetos que al siguiente paso cobran volumen. Ahí está su pensamiento y observación, están sus sillas, desde la Bowl, pasando por las plegables, hasta la hermosa y sintética Roadside; están sus casas y también el desarrollo de su propuesta museográfica para el Museo de Arte de Sao Paulo. Pasamos de sus apuntes a vivir un fragmento de esa experiencia en la que democratiza tanto a la obra como al espectador. Así observamos, con la misma intensidad, artesanía y arte. Resulta conmovedor pararse frente a vitrinas que más que exponer narran la tradición popular brasileña, que dialogan de tú a tú con una exquisita selección de pinturas que levitan sin autor, sin tiempo, demostrando orgullosamente su razón de estar ahí. La emoción que nos despierta es su logro.

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De la exposición dedicada a Lina Bo Bardi.

Los miserables. Dirección: Ladj Ly. Francia, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

Un pequeño criminal

L

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA LILY FILMS

os miserables, de Ladj Ly, retoma la obra de Victor Hugo en forma sutil. Y sin embargo es la novela de Hugo la que ofrece la clave para interpretar un final que de otro modo quedaría muy abierto. La película inicia con un grupo de chicos de origen africano que se reúne para ir a apoyar a su equipo nacional: Francia. No hay un solo muchacho rubio y, sin embargo, todos llevan la cara manchada de blanco, azul y rojo; llevan sus banderas con entusiasmo. Son franceses. Esta obra deja atrás las dudas de filmes como Entre les murs, de 2008; el cambio étnico es un hecho que no vale la pena comentar. Estos jóvenes de religión musulmana son la nueva cara de Francia y en un sentido más amplio son ya el rostro de Europa. Consumido por su egoísmo, el blanco se extingue en barrios exquisitos, saboreando quesos y vinos. La historia de Los miserables está contada desde el punto de vista de un oficial de apellido Ruiz que ha llegado a París huyendo de un divorcio que lo tiene en la lona. La jefa de policía le asigna a Chris y a Gwada como compañeros. Con ellos debe patrullar un barrio problemático en el que se comercia igual una piedra de cocaína que unos tenis robados. En el primer patrullaje conocemos al líder del mercado, al jefe del

tráfico de drogas y a un muchachito de nombre Issa que es líder natural y que, claro, a sus doce años suele estar metido en problemas. Durante una investigación a causa de un león robado, las cosas se salen de control, los policías se meten en un lío gordo y, habiendo abusado de su autoridad, corren el riesgo de ser juzgados porque alguien los grabó con un dron. La historia es ahora la aventura de tres policías que necesitan conseguir la memoria en que están grabados sus atropellos. Hay aquí un interesante dilema moral: ¿estamos del lado del hombre que quiere proteger a su compañero o de quien quiere hacer lo justo a toda costa? Hay que ver esta película que le dio legítimamente a su realizador el premio al mejor director en Cannes. Durante una secuencia, para salvar su pellejo los policías recurren a la autoridad religiosa, un imán que intercede por ellos pero sentencia: “la furia de estos chicos no se detendrá”. Lo que sigue son una serie de disturbios que no tienen como finalidad

¿Estamos del lado de quien quiere proteger a su compañero o de quien busca lo justo?

humillar a Francia. Después de todo ha quedado establecido desde la primera secuencia que estos niños aman a su país. Pero quieren respeto. Y no solo por parte de la policía, también por parte del hombre que controla el mercado del barrio y del vendedor de drogas. Esta revuelta es en muchos sentidos un reflejo del movimiento de los Chalecos Amarillos y habla del descontento que los medios han querido simplificar. ¿Estos muchachos son solo revoltosos? ¿Son revolucionarios? ¿Criminales o terroristas? Ladj Ly tiene la originalidad de un gran narrador. Gracias a que se inserta en la tradición de Victor Hugo es posible dar respuesta a todas estas interrogantes. Recordemos por lo pronto que la novela Los miserables parte del supuesto de que un acto de bondad puede cambiar la vida del hombre. Así, llegado el clímax de esta película, el líder de la revuelta de barrio puede tomar una determinación. Frente a él tiene a un hombre que lo ha tratado con bondad. Tal vez el único en toda su vida. Y él, tan niño, tiene que escoger su futuro. También nosotros, como espectadores. Tenemos que dar un final a esta magnífica película y especular: este chico francés ¿se salva a sí mismo o va a transformarse de una vez y para siempre en un pequeño criminal?

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ESCOLIOS

POESÍA

Other books & so JAIME TZOMPANTZI

Hoy fui al museo a ver la obra de Ulises Carrión y luego a un festival de poesía a comprar libros, y no hubo un solo momento en que no te extrañara y sintiera ganas de llorar. Excepto, cuando estaba frente a una buena obra de arte, o un buen poema, o cuando vi varios rehiletes girando. Todas estas cosas se parecen mucho. Todas, si me concentro, o solo me calmo un poco, me conducen a ti. “No hay vida y arte. Solo vida”. Este poema forma parte de Milagro 401 (Punto de Partida/ Literatura UNAM, México, 2019).

EX LIBRIS

Ariadna y el unicornio / EKO

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ANTESALA

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Flush: un triángulo amoroso ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

@Sobreperdonar

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espués de revolucionar la novela, Virginia Woolf quiso relajarse, escribir la biografía de un perro y, de paso, competir burlescamente con su amigo el biógrafo Lytton Strachey y sus Victorianos eminentes. De hecho, Flush (Textofilia, México, 2013), el perro cuyas andanzas relata Virginia Woolf, era también un victoriano eminente, vuelto célebre por el amor que le profesó su famosa dueña, la poeta inglesa Elizabeth Barret Browning. Basada en la copiosa presencia del perro en la correspondencia de Barret Browning, Woolf da vida a un ser de prodigiosa simpatía. Flush es un bello cocker spaniel que nace en un hogar venido a menos, y cuya dueña, la señora Mitfford, acorralada por sus apremios económicos, decide regalarlo a su amiga, Elizabeth Barret. Pronto el inquieto jovenzuelo Flush se adapta a las enfermedades, la poca movilidad y el carácter taciturno de su nueva dueña y forman una pareja bien avenida. Sin embargo, Flush observa con inquietud la amistad entre su Elizabeth y un intruso, el poeta Robert Browning, presiente el romance antes de que los tórtolos lo hagan consciente y lo vive con inmensos celos. Browning, con cierta hipocresía, intenta ganárselo con caricias distraídas, pero Flush no se deja engañar y lo muerde, aunque solo consigue ser castigado. Flush tiene entonces una revelación: si ama a Elizabeth debe amar también, a pesar suyo, a su odioso seductor. La reconciliación se ha consumado y se esperaría una permanente felicidad entre el trío, pero Flush debe todavía sufrir algunas pruebas: en un paseo, mientras su dueña se descuida, es raptado por una banda de secuestradores de perros. La familia de Elizabeth, incluyendo a Robert Browning, se opone al pago del rescate para no incentivar el delito, pero ella, inflamada de ese amor que solo se puede tener a una mascota, los rebate con las razones de su corazón y parte sola a recobrarlo. Después de su rescate, a Flush lo esperan otras aventuras, acompañará a Elizabeth y Robert en su fuga amorosa y vivirá con ellos en Roma: son años de libertad y desenfreno, pues en una ciudad cálida y segura para los perros, Flush puede pasar el día vagabundeando y montando perritas. Otro hecho disruptivo asombra a Flush y amenaza su estabilidad: su ama se hincha y de ella sale un ser extraño y un tanto nauseabundo; aterrorizado al principio, pronto Flush acepta al hijo de los Browning y se convertirá en su compañero de juegos. Cuando los Browning vuelven a Inglaterra, Flush ya es viejo y, un día, salta al sofá donde su dueña descansa, se estrecha contra su mejilla y muere, mientras Elizabeth Barret Browning evoca el poema dedicado al perro: “De frente a mi rostro aparecieron/ dos ojazos color claro que a los míos asombraron,/ y una oreja larga y caída,/ enjugó la espuma de mi melancolía./ Salté, como un Árcade, sobresaltada,/ por la presencia del dios cabrío sobrecogida;/ pero al irse acercando la barbuda visión/ mis lágrimas secaron y descubrí a Flush”.

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LITERATURA

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El escritor escocés, autor de La vida secreta. Tres historias verdaderas, publicado en estos días por Anagrama.

Andrew O’Hagan exhibe la crisis de identidad que trajo la era de internet

“Creamos una esfera pública que engulle nuestras almas”

A

CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID FOTOGRAFÍA ANAGRAMA/ BORAD DAYLIGHT

primera vista, La vida secreta. Tres historias verdaderas, del escritor escocés Andrew O’Hagan, parece una obra que entronca con el nuevo periodismo a la manera de las obras de Tom Wolfe, Norman Mailer o Truman Capote. Sin embargo, hay cualidades que lo distinguen de forma muy particular, pues se trata de relatos que mezclan la crónica, el reportaje y la narrativa del suspense más clásico, a partir de lo cual el autor

nacido en Glasgow en 1968 construye un trío de historias que son una suerte de trepidantes novelas cortas. Colaborador habitual de The New York Review of Books, The New Yorker y The Guardian, y autor de obras a caballo entre el ensayo y la biografía como The Missing y The Atlantic Ocean, y de novelas como Personality o The Life and Opinions of Maf the Dog and His Friend Marilyn Monroe, O’Hagan explica en entrevista que estas piezas, que acaban de aparecer en nuestra lengua en un volumen publicado por Anagrama, son como thrillers de no ficción. “Cuando era muy joven me encantaban los escritores que se englobaron en el nuevo periodismo, especialmente Norman

Mailer, a quien más tarde conocí y del que me hice amigo. Norman creía que los escritores tenían la responsabilidad de captar el espíritu de su tiempo e inventar estilos que pudieran corresponderles. Algo muy fuerte y profundo ha estado sucediéndole a nuestra noción de privacidad, ya que en nuestras sociedades ha tenido lugar una especie de descorrimiento de un velo, una exposición de nuestra vida personal a la tecnología y la industria del bienestar. En otros tiempos, este tipo de cambios alimentarían

La tecnología que inventamos puede oscurecer lo que es más humano dentro de nosotros

cientos de novelas, y pueden seguir haciéndolo; de hecho, estoy trabajando en una gran novela bajo esa perspectiva. Sin embargo, sentí que cada una de las tres historias sobre personajes contemporáneos que aborda La vida secreta debían escribirse como una narración de no ficción, porque la realidad era, precisamente, el tema”. El primer relato de La vida secreta recrea la situación de Julian Assange durante los meses posteriores a la publicación de los cables secretos del Pentágono llevada a cabo por WikiLeaks, a partir del acercamiento que tuvo O’Hagan para escribir un libro sobre la vida del fundador de la página de filtraciones que finalmente no


LITERATURA

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cuajó, pero que dio pie al autor para contar la historia de ese periodo en el que estuvo con el programador y activista. O’Hagan describe el entorno de Assange como un “circo”. “Fue muy extraño desde el primer instante. Primeramente porque WikiLeaks no tiene un sentido del orden o de responsabilidad ejecutiva. Todo parecía basarse en los caprichos de Julian, en su estado de ánimo, sus preferencias y sus prejuicios. Se nos iban días enteros metidos en sus obsesiones personales, y los miembros de su equipo —que se comportaban como estudiantes o seguidores— parecían no tener autoridad sobre sí mismos. Parecían disfrutar del acoso al que estaban sometidos y sentían que la corrupción que estaban desvelando los situaría por encima de la ley, o por encima de la transparencia. Alcanzar esa transparencia (para otros) era su obsesión. Así que era una especie de miasma inmaduro en el cual internet parecía ser una suerte de sociedad alternativa”. Bill Keller, periodista del New York Times, definió a Assange como un hombre sucio, paranoico, controlador, indigno de confianza y un poco mal de la cabeza. O’Hagan dice que lo encontró “brillante en algunos aspectos, inocente, conmovedor, leal, esperanzado, vulnerable y ciertamente valiente. Podía ver algunas cosas claramente y otras era incapaz. Es un tanto naif en relación al poder y la publicidad, y en el mundo moderno la publicidad es poder. Creía que podía ganar siendo correcto. Pero no fue suficiente, y jamás pudo resolver cómo equilibrar lo público y lo privado. Julian tiene un genio especial para subrayar la hipocresía, pero desperdicia credibilidad al no fijarse en sí mismo. Es como si se condujera a propósito hacia la gente que quiere destruirlo, incluyendo las fuerzas que están en el entorno de Donald Trump. Esto me parecía incomprensible, incluso se lo advertí, pero él es una especie de iluminado que sencillamente no tiene la capacidad de escuchar cuando debe”. En la segunda historia de La vida secreta, titulada “La invención de Ronald Pinn”, O’Hagan relata la suplantación, llevada a cabo por él mismo, de una persona fallecida en la adolescencia, inmiscuyéndose en la web oscura, ese lugar sin ley al que suelen acceder por igual hackers de todo signo, compradores de drogas y traficantes de armas. Como escribe el autor, “para los reguladores de Silk Road o Agora —sitios emblemáticos de la web oscura—, el mundo es una masa embrionaria de deseos y engaños y consideran que todo lo que existe puede comprarse o venderse, incluso la individualidad, porque para ellos libertad significa capacidad para robar al Estado, a Dios, a Apple o a Freud. La vida es para ellos un drama en el que el poder nos quita el nombre; son anónimos, fantasmas de la máquina que se infiltran y debilitan las estructuras del Estado y, así, causando estragos y codificando su identidad, se divierten”. ¿Asistimos, entonces, a una transformación de la naturaleza humana? Y ¿qué elementos están dando forma a esa nueva naturaleza? “Esas son grandes preguntas”, responde

el escritor. “Las grandes firmas de marketing como Facebook se están apropiando de la naturaleza humana. Somos dígitos en sus máquinas. Y resistirse a eso significa decir no tanto como podamos. Nuestra vida interior está siendo colonizada por gente que nos condiciona a comprar sus productos. Ese es el espíritu de los tiempos, y la tecnología que inventamos puede oscurecer lo que es más humano dentro de nosotros. Hemos creado una esfera pública que parece capaz de engullir nuestras almas. Pero existe una forma de contraatacar: no odiando la tecnología o eliminando nuestros inventos, sino enseñándoles la forma de querernos y protegernos. Ese es el gran reto para esta década y la siguiente”. O’Hagan hace referencia en su libro a un fenómeno denominado astroturfing —término referido a campañas de relaciones públicas en el ámbito de la propaganda electoral y los anuncios comerciales, que pretenden dar una impresión de espontaneidad, como nacida de una fuerte relación con el entorno social— que define como “un enemigo de la democracia”. Se trata “de falsa democracia. La gente que invierte en esta suerte de falsa moralidad y falsos políticos imita los peores aspectos de estos líderes. El astroturfing es un insulto a la inteligencia de la gente de bien. No debemos dejarnos dominar por el cinismo y el marketing. Cada uno debería escribir esto en el espejo de su baño”. La vida secreta muestra también cómo Facebook y ese tipo de redes sociales nos dan acceso a la creación de nuestro propio personaje. Pero ¿qué tanto están cambiando al mundo las redes sociales? El escritor considera que, de hecho, “están cambiando la naturaleza humana. Nos están sometiendo a fuerzas que incluso ellas mismas no pueden controlar, y esas fuerzas no tienen nada qué ver con el bien común. Es capitalismo del control, de la vigilancia. Precisamente el instinto y la voluntad son de lo que esas redes sociales dependen para tener éxito. Así que hay que resistir, hay que cerrar nuestras cuentas de Facebook, hablar con gente que no conocemos en la parada del autobús, mantener nuestros valores más humanos, acentuarlos. No hay máquina en el mundo que pueda predecir nuestra espontánea generosidad”. La creación de Ronnie es un viaje al corazón del internet oscuro. O’Hagan conoció y recorrió sus paisajes y su gente, y se dio cuenta de que la mayoría de las personas cree conocer internet “solo porque pueden encargar a través de la red su comida o comprar un libro. Pero sus oscuros recovecos nos dicen de qué va en realidad: es una máquina para la explotación de las debilidades y la abrumadora demanda. No hablo de un futuro distópico, sino de ahora, y está dando marcha atrás a todas las normas que hemos inventado para mantenernos a salvo. Nos devuelve,

en cierto sentido, al nivel de los vagabundos de la época victoriana, o a la mentalidad del mundo del hampa y el crimen organizado, donde las reglas y la ley son vistas como algo opresivo. Los criminales conducirían a la sociedad por el camino más lóbrego imaginable, matando gente y oponiéndose a la decencia allí donde se presentase. Y eso es la internet oscura, que muestra los límites de la libertad. Mi viaje en esa oscuridad me enseñó una cosa muy importante: la libertad de una persona es la prisión de otra”. La tercera y última historia de La vida secreta aborda la creación de la primera moneda virtual, el bitcoin, y retrata a su presunto creador, el informático australiano Craig Stevens Wright, quien al parecer se escondía bajo el pseudónimo del célebre Satoshi Nakamoto. El relato, rocambolesco y alucinante, refleja a un hombre perdido en un laberinto creado por él mismo, y muestra hasta qué punto una persona adquiere la costumbre, muy de internet, de presentarse teatralmente y de ocultarse al mismo tiempo, forjando una nueva modalidad de personaje que habita en nuestro mundo. “Las economías monetarias han mostrado cuán corruptas son. Los bancos

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han demostrado cuán codiciosos y carentes de valores son. Así que las criptomonedas ofrecen una nueva dimensión: un tipo de dinero que es incorruptible y una cadena de bloques o blockchain que se construye para garantizar la seguridad entre pares. La blockchain —estructura de datos en la cual la información contenida se agrupa en conjuntos a los que se les añade metainformaciones relativas a otro bloque de la cadena anterior en una línea temporal, de manera que, gracias a técnicas criptográficas, la información contenida en un bloque solo puede ser repudiada o editada modificando todos los bloques posteriores— transformará nuestras computadoras en instrumentos de equidad y de registros contables históricos. Es un software genial en la medida en que mantiene la privacidad y garantiza un intercambio equitativo y justo al mismo tiempo, algo que los bancos no están dispuestos a hacer”. O’Hagan puntualiza que La vida secreta es un libro con tres historias “de seres humanos que han puesto en riesgo su humanidad en la lucha por destacar sus posiciones en la Era Digital. A los tres los vincula un sentido del esfuerzo, un sentido de vivir en la cima del cambio, con algo muy tradicional como es la infancia, la psicología humana y un sentido de los valores comunes. Todos se pusieron una máscara y de repente sintieron que la máscara no se podía quitar”.

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DE PORTADA

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Entre los muchos libros que el autor de Muertes ejemplares dejó inconclusos están sus memorias. Damos a conocer una región somera de ese gran continente

Consejos de Juan Rulfo a un aprendiz de escritor JOSÉ DE LA COLINA ILUSTRACIÓN BOLIGÁN

Durante varios años, José de la Colina se impuso la tarea de escribir su autobiografía. No pudo concluirla, ni siquiera presentar un cuadro general, pero en el camino fue dejando fragmentos, apuntes y aun pasajes casi concluyentes en los que no solo asoma su vida sino también el gran escritor que fue. Ese libro en progreso arranca en 1934, el año de su nacimiento, y se interrumpe el 23 de julio de 1997. Hay que decir que muchas de las experiencias recordadas por José de la Colina inspiraron algunos de sus relatos y que en ocasiones esos traslados tuvieron más de una versión. Sus lectores pueden comprobarlo sin necesidad de consultar su biblioteca. En general, la autobiografía está narrada en tercera persona, presentando a José de la Colina como un personaje entre una multitud de personajes, aunque por momentos elige la primera persona, más íntima y amistosa. De tal recurso dan cuenta los pasajes que aquí ofrecemos, tomados de una carpeta en la que se acumula un centenar de hojas escritas a máquina a renglón apretado. Cualquiera que haya conocido a José de la Colina reconocerá en estas páginas su voz, su cadencia humorística y su sabiduría narrativa.

E

1953

ra 1953 y un periódico diario, ¿el Zócalo de Kawage Ramia?, había publicado la primera página más alegre y sombría del año, según el color ideológico del cristal con que se mirase, pero seguramente la plana más bestseller: “El padrecito Stalin estiró los tenis”,1 a menos que fuese la muy contundente de otro diario, ¿tal vez La Prensa?,2 que solo decía en enorme letras: ¡YA!, y se decía que el poeta Efraín Huerta al enterarse, en medio del coctel de inauguración de una librería, había soltado el llanto, y algunos apostaban a que esa noticia era el trompetazo del comienzo del fin del bloque comunista, y otros, estuvieran a favor o en contra del comunismo, lo considerasen el sueño paradisiaco de la humanidad o la pesadilla de la historia, afirmaban que no, que el comienzo había llegado al mundo para quedarse por los siglos de los siglos, y era el tiempo en que casi todo escritor que se respetara tenía que ser, como se decía entonces, “escritor comprometido”, un adjetivo que traducía mal que bien la palabra francesa engagé, que según el anarcotrotsquista Bartolí debía traducirse como enganchado (enganchado por el comunismo, claro). Yo me daba cuenta de que algo enorme había ocurrido, o estaba tal vez ocurriendo, o a punto de ocurrir, pero no pensaba mucho en ello, porque para mí la política era algo quizá importante pero lateral, y

porque estaba una vez más llevando una vida airada y aireada, fuera del domicilio familiar por broncas con mi padre, que se empeñaba en que yo debía estudiar una carrera o trabajar en algo serio y según él la literatura era solo una afición, no una profesión, de modo que yo iba de un empleo esporádico en otro (agente de presentación de muestras médicas de laboratorios Kriya en los consultorios médicos, agente de venta a domicilio de las enciclopedias de la Editorial González Porto, corrector tipográfico para una tal Editorial Cumbre especializada en libros de deportes, actor eventual en melodramas radiofónicos de la XEQ y la XEB) y de una casa de huéspedes a casa de un amigo y vuelta a otra casa de huéspedes o a la misma, decidido a ser escritor o morir en el intento, y como lector había pasado de la pasión por Ramón Gómez de la Serna a la pasión por William Saroyan e imitaba los cuentos de éste escribiendo en las mesas de los cafés (en los dos Kiko’s, en el Madrid, en el Chufas de López) y porque acaba de pasar por una blenorragia adquirida en proceloso burdel de Meave y tenía la idea fija, arteramente infiltrada por algún libro seudocientífico, de que una enfermedad venérea queda latente para siempre y en realidad no se cura nunca y, por si todo esto fuera poco, estaba perdidamente enamorado de una chica polaca llamada Perla Obsen, hija de los dueños de una carnicería en la calle de López, y la seguía de lejos y no me atrevía a hablarle y le escribía cartas tan encendidas como respetuosas

Estaba enamorado de una chica polaca llamada Perla Obsen, hija de los dueños de una carnicería

que entregaba al portero de su casa en López y Victoria y no sé si ella alguna vez recibió. Además, era el año en que descubrí o más bien me descubrieron a Juan Rulfo.

1954

La familia vive ahora en Isabel la Católica 120 departamento 102. Bambi, Ana Cecilia Treviño, le regala una cámara de cine de 8 mm con la que filma escenas familiares y una “comedia”, El suicida, en la que interviene imitando a Chaplin y también actúan Raúl de la Colina y Chucho Servín. Peleado una vez más con su padre, vive un tiempo en la pensión de Vela, en la calle de Victoria, frente a la delegación de policía, pensión que más o menos describe en un cuento muy melodramático titulado “Caricias a un enfermo”. Una tarde, ¿julio, agosto?, en el cine París, viendo El salario del miedo, siente escozor en el pene: es una gonorrea que tardará en curarse y le causará depresión y asco vital, que después describirá en su cuento “Balada del joven enfermo”. Escribe “Si morir no tuviera ninguna importancia”, donde ya está la huella de Saroyan y que [Arturo] Souto, Rius [Eduardo del Río] y González le celebran en el café Kiko’s de la esquina de Bucareli y Reforma, frente al Caballito, es decir la estatua hípica de Carlos IV; publica ese cuento el domingo 24 de enero en el suplemento de El Nacional, Revista Mexicana de Cultura, que dirige Juan Rejano. Frecuenta el cineclub del Instituto Francés de la América Latina, donde conoce a Salvador Elizondo. Ese año publica además en


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el mismo suplemento “Las gafas” (4 de abril), “El niño blanco y el cazador negro” (12 de septiembre), y en Ideas de México “Homero entre los hielos” (número 78 de sep-dic). Viaja acompañado de Concha Mantecón e Inocencio Burgos a Guanajuato, donde están de profesores Luis Rius y Horacio López Albo y en cuya casa está Pedro Garfias. Asiste a la representación de los entremeses cervantinos. En octubre ve en el Iris La sal de la tierra. Se enamora insensatamente de Concha Mantecón (la experiencia está contada y poetizada en el posterior cuento “Dancing in the dark”, extraído de lo que iba a ser una novela muy influida por Del tiempo y el río, de Thomas Wolfe). Concha se vuelve la pasión de su vida y él hace bastante el ridículo para demostrárselo. Frecuenta el cineclub del IFAL, primero dirigido por Jomi García Ascot, luego por José Luis González de León; ve allí la mayoría de los clásicos del cine que conocerá. Conoce allí, también, a Salvador Elizondo, Enrique González Pedrero, Víctor Flores Olea. Visita frecuentemente el estudio de [Alberto] Gironella, conoce allí las canciones de Georges Brassens, que lo estimulan a reaprender el francés, olvidado desde 1938. La lectura de El llano en llamas, los cuentos fuertes y sombríos de Rulfo, lo impresiona. Encuentra a Rulfo una tarde, solo, tomando una Coca Cola, en una de las “caballerizas” del café Chufas de López y se presenta a él. “Usted escribe”, dice Rulfo. Estoy tratando, dice José. ¿Y qué escribe? Cuentos y también he empezado una novela. Le voy a dar un consejo, si de veras quiere ser escritor mejor no se junte con escritores, es lo peor si quiere escribir, no se junte con escritores, no ande en las capillitas de los intelectuales, los intelectuales de orita son putos, y cuando no son putos son pendejos, pero quesque muy cultos, y no lea a los de aquí, lea a William Faulkner, lea a Ramuz, lea a Guimaraes Rosa, esos sí le van a servir. Yo he leído una cosa de Ramuz. ¿Qué cosa? El gran espanto de la montaña. Esa es muy buena, lea Derboranza, es todavía mejor, ¿y a qué horas escribe usted? Pues a cualquier hora. No haga eso, hay que disciplinarse, la mejor hora para escribir es temprano en la mañana, cuando están sosegados el cuerpo y el cerebro y cuando usted está solo, usted y su alma, después anda usted en sus trabajos y con la gente y ya usted no es usted, y peor si va con los otros escritores y con los intelectuales, entonces ya no tiene uno remedio, se puede hasta volver joto. (Rulfo lo invita un refresco.) ¿Usted cómo se llama? José de la Colina. Ah, es hijo del diplomático. No… Ah, del empresario este de la lucha libre, pero no parece usted mexicano. No, yo no nací aquí, en España. Con razón se me hizo tan blanquito, como que no le da mucho el sol, ¿no? (José piensa que tampoco Rulfo se ve muy moreno, no parece ni indio ni mestizo), ¿y se le da fá-

cil la cosa de escribir? A veces estoy de racha y escribo muchas páginas de seguida, pero otra me atranco. Le voy a dar otro consejo, cuando esté enrachado, mejor párele después de un rato, las rachas son muy engañosas, escriba bastante y cuando se sienta usted genio, cuando se le figure que está haciendo la novela más grande de todas, ahí ponga punto, deje de escribir ese día, y al día siguiente no se ponga enseguida a escribir, mejor haga ejercicio, salga a caminar, haga hambre, cómase un buen bistec, vuelva a caminar, y solo entonces, si tiene ganas de escribir, pero solo si de veras tiene ganas, ora sí, póngase a escribir. (No sabe qué decirle a Rulfo, le parecen muy extrañas, muy poco literarias estas cosas de hacer hambre y ejercicio y devorar bistecs. Pregunta cualquier cosa.) ¿Y qué hace cuando uno se atranca? Cuando se atranca es porque ya le tocaba, así que mejor no insista, váyase a dormir o a pasear, y cómase un buen bistec, y no lea ni ande con escritores e intelectuales, espérese a volver a sentir las ganas de escribir, no se fuerce, sobre todo no se fuerce, ¿en qué trabaja usted? Hago programas de radio. No me diga que es usted locutor. No, los escribo. No se lo aconsejo, lo mejor es tener un trabajo que nada se relacione con escribir, lo que sea, carpintero o chofer de camión, o padrote, o caco, lo que sea, ¿ha leído a Faulkner? Hasta ahora no. No haga caso de que sea gringo, es el más grande novelista de este siglo, ¿usted lee inglés? Algo, muy poco. Entonces lea a Faulkner en una buena traducción, nomás que no vaya a ser argentina, esos argentinos son unos cursis y unos pedantes, dicen garantido y pollera y siempre están llorando con sus tangos, y no lea a Borges, ese es un argentino como elevado al cuadrado, no le crea a Arreola, Borges es la peor calamidad de la literatura en castellano, no lo lea ni lea Sur, ¿a usted, qué escritores le gustan? Valle-Inclán. Muy bueno, solo que no lea Tirano Banderas, es un puro relajo, no se sabe si los personajes son mexicanos o peruanos o de la Patagonia, lea las novelas de las guerras carlistas y las Sonatas, ¿y qué otras cosas lee? Ramón. ¿Cuál Ramón? Ramón Gómez de la Serna. No lo lea, ese escribe puras babosadas, ¿y qué más? Ahora estoy leyendo a Saroyan. Es bueno, pero es muy blando, muy empalagoso, a cada rato sus personajes están llorando y haciendo babosadas, mejor lea a Erskine Caldwell, pero nomás no se empache de puro leer, el empacho de lectura es peor que el empacho de comida, haga ejercicio, el alpinismo es muy bueno, pero de cualquier modo salga de la ciudad, las ciudades matan a los escritores, están llenas de intelectuales y escritores, ¿usted es de los refugiados? Sí. Pero no estuvo en la guerra, está usted muy guayabito. Pero me tocó la guerra. Escriba de eso, escriba de cosas fuertes y que usted haya vivido, no le crea a Arreola (José entonces no tenía idea de Arreola), orita todos quieres escribir como Arreola y Borges, quieren hacer literatura de encajitos, pura mariconería.

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Publicada, en realidad, en el diario Excélsior. 2 Stalin murió el 5 de marzo de 1953. 1


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TERTULIA

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EN EL BANQUILLO

RESEÑA

Las resoluciones

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TEDI LÓPEZ MILLS

nventaré un espacio seguro y un lenguaje cifrado. Colocaré en sus sitios las rimas internas que difícilmente pueden ser externas en la prosa. Elaboraré un reglamento. Incluiré en el reglamento la siguiente frase: “sin ironía no hay civilización”. Me preguntaré a qué civilización pertenezco y qué ironía me corresponde. Acataré la orden: no se deben caricaturizar las discusiones fundamentales. Ofreceré una disculpa. Me aseguraré de que en adelante las caricaturas me tengan solo a mí como tema. Trazaré dibujos en una página del reglamento con un crayón verde: los palos de los brazos y los palos de las piernas y los círculos de la cabeza. Debajo escribiré “persona”. Será el género elegido en el espacio seguro. Reconoceré que carece de radicalismo y que sin duda es cursi, una antigualla, como la melanina ponderosa de mi tía Ubelia o el “aboli bibelot” de Mallarmé. Recordaré su origen de máscara y luego buscaré su primera definición: “individuo de la especie humana”; después la segunda: “hombre o mujer indeterminados cuyo nombre se omite o desconoce”. Supondré que en la disyuntiva se vale introducir cierto grado de neutralidad. Me diré que resulta irónico ser hombre o mujer. Me diré también que la civilización no es un asunto voluntario, sino meramente lo que está afuera del espacio seguro y lo que yo manipulo según las circunstancias. Me sorprenderá el privilegio de la especie. Me sentiré redimida por su modesta parte humana. Pero no será fácil mi reglamento. La ironía prohíbe la burla. “Cualquier cosa puede decirse y, en consecuencia, escribirse sobre cualquier cosa”, declara George Steiner en Presencias reales; incluso, agrega, sobre nada. ¿Y qué es nada? La más excelsa de las ironías, afirmaría yo solemnemente. O una persona sola que habla consigo misma y se aconseja idear un pacto para el desacuerdo; fabrica una caja de vidrio y se encierra en la caja y concibe discusiones razonables sobre acontecimientos irracionales o atroces. “Los cuchillos del decir cortan con más profundidad”, advierte Steiner. Los tonos suaves amortiguan las heridas. Procuraré que mi lenguaje cifrado anule las interpretaciones, los dobles sentidos: todo será muy correcto. Habrá un pizarrón en mi espacio seguro y un trozo de gis: La persona aprenderá a guardar silencio. Evitará a los terceros en discordia. Esperará su turno. George Orwell vendrá siempre al caso: “No hay ningún crimen, absolutamente ninguno, que no pueda condonarse cuando lo comete ‘nuestro’ lado”. Me fijaré en las contiendas, en los argumentos, en las prohibiciones. Revisaré los índex de cada día. Copiaré más frases de Orwell: “No hay ‘Ley’, solo poder”. “Cuando entra en juego la lealtad, la compasión deja de funcionar”. Le pondré un asterisco a “lealtad”, dos a “compasión”. Ahondaré en los significados de la paradoja. Apuntaré pendientes en mi reglamento. Uno será el miedo; otro, los rasgos de mis caricaturas. Señas de identidad para cuando se pregunte quién es.

Acataré la orden: no se deben caricaturizar las discusiones fundamentales

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Diana Garcidueñas, cuya novela Antonia y la chingamadriza obtuvo el Premio Binacional Valladolid a las Letras.

El asombro de la libertad

A

mediados del año pasado me invitaron a formar parte del jurado del Premio Binacional Valladolid a las Letras, junto con Gabriela Guerra y Armando González Torres; coincidimos en cuatro novelas, todas escritas por mujeres; una de ellas se llevó el premio: Antonia y la chingamadriza. Historia de una señora, de Diana Garcidueñas. Fue editada en noviembre, bajo el sello Horson Ediciones Escolares. La novela sorprende al lector a cada instante. Narra la vida de Antonia, una mujer inteligente pero sin preparación, casada con un hombre que la explota, y que recibe ayuda de su casera para poner un negocio gracias al cual saca adelante a su hija y a una entenada, aunque debe esconder de su marido esa ayuda y las ganancias de su puesto de pozole. Además, su consorte es un vividor, que espera que sus camaradas lleguen al poder para así, como tantos arribistas, conseguir un hueso. Entre esas aventuras políticas y excesos en sus parrandas, demasiado frecuentes, ni siquiera da consuelo a doña Antonia, quien debe recurrir a ayudas externas para satisfacer sus insatisfacciones sexuales, y organiza ayuda a vecinas que sufren esas mismas carencias sensuales y económicas. Antonia no cabe en ninguno de los estereotipos femeninos ni de la literatura ni del cine mexicanos; no debe disfrazarse de hombre para triunfar, no esconde sus insatisfacciones bajo

EDUARDO MEJÍA FOTOGRAFÍA UDEG

el disfraz de mártir ni tampoco se burla de los hombres ni le encanta verlos tristes. No se identifica con “usted es hermosa, inteligente, sabe de negocios; no me diga que también sabe cocinar” (como le dice Piporro a Elvira Quintana en Se alquila marido), ni esconde el simbólico puñal bajo la almohada (como Gloria Marín en Historia de un gran amor), ni se avergüenza como Carmelita González con los reproches de Jorge Negrete (Dos tipos de cuidado) ni se le chotea la mercancía como le sucede a Elsa Aguirre cuando Pedro Infante la ve en lencería. Antonia tiene un sentido del humor que sorprende al lector como a sus alternantes; a cada rato uno suelta inesperadas carcajadas

tanto por la solución de los problemas en que se ve envuelta, como por el lenguaje transgresor; por la virulencia de sus travesuras, y por el desenfado con que cuenta sus vivencias. Antonia es un personaje que se sale de los cánones con que se juzga a las mujeres; sus aventuras sexuales no la llevan ni al desenfreno ni mucho menos a la desgracia; usa a los hombres sin prostituirse, aunque no rompe el esquema de seguir la misma forma de vida familiar; así, su hija, mejor instruida, cae en las garras de un hombre que intenta encadenarla a la esclavitud marital. La novela sorprende por su ritmo, su lenguaje, sus anécdotas; su voz femenina está muy lejos de las moralejas (“no seas coqueta porque los hombres son muy malos”), de la victimización, no cae al fango ni por sus desenfrenos ni por su independencia. Pero al lector le queda otra sorpresa, un final que nadie espera, mucho menos los protagonistas; si la estructura no es experimental, dista mucho de ser tradicional. Es de remarcarse que no es la primera novela con un personaje principal femenino, pero tiene, ella y la novela, una conducta inusual, lo mismo que el lenguaje, que raya en la picardía (literaria); no tiene moraleja pero sí una advertencia: la libertad no tiene límites. Innovadora en muchos sentidos, Antonia y la chingamadriza asombra en muchos sentidos, y es una de las mejores novelas escritas por mujer, en México y en español.

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EN LIBRERÍAS

15 DE FEBRERO 2020

NARRATIVA, ENSAYO Destino capital

Allegro

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A FUEGO LENTO Hernán Cortés

Tristeza de los cítricos México, 2019

Josefina Estrada Literatura UNAM México, 2019 205 páginas

Ariel Dorfman FCE México, 2019 272 páginas

Juan Miralles Planeta México, 2020 694 páginas

Dice Josefina Estrada en la presentación de este libro que “la crónica es el lindero privilegiado entre el periodismo y la literatura”. Siguiendo este criterio, engarza un número extenso de crónicas en las cuales la Ciudad de México vive sus mejores y también sus peores momentos. Por ellas desfilan por igual las vecindades del Centro Histórico que el panteón Dolores, la alameda de Tacubaya, la descortesía chilanga, el agandalle, Elba Esther Gordillo…

Autor del célebre Para leer al Pato Donald, el chileno Dorfman también ha escrito poesía, teatro y novela. A este último género pertenece el presente libro, que los editores anuncian como “Una historia policial del niño Mozart”. Como explica el autor, los datos, fechas y personajes son casi todos reales; el resto es inventado. Todo comienza en Londres en 1765, cuando el joven Mozart, protegido del hijo de Bach, Johann Christian, recibe la visita de un misterioso personaje.

No podríamos calificarla como una biografía definitiva pero sí podríamos afirmar que es una de las más exhaustivas. Miralles ha dado la espalda a los testimonios dudosos o insertos en la construcción de una leyenda y ha privilegiado la palabra de los testigos, no siempre unánime. De este modo, Cortés se deja ver a través de su entorno familiar, sus relaciones amorosas, el trato con sus semejantes, su educación, y no solo como un hábil cortesano y estratega militar.

Locura y civilización

Chomsky esencial

Revista de la Universidad de México

Andrew Scull FCE México, 2019 480 páginas

Noam Chomsky Austral México, 2020 486 páginas

Nueva época Número 857 México, enero de 2020 164 páginas

La locura ha estado presente desde nuestros orígenes. Scull es un sociólogo inglés cuyo propósito en este libro es “discutir el encuentro entre la locura y la civilización por más de 2000 años”. Si se negó a realizar una historia de la “psiquiatría” o de la “enfermedad mental”, y optó por hacer una de la “locura”, se debe a que para él tiene mayor efecto en los terrenos literario, artístico y religioso; además, los límites entre locura y cordura se mantienen inciertos.

En contra de lo que sugiere el título del presente volumen, el lector no se encuentra ante una antología de textos del pensador estadunidense. Se trata más bien, como lo explican en el prefacio los editores Peter R. Mitchell y John Schoefell, de la transcripción de cintas de sesiones de preguntas y respuestas de debates y conferencias. El activismo es uno de los temas centrales. Escrito antes del ataque del 11-11 de 2001, ofrece algunas respuestas a lo sucedido.

En su primera entrega del año, la revista dirigida por Guadalupe Nettel dedica sus mayores esfuerzos a la emergencia climática. Destacan los textos de Sandra Guzmán, Carlos Mondragón, Jorge Gutiérrez Reyna (sobre el nombre de los árboles) y Teresa Valero (sobre los daños ambientales en la selva de Perú). A esta corriente central hay que añadir un ensayo en torno a la obra polivalente de Bárbara Fluxá y las columnas de Brenda Ríos y Francisco Mata.

Ruindades femeninas ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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ice Wikipedia que la tristeza de los cítricos es una enfermedad que ataca a ciertos árboles hasta deformar sus tallos y aun provocarles la muerte. No es cualquier cosa. Ha prosperado en Brasil, Australia, Sudáfrica, Estados Unidos… La grisura, las deformidades, son los mismos atributos que reconocemos en las protagonistas de los diez cuentos reunidos en Tristeza de los cítricos (Páginas de espuma). Tristeza no es un estado pasajero del alma sino, en la concepción de Liliana Blum, algo muy cercano a la obsesión y a la inquietud hipertrófica. Es un mal y se manifiesta desde el inicio de cada historia, como garantía, pero no como certeza, de lo que aguarda. Concediendo apenas una referencia geográfica (el puerto de Tampico) y descubriendo una vez más el riesgo de incomodar, parece sugerir que la conducta femenina se guía muchas veces por la insatisfacción, la malquerencia y el puro compromiso de torturar a sus semejantes. (¿Quién dijo víctimas?) Si no el estilo, sí la atención psicológica, que procura los malentendidos y los claroscuros, instituye un paisaje sentimental que por todos lados apunta a la ruina. Guiada por un sentido de la distancia y la mesura, que observa sin tomar partido, Liliana Blum explora con fascinante ironía la cara oculta de las relaciones amorosas o familiares y es capaz de introducir al lector en los juegos de aniquilación que son el combustible de la pasión ocupada únicamente en sus propios excesos. Aquí, pues, una amante derrama su desconfianza en el único ser al que su pareja trata con devoción; aquí una virgen cuarentona dirige sus ensoñaciones hacia un balsero cubano a quien la mala fortuna llevó a una playa mexicana y no a Florida; aquí una secuestradora cae en manos de sus rivales, una célula de los Zetas; aquí se respira el aire de los hospitales psiquiátricos y las madrigueras sexuales. Como una devota de los detalles, Blum desconfía de La Mujer, esa entelequia virtuosa, y perfila a sus personajes con trazos poco favorecedores, sutiles y ceremoniosos: si tienen la oportunidad de secar la tierra no dudarán en entregarse a la faena, si pueden decretar que la compasión es un pecado mortal llevarán este mandamiento hasta sus últimas consecuencias. Digamos entonces que en Tristeza de los cítricos no hay mujer que no tenga el alma seca… y muy bien merecida.

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PENSAMIENTO

15 DE FEBRERO 2020

FILOSOFÍA DE ALTAMAR

Contra Heidegger, el último dios de la filosofía JULIETA LOMELÍ @julietabalver FOTOGRAFÍA PINTEREST

C

reer que la filosofía aspira a ser una mera descripción de lo que sucede, a un tipo de tematización imparcial de lo cotidiano es algo ridículo. Como lo fueron las pretensiones heideggerianas que en la búsqueda de un pensamiento originario, que iba más allá de cualquier particularidad de pretensión “antropológica”, “psicológica”, o “ética” —éstas que él filósofo en su capítulo quinto de Ser y tiempo escribía—, proporcionaban para él tan sólo “fragmentos”, “análisis incompletos”, “provisionales” sobre el ser humano, que no eran la interpretación “más adecuada”, de eso que él llamaba Dasein; pecaría contra la terminología heideggeriana al decir en palabras coloquiales que el Dasein es el “ser humano” pero, por el carácter divulgativo del presente artículo, entendámoslo así. El filósofo quiere destruir toda la metafísica pasada y con ello la terminología que interpreta al “ser humano” a partir de su humanidad, de su racionalidad, como voluntad de poder, como algo divino, como alma, en resumen, como una existencia de esencias: de conceptos inmutables y determinados. Para Heidegger, la existencia humana es algo más allá de cualquier particularidad dada por el pasado, no es un “algo determinado” en un sentido objetual o de categorías inamovibles. En su filosofía no encontramos parámetros de los cuales asir una ética, ni una comprensión más particular de la vida. En su pensamiento solo hay una distinción importante, y ésta es entre el objeto y el Dasein (existencia humana): entre la nada y el ser. Abusando de la confesión filosófica, quisiera contarles que durante años escribí una tesis sobre la obra de Heidegger, encontrándome con un filósofo brillante, sí, pero a través del cual no podía hacer nada más que repetir, una y otra vez, que la existencia es “nada”, porque no puede ser explicada a partir de ningún objeto, ni ningún concepto fijo, porque no está dirigida hacia una meta concreta. Y es tan solo en el eco interior de cada uno de nosotros, en el adelantarnos imaginariamente hasta esa única posibilidad irreductible, la muerte, el modo en que podríamos encontrarle algún sentido a nuestra vida, y eso no significa que lo tenga previamente. Un tipo de “filosofía de velorio”, por ahí alguien la definía. Desde el pensamiento de Heidegger, para mí no existía la posibilidad de pensar en ningún juicio de valor, ni adoptar alguna posición, porque su planteamiento navegaba en la neutralidad, en la ambigüedad es ambigüedad, y en la obsesión de una existencia librada de cualquier atadura ética. Un filósofo de

El pensador alemán, autor de Ser y tiempo.

aspiraciones antisistemáticas, pero sistemático al final, amante de eruditos argumentos, de la ambición irrealizable de romper, de una vez por todas, con la sintaxis de cualquier enunciado, para así llegar hasta los huesos de la metafísica occidental e incinerarlos, transgrediendo eso que sustancializa o esencializa la existencia desde el habla: el sujeto, el sustantivo y lo que le sigue, en un orden siempre dispuesto. Heidegger es un transgresor del orden, pero que nunca dejó el orden institucional, un hombre contrasistema pero amante del sistema, de la jerarquía y estructuras universitarias. Un filósofo beligerante contra los prototipos y los moldes de Occidente, pero en la práctica, un amante de las etiquetas, un “guardián”, del destino… del pueblo alemán. A pesar de todo, Heidegger no es un filósofo “edificante”, ni rebelde. Aunque expusiera en una prosa distinguida, y construyera una serie de “fragmentos filosóficos” en su parte tardía, no tuvieron la fuerza de un Pascal, de un Baltasar Gracián, o de un Nietzsche. Heidegger es como un ingeniero del pensamiento que solo pone las vigas pero no logra construir el interior de la casa, ni mucho menos un hogar cálido. La filosofía de Heidegger nos orilla a ese insalvable carácter neutro, donde no cabe una ética, una sugerencia

La obra de Heidegger nos orilla al insalvable carácter neutro, donde no cabe una ética

existencial para llevar bien nuestras vidas. Su planteamiento nos orilla al profundo abismo de la nada, a un tipo de nihilismo destructivo, que aniquila vicios lingüísticos dentro de la misma tradición filosófica pero que no va más allá de los límites del discurso de ésta, porque al final no propone nada nuevo. Sus palabras alrededor de la técnica planetaria y la demonización de las ciudades son tan confusas, que a veces parecen elucubrar el espíritu bélico de un siglo sanguinario y racista en la no muy sutil sobrevaloración de la vida campirana alemana. ¿No será que, como escribía el filósofo italiano Franco Volpi, en sus últimos años de vida, desencantado y decepcionado ante la actitud política de Heidegger, que éste, “por adentrarse demasiado en el mar del ser, se hunde”? Pensar que la tarea de la filosofía es la imparcialidad, que no se habrán de gestar juicios de valor, sugerencias implícitas de girar el navío hacia otro rumbo para no naufragar. No podemos sucumbir a la comodidad de que la filosofía no debe adoptar una posición crítica frente a una época. Desde el momento en que se compromete con una teoría sobre lo humano resulta imposible dejar de lado una ética, es santificar la labor del pensamiento. Esta ceguera de cubículo, esta forma de hacer filosofía que decide no decidir, es el mismo discurso que puede ser usado para tantos fines como sean necesarios. La ambigüedad del pensamiento se puede convertir en el molde de cualquier ideología.

O como escribe el recién acaecido George Steiner: “Aunque empeñado en la destrucción de la metafísica occidental, aunque comprometido con una concepción del pensamiento radical y antiacadémico, Heidegger fue al mismo tiempo un alemán ordinarius, el ocupante vitalicio de una cátedra renombrada, incapaz, emocional o intelectualmente, de enfrentarse, de ‘pensar de cabo a cabo’, como él diría, el complaciente colapso de las instituciones académicas y culturales alemanas ante el reto nazi”. Prefiero al filósofo edificante que se retracta de sus errores públicamente, que tiene discípulos críticos que no estén completamente de acuerdo con él, y en el diálogo no trate de nulificarlos por pensar diferente. Al filósofo que prescinde de la megalomanía, y no solamente vive —recuperando nuevamente a Steiner— “rodeado de un grupito de adoradores y que detrás de murallas de adulación, sus salidas al mundo son raras y cuidadosamente preparadas”. El caso de Heidegger es el de muchos contemporáneos que, obnubilados por la burocracia del pensamiento y el narcisismo, seguirán siendo los dioses de unos cuantos seguidores, miopes a las crisis contemporáneas, e incluso a las crisis de su estudiante más cercano. Va siendo hora de que el filósofo también se tome en serio su papel como educador —escribe Eduardo Subirats— fundando su labor en “una autonomía moral y en una dimensión crítica y a menudo polémica de su actividad”.

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ESCENARIOS

15 DE FEBRERO 2020

PERIPECIA

IMÁGENES

Carlos Ancira

E Moscú se presenta de jueves a domingo en el Teatro El Galeón Abraham Oceransky, Centro Cultural del Bosque.

Feminidad que ruge y canta ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com FOTOGRAFÍA CORTESÍA TEATRO DE BABEL

L

os conflictos de tres actrices en el contexto del México actual, los obstáculos que implica hacer teatro en nuestro país y algunos fragmentos a media luz de Las tres hermanas de Chéjov componen buena parte de Moscú, obra en la que actuación, escenografía, iluminación y vestuario arropan un texto extenso que se bifurca para tocar más rincones temáticos a medida que avanza, como si fuera ésta la única oportunidad de decirlo todo. Una pirámide o montaña geométrica de accidentadas laderas, construida en madera, sobre la que pareciera imposible conservar el equilibrio, se yergue al fondo del escenario como si surgiera del mismo piso del que emergen dos marcos irregulares, opuestos en el espacio, quizá para subrayar o detener brevemente parte de la acción. Este paisaje creado por Jesús Hernández, quien corona la cima con una tina central dentro de un rectángulo en la parte superior, se transforma en el contenedor de una feminidad que ruge, canta y se pronuncia, según el vaivén de los hechos. El espectador se encuentra con tres actrices vestidas de blanco, ataviadas con corsé o short, vestido, pantalón vaquero, medias caladas, miriñaque y botines con flecos, o zapato bajo, propuesta de Jerildy Bosch, que remite a distintas épocas, entre 1900, año en que Chéjov escribió Tres hermanas, y 2020, cuando se estrenó Moscú, escrita y dirigida por Aurora Cano.

Las tres mujeres, peinadas y maquilladas como personajes de ciencia ficción, cruzan a pasos raudos el escenario y expelen frases que aluden a tres elementos, desde dichos hasta nombres de cómicos o lugares comunes. El elenco, conformado por las experimentadas Carmen Mastache y Teté Espinosa, y por la joven Tamara Vallarta, evidencia un profundo y complejo trabajo actoral que nutre al exigente y rebuscado texto dramático en torno a épocas y ficciones distintas, alusivas a la violencia en México, a la 4T, a los obstáculos de la profesión y al universo de cada una, en tanto mujeres de su tiempo que representan personajes femeninos de otra época, atoradas en su vida, como los personajes que interpretan. Maquilladas con una franja blanca que cubre sus ojos como si se tratara de un antifaz del que resalta el negro que circunda sus ojos, las actrices realizan un trabajo titánico que da soporte a la obra hasta llegar a un falso final en el cual el montaje intenta tomar vuelo de nuevo para seguir adelante, lo que impulsa su caída en lugar de un suave aterrizaje. La directora Aurora Cano, quien consigue un equipo artístico de nivel y lo conduce por buen camino,

El elenco evidencia un profundo y complejo trabajo actoral que nutre al texto dramático

de forma que el espectador siga la acción a pesar de la reiteración del formato de algunas escenas, se enfrenta a la dramaturga Aurora Cano, que da rienda suelta a la necesidad de exponer sus preocupaciones temáticas sin contención. Incluso cuando el espectador no comprende del todo lo que sucede, mientras las actrices murmuran parte de los parlamentos de Chéjov —acostadas en el piso, entre la penumbra, perfiladas por la tenue luz de lámparas y candelabros que remite a la casa de campo familiar en la que se encuentran sus personajes—, el bello paisaje onírico con samovar evoca metafóricamente la inmovilidad, sugiere intimidad y abre tersamente otro plano de ficción. Las escenas que dejan escuchar las palabras de Olga, Masha e Irina contrastan con la intermitencia de frases desnudas, bañadas por drásticos cambios de luz, que concentran la atención en el bello espacio más que en el contenido de la marea que los personajes expresan. Moscú cuenta con brillante actuación, escenografía, vestuario y el espacio sonoro de Ignacio García. La voz de las actrices, al hablar y al cantar, suma virtudes al montaje. El contenido del texto es atractivo y pertinente. Sin embargo, pareciera que al perder de vista un límite dramatúrgico el espectador termina desbordado, como si hubiera comido de más sin abrir la boca, aunque la mayoría se queda, entre muchas otras, con la bella imagen de la primera vez en la tina.

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ANDREA SERDIO

scrito por Jesús Ibarra y publicado por Escenología Ediciones, El jardinero de fantasmas es la impecable bitácora afectiva y profesional de un hombre comprometido con su oficio, en el que superó todos los obstáculos y conquistó alturas insospechadas. Carlos Ancira nació el 20 de agosto de 1929 en Ciudad de México, desde niño fue lector voraz de Dostoievski y apasionado de la música de Beethoven. Fue también un precoz amante del teatro, al que veía como un mundo mágico del que deseaba formar parte. El libro de Jesús Ibarra recorre paso a paso la biografía de Carlos Ancira: su matrimonio con Thelma Berny Castilla, su trabajo en películas infumables (aunque también participó en algunas tan valiosas como Fando y Lis, de Alejandro Jodorowsky), en telenovelas en las que invariablemente desempeñó roles secundarios, y en el teatro, donde escribió páginas extraordinarias. Los nombres de actores y actrices inolvidables, de directores célebres, de teatros legendarios, de críticos implacables, todo contribuye a crear un cuadro entrañable sobre la vida de un hombre, pero también de la cultura y de la historia de la capital del país. Carlos Ancira estudió actuación con varios maestros; el que le dejó la huella más profunda fue el japonés Seki Sano, una leyenda entre los actores de su generación, quien lo dirigió en obras como Prueba de fuego, de Arthur Miller, y La mandrágora, de Maquiavelo. Salvador Novo fue su director en Esperando a Godot, de Samuel Beckett, y de alguna manera lo puso en contacto con Alejandro Jodorowsky, el imaginativo chileno que revolucionó la escena mexicana en los años sesenta y quien lo dirigió por primera vez en Fin de partida, otra obra de Beckett. La relación de Ancira y Jodorowsky fue larga y fructífera, apostaron por un teatro revolucionario que rompía los moldes establecidos y desafiaba al público, a la crítica y por supuesto a las autoridades gazmoñas de la época con obras como Sonata de espectros, de August Strindberg, que fue censurada después de pocas funciones. Una de las obras más recordadas de Jodorowsky y Ancira fue un delirio: Zaratustra, en la que un monje zen meditaba en el centro del escenario mientras transcurría la acción, que incluía semidesnudos de Isela Vega, Susana Kamini, Héctor Bonilla y el propio Ancira. El mayor éxito de la relación de Jodorowsky y Carlos Ancira fue la puesta en escena de Diario de un loco, de Gogol. Para montarla, Ancira hipotecó su casa y desdeñó los malos presagios. La estrenaron el 6 de mayo de 1964 en el Teatro Jesús Urueta. Diario de un loco es una obra que habla de la desesperación, de la incomprensión, de los sueños rotos de un hombre bueno en un mundo donde no existe la piedad. Ancira pensaba en una temporada de 25 funciones, al final la representó más de 2 mil veces. Hombre de familia, Carlos Ancira quedó devastado después de divorciarse de Thelma Berny, con quien tuvo dos hijas: Selma y Patricia. Sin embargo, su relación con la joven Karina Duprez, con la que se casó y vivió hasta su muerte, el 10 de octubre de 1987, contribuyó a devolverle la estabilidad emocional que había perdido.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

15 DE FEBRERO 2020

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

TOSCANADAS

Jóvenes y ancianos DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

H

ay un verso de Pushkin que funciona como sabia sentencia: “Bienaventurado quien fue joven en su juventud”. No estaría de más que esos tropeles quejumbrosos y apáticos de la generación de poca edad le echaran una reflexión; a fin de cuentas, la juventud es para comerse el mundo y no para pedir que a uno le den de comer. El verso no lo cito directamente de Pushkin, sino desde Chéjov, que suele desfigurar las cosas para convertirlas en algo más sabroso. Así, el personaje del cuento chejoviano, siempre en la cuerda floja entre la ironía y la seriedad, dice: “No pongo en duda el acierto de estas palabras; es más: creo que no me equivoco si a ellas añado mentalmente y reproduzco oralmente un llamamiento a los jóvenes culpables de la presente ceremonia. Sean jóvenes no solo ahora, cuando lo son por imperativo físico y natural, sino también en la vejez, pues bienaventurado el que fue joven en su

POCA O DEMASIADA EDAD

A Pushkin debemos la idea de que la juventud es un estado del alma.

juventud, pero cien veces más bienaventurado el que conserva su juventud hasta la tumba. Que los culpables de mi actual efluvio oral sean, en su ancianidad, viejos de cuerpo y jóvenes de alma, es decir, de espíritu. Que hasta la propia tumba se mantengan vivos sus ideales, auténtica dicha de los humanos”. Eso: mantener vivos los ideales, no como en el poema de José Emilio Pacheco. Los personajes de Chéjov se hallan en una boda. Los adultos están ebrios, y así se vuelven más niños que los jóvenes. Entre bromas y burlas, uno decide pisarle la cola a un gato, que no para de aullar, hasta que lo rescata un criado y hace saber al borracho que aquello es “una mentecatez”. Leyendo literatura rusa, es difícil dar numéricamente con la idea de la vejez. Casi todos los niños y jóvenes que aparecen en esas historias tienen una “anciana madre” que en verdad da la impresión de comportarse como si

tuviese setenta años, pese a que no hay modo de calcularles más de cuarenta. Tal es el caso de la madre de Natascha en Humillados y ofendidos, a la que el autor llama “anciana” o “vieja”. En El Don apacible, de Mijaíl Sholojov, aparece un tal Panteléi Prokofievich, padre de varios muchachos bastante jóvenes. Vaya uno a saber la edad que tiene, pero el narrador acota al referirse a él: “murmuró el anciano” o bien “el anciano estaba fuera de sí”. Además, los personajes no parecen hallar descortesía cuando uno señala a otro su envejecimiento: “Buenos días. ¿Qué ocurre, que parece que le encuentro más viejo?”. El diccionario dice que anciano es “una persona de mucha edad”, sin que, por supuesto, marque una frontera que dé inicio a la ancianidad. Sin duda un narrador ruso me llamaría anciano; por eso prefiero el punto de vista de los vendedores en los mercados, que siguen llamándome “joven”, por lo general.

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BICHOS Y PARIENTES

Tres tristes jueces

E

l dictamen jurídico más famoso de la historia, dijo Irving Younger, tenía que ser el del juez John M. Wolsey cuando se levantó la prohibición de distribuir en Estados Unidos el Ulises de James Joyce. El editor de Random House, para dejarse de latas, retrasos y pacatería, decidió imprimir un párrafo del dictamen de Wolsey en los ejemplares que circularían por todo el país. Buena idea: que cada ejemplar viaje con su propio pasaporte impreso y, con esas líneas, al tiempo evitamos los retrasos puritanos y avivamos la curiosidad. De hecho, la prohibición de importar y distribuir el libro de Joyce pudo levantarse por dos dictámenes a favor contra uno desfavorable. El juez Martin Manton votó por mantener la prohibición; no tenía duda: “¿Quién puede negar la obscenidad de este libro tras leer las páginas referidas, que resultan excesivamente indecentes como para citarlas en este dictamen? Cualquiera que las leyere tendría que caracterizarlas como obscenas”. Allá él. Pero los otros dos jueces, el mencionado Wolsey y Augustus Noble Hand, no solo resultaron sensatos sino notables lectores, capaces de juicios literarios, más que adecuados, admirables, aunque por vías muy distintas. (Y que se entienda: soy mexicano y esto de que un juez pudiera leer e interpretar literatura, me deja perplejo.) El libro finalmente circuló muchísimo, espoleado por la prohibición, entre clientes ávidos de leer obscenidades y lectores que por fin accedían a uno de los mayores desafíos literarios de la historia. Pero no deja de ser curioso que Cerf, el editor, hubiera elegido imprimir el dictamen de Wolsey y no el del juez del mejor nombre judicial

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA ANÓNIMO

de la historia: Augustus Noble Hand. Los ejemplares exhibían este párrafo: “Tras maduras reflexiones, mi opinión es que, mientras en muchos lugares el efecto del Ulises sobre el lector es sin duda de un carácter emético, en ninguna parte tiende a ser afrodisiaco” y que el libro “no tiende a excitar impulsos sexuales ni pensamientos lascivos sino que su efecto neto es el de hacer un muy poderoso comentario trágico

Wolsey y Augustus Noble Hand no solo resultaron sensatos sino notables lectores

acerca de las vidas interiores de hombres y mujeres”. Es decir que el libro no era obsceno porque no echaba a andar los mecanismos del deseo sino la sensación del asco y la tragedia humana. La repulsión y el dolor pueden circular, pero el deseo no. Allá cada quién con sus llamas o sus hielos, pero es admirable que el libro haya librado la acusación de obsceno no porque el juez fuera liberal sino porque resultó excesivamente puritano, al grado de hallar vomitivo el monólogo de Molly Bloom, quizá el más alto alegato del deseo enunciado por voz de mujer: “yes I said yes I will Yes”. Admirable que el señor Wolsey, picado por el puritanismo, si no entendió nada del deseo y sus extrañas formas,

James Joyce, el autor del Ulises, publicado en 1922.

pudo al menos darse cuenta de que no se trataba de pornografía sino de la exploración de las naturalezas humanas y los tejidos de su habla interior. Quizá resultara más difícil editar el dictamen de Augustus Noble Hand, muy bien escrito en esa prosa elegante que desprecia las oraciones breves, muy superior en calidad a los otros dos: “Es justo decir que se trata de un retrato sincero, con diestro arte, de los ‘flujos de conciencia’ de sus personajes. Incluso aunque el retrato, por fortuna, no sea de todos los hombres sino quizá solamente de aquellos de tipo mórbido, parece una obra sincera, veraz, de relevancia para su temática, y ejecutada con auténtico arte. Joyce, citando el Paraíso perdido, ha lidiado con ‘asuntos aún sin intentar en prosa o verso’, con cosas que verosímilmente habrían mejor quedádose sin intentar, pero su libro exhibe originalidad y es una obra de simetría y excelente maestría de su oficio”. Y “si fuéramos a confiscar este libro, lo mismo tendríamos que hacer con Venus y Adonis, Hamlet, Romeo y Julieta, y la historia contada por Demódoco en el libro VIII de la Odisea… y habría que cuestionar si los pasajes obscenos de Romeo y Julieta eran tan necesarios para la trama como lo son en los monólogos de la señora Bloom para el retrato de su alma torturada”. De los tres jueces, Manton, medianamente puritano y conservador, pasa a la historia como menso e ignorantón; Wolsey atinó de modo negativo: juzgó repugnantes los vericuetos del deseo y la inanidad de la gente común. Pero el señor Noble Hand me hace creer que si John Milton hubiera leído el Ulises de Joyce, también habría aplaudido con un entusiasmo que sobrevive épocas y censuras.

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