Laberinto No.871 (22/02/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ENSAYO

RESEÑA

TONI MORRISON

SILVIA HERRERA

La defensa de las artes

La nueva novela de Peter Handke Foto: AP

SÁBADO 22 DE FEBRERO DE 2020 AÑO 16 - NÚMERO 871

El caso Matzneff: ascenso y caída de un pederasta Melina Balcázar/ París/ FOTOGRAFÍA: AFP

Foto: EFE


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ANTESALA

22 DE FEBRERO 2020

CASTA DIVA

Catedral deteriorada AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA A. L.

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a fe construye al arte sacro, es la fuerza que levanta las cúpulas y que hace interminables las columnas que la sostienen. Ken Follett escribió un pequeño libro sobre Notre Dame basado en su novela Los pilares de la Tierra, para donar las regalías para su reconstrucción. En la investigación para escribir este libro conoció las grandes catedrales de Europa, en todas, recuerda cómo los trabajadores dejaban en el interior de sus torres, basura, restos de materiales de reparación y colillas de cigarros, y pensaba que esos desperdicios un día provocarían una desgracia. Las catedrales antiguas son obras de arte, están realizadas por artistas y artesanos, las esculturas y capiteles, los murales y pinturas de los altares. La obra no concluye con el edifico, le mandan escribir música coral y conciertos, la atmósfera es una obra de arte, lo que se escucha y vemos, la luz del sol que se filtra por los vitrales de colores, y entendemos que el camino del misticismo inicia en los sentidos. La catedral de Notre Dame fue incendiada por la negligencia y la irresponsabilidad humana, es una pérdida irreparable para la Historia del Arte, hoy no existe esa decisión de construir la devoción en la Tierra, y la devoción al arte. La Catedral Metropolitana de la Ciudad de México está esperando su propia tragedia, el revanchismo no da espacio ni para el arte ni para la protección de obras maestras irrepetibles. Desde la plaza del Zócalo se ven las grandes ramas que crecen encima de las cúpulas, que están rompiendo las estructuras, el despedazamiento de las piedras de sus torres, las ventanas arqueológicas del piso están invadidas por vegetación. ¿Qué están esperando para reparar ese daño? La pérdida de Notre Dame le enseñó al mundo que el arte verdadero es insustituible, que no se hace con tecnología, se hace con la voluntad humana, cuando hicieron estas catedrales había voluntad de hacer arte, ahora hay voluntad de hacer dinero, de pagar arquitectos estrambóticos que no piensan en la misión del recinto, piensan en hacer negocio con materiales y constructoras. Es inconcebible que una obra como nuestra catedral padezca ese abandono, si en esta época no pueden hacer bien un centro comercial y las obras públicas quedan a la medida de la mediocridad imperante, qué van a hacer si esta catedral se viene abajo, no hay elementos humanos ni tecnológicos para reconstruirla. El abandono de estas obras es consecuencia del desprecio generalizado que hay por el arte y la cultura, creen son un lujo prescindible y quedan fuera de la agenda política. De esos miles de millones que van a gastar en el Orozco Park, podrían destinar un poco para reparar la Catedral Metropolitana, que es más valiosa que todo ese proyecto.

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Catedral de la Ciudad de México.

Un amor a segunda vista. Dirección: Hugo Gélin. Francia, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

Copiando lo mejor para dirigir lo peor

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ZAZI FILMS

stá nevando en París. Uno de los puentes cercanos a Notre Dame está roto. ¿Ha llegado el Apocalipsis hasta la capital de Francia? No. Raphaël está soñando en un texto que él mismo escribe. Raph Ramisse es un adolescente que garabatea cierto libro de súper héroes que en Un amor a segunda vista resulta fundamental. En este inicio, aun antes del rol de créditos, encontramos todos los problemas del filme. Dirección: Hugo Gélin ha decidido que Raphaël sea interpretado por un treintón. El resultado es desastroso. Cuando aparece Olivia, la heroína, sucede lo mismo. Hay algo chocante en ver a una señora de casi 40 —por guapa que sea— portándose como niñita. Guion: la película Un amor a segunda vista ha sido escrita por al menos ocho guionistas. Desde la idea original de Hugo Gélin hasta los dialoguistas, tan acostumbrados en el cine francés. Ocho personas han resultado incapaces de construir un universo verosímil en que Raphaël realmente se transforme al crecer en un exitoso escritor y, como veremos más adelante, un hombre enamorado que de pronto cae en una distopía, una ruptura en el tiempo que lo devora y lo lleva hasta un futuro en el que nunca conoció a Olivia, su amor adolescente. Ahora bien, lo verosímil

es solo uno de los problemas y ni siquiera el más grave. Lo peor es que el libro que escribe Raphaël está dotado de poderes mágicos cuyos alcances nunca entendemos del todo. Ni siquiera entendemos nunca qué lo hace tan especial. El tercer problema es el que termina por arruinar por completo esta película pretenciosa. Actuaciones: François Civil hace a Raphaël. Todo el tiempo tenemos la sospecha de que el señor está cuidando su pose más que su actuación. Puede que el protagonista esté muy deprimido, pero no le creemos nada (independientemente del guion) porque él tampoco se lo cree. En cuanto a Olivia: Joséphine Japy es muy hermosa. Tiene presencia actoral y un magnetismo propio, pero su cara de modelo de cremas no basta ni siquiera para entretenernos cuando han pasado los diez minutos de rigor. Ahora, Benjamin Lavernhe hace a Félix, el mejor amigo del protagonista. Este se salva. De hecho, fue nominado a un Cesar (el Oscar europeo) por

El libro que escribe Raphaël está dotado de poderes mágicos cuyos alcances nunca entendemos

“actuación de reparto”. Y la candidatura se la merece porque es el único que hace reír. Como se sabe, el actor de reparto en inglés se dice textualmente “actor de soporte”. En efecto, su actuación tendría que apoyar la de los protagónicos. ¿Sucede así? En absoluto. Él se da cuenta de que está actuando una farsa, pero nadie más. A veces Lavernhe parece incluso fuera de lugar porque nadie lo sigue histriónicamente. Por último, están los lugares comunes o, en francés, les clichés. Con ocho guionistas, uno se entera de que lo que ha querido hacer Gélin es enmascarar la falta de originalidad de su pensamiento creativo. Escena a escena uno reconoce ideas tomadas de otras películas. Cuando Harry conoció a Sally es la más socorrida y, claro, la que da apellido a Raphaël Remisse, El día de la marmota, dirigida por Harold Ramis en 1993. Hay incluso un aire en toda la película que recuerda a “la obra” de Eugenio Derbez. Debe ser a causa de que Gélin saltó a la fama en Francia con el remake de No se aceptan devoluciones. Demain tout commence es en realidad una película mediocre, pero uno esperaba que el director despegara con sus propias ideas. El resultado es esta distopía, un engendro hecho de retazos de excelentes películas que no vuela nunca con alas propias.

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ANTESALA

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POESÍA

Pirólisis PEDRO LÓPEZ ADORNO (PUERTO RICO, 1954)

Relee poemarios publicados hace treinta años. Es temprano. Digamos que es 5 de enero. Calladas piras vuelan a escasa altura de su cabeza. Arde y despega en busca de la consentida estatua que se esfuma. Produce vértigo el color. Los montes olfatean retorno o un ruidillo de mordiscos se le ensalada en la pujanza. Tiemble el clima de una vez. El valor específico de la gloria no vaya a ser mentira. Glosa de otro ser. Otros recordarán los escombros. De Versión del que surgía, libro de próxima aparición en La Otra.

EX LIBRIS

Tus dificultades se convertirán en bendiciones/ EKO

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LOS PAISAJES INVISIBLES

Los aprendizajes de Vivian Gornick IVÁN RÍOS GASCÓN

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@Ivan RiosGascon

n Apegos feroces, Vivian Gornick relata un hipnótico episodio de humillación: una noche de verano, ella leía en el sofá de su apartamento en el Bronx junto con Richie, el hijo de su vecina y mejor amiga Nettie. Vivian tenía diecisiete años y el niño ocho, y no sospechaba hasta qué punto aquel infante había aprendido el impulsivo funcionamiento del deseo, y su oscura esencia de crueldades compartidas. El chico reclamaba su atención. Comenzó a incordiarla, interrumpiendo su lectura. Vivian dice: “ahora no, Richie”. Y él: “sí. Ahora”. El niño insistió. “Me entró la risa, pero seguí leyendo. Richie se encaramó a mi regazo y se puso a jugar con la parte de delante de mi vestido, de cuello halter, blanco y de tela de verano, sujeto por un cierre que iba del cuello al ombligo. Le di unos golpecitos distraídos y débiles en las manos, sin dejar de leer. Puso sus brazos alrededor de mi cuello y apretó sus labios abiertos contra mi garganta. Pasmada, sentí su boca en acción sobre mí. Lo empujé con fuerza pero era ya demasiado tarde: había percibido mi vacilación. Siguió agarrado a mí, apretándose contra mi pecho como si tuviese derecho sobre mí. Era fuerte, más fuerte que yo. Nos enzarzamos en una pelea como si ambos fuésemos adultos o ambos, niños. De repente, en un gesto increíble, Richie me bajó el cierre del vestido hasta el final, me metió una mano por debajo del sostén y la otra dentro de mis calzones. Antes de darme cuenta de lo que pasaba, me había atrapado un pezón entre dos dedos y estaba dirigiendo el dedo medio de su otra mano hacia mis ingles”. Apegos feroces es una fascinante reflexión sobre el origen y el destino, sobre los vínculos insanos y la dimensión exacta de la codependencia; es, también, el viaje proustiano de una mujer dispuesta a la experiencia de vivir su vida sin una pareja, sin el cliché de la individualidad como fracaso ni el de la condena masculina. Feminista de profunda lucidez al estilo de Camille Paglia pero menos provocadora, a través de sus memorias Vivian Gornick teoriza y poetiza la existencia sin espejismos, toma distancia de esa fábula clarividente como si su voz no le perteneciera. En su educación sentimental, tuvo dos mentoras. Su madre y Nettie, una ucraniana joven, guapa y voluptuosa. Gornick pierde a su padre a los trece años. Nettie enviuda poco después. Transita, entonces, entre dos frentes opuestos: la madre apegada al amor del esposo muerto y con un rígido sentido de responsabilidad; Nettie sola, complacida de saberse el codiciado objeto del deseo, desempleada y con un hijo a cuestas. Severidad y ligereza son los polos con que Gornick esclarece las aristas de la feminidad del siglo XX, y el doble rol de lo dócil y lo insumiso: Nettie acumula amantes, provoca y desprecia, complace y tortura: una tarde, Vivian entra al departamento de Nettie sin avisar, y la encuentra en la cama con un cura. Ella está desnuda, desbordada; él vestido, petrificado. Richie tiene cinco años. Contempla la escena amarrado en una silla junto a la cama. Volvamos al episodio veraniego: “Me levanté como una centella, en un súbito espasmo. En medio segundo había logrado apartarle las manos y sujetarlo por las muñecas hasta inmovilizarlo. Lo miré a la cara con asombro. Él me devolvió la mirada. Pude ver en su rostro lo que él vio en el mío. Y también pude ver el efecto que causaban en él las cosas que veía. Su cara rebosaba de triunfo, interés y excitación, algo aún más curioso: una especie de tristeza, de seriedad. Me acordé del Richie de cinco años amarrado a aquella silla, contemplando a Nettie y al sacerdote sobre la colcha estampada de la cama. Había aprendido desde aquella noche. Sabía que la vida de su madre no era un ejercicio de poder, sino un intercambio de humillaciones. Ahora estaba probando lo que había aprendido”.

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LITERATURA

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Con autorización de editorial Lumen, ofrecemos este ensayo procedente del último libro publicado por la escritora fallecida el 5 de agosto de 2019

La defensa de las artes TONI MORRISON FOTOGRAFÍA AP

La primera mujer negra en recibir el Premio Nobel de Literatura creció escuchando las historias de supersticiones y antepasados que habían levantado al país más poderoso del mundo. Su abuela le contaba sobre la negritud y la esclavitud y ella, niña inquieta y gran aprendiz de las labores del hogar, se apoderaba de la oralidad de los nombres propios que se desarrollaban en ese contexto. Se llamaba Chloe Wofford pero a los 12 años la bautizaron por la religión católica y le agregaron un nombre, Anthony (que le daría su popular diminutivo). Chloe Anthony creció, limpió casas, logró ingresar a la universidad, se casó con un arquitecto jamaicano (de quien tomó el apellido), tuvo dos hijos, se divorció, trabajó como profesora, luego como editora y, finalmente, se dedicó a escribir, a defender los derechos civiles y a luchar contra el racismo. Toni Morrison (1931-2019), icono de los afroamericanos, tuvo la capacidad de mezclar lo bello y lo terrible, el pasado y realidad actual, con especial destreza en los diálogos y las representaciones poéticas, a lo largo de todas sus novelas. Ahí está la historia familiar de un próspero hombre de negocios que trata de ocultar sus orígenes para integrarse a la sociedad blanca

(La canción de Salomón), o la de una niña negra que ansía tener los ojos del mismo color que las muñecas de las niñas blancas (Ojos azules), o la de una madre que decide matar a su hija antes de que se convierta en una sufrida esclava como ella (Beloved). No son ligeros los libros de Toni Morrison. Sus temas, su estilo, su carga dramática requieren de una concentración suprema. Poco después de su muerte, el año pasado, la escritora británica Zadie Smith recordó que la autora nacida en Ohio fue “creando su lenguaje de la nada y concibiendo cada novela como un proyecto, como una misión, y nunca como mero entretenimiento. De la misma manera que existe una frase keatsiana y una shakespeareana, Morrison creó una frase inequívocamente suya, abundante en metáforas compulsivas y autogeneradas, tan llena de subordinadas como una obra de oratoria presidencial del siglo XIX, y siempre fiel a la creencia primordial de que el lenguaje narrativo —el lenguaje narrativo metafórico, tortuoso, ambivalente, poco rotundo e inconcluso, con sus raíces en la cultural oral— puede ofrecer una forma de conocimiento distinta del, como decía ella, ‘lenguaje

calcificado de la academia o el lenguaje de primera necesidad de la ciencia’ y opuesta a ellos”. Cuatro meses antes de morir, la mujer que estuvo al frente de varios talleres de escritura creativa publicó La fuente de la autoestima, una compilación de ensayos, discursos y meditaciones que ahora Lumen publica en español. Dividido en tres partes (“El hogar del extranjero”, “Lo(s) negro(s) importa(n)” y “El lenguaje de Dios”), el libro comienza con un homenaje a las víctimas de los atentados del 11-S y continúa con temas como la religión de la falda, la filosofía de la purga, la guerra, los cuentos populares, la femineidad, el arte y la lengua, el antisemitismo y el racismo. Bien miradas, estás páginas podrían ser una especie de apéndice de El origen de los otros, el volumen que reunió sus conferencias impartidas en Harvard durante 2016 (sobre la raza, el miedo y las fronteras, entre otros temas), pero son, sobre todo, un viaje a la mente y la imaginación (llenas de calma, coherencia y fuerza literaria) de la fascinante matriarca de piel oscura que lo mismo despachaba una reflexión contundente que un delicioso pastel de zanahoria preparado por ella misma. Víctor Núñez Jaime


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iempre que alguien se pone a pensar en el apoyo a las artes, de inmediato surge un obstáculo complejo: los artistas tienen la pésima costumbre de ser resistentes, y esa resistencia nos engaña y nos lleva a creer que, en líneas generales, el mejor arte llega a hacerse realidad de todos modos, y que de entre ese gran arte lo sublime perdura de todos modos. La impresión pública e incluso académica es que nada, ni siquiera la catástrofe social o personal, impide el avance y la producción de obras de arte intensas y maravillosas. Chaucer escribió en plena peste negra. James Joyce y Edvard Munch siguieron trabajando con un ojo ciego y un ojo dañado, respectivamente. Los escritores franceses se distinguieron en una época que llegaron a definir, la de la ocupación nazi a principios de los años cuarenta. El mayor compositor del mundo siguió creando tras quedarse sordo. Los artistas se han enfrentado a la locura, la mala salud, la indigencia

y la humillación del exilio (político, cultural, religioso) para seguir adelante con su obra. Acostumbrados a sus desdichas, a su firme determinación para soportarlas y a su asombroso tesón para seguir adelante, a veces nos olvidamos de que lo que logran lo logran a pesar de su sufrimiento, no debido a él. El año pasado tuve oportunidad de hablar con un artista de enorme talento y muy asentado que me contó que había vetado un subsidio para otro artista porque consideraba que tener tanto dinero debilitaría al interesado (perjudicaría su trabajo), que además era “demasiado bueno para recibir tal suma caída del cielo”. Para mí, lo escandaloso de esa revelación es que en algunos ambientes no resulte escandalosa en absoluto. Y es que incluso cuando nos preocupamos por los apuros de un artista concediéndole un modesto subsidio, se hace evidente al mismo tiempo un problema de percepción: ¿qué constituye un entorno hospitalario y qué principios determinan que lo ofrezcamos o lo deneguemos? Eso nos lleva, como siempre, a la cuestión de si el apoyo a las artes debe ser sistemático o no, y hasta qué punto. ¿Debería dicho apoyo imitar

el carácter aventurado de la actividad artística y ser también imprevisible, azaroso? ¿Debería analizarse la vida de los artistas, observar el dolor que en muchos casos la caracteriza e incentivar su presencia, enalteciéndolo, incluso reproduciéndolo, como en la anécdota que he contado, por el bien del artista? ¿Deberían incorporarse el sufrimiento y la miseria al mecenazgo artístico, de modo que las mercancías comercializables creadas en esas circunstancias restrictivas se agregaran a la ecuación para calcular el valor de la obra en el mercado en años y eras futuros? ¿O debería dedicarse la misma atención al porqué, al cuánto y al durante cuánto tiempo? Cuando no se les ha prestado ninguna atención, los artistas siempre han demostrado la suficiente locura para salir adelante; así pues, ¿a qué viene tanto aspaviento? ¿No pueden depender de la filantropía ilustrada cuando exista… y buscar en algún otro lado cuando no? ¿No pueden depender del mercado (esto es, concebir el arte pensando en el

La escritora estadunidense, Premio Nobel de Literatura en 1993.

Todo el arte del pasado puede quedar destruido en cuestión de minutos debido a las políticas zafias

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mercado) y esperar que el blanco no se mueva antes de que hayan terminado su obra? ¿Y no pueden contar con las ayudas públicas y confiar al azar o a la ley de la probabilidad el que su trabajo valga como mínimo la misma cantidad invertida en ellos? Esas son algunas de las preguntas que plantea la defensa de las artes, y son fundamentales, en gran medida por la decadencia (cuando no por la catástrofe) de la economía y por la astucia política. Y son preguntas que piden a gritos una respuesta, estrategias de los organismos artísticos públicos, las instituciones académicas, los museos, las fundaciones, los grupos de comunidades y vecindarios, etcétera. Lo que todos sabemos, ustedes y yo, es que la situación es más que alarmante: es peligrosa. Todo el arte del pasado puede quedar destruido en cuestión de minutos debido a las políticas zafias o las escaramuzas bélicas, o a ambas cosas. También es cierto que buena parte del arte del futuro quizá jamás vea la luz debido a la despreocupación, el capricho y el desdén de los que subvencionan y los que consumen el arte. Los requisitos a nivel nacional pueden barrerlo todo o flaquear; materializarse o fluir. Ha habido momentos en que el apoyo al arte nuevo y emergente ha sido una auténtica marea equiparable al apoyo a las instituciones tradicionales; otras veces, como ahora, ese apoyo ha sufrido una sequía. La incertidumbre puede llevarse por delante a generaciones enteras de artistas y causar daños irrevocables a un país. En algunos países ya ha sucedido. Vamos a necesitar buenas dosis de inteligencia y previsión para no sumarnos a esa lista, para no acabar siendo uno de los países que dependen de la pasión de artistas muertos hace mucho tiempo, que se apropian de esa pasión, de ese empeño, mientras animan a los artistas contemporáneos a buscarse la vida por su cuenta. O uno de los países que pueden definirse por la cantidad de artistas que lo han abandonado. Si juzgamos una civilización, y creo que así debe ser, no por el altruismo con el que contempla el arte, sino por la seriedad con la que el arte contempla la civilización, va siendo hora de que empecemos a abordar de nuevo, y con tenacidad, determinados problemas que siguen disparando las alarmas. La percepción pública del artista está con frecuencia tan en desacuerdo con la percepción del mundo del arte que apenas pueden dialogar. Sin embargo, nunca se insistirá lo suficiente en la necesidad de que eso suceda, de que existan conversaciones sin actitud de superioridad entre los profesionales de las artes y el público, entre los artistas y los espectadores. También es posible y necesario fomentar diálogos en que el artista no suplique y el defensor de las artes no aplique. Es posible contar con un foro donde el ciudadano y el estudiante se sientan bienvenidos no solo por la compra de una entrada o el aplauso. Es importante incluir a los estudiantes y a los ciudadanos en esos proyectos, incluso fomentar esa relación; insistir en el debate de los problemas que parecen dominar el mundo del arte en general y que nos acosan a todos, a los patrocinadores, a las instituciones, a los artistas, a los profesores y a los organizadores.

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DE PORTADA

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La publicación de Le Consentement, de Van no solo ha puesto en jaque a un escritor med sino a la industria editorial y a los círculos del

Gabriel Matzneff: retrato de un pedera

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MELINA BALCÁZAR/ PARÍS ILUSTRACIÓN BOLIGÁN

Qué puede producir un libro hoy día? En el caso que opone al escritor Gabriel Matzneff y a la editora Vanessa Springora, la respuesta a esta pregunta ofrece dos visiones irreconciliables de la literatura. Matzneff defiende, a pesar de las acusaciones en contra suya, una libertad sin límites como creador que lo llevó a buscar en la pedofilia la expresión misma de su singularidad autoral, un medio como cualquier otro para desarrollar un estilo y crear un universo propio. Para Springora, la literatura es ese espacio en el que por fin puede recobrar su voz y dejar de ser solo el personaje de un escritor conocido, aunque poco leído. La historia, o más bien deberíamos decir los hechos, se remontan a 1985, cuando Vanessa Springora, de entonces 14 años, conoce en una cena a Gabriel Matzneff, de 50 y con fama de seductor de “niñitas”. Poco después comenzarán una relación sin que nadie, ni siquiera la madre de Springora, se opusiera de forma concreta. Tal es la cuestión que plantea Le Consentement, el libro en el que la autora cuenta de manera sobria y precisa dicha relación: A los 14 años, no debería esperarme un hombre de 50 a la salida del colegio, no debería vivir con él en un hotel, ni terminar en su cama con su verga en la boca a la hora de la merienda. […] Nuestra historia era sin embargo única y sublime. De tanto repetírmelo, había terminado por creer en esa trascendencia, el

síndrome de Estocolmo no es solo un mito. ¿Por qué una adolescente de 14 no podría amar a un señor 36 años mayor que ella? Centenares de veces le di vuelta a esta pregunta en mi mente. Sin ver que estaba mal planteada, desde el inicio. No era mi atracción a la que debía interrogar, sino a la suya.

Como ella misma lo señala, el hecho de que Matzneff nunca la haya forzado no debería poner en cuestión la realidad del sufrimiento síquico y los efectos devastadores en su vida producidos por la manipulación e influencia que el escritor ejerció sobre ella. Ese consentimiento la paralizó durante 30 años impidiéndole relatar lo sucedido. Al hacerlo público, hoy intenta mostrar que el consentimiento no solo es íntimo sino ante todo social. Y tal vez en ello reside el impacto que su testimonio ha tenido en Francia, pues su “relación” con Matzneff transcurrió con el consentimiento tanto del llamado mundo literario —entiéndase, el que se concentra en la muy chic avenida parisina SaintGermain-des-Près— como de las esferas del poder. Ya que, a pesar de que sus libros no tenían gran éxito, Matzneff contó durante más de 40 años con el apoyo de editoriales tan importantes como Gallimard, a través de Philippe Sollers, o del mismo presidente François Mittérrand. Nadie dijo nada cuando presumía sus conquistas en los quince volúmenes de su diario publicado por diferentes editoriales: “Normin. Es la primera vez que traigo a un hotel de paso a un niño de 12 años, que no es un chico de la calle, sino un colegial con su uniforme y su mochila en la espalda.

[...] La piel suave, el cuerpo grácil, la boca que trabaja con ahínco, el culo divino de un Gilbert, 13 años, de un Normin, 12 años, me dan mucho placer”. O cuando describía sus viajes de turismo sexual en Filipinas: En el Robinson’s, estaba solo y melancólico, los jóvenes que me hacían guiños eran todos, chicas y chicos, unas putitas de la peor especie, sin duda sifilíticos, poco apetitosos. Salí cuando un chico fresco y encantador, que primero creí era una niña, me miró. Buena elección, sí, un bonito niño, chispeando malicia, que hablaba bien inglés, colegial muy limpio de 13 años. No quiso que me lo cogiera, pero me chupó de maravilla e hizo que me viniera. [...] En términos amorosos, lo que vivo en Asia es muy inferior a lo que vivo en Francia, incluso si los niñitos de 11 o 12 años que introduzco en mi cama son un condimento raro. Sí, solo eso, un condimento y no el platillo principal.

Matzneff contó durante más de 40 años con el apoyo de editoriales como Gallimard

De ahí la extensa serie de mea culpa de personalidades influyentes del mundo cultural tras la publicación del libro a principios de enero. Uno de los más notorios ha sido el del crítico literario y presentador del célebre programa Apostrophes Bernard Pivot quien lo recibió en seis ocasiones. “Me faltó lucidez y fuerza de carácter para sustraerme de las derivas de una libertad con la que sabían acomodarse tanto mis colegas de la prensa escrita como del radio. Lamento no haber encontrado las palabras que eran necesarias en aquel momento”. Un extracto de un programa de 1990 lo muestra en efecto presentando a Matzneff de manera

desenfadada como “un verdadero profesor de educación sexual”, “un coleccionador de chiquillas”, entre las risas del resto de los invitados. Solo la periodista canadiense Denise Bombardier se indigna ante sus escritos y lanza una frase que en aquella época nadie tomó en cuenta: “la literatura no puede servir de coartada, hay límites, incluso para la literatura”. También su editor Antoine Gallimard expresó solo ahora sus reticencias ante la escritura de Matzneff, en particular sus diarios, y tomó una decisión inédita hasta hoy en la historia de su prestigiosa editorial: detener la venta del Journal que publica desde hace 30 años. Pero no se trata, recalca el poderoso editor, de una cuestión de censura a la cual se opone con firmeza, sino más bien de responsabilidad ética: “Cuando oí hablar de Le Consentement, antes de que saliera en librerías, no pensaba cambiar de opinión. Pero me conmovió mucho la lectura del libro. Vanessa Springora me hizo comprender los efectos devastadores de la manipulación de una jovencita por un adulto. En el diario de Matzneff faltaba algo: la víctima. Mi responsabilidad como hombre y editor consiste también en escuchar el sufrimiento de los demás”. El caso de Gabriel Matzneff ha revelado también una serie de privilegios que el funcionamiento opaco de las instituciones culturales ha hecho posible. El escritor recibía un apoyo excepcional anual desde 2002 del Centro Nacional del Libro, gracias a la intervención de sus múltiples relaciones con personalidades influyentes. Así le otorgaron también en 2013 el Premio Renaudot de ensayo por Séraphin, c’est la fin!. Su amigo Christian Giudicelli, también jurado de dicho premio y su editor en Gallimard, defendió su causa junto al


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nessa Springora, diocre y cortesano, l poder en Francia

asta mediático escritor Frédéric Beigbeder, quien siempre se ha dicho gran admirador de Matzneff. Fue de hecho la atribución de ese premio la que condujo a Vanessa Springora a escribir la otra parte de la historia al ver que de nueva cuenta el París mundano le rendía honores. Sin embargo, a pesar de sus fieles defensores, entre los que se encuentra también la antigua directora del suplemento literario de Le Monde Josyane Savigneau, antes de la publicación de Le Consentement, algunos jóvenes escritores como Camille de Toledo señalaron la “trilogía moribunda” en la que se basa la obra de Gabriel Matzneff: “lujo, cultura y burguesía”. Al leer sus diarios, en 2009, De Toledo no encuentra más que una escritura que, sin percatarse del cambio en el “régimen del placer”, sublima lo insignificante y sigue apegada a “un antiguo régimen de la carne, en donde el placer estaba íntimamente ligado a la conciencia de la falta y la culpa”. Se trata en efecto de un “satanismo juguetón”, mezcla de despreocupación falsamente galante y porquería, señala el periodista Marc Weitzmann retomando la expresión de Baudelaire para describir ese mundillo literario casi exclusivamente masculino en busca de transgresión. La frivolidad y el narcisismo masculino que caracteriza a ese grupo con gran influencia en los medios los hizo caer en un iletrismo, ese padecimiento de quien sabe leer pero es incapaz de darle el más mínimo sentido a las palabras. Pues con Matzneff el medio literario parisino no solo perdió su brújula ética, sino ante todo su brújula literaria. Quien se aventure a leer a Matzneff

no encontrará más que un escritor mediocre con delirio de grandeza. Una anécdota en el libro de Vanessa Springora es significativa a este respecto. Al momento de intentar romper con Matzneff —tras haber leído sus “aventuras” en Filipinas—, Springora intentó encontrar consejo y ayuda con Émil Cioran. Sabía que era amigo del escritor pero pensaba que siendo filósofo podría entender su desesperada situación. Para Cioran, debía ella más bien valorar la suerte de haber sido escogida por un gran autor y debía sacrificarse para ayudarlo y acompañarlo en el gran camino de la creación. ¿Qué puede hacer entonces un libro hoy? Le Consentement muestra que puede enseñarnos a leer de otra manera y permitirnos escuchar las voces que han sido silenciadas por mecanismos de poder de los que no escapa la literatura. Matzneff la había encerrado en sus libros, como uno más de sus objetos de deseo, pero al apropiarse a su vez de las palabras que la habían sometido, Vanessa Springora contribuye a combatir ese iletrismo. Nada hay en su acto de escritura de revancha o venganza. Vemos al contrario un intento por contraponer a la obra de Matzneff, que ignoró su sufrimiento al igual que a sus numerosas jóvenes víctimas, un libro que dice la vulnerabilidad que nos constituye. Matzneff no tendrá así la última palabra. La ironía del destino, como suele decirse, ha hecho que Springora sea hoy la directora de las ediciones Julliard que publicaron en 1974 el casi manual y panfleto de pedofilia Les moins de seize ans (Los de menos de dieciséis años). Una nueva historia literaria ha comenzado así a escribirse.

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TERTULIA

22 DE FEBRERO 2020

HUSOS Y COSTUMBRES

ENTREVISTA

La lectora hipocondriaca ANA GARCÍA BERGUA

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n día lees los síntomas de una enfermedad y los empiezas a sentir todos: dolores, escalofríos, debilidades y entrechocar de dientes. Al rato ya tienes botulismo, tétanos, o cualquier cosa aterradora, y estás a punto de derrumbarte en la cama y suplicar que te lleven al hospital, cuando no has hecho nada más que leer. Leer, por ejemplo, el prospecto de una medicina, con esa lista siniestra de efectos secundarios, los síncopes, ataques y desmayos siempre posibles; esas pastillas de color rosa que te recetó el médico y se veían tan inocuas, tan inocentes, pueden provocar cosas terribles si llegas a formar parte de aquel pequeñísimo y desdichado porcentaje de probabilidades. Leer sobre el cuerpo y que la letra enferme al cuerpo, eso es lo más curioso. Pero es que la sugestión de la letra es poderosa. Tanto, que algunos médicos te dicen, sencillamente, que no leas. Y así, fuera de contexto, el consejo suena incluso antiguo. Como si dijera: te va a invadir el demonio de la duda y penetrará por tus ojos como un virus o algo peor, un espíritu, viscoso quizá, que te pondrá más grave aun. Y también, pienso, porque al dudar los llamas por teléfono a deshoras y los acribillas a preguntas probables, lecturas paranoicas —¿o no?— de la enfermedad que ya diagnosticaron y sus remedios. Me gusta contar el día en que mi madre y yo, postradas en cama por una intoxicación con un queso, llegamos a delirar de hipocondria, pues mamá leyó una noticia sobre un caso de meningitis equina en una colonia cercana. Fue la lectura la que empeoró las cosas, de por sí complicadas: una gacetilla en el Esto, perdida junto a las noticias de deportes y espectáculos; ¿la meningitis vendría con los resultados del Hipódromo? En todo caso, nunca pregunté si el enfermo había sido hombre o caballo, pero la hipocondria por lectura operó su cataclismo y empeoró de manera notable nuestra condición, que se volvió galopante, literalmente. Hay escritores tan precisos en sus descripciones de síntomas y padecimientos que podrían afectar a gravedad a sus hipocondriacos lectores. ¿No habrá quien se sugestione con la epilepsia de Raskolnikov, los silbidos pulmonares de la tuberculosis de Hans Karstop —esa que, al principio de La montaña mágica, padece su amigo, no él—, las migrañas de la madre en Expiación de Ian McEwan, con sus tormentos en medio de la oscuridad tan bien descritos, o la sífilis de Oswald, el personaje de los Espectros de Ibsen? Lo que sí puedo decir es que más de una lectora hipocondriaca muere un poco con el alma envenenada, tras leer los efectos del arsénico en la pobre Emma —su pobre Bovary, que, decía Flaubert, “sufre y llora en veinte pueblos de Francia al mismo tiempo, a la misma hora”, efectos que el gran novelista describió con sadismo y precisión clínica. Así que no lean los hipocondriacos; los proctólogos afirman que hacerlo en el excusado es muy malo. Y menos aún leer sobre gente saludable y feliz, algo que, si se descuidan, los matará de aburrimiento.

La sugestión de la letra es poderosa. Tanto, que algunos médicos te dicen que no leas

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El autor de la novela Tardes quietas de jazz y madera (Tandaia).

Hugo Roca Joglar

“Quise habitar en primera persona a una mujer”

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ÁNGEL SOTO FOTOGRAFÍA HÉCTOR TÉLLEZ

arzo de 1994. La ajedrecista húngara Judit Polgar, de 17 años, se enfrenta al número uno del mundo de la Asociación Profesional, Gari Kaspárov, de 30. En un momento climático de la partida, el ruso mueve un caballo, pero se retracta instantáneamente y coloca su pieza en otro escaque, tras percatarse de que su movimiento conduce a una derrota ineludible. La regla prohíbe rectificar una vez que el jugador ha soltado la pieza. Según Carlos Falcón, juez del duelo, eso no ocurre; sin embargo, un video publicado días más tarde revelará que Kaspárov sí deja de hacer contacto. No obstante, gana la partida. Situaciones similares abundan todavía en el mundo del ajedrez. “Los torneos siguen segmentados en masculino y femenino. Ya hay muchos mixtos, pero no hay ninguna mujer en el top 50 de los ajedrecistas. Ninguna ha sido retadora al campeonato mundial. Es un mundo lleno de prejuicios hacia las capacidades ajedrecísticas de las mujeres”, cuenta Hugo Roca Joglar, periodista, musicólogo y narrador. Su novela debut, Tardes quietas de jazz y madera (Tandaia, 2019), tiene como protagonista a Lorca León, una adolescente mexicana que a los 17 años —igual que Polgar en su duelo ante Kaspárov— se perfila como la primera mujer en la historia del ajedrez en retar a un campeón del mundo. En medio de jornadas intensas de entrenamiento, cínicas demostraciones de misoginia y un brutal estallido

de violencia en su natal Nepantla, Lorca sostiene aguerridas reflexiones sobre su entorno social y su profesión, mientras exhibe el “odio que siente por el mundo, sobre todo por el sistema, que la somete por el hecho de haber nacido mujer”. ¿Por qué tuviste el impulso de trasladarte del periodismo a la ficción? Llegó un punto en el que, al ejercer la crónica, mis textos bordeban la no ficción. La crónica de largo aliento abreva mucho de la novela, de sus estructuras. También te permite pasajes ensayísticos donde reflexionas. Me sentí en un punto en el que, a través de personajes y situaciones estrictamente reales, no estaba alcanzando las imágenes que quería abordar, sobre todo imágenes de crítica social. Me interesaron mucho los feminicidios y las autodefensas. Además, la ficción me permitía hacer algo que siempre había querido: habitar en primera persona a una mujer; buscar construir a un personaje femenino, eso que me estaba completamente vedado en la no ficción. ¿Qué implica asumir, como hombre, una primera persona femenina? ¿Fuiste consciente de los riesgos? Completamente. Quise abordar esos

“Me parecía muy importante una deconstrucción con el riesgo de crear un personaje absurdo”

riesgos. Primero, es un ejercicio para deconstruir mi masculinidad y para buscar, desde la otredad, una empatía real hacia lo femenino. Fui criado en los años ochenta y noventa, en una cultura en que la mujer estaba sometida. Me parecía muy importante una deconstrucción con el riesgo de crear un personaje absurdo. Un hombre quejándose, desde la voz de una mujer, del patriarcado, puede sonar ridículo. Parte notable de la novela está en la narración de los duelos. ¿Cómo configuraste esos pasajes? Partí de la idea de que la narrativa masculina del ajedrez es aburrida. La crónica de un partido abunda en tecnicismos, en posiciones. Quise abordar un ajedrez mucho más imaginativo. Busqué hacer todo lo que no he leído que haga un cronista ajedrecístico: incorporar las personalidades y hacer que los enfrentamientos fueran mucho más psicológicos y abstractos. ¿Ésta es una novela feminista? Creo que es más un ejercicio de deconstrucción masculina. A Lorca siempre busqué mantenerla en esferas abstractas. Nunca me meto en un plano físico como la menstruación o su sexualidad. Me preocupé por que el personaje se mantuviera siempre así, en esferas que no fueran exclusivamente femeninas, pues ahí sí entraría en lo ridículo. Al mantenerlo como un personaje abstracto, el personaje todavía puede mantenerse verosímil siendo creado por un hombre.

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EN LIBRERÍAS

22 DE FEBRERO 2020

NARRATIVA, ENSAYO Lo que fue presente

El corazón. Frida Kahlo en París

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A FUEGO LENTO Nuestra casa está ardiendo

La felicidad de los perros del terremoto México, 2019

Héctor Abad Faciolince Alfaguara México, 2020 610 páginas

Marc Petitjean Circe México, 2019 182 páginas

Greta Thunberg et. al. Lumen México, 2019 304 páginas

Dice Abad Faciolince que desconoce la razón por la cual publica estos diarios, por qué desnuda tanta intimidad propia y ajena, por qué expone partes de su vida de las que no está nada orgulloso. La escritura da inicio a fines de 1985, un tiempo de dudas y crisis vocacionales, y concluye en 2006, tras la publicación de la novela El olvido que seremos. Más que de la exposición de ideas, estados de ánimo y hechos, se trata en realidad del mero acto de escribir.

A comienzos de 1939, Frida Kahlo zarpa de Nueva York con destino a París. André Breton ha prometido montarle una exposición. Mientras se alista para la inauguración, conoce a Michel Petitjean, a quien termina regalándole el cuadro Corazón, un testimonio de sus dolores físicos y amorosos. ¿Es posible que entre la pintora y ese hombre común hubiera existido un romance del que no teníamos noticia?, pregunta el autor, quien se lanza tras el rastro inédito de su padre.

Este libro en realidad fue escrito por los padres de la joven activista sueca Malena Ernman y Svante Thunberg. Ella es cantante de ópera y él actor y productor teatral; se añade en la escritura también a la hermana de Greta, Beata. Las hijas están en el centro de la narración, “pero sobre todo”, escribe Malena, “es el relato de una crisis que nos envuelve y nos afecta a todos. Una crisis que hemos generado con nuestra forma de vivir: de espaldas a la sostenibilidad”.

Indigencia de las redes ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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n la edad tiránica de las redes sociales, cuando las masas insatisfechas o coléricas se han erigido en vertedero, tribunal y daimón, nada parece tener más consistencia que la puesta en escena de una identidad. La pose autosuficiente en Instagram, los mensajes apenas verbalizados, los intercambios pictográficos medran al liberarse de sus fines chapuceros. La impostura es sinónimo de autenticidad y los olmos dan peras. La felicidad de los perros del terremoto (Literatura Random House) nace de tal intuición. Si lo descabellado ya gesticula a sus anchas, sugiere Gabriel Rodríguez Liceaga, entonces todo es posible. Imaginemos entonces a una estrella del reguetón, incapaz de articular una frase y envuelto en una bruma infranqueable de drogas y alcohol, ofreciendo un concierto en Alaska luego de acatar los resultados de una encuesta a través de las redes sociales; imaginemos también a la corte de operarios, extras, ejecutivos de ventas, mercadólogos y productores detrás del montaje; e imaginemos a un publicista a quien abandonó la literatura, maltratado por la noticia de la muerte de un hijo del que nunca supo nada, y obtendremos una novela cuyo argumento rocambolesco avanza parejo a una escritura juguetona, irónica y explosiva, con la inventiva exacta para imponer un ritmo en el cual las palabras gozan de vida plena. Sirviéndose lo mismo del narrador omnisciente que de la primera persona a través del correo electrónico o el diálogo con formato estenográfico, Rodríguez Liceaga nos introduce en una galería de personajes desorbitados (que entre otras cosas ejecutan un cuadro satírico de la Ciudad de México) y atareados en convertirse en los peores enemigos de sí mismos. Desorbitada, por ejemplo, es la mujertrofeo del reguetonero, que no solo lamenta la competencia sexual de un grupo de bailarinas “gordibuenas” sino el regreso triunfante de la bulimia y la anorexia. No hay quien no se pregunte qué está esperando para huir de todo… mientras exhibe su disposición a la impostura. Ahora que las redes sociales se toman tan en serio, sobre todo por su poder para banalizar nuestra humanidad, la rara y exquisita comedia de Gabriel Rodríguez Liceaga ilumina esas zonas aún reservadas para el pensamiento que se nutre de la crítica de las costumbres y la risa tonificante.

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LITERATURA

22 DE FEBRERO 2020

RESEÑA

Una novela caballeresca La ladrona de fruta, que llega a librerías, es el astro más luminoso del universo creado por Peter Handke SILVIA HERRERA FOTOGRAFÍA EFE

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omo su “Última epopeya” ha calificado el Premio Nobel austriaco Peter Handke (1942) a su reciente novela La ladrona de fruta o Viaje de ida al interior del país (Alianza, 2019). En ella encontramos su ya conocido método en el cual la narración parece ser una caótica reunión de fragmentos; pero al mismo tiempo, como todo verdadero creador, Handke trasciende este recurso familiar y entra en una zona literaria superior. Antes de acercarnos a La ladrona de de fruta, recordemos primero algunos aspectos de su estilo. Todo narrador elige motivos y situaciones para desarrollar su historia, pero como ha observado el ensayista y crítico italiano Elémire Zolla, al hablar de la relación entre el alquimista y el escritor, el genio de éste radica en que sus elecciones poseen una fuerza, digámoslo así, primordial que conmueva al lector. Si Handke es un escritor difícil no se debe a que escriba abstracciones filosóficas, sino que pide un lector atento y paciente que sea capaz de seguir su orden. En sus primeras y breves novelas —Carta breve para un largo adiós, El miedo del portero al penalty y El momento de la sensación verdadera, por mencionar algunas— esta exigencia es más evidente; la dificultad se acentúa por la aridez de su escritura que ralentiza extremadamente la narración. Si podemos considerar a Handke un escritor “vanguardista” se debe a que, como lo hicieron algunos artistas de los años sesenta y setenta —pintores, músicos y cineastas—, su aspiración era expandir la percepción del público. No deja de ser una especie de chamán. Entre las enseñanzas de don Juan, el personaje de Carlos Castaneda, él hacía ver a sus discípulos una hoja que parecía estar en lontananza, pero en realidad estaba cerca; el ejercicio se trataba de que no vieran esto conscientemente. Los protagonistas de Handke actúan de manera semejante: en apariencia ven algo fijamente, pero el verdadero objeto de la visión se encuentra más allá. El lector que logre superar las pruebas que impone, al terminar el libro adquirirá una percepción más refinada. En cuanto al motivo que concita el desarrollo de sus historias, en sus primeras novelas lo que se nos aparecen son personajes que están viviendo una ruptura y tienen que reconstruirse; podría decirse que lo que se rompe es su estabilidad pequeño-burguesa. Su proceso de reconstrucción explica parcialmente el estilo fragmentario y caótico de las historias y la “errancia sin

El Premio Nobel de Literatura 2019.

brújula”, expresión de Juan Villoro, de los protagonistas. Retomando las novelas citadas anteriormente, en Carta breve para un largo adiós todo parte de una ruptura amorosa; en El miedo del portero al penalty, de haber sido despedido del trabajo; en El momento de la sensación verdadera, de un sueño en el cual el protagonista comete un asesinato. El título de esta última bien puede agrupar ese ciclo inicial. Entremos ahora a La ladrona de fruta. Como cuenta la traductora Anna Montané Forasté, se trata de una especie de continuación de La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos (2002); en ella la madre de la protagonista de La ladrona de fruta va en busca de su hija; ahora se invierten los papeles y la hija, Alexia, va en busca de su madre. La errancia continúa siendo un leitmotiv en Handke pero, a diferencia de las obras citadas, ahora sí hay objetivo definido. En cuanto al motivo de la personalidad que se rompe, en La ladrona de fruta parece no haberlo; en realidad, la protagonista vive la ruptura permanentemente pues su sino es estar en movimiento. La novela puede dividirse en dos partes. En la primera, que ocupa casi una cuarta de la novela y donde prima el estilo del primer Handke, se presenta

El aspecto medieval queda claro porque la protagonista ve su búsqueda como una aventura

el narrador de la historia, quien dejará su tierra para ir en busca de la ladrona de fruta. Con su habitual escritura morosa, Handke cuenta los preparativos de la partida e historias que le suceden al narrador, quien, como sus otros protagonistas, es un outsider, aunque la ladrona se niega a ser considerada una marginada. De lo que le sucede al narrador destaca su encuentro con los sin techo, que le hace decir que antes no estaban en el Primer Mundo, lo que muestra la pauperización que ha padecido Europa en los años recientes. El narrador va anunciando poco a poco la aparición de la ladrona, hasta que en cierto momento coincide con ella en el pueblo que le servirá a Alexia como punto de partida para ir en busca de su madre. Inopinadamente, el narrador desaparecerá y quedará la ladrona. Montané Forasté señala en la nota final que “Handke continúa explorando en La ladrona de fruta las posibilidades de una épica diferente, más cercana a las epopeyas medievales que a la escritura psicológica de la novela moderna, pero de ningún modo trata de restaurar una forma arcaica, más bien intenta contemporaneizarla”. Veamos cómo lo hace: Alexia va en busca de su madre en la región francesa de Picardía, al Norte. “Aunque no le hiciese pensar ni en caballeros ni en castillos feudales, el nombre tenía, sobre todo cuando lo repetía en voz alta para sí misma, algo caballeresco, algo —¿cómo lo llamaban?— chevaleresque”.

(Desde el principio se anuncia el carácter medieval de La ladrona de fruta, mediante una comentario insignificante: el narrador habla de que había leído una historia medieval en la que una joven, para afearse, se había cortado las dos manos.) El aspecto medieval queda claro porque Alexia ve su búsqueda como una aventura y está preparada para ella. Pero no se trataba de algo incierto como en las historias medievales antiguas: “La región, el país hacia donde tenía que ir, estaba esperándola. Allí la necesitaban, y era urgente”. Para reforzar lo medieval todavía más, Handke pone como apertura a este Viaje de ida al interior del país las diversas etapas o jornadas por las que Alexia va a pasar. Y para que las dudas queden disipadas, además tendrá un escudero: un joven que en el tránsito de la primera a la segunda región se le une. Escrituralmente, cuando Alexia se hace presente y el narrador queda en la sombra, el nuevo Handke domina. La aridez de antaño desaparece y somos llevados por una escritura alada con historias donde lo maravilloso se manifiesta, como la del anciano que hace ver la milagrosa biología de la avellana. Resumamos: La ladrona de fruta no solo es la mejor novela de Handke y la summa de su obra, sino una de las mejores obras de la literatura universal de tiempos recientes en la que, además, nuevamente un autor masculino crea a una memorable heroína.

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ESCENARIOS

22 DE FEBRERO 2020

DANZA

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DOBLE FILO

Maryse Sistach: de Apu a Joker FERNANDO FIGUEROA

L Bailarina de la compañía Tierra Independiente.

Luces para un país roto ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA FRANCISCO DE PARRÉS

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ace unos días, agobiada en medio de la vorágine que nos lleva de una tragedia a otra en un país inmerso en una crisis evidente, mientras nos preguntamos cómo llegamos a este nivel de barbarie y, sobre todo, cómo hacer para salir de ahí, con qué herramientas y elementos podemos reconstruir un tejido social tan lacerado y roto, me cuestionaba: ¿es posible? Paso a paso, por la calle, rumbo a la clase de ballet de unas niñas a las que hoy en día hay que explicarles un mundo terrible en el que hay que vivir alertas y con miedo, a mi teléfono llega un mensaje: la compañía Tierra Independiente, que ha desarrollado un trabajo escénico muy relevante en el estado de Oaxaca, organiza un festival llamado Festival Escénico Epicentro Oaxaca con el objetivo de acercarse a los artistas, los públicos y los espacios sedes para tejer una red de esfuerzos y diálogos que sumen, desde el arte, a la construcción de una sociedad sensible, reflexiva, solidaria, creativa, amorosa y cercana, “porque confiamos nuestra vida al arte para la transformación, porque somos un canal y plataforma para que momentos como este Festival en Oaxaca sean posibles”. Desde el 18 de febrero y hasta el 29, un festival de danza, teatro y circo se vivirá en Oaxaca con 16 presentaciones para niños, jóvenes y adultos en

diferentes espacios de la ciudad como la Plaza de la Danza, La Facultad de Bellas Artes, el MACO y Teatro Juárez; y en municipios de San Jacinto Amilpas, en Tierra Independiente, y de Santa Lucía del Camino en La Locomotora. Al Festival asisten artistas de Oaxaca, Guadalajara, Ciudad de México, Chiapas, Alemania, Canadá y Venezuela. Tuve la fortuna de coincidir con la agrupación en el reciente festival zapatista de danza nombrado Báilate Otro Mundo, en donde la compañía obsequió un trabajo escénico y coreográfico con un equilibrio entre la interpretación, el rigor técnico y la profundidad temática que dejó una huella profunda en los y las asistentes al festival, principalmente en las comunidades indígenas pertenecientes a los pueblos bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Una pequeña niña, hija de los intérpretes, se encargó del traspunte de un modo tan natural y comprometido que no podía pasar desapercibido. Qué ganas de que cada niña y niño en este país tuviera este contacto con el arte, con la danza, con la

Qué ganas de que cada niña y niño en este país tuviera contacto con el arte, con la danza

magia del escenario. Las y los asistentes nos hemos llevado esos ecos a nuestros lugares, a nuestro quehacer artístico cotidiano. La noticia de un esfuerzo para seguir apostando por el arte y extender los vínculos entre los diferentes creativos, además de hacerlo fuera de la Ciudad de México, donde están centralizados muchos de los trabajos, es un hálito de esperanza. El ahínco de muchos artistas sigue vivo. Paulina Álvarez, bailarina, coreógrafa y directora de Tierra Independiente, escribió: “Justo en medio de este país roto hay pequeñas luces como faros para el camino. Así como estuvimos con los zapatistas, hoy estamos acá, compartiendo, trabajando y construyendo justamente otras realidades”. Cuando parece que todo está perdido y la sensación de naufragar a la deriva invade todo refugio, emanan luces como este esfuerzo. Más tarde o más temprano esta crisis que vivimos nos hará tocar fondo a todas, a todos. Pero conforta saber que ahí estará el arte, como está ahora, para sanar, sentir, pensar y reconstruir. Enhorabuena, Tierra Independiente; enhorabuena, Oaxaca, y que ese faro que nos entregan apunte al mundo donde las niñas nazcan y crezcan sin miedo. Enhorabuena por una danza que nos abrace, sane, una danza que construya en este país roto.

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a directora Maryse Sistach (Perfume de violetas, Lluvia de luna, La niña en la piedra, Anoche soñé contigo) nació en la Ciudad de México, estudió Antropología Social en la Sorbona de París y cine en el chilango Centro de Capacitación Cinematográfica. Actualmente prepara el rodaje de Pole dance, con guion de José Buil, para Producciones Tragaluz. También conocida como Marisa, Sistach jugó ping-pong con Laberinto. Parásitos del uno al diez. 7.5. ¿Esa cinta es la síntesis de antropología social y cine? No. Solo es una película. ¿Cuál fue la mejor enseñanza de la Sorbona? La historia de la locura, de Michel Foucault. ¿Y la mejor enseñanza de filmar Perfume de violetas en la Secundaria 261 de Tizapán? Conocer a la generación de chicas millennials del siglo XXI, atrapadas en el machismo del siglo XX. ¿Estuvo bien el Oscar a Joaquin Phoenix por Joker o son payasadas? No he visto Joker. Luego de una década, ¿se puede saber por qué Susana Zabaleta no actuó en Lluvia de luna? No se quiso cambiar el color de pelo. ¿Te gustaría filmar una película basada en el asesinato de Ingrid Escamilla o es too much? No es posible que una historia así te guste, pero sí haría la película. Cuando te ves en el espejo, ¿eres Maryse o Marisa? Maryse. ¿Te importa la opinión de los críticos o aplicas el “ni los veo ni los oigo”? Me da igual. Una película de Satyajit Ray. La trilogía de Apu: La canción del camino, Aparajito El invencible y El mundo de Apu. ¿Qué es el cine de autor? La obra de un artista. Dos poetas de cabecera. Rimbaud y Silvia Plath. Tu película favorita de Felipe Cazals. Las Poquianchis. Y de Jaime Humberto Hermosillo. Las apariencias engañan. La novela que más te ha emocionado. Extraños en un tren, de Patricia Highsmith. Si hicieras un western mexicano, ¿a quién elegirías como actor principal? A Pedro Infante. Define en tres palabras a Matilde Landeta. Directora, líder, amiga. Dos pintores favoritos. Que sean tres: Renoir, Cézanne y Chagall. Bob Dylan o Leonard Cohen. “Like a Rolling Stone”. Chava Flores o Juanga. “Cuando la luna se pone regrandota como una pelotota…”. Usé “El gato viudo” en Los pasos de Ana. Juguete favorito en tu infancia. Rodolfo, un muñeco roto que tengo guardado en mi ropero.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

22 DE FEBRERO 2020

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

TOSCANADAS

¡Canastos! DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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stuve leyendo la prensa del 12 de octubre de 1963. Me llamó la atención el encabezado “Mueren dos artistas”, y me puse a leer. El texto hablaba sobre Jean Cocteau, a quien describía como “un pensador que consideraba todas las esferas del arte como sus dominios”. La nota se alargaba en sus actividades, logros e ideas, hasta que avisaba “pasa a la página seis”. Ahí continuaba la biografía intelectual de l’enfant terrible del pensamiento. Luego venía una nota más pequeña para hablar del fallecimiento de Édith Piaf. Me pregunté si hoy no habría sido al revés. “Muere Édith Piaf”, diría la nota, y ya como un anexo: “También falleció Jean Cocteau”. Así traía la cabeza porque en estos días habían muerto dos personajes que he leído con interés, cariño, admiración y agradecimiento: Roger Scruton y George Steiner; y en medio de los dos había muerto un baloncestista.

KOBE BRYANT

La estrella fallecida del basquetbol.

De la suerte de los dos intelectuales me enteré, no por la noticia en sí, sino a través de la columna de algún crítico o escritor. En cambio, no se podía abrir la prensa sin tener al deportista en primera plana. Otra vez corroboré lo que ya se sabe: fama mata grandeza. Lo que podemos cuestionar es a qué se debe que enaltecer las ideas y al ser humano gane poca fama y rebotar una pelota merezca tanta admiración. Quizá por la capacidad de entendimiento. Abro un libro de Scruton al azar y leo: “En las dos últimas décadas, el campo de las humanidades ha sido invadido por el darwinismo, y de una manera que difícilmente habría podido prever el propio Darwin. La duda y la vacilación han dado paso a la certeza, la interpretación ha sido subsumida en la explicación, y todo el ámbito de la experiencia estética y el juicio literario ha sido bajado del Olimpo y reducido a “adaptación”, es

decir, una parte de la biología humana que existe por el beneficio que reporta a nuestros genes”. Del mismo modo leo un fragmento de Steiner: “El latido yámbico de Marlowe electriza la abstracción. Las proposiciones teológicas y metafísicas de Fausto no tienen menos empuje nervioso que los delirios imperiales de Tamerlán o el enloquecido afán de venganza del judío Barrabás. El incandescente intelectualismo de Marlowe cautivó a sus contemporáneos. Tenía ‘en sí esas valientes cosas traslunares’, dijo Michael Drayton. Mucho después, Coleridge juzga que ha sido ‘la mente más pensativa y filosófica’ de los dramaturgos isabelinos. Marlowe sigue siendo, junto con Milton y George Eliot, el más académico de nuestros grandes escritores, el que más a sus anchas está en el arcano fulgor del saber”. Supongo que decir: “Bota la pelota y métela en el aro” está al alcance de más gente.

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CAFÉ MADRID

El chamán Jodorowsky

H

ay cosas en las que uno no sabe si creer o no. Quizá porque ni siquiera nos lo planteamos. A mí, por ejemplo, nunca se me ha ocurrido ir a un tarotista para que me eche las cartas (“echar las cartas”…, ¡vaya expresión!). Tampoco conozco a alguien que lo haga. Hace poco, sin embargo, tuve ¿la suerte? de que el mismísimo Alejandro Jodorowsky me “hablara” a través de su baraja de naipes. Estábamos en la sede de su editorial en España (el exquisito sello Siruela), un elegante edificio del madrileño barrio de Chamberí. El veterano artista chileno me contaba los detalles de la nueva edición de El tesoro de la sombra que, corregida y aumentada, ahora se llama La vida es un cuento. El libro, por cierto, comienza con un microrrelato sobre la eternidad y lo finaliza con una historia pornográfica. El caso es que, entre una cosa y otra, me contó que todos los miércoles lee gratis el tarot a varios de los asiduos a una cafetería cercana a su casa, en París. “¿A ti nunca te han leído el tarot?”, me preguntó clavándome la mirada. “Pues ya es hora”, decretó, y enseguida sacó un montoncito de cartas del bolsillo derecho de su abrigo negro. Me advirtió: “no veo el futuro, ¿eh? Es para revelarte algo sobre ti. Tú te haces una pregunta íntima, para ti, sin decírmela, yo te digo lo que sale en las cartas y, al final, tú dices si te hablan o no”. La verdad es que las cartas no me dijeron mucho. Tan solo dos o tres generalidades que, en este valle de lágrimas, ayudan más bien poco. Supongo que él se dio cuenta de mi incredulidad y por eso añadió un par de frases acerca de mi personalidad

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismoivictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA WIKIPEDIA

que, sinceramente, tampoco contribuyeron a redondear el asunto, pero zanjaron el embarazoso momento. Entonces Jodorowsky alzó los hombros, recogió las cartas y volvió a guardárselas en el bolsillo. A sus 90 años, este tarotista, escritor, dramaturgo, pintor, actor, director de teatro y cine, creador de técnicas terapéuticas como la psicogenealogía y la pisicomagia, actúa siempre como si fuese un chamán. De hecho, su fama

Su fama se acentuó el día en que se le ocurrió mezclar ritos chamánicos, teatro y psicoanálisis

se acentuó el día en que se le ocurrió mezclar ritos chamánicos, teatro y psicoanálisis para “sanar” a la gente. Además, tiene casi dos millones de seguidores en twitter, por donde difunde sus aforismos, poemas, microrrelatos y frases sueltas, que mucha gente eleva a “filosofía de vida”. Por lo que dice y escribe hay quien lo compara con Paulo Coelho. Pero él considera que está muy alejado del autor brasileño. “Porque Coelho es un industrial fantástico. Porque él sabe que su literatura es un negocio. Anda siempre con su asistente y su abogado y discute cuando sale algo en el periódico que no le gusta. Y se preocupa de todo. Es un maravilloso industrial. Yo no. Mira: cuando salió mi película La danza de la realidad,

El director de cine, pintor, actor, escritor, Alejandro Jodorowsky.

anuncié: ‘hago cine para perder dinero’. Porque estamos enfermos del dólar. Y el dólar no es Dios. No hay que hacer todo por dinero. Hay que hacer las cosas por el placer de crear y ser útil. Ya tengo una edad en la que sé que me voy a ir y tengo que dejar algo. Por eso hago lo del tarot”, explica sin perder la tranquilidad. Tampoco se siente un maestro o un gurú y dice que, principalmente por eso, no ha montado una escuela de psicomagia. “Antiguamente llegaba el profesor y le hacían preguntas y él respondía. Si no le hacían preguntas, no decía nada. Yo hago lo mismo: me siento, me preguntan y yo respondo. Pero no ando dando prédicas. Porque no quiero hacer una secta. Soy artista. El arte no es enseñar. Es hacer una obra que permita a los otros descubrirse a sí mismos… y sanarse”, especifica el hombre que, antes de afincarse en Francia, vivió durante casi dos décadas en México. La charla se fue alargando (su sufrida infancia y adolescencia en medio de su “monstruosa” familia, la muerte de su hijo como consecuencia de un accidente y el duelo infinito, su incursión tardía en la escritura y su amistad con Neruda, García Márquez, Nicanor Parra…) y, como sus cartas hicieron poco por mí, al final le dije que mejor me recomendara algunas obras de arte que, al apreciarlas con detenimiento, ayudaran a sanar mi espíritu. “Mira, el arte va hacia a ti. Pero lo más importante es que tú vayas hacia a él. Porque te habla de cosas que todavía no ves. Te muestra también lo que no oyes, lo que no dices. Lo inefable. Y entrando en lo inefable te vas descubriendo a ti mismo”, me respondió de manera ¿ambigua? y yo me fui a casa tratando de desentrañar alguna lección.

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