Laberinto No.875 (21/03/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO MEMORIA

CRÓNICA

JUAN MANUEL GÓMEZ

VALENTINA RIZZI

De la fiebre amarilla a nuestros días

Italia canta para combatir el encierro

Foto: Reuters

SÁBADO 21 DE MARZO DE 2020 AÑO 16 - NÚMERO 875

Ante el confinamiento, ¿un nuevo Decamerón? Roberto Pliego/ IMAGEN: SANDRO BOTICELLI

Foto: Reuters


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ANTESALA

21 DE MARZO 2020

CASTA DIVA

Museorozco AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA A. L.

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Cómo que Gabriel Orozco no está cobrando por “trabajar” en el Orozco Park? Le van a construir un museo, salió más caro que si le hubieran pagado los honorarios a su limitadísima creatividad. El “Museorozco” se va a llamar Pabellón Contemporáneo y dice Orozco, que es para su obra y la de los “artistas de su generación” porque el público reclama su presencia. En este país que no hay un museo dedicado a la obra de Diego Rivera, que el museo de Siqueiros, que además él donó, se lo han entregado a curadores nefastos que han organizado ahí orgías, la 4T le va a construir un museo a un artista sin obra. El artista VIP dice, con gran congruencia, que el museo “no tendrá colección”, que serán salas de exhibición, decisión acertada, la basura que dejan los paseantes diariamente en el parque, se incorporará como acervo. La otra opción es que Femsa done un Oxxo y lo surta de obras todos los días. Las obras de los artistas de su generación, como Cruzvillegas y Gabriel Kuri, luminarias de la mendacidad, se sumarán gracias a la participación colectiva de turistas-artistas emergentes que visitan Chapultepec y que donan sus obras en los contenedores de basura. La 4T ha “transformado” el arte en un gigantesco y costoso centro de reciclaje. Los museos de artistas los donaron los propios artistas, el Museo Tamayo fue creado con la valiosa colección del maestro Rufino; el museo de Frida Kahlo es en su casa, con sus piezas y objetos, y el Museorozco lo pagamos con nuestros impuestos para albergar nada, porque ni él, ni los “artistas de su generación” tienen obra, por eso no hay acervo, porque no hay nada que meter ahí. Enlistemos las futuras donaciones de estos artistas para el Pabellón: huaraches, macetas, tickets del supermercado, facturas y papelitos pintados de colores, esferas de navidad, palomitas de maíz, pasteles, fotocopias de billetes, y por supuesto cajas de cartón de distintos tamaños. La construcción de este parque y el Museorozco implicó la pauperización del resto de los museos del país, se les retiró el presupuesto y los dejaron sin posibilidades de realizar exposiciones, tuvieron que despedir a más de la mitad del personal. El despilfarro disfrazado de austeridad erige un palacio a la pobreza de creatividad, nos deberían explicar qué hay en estos artistas VIP que merezca un gesto tan ostentoso y prepotente, que no ha merecido el rescate del Polifórum Cultural Siqueiros. La 4T le hace justicia a la mediocridad, le levanta un monumento, y recicla sus “talentos”, es una epifanía, la “transformación” de la nimiedad en consagración. En esas salas quedarán exhibidas, la vanidad, la demagogia y la banalidad, cada una tendrá su pedestal y su curador.

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Despojos en el Bosque de Chapultepec.

Una vida oculta. Dirección: Terrence Malick. Estados Unidos, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

Un encuentro nupcial con Dios

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA STUDIO BABELSBERG

ranz Jägerstätter es un beato de la Iglesia Católica cuya historia cuenta Terrence Malick en Una vida oculta. Malick es un hagiógrafo del cine. Ha dedicado su vida a escribir y filmar obras de aliento bíblico. Lo que fue Tarkovski para la Iglesia Oriental (una suerte de Andréi Rubliov del celuloide) lo es Malick para Occidente, un equivalente de Miguel Ángel. El triunfo visual de El árbol de la vida confirma que el director estadunidense no está lejos de tan alta pretensión. Una vida oculta es poética y profunda pero le sobran minutos. El gusto del director por la imagen lo engolosina. A menudo se pierde haciéndonos contemplar las montañas austriacas, el brillo del agua al atardecer. La obra recupera el aliento al final, entre otras cosas porque aparece Bruno Ganz, un actor que ya estaba moribundo cuando lo llamaron a filmar esta obra. Sus ojos afligidos son perfectos para trazar las dudas de un juez nazi que, como Pilato frente a Jesús, duda con respecto al más allá. Una vida oculta tiene lugar en la Alemania nazi. Jägerstätter es un campesino enamorado de su mujer y las montañas austriacas que llegado el momento se niega a jurar fidelidad a Adolfo Hitler. Hoy día resulta

incluso sospechosa semejante tozudez pues ¿cuánta gente honra su palabra hoy por hoy? Franz, en cambio, está convencido de que Dios es La Palabra y, claro, no puede rebajar un juramento al nivel de una fórmula cualquiera que se dice y ya. Esto es en realidad lo más difícil de digerir en la obra de Malick, la rotunda negativa a pronunciar una fórmula que, sin embargo, haría de Hitler (a quien Franz Jägerstätter considera el Anticristo) su señor. Vale la pena, por lo tanto, pensar en aquel otro juramento que sostiene a este hombre en la cárcel militar de Berlín-Tegel: el juramento que hizo a su mujer el día en que se casó. También hacia el final un prisionero confiesa a Franz que él hubiese querido tener una vida así, con esposa e hijos, beber vino y, a veces, ir a la iglesia. Entendemos que la fuerza de este hombre en una cárcel militar nazi radica en el amor que ha sentido por su mujer y sus hijas. Y ese amor, en su cosmogonía, es matrimonial y, por tanto, está basado también

El protagonista es un campesino que llegado el momento se niega a jurar fidelidad a Hitler

en un juramento. Jurar fidelidad a Hitler significaría no solo traicionar a Cristo, también, en un sentido más inmediato, significaría negar el amor nupcial por su mujer. Y todos se lo dicen, casi tan necios como él: jura a Hitler; es una fórmula nada más. Fírmalo si no quieres decirlo, pasa el trámite, deja que tu abogado te salve de la guillotina. Volverás a ver a tu madre, a tus hijas. Volverás a hacer el amor con tu mujer. Pero todos estos consejos Franz los toma como auténticas tentaciones que le propone Satanás. En efecto, la magia del cine sucede cuando uno tiene la ilusión de saber lo que piensa un personaje al interior de la pantalla. Esto sucede tan puntualmente que Malick, cuando ha jugado todas sus cartas, nos da la ilusión de comprender el pensamiento de un beato que puede decir en la prisión: “nunca he sido más libre que hoy”. Las preocupaciones de esta película son ajenas a las de la cultura contemporánea. Terrence Malick tiene pretensiones cósmicas mientras que las pretensiones del mundo actual son banales. Mientras la cultura de hoy aspira al consumismo, él aspira a la contemplación; a algo más grande que los amores terrenos. En su obra está buscando un encuentro nupcial, pero no con una mujer sino con Dios.

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ANTESALA

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POESÍA

Lugar que imagina un mono ANTONIO RIESTRA

Ninguna cajita musical con bailarina, con espejo, donde puedas imaginar dulces diciembres, historias que te cuente el paño que enmarca tu cara. Ningún balcón que sirva de huida, de bromas y júbilo mañana martes en la escuela, bajo los árboles, cuyo nombre recuerdas cada que llegan seis abriles juntos: mi infancia, hijo, extrañísimos cuadros, tintes del Renacimiento (técnica: grabado),

lugar que imagina un mono. Este poema forma parte de un libro en preparación.

EX LIBRIS

Lavarse las manos/ EKO

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LOS PAISAJES INVISIBLES

Música de cuarentena IVÁN RÍOS GASCÓN

U

@IvanRiosGascon

no de los detalles más estremecedores de La peste, de Albert Camus, es el ruido que el francés describe conforme el mal se va esparciendo, esos rumores que invaden la soledad, la zozobra o el sufrimiento de la cuarentena. El estrépito, inducido en mayor medida por el aullido de dolor de los enfermos, agobia a los habitantes de Orán con los peores presagios, convirtiendo al pánico irracional en tristeza infinita pues aunque la ciudad argelina en que Camus sitúa su novela es un sitio feo, como puntualiza el narrador, al menos la evidencia de que la vida sigue podía corroborarse en las resonancias habituales de antes de la epidemia. La plaga funda un pueblo de enemigos. Todos víctimas y victimarios debido a la enfermedad; todos conscientes de ese ruido de fondo que aniquila lentamente en vida, porque en la segregación irrevocable, los ciudadanos de Orán terminan por acostumbrarse a tres estados de ánimo (o tipos de existencia): la violencia de los vivos, el duelo ahogado en el entierro de los muertos, la pena de los separados. La parábola que Albert Camus trazó a partir de esa epidemia propagada por las ratas es la enfermedad como prisión. Mental, cuando las rejas son el contagio genuino o aparente; física, cuando repercute en el aislamiento o el exilio. No obstante, ambos calabozos comparten una música siniestra. En la ciudad en la que ha enmudecido la estampida de los coches, de las máquinas y de la algarabía, ahora solo se escucha una interminable, desgarradora sinfonía de llanto, pasos desesperados y voces sordas. Quizá es por eso que de todos los rumores que estallan en La peste, el más significativo sea el de las parejas que, una vez que Orán tiene la plaga contenida, vuelven a reunirse pues “en la noche ahora liberada, el deseo bramaba sin frenos y era un rugido”, por encima de los estertores de la fiesta y el bullicio que le devuelve a la ciudad su antiguo carácter. La peste es un aciago recordatorio de que en el mundo la serenidad está siempre amenazada, ya que los bacilos, del tipo que sean, pueden permanecer paralizados o dormidos en los muebles, en la ropa, en las alacenas o bodegas o pañuelos o animales o utensilios o alimentos o en uno mismo, y brotar o resurgir como amenaza orgánica y mental y encarcelarnos en la peor de las mazmorras, esa de la que a veces resulta difícil, si no imposible, escapar. Por ejemplo, en algunas regiones de Estados Unidos, a las compras de pánico por el coronavirus se han agregado pistolas y fusiles. ¿Para mantener a raya a los microbios que alguien tosa o estornude? ¿Para defender (o arrebatar) las provisiones en un posible escenario de escasez? ¿Para reforzar la vigilancia de los aislamientos? Las fronteras comienzan a cerrarse. El espacio aéreo corre el riesgo de ser acordonado por retenes invisibles. Entuertos diplomáticos por asuntos migratorios o colosales desvaríos culpando de la emergencia sanitaria a las dictaduras, los populismos o las falsas democracias. Tránsito condicionado, rutinas suspendidas, ciudades desiertas, fake news. Hoy, la música de la cuarentena no son los quejidos ni los pisotones abatidos ni los murmullos de pavor y de congoja, como en la novela de Albert Camus, sino una estridente batahola en la que lo insensato tiene serias posibilidades de avasallar a la razón.

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HISTORIA

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Hospital móvil en Pachuca, Hidalgo (18 de marzo).

Fuerza moral y fuerza de contagio JUAN MANUEL GÓMEZ FOTOGRAFÍA REUTERS

A inicios del siglo XX, la fiebre amarilla fue una amenaza tan grande que hizo posible nuestro sistema público de salud

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o sé quién es más irresponsable: quien es foco de infección en actividades multitudinarias, ya que se expone a ser contagiado y expone a otros al contagio, mientras besa y abraza, o quien asegura que el presidente no es “fuerza de contagio”, sino “fuerza moral”. Si estoy entendiendo, lo que el subsecretario de Promoción y Prevención de la Salud, Hugo López-Gatell (quien, por cierto, ha hecho una excelente y puntual labor de difusión del progreso de la pandemia de Covid-19) quiso decir, a pregunta ex-

presa de una reportera con respecto a si el presidente podía o no contagiar o contagiarse mediante sus apapachos a los habitantes de las comunidades que visita, es que su actitud infunde entereza en la gente. A eso es quizá a lo que se refirió López-Gatell como fuerza moral, necesaria cuando en México estamos a punto de entrar en una severa crisis de salud por la propagación del Covid-19. La fuerza moral del presidente, con intenciones políticas, sin embargo, es tan irresponsable como la del médico que basándose en información científica afirma que ese sujeto en particular no es “fuerza de contagio”. Hay maneras de alentar a la población, como líder, sin exponer ni dar el mal ejemplo a sus fieles seguidores, para que tomen medidas preventivas


HISTORIA

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ante una contingencia sanitaria inminente. Porque, sobre todo en estos tiempos en que cada una de sus acciones es monitoreada en directo por cientos de miles de seguidores y detractores, un líder es un ejemplo a seguir; esa es una de sus responsabilidades ineludibles. Recuerdo, por anotar una curiosidad, que en 1985, cuando Cuba lanzó una campaña contra el tabaquismo, que Fidel Castro, quien fumaba desde los 15 años de edad, dejó el cigarro para no ser mal ejemplo para la juventud revolucionaria. Y lo recuerdo porque mi padre, que es comunista y fue siempre fiel a Fidel y a la Revolución cubana, también dejó el cigarro por seguir a su líder. Por supuesto que un gobernante tiene otras maneras, además del ejemplo, de ser “fuerza moral” y hacerse responsable de un asunto tan grave como una pandemia, y a manera de ejemplo quisiera referir aquí en lo que derivaron las acciones que se tomaron al inicio del siglo XX para erradicar la epidemia de fiebre amarilla, que rápidamente se fue extendiendo por tierras mexicanas, y, junto con los efectos de la dinámica Era moderna y la facilidad que los trenes daban para transportarse a territorios lejanos, pasó rápidamente de ser una epidemia endémica de las costas a cobrar ciudades enteras tierra adentro. Entre las líneas del ensayo “Crónica de un siglo de salud pública en México: de la salubridad pública a la protección social en salud” (escrito por Octavio Gómez-Dantés y Julio Frenk y publicado por Salud pública de México en su número de marzo-abril de 2019), llamó mi atención la expresión que usó en 1905 el doctor Eduardo Liceaga, presidente del Consejo Superior de Salubridad, durante la inauguración del Hospital General de México. “Se dirigió a los médicos y enfermeras del flamante hospital y señaló: ‘Señores, no vais a recibir un edificio sino una institución’ ”. Efectivamente, ese nuevo nosocomio no era un elemento aislado, sino que constituía la punta de lanza de un proyecto a largo plazo de asistencia social enfocado en la salud. Me parece un gran ejemplo de la “fuerza moral” de un gobernante. Y llamó mi atención por una contradicción, llamémosla ideológica. Por un lado, históricamente nos encontramos en pleno Porfiriato, es decir, el periodo de la historia más estigmatizado, con razón, por su empeño en el crecimiento económico, en beneficio de una élite minoritaria, a costa del sacrificio de la enorme población marginada que vivía en condiciones paupérrimas. Tan es así que la situación fue insostenible y propició la Revolución mexicana, la cual volteó como un calcetín a la sociedad, la política y la economía. Por otro lado, sin embargo, la inauguración del Hospital General de México culminaba un largo proceso mediante el cual el gobierno se había esforzado por crear y mantener a largo plazo una política de salud pública enfocada en el exterminio y combate a

los estragos de la llamada fiebre amarilla en todos los órdenes de la sociedad, principalmente entre los más marginados. Si bien una de las razones para que la campaña contra la fiebre amarilla fuera prioritaria para el gobierno porfirista tiene que ver con la economía, como apunta Ana María Carrillo en su ensayo “Guerra de exterminio al ‘fantasma de las costas’. La primera campaña contra la fiebre amarilla en México, 1903-1911”, editado por la UNAM, la BUAP y el Instituto Alfonso Vélez Pliego en 2008: “Había una presión internacional para que los países latinoamericanos pusieran el acento en el saneamiento de los puertos. Estados Unidos, en particular, consideraba que la fiebre amarilla era la más peligrosa de las enfermedades epidémicas”. Por otra parte, se menciona en el ensayo, también existía una razón moral, ya que se contaba con la certeza de que “la falta de un tratamiento efectivo contra la enfermedad provocaba que la letalidad fuera altísima. A menudo las personas eran abatidas ‘como por el rayo’, y morían en pocas horas ‘con la piel toda teñida de amarillo, vomitando sangre negra, con espantosos sufrimientos’ ”. Entre las conclusiones de Ana María Carrillo quiero resaltar la siguiente: “La lucha contra el vómito negro [o fiebre amarilla] favoreció la consolidación de la medicina académica: por fuerza, pues se obligó a la población a recibir atención médica; y por convencimiento, pues por vez primera una enfermedad pareció erradicada de México. [...] Las instituciones sobre las cuales se organizarían más tarde los servicios de salud, y que harían posible la centralización de las actividades sanitarias por el Departamento de Salubridad Pública, heredero del Consejo de Salubridad, [...] desde el punto de vista legal tuvieron su sustento en la Constitución Política de 1917, y desde el punto de vista operativo fueron posibles por el largo proceso que llevó al establecimiento de la salud pública moderna durante el Porfiriato”. A pesar de sus motivaciones económicas, no deja de ser paradójico el hecho de que el gobierno más cruel con los pobres sentara las bases de la seguridad social y, en el extremo opuesto, que por razones políticas el presidente que se dice más amigo de los pobres no tenga la sensibilidad para servirles de ejemplo, justamente a los pobres, en una situación de emergencia sanitaria. No cabe duda de que, como pensaba Albert Camus, la ideología, sea cual sea su tendencia, es un virus, y nadie puede predecir su proceso infeccioso y sus consecuencias. En un ensayo sobre la novela Nemesis, del norteamericano Philip Roth, la cual aborda la epidemia de poliomielitis de 1944 en Estados Unidos, J. M. Coetzee hace un recuento del proceso de degradación moral que sigue una sociedad asolada por una epidemia:

La psicopatología de las poblaciones bajo el ataque de enfermedades cuya transmisión es misteriosa fue explorada por Daniel Defoe en su Diario del año de la peste, el cual pretende ser la crónica de un sobreviviente de la peste bubónica que diezmó Londres en 1665. Defoe registra todas las fases típicas de una comunidad infestada: supersticiones con respecto a signos y síntomas; vulnerabilidad al rumor; la estigmatización y el aislamiento (cuarentena) de familias o grupos sospechosos; el señalamiento de los pobres y los mendigos como indeseables; el exterminio de toda clase de animales repentinamente aborrecibles (perros, gatos, puercos); la fragmentación de la ciudad en zonas sanas y enfermas, con una vigilancia agresiva de sus fronteras; la huida del sitio donde se localiza el centro de la enfermedad, sin importar que de ese modo el contagio se extienda a lugares lejanos y crezca más allá de las fronteras el número de infectados, y por último la descontrolada desconfianza de todos contra todos, que trae como consecuencia un colapso general de los órdenes sociales. Albert Camus conocía el Diario de Defoe: en su novela La peste, escrita durante los años de la guerra, lo cita y en términos generales imita el tono del narrador de Defoe sobre

¿Por qué un virus no muere? Porque nunca está vivo. Se activa cuando una célula lo aloja

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la catástrofe que le rodea. Por el nombre, que se refiere a un brote de peste bubónica en una ciudad argelina, La peste también invita a ser leída como una alegoría de lo que los franceses llamaron “la peste parda” de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, y más generalmente como una reflexión en torno a la facilidad con que una comunidad puede ser infectada por un bacilo como la ideología. Concluye con una seria advertencia: “El bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás; puede permanecer por décadas, dormitando en los muebles o el lino; espera pacientemente en los dormitorios, los sótanos, los baúles, los pañuelos y los papeles viejos, y quizá llegue el día en que la peste despierte a sus ratas otra vez y las mande a morir en medio de una ciudad feliz”.

¿Por qué un virus no muere? Porque de hecho nunca está vivo. Entra en actividad cuando una célula viva lo aloja. Por sí mismo no está vivo sino como una posibilidad. Una vez que el virus ha caído dentro de una célula sana, ésta toma su información genética como parte de su propio ADN y, engañada, lo reproduce. Así cobra vida lo casi muerto y abre el camino de la muerte a lo vivo. Un virus, podría decirse, es una frontera: una delgada frontera entre la verdad y la mentira, con la capacidad de destruir.

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DE PORTADA

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La pandemia provocada por el Covid-19 no ha traído solo alarma y fiebre. Puede llevarnos hacia el reencuentro, visto como refugio, con Giovanni Boccaccio

¿Un nuevo Decamerón? ROBERTO PLIEGO IMAGEN JOHN WILLIAM WATERHOUSE

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ue los políticos hagan su trabajo —cualquier cosa que eso signifique— y los epidemiólogos nos ayuden a entender de qué hablamos cuando hablamos del Covid-19. Que los opinadores profesionales no dejen de esparcir sus temores y los profetas se laven las manos antes de plantarse frente a su auditorio. Que los perseguidores del Inevitable Final acaparen el agua y el papel sanitario, y que los aburridos miren partidos de futbol que se jugaron hace tres semanas. Mientras tanto, mientras consideramos la posibilidad del encierro y las calles y los sitios públicos se quedan vacíos, convendría encontrarnos, o reencontrarnos, con El Decamerón, una obra nacida bajo el signo de la epidemia. Un poco de memoria. En 1348, la peste bubónica azotó Florencia y provocó una mortandad mayor. Giovanni Boccaccio había vuelto a su ciudad natal después de permanecer en Nápoles como agregado comercial, en Ravena y Forli. Había regresado porque su padre estaba en bancarrota y porque había decidido tomar el camino de las letras. Ahí, en Florencia, la peste salió a

su encuentro pero supo evadirla y vivir por largo tiempo. Es probable que Boccaccio iniciara la escritura de El Decamerón en aquel 1348. Lo cierto, en cambio, es que las primeras páginas, la “Introducción”, son asombrosamente desoladoras. Dice el narrador que “la autoridad de las leyes” había desaparecido tras la muerte de ministros y ejecutores. A pesar de la miseria y la aflicción, algunos iluminados arrastraban los pies por la ciudad “andando con flores en las manos y con hierbas aromáticas”. Otros iban de taberna en taberna, burlándose de los enfermos abandonados a su suerte. Si no con tintes apocalípticos, el aspecto que mostraba Florencia era el de un enorme cementerio donde, sin embargo, aún quedaba sitio para gozar la vida. También encontrábamos, sigue el narrador, a quienes “abandonaban sus casas, sus parientes y sus enseres” para buscar refugio en el campo. A esta última y despreocupada naturaleza pertenecen los diez protagonistas de El Decamerón —siete mujeres y tres hombres no mayores de 25 años—: tras pocas fatigas, se instalan en “un palacio, con un hermoso y amplio patio en el centro, y muchas galerías, salas y aposentos”.

El lector primerizo podría aventurar que los diez protagonistas se entregarán sin retraso a jornadas maratónicas de sexo, vino y comida antes de que la peste los alcance, solo para descubrir que el placer no provendrá de los cuerpos sino, como sugiere una de las protagonistas, de novelar en las horas en que cae la tarde. La idea de pasar los días novelando —según el término que elige el narrador— se opone de esta manera a la posibilidad del contagio y aun de la muerte, como descubrimos una vez que concluimos el libro y damos paso a la certeza de que durante las dos semanas que registra Boccaccio no hay presencia y ni siquiera mención alguna de la peste. El Decamerón reúne 100 cuentos. Cada uno de los protagonistas narra una historia durante cada jornada, diez en total pues el viernes y el sábado están reservados para el descanso. Por lo demás, su lugar en el orden de aparición nunca es el mismo: el deleite o el capricho son el único criterio combinatorio. Esos

Escena de un relato de El Decamerón.

Los personajes están demasiado vivos y son muy cercanos a nuestra circunstancia

cuentos terminan orquestando una celebración de la vida y de los medios de los que hombres y mujeres se valen para obtener goce, satisfacción o beneficio, como si ninguna otra cosa tuviera importancia. Y algo más: presentan una sociedad tan variopinta, tantos tipos y oficios, tantos significados vitales, tantas sugerencias y oscilaciones, que no resulta descabellado pensar en nuestro tiempo, el de la otra pandemia y los golpes de fortuna. Podemos leer así a Boccaccio como si narrara desde nuestro presente y no desde hace siete siglos y medio. Es decir, a la sombra de Florencia en 1348, podemos intentar una “traducción”, o, mejor dicho, una “actualización” de El Decamerón sin perder de vista el deslumbramiento que produce su ausencia de lecciones edificantes, su descarada simpatía hacia pícaros y malvivientes, su capacidad para sacar del agujero incluso a los que se burlan del azar y los poderes divinos. ¿Qué hacer entonces con las legiones de frailes hipócritas que a su muerte comienzan a despedir olor a santidad, con las mujeres casadas que resisten los embates sexuales


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Contra un orden apocalíptico

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de altos dignatarios y más tarde huyen de sus casas para enfriar sus insatisfacciones, con los ancianos que deben soportar las burlas de hechiceras ingobernables, con los comerciantes en desgracia que por obra del azar son reconfortados por los cuerpos de viudas adineradas “hasta hacerlo plenamente y muchas veces durante la noche”, con las damas de linaje real, travestidas y locas, y toda esa corte de gozosos representantes del género humano? Están demasiado vivos y son demasiado cercanos a nuestra circunstancia como para no querer reanimar sus acciones en las amenazadas existencias de nuestros contemporáneos. Traigamos hasta aquí, por ejemplo, la narración novena de la tercera jornada, que corre a cargo de Neifile, “tan cortés como hermosa”. ¿Qué haríamos con Gileta de Narbona, ambiciosa y hierbera, quien del rey obtiene al conde Beltrán de Rosellón como esposo? Ya que nada se aviene, Beltrán huye a Florencia sin consumar el matrimonio: desea, sin consejo, a una joven hidalga. Tras un intercambio de engaños y jugarretas, la condesa se las ingenia para

hacerse pasar por la joven hidalga, meterse a su cama y tomar al conde. Final feliz de la historia. ¿Qué podríamos hacer sin traicionar a Boccaccio convirtiendo a Gileta de Narbona en una vampiresa de telenovela? Quizá solo, como sugiere David Toscana en Evangelia al enviar a una niña, y no a un niño, para sacrificarse y redimir a la humanidad, “compartir el pan, el vino y alguna otra delicia”. Como de las cartas del tarot que los personajes de El castillo de los destinos cruzados, de Italo Calvino, van disponiendo sobre la mesa para contar sus desventuras, de los 100 cuentos de El Decamerón podemos extraer nuevos significados con apenas intercambiar —digamos— a un abad por un miembro honorario de los Legionarios de Cristo, a un rey por un gobernador, a una banda de asaltantes de caminos por un grupo de traficantes de cocaína, a una dama sin el cuidado y las atenciones de su marido por una estrella de rock en rehabilitación, en fin, a una de esas siete jóvenes insumisas y alegres que huyen de Florencia por una feminista que sin embargo no ha leído a Susan Sontag. Mediante

un mecanismo de sustitución de los decorados, como practican los escenógrafos durante el paso de un acto a otro en el teatro moderno, una taberna puede transformarse en un antro, una iglesia en la misma iglesia, aunque con el altar revestido de televisores, la antesala de un palacio en el despacho de un operador político. De la pandemia que no esparce aún sus noticias más funestas en México llegan rumores de alarma y fiebre. Los arcanos anuncian la soledad y el encierro. Para quienes entendemos el mundo a través de la novela, de las buenas historias que nacieron junto al fuego y ahora vuelan impresas o en formatos digitales, la obligada cuarentena puede significar una visita a los autores que tiempo atrás corrigieron e iluminaron nuestras vidas. No toda reclusión nos arroja a un horizonte vacío. En ciertos casos puede prometer una biblioteca que disponga de algunos volúmenes que habíamos dado por olvidados o perdidos. Aunque nada parezca prometedor, y la realidad no se lea todavía al revés, es muy probable que El Decamerón esté ahí aguardándonos.

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SILVIA HERRERA

res imágenes de lo apocalíptico: Florencia en el siglo XIV asolada por la peste; cualquier ciudad en guerra del siglo XX hasta nuestros días tras un bombardeo; cualquier ciudad occidental del siglo XXI con calles vacías por una cuarentena. Los responsables de las academias de la lengua, sobre todo, tendrán que explicar por qué “vacío” o “solitario” se han convertido en sinónimos de “apocalíptico” al lado de “dantesco”, “pavoroso” o “aterrador”. Mientras tanto, aceptemos que el apocalipsis ha cambiado de cara y que en tiempos recientes las enfermedades —Sida, influenza y ahora el Covid-19— se han convertido en el nuevo rostro del anuncio del “fin de los tiempos”. Ahora que obligatoriamente tenemos que estar en días de guardar, un problema de ingeniería social y conductual que se le presenta a las autoridades es qué opciones pueden ofrecerle a los ciudadanos para que se mantenga el equilibrio entre su vida psíquica y el orden social. La enfermedad, el Covid-19 en este caso, rompe nuestra vida normalizada. Y no se trata del trabajo, que es nuestra actividad prioritaria y que seguiremos realizando incluso desde nuestra casa. Lo que verdaderamente hace sentir que se altera nuestra vida es no tener disponibles los espacios tradicionales en los que se puede desahogar la energía negativa acumulada a lo largo de la semana de trabajo. Cuando no hay antros, cine o conciertos, entonces ¿qué hacer? Más allá de las consideraciones intelectuales de la calidad de lo que vemos o escuchamos en estos espacios, lo importante radica en que hay un criterio de salud en el hecho de que el individuo se sienta simple y llanamente bien, ya sea por ir a tomar una copa y platicar con los amigos o asistir a un concierto de música clásica. En literatura, un ejemplo de cómo podemos afrontar un acontecimiento “apocalíptico” de forma creativa es El Decamerón de Giovanni Boccaccio. El trasfondo es la peste que asoló a Florencia en 1348; en lugar de estar de ideosos e ir a hacer compras de pánico de papel de baño o gel, los personajes de la obra —siete mujeres y tres hombres— deciden enclaustrarse en un lugar solitario y contarse historias. Esta insólita acción, algo que en nuestros días parece que ya no se sabe hacer, Mario Vargas Llosa la llama “fuga hacia lo imaginario”. Lo que enseñan los manuales escolares es que la obra está llena de historias eróticas, lo que solo es parcialmente cierto. Más relevante es la humanidad que predomina en todo el libro. En esa situación límite en la que nadie sabe si va a continuar viviendo, lo que queda es celebrar la vida. Erotismo y humor le otorgan su actualidad a El Decamerón y por ir a contracorriente del llamado al arrepentimiento y al examen de conciencia, puede decirse que es el primer libro políticamente incorrecto de la modernidad. Hasta ahora, su inagotable veta ha sido desdeñada por nuestros ficcionadores. Es tiempo de aprovecharla nuevamente. Como ha observado Alberto Manguel, el libro está hecho de “palabras que han sobrevivido ocho siglos para servir ahora, en otra época no menos sufrida e injusta que la suya, de necesario espejo a sus nuevos lectores”.

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TERTULIA

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HUSOS Y COSTUMBRES

ENTREVISTA

El tren que sigue ANA GARCÍA BERGUA

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enía yo la idea de escribir sobre la lectora que nunca llega a su destino por estar leyendo en el metro o el camión: se concentra tanto en el libro que se distrae del exterior, y entonces siempre se pasa de la calle donde tenía que bajar. Cuando se da cuenta de que está muy lejos, desciende del transporte y toma otro en sentido opuesto, con el afán de concentrarse en las calles y no volverse a pasar, pero no puede abandonar el libro: la calle sin color, envuelta en humo gris, la gente con rostro de fastidio, todo rechaza su mirada ávida de objetos, diálogos e ideas interesantes; retorna así a la página, mucho más vibrante que aquella realidad plana, tanto que de nuevo se distrae del camino y cuando se da cuenta está más lejos aún, mucho más allá del punto de partida. Si se descuida, se le habrá hecho muy tarde para llegar a ese consultorio o esa oficina a la hora en que se le había citado. Si no se trataba de una cita importante —quizá, en todo caso ir a ver a alguna persona que no le despertaba grandes expectativas, puesto que se había distraído leyendo—, habrá perdido el deseo de emprender el camino una vez más, pero no de leer el resto del libro. Entonces decidirá no bajarse del autobús o el tren hasta agotar sus páginas, independientemente del lugar al que llegue con esta sola actividad. El recorrido de los ojos por tantas palabras vivas, enigmáticas, de una belleza profunda y deslumbrante, será para ella un viaje que espera no acabe nunca. Quizá cuando el vehículo llegue a la terminal y todos los pasajeros hayan descendido, el chofer le pedirá que lo haga también y ella le pedirá permiso de permanecer ahí, leyendo en la penumbra (ayudada tal vez por la lámpara de su celular), hasta que el transporte arranque de nuevo en sentido opuesto a aquel en que arribó. El chofer, que tiene muchas ganas de pasar al baño y fumarse un cigarrillo, le dirá que no se puede y bajará corriendo, alejándose por unos minutos de la unidad; ella aprovechará para seguir leyendo un trozo más, hasta que suba un revisor que le pregunte qué hace ahí: le dirá que el chofer la dejó quedarse antes de salir, mentira que le valdrá a él una reprimenda que tomará más tiempo de lectura. El chofer le insistirá en que se baje, pero el jefe de la estación lo apremiará para que arranque de nuevo, por lo que se conformarán con que ella pague otra vez de nuevo su pasaje. Y en el otro extremo de la ruta, puede que ocurra lo mismo, a menos que ella decida tomar otro autobús u otro tren, uno que llegue más lejos, según el número de páginas del libro, un libro muy largo, quizá interminable, del que ella no quiere salir ni descender jamás. Leyendo llegué a Tapachula sin darme cuenta, les contará a sus nietos, 74 años después. Quería escribir esta historia pero la marcha feminista, el día sin mujeres y la crisis de salud son temas para abordar de manera urgente. Varias veces he estado a punto de hacerlo, pero los dedos se siguen de largo en la explicación, una disculpa. En todo caso, tomemos mucha agua.

Todo rechaza su mirada ávida de objetos, diálogos e ideas; retorna así a la página

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El autor de Otredad. Migrantes, narcos y violencia en México.

José Antonio Gurrea

“Siempre estoy buscando historias”

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ÁNGEL SOTO FOTOGRAFÍA YADIN XOLALPA

o es difícil reconocer en la voz de José Antonio Gurrea el temple de cronista. No han transcurrido más de tres minutos de entrevista telefónica y él ya ha evocado algunos de sus viajes a las fronteras norte o sur de México. En esas regiones asoladas por la violencia y la pobreza, el periodista halló la “carnita” que nutre los textos que conforman Otredad. Migrantes, narcos y violencia en México. Publicado por la editorial Trajín, el libro recoge crónicas publicadas durante la última década. Ahí están el retrato de un extraficante de mariguana que ha hecho del activismo canábico su modus vivendi, la historia del pueblo chihuahuense que, fantasmal, añora su época de bonanza algodonera, el éxodo de familias enteras y la batalla de un abogado para conseguirles asilo en Estados Unidos, las andanzas de un grupo de migrantes centroamericanos que aspiran a montarse en La Bestia para alcanzar el sueño americano, o el crudo relato de un feminicidio. “Son textos atemporales, porque los problemas de migración, violencia y pobreza solo se han agravado”, cuenta. “Lo que ha ocurrido —agrega, entre afligido e irritado— es que la violencia se ha cambiado de ciudad y las políticas gubernamentales no sirven para mucho. La violencia estaba muy fuerte en Ciudad Juárez en 2008. Cuando yo la visité, en 2015,

había bajado, pero no por un efecto del gobierno, sino porque el cártel de Juárez expulsó al de Sinaloa y estuvo dos o tres años tranquilo, hasta que el cártel de Jalisco entró en la disputa”. Si los programas sociales han fallado en la rehabilitación de las comunidades, ¿puede el periodismo tender una mano a la reintegración social? El periodista conserva una esperanza afirmativa. Cuenta que, días después de que El Financiero publicara “Mitontic, la vida como en África”, su crónica sobre la precariedad en ese municipio chiapaneco, un grupo multidisciplinario de estudiantes del Tecnológico de Monterrey se organizó para llevar servicios de odontología, oftalmología y medicina general. “Eso es periodismo social”, recalca orgulloso. Mucho se ha escrito sobre la normalización de la violencia: los mecanismos de la ficción para relacionarnos con ella son un tópico predilecto de los estudios académicos; las páginas de los diarios —no solamente los sensacionalistas— están teñidos de sangre; y en los portales de noticias, el éxito de la nota roja solo compite

Hay que ir con ética y sensibilidad, sabiendo que no puedes forzar a nadie a hablar

con el de la farándula. El periodismo enfrenta el desafío de hallar fórmulas al mismo tiempo novedosas y empáticas para no dejar de contar estas historias. “Hay que ir, sobre todo, con ética y sensibilidad, sabiendo que no puedes forzar a nadie a hablar. Debemos tener un respeto muy grande por las víctimas. Es gente lastimada. Por eso el libro se llama Otredad: son los otros los que sufren abuso, violencia, hambre. Lamentablemente, hoy se está lucrando con el dolor y se promueve el morbo. Es un tipo de pseudoperiodismo al que le importa tener un like más. Ahora estamos con la emergencia del Covid-19, pero cuántos conflictos siguen matando miles y miles de personas en el mundo”. Además de haber colaborado en distintos medios nacionales, José Antonio Gurrea fue director de El Universal Querétaro. Hoy dirige un sitio web, enlalupa.com, desde el cual combate ese vicio informativo. “Aquí no le tenemos miedo a los textos largos, siempre y cuando sean fregones”, expresa, sin ocultar la inflexión de orgullo en su tono. Viajero infatigable, Gurrea busca historias incluso cuando está de vacaciones. Y aunque a veces se siente como un imán de realidades terribles, sabe que el oficio nunca se deja guardado en el cuarto de hotel. “Siempre estoy buscando historias”, remata. “El sentido es regresar a la esencia del periodismo”.

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EN LIBRERÍAS

21 DE MARZO 2020

NARRATIVA, ENSAYO El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes

Guía del autoestopista galáctico

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A FUEGO LENTO La librería ambulante

El mejor mundo posible México, 2019

Tatiana Tibuleac Impedimenta España, 2019 247 páginas

Douglas Adams Anagrama España, 2019 296 páginas

Christopher Morley Periférica España, 2018 182 páginas

La relación enfermiza entre una madre “tonta y fea” y su hijo, un pintor de éxito internacional que ejerce la crueldad con precisión quirúrgica es el hilo conductor de esta novela. Su autora es una de las voces más originales de la literatura en lengua rumana y no se tienta el corazón para crear una atmósfera cerrada que se alimenta del recuerdo y en donde leemos: “mi madre me llevó al campo de girasoles para comunicarme que se estaba muriendo”.

Esta novela nació originalmente como un programa de radio que comenzó a transmitirse en 1978 por BBC Radio 4. Tras el éxito que obtuvo, Adams publicó en forma de libro el programa, al cual le siguieron otros cuatro volúmenes; como explicaba el autor, se hizo una trilogía en cinco partes. Además, surgió una serie de TV, una obra de teatro, un videojuego y una película. Este primer volumen está lleno de humor e ideas hilarantes, como escribió uno de sus comentaristas.

De una inteligencia refinada, admirado por Eugene O’Neill y Tom Wolfe, columnista y reportero, Christopher Morley publicó esta novela en 1917 y obtuvo un reconocimiento inmediato. Es la historia de la señorita Helen McGill, quien adquiere una librería ambulante y deja su vida monótona para recorrer un país, Estados Unidos, a caballo entre la anomia rural y el bullicio de las grandes metrópolis. Un homenaje a la literatura como purificación y rito de paso.

Lejos del mundanal ruido

Madrid en el cine de Pedro Almodóvar

Somos polvo de estrellas

Thomas Hardy Akal España, 2019 276 páginas

Gloria Camarero Gómez Akal España, 2020 160 páginas

José Maza Planeta México, 2020 140 páginas

Por ser un escritor que tiene un pie en el romanticismo y otro en el realismo, acaso Hardy no tenga la fama de D. H. Lawrence. Su novela más conocida es Tess, la de los Urberville, que Roman Polanski llevó al cine. Lejos del mundanal ruido es su cuarta novela y su primer éxito de público. Cuenta la historia de Bathsheba Everdene, una mujer atípica de su época pues se dedica a administrar una finca. Es libre y tendrá que decidir entre el amor de tres pretendientes.

Inevitablemente, al hablar de ciudades ligadas a directores cinematográficos el autor del prólogo de este volumen, Jean-Claude Seguin, cita la relación de Fellini con Roma y la de Woody Allen con Manhattan. La autora explica que su acercamiento al Madrid de Almodóvar es más un “itinerario conceptual” que “físico”, es decir, que su estudio va “desde criterios interpretativos más que descriptivos”. Viviendas, lugares de ocio, calles y edificios están presentes.

Todos los átomos que componen nuestro cuerpo, dice el astrónomo chileno, salvo el hidrógeno, “han sido fabricados al interior de una estrella”. Bajo tal premisa, este libro entrelaza la historia del universo a la del género humano, una empresa que corre con rigor científico pero también con amenidad. De entre las muchas y atractivas conclusiones destaca la que sostiene que, al morir, “las estrellas contaminaron el medio interestelar de la Vía Láctea”.

Posmoderno: ¿qué es eso? ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

H

ay que ser inconsecuente o necio para seguir leyendo El mejor mundo posible (Cal y arena) luego de que las primeras páginas entregan frases como “Amor posmoderno: la hamburguesa toma aires trascendentales”; “Amor posmoderno: de nada sirve saber quién es Leibniz hoy en día”; “Como idealista cree que es posible enamorar a una mujer con un gol”; “Un señor pelón le habla de la importancia de los servicios que ofrecen al mundo”; “Amor posmoderno: en la noche quitan las computadoras y ponen un mantel de cuadros para cenar”… Hay que serlo y unos segundos después preguntarle a Emilio Lezama qué entiende por posmoderno. El lector llegará a la página 182, la del punto final, y verá que posmoderno es un término que lo mismo sirve para nombrar una caminata que una llamada telefónica o un departamento o cualquier cursilería disfrazada de pesquisa filosófica. El mejor mundo posible trata del amor o de los alcances de estar “skypeando con una psiquiatra y tomando el Rivotril que ella le ha estado recetando únicamente para casos de emergencia”, o quizá de tomar un vuelo para iniciar la reconquista de la exnovia; también, por desgracia, de política o de cómo ganar una elección presidencial en Ecuador. A partir de este momento, ingresamos en otra dimensión prosística. Ahora leemos: “los presentes vienen arreglados con camisas a la moda, gel en el cabello y zapatos boleados” (sí, arreglados) o “después de media hora logran crear una dinámica de preguntas y respuestas que pronto se convierte en una serie de discursos” (sí, dinámica). Es la dimensión prosística de la consultoría política y sus deidades: el cuarto de guerra, el velo de la oposición, la “percepción pública de la victoria”. Un consultor político debe permitirse cualquier cosa; para eso está: para conseguir resultados. Pero la novela, es decir, nuestra deuda con Cervantes, no debe caer en manos de la jerga utilitaria, sin horizonte literario a la vista, a menos, claro, que ya no exista ni temor, ni temblor. El mejor mundo posible va entonces de la queja amorosa al cálculo de probabilidades electorales. Podría haber ido de los cálculos de Newton hacia los amores clandestinos de una estrellita de la televisión y tampoco habría pasado nada.

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SOCIEDAD

21 DE MARZO 2020

CRÓNICA

Volare, oh, oh... VALENTINA RIZZI FOTOGRAFÍA REUTERS

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Volare oh, oh Cantare oh, oh Nel blu dipinto di blu, Felice di stare lassù

on las 18 horas del lunes 16 de marzo de 2020 y también hoy, puntual en la terracita de mi departamento en el primer piso de una colonia en la periferia de Roma, estoy aquí para “volar” cantando la canción italiana más famosa en el mundo junto a millones de otros italianos que como yo vencen al tiempo con tapaderas, cacerolas e instrumentos improvisados. Es nuestro flash-mob cotidiano: cada tarde a las 18 horas abrimos las ventanas, salimos a nuestros balcones y cantamos la misma canción; es un ritual colectivo que nos une en una sola voz. Somos muchos, cada vez más numerosos, cada uno confinado en su propia casa, pero asomado a su balcón para decirles a los demás que existe. De Turín a Palermo, de Milán a Roma y desde Florencia hasta Nápoles, estamos todos aquí tanto hoy como ayer, para cantar con todas nuestras fuerzas un estribillo italiano que sabemos de memoria. Y durante cinco minutos, el tiempo que dura una canción, nos despojamos de todo tipo de miedo, lo hacemos pedazos con bailes y tarantelas, y levantamos de verdad el vuelo hacia ese cielo que no deja de estar azul. Son las seis de la tarde, pero el sol está aún alto, los retoños en los árboles anuncian ya la primavera y la naturaleza no se detiene, al igual que el vuelo de cientos de miles de golondrinas que se levantan desde nuestros techos. En la lejanía existe y resiste el canto del mar. Se evaporan los ecos de las bocinas de la policía que nos invitan a quedarnos en casa, son ellos los que ahora marcan nuestros días. A quien salga sin un motivo válido (salud, compras, trabajo) se le persigue penalmente. Entre los motivos permitidos no se encuentra la nostalgia hacia los propios padres o abuelos, no son válidas las excusas de los enamorados o los deseos de los amantes, el paseo contemplativo o el incontenible deseo de un abrazo o un beso. Este es el momento de la responsabilidad. Mientras más permanezcamos en casa, el virus se propagará menos y lloraremos menos muertos. ¿Hasta qué punto sabremos renunciar a nuestras libertades y por cuánto tiempo más? Desde hace una semana 60 millones de personas luchan con todas sus fuerzas contra un enemigo invisible, así dijo hoy a la hora de la comida nuestro presidente del Consejo, Giuseppe Conte, durante una conferencia de prensa en la televisión del Estado. Es desde hace una semana que médicos, enfermeros, fuerzas del orden y de la protección

Italianos cantan para combatir el aislamiento.

civil combaten enérgicamente esta batalla en los hospitales, en la calle, en las nuevas estructuras instaladas rápidamente. Es a ellos a quienes dedicamos un fuerte aplauso al mediodía, a nuestros héroes. La emergencia del Covid-19 cambió profundamente nuestras vidas, introduciéndose poco a poco en nuestras costumbres más arraigadas y obligándonos a estar en casa ya sin el derecho a reunirnos. “Permanezcamos unidos”, decían nuestros abuelos en tiempos de guerra, una guerra diferente a la actual, donde el enemigo estaba de frente y no al lado, y donde cuando había miedo se podían abrazar unos a otros. Ahora todo es diferente. No existen frentes, ni barricadas que se puedan sostener, en esta dura batalla que no conoce tregua. Los abuelos son mantenidos alejados de los nietos, los niños de los compañeros de escuela, los hijos de los padres ancianos, y los amigos de los amigos. Negocios cerrados, calles desiertas, cines y teatros sellados, también las santas misas fueron suspendidas. Prohibidas las bodas, incluso los funerales, hoy no es posible siquiera el último abrazo del adiós. Nada de estrechamiento de manos, hoy la distancia se vuelve ley, cintas de papel adhesivo dividen nuestros espacios en los supermercados

“Todo estará bien”, escriben los niños en mantas que se llenan de arcoíris para luego extender al sol

que permanecen abiertos, y que nos recuerdan que hoy tocarse es pecado mortal. Hoy el ritual del café parece un recuerdo lejano, los bares están cerrados, cerradas las bocas dentro de los cubrebocas de protección, mientras aumentan hora con hora las medidas para escapar de este enemigo invisible que nos quita incluso la respiración. Las noticias en la televisión hablan de 27 mil contagiados y casi 3 mil muertes en unos cuantos días. Los días pasan, aumentan las restricciones, la emergencia irrumpe en toda Europa y se cierran también las fronteras: por primera vez nos sentimos solos, solos y vulnerables frente a una batalla que tenemos que combatir solos, antes que nada alterando nuestras costumbres personales de vida. La emergencia no conoce nacionalidad, ni confines, y nos concierne a todos: el virus no conoce diferencias de clase social o proveniencia. No eres tú el peligro, al contrario, podría serlo yo. ¿Quién puede sentirse seguro? Son nuestros demonios interiores los que toman forma. Permanecer en casa sin trabajo nos quita dinero, pero nos da tiempo: para nosotros mismos, para lo que hemos perdido. Y en el exiguo espacio de nuestras casas, en nuestro reducido espacio vital, se dilatan los afectos, se exploran otras dimensiones, se hurga en los escondites y nos descubrimos indefensos. Incluso la balanza cambió al cambiar el peso que le atribuimos a los pequeños rituales cotidianos de los que hemos aprendido

a privarnos para salvaguardar la vida de nuestros padres, abuelos y de nosotros mismos. Son las 18:15 cuando empezamos a entonar el himno nacional italiano desde nuestras ventanas. En este canto no están solo nuestras voces, sino también nuestro orgullo italiano y el deseo de hacer saber al mundo que lo lograremos. A un lado cucharas, cacerolas, tapaderas y campanas, las manos en el pecho, nos estrechamos alrededor de una sola bandera. Un aplauso prolongado hace eco en toda la bota italiana. Son las 18:20, los últimos cierran las ventanas mientras la música se esfuma y regresamos a nuestras vidas. Para consolarnos, quedan las palabras de los poetas. El virus ha devorado todo, pero no nuestra poesía. “Todo estará bien”, escriben los niños en grandes mantas que se llenan de arcoíris para luego extender al sol. La frase rebota de ventana en ventana, de ciudad en ciudad. “Todo estará bien”, lo pienso también yo mientras otro día muere y me descubro silbando un viejo estribillo de Domenico Modugno.

Coda

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La Protección Civil Italiana activó una cuenta corriente para la donación, en estos momentos dramáticos y de emergencia. Quien quiera contribuir puede realizar una donación en la página www.protezionecivile.gov.it. Traducción de Verónica Nájera.


ESCENARIOS

21 DE MARZO 2020

DANZA

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DOBLE FILO

Gastón Melo, aquí y ahora FERNANDO FIGUEROA

G Integrantes de la compañía Cuerpo Mutable.

Los artistas y la pandemia

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ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EMANNUEL ADAMEZ

os últimos días han sido una extraña combinación de La peste, de Albert Camus, y alguna de las muchas novelas o historietas distópicas cuyo inicio de la crisis comienza con una pandemia. Lamentablemente, la realidad siempre supera a la ficción y el panorama actual devela algunos hechos que en condiciones normales resultan sencillos de camuflar: la profunda desigualdad económica desde la que se enfrenta una crisis pone en la mira a distintas categorías sociales que son vulnerables, más allá de la sensibilidad médica. Los ancianos, las mujeres, los trabajadores informales y, por supuesto, los artistas han puesto en evidencia la integralidad de una emergencia cuyo nodo central es médico, pero que irradia a casi la totalidad de los aspectos de la vida social e individual. Europa nos lleva algunos días de delantera respecto de la emergencia. La totalidad de los hechos escénicos han sido cancelados. Ante esta situación, las redes sociales se han saturado de mensajes de artistas que ofertan asesorías o trabajos a distancia debido a que todo método de sustento les ha sido cancelado. “A medida que las instituciones de artes están cerradas y los eventos culturales cancelados, artistas escénicos y otros creativos hemos sido golpeados muy duro. Para nosotros es una situación muy complicada, ya que normalmente nos enfrentamos a buscar empleo mensualmente y ahora nos

hemos vuelto muy vulnerables”, dice la bailarina Candela Murillo, quien se desempeña como ejecutante en la compañía holandesa Dadodans-Gaia Gonelli. Muchas de las compañías financiadas o con mayor solidez han podido ofrecer plataformas para ver transmisiones en línea de manera gratuita; sin embrago, no todos los artistas pueden ofrecer esta posibilidad, menos aun en los países de América Latina. Para el caso de México, la emergencia sanitaria viene a dar un tiro de gracia a una situación previamente denunciada, es decir, los retrasos de pagos a la mayoría de los creativos, la falta de seguridad social y la precarización profunda a la que se enfrentan cotidianamente. A partir de esta semana y durante por lo menos un mes, las clases y funciones han sido canceladas sin ninguna opción de contingencia para sobrellevar dicho escenario. Los espacios sin subsidio económico tendrán que sortear esta crisis. Algunos maestros han puesto a disposición sus clases en línea. Esto ha significado también un debate sobre hacerlo o no de manera gratuita o sobre cuáles son las condiciones que permiten hacerlo

Compañías ofrecen plataformas para ver funciones en línea de manera gratuita

o no. El maestro y bailarín neoyorkino Julius Brewster considera que, como todo producto del trabajo, las clases deben valorarse y, frente a una situación como la actual, no regalarse. Lo que es un hecho es que esta realidad ha obligado a los artistas a pensar y analizar la naturaleza de su arte, así como las condiciones desde las que se realiza. Finalmente, la emergencia ha propuesto una reflexión y un cambio sobre la difusión y creación en las artes escénicas. La Ópera Metropolitana de Nueva York tiene trasmisiones gratis cada noche y la Filarmónica de Berlín abrió gratuitamente su plataforma durante un mes. En México, la compañía Quatora Monorriel ofrece algunos de sus programas coreográficos completos. Basta enviar un mensaje a su página y solicitar el programa que se desea para recibir el enlace correspondiente. La compañía Cuerpo Mutable, en colaboración con el Centro de Investigación del Movimiento Casa Xitla, ofrecerá, a partir del lunes 23 de marzo, una barra de entrenamiento para bailarines y público en general impartida por integrantes de la compañía. Estos son tiempos para replantear nuestra forma de habitar el mundo y el cuerpo. También son tiempos de perspectiva colectiva y de solidaridad con la comunidad artística, quienes no han dudado en compartir la generosidad de su arte.

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astón Melo nació en Ciudad Juárez, Chihuahua. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM, Filosofía en la Universidad de Montreal y Arte Dramático en La Sorbona de París. Ha publicado poemas y actualmente pertenece al elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro. En La Celestina de Fernando de Rojas, que finalizó temporada en el teatro Julio Castillo, hizo el papel de Pleberio y fungió como asesor de español antiguo. Al término de una función, jugó ping-pong con Laberinto. ¿Qué es la poesía? Lo que queda cuando quitas todos los significados. La clave para leer poesía en voz alta. Dejarte llevar por el ritmo del poema. Recomiéndeme un libro suyo de poemas. Poblado de pequeñas bestias. ¿El mar o la mar? El mar. La mar es más de España. Tres poetisas imprescindibles. Sor Juana Inés de la Cruz, Safo y Luisa Josefina Hernández. Una obra teatral de Luisa Josefina. Toda la saga de Los grandes muertos. ¿“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón…” fue el primer poema feminista en México? Para mí, sí. Tal vez haya anteriores, pero no los conozco. ¿Las y los poetas viven en un mundo raro? Los que viven en un mundo raro son quienes creen que la realidad es el dinero. Una directora de teatro. Ruby Tagle. Su novela favorita escrita por una mexicana. Los recuerdos del porvenir. Dos pintoras. Carmen Parra y Joy Laville. La mujer más interesante que haya conocido. Rosario Castellanos. La mejor actriz viva de México. Julieta Egurrola. Quién es la mujer que más lo ha influido desde el punto de vista artístico. Ofelia Guilmáin. Defínala en tres palabras. La gran trágica. ¿Con qué se compara el hecho de estar en un escenario teatral? Con la eternidad, porque estás en el aquí y ahora. Un trabajo actoral por el que le gustaría ser recordado. El último que haga. Su película mexicana favorita. El apando. ¿Qué castigo le daría a un violador? No existe castigo suficiente para algo tan vil. Su cantante favorita de ópera. María Callas. ¿Auditorio Justo Sierra o Che Guevara? Justo Sierra. Detesto que le cambien los nombres a los teatros o auditorios. ¿De niño y adolescente sufrió bullying por su apellido? Juntaban Gastón y Melo, y decían: “Gástamelo”. Gurrola o Seki Sano. Seki Sano. Un epitafio para su tumba. No quiero tumba. Que me incineren y me tiren donde quieran.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

21 DE MARZO 2020

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

TOSCANADAS

Brindis por las bellas letras DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

H

e vuelto a un Madrid de calles vacías. Su bullicio es ahora silencio, apenas roto por las sirenas y por mi vecino que no para de ver la tele. O tal vez murió con el aparato encendido. Estuve hasta el domingo 15 en Monterrey, en la feria del libro Uanleer2020. Hubo varios escritores que cancelaron su presencia por temor al virus. Otros nos presentamos con mayor aliento. Si hemos defendido el buen libro y las buenas lecturas como la única salvación del ser humano, ¿por qué habríamos de fuyir ante un riesgo de enfermedad? Y, por supuesto, nuestra presencia tuvo la compañía de un público apasionado por los libros. Les aplaudo. También aplaudo al rector de la UANL, Rogelio Garza Rivera; al jefe de extensión cultural, Celso José Garza; al director de la feria, Antonio Ramos Revillas; y a los muchos colaboradores, que no flaquearon ante el virulento amago.

MARGARITA DE ORELLANA Y ALBERTO RUY SÁNCHEZ

Reconocidos en la Uanleer2020.

Ahí estuvo en la vanguardia el buen Marcelo Uribe, que celebra los sesenta años de esa joya editorial llamada Era; estuvieron Margarita de Orellana y Alberto Ruy Sánchez, editores de Artes de México, una revista bella, reveladora y sabia que no solo divulga el patrimonio cultural de México, sino que se convirtió en patrimonio cultural de México. Al pie del cañón letrístico estuvieron Elsa Cross, Socorro Venegas, Luis Jorge Boone, Coral Bracho, José Javier Villarreal, Joumana Haddad, Ana García Bergua, Eduardo Antonio Parra, Ramón López Castro y los Mancuspios, entre otros. Por la parte visual, Diego Osorno proyectó su interesante documental sobre el explosivo poeta Samuel Noyola; el cautivador fotógrafo Rogelio Cuéllar mostró en El rostro de las letras casi un centenar de fotografías de escritores; y, tengo que decirlo, la artista Sarah Kuźmicz presentó una exposición pictórica de rostros inquietantes. Como los libros van muy bien con

la música y el vino, el oído se regodeó con Zuaraz, y con Litto Nebbia, quien sabía que recién había muerto en Madrid por causa del virus de marras un músico que había tocado con él. Hubo editoriales que cancelaron la presencia de sus escritores, porque les preocupaba la salud de sus autores, o quizá porque notaron que habría poco público y ventas, pues que yo sepa los escritores son adultos y pueden decidir por sí mismos. Yo no sé quiénes de los que asistimos descubramos en unos días que somos virupositivos. Sería un gaje del oficio. Sería la voluntad del azar y el estornudo; de la afición por estrechar las manos y ponerlas sobre hombros ajenos al posar en grupo para una foto. Por lo pronto alzo la copa una vez más por los lectores de buena literatura, los editores también de buena literatura y los escritores de esa misma calaña. Brindo por las bellas letras, que es tanto como brindar por la vida. Salud.

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CAFÉ MADRID

En el Madrid del Apocalipsis

E

n el Madrid del Apocalipsis no hay bares, competencias deportivas, teatros, cines, museos, conciertos, escuelas, bibliotecas y, por no haber, no hay ni libertad de tránsito, ni fiestas, ni misas, ni velorios, ni besos, ni abrazos. Las calles están (casi) vacías y las casas (casi) llenas. Los servicios sanitarios empiezan a colapsarse, las compras en el supermercado son a base de histeria y en las farmacias no quedan cubrebocas ni geles desinfectantes. A todas horas, en todos lados, el enemigo invisible causa pavor y hace que aflore lo mejor y lo peor de la condición humana. Nunca como hoy el silencio y el aislamiento han pesado tanto. Y la sensación de vivir una distopía jamás ha quedado tan clara como ahora. Ver tan despejadas la Puerta del Sol, la Gran Vía, el Paseo de la Castellana o las calles de cualquier barrio de esta Villa y Corte causa estupor y hace pensar en lo frágiles que somos y el sistema en el que nos desenvolvemos a diario. Pero antes de la instalación del panorama apocalíptico, primero estuvo la indiferencia. Luego la ligereza, que dio paso al desconcierto, y, finalmente, a la improvisación. La semana previa a que se decretara el “estado de alarma” en toda España ya había varios casos de Covid-19 pero, en general, la situación nos parecía ajena. Mientras en Corea del Sur y en Italia las medidas de prevención y combate ya eran extremas, aquí solo se registraban y observaban a los “escasos” enfermos. Así que la rutina era la de siempre y este reportero, por ejemplo, se fue al concierto de Isabel Pantoja (porque soy fan, ya lo he contado aquí otras

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE

veces) y ahí se mezcló con más de 11 mil personas. El pésimo sonido y la cutre iluminación arruinaron la noche de la tonadillera y expresidiaria en el Palacio de los Deportes (que, para mayor decepción, no se puso la bata de cola ni la peineta y, en consecuencia, tampoco ofreció su amplio repertorio de coplas andaluzas, que era lo que queríamos) y a la salida vio bares y restaurantes llenos de gente, igual que las discotecas durante todo

Y así hemos estado, semiencerrados, saliendo solo para lo estrictamente necesario

el fin de semana. Las señales de alarma aumentaban, concretamente aquí en Madrid, pero incluso el gobierno alentó a ir a la manifestación del Día de la Mujer. De un momento a otro, sin embargo, todo se fue al garete. Los enfermos empezaron a contarse en miles, las muertes en cientos, las escuelas se cerraron, se empezó a fomentar el teletrabajo, los mercados bursátiles se cayeron, varias empresas comenzaron a vislumbrar la quiebra y los despidos, algunos políticos anunciaron que estaban infectados, el turismo se esfumó, los congresos y festivales se cancelaron y con ello la industria cultural se puso en peligro. Solo entonces, tarde, la consigna para toda la población fue no salir de casa.

Vista de una calle de Madrid.

Y así hemos estado, semiencerrados, saliendo solo para lo estrictamente necesario, con los programas de televisión alarmándonos o criticando al gobierno por lo que hace o no hace, antes y ahora, recibiendo una avalancha de coronamemes a través de las redes sociales (porque un poco de humor siempre viene bien en estos casos), aplaudiendo desde ventanas y balcones a médicos, transportistas y trabajadores de supermercados y farmacias para agradecer su importante labor y, entre una cosa y otra, descubriendo un amplio abanico de cultura virtual y solidaria. Porque muchas plataformas de series y películas han puesto sus contenidos a disposición de todos de manera gratuita. Los diarios y revistas nos dan acceso a sus versiones en PDF sin cobrarnos y las bibliotecas públicas han incrementado sus catálogos de libros electrónicos y los sitios webs de los museos ofrecen visitas virtuales y muchos cantantes dan conciertos desde sus casas a través de sus respectivos perfiles de Instagram. Nunca como hoy el Apocalipsis fue tan entretenido en el desierto urbano. Pero no nos engañemos, cuando todo esto pase (es decir, dentro de unos meses, si bien nos va) el recuento de los daños y el aterrizaje en la realidad nos dejarán noqueados. La distopía habrá ganado terreno en la cotidianidad y veremos “normales” la supresión de ciertas libertades, la forma de relacionarnos se alterará, una brutal crisis económica se instalará de manera descarada, quién sabe por cuánto tiempo, y nuestros planes de vida (personal y profesional) se centrarán en la supervivencia. Esa es la puta verdad.

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