Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO ENSAYO
HUSOS Y COSTUMBRES
CLAUDIO MAGRIS
ANA GARCÍA BERGUA
Coronavirus: dignidad en la hora del dolor
Marcel Proust en sus años de encierro
Foto: EFE
Foto: Archives Snark
SÁBADO 18 DE ABRIL DE 2020 AÑO 16 - NÚMERO 879
Almudena Grandes: vivir en un país de locos Carlos Rubio Rosell/ Madrid/ Ilustración: BOLIGÁN
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ANTESALA
18 DE ABRIL 2020
DOBLE FILO
Arturo Ortiz: salud mental y reclusión
I
FERNANDO FIGUEROA
nvestigador del Instituto Nacional de Psiquiatría, el doctor Arturo Ortiz Castro estudió Psicología Clínica en la Universidad Iberoamericana y tiene un doctorado por la Universidad Intercontinental. Es reconocido por su trabajo profesional con personas en situación de calle, además de ser un entusiasta practicante de deportes extremos. Jugó ping-pong con Laberinto. Durante su juventud, ¿qué tipo de chambas desempeñó como mojado? Fui barrendero en el Dodger Stadium, chofer, albañil, jardinero, pintor. Digamos que milusos. ¿Cuál ha sido su mayor proeza atlética? La prueba París-Brest-París, 1200 kilómetros en bicicleta, en menos de 90 horas. ¿Y qué se siente hacer esa salvajada? Es una experiencia contemplativa, mística, cuasi religiosa. ¿Cuáles son los límites del ser humano? La mente está diseñada para romper toda clase de límites. ¿El ejercicio es importante durante una cuarentena? El cuerpo humano está hecho para moverse y la inactividad física suele conducir a la depresión. ¿Una buena respiración evita la ansiedad? Yo sugeriría que cada hora del día le dediquemos un minuto a la respiración profunda. Recomiende un libro para la cuarentena. Nada, de Janne Teller. ¿Qué le espera durante la pandemia a la gente que vive en parques y banquetas? Aún más fortaleza. ¿Los niños de la calle son prioridad para el gobierno? Les tiene sin cuidado. ¿Cuál es la clave para ser aceptado por quienes no tienen techo? Mirarlos a los ojos con humildad. ¿Cómo se interesó en ellos? De niño viví en un barrio banda, por Santa Úrsula, cuando todavía no se construía el Estadio Azteca. Para mí nunca fue un mundo ajeno. ¿Ha probado inhalantes? Como consumidor pasivo. ¿Cuál pone más chido? El activo a granel. ¿Es devoto de San Juditas? Es el mero mero. ¿El templo de San Hipólito apoya a las personas en situación de calle? En teoría sí, pero la banda dice que no. ¿Reciben apoyo de alguna agrupación? La banda reporta que para recaudar fondos en su beneficio, hace año y medio hubo una conferencia de Carlos Páez, sobreviviente de Los Andes, y la lana nunca les llegó. Fue en el Instituto Cumbres. ¿Freud o Fromm? Wim Hof. ¿Qué piensa de Lance Armstrong? Está hecho de una pasta que va más allá de la farmacia. ¿Qué opina de la moda de “decretar”? Es una manera elegante de hacerse pendejo.
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Haz lo correcto. Dirección: Spike Lee. Estados Unidos, 1989.
HOMBRE DE CELULOIDE
Para mirar a Spike Lee Segunda y última parte
H
FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA 40 ACRES
az lo correcto está estructurada como comedia griega. Hay incluso un coro: tres viejos borrachos que comentan todo lo que sucede en el barrio donde Mookie reparte las “famosas pizzas de Sal”. Hay en este barrio ecos autobiográficos de la adolescencia de Lee, cuando llegó a Brooklyn después de haber vivido su niñez en Atlanta. Es importante notar que no todos recibieron Haz lo correcto con igual entusiasmo. Hubo críticos que propusieron censurar la película por miedo a que produjese disturbios raciales. Desde aquel día la polémica no deja de seguir a Spike Lee. Tampoco a Almodóvar, un ejemplo en el mundo hispano de cine políticamente ácido y cómicamente incisivo. Debe ser por eso, por los puentes que pueden tenderse entre estos dos cineastas, que los curadores del Museo de La Academia de Hollywood han pedido a ambos que preparen una muestra conjunta para diciembre de este año. La narrativa de Lee visibiliza tanto a los afroamericanos en Estados Unidos como Almodóvar a las minorías sexuales en el mundo hispanoparlante. La obra de uno y otro se resiste a ser encasillada y lleva a las ideologías hasta el terreno de la sana discusión pública.
El héroe de Haz lo correcto, interpretado por el mismo Lee, es suficientemente complejo como para evitar que el director caiga en la trampa de los personajes unívocos. Al contrario, Mookie es un pícaro. Justo por eso podemos identificarnos con él. Al inicio y al final de la película se nos presenta la que puede ser definida como “petición de principios” de Lee. En la secuencia inicial una canción habla de Elvis Presley, a quien se tacha de racista. El cuadro final presenta dos citas encontradas: en una de ellas Martin Luther King dice que la violencia es inmoral; en otra, Malcolm X justifica la violencia. La cosa no puede ser más dialéctica. Mookie, iniciador del disturbio que termina con un incendio en la pizzería de Sal, ¿estaba en lo justo? No se trata de que cada quien encuentre la solución como quien imagina el final que mejor le acomoda en un frívolo ejercicio narrativo; es evidente que la intención del autor es proponer un debate en torno a la tensión racial que siempre
La cuestión de “la raza” en las películas de Lee se presenta tan compleja como en la vida real
está a punto de explotar en Estados Unidos. La cuestión de “la raza” en las películas de Lee se presenta tan compleja como lo es en la vida real y en ello estriba la mímesis: esta obra de Spike Lee trae a presencia la realidad no porque la imite sino más bien porque genera otra realidad que nos invita a discutir, a discurrir. Hay aquí otro paralelo con Almodóvar: como el manchego, el afroamericano Spike Lee no ha vuelto a producir obras tan acabadas como las de su juventud. Haz lo correcto es la obra más importante de este director y la escribió, la produjo y la actuó cuando tenía solo 29 años. Eso es un virtuosismo que se vuelve tangible en la eficiencia con la que presenta, en menos de diez minutos, a tantos personajes como hay en una novela rusa. Aquí están los negros, claro, pero también los italianos, los puertorriqueños y los coreanos, la policía y un blanco que, por pisar los tenis de un chico de mala cabeza, está a punto de ser linchado. Aquí están los hijos de Sal, el vendedor de pizzas, la hermana coqueta, el niño listo. De cada uno de los personajes de esta obra se podría escribir un cuento y justo por ello el final estalla con semejante fuerza: la de un drama que ha ido en aumento y que resulta por igual hilarante y profundo.
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ANTESALA
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POESÍA
Transparencia JOSÉ ÁNGEL LEYVA
El cielo azul domina el valle Han vuelto los pájaros ausentes del poema Trajeron el viaje las ramas y los cantos Vienen del sur del norte de las costas de más allá del mar y de la historia Traen noticias las aves de otros soles Para anunciar aromas importados picotean los vidrios desde el alba Los perros ladran sin cesar desde hace días pero duermen y dejan soñar a los vecinos que atrancan sus hogares contra el lobo Las jaurías le ponen candados a sus jaulas Ladran los perros sin motivo Pudieran ser los colibríes o a las abejas embriagados de néctar y del aire La transparencia de abril con mucho tacto aproxima los volcanes a los ojos El aire transparente asoma en las ventanas Salta por muros escaleras techos Se suma a los colores que florecen y van sin precaución por el asfalto No hay miedo en la ciudad esa luz acorta las distancias ¿Hay alguien allí? Pregunta el aire A todo pulmón responden de alegría los perros
Este poema forma parte de un libro en preparación.
EX LIBRIS
Escapar de la cuarentena/ EKO
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LOS PAISAJES INVISIBLES
The Strokes Strikes Again IVÁN RÍOS GASCÓN
C
@IvanRiosGascon
omo el título de una rola de la banda Eels, la música es novocaína para el alma y el mejor quehacer para el espacio que solíamos dedicar a lo de afuera, es poner la aguja en el vinilo, dar play al Cd o ajustarnos los auriculares para anestesiar las dolencias interiores, insensibilizar las llagas de la nostalgia o secar las suturas anímicas que el desamor o el duelo nos dejó, aunque también podríamos usarlo como estimulante para otro tipo de emociones, el vértigo y el furor o la serenidad y la paciencia, por no hablar de la alegría y del placer. Esta temporada apocalíptica he navegado del Alternativo al Indie, del Pop al R&B y el Soul. He escuchado a X Ambassadors, Villagers, Thundercat, Gorillaz, Hanni El Katib, Dirty Projectors, Two Door Cinema Club, Bishop Briggs, CocoRosie y etc., etc. Incluso una selección retro de Marvin Gaye, Tom Waits y Joe Jackson, y le di vueltas al I’m Not a Dog On a Chain, el nuevo disco del empeñoso tío Morrissey, que no está mal pero tampoco es innovador. Sin embargo, la auténtica sorpresa de este abril que un bicho invisible nos robó, parafraseando a Joaquín Sabina, es The New Abnormal de The Strokes, álbum con el que la banda neoyorquina retorna después de siete (sí, siete) años de no sacar un disco entero. The Strokes debutaron en 2001 con Is This It, LP de espíritu bohemio y resonancias vintage a lo Television, lo Velvet Underground, un poquito de Ramones y ciertas texturas de Elvis Costello, pues como el propio Julian Casablancas, cerebro de la banda, confesó un par de años después, la búsqueda sonora de The Strokes se enfocaba en la herencia de los años 1970 y el nuevo milenio. Is This It nos tatuó tracks como “Barely Legal”, “Hard to Explain” y “New York City Cops”, aunque la rola verdaderamente inolvidable es “Last Nite”. Producido por Gordon Raphael, Is This It fue un buen pinchazo al ánimo del público, y le siguió Room on Fire (2003), que aplacó un poco el entusiasmo a pesar de “Reptilia” o “The End Has No End”, para volver en 2005 con Impressions of Earth, que ahora sí dispuso el terreno a los neoyorquinos para el Angles (2011) y el Come Down Machine (2013), que los posicionaron en el soundtrack de muchas vidas, para luego dispersarse: Casablancas, Valensi, Hammond Jr., Moretti y Fraiture se dedicaron a otras ociosidades. De todos, Casablancas es el más activo. El único perteneciente a la Generación X (los demás ya son Millenials), no solo dejó su huella dactilar en The Strokes sino que está en The Sick Six, grupo de soporte para su disco de solista Phrazes for the Young (2009) y en The Voidz, la otra banda publicada por su disquera Cult Records y que, por cierto, suena bastante bien: si no han oído Virtue (2018), solo escuchen su sencillo más reciente, “Did My Best”. Volviendo a The New Abnormal, y como no soy ningún experto sino un diletante, solo diré que la producción de Rick Rubin los devuelve a sus orígenes en nueve rolas que condensan las guitarras y percusiones del Is This It con los ritmos y teclados del Phrazes for the Young. O sea, Julian Casablancas en estado puro. “Selfless”, un lamento de estar fuera de la mujer amada remite a la entrañable “Last Nite”; “Brooklyn Bridge to Chorus”, eléctrica y movida como “11th Dimension”, el track más exitoso del Phrazes…; “Why Are Sunday’s So Deppresive”, eco de las cuerdas de “Call Me Back” de Angles y “Ode to Mets”, viaje al desgajamiento existencial sobre un potro metafórico, son algunas de los mejores cortes de este álbum tan Glam y Pop y neoexpresionista como la pintura Bird On Money (1981) de Jean–Michel Basquiat, que ilustra la portada. Ah, qué coincidencia. Basquiat en la cubierta. Otro insigne neoyorquino que vivió a tope de 1976 y hasta casi terminar la década siguiente, esos años que tanto invoca la música de The Strokes.
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DE PORTADA
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En su última novela, Almudena Grandes explora los alcances de la represión sexual y política y las resistencias individuales para enfrentarla en la intimidad
“La España de Franco era un país de locos”
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CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID FOTOGRAFÍA C. R. R.
no de las primeras conclusiones que se extraen de la lectura de La madre de Frankenstein, novela que acaba de publicar la escritora madrileña Almudena Grandes, es que se trata de una obra de marcado carácter político. Al respecto, Grandes dice que hay buenas razones para pensar que el carácter de esta novela es político porque el tipo de represión y de clandestinidad de los que se habla en esta obra no son las previsibles. “Aquí se habla de una represión aparentemente invisible, transparente, sobre la intimidad de las personas. Y hay también una clandestinidad sentimental. Eso concentra el aspecto político de la novela en el hecho de que no hay pistolas ni acción armada”. En cualquier caso, Almudena Grandes señala que todo el proyecto en el que se enmarca esta obra, titulado Episodios de una guerra interminable y compuesto por seis novelas, es político, porque lo que pretende es contar los 25 primeros años de la dictadura de Francisco Franco desde el punto de vista de los que resistieron contra la dictadura con toda clase de armas: primero la lucha armada, después la lucha política, luego la lucha diplomática, y, en el caso de La madre de Frankenstein, la clandestinidad sentimental y la represión hacia las mujeres respecto a su intimidad, un terror que la escritora califica de total. Unos días antes de la cuarentena por la pandemia de Covid-19, Grandes (1960) recibió a Laberinto en su casa de Madrid, un amplio y luminoso departamento donde en los últimos
diez años se ha dedicado a la escritura de los Episodios de una guerra interminable, que comenzó con Inés y la alegría, seguida por El lector de Julio Verne, Las tres bodas de Manolita y Los pacientes del doctor García, y que concluirá con Mariano en el Bidasoa, uno de cuyos temas será el nacimiento de ETA y cómo la gente de izquierda vio a ese grupo terrorista. Respecto a La madre de Frankenstein, Grandes explica que sus personajes viven sumergidos en un clima de miedo y, sobre todo, en un asfixiante ambiente de silencio. “En esta novela se aprecia que el silencio fue fruto del terror —destaca la autora—, el terror de los años cuarenta que le costó la vida a más de cien mil personas en tiempos de paz, que arruinó a multitud de familias, que dividió a muchísimas parejas y que le costó la prosperidad a millones de españoles; un terror cuya fría expresión fue el miedo, porque en los años cuarenta en España nadie hablaba con nadie y nadie hablaba de nada. Ese momento fue ideal para que floreciera lo que se llamó el nacionalcatolicismo, que parece una ideología pero que en realidad no lo es, sino que es una especie de engendro ideológico de ocasión que combinaba el puritanismo más rígido de la Iglesia católica con el autoritarismo de un Estado fascista, lo que nos sitúa en un país donde todo es pecado y donde todos los pecados son delitos, algo que llevaba a la gente a jugarse no solo la vida eterna sino también la cárcel, y donde la denuncia era la forma más exitosa de ascender socialmente, generando al mismo tiempo una clandestinidad sentimental, pues debajo de la aridez había corrientes cálidas donde era posible la amistad, la complicidad, el sexo y el amor, sin que nadie supiera nada ni pudiera denunciarte”. Este clima se aprecia claramente en
un pasaje donde la autora escribe que esta historia trata de “la tragedia de una chica y el chantaje de una monja”. “En ese sentido —indica Grandes—, hay una idea que resume la novela: la principal diferencia entre vivir en una dictadura y vivir en una democracia es que en una democracia las personas que están en libertad son libres; pero en una dictadura puedes estar en libertad, pero no ser libre, no tener capacidad de tomar decisiones libremente”. María Castejón, el personaje central de La madre de Frankenstein, representa fielmente lo que fueron las mujeres españolas en aquella época. Grandes puntualiza que ese personaje padece, por un lado, una serie de experiencias por las cuales “las personas de orden se ven con derecho a intervenir en la vida privada de la gente, y, por otro, refleja una represión específicamente femenina, pues las mujeres eran el objeto de deseo y el proyecto de pecado. Una mujer en esa España solo podía sobrevivir si se convertía en la policía secreta de sí misma, porque cosas tan inocentes como enseñar los brazos o ir sin medias arruinaban su reputación. Pero había una cosa todavía más grave y que se ve en la novela: el amor era lo más peligroso que podía haber. Si una cedía a la tentación de enamorarse de un hombre que no fuera exactamente el que la sociedad pensaba que estaba destinado para ella, lo primero que aprendía era que lo suyo no había sido amor; había sido vicio, perversión, etcétera. Y si te ocurría enamorarte, te convertías en un desecho social, condenando a las mujeres a estar solas o arrastrarse
“La psiquiatría fue una pieza que otorgó un barniz científico a la represión física y moral
por el fango eternamente. Esa dureza de la vida de las mujeres españolas en los años cincuenta la representa María Castejón. Pero por otro lado está el hecho de contar la novela desde un manicomio de mujeres, donde tienen lugar muchos pasajes de esta historia, lo que hace que ese espacio se convierta en un microcosmos que ejemplifica y expresa las partículas tóxicas que se respiraban en un macrocosmos que era un país de locos”. Otro de los personajes centrales de La madre de Frankenstein es el doctor Germán Velázquez, un psiquiatra exiliado en Suiza que vuelve a España para poner en práctica un estudio clínico de clorpromazina en el manicomio de Ciempozuelos. “Este personaje representa muy bien esa especie de condena del exiliado que se siente culpable porque le ha ido bien, y cuando vuelve a España se encuentra en un país que reconoce pero no entiende nada de lo que pasa, pues los códigos de comportamiento, las actitudes, han cambiado”. Germán también refleja que la libertad está muy amenazada en todos los frentes. “Es un hombre que está en una ratonera, y que al volver a España se quita un problema que tiene en Suiza, de donde sale la historia de la familia judía Goldstein, que protagoniza otra parte de la novela. Esa familia me permite generar una distorsión de los afectos, de la seguridad, porque en el fondo todos son como náufragos amarrados a un madero. Y es que toda guerra es una tragedia, y pasar por una experiencia como pudo ser la derrota de la República española o el Holocausto es algo que marca indeleblemente. Pero lo que en verdad he querido contar mediante el personaje de Germán es que los resistentes que he conocido, los que habían estado en España,
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a pesar del sufrimiento, de la cárcel, de las palizas, eran gente más alegre y conforme con su vida que los exiliados que tenían siempre la amargura de no haber estado y no haber sufrido, no haber participado. Los Goldstein dejan a un hijo en Alemania, se van a Suiza y se sienten culpables de no haberlo salvado, y Germán también”. En el centro de esta novela, como un personaje tutelar, destaca la feminista española Aurora Rodríguez Carballeira. Almudena Grandes confiesa que llevaba 30 años dándole vueltas a esta filicida, una mujer culta, educada y feminista que el 9 de junio de 1933 entró en la habitación donde dormía su hija, la célebre militante socialista y teórica de la liberación sexual Hildegart Rodríguez, y le disparó cuatro tiros. Y que desde que leyó la historia clínica de esta mujer, condenada a 26 años de cárcel, 22 de los cuales los pasó recluida en el manicomio de Ciempozuelos, escrita por el psiquiatra Guillermo Rendueles, comenzó a pensar que España entera, en los años posteriores a la Guerra Civil, se había convertido, literalmente, en un manicomio. “Aurora cumplía todos los requisitos para convertirse en el modelo de mujer de la España republicana: era muy inteligente y culta, era autodidacta (el psiquiatra nacional-católico Antonio Vallejo Nájera llegó a decir que era el resultado de lo que pasaba cuando una mujer leía sin dirección espiritual), una mujer rica e independiente que emprendió proyectos por su cuenta sin tener que casarse, y no rehuía la vida pública. Y, ante todo y sobre todo, era una enferma mental, una paranoica que creía que había venido al mundo para labrar la felicidad de la humanidad y que se sentía perseguida por el MI5 y las potencias internacionales. Pero cuando leí su historia clínica, cuando leí que en los años cuarenta sabía lo que era la vasectomía y los psiquiatras que la trataban no; cuando leí que afirmaba que la sexualidad femenina era más poderosa que la masculina y se reían de ella todo el tiempo, entonces empecé a pensar que todo estaba al revés. Por otro lado, está la psiquiatría, que otorga a los malos psiquiatras el poder universal sobre la vida privada de sus pacientes, y que en aquella España franquista fue una pieza fundamental del régimen porque otorgó un barniz científico a la represión física y moral, encabezada por Vallejo Nájera y su teoría del gen rojo que decía, a partir de sus teorías sobre eugenesia, que el marxismo era un gen intrínsecamente vinculado a la inferioridad mental, de lo que deducía que los marxistas eran seres mentalmente inferiores a los que se les debía extirpar ese gen para que la raza española mejorara. Hoy puede parecer una película pero fue real, y permitió la supresión de los portadores, cosa que se hizo abundantemente, o hizo posible que cuando se llegaba tarde y los portadores ya habían tenido hijos, les quitaran a esos hijos y les dieran en adopción a familias ejemplares. Así que eso dio justificación científica a fusilamientos y robo de niños, una de las grandes aportaciones españolas a la infamia universal, algo que no se inventó en Argentina sino en España. En ese contexto, otros psiquiatras del Opus Dei afirmaban que la homosexualidad
La autora de La madre de Frankenstein, quinta entrega de la serie Episodios de una guerra interminable.
era una enfermedad que se podía curar y que el lesbianismo no existía y que era una desviación”. En ese contexto, Almudena Grandes relata que el catálogo de cosas peligrosas o inmorales de esa España era infinito. “Una mujer no podía tener un amigo hombre, o si se le ocurría darle un codazo en la calle a un hombre que no fuera su hermano o su padre se convertía en una mujer de mala reputación. Había miedo incluso a que la gente se diera cuenta de que a una persona le gustaba leer por las noches. Muchos niños se criaron en esa España oyendo a sus madres todos los días decirles: en el colegio no se cuenta nada de lo que se habla en casa. Eso fue muy importante para la salud mental de los españoles”. Por todo ello, esta novela guarda un potente mensaje universal. “El fascismo es universal y utiliza los mismos métodos, carga contra las mismas personas, medra de la misma manera y,
sobre todo, ilustra los riesgos a los que podemos enfrentarnos de dejarnos arrastrar por dictaduras como la franquista, donde existía una unión íntima entre la Iglesia católica y el Estado”. Por otro lado, esta novela recuerda que el machismo “no es un decálogo, sino una ideología odiosa que humilla a las mujeres y que en aquella época era muy tolerado por el Estado. Por desgracia, las historias del clásico señorito hijo de puta seduciendo y abandonando a una chica pobre y sin recursos es una historia inmortal. Y uno de los personajes vive ese clasismo terrible y esa limitación de la libertad, porque no se podía hacer nada fuera del carril social al que estabas asignado por nacimiento, elegir una profesión, casarte, tener hijos, educarlos. Y eso también tiene qué ver con un país de locos”. En última instancia, La madre de Frankenstein es un relato sobre la rebeldía de mínimas biografías en la capital de un país ocupado, sometido a
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la humillación perpetua de su miedo y sus culpas, algo que refleja, admite Grandes, el espíritu de la serie Episodios de una guerra interminable. “En ese sentido, sigo el modelo de los Episodios nacionales de Galdós, un escritor grandísimo que nos enseñó una forma de contar la Historia, donde las vidas privadas de la gente pequeña sirven para contar la gran historia pública de las naciones. En los Episodios nacionales los narradores son siempre gente corriente: soldados, niños de la calle, algún maestro jubilado, guerrilleros, curas, siempre hay alguien anónimo que representa a personajes reales que no importan, y luego están los grandes personajes de la Historia que entran y salen. En esto he seguido el modelo de Galdós, contando la historia desde el punto de vista de los perdedores de la guerra y, al mismo tiempo, de las personas más cargadas de esperanza, las más alegres y tenaces”.
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PENSAMIENTO
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ENSAYO
Coronavirus: la dignidad en la hora del dolor Transgredir las reglas es un asunto humano pero también es posible comprenderlas y aun amarlas CLAUDIO MAGRIS FOTOGRAFÍA EFE
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Ocaso de la desregulación? No solamente en la realidad económica sino también en la vida afectiva, en la creación artística o en la conducta de vida, la lucha contra las reglas es, a la vez, necesaria y destructiva, una mezcla de generosa pasión, brutal o inconsciente egoísmo y confusión. Sobre todo cuando, como en la devastadora tempestad que se ha abatido sobre todos nosotros con la agresión del coronavirus, uno se encuentra envuelto en una malla de disposiciones y prohibiciones como un pez atrapado en la red. La regla es fácilmente vivida como abstracta, fría, hostil a la pasión y a la vida que también defiende. En ciertas épocas históricas, por ejemplo, durante el periodo romántico, las reglas acabaron reducidas a meras abstracciones genéricas, contrapuestas a la imprevisible creatividad poética. Benedetto Croce decía que las más grandes obras maestras poéticas —Homero, Dante o Shakespeare— infringieron, felizmente, las reglas. No es verdad. Las rimas de los tercetos dantescos y el endecasílabo de cada verso son la poesía misma, el beso de Paolo y Francesca, la música del mar que se despliega como un sudario sobre el naufragio de Ulises, y esto vale para todas las artes. Incluso los genios insolentes y agitadores de las revoluciones artísticas han proclamado y practicado la subversión de las reglas de la forma y de la vida pero para crear y practicar otras. Un genio disoluto, rebelde o autodestructivo como Poe, autor de obras maestras que subvierten toda expectativa lógica, reveló, en la génesis de un poema, la estricta lógica y las inflexibles leyes del verso, de la invención y de la arquitectura expresiva que presiden la creación de su perturbador poema El cuervo. Rechazada retóricamente en nombre de la anárquica libertad del mercado y del deseo liberado de las normas morales, la regla volvió a estar a la orden del día cuando, hace pocas semanas, la pandemia comenzó y continúa, cada vez más violentamente, devastando nuestras vidas y las del mundo entero. Cada vez más, la batalla contra la pandemia y la muerte se le encomienda a las reglas, mandatos, vetos e interdicciones. También este imperio de la ley y de sus sanciones
Paseante frente al Coliseo de Roma.
es una estrategia que defiende la vida y, a la vez, acrecienta la contrariedad y el sufrimiento, obstaculiza la satisfacción de necesidades primarias y crea desolación cotidiana. Personas amadas sufren y mueren en una soledad que agobia el corazón, tanto del enfermo privado de la salud o de la vida como de la mano que siempre lo acompañó durante la vida y de la que necesita todavía más en el sufrimiento o en la agonía. Las reglas nos impiden tocar esa mano y ser tocados por ella. Saber que un padre, un hijo, un amante sufre solo y puede morir solo, no saber qué palabras y qué pensamientos le vinieron a la mente o saber que esos pensamientos y esas palabras no pueden llegar a quienes lo aman, es un dolor que contiene la muerte, al igual que un fruto contiene una semilla.
La batalla contra la pandemia y la muerte se le encomienda a vetos e interdicciones
Pero ¿tenemos derecho de comprometer a otras vidas, incluso en nombre de nuestro amor y de la necesidad que tenemos de ellas o de su deseo de nosotros? También el amor, si disgrega límites y deberes, puede volverse un embrollo destructivo. También en el corazón, escribe Stefano Jacomuzzi, en su extraordinaria novela Un vento sottile, a menudo todo es un desastre y una gran confusión. Es humano amar más ese confuso desastre que las reglas; la transgresión nos parece tan de poca importancia como estacionarse en un lugar prohibido o pasarse la calle cuando el semáforo está en rojo y no hay ningún peatón a la vista. Es inevitable, casi natural odiar las reglas, las prohibiciones de estacionarse, los límites de velocidad. Las reglas son la democracia y la democracia es, ciertamente, menos fascinante que el amor o el color del mar; es un valor frío, como la regla, la cual, no obstante, nos permite cultivar nuestros valores cálidos: el
amor o el color del mar. La tentación de transgredir las reglas es humana, muy humana, es el color de nuestra vida. Pero existe una seca y dura poesía de las reglas que debemos aprender a respetar, al igual que el poeta respeta el endecasílabo; a través de esta inflexible y aparentemente árida molestia, incluso podremos amar las reglas, conmovernos no solo por la fotografía de una persona que sufre y que muere sino también por los gráficos que nos muestran las curvas de la pandemia; no solo saber sino también comprender que esas curvas son destinos humanos, cada uno de ellos único e irrepetible. La poesía de las reglas puede conferirle dignidad a nuestro destino. “Me voy de aquí”, parece que dijo en su lecho de muerte Basilio Puoti, gran defensor del purismo de la lengua italiana, agregando: “también se puede decir me marcho de aquí”.
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Traducción de María Teresa Meneses. Il Corriere della Sera, 19/ 03/ 2020.
EN LIBRERÍAS
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NARRATIVA, ENSAYO Luz de guerra
Trilogía Cleave
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A FUEGO LENTO Los restos del día
Duelo por Miguel Pruneda México, 2020
Michael Ondaatje Alfaguara México, 2019 280 páginas
John Banville Debolsillo México, 2018 813 páginas
Kazuo Ishiguro 50 Anagrama España, 2019 253 páginas
Nathaniel y Rachel son dos adolescentes a quienes sus padres dejan en Londres al término de la Segunda Guerra Mundial. Su padre tiene que ir a Singapur a trabajar y su madre lo acompañaría, pero descubren que ella, quien tiene un misterioso pasado, no lo hace; ese pasado alcanzará en un momento a sus hijos. Los jóvenes se quedan a cargo de un excompañero de la madre. Novela de aprendizaje, algunas críticos la consideran la mejor obra del autor de El paciente inglés.
Este volumen reúne tres novelas protagonizadas por Alexander Cleave, el actor a quien John Banville ha dotado de un asombroso poder de evocación: Eclipse (2000), Imposturas (2002) y Antigua luz (2012). Los registros son tan vastos y pedregosos como la infancia, el primer amor, los abismos de la adicción, las verdades ocultas a lo largo de la vida, y se presentan con un estilo deslumbrante. Con ustedes, uno de los grandes escritores en lengua inglesa.
En su cuarta novela, el Premio Nobel de Literatura 2017 crea un mundo de espacios cerrados: el de la aristocracia inglesa en la década de 1950, cuando los privilegios de antaño parecen recobrar su pompa y esplendor. El protagonista es un viejo mayordomo cuya fidelidad no se quiebra ni aun después de conocer los más perturbadores secretos de la familia que habita Darlington Hall. Ishiguro propone una realidad en la que servir con discreción es un don mayor.
Marie Curie
Los hijos de Gregoria
Prospectivas
Adela Muñoz Páez Debate España, 2020 336 páginas
Regnar Kristensen y Claudia Adeath Grijalbo México, 2020 328 páginas
Fernando Ángel Moreno (comp.) Salto de Página España, 2019 432 páginas
Pensamos en esta mujer extraordinaria, calificada por muchos como pionera de la física moderna por sus trabajos sobre la radioactividad, y a nuestra mente vienen imágenes de reconocimiento y aplausos a granel. Su historia, como revela esta biografía, no fue siempre miel sobre hojuelas. Antes de que la alcanzara la fama, fue denostada y acusada de arribista y charlatana, sobre todo por su condición de judía y de mujer en una disciplina reservada a los hombres.
Con un barrio popular como trasfondo, este Relato de una familia mexicana es un libro testimonial que tiene como antecedente inmediato, asumido por los autores, Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis. El periodo que cubren sus vicisitudes va del temblor de 1985 a nuestros días. La familia de Gregoria, los Rosales, está conformada por diez personas entre hermanos, hijos y nueras. “El resultado crea la sensación de una novela polifónica”, anotan los autores en el prólogo.
Para el compilador de esta Antología del cuento de ciencia ficción español actual, la ciencia ficción, más que cualquier otro género, es el que más “ha influido en la cultura de los últimos 50 años”. En España, se cultivó antes de la Guerra Civil, pero el franquismo detuvo su desarrolló. En su renacimiento durante las décadas de 1980 y 1990 se han escrito grandes relatos como se muestra en el volumen; un ejemplo, “El rebaño”, de César Mallorquí.
Compulsión por la muerte ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
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s un hecho: las librerías están cerradas después de que las autoridades se han negado a calificar su actividad como “esencial”. Así las penalidades y sinrazones que ha traído la cuarentena. De modo que, frente a la ausencia de novedades editoriales, me ocupo ahora de una novela publicada en 2002 que ha vuelto a la circulación: Duelo por Miguel Pruneda (Alfaguara). Es la cuarta novela de David Toscana y no es la misma que fue si podemos leerla a la luz de algunas de sus hermanas menores: La ciudad que el diablo se llevó, Olegaroy, por ejemplo. Toscana ha imaginado a un grupo de personajes solo reconocibles en el mundo de la ficción aunque parezcan comunes y ejerzan tareas ordinarias. O ¿qué es Miguel Pruneda sino un oficinista del montón que luego de 30 años de servicio abre los ojos y encuentra el sentido de su existencia en la visión compulsiva de la muerte? Moviéndose entre decorados que parecen extraídos del teatro de cámara (su departamento, y el de su vecino, cuyo cadáver yace en una tina remojado en formol; alguna calle oscura, el cementerio vecino y acaso un parque huérfano), fantasea con una vida alterna que va dando forma y consistencia al vengador de una niña asesinada, a un héroe de la guerra contra Estados Unidos, a un torero y a un donjuán sin miramientos. Quiere dejar atrás la grisura de su carrera laboral y su matrimonio mediante un esfuerzo de la imaginación que pugna por dotar a las cosas de un brillo inédito. No es un loco: es un alma gemela de esos personajes de Onetti a quienes vemos contrarrestando su fracaso con el relato de una cacería de negros en África o de un contrabando de cocaína… en el Norte. Una atmósfera anómala se impone a medida que Miguel Pruneda opone resistencia a su condición de empleado condecorado, y su idea de la realidad esparce tensiones, rivalidades, traiciones entre el pequeño círculo que acompaña sus inútiles tentativas de convertirse en otro, de abandonar Monterrey e instalarse en una Montevideo ideal y perfumada. Al final, sus acciones terminan por identificarse con las de aquellos que luchan contra las fuerzas del orden cotidiano y se revuelven contra sí mismos para descubrir que, por más que batallen, no pueden hacer otra cosa que velar por los muertos el resto de sus vidas.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
18 DE ABRIL 2020
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HUSOS Y COSTUMBRES
Biografías en el encierro ANA GARCÍA BERGUA
L
eo sobre Proust. Comenzó a escribir En busca del tiempo perdido desde 1907, cuando murió su madre. Pero no fue sino a partir de 1914 que el escritor decidió encerrarse a trabajar en su habitación, acostado en aquella cama con la colcha azul que ahora se encuentra en el Carnavalet, el fantástico museo que atesora los lugares y los objetos de la historia de París. Ahí está reproducido con gran detalle el claustro parisino de Marcel Proust, sus paredes forradas de corcho, la cómoda que guardaba sus papeles. Ahí, alimentándose prácticamente de café y pan, la salud cada vez más mermada por el asma y las manías, Proust creó la novela más importante jamás escrita sobre el Tiempo y la memoria humana, y dejó para la posteridad un retrato a ratos delicioso, siempre sagaz y a menudo muy cruel de la sociedad parisina de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Encerrado en
MARCEL PROUST
El autor de En busca del tiempo perdido, escrita durante un disciplinado encierro..
su habitación, seguirá las noticias de la guerra de 1914, saldrá de noche a veces al hotel Ritz para entrevistarse con personajes a los que les pide que le recuerden detalles que utilizará en su novela y escribirá largas cartas a sus amigos. Aquella habitación cerrada y ese cuerpo que con la inmovilidad, la alergia y la magra dieta va perdiendo forma y calor, empollan la obra enorme, importantísima: una larga novela circular en la que la recuperación del Tiempo, el tiempo de vida recobrado, permite, a su vez, escribir la novela. Pienso en Proust en estos días de guardarse: ninguna biografía de Proust omite aquel enclaustramiento que podría parecer excéntrico pero que marca, de alguna manera, la especificidad del personaje. Proust sin la cama de la habitación de la rue Hausmann no es Proust. Quizá la vida de los escritores no ha cambiado tanto con la obligación de quedarse en casa por la pandemia. Es
verdad que muchos de nosotros necesitamos el encierro, la quietud física para que las neuronas apropiadas divaguen por otras geografías. Pero cuando es involuntario no es tan disfrutable; el caminar del inconsciente pide en muchos casos del caminar de los pies, amén de que no se vive solo de la escritura. Acostado, escribiendo en su pequeño cajón, Proust se comunicaba permanentemente con amigos a quienes importunaba con toda clase de preguntas sobre el pasado, pero también sobre la marcha de la Primera Guerra; así estamos también ahora, pegados a las redes, al zoom, a las noticias cada vez más enloquecidas y aterradoras: se va la vida y desaparecen nuestros espacios. Pero nadie escribe En busca del tiempo perdido y el tiempo se nos va. O quizá sí. En lo que nos lamentamos del encierro, ¿quedará un tiempo después de este Tiempo para recuperarlo y reflexionar sobre él?
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CAFÉ MADRID
Janet Malcolm, la escrutadora
H
ay entre los periodistas una figura que suele dividirnos. Se llama Janet Malcolm, nació en la antigua Checoslovaquia pero vive y trabaja en Estados Unidos; gracias a sus reportajes, biografías y ensayos es una “vaca sagrada” (le guste a quien le guste y le pese a quien le pese) de la no ficción y en 1990 publicó un famoso (y muy manoseado) libro titulado El periodista y el asesino, el cual escarba como pocos en la dimensión ética del periodismo y cuyo célebre inicio es un dardo directo al corazón de la profesión: “Todo periodista que no sea demasiado estúpido o demasiado engreído para no advertir lo que entraña su actividad sabe que lo que hace es moralmente indefendible”. Para unos, la sentencia es una verdad irrefutable. Para otros, el principio de “la honestidad siempre por delante” la echa abajo. La discusión es añeja y se sitúa en una escala de grises (nunca en blanco y negro), pero no pretendo aquí engordarla o atascarla más. Si invoco a la mujer que ha diseccionado a figuras como Sylvia Plath, Sigmund Freud o Antón Chéjov es porque en este raro, obligatorio y largo confinamiento he podido leer, ¡por fin!, la estupenda entrevista que Janet Malcolm concedió en 2011 a The Paris Review, la revista que desde hace más de medio siglo se encarga de recabar los métodos de trabajo de los grandes escritores contemporáneos. En plena pandemia, como un fantástico guiño a los encerrados, la publicación ha “liberado” (es decir: deja leer sin previo pago) el esgrima entre Malcolm y la entrevistadora Katie Roiphe. El largo texto comienza, eso sí, dando cuenta del “divismo” que caracteriza
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA NINA SUBIN
a una de las plumas más significativas del The New Yorker (a ver: es verdad que tiene sus cosas; pero, oigan, eso no le resta importancia a su obra). Katie Roiphe fue a su casa, llena de libros, y ambas conversaron un buen rato junto a un té de menta. Llegó el momento, sin embargo, en que la anfitriona le pidió que no encendiera la grabadora, pues prefería que le mandara las preguntas por correo electrónico para responderlas con mayor precisión.
Katie Roiphe fue a su casa, llena de libros, y ambas conversaron un buen rato junto a un té de menta
Roiphe aceptó y, durante varios meses, intercambiaron pareceres muy bien pulidos. “La desventaja del correo electrónico es que parece generar una especie de formalidad, pero la ventaja es la familiaridad de estar en contacto con alguien a lo largo del tiempo. Para nosotras, este estilo particular de comunicación tenía la cualidad tranquilizadora y anticuada de la correspondencia; es como la propia Malcolm: cuidadosa, minuciosa, un poco esquiva”, apunta Katie Roiphe en su entradilla. Si esta entrevista resulta fundamental para todo aquel que se dedique o le interese el periodismo es porque en ella Malcolm, la escrutadora, suelta perlas como éstas: “En mi escritura, de pronto, comencé a tomar
La periodista checa, autora de En los archivos de Freud.
partido. Fui influida por la deconstrucción. Y gracias a ella supe que no existe un observador desapasionado, que cada narrativa se ve desviada por el sesgo del narrador”. “No sé si los periodistas son más agresivos y maliciosos que las personas de otras profesiones. Ciertamente no somos una ‘profesión que ayuda a los demás’. Si ayudamos a alguien, es a nosotros mismos”. “¿Qué me gusta leer? Me encantan las grandes novelas y cuentos ingleses, estadunidenses y rusos del siglo XIX. Jane Austen, George Eliot, Trollope, Dickens, James, Hawthorne, Melville, Tolstoi y Chéjov se encuentran entre mis favoritos”. “Escribir, para mí, es un proceso de tirar constantemente cosas que no parecen lo suficientemente interesantes”. Tiempo después de que Janet Malcolm contara la historia del periodista que se había ganado la confianza de un asesino para que le diese todos los detalles de su delito, diciéndole que estaba de su parte y, finalmente, lo “traicionara” al escribir un libro desfavorable hacia él, la reportera y escritora (que no es tan frágil como parece) fue acusada de “inventarse algunas de las citas” que forman parte de su libro En los archivos de Freud. Pasó por los tribunales y, aunque fue absuelta, capitalizó todo ese proceso en su beneficio. Dice en el remate de la entrevista de The Paris Review: “No fue agradable ser demandada y fue doloroso ser ridiculizada por mis colegas periodistas, pero también fue una experiencia que no habría querido perderme. Porque no amenazó mi vida y fue algo profundamente interesante. Me sacó de un lugar protegido y me arrojó agua helada. ¿Qué más puede pedir un escritor?”.
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