Laberinto No.908 (07/11/2020)

Page 1

Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

CIENCIA

FERNANDO ZAMORA

GERARDO HERRERA CORRAL

La tradición renovada de los muertos vivientes

Revolución tecnológica a gran escala

Foto: RedPeter Film

SÁBADO 7 DE NOVIEMBRE DE 2020 AÑO 17 - NÚMERO 908

Arturo Rivera: el ángel terrible de la pintura José Ángel Leyva, Ernesto Lumbreras, José Luis Martínez S./ FOTO: JAVIER RÍOS

Foto: WordPress.com


-02-

ANTESALA

7 DE NOVIEMBRE 2020

EN EL BANQUILLO

En suspenso

S

TEDI LÓPEZ MILLS

olo es tiempo, me digo. O tiempo fuera del tiempo; una especie de limbo moral donde todo se vale porque nadie se está fijando. Si yo no te veo, tú no me ves. Pero alguien siempre está viendo; incluso metafóricamente: la mirada por encima del hombro, el “deber ser” que obedezco porque de lo contrario no habría retorno. Como en las carreteras, cuando el conductor del coche se equivoca y los pasajeros se agitan y se ponen a buscar la famosa vuelta en U. ¿Qué tal si no existe? El error se convierte en un destino —palabra mayúscula— y ya no hay forma de deshacer el entuerto, borrar las huellas o las frases o los golpes. Por ejemplo, los de hace tres semanas, cerca de la medianoche en el pasillo, cuando el joven del tercer piso baja gritando y tumba al viejo del primero y la esposa llora y el joven le abre la mejilla al viejo y yo me asomo por la ventana del baño y no hago nada. En la mañana noto la sangre en la pared y le pregunto a la portera y ella me cuenta una historia larga y aburrida y me interrumpe cuando me urge expresar mi indignación y entonces me distraigo pensando en mi proverbial impaciencia. O el miércoles de la semana pasada, cuando salgo a mi pequeño patio a fumarme un cigarro y oigo las voces de unas chicas y unos chicos en la terraza de la azotea donde vive o, más bien, vivía un cachorro. Ellas están tallando una superficie rugosa. Ellos se ríen y uno dice: yo no lo maté, cabrón. Son las diez y media de la noche. Las chicas siguen limpiando: no se quita, pendejo… ¿no tienes algo más fuerte? Al día siguiente ya no oigo al cachorro y nadie vuelve a subir a la terraza. Podría haber protestado; podría haber hecho ruido para que las chicas y los chicos supieran que los estaba escuchando. Pero me terminé mi cigarro en silencio. Pensé en mis gatos y el veneno y las señoras de los jardines que me rodean. El limbo moral me incluye como habitante o al menos vecina. Se han esfumado los testigos. El señor anda cuidando la investidura y mi amigo me aconseja que no hable del presente pues no existe o nadie se acuerda o se quiere acordar y parezco titiritera sin títeres cuando lo traigo a colación con aspavientos. ¿Quién eres o quién te crees a fin de cuentas? Planteo mi pregunta ingenua acerca de las “Investigaciones de un perro” de Kafka: ¿es una alegoría o una fábula? En su prólogo al Purgatorio de Dante, Ángel Crespo afirma que el lector moderno “perdió el gusto por la alegoría”. No es mi caso. Tengo tres versiones del Purgatorio; recito en voz alta los versos iniciales: “Ahora la navecilla de mi ingenio, que deja en pos de sí un mar tan cruel, desplegará las velas por mejores aguas”. “Por correr mejor agua alza las velas/ ahora la navecilla de mi ingenio/ que deja tras de sí mar tan cruel”. “La barca de mi ingenio, por mejores/ aguas surcar, sus velas iza ahora/ y deja tras de sí mar de dolores”. Pongo a las santas musas con los poemas muertos. No se acoplan. Estar de acuerdo es la mejor arma, según el perro de Kafka.

El limbo moral me incluye como habitante o al menos vecina. Se han esfumado los testigos

_

Estación zombie 2: Península. Dirección: Sang-ho Yeon. Corea del Sur, 2020.

HOMBRE DE CELULOIDE

El goce de la edición

E

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA REDPETER FILM

n tiempos de pandemia resulta pertinente Estación zombie 2: Península. No solo por lo del covid sino, sobre todo, por su tono de fábula infantil. La película tendría que haberse estrenado en el Festival de Cannes que, como se sabe, tuvo que ser suspendido. La historia de Península sigue vagamente los eventos de la original Estación zombie. Lo único que realmente une a esta con su predecesora es la mención a una enfermedad creada en un laboratorio de Corea del Sur y de la cual el gobierno de Seúl perdió el control. ¿Vale la pena? Si a uno le gusta el cine de acción, definitivamente. El director Sang-ho Yeon tiene el talento para mantenernos al borde del asiento no tanto por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. La película atrapa desde los primeros minutos pues Sang-ho tiene la astucia de evadir el susto fácil y, en la secuencia de apertura, cuenta la historia de una mujer capaz del sacrifico total. Así, desde la introducción, el director crea el tono general de Península y establece, además, que no por ser una obra de zombis deja de aspirar al arte. El modo en que la madre abraza a su niño muerto en esta primera secuencia, por ejemplo, tiene algo que recuerda a La Piedad.

Pero Península es un filme de zombis. Y sigue la tradición de los muertos vivientes, de modo que debe referir a la sociedad de consumo, tal como estableció el creador del género, George A. Romero. Recordemos que, si en La noche de los muertos vivientes la crítica de Romero a la sociedad consumista era más o menos velada, en El amanecer de los muertos vivientes resulta tan obvia que hay una secuencia (hilarante) en la que los zombis miran escaparates en un centro comercial. Sang-ho sigue las reglas de Romero pero, como auténtico artesano del cine, avanza las pautas de esta tradición y le da nuevos sentidos. Así, nos enteramos que, visto que Corea del Sur creó la plaga en sus laboratorios, el mundo decidió cerrar por completo la península. Este hecho permite al director y guionista ir más allá de la crítica al capitalismo para apuntar también al régimen de Corea del Norte. Por ello no es casual que el héroe de Estación zombie 2 termine en Incheon, un pueblo en la frontera entre las

Sang-ho sigue las reglas de Romero y avanza las pautas de esta tradición y le da nuevos sentidos

dos Coreas. Tampoco es casual que allí nuestro héroe encuentre a una familia que busca escapar en modo análogo a los migrantes que huyen del régimen de Kim Jong-un. Pero ojo, leída así, la frase final de la niña que afirma: “el mundo en que vivíamos tampoco era tan malo”, resulta exactamente en la crítica al sueño dorado del capitalismo tal como lo planteó Romero. Desde la perspectiva visual, Península es un goce para el amante del cine por sus referencias que van aquí desde la serie Mad Max hasta Ben Hur en el momento climático. Además, la hija mayor en esta familia que vive en un país infestado de zombis y enloquecidos militares maneja un auto con el garbo del protagonista de Death Proof de Tarantino. Puede que a muchos cinéfilos les cause pereza el género y el mensaje de Estación zombie 2 les resulte banal. Después de todo es un cuento en el que se afirma que para ser feliz basta con tener una bonita familia, con un abuelo medio loco y una madre capaz de darlo todo por sus hijas. Pero cursi o no, Península funciona, más allá del público infantil, porque tiene un extraordinario montaje, ese arte que, decía Eisenstein, es el fundamento de la poética del cine. Ese arte del cine que en su forma más simple se llama edición.

_


ESCOLIOS

POESÍA

Vigilia JOSÉ FRANCISCO CONDE ORTEGA

Fumo para espantar la noche. Tengo por delante el claro día y me despierto desnudo para adivinar el sol de otoño. (Ella duerme aún.) Nos esperan olores nuevos, calles por caminar y la ceremonia de todos los días en la severa fiesta de la vida. Fumo para espantar la noche. (Parece que las estrellas dejan la luz sobre sus hombros.) José Francisco Conde Ortega, quien murió el 1 de noviembre de 2020, y a quien recordamos con este poema (Intruso corazón, 1994), fue poeta, ensayista y cronista. Nació en Atlixco, Puebla. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y fue profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana. Colaboró en el suplemento sábado y en las revistas Casa del Tiempo y Revista de la Universidad de México. De entre su producción destacan: Para perder tus ojos, Los lobos viven del viento e Intruso corazón (poesía); José Arcadio Pegaza y el siglo XIX mexicano y Diálogo en voz baja. Ensayos de literatura mexicana (ensayo); y La esquina de los hombres solos (crónica).

EX LIBRIS

El canto de Marsias/ EKO

-03-

ANTESALA

7 DE NOVIEMBRE 2020

La originalidad americana ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

E

@Sobreperdonar

n el texto que da título a su libro de ensayos sobre poesía, The American Originality, Louise Gluck alude al mito que prescribe que el territorio de América del Norte fue colonizado por inmigrantes exconvictos, excluidos, rebeldes, emprendedores y utopistas y que este coctel de ambiciosos desarraigados generó un país, Estados Unidos, caracterizado por la avidez hacia la novedad, el progreso individual y la aventura. Por eso, agrega Gluck, mientras, por ejemplo, los ingleses suelen imaginarse a sí mismos como herederos de una larga tradición, los estadunidenses suelen considerarse siempre padres fundadores. Así, el repudio al pasado, el culto al futuro, la pujanza, la asertividad, la autosuficiencia se reputan características casi exclusivas del ciudadano de ese país. Ciertamente, este mito de la originalidad americana es reductivo en lo político, pues se limita a considerar a determinado tipo de inmigración blanca, desdeña el aporte de la población nativa, afroamericana y de otras minorías y, agrego yo, suele pervertirse en las expresiones de discriminación racial que periódicamente reaparecen en la cultura estadunidense, y que se reflejan en fenómenos que van desde el auge de la eugenesia en los albores del siglo XX hasta el resentido supremacismo blanco que ha apuntalado a figuras como Trump y ha fracturado el tejido social de ese país. Sin embargo, el mito también se expresa de forma literariamente más virtuosa y renovadora en algunas grandes obras que se han engendrado en Estados Unidos. Cierto, los mitos se trasladan de manera diferente a la política y a la literatura. En política, el mito constituye un estereotipo impermeable, una camisa de fuerza para la individualidad, un dique para la disidencia y un instrumento predilecto para la narrativa, tan idílica como simplista, de los poderes populistas. Desde luego, el mito en literatura también puede degenerar en recetas para los creadores más convencionales. No obstante, cuando el mito conserva su distancia de la política y se reelabora en el campo de la imaginación crítica, tiende a volverse multivalente, abierto a la variación y la innovación. Por eso, muchas de las obras de exploración fundadoras de la literatura estadunidense, como la colonización del paisaje y la formidable egolatría de Walt Withman; el rigor gótico de Nathaniel Hawthorne; la invocación y el desafió a las fuerzas más salvajes de la naturaleza de Herman Melville; la inmersión en los bosques y el magisterio inconformista de Henry David Thoreau; la suicida doma de los demonios interiores de Edgar Allan Poe; el descubrimiento del mundo subjetivo de Emily Dickinson o la introspección en el ente urbano de Henry James partieron de este mismo mito y lo transformaron en un artefacto libertario y de autoconocimiento y, también, contribuyeron a construir una paradójica tradición, un rico canon compuesto por obras furiosamente individualistas, radiantes de singularidad y autenticidad.

Dice Gluck que los estadunidenses suelen considerarse siempre padres fundadores

_


-04-

DE PORTADA

7 DE NOVIEMBRE 2020

Rendimos tributo al pintor Arturo Rivera, quien murió el 29 de octubre de 2020 y dejó una obra de terrible belleza

Nuestro Orfeo en los infiernos

E

JOSÉ ÁNGEL LEYVA PINTURA ARTURO RIVERA

l 27 de octubre por la tarde hablamos por teléfono. Hacía meses que no escuchaba su voz. Me contó su estancia durante buena parte de la pandemia en Tepoztlán, con su hija Emilia y con la madre de esta, su expareja. Estaba en su casa de la Condesa y deseaba que nos viéramos para mostrarme su obra nueva. “Es algo distinto, alejado del realismo, sin abandonarlo, pero es otro discurso. Este aislamiento me dio el impulso para iniciar otra etapa creativa”. Quedamos de llamarnos el lunes 2 de noviembre y ponernos de acuerdo para comer en su casa o en algún restaurante. Me intrigaba mucho el anuncio de ese cambio. El viernes 29 por la mañana recibí el anuncio de su muerte. Corrí a su casa para despedirme. Ante el féretro me preguntaba por ese cambio anunciado y recordé sus palabras en una entrevista que le hice años atrás: “El paso del tiempo te aproxima a la imagen de la muerte. Ello significa que mi pintura refleja mi origen. La originalidad no está en lo que nadie ha hecho, sino en el descubrimiento de ese origen, de donde has partido”. En el número 13 de la revista La Otra (octubre-diciembre de 2011), publicamos un documental fotográfico de Pascual Borzelli Iglesias sobre Arturo Rivera. No hay más

explicación que la exposición de fotos que nos conducen por el espacio y el ritmo creativo del artista plástico. Advertimos la preparación de enseres que han de servir para la composición del cuadro. Vemos al artista posar para la lente en diversas situaciones, observamos el desarrollo de la pintura y sus constantes modificaciones. Aparecer, desaparecer. Mirar, borrar, cuestionar, dialogar, volver a pintar. Un proceso de indagación y acometidas pictóricas de un artista al que algunos medios han calificado como un gran provocador. Rivera es muchas cosas poco convencionales, pero menos un provocador. Su pintura es inquietante, cierto, sus posturas políticamente incorrectas, indudablemente, sus reacciones imprevistas, sus gestos de empatía o antipatía muy elocuentes. Pero Arturo no pretendía atraer la atención de nadie, mucho menos de los medios ni de la crítica, de la cual desconfiaba; manifestaba su preferencia por los poetas para hablar de su trabajo. De hecho admiraba a los poetas, los atendía con la calidez y la curiosidad de un niño. Sus libros están marcados por la presencia de textos más líricos que académicos. Durante los años noventa tuve una conversación periodística con el doctor Fernando Ortiz Monasterio para hablar de su especialidad como cirujano plástico y como pionero en corregir deformaciones, como el labio leporino, en el útero materno. Fue él quien despertó mi curiosidad por la obra de Arturo Rivera; me habló de sus dibujos y pinturas basados

en los casos médicos que él operaba, como el hiperteleorbitismo. Otras deformaciones congénitas llamaron la atención del artista, quien las recreó bajo su propia perspectiva plástica, como lo hizo también en su Historia del ojo (1990). Fue con Ejercicios de la buena muerte que pude entrevistarlo en su casa-estudio, en 1999; la sesión se convirtió en una tertulia que iba y venía por diversos temas. Me contó a detalle su cirugía a corazón abierto, su experiencia con el silencio y la nada al quedar desconectado, sin sístole y sin diástole. Me pidió que volviera otro día para revisar la entrevista y seguir conversando. Esa segunda sesión ya no estaba la hermosa chica que aprendía a dibujar con él. Hablamos de la poesía de Eduardo Lizalde, a quien tanto admiraba, de los poetas a quienes conocía y leía, como Francisco Hernández. Meses después obsequió un grabado, “La caída de Ícaro”, para la revista Alforja, que había publicado sus dibujos. Lizalde afirmaba, en su texto sobre la exposición Las bodas del cielo y el infierno, que Arturo Rivera era nuestro Orfeo en los infiernos, no para rescatar a Eurídice, sino para buscar lo que no hay, lo que se piensa o se anuncia agotado. Heterodoxo, irreverente, incrédulo nato y “gambusino de imágenes aterradoras”, se resistía a abandonar el territorio de lo figurativo regido no solo por la destreza y el detalle, por la exigencia

El cirujano y el pintor.

No pretendía atraer la atención de nadie, mucho menos de los medios y la crítica

técnica, sino por el conocimiento de la tradición para pintar no la realidad que todos ven o quieren ver, sino la que el artista sueña, piensa, siente, imagina, ve. Esa donde el cuerpo propio es ajeno y el ajeno, propio. Arturo expresaba: soy mi modelo, soy todo lo que pinto. Por eso mismo no le interesaban las naturalezas muertas y sí los cuerpos animados; lo humano en tensión con objetos y significados que se contradicen y se potencian, a la vez que nos perturban. Es difícil decir que Arturo Rivera fue mi amigo —así lo siento—, pero puedo afirmar que hubo siempre un trato fino, cálido, fraterno, generoso, que ganó mi afecto y admiración. Sentí su muerte como un desgarrón que me hace decir con Francisco Hernández: “Era Arturo Rivera un verdadero artista, un pintor verdadero obsesionado por las manifestaciones más terribles de la belleza”.

_


DE PORTADA

7 DE NOVIEMBRE 2020

-05-

La entraña más íntima ERNESTO LUMBRERAS

D

La vida en el taller

F

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.

ueron muchos años de amistad con Arturo Rivera, con quien me encontré por primera vez gracias al fotógrafo Pascual Borzelli. Con cierta frecuencia nos reuníamos a tomar café en La Toscana, a veces comíamos en su casa o platicábamos en su taller, donde pasaba gran parte de su tiempo pintando, escuchando música, meditando, ordenando cosas. La pandemia suspendió nuestras reuniones y el jueves 29 de octubre supe que jamás volveríamos a encontrarnos, que había muerto uno de los grandes artistas de nuestro tiempo. Arturo se ponía retos cuando pintaba. Le gustaba citar a don Antonio Rodríguez Luna, quien le dijo: “El cuadro es un problema a resolver”. Es verdad —me decía—, un cuadro es como una no-

vela: “Debe ser compacto, concreto y bien hecho; desde el inicio tiene que agarrarte”. La pintura era su mundo —“un mundo inacabable”— y al pintar se olvidaba de todo. “Cuando pinto me desconecto; pasan las horas y no escucho nada. Me olvido de todo. Estoy viendo qué color debo o no utilizar, qué trazo debo hacer. No estoy en mí”. Un día, mientras escuchábamos a los Rolling Stones, su banda favorita, mientras lo recorría con la mirada, me dijo: “En este taller está mi vida. Aquí paso la mayor parte del tiempo; hay veces que no pinto pero igual estoy aquí, viendo qué chingados se me ocurre. Un taller se va haciendo y este cada vez se me hace más reducido; me faltan paredes para un chingo de cosas”. Le faltó sobre todo tiempo para continuar su obra impresionante, que tanto cautivó a los poetas.

_

ice Julio Ramón Ribeyro en una de sus Prosas apátridas: “Mi error ha consistido en haber querido observar la entraña de las cosas, olvidando el precepto de Joubert: ‘Cuídate de husmear bajo los cimientos’ ”. En la edad dorada de Arturo Rivera (San Pedro de los Pinos, 1945-colonia Condesa, 2020), la visita en 1957 al Museo de Historia Natural en el Chopo debe marcarse como un hito en su calendario de artista cachorro. Los gabinetes de aves y felinos disecados, esqueletos de peces y saurios, fósiles de helechos y nautilius, de caracolas y armadillos, de insectos atrapados en piedras de ámbar, sedimentaron una capa importante en el imaginario del futuro pintor. Otra impronta fueron los bajorrelieves de yeso de caballos griegos que vio y tocó en casa de su abuela materna. ¿Y el microscopio de lente Zeiss que recibió en la navidad de 1960? Entre atisbar el universo y ver el ojo de una mosca, el muchacho jamás vaciló su elección. Por eso, cuando ingresa a la Academia de San Carlos, en 1963, posee ya una visión íntima y entrañable sobre los seres y las cosas del mundo, esas realidades interiores y fisiológicas de los organismos vivos, pero también esas presencias rotundas e intangibles que habitan en el alma humana: sueños, deseos, angustias, desconsuelos, terrores, éxtasis, presentimientos, rencores, abominaciones, recuerdos… Para cuando Fernando Gamboa decide montar, en 1982, su primera gran exposición, Arturo Rivera ha recorrido de ida y de vuelta el taller de pintura del Renacimiento italiano, el de la escuela flamenca y el de la española. Sus estancias en Nueva York, Londres y Múnich han permeado su obra de los discursos plásticos que cuestionan la banalidad y la impostura en el mercado del arte. Pintores como Francis Bacon, Antonio López o Lucian Freud confluyen en sus tentativas técnicas y, en ciertas estancias del mito y del símbolo, trazan afinidades espirituales respecto de su búsqueda. En las décadas por venir, Rivera pintará sus mejores cuadros, la mayoría expuestos en dos muestras históricas, no solo de su biografía, sino para los anales del arte contemporáneo de México: Bodas del cielo y del infierno (MAM y Marco, 1995) y El rostro de los vivos (Palacio de Bellas Artes, 2000). En este periodo prolífico y estelar surgieron de su grafito y pincel piezas maestras como Fuego de 1982, El rito de 1988, El veedor y Las dádivas divinas de 1990, Ecce Homo y El olvidado A. P. de 1993, El ángel necesario y La última cena de 1994, Herodes y sus verdugos de 1995, Septeto para un roedor de 1996, El chamán de 1997, Autorretrato, homenaje a Julio Ruelas y Ejercicios de la buena muerte de 1999, Vulcano de 2000, La medusa de 2001, La jineta de 2003, Llegando a Nueva York de 2005, Autorretrato con paño rojo de 2011, Bodas de Hades y Perséfone de 2012, Encuentro de 2016 y Autorretrato, homenaje a Hermenegildo Bustos de 2019. Todo una obra abierta por ordenar y revisar, con inevitables constantes y territorios incógnitos que rebasan la interpretación psicológica y literaria. En 1987 anotaba Olivier Debroise: “Como evocaciones personales, enigmáticas, los cuadros de Arturo Rivera no se pueden reducir a una gramática: hay que dejarles su radio”. Con la muerte del pintor —su última anécdota—, el espectador de su arte se encuentra hoy, felizmente, en el kilómetro cero del radio propuesto por el crítico.

_


-06-

CIENCIA

7 DE NOVIEMBRE 2020

DESMETÁFORA

Primer superconductor a temperatura ambiente El material más buscado de los últimos cien años ya está en el laboratorio, y conduce electricidad sin resistencia

U

n material superconductor es aquel que conduce la electricidad sin pérdidas, que no se calienta como el cobre cuando está sujeto al paso de una corriente eléctrica, ni se opone al tránsito de los electrones. La superconductividad fue descubierta en 1911 cuando se observó que el mercurio, enfriado a -269 grados Celsius, perdía la resistencia al paso de la electricidad. Desde entonces comenzó a verse la misma propiedad en otros elementos y compuestos cuando se los enfriaba a niveles cercanos al cero absoluto que se encuentra en la temperatura inalcanzable de -273.15 grados Celsius. Muchos soñaron con encontrar algún material que se comportara de esa manera sin la necesidad de un refrigerador, es decir, que fuesen superconductores a temperatura ambiente. Con el correr de los años los físicos fueron encontrando materiales superconductores a temperaturas más elevadas, pero aún muy frías. Ahora se tiene un compuesto de hidruro de azufre carbonoso que a tan solo 15 grados Celsius se vuelve superconductor. Esta es la temperatura de una tarde fresca o un amanecer frecuente en la Ciudad de México. El sueño se hizo realidad y sería maravilloso si no fuera porque es necesario someterlo a presiones muy altas. Esa es la limitante para la aplicación inmediata y es también lo que previno que la noticia estuviera en la primera plana de los diarios del mundo. El material reportado en la prestigiosa revista Nature hace unas semanas tuvo que ser sostenido entre dos diamantes a una presión descomunal. Si para convertir el grafito en diamante se necesita aplicar una presión 150 mil veces mayor a la presión atmosférica, para hacer que este nuevo compuesto se convierta en superconductor se necesitan más de dos millones y medio de atmósferas. Sin embargo, no hay que olvidar que cuando se convierte al grafito en diamante con presión mecánica este se queda como diamante una vez liberado de la presión. Decimos que el grafito alcanza un estado de equilibrio como gema y podemos ofrecerla como regalo sin el temor

GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx FOTOGRAFÍA UBUSSCIENTIA

Levitación magnética a través de un súperconductor.

de que este regrese a ser lo que era. Entonces, si el grafito a grandes presiones se transforma en la joya más cotizada del mercado y se queda como tal después de eliminar la presión, ¿quizá se puede hacer lo mismo con este nuevo material? La gente ya piensa en buscar la manera de estabilizar la estructura para que se mantenga en el estado especial que lo hace ser superconductor. Debe haber algún proceso que una vez aplicado a esta sustancia lo deje permanentemente como superconductor aun después de ser liberado de la enorme presión. Si eso ocurre, pronto tendremos este extraordinario material en las líneas de potencia conduciendo energía eléctrica sin pérdidas, veremos trenes flotando sobre vías hechas de este material y viajando a gran velocidad, máquinas de imagenología médica con resolución extraordinaria, refrigeradores portentosos y electrónica con la más alta eficiencia.

El hallazgo promete una revolución tecnológica, falta resolver el problema de las altas presiones

Por ahora, se sabe poco de esta mezcla peculiar de elementos y seguimos sin entender el fenómeno de la superconductividad, pero sí parece ser que existen otras opciones para la obtención de un material comercializable en productos de tecnología superconductora. Ya en 2018 se había reportado un material de hidrógeno y lantano sometido a alta presión que comenzó a superconducir a -13 grados Celsius. Esta es una temperatura alta comparada con las que se habían obtenido antes. En el nuevo compuesto no son dos sino tres elementos: hidrógeno, azufre y carbono; los especialistas consideran que se podría agregar un elemento más a la combinación para bajar la presión a la que debe ser sometido. El gran hallazgo promete una revolución tecnológica, solo falta resolver el problema de las altas presiones. Con los avances recientes podemos pensar que ya no falta mucho para que se encuentre el camino. Luego veremos una cascada de ideas convirtiéndose en productos que podrían cambiar nuestra manera de vivir. El mundo será distinto cuando se consiga controlar los materiales para que

la corriente eléctrica pase por ellos sin resistencia alguna. Electromagnetos más poderosos, imagenología médica con resonancia magnética, espectrómetros de masa, aceleradores de partículas para la investigación de la estructura de la materia, generación de energía con tokamaks capaces de confinar un plasma electromagnético como el que genera luz y calor en el centro del Sol, separación magnética de residuos en la industria de pigmentos, uso de magnetos eficientes en turbinas generadoras de energía eléctrica, generadores eólicos mejores que los actuales, microelectrónica para nuevas computadoras, teléfonos celulares, tecnología de radiofrecuencia, dispositivos squids con aplicaciones médicas en neurología, nuevos detectores ultrasensibles a la radiación de baja energía, redes de transmisión de potencia, transformadores, estaciones de almacenamiento de energía, motores eléctricos más pequeños y eficientes, transporte por levitación magnética, entre otras muchas aplicaciones. Ciertamente, lo que hace a la noticia figurar en los diarios es una revolución tecnológica en gran escala.

_


EN LIBRERÍAS

7 DE NOVIEMBRE 2020

NARRATIVA, ENSAYO Sangre helada

Cometierra

-07-

A FUEGO LENTO Voy a hablar de Sara

Tejer la oscuridad México, 2020

F. G Haghenbeck Océano México, 2020 249 páginas

Dolores Reyes Sigilo España, 2020 173 páginas

Pauline Delabroy-Allard Lumen México, 2020 176 páginas

Como escribe el autor en las páginas finales, “No ha sido muy difundido el penoso evento que inspiró esta novela: el campo de concentración, o centro de migración para prisioneros del Eje, en Perote, Veracruz”. Con este escenario como telón de fondo, la acción llama a un grupo de héroes y heroínas que deben luchar contra las fuerzas del inframundo tras el descubrimiento del templo consagrado a Xipe Tótec, la sanguinaria y temida divinidad mexica.

Se trata de la primera novela de la escritora y activista argentina. El título alude al personaje central, una niña, y más tarde adolescente, que combate su abandono comiendo tierra hasta saciarse. La acción transcurre en una suerte de no-lugar donde campean la inmisericordia y la violencia, sobre todo contra las mujeres, quienes aparecen muertas en caminos desolados o en barracas. El ritmo está marcado por una fuerte oralidad y un creciente deseo de huir sin mirar atrás.

Esta novela comprueba que el amor loco no es cosa del pasado. Saludada por la crítica en Francia y miles de lectores, narra la obsesión sexual entre dos mujeres que conduce a la ruptura con las estructuras cotidianas. Una de ellas es madre soltera y profesora, la otra es violinista y dueña de una exacerbada sensibilidad. Entre el lirismo y la descripción casi quirúrgica de los sentimientos, traza los caminos que van de la ofuscación al delirio del que no hay escape.

Soy leyenda

Un verdor terrible

Tres semillas de granada

Richard Matheson Minotauro México, 2020 176 páginas

Benjamín Labatut Anagrama España, 2020 212 páginas

Rose Mary Salum Vaso Roto España, 2020 114 páginas

Los elogios que emitieron Ray Bradbury y Stephen King colocan a Matheson entre sus pares; por desgracia, su fama es menor. Esta es su obra más emblemática. En la más reciente adaptación cinematográfica, Will Smith encarnó al protagonista Robert Neville, aunque sus rasgos físicos no correspondan. Renovadora de las novelas de vampiros, en este caso los chupasangre aparecieron debido a una guerra bacteriológica. Para George A. Romero, “trata sobre la revolución”.

Este maravilloso libro de relatos demuestra que nada es ajeno a la ficción literaria. Basado en hechos reales, se toma algunas, y en ocasiones demasiadas, libertades con las ideas científicas expuestas por Fritz Haber, Einstein, Schrödinger o Heisenberg, sin traicionar su alcance y esencia. De esta manera, exhibe por igual un arrebato místico que la búsqueda de la Fuente de la Vida o el trance que advirtió la existencia de los agujeros negros. La buena escritura es un valor adicional.

La familia de la autora salió de Líbano para llegar a México; ese parece ser su sino pues, años después, por la violencia que no deja de azotar a nuestro país, súbitamente tuvo que abandonarlo para instalarse en Estados Unidos. En estos Ensayos desde el inframundo, como reza el subtítulo, Salum reflexiona sobre el significado de ser una escritora que escribe en español en esa tierra, donde para ser un autor reconocido es necesario escribir en inglés.

El futuro viaja en reversa ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

D

espués de una cruenta inmersión en la Sinaloa que iniciaba su carrera en el narcotráfico, Emiliano Monge reaparece con una novela de una belleza ingobernable por donde avanzan las corrientes telúricas que consignaron Bernal Díaz del Castillo y los poetas anónimos a los que Miguel León-Portilla rescató de entre el silencio en La visión de los vencidos. Tejer la oscuridad (Literatura Random House) es la urdimbre de un futuro apocalíptico y también la trama de la reinvención del pasado, es la anticipación y los escombros y la intemperie, la flecha del tiempo lanzada en sentido contrario. La masa terrestre se ha quebrado, el cielo luce roto, los océanos han dado paso al desierto, la temperatura semeja una hoguera perpetua y la guerra entre quienes han visto cómo su cuerpo se ha duplicado y quienes permanecen intactos cobra víctimas en ambos bandos. Si algo presiente el lector es que el año 2029 en el que arranca la novela anuncia un tiempo que semeja al de los antiguos pobladores de Mesoamérica antes de la pólvora, la viruela y los caballos. Es decir: mientras los personajes —un coro de niños, guerreras, videntes, iluminados, cazadores, portadoras de dones innombrables… y hacedores de un libro que contiene su historia, como si se tratara de un testamento— persiguen un futuro que avizoran junto al mar, nosotros, fieles a Tejer la oscuridad, empezamos a sospechar que si algo estamos leyendo es la crónica mestiza de los orígenes de los pueblos originarios de Mesoamérica y de su inevitable postración. El tiempo literario se mofa del tiempo histórico. Emiliano Monge establece una narración entre vaivenes: del argumento en estado puro a la poesía, del diario al registro de sucesos, de los textos proféticos a la noticia, del relato de aventuras a la declaración confesional. Por si fuera poco, ha tomado la voz de aquellas voces que han llegado hasta nosotros a través de los informantes de Sahagún o del Chilam Balam: “hay sentimientos y hay palabras que no pueden anidar en nuestros cuerpos… palabras que no debemos llevar al mundo nuevo”. Ha tomado un riesgo supremo. No solo se ha reinventado a sí mismo sino ha probado que la buena literatura debe darle siempre la espalda a la vulgaridad y aspirar al verdadero virtuosismo.

_


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

7 DE NOVIEMBRE 2020

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

TOSCANADAS

Brindis por los asesinados DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

E

stoy leyendo una breve biografía de Iván Bunin, el escritor ruso que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1933. Su maestro, para enseñarle a leer, no utilizó unos cartones con letrotas donde la A va acompañada del dibujo de una abeja y la M de una manzana. Nada de eso. Gracias a que en aquel entonces la pedagogía era una ciencia que procuraba el aprendizaje y no la mediocrización, ese maestro era de la idea de que los niños no son idiotas, por lo que enseñó al pequeño Bunin sus primeras letras con la Odisea y Don Quijote. Así, mientras a los críos de hoy les celebran que digan “gallina” y “pollo”, el niño Bunin clamaba: “Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad; aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra”, o

JUAN GUILLERMO LÓPEZ

El editor y traductor, quien fue asesinado el 28 de octubre de 2020.

comoquiera que eso se diga en ruso. Mientras los párvulos de ahora dicen “mi mamá me mima”, Bunincito pronunciaba: “¿Qué destino te vino a abatir en la muerte penosa? ¿Una larga dolencia? ¿O bien la saetera Artemisa te mató disparando sus flechas suaves?” Cuando Iván Bunin… Yo les juro, estimados lectores, que este iba a ser un fascinante artículo sobre el poder de los clásicos en los niños, pero acabo de recibir un mensaje con el asunto “Noticias tristes de México”. En él, Maru Ríos, que trabajó en Plaza & Janés allá a finales de los noventa, me cuenta que murió Juan Guillermo López. Lo busco en la prensa y me entero de que lo asesinaron. Lo conocí en la feria del libro de Monterrey en 1996 o 1997 junto a Guillermo Fadanelli, pues estaban presentando La otra cara de Rock Hudson. Pronto entramos en charla y acabé publicando con él mi novela

Santa María del Circo, gracias a su amorosa lectura y a un cañonazo de cincuenta mil pesos, que me hizo sentir de veras escritor. Siento tristeza y rabia. Hace tiempo unos criminales asesinaron en Toluca al poeta Guillermo Fernández. Luego mataron en Culiacán al queridísimo Feroz. La misma miasma de homicidas acabó con el pacífico y sabio Enrique Servín. Ahora Juan Guillermo López. Cuando muere un hombre de letras se pierde mucho más que una vida. Los hombres de letras portan con dignidad una estafeta quebradiza que viene pasándose de mano en mano desde hace miles de años y dan la vida para que no se caiga, para que no se rompa, para que no se olvide; siempre con la fe de entregarla a alguien que sepa enaltecerla y portarla más allá. En los tiempos que corren, eso es heroísmo. Brindo por los compañeros asesinados.

_

BICHOS Y PARIENTES

Serendipia en racimos

L

a mayoría de los descubrimientos son accidentes…, discusión que se vuelve pronto bizantina. El hecho es que el conocimiento se nutre de lo imposible de prever. Puede ser el ¡Eureka! de Arquímedes al meterse a la tina, o el jabón Ivory, que flota. Accidentes afortunados, que se vuelven productivos. La diferencia entre que algo simplemente salga mal y algo sea inventado, dice Royston M. Roberts (Serendipia, Alianza Editorial), “depende de la mente preparada”. “Serendipia”, vocablo reciente, incluso en su original inglés, entró al diccionario de la RAE hace poco. La historia es divertida porque tiene de todo: comedia musical, equívocos geográficos, mala pronunciación que lleva de “Sarandib”, antiguo nombre de Ceilán, hasta “Serendip” y luego al adjetivo “serendipity”… pero no es ese tipo de casualidad afortunada a la que me voy a referir, sino a otro caso, antiguo y que no depende de un individuo que tuviera prendido el foco de la suerte. Un caso de serendipia, digamos, “social”, que no aparece en el libro de Roberts. En 1390, Constantinopla está bajo los ataques de los turcos. El emperador Manuel II Paleólogo entendió que no podría resistir, a menos de que consiguiera el auxilio de los incivilizados cristianos de Occidente. Alistó, entonces, a un embajador con el encargo de conseguir ayuda militar para conservar el corazón del cristianismo oriental: Manuel Crisoloras, profesor y comerciante, no solo era un hombre culto sino que hablaba fluidamente el latín y enseñaba griego antiguo.

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA PINTEREST

Crisoloras intentó ganar el apoyo del papa y de los reyes europeos. “Tras visitar las cortes de Francia e Inglaterra, donde obtuvo algunas contribuciones y más promesas” (Gibbon), tuvo que quedarse en Florencia y ganarse la vida en una escuela hecha a modo por la familia Medici. Las grandes coronas y el papado lo vieron como una lata y lo despacharon con unas limosnas; en cambio, la escuela de Florencia lo convirtió en una pequeña celebridad. Ya Petrarca y Boccaccio, 50 años antes, veían a la lengua griega, “más como un deseo que como una esperanza”; es decir:

De una embajada fallida, terminó surgiendo la cultura del Renacimiento y la Reforma

sabían que era posible adquirir la lengua de Homero y Platón. Antes de Crisoloras, Florencia tuvo un grupo de letrados que recibía clases de un señor malencarado, grosero y feísimo, llamado Leo Pilatos, pero se fue dando un portazo y murió en una tormenta, amarrado, como Ulises, al mástil del barco. En cambio, Crisoloras formó a Bruni y a Salutati, quienes a su vez educaron a Marsilio Ficcino, primer traductor de Platón, y Plotino; y dejó un manual, las Erotómata, de donde Erasmo, Linacre y muchos otros aprendieron su griego. Es decir: de una embajada tan fallida como para que el embajador tuviera que buscar cómo ganarse la vida, terminó surgiendo la cultura del Renacimiento, el Humanismo y la Reforma. Pero no solo eso. Entre sus ires y venires de Constantinopla a las cajas destempladas de las cortes europeas,

El mapamundi de Ptolomeo

Crisoloras iba cargado de libros griegos, que vendía entre algunos aristócratas. Pero su gran comprador fue la familia Medici, financieros y mercaderes sin linaje que presumir, pero que sabían apostar por los accidentes afortunados. Entre las cosas que compraron estaba un mapamundi con un dibujo plano de un objeto esférico, la Tierra como globo: el mapa de Ptolomeo. Y a la serendipia de la lengua griega sumamos otro azar: el arquitecto Filippo Brunelleschi se topa en una cena con el matemático Toscanelli y se enfrascan en una conversación disparatada. Cosas de borrachos, excepto que tenían “la mente preparada”. Como encargado de los libros de los Medici, Brunelleschi le muestra a Toscanelli el mapa de sus inquietudes: ¿cómo interpretar esto? De ahí surgen la invención de la perspectiva, las proyecciones arquitectónicas modernas y la nueva cartografía. La cultura del Renacimiento en adelante es una serendipia colectiva. Por eso se invierte en academias, intercambios, estipendios: para tener la mente dispuesta a transformar el accidente en hallazgo. El conocimiento en general, su frecuencia, sus azares; no se sabe de dónde va a saltar la serendipia. La lengua española inició su letargo y rezago cuando a Felipe II le pareció importante cerrar las puertas de los financiamientos que producían encuentros azarosos con ideas que no fueran las suyas, salvíficas, católicas, monárquicas, y mucho menos que anduvieran los investigadores y sus academias gastando dineros de la Corona en temas que no fueran los necesarios para la salvación de España.

_


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.