Laberinto 601 (20/12/14)

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Laberinto

Álvaro Uribe El crítico página 3 María García Velasco Poesía página 3 Braulio Peralta Boñigas de bienvenida página 11 Heriberto Yépez El ganador 2014 literario página 12

N.o 601

sábado 20 de diciembre de 2014

Otra vez los bárbaros

Adrián Curiel Rivera Página 4 ESPECIAL

5 cuentos

Temporada navideña Fernanda Melchor Brenda Lozano Antonio Ortuño Daniel Espartaco Paula Parisot Páginas 6 a 8

MILENIO


02 b sábado 20 de diciembre de 2014

MILENIO

antesala DE CULTO

ISOLDE OHLBAUM

Lexicón

William Gaddis

Enemigo del cliché

TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

P

or los tiempos y las costumbres que corren, solemos leer y pronunciar la palabra “corrupción” todos los días. El diccionario de la RAE le da protagonismo al significado más popular, aunque con una redacción muy pobre: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. En cambio, allá en el siglo XVIII, cuando se publicó mi querido Diccionario de autoridades, la definición no invocaba asuntos legales o éticos. Y sin embargo daba mejor en el clavo: “Putrefacción, infección, contaminación y malicia de alguna cosa, por haberse dañado y podrido”. Cualquiera diría que estaba hablando de nuestro sistema político. Covarrubias es más moralino y dice que “corromper a la doncella es quitarle la flor virginal” y, por lo tanto, “corrupta” es “la que no está virgen”. Se dice que Cervantes es el escritor que más palabras distintas utilizó en español. Sin embargo, en su Quijote no aparece la palabrita de marras en ninguna de sus variantes. Hoy hemos visto que el vocablo “casa” va de la mano con “corrupción” y es que los políticos tienen debilidad por poseer una aquí y otra allá, en el país y en el extranjero, con jardín y en condominio, en las montañas y junto al mar. Siempre, por supuesto, en zonas que los agentes de bienes raíces llaman “sector exclusivo”. Covarrubias publicó su diccionario en 1611. En ese entonces, difícilmente irían juntas estas dos palabras, pues según él, “casa” era: “habitación rústica, humilde, pobre, sin fundamento ni firmeza, que fácilmente se desbarata”. Poco más de cien años después, el Diccionario de autoridades ya reconocía que una casa era cualquier edificio hecho para habitar en él. El caso es que estos eruditos del pasado no nos entenderían si les habláramos de otros manjares que nos está cocinando este gobierno. “Devaluación” y “devaluar” apenas entraron en el DRAE

Sergio A. Ubaldo S. b sergioa.ubaldo2@gmail.com

en 1970. Y si les habláramos de inflación, no podrían imaginarse sino “el efecto de hincharse una cosa con el aire”. No les preocuparía que el petróleo bajara de precio, pues apenas se trataba de un “aceite que resuda de las piedras, por lo que se le dio este nombre. Es muy medicinal”. Por supuesto nada podían imaginarse de las tropelías de los líderes sindicales, puesto que no había sindicatos como hoy los conocemos, sino una mera “reunión de síndicos”. A mediados del siglo XIX los diccionarios ya recogen la acepción de escuela normal “porque estos establecimientos deben servir de norma o modelo para los demás de su clase”. Por su parte, el secuestro aparecía tan solo con su acepción legal de “depósito judicial que se hace en un tercero de alguna alhaja litigiosa, hasta que se decida a quién pertenece”. Al discutir sobre el secuestro de una mujer, tal como hoy lo entendemos, Sancho Panza menciona que hay que “roballa y trasponella”. Si en aquel entonces alcanzaban a imaginar algo llamado “desaparición forzada” tendría que ser un acto de la ira divina. Un lingüista me dijo que una lengua siempre dice lo que los hablantes necesitan decir. Muy cierto. Los últimos años han traído montones de neologismos que tienen que ver con la violencia porque necesitamos hablar de ella. Esperemos que muchos de ellos sean meras palabras de ocasión y que mañana no nos hagan más falta y que el grueso Diccionario mexicano de violencia, corrupción y actividades afines vaya perdiendo páginas hasta quedarse en mera papeleta. L

A

lguna vez se dudó de la existencia de William Gaddis (1922–1998), se creyó que era el seudónimo de J. D. Salinger o el alter ego de Thomas Pynchon. Nada más lejos de la realidad, pero su reclusión y sus escasas apariciones levantaron un halo de misterio. Para él, “los escritores debían ser leídos y no vistos”, algo imposible en una época en que la notoriedad y el protagonismo son sintomáticos, y entonces se convirtió en un escritor de culto: inspiró al antipático Joshua Fels de I., la autobiografía de Stephen Dixon, y al oscuro y excéntrico Richard Whitehurst, personaje de Lit Life de Kurt Wenzel. Heredero de Joyce, Faulkner y Melville, marcó a gente como Donald Antrim, Don DeLillo, Richard Powers, William T. Wollmann y David Foster Wallace. Hijo de padres divorciados, ingresó a Harvard —de donde fue expulsado por su afición a la bebida— y durante su paso breve por aquellas aulas publicó en el mítico Harvard Lampoon. Tras colaborar en el New Yorker como verificador de datos, publicó su primera obra, incomprendida por la crítica de entonces, Los reconocimientos (1955). Desilusiones y trabajos esporádicos en multinacionales y en el ejército estadunidense fueron el puente hacia JR (1975). Después llegaron otras obras de ficción: Gótico carpintero (1985), Su pasatiempo favorito (1995), Ágape se paga (2002), y también los premios: el National Book Awardf or Fiction por JR y Su pasatiempo favorito. El volumen de sus textos —las meganovelas— y su propuesta narrativa, una sátira de lo culto y un relato apocalíptico entre el orden y el caos elaborado a través de diálogos y una pausa concedida a la descripción poética de situaciones y espacios, caracterizaron su mirada. En su estilo hay una economía, una escritura expansiva mediante voces dispersas que tienen una relación estrecha. Fue capaz de reconstruir su obra y reciclar la de otros: un lector voraz e inconforme, capaz de elegir otros destinos. Su temática abunda en la perversión y mecanización del arte; es una ácida

EX LIBRIS

crítica al american way of life, la ambición, la falta de escrúpulos, la voracidad corporativa y la doble moral. JR, Gótico carpintero y Ágape se paga —editadas recientemente en México— ofrecen un perfecto panorama de su perspectiva. La primera cuenta la historia del chico de once años que construye un imperio desde una cabina telefónica: un juego con el que manipula a los emporios financieros. En JR aparecen dos personajes de otras de sus obras: Thomas Eigen, escritor de “Érase una vez en Antietem”, texto integrado a Su pasatiempo favorito, y Jack Gibbs, narrador de Ágape se paga. Gótico carpintero vislumbra una siniestra love story y tres personajes al límite: una mujer que intenta defraudar a su compañía de seguros, mientras su esposo pretende hacerse rico con los sermones de un predicador. El tercero en discordia es su misterioso casero. La novela construye un ambiente opresivo, circundado por la tragedia y el circo mediático. Por su parte, Ágape se paga, coda de la gran obra de su vida, nació como un ensayo sobre la mecanización del arte que al final se convirtió en una ficción autobiográfica. Gibbs —el propio Gaddis en sus últimos días— relata la historia de la pianola a través del monólogo de un hombre obsesivo en su lucha contra el tiempo. El último texto de William Gaddis fue un tributo a obras y autores del pasado, un tributo a la libertad creativa, distanciada de etiquetas o clichés. L Los mejores libros bEKO

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Coedición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

Auto de fe

El crítico

Hay momentos en que la soledad agrava su presencia, adquiere dimensión, instantes en que la vida yerma se torna epifanía POESÍA

CARACTERES ESPECIAL

Álvaro Uribe alvatedy@cablevision.net.mx

María García Velasco

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uele el sexo que se humedece por la mañana y es nuestra propia mano la que lo hurga.

Duele lamer nuestra sal, fluido que bautiza, abandona. Duele el zureo de las palomas, semeja el diálogo entre clítoris y dedos. Duele el mismo orgasmo, no hay pene ni lengua que lo sostengan. Solo queda una luz sórdida, extrañamente [no enceguece, tampoco oculta: sitúa.

ESPECIAL

M

aría García Velasco (Ciudad de México, 1965), es autora de los poemarios El infierno me pertenece (1992), Vigilia del ego (2000) y Letras vencidas (2005). En 2003 resultó finalista en el concurso de relatos Historias de viajes, organizado por el Ayuntamiento de Constanti y Silva Editorial en Tarragona, España, y en 2010 ganó el Quinto Premio Nacional de Cuento Tintanueva con su libro Fuera de temporada, publicado ese mismo año por Tintanueva. El poema que aquí presentamos forma parte de Juego de solitarios, coeditado recientemente por Ediciones Sin Nombre y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

S

e dice que es un narrador frustrado. O un poeta frustrado. O un dramaturgo, un actor, un artista plástico, un músico, un cineasta, un bailarín, un etcétera frustrado. En pocas palabras: un creador frustrado. Pero no estés tan seguro. Hay quien razona con buenos argumentos que la frustración, cierta frustración, es el origen de todas las artes. Hay quien alega con argumentos más tendenciosos que la crítica puede ser un arte. Y hay quien objeta con argumentos atendibles que se trata de un oficio redundante o superfluo, porque la verdadera obra de arte incluye en su ejecución una crítica en acto de las obras artísticas que la precedieron en el mismo género. Lo cierto es que, sea cual sea el objeto de sus afanes, el crítico es un escritor. O para mayor exactitud: cree ser un escritor. Un autor de textos y de libros que, en su opinión, se sitúan en un plano de igualdad con los textos y los libros de los autores creativos. Y ahí empiezan los problemas. Y también las frustraciones. Pues aunque las novelas surgen de otras novelas, y los cuentos de otros cuentos, y los poemas de otros poemas, y los ensayos de otros ensayos, y no hay libro que no venga de otros libros, la literatura crítica es doblemente derivativa. Es, como la hiedra o la sanguijuela, una entidad parasitaria. Con el agravante de que el parásito está convencido de que al elaborar su obra a partir de la tuya en realidad te hace un bien y cumple al mismo tiempo una alta función social. Sobre todo si su crítica es negativa, porque no tiene otro propósito que el de ayudarte a ser mejor. Como los padres que golpean a sus hijos para corregirlos. Yomero Pino, un crítico amigo, se burla de ti porque sus críticas públicas a tu obra las resientes de

manera personal. “Lo que importa son los libros”, te dice sonriendo después de afear uno tuyo en una reseña cruel, “no el ego”. Pero si tú observas en privado que su prosa abunda en ripios y es anticuada, Yomero se ofende contigo y te deja entrever que su próxima reseña será aún más dura. Y peor todavía si le reclamas, asimismo en privado, que a otros amigos igual de buenos amigos o de malos escritores no los critique tan perversamente como a ti. Pues entonces, ya sarcástico, Yomero te espeta: “No sé por qué te crees inatacable; ni que fueras Borges”. Y tú vacilas en responderle que él tampoco es Harold Bloom. Y que además Bloom, soberbio y caprichoso como solo un crítico se siente autorizado a ser, juzga que Borges, aunque grande, no es un creador. ¿Quién critica al crítico? No te animas a escribir contra Yomero inmediatamente después de que rebajó tu obra, para no parecer tan despechado como estás (o eso te dices). Tampoco escribirás contra él en una ocasión futura, para no malgastar tu tiempo en fruslerías (o eso te dices). Pero la verdad es que no lo criticas porque le tienes miedo. Porque esperas que su próxima reseña de algo tuyo sea benigna. Porque, sea o no sea un escritor frustrado, el crítico es sin duda un escritor frustrante. L

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literatura

Otra vez los bárbaros El boom sigue generando estudios y controversias. Prueba de ello es el espléndido trabajo de Xavi Ayén que, desde el periodismo cultural, pinta de cuerpo entero a sus protagonistas, con todo y sus fobias y manías, sus amistades y desencuentros

RESEÑA Adrián Curiel Rivera

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uertos hace poco Carlos Fuentes (1928–2012) y Gabriel García Márquez (1927–2014); después de que Julio Cortázar (1914–1984) haya sido homenajeado en innúmeras ocasiones; luego de que el colombiano y Mario Vargas Llosa hayan obtenido el Premio Nobel de Literatura en 1982 y 2010; tras la genial y provocadora Historia personal del boom (1972) de José Donoso (1924–1996) y de los profusos ensayos que Gerald Martin y J. J. Armas Marcelo dedican a sus autores predilectos, Gabo y Vargas Llosa, a lo que se suman la dilatada autobiografía del peruano y una montaña de bibliografía especializada acerca del fenómeno literario narrativo en español más importante del siglo XX, ¿queda aún algo por descubrir acerca del boom latinoamericano? Sin ir muy lejos, Jordi Gracia y Joaquín Marco publicaron en 2004 La llegada de los bárbaros, un interesante volumen colectivo, surgido en el seno de los círculos académicos barceloneses, que pretende zanjar de una vez el debate de la conflictiva recepción del boom en España para proponer en cambio una lectura desde la “normalidad”. Sin embargo, se antoja improbable una comprensión desapasionada de una historia que es todo menos normal, y que implica alianzas y deslealtades, política y negocios, ambición, genio y arte literario, por lo cual estudios recientes

se resisten a esa domesticación interpretativa. Cito una obra de mi autoría, Novela española y boom hispanoamericano (2006), que analiza el auge del boom latinoamericano en las décadas de 1960 y 1970 de la pasada centuria bajo una perspectiva comparada con el progresivo declive de la novela socialrealista española, defenestrada por los mismos gurúes que la habían preconizado en la década de 1950, el crítico José María Castellet, el editor Carlos Barral y el escritor Juan Goytisolo —flamante Premio Cervantes—, en perjuicio de los autores de casa. En 2014, desde el ámbito del periodismo cultural, no de la academia, ha salido un nuevo y magnífico ensayo sobre el tema: Aquellos años del boom. García Márquez, Vargas Llosa y el grupo de amigos que lo cambiaron todo, del catalán Xavi Ayén (Premio Gaziel de Biografías y Memorias 2013, RBA, Barcelona, 2014). Para explicar un universo que congrega tantos aspectos fascinantes, contradictorios y hasta excluyentes, Ayén debe partir de premisas similares a las que sirvieron de cimiento analítico a algunos de los más precoces y preclaros comentaristas del boom, como Ángel Rama y Luis Harrs. El boom puede interpretarse de muchas maneras: como una crematística caprichosa que recompensó a un puñado de autores privilegiados y relegó a la sombra a otros escritores con talento (el reduccionismo que se le ha atribuido como rasgo negativo); como un hito histórico en la modernidad literaria, como una maquinación comercial para explotar a un público muy amplio pero no especialmente crítico, en fin, como una genuina asonada estética al indagar sus autores en las potencialidades literarias del lenguaje y merced también a su obsesión por escribir la novela totalizadora. Lo cierto es que a raíz de la concesión del Premio Biblioteca Breve a Mario Vargas Llosa por La ciudad y los perros en 1962 (la obra se publicaría un año más tarde) y, sobre todo, de la aparición de Cien años de soledad de García Márquez en 1967, editada por la argentina —una de las paradojas del boom— Sudamericana, la industria editorial en español experimentó una metamorfosis sin precedentes al trasladarse los polos del mercado librero desde Buenos Aires y la Ciudad de México a Barcelona, curiosamente en el contexto hostil del franquismo tardío. En la Ciudad Condal, las obras de los americanos, originales o ya publicadas, recibían algún premio o el espaldarazo crítico y, contra toda lógica, como a través de un filtro, tornaban a Latinoamérica pero ya no como una pluralidad inconexa de títulos sino como un solo producto cargado de alto capital simbólico. Mucho de esto, a falta de mercados fuertes y de una crítica independiente, si bien en condiciones de globalización corporativa distintas, continúa ocurriendo en América Latina. Pero en las décadas de 1960 y 1970 significó la internacionalización de la “nueva novela o narrativa latinoamericana”, que al poco comenzó a Julio Cortázar

ser traducida en Francia, Italia, Alemania y Estados Unidos. Operó entonces lo que Ángel Rama definió como un allanamiento sincrónico de la historia de la literatura, un escalonamiento invertido por el cual Borges, Rulfo u Onetti llegaron al gran público internacional a remolque de Vargas Llosa, Fuentes, Cortázar y García Márquez. Es verdad que por esos años ediciones mexicanas de Juan Rulfo, Agustín Yáñez o Alfonso Reyes estaban disponibles durmiendo el sueño de los justos en polvorientos estantes de librerías madrileñas, como también lo es que las primeras ediciones de Rayuela (1963) y Cambio de piel (1967), obras clave del boom, se editaron fuera de España. En el primer caso, en Sudamericana, porque así lo quiso Cortázar. La novela de Fuentes, en cambio, a pesar de haber recibido el Premio Biblioteca Breve, hubo de aparecer en Joaquín Mortiz debido a la censura franquista, que no se suavizaría sino hasta la promulgación de la Ley Fraga Iribarne en 1966. Tampoco se puede desdeñar el papel de semillero preboom, recalcado con agudeza por Ayén, que cumplieron ciudades como París y la Ciudad de México. Pero antes de la intervención editorial de Carlos Barral, y de las feroces contrataciones de Carmen Balcells y sus agresivas estrategias promocionales, la literatura latinoamericana se conocía en general de manera aislada y dispersa. No en balde Donoso menciona a los chasquis, aquellos amigos que llevaban las novedades literarias de mano en mano a lo largo del continente. Sintomático tanto de esa situación como de la posterior arbitrariedad en la recepción masiva a que alude Rama, es que Borges, ya traducido a otros idiomas, apenas se empezara a editar en España en la década de 1970. Y una anécdota inverosímil: Jorge Onetti, el hijo de Juan Carlos, quedó finalista del Biblioteca Breve de 1969, cuando su padre era desconocido en Europa. Otros factores se conjugaron para propiciar el estallido a gran escala de la narrativa latinoamericana, como sugiere su onomatopéyico mote. El fracaso de la novela Tormenta de verano del madrileño Juan García Hortelano, último relicto del objetivismo realista que, no obstante haber ganado el Premio Formentor de Novela en 1962, no suscitó ningún entusiasmo. La publicación, ese mismo año, de Tiempo de silencio de Luis Martín–Santos, texto singularísimo que anunciaba vientos renovadores dentro de la propia novelística peninsular. La obtención de sendos premios Nobeles por latinoamericanos, Miguel Ángel Asturias en 1967, Pablo Neruda en 1971. Las descalificaciones de escritores españoles como José María Gironella o Alfonso Grosso contra sus “hermanitos latinoamericanos”, que generarían una reacción adversa de ensalzamiento entre críticos y colegas connacionales, que terminaría siendo mayoritaria. La adscripción al experimentalismo en boga por parte de veteranos como Camilo José Cela, Miguel Delibes o Gonzalo Torrente Ballester. Por último, la sorprendente identificación del gran público ibérico con una literatura foránea pero escrita en el mismo idioma, que le hablaba metafóricamente de su realidad de un modo que no conseguían los valores locales. Por supuesto, para completar el cuadro del boom falta el retrato del componente humano, la biografía de los cuatro escritores que conformaban lo que Donoso denominó el “cogollo” del boom: Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar y Fuentes, grupo selecto —mafia según muchos— al que el chileno se autoincorporó hábilmente. En este rubro se inscriben las aportaciones más notables del estudio de Xavi Ayén, quien con una documentación apabullante, que incluye entrevistas personales y la consulta a archivos personales de Princeton (en particular del fondo Vargas Llosa), y con una sensibilidad para la crónica socioliteraria irreprochable, arroja nueva luz sobre los elementos aglutinantes de esa federación literaria cuyos miembros compartían ciudades (Vargas Llosa, Gabo y Donoso coincidieron varios años en Barcelona, ciudad asiduamente visitada por Fuentes y Cortázar), viajes, agente literaria, intereses económicos y una ideología a favor de la causa de la Revolución cubana hasta el escándalo del caso Padilla en 1971. En una sucesión de estampas inolvidables, quedan expuestos en sus hábitos y manías de trabajo,


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literatura conocemos los bares y restaurantes que frecuentaban, sus amistades y fobias, su relación con la gauche divine barcelonesa, a un tiempo cosmopolita, provinciana y esnob; hasta nos enteramos del ginecólogo al que iban las esposas de Gabo y Vargas Llosa y del psiquiatra que salvó a más de un escritor del suicidio o que curó a Alfredo Bryce Echenique de una de sus constantes depresiones. Un tema central en la aproximación de Ayén es el poder que los escritores del boom, en tanto personajes públicos, fueron acumulando de cara a los distintos países latinoamericanos que abanderaban pero también en el resto del mundo occidental. Una hegemonía cuyo efecto más evidente era la fama, pero que se manifestaba asimismo en su participación decisiva a la hora de consagrar a un escritor —como hizo Vargas Llosa con Marsé—; en su influencia en revistas como Mundo Nuevo, en cuya dirección, en una primera etapa parisina, estuvo Emir Rodríguez Monegal, antes de que lo acusaran de agenciarse fondos de la CIA. O en el peso de sus opiniones políticas, de las cuales no siempre salían ni han salido indemnes; basta recordar las embestidas de Haydée Santamaría y Roberto Fernández Retamar, desde Casa de las Américas, contra los “lacayos del imperialismo” Carlos Fuentes y Vargas Llosa, cuando la utopía social del castrismo empezó a derivar en la actual dictadura isleña y La Habana, entonces punto imprescindible de encuentro de los intelectuales latinoamericanos, degeneraría, a decir de Fuentes, en el Kremlin de la Literatura. El libro de Ayén, en el fondo, constituye un maravilloso panegírico a aquella época y a sus estrellas protagónicas. Dedica también algunos capítulos a figuras satelitales, como el mencionado Bryce, Sergio Pitol o Álvaro Mutis. Una de las fotografías inéditas más logradas es la que destina a Carmen Balcells, una fuerza telúrica de la naturaleza que se presenta al desnudo en su bipolaridad, como un tiburón de los negocios y como líder sindicalista de los autores explotados por los editores. No hay que olvidar que fue ella, contra la encarnizada resistencia incluso de Barral, la primera en fijar límites temporales y geográficos de pago a las contrataciones de los manuscritos. Se la conoce como Mamá Grande, La Superagente o El Aullido de las Once, hora al parecer en la que se desencadena su autoritarismo, según una de sus ex colaboradoras. Balcells no se muerde la lengua al considerar a Gabo un genio y a Vargas Llosa el primero de la clase, lo que demerita a Fuentes dentro de sus predilecciones. Por las 876 páginas del libro de Ayén discurre otro personaje impagable, Fernando Tola, un villano tan villano, contra quien Jorge Herralde se da aires de pureza y se desgarra las vestiduras, que acaba siendo el malvado simpático de la telenovela. Ayén considera que el boom concluyó definitivamente cuando el 12 de febrero de 1976 Mario Vargas Llosa propinó un sonoro puñetazo a Gabo a la salida del Palacio de Bellas Artes, como da fe una foto que Rodrigo Moya le tomó dos días después y que el periódico La Jornada reprodujo en 2007, en la cual se evidencian los estragos del golpe en el rostro del colombiano. En mi opinión, aun reconociendo que el boom no definió una poética sino una literatura de literaturas, el asunto obedece más bien a un inevitable cambio de canon estético. Quizá sea el único reproche que se le pueda hacer a Ayén: la falta de una reflexión más profunda desde la evolución misma de la tradición literaria latinoamericana. Peccata minuta; en cualquier caso, ha conseguido un trabajo espléndido. L

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RESEÑA

LA OTRA TEORÍA DE LAS ESPECIES Juan Luis Burke

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na de las preguntas más importantes de nuestra época, y que ejerce un peso incómodo sobre la conciencia de la modernidad, es cómo la ciencia moderna ejerce tal hegemonía sobre nuestro sistema de creencias. Incluso, me atrevo a pensar que tal vez la pregunta debiera formularse en estos términos: ¿la ciencia puede ser capaz de responder a todas nuestras inquietudes, no solo aquellas relativas al mundo físico, sino al filosófico y al espiritual? Sabina Berman se ha percatado de que estas son preguntas de una importancia cardinal. Por eso es justo poner de manifiesto el gran valor que ha tenido al abordarlas de frente en El dios de Darwin (Destino, México, 2014, 480 pp.), dado que no son, ni por mucho, preguntas fáciles de discutir. Ahora bien, de las varias cuestiones interesantes de su obra, la primera que me mueve a la reflexión es la razón por la cual Charles Darwin figura como eje central de su novela. Tal vez la razón radique en el hecho de que el naturalista inglés ha personificado la encarnizada lucha que de manera frontal han protagonizado las dos actitudes radicalmente distintas de percibir el cosmos: la ciencia y las religiones. A este respecto, es de destacar cómo la teoría evolucionista sig ue causando escozor entre ciertos grupos que se niegan persistentemente a aceptar la evidencia científica que la sustenta. En la novela de Berman, esta lucha no pasa desapercibida y se narra el inverosímil debate que, por ejemplo, muchos estadunidenses siguen librando respecto a enseñar en las escuelas públicas tanto el llamado Diseño Inteligente o Creacionismo, que no es más que el nombre inventado de una mal entendida y literal interpretación de las escrituras cristianas, como la versión científica, la teoría de la evolución de las especies. Pero si bien Darwin representa la división entre la religión y la ciencia, lo cierto también es que no causó esta división. Si hubiéramos de apuntar a los culpables, ahí tenemos a Copérnico, que vino a alterar el hermoso y falso orden del universo geocéntrico; o qué decir de René Descartes, que con su cogito, ergo sum nos condenó indirectamente al moderno gusto por el subjetivismo, por la acusada preocupación por la vida terrena que caracteriza a la modernidad, y el consiguiente olvido que hemos manifestado por el otro mundo, el celestial. El historiador de la ciencia Alexandre Koyré escribió: “mientras que el hombre antiguo anhelaba la pura contemplación de la naturaleza y del ser, el hombre moderno desea la dominación y el poder”. Es innegable que el espíritu científico moderno dio paso a ese cambio de idiosincrasia del hombre antiguo al moderno, con la indirecta, indeseable e impredecible consecuencia del ascenso de un hedonismo y un materialismo apabullantes. Esto no es necesariamente culpa de la ciencia, como tampoco es

culpa de las religiones el haber sido corrompidas o malinterpretadas. Lo cierto es que la separación entre la ciencia moderna y el pensamiento religioso, por una u otra razón, no parece haber sido benéfica para nuestra especie. Ciertamente, la ciencia se ha encargado de ampliar de manera insólita nuestra comprensión del mundo físico, pero al mismo tiempo pareciera que la tecnificación del ser humano, que no el pensamiento científico en sí, han deshumanizado a nuestras sociedades. Albert Einstein lo dijo de manera directa: “se ha vuelto escandalosamente obvio que nuestra tecnología ha superado a nuestra humanidad”. Sabina Berman ha convertido este problema filosófico en literatura, y lo ha logrado a través de sus personajes y su narrativa. Ahí tenemos a Karen Nieto, la bióloga autista, incapaz de interpretar metáforas, de sentir empatía si no es por sus atunes, ni de valorizar sino aquello que es en extremo objetivable, racional y literal. Karen es, en corto, la personificación del cientifismo puro. El extremo opuesto lo personifica Franco, un descarriado personaje atrapado en sus propias contradicciones y cambiantes lealtades. Representa al fanatismo extremo, ese que sabemos se encuentra en el atribulado Medio Oriente y en las fértiles planicies del Bible Belt estadunidense. A su alrededor giran, en una trama digna de Umberto Eco, una conspiración que plantea la posibilidad de un cambio radical en el pensamiento humano, en el que un libro perdido de Darwin presenta la posibilidad de encontrar una vía de reencuentro entre la ciencia y la religión; una Moral Natural, un desapercibido error en el orden natural de un mundo desalmado, que un Darwin viejo, cansado y enfermo descubre. Esta anomalía apunta al rompimiento de la percepción de un mundo en encarnizada lucha por la supervivencia del más apto, un mundo en el que la bondad, la caridad, el amor, pudieran ser la pieza que no encaja en el rompecabezas. El amor, la caridad, la bondad, son, aunque a menudo lo olvidemos, piezas clave del pensamiento religioso, tanto musulmán, como judío y cristiano. Octavio Paz escribió que “el amor humano es la unión de dos seres sujetos al tiempo y a sus accidentes: el cambio, las pasiones, la enfermedad, la muerte. Aunque no nos salva del tiempo, lo entreabre, para que, en un relámpago, aparezca su naturaleza contradictoria, esa vivacidad que sin cesar se anula y renace y que, siempre y al mismo tiempo, es ahora y es nunca”. Es el amor, tal como sospecha ese Darwin viejo, cansado y arrepentido, como lo retrata Sabina Berman, lo único que podría salvarnos, lo único que dicta la posibilidad de redimirnos de nuestra condición mortal, sujeta a la dictadura del implacable tiempo. Son el amor, la caridad, la bondad, las únicas virtudes que podrían guiarnos para materializar la responsabilidad que cargamos a cuestas, la de defender la dignidad de nuestra especie, como los seres evolucionados que pensamos y creemos ser. L


LABERINTO

Temporada navideña Cinco narradores nacidos en las décadas de 1970 y 1980 han invocado al espíritu de estos días para entregarnos una canasta que contiene por igual el sabor agridulce de las pastorelas que un retrato en colores vivos de las familias que al menos comparten la mesa y una versión remasterizada del hombre en comunión con la naturaleza

MIENTRAS BRILLE UNA ESTRELLA

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Fernanda Melchor

o pensó toda la noche y no pegó el ojo. Lo pensó toda la mañana y toda la tarde pero no se atrevió a decirles nada. Solo hasta que anunciaron la segunda llamada se decidió. Vestida ya con la túnica blanca, junto a los escalones del escenario, se volvió y les dijo que había cambiado de opinión, que ya no quería salir en la pastorela. Y tal y como lo había imaginado, a sus padres no les importó. No, no vas a quedar mal con el padre Tulio, dijo él. Y además ya gastamos en el traje, dijo ella. Linda suspiró. No quería llorar ahí, enfrente de los pastores, del padre Tulio, de Lalo Landa disfrazado de San José, así que se resignó y comenzó a trepar los escalones del escenario. Todas las ángeles estaban ya en sus puestos, solo faltaba ella. Aún no se acostumbraba a las muletas y debía detenerse cada metro para recuperar el aliento, para acomodarse las almohadillas. Cuando al fin logró llegar a su sitio, el Arcángel San Miguel se volvió hacia ella, le echó una mirada a su pierna enyesada y gritó con afectada alegría: ¡Rómpanse una pierna, chicas! Las ángeles olvidaron su dignidad celestial y patalearon de risa. Tercera llamada, comenzamos, tronó el altavoz. El auditorio estalló en aplausos. El telón se levantó y la pista musical arrancó entre silbidos. Linda no podía dejar de mirar a San Miguel. La

odiaba. Odiaba sus caireles castaños, sus dientes perfectos, sus pestañas espesas. Equivócate, le ordenó en silencio, tensando todas las fibras de su cuerpo. Equivócate, olvida tus líneas, corre a llorar tras bambalinas, como en los ensayos, cuando el padre te regañaba por bruta. Linda se sabía los parlamentos de toda la pastorela, podía salvarla, llevarse los aplausos, la admiración de Lalo Landa, su sonrisa casi divina. Con todo y muletas eres mejor que ella, diría él, y la tomaría de la mano y la llevaría al rincón aquel detrás del escenario, el que las chicas decían era perfecto para darse besos a escondidas, y entonces él la abrazaría y… ¡Mirad, es la Estrella de Belén!, chilló San Miguel. Linda respingó: era su turno. Volvió la cara hacia el público, esa mancha luminosa, y farfulló: ¡Corramos a anunciar a los pastores la Buena Nueva del Señor! Una lluvia de aplausos clausuró el primer acto. Los ángeles salieron en tropel, dejando a Linda a mitad del tablado. El padre Tulio había olvidado bajar el telón. Linda no podía ver los rostros de los espectadores pero sí alcanzó a escuchar sus risas nerviosas. Debía verse muy ridícula, pensó, tratando de huir del escenario con aquellas estúpidas muletas y la aureola tapándole los ojos. Cuando alcanzó las bambalinas, se enteró que el padre Tulio había eliminado sus líneas, que solo volvería al escenario al final del último

acto, para cantar el villancico en torno al Santo Pesebre. Linda hizo su mejor esfuerzo para llegar rápido al escenario, pero solo alcanzó sitio en la orilla, al lado del Burro, que nunca usaba desodorante, y desde ahí se dedicó a lanzarle miradas furibundas a San Miguel, que había logrado colarse hasta el centro y aprovechaba el tumulto para restregarse contra Lalo Landa. Mientras haya en la tierra un niño feliz Mientras haya una hoguera para compartir Mientras haya unas manos que trabajen en paz Mientras brille una estrella, habrá Navidad

¿Por qué dejaste que te quitaran tus parlamentos, Linda?, reclamó ella, ya en el auto. Y vuelve la mula al trigo, rezongó él. Son chingaderas. El padre Tulio me va a escuchar. El próximo domingo… ¿No ves que nada más quería ahorrarle la vergüenza? Chingaderas. ¡Bueno, ya, carajo! ¡Me tienes harto! El silencio duró pocos segundos, hasta que ella se volvió hacia Linda y le dijo: ¿Ya ves lo que provocas? Linda no contestó. Hundida en el asiento, miraba la noche a través de la ventana, ese cielo que cada año se tornaba más anaranjado, y en donde cada vez era más difícil hallar el fulgor de una estrella. L

Fernanda Melchor (México, 1983), su más reciente libro es Falsa liebre.


sábado 20 de diciembre de 2014 b07

de portada ALMAS BLANCAS

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MOSQUITOS

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Brenda Lozano

iene veintitrés piquetes de mosquito en las piernas. Se rasca cada roncha, las cuenta, una a una, antes de bañarse. Tiene la roncha más grande en el talón izquierdo, encaja, dos, tres veces, una uña sin mitigar la comezón. Lola y él tenían el plan de visitar a sus amigos en el campo, pero terminaron un día antes de año nuevo. Decidió salir antes de volver al trabajo, decidió ir tal como estaba planeado, ir como lo habían pensado juntos, ir al campo sin ella. Su amigo prepara café, observa que no tiene ronchas en las piernas, su amiga entra a la cocina: tampoco tiene ronchas. Les pregunta si tienen algo para mitigar la comezón, algo para ahuyentar mosquitos. No creo, dice su amiga. Llevan seis años viviendo en el campo, los mosquitos se acostumbraron a ellos o ellos se acostumbraron a los mosquitos, en cualquier caso hace tiempo que no necesitan eso, piensa. Me destruyeron, le dice a su amiga, al tiempo que le muestra las ronchas en los antebrazos. Luego de desayunar, Juliana y Manuel llevan a su amigo al huerto que recién habían terminado cuando los visitó con Lola hace tres años. Zanahorias, jitomates, romero, albahaca, cilantro, lechugas. Rozagantes, frescas, crujientes, piensa. Felices, piensa. Se agacha, frota hojas de albahaca. Le sorprenden los olores, le sorprende la luz entre las hortalizas: toma fotos. Juliana y Manuel lo llevan al corral que apenas terminaban cuando los visitó con Lola hace tres años. Hay seis cabras, una vieja y cinco jóvenes. Toma fotos a las cabras, se acercan a él. Manuel se acerca más, las cabras jóvenes se acercan más mientras toma fotos. Se aleja unos pasos, la cabra vieja lo sigue. Camina en otra dirección: la cabra vieja lo sigue. Le pregunta a Manuel si es normal que lo siga cuando quiere alejarse. Juliana cruza los brazos al tiempo que le sonríe a su amigo. Se encierra en el cuarto, intenta trabajar en la computadora. De cuando en cuando se rasca las piernas. Recién descubre que tiene una roncha grande en la rodilla, se da cuenta que compite con la del talón. Se quita el zapato, el calcetín: las compara. Son dos piquetes juntos, especula, uno más grande que el otro, descubre. No puede trabajar. Sale del cuarto. Manuel está en la computadora. Juliana fue a comprar harina, le dice. ¿Harina? Sí, vamos a hacer pasta para la cena. Cierra la puerta, el mosquitero queda emparejado, va al corral. Entrelaza los dedos detrás de la nuca, observa. Las cabras chicas comen, la cabra vieja se acerca a él. De cerca, nota que la cabra vieja tiene las barbas largas, mojadas, percudidas. Entra al corral, huele fuerte, le parece que huele como al queso que

Lola solía comprar en el supermercado. Acaricia la cabeza de la cabra vieja. Las cabras chicas comen, parece no importarles que esté allí. Le da unas palmaditas en el lomo a la cabra vieja, la acaricia como si fuera un perro grande. Camina cuatro pasos a la derecha, la cabra lo sigue. Camina unos pasos a la izquierda, la cabra lo sigue. Tiene comezón, flexiona la rodilla derecha para rascarse, se pregunta si Lola alguna vez pensó llevar esa vida con él, se pregunta si luego de terminar con ella podrá llevar algún día la vida que llevan sus amigos cuando siente las barbas mojadas de la cabra en la oreja. Sale del corral, la cabra vieja lo sigue fuera del corral. Llama a su amigo, camina hacia el corral para que la cabra entre de nuevo. Así, le dice a su amigo, así seguí a Lola cuando quería alejarse. Por la mañana desayuna con sus amigos. Les describe la batalla contra los mosquitos, les muestra un piquete entre el dedo índice y el dedo corazón. Mató a tres con una revista que encontró bajo la cama y, aun así, tiene más piquetes y ahora tiene ese entre los dedos de la mano derecha. Es oficial: no puede trabajar. Manuel se sienta al lado de su amigo, examina el piquete. A ver, ven, acércate otra vez, ¿a qué hueles? Es la loción que Lola me regaló esta Navidad, dice, hace unos días, antes de que termináramos. No, repite su amigo, ¿a qué hueles? Una loción de naranja verde, dice. Sería bueno que dejaras de usarla, le dice Juliana al señalar el mosquitero con una cucharita. Tienes visita, dice su amigo: la cabra vieja se acerca al mosquitero. Él sale, la cabra, previsiblemente, lo sigue. Tú me entiendes, le dice en voz baja a la cabra que lo sigue un paso detrás. Entran al corral, le da unas palmadas toscas en el lomo al tiempo que le pregunta a la cabra si le parece que debería buscarla, tal vez esperarla en la puerta, ¿o será mejor dejarla, incluso dejar de usar esa loción? L Brenda Lozano (México, 1981), su más reciente libro es Cuaderno ideal.

Antonio Ortuño

l gato llegó un viernes. Había brotado de la penumbra en un callejón y, como una pantera enana, siguió a mi hermano lejos de la zona de los bares enroscándose en sus tobillos, improvisando cabriolas. Subió con él a un taxi y, una vez atravesada la ciudad, examinó el umbral de la casa y se instaló en la sala como un rey llegado de Oriente. Era gris plomo, con morro y vientre blancos. Su pelaje lucía considerablemente limpio para provenir de las azoteas. Éramos, sus anfitriones, un clan de empleados de baja estofa: mi madre respondía teléfonos en una agencia de viajes; mi hermano atendía la sección de caballeros de una tienda departamental; mi hermana cobraba en el mostrador de unos abarrotes sin relevancia y yo, el peor de todos, me pudría sin salario fijo en esos mismos abarrotes, mendigando propinas de las mujeres que necesitaban ayuda para cargar sus bultos. El gato era nuestro único lujo. No teníamos televisor y sabíamos que nuestra madre ambicionaba uno desde hacía años, porque el último que poseímos tuvo a bien fundirse en medio de un apagón. Acordamos regalarle uno nuevo en Navidad. Mi hermano nos obligó a prometer que cada cual aportaría un tercio del precio del cachivache seleccionado, el más barato de los disponibles en la tienda que lo empleaba. Pasaron las semanas. El frasco de mayonesa en el que tendríamos que depositar los ahorros seguía vacío. Mis ganancias se iban en comida y arena de gato y alguna ocasional cocacola. Las de mi hermano, considerablemente mayores, se concentraban en sufragar sus visitas a bares y en invitarles cervezas a chicas desdeñosas que nunca aceptaban más de dos. Mi hermana aseguraba que ella no aportaría su parte sino el día de la compra porque no confiaba en nuestra honradez. Hacía bien. El fin de semana en que mi madre coordinó la colocación de las decoraciones navideñas nos sorprendió sin capital alguno. El día se acercaba y nuestra meta parecía inalcanzable. Solo quedaba improvisar. Cada jueves debía subir a un quinto piso las bolsas de verdura de la señora Mendiola, una dama de mediana edad, soltera y devota, con la casa rebosante de imágenes de santos y vírgenes y manchada por la cera de trescientos cirios derretidos en su honor. Otro que se derretía era yo, que por motivos arcanos tenía a la mujer por sex symbol personal y temblaba cada vez que subía los cincuenta y tantos escalones que conducían a su departamento. El deseo siempre contiene un hilillo de delito. Como ella se limitaba a darme una sonrisa fría y una moneda cada vez, una tarde de jueves me deslicé a su comedor. Abrí con una ganzúa el candado de la caja metálica en que resguardaba las limosnas de la congregación para el santo patrono del barrio y me eché al bolsillo los billetes que contenía. Mis hermanos esperaban con el gesto despectivo de quien sabe que va a ser decepcionado. Enmudecieron cuando saqué los billetes y se los arrojé a las fauces. Se mostraron incrédulos cuando aseguré que eran fruto de mis propinas. Hacían bien. Terminé, bajo una lluvia de preguntas, por reconocer el hurto. El gato festejó la confesión con un maullido escalofriante. Impulsados por la vesania del animal, ellos se apuraron a reconocer sus propias maniobras oscuras. Mi hermana había desviado cambios en la tienda durante semanas hasta reunir la cantidad prometida; entretanto, nuestro hermano escaqueó de la bodega de su trabajo varios pantalones sin etiquetar y los revendió. Compramos el televisor ese mismo domingo y esperamos la Navidad con la dicha que da la fraternidad criminal. La cena de Nochebuena comenzó con buenos augurios. Mi madre cocinó pescado y accedió a compartir la botella de ron que obtuvo en una rifa de la agencia. En medio de la euforia, se perdió al fondo de la casa. Volvió con una caja pequeña, inconfundible. Era un televisor, el más barato del mercado. Lo había comprado para nosotros, dijo, sonriente como una colegiala. Helados, no nos atrevimos a hablar. El gato, con mueca de satisfacción, se acuclilló ante la mesa del banquete y meó una pequeña cascada de felicidad. L Antonio Ortuño (México, 1976), su más reciente libro es La fila india.


08 b sábado 20 de diciembre de 2014

MILENIO

de portada FOTOS: ESPECIAL

EL PROFESOR DE QUÍMICA

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Daniel Espartaco

Le puedo ayudar en algo, caballero? La tienda departamental estaba llena de esa clase de gente que como yo deja las compras de Navidad para último momento, aunque yo más bien estaba ahí porque mi padre cumplía años el 25 de diciembre, como el mesías de los cristianos, pero él no era el mesías, y estaba de visita en la ciudad, específicamente en mi sofá cama. Era un poco incómodo tenerlo ahí por las mañanas porque cuando se levantaba de mal humor y yo también no teníamos mucho que decirnos. —Busco un regalo para mi padre. —La sección de corbatas está por acá —me dijo la dependienta. Pero yo no iba a caer en el clisé de comprarle una corbata cara, o más bien una barata, de acuerdo con el presupuesto de un treintañero freelancer de esos que siempre tienen un cheque atrasado pudriéndose en la redacción de un periódico. La estridente decoración navideña del lugar me deprimía, y más aún los villancicos en las bocinas de la tienda (“Christmas (Baby please come home)” con Darlene Love). El problema con regalarle algo a mi padre era que debía de tener alguna utilidad, de acuerdo con el carácter pragmático de un profesor de química. Finalmente me decidí por una bufanda, no una vistosa sino más bien sencilla, no muy cara, tampoco muy barata, de buena lana, que podría servirle cuando regresara a Chihuahua, donde las temperaturas estaban bajo cero. Me sentí más tranquilo después de pagar en la caja y mientras esperaba en la cola para envolver el regalo con la impersonal envoltura de la tienda: una bolsa de papel color rosa. —Creo que voy a hacer de cenar algo hoy en la noche —me dijo esa mañana mi padre—. Podemos comprar una botella de vino. —¿Sí? —No tiene nada que ver con la Navidad —me dijo, avergonzado. —Bueno, también es tu cumpleaños. Cenamos temprano porque se marchaba al día siguiente en el vuelo de las seis de la mañana y como era medio obsesivo con los tiempos tenía que estar en el aeropuerto dos horas antes, por lo que debía levantarse a las tres de la mañana. El hombre sufría de maneras inenarrables tomar esa clase de vuelos (se estresaba demasiado, se le disparaban la presión y el azúcar), pero siempre se las arreglaba para viajar en una aerolínea económica y para estar en fríos aeropuertos de madrugada con el estómago y el alma desechos. La cena fue modesta: un filete de pescado, arroz blanco y ensalada. Cada quien bebió un vaso de vino. Los vecinos del departamento de al lado festejaban a lo grande con música estridente. Los niños corrían por las escaleras del edificio y tronaban cohetes entre risas y expresiones de asombro. Comíamos en silencio. —Te compré un regalo —dije. —Pero yo no te compré nada. —No es por Navidad, es por tu cumpleaños. Me hubiera gustado tener el dinero para comprarle un reloj caro. Era embarazoso para él recibir un regalo, y más para mí dárselo. No me sentí decepcionado cuando lo guardó en la maleta que estaba sobre el sofá (la había preparado desde la mañana) y me dijo: —Gracias. Por el contrario, me sentí aliviado de que ya hubiera pasado el momento. A las doce de la noche yo estaba en la cama intentando leer un libro sin poder dormir por el ruido de los cohetes y las celebraciones. A las tres sonó mi despertador. Él ya estaba listo, vestido, con una boina en la cabeza y frente al plato de avena que desayunaba cada día para reducir el colesterol. Pedí un taxi por teléfono y salimos a esperarlo. Tuve que ponerme una chaqueta muy gruesa porque el frío era más que inusual para la Ciudad de México, tal vez unos cero grados, calculé. Quise sugerirle a mi padre que se pusiera la bufanda, pero en eso llegó el taxi. Regresé a la cama y dormí varias horas hasta que sonó el teléfono ya muy entrada la mañana. —Hijo… —Hey, ¿cómo llegaste? ¿Qué tal estuvo el vuelo? —Fatal… —Me imagino. —Estuvimos casi una hora en la pista. Gracias por la bufanda. Estamos a menos tres grados aquí. Fue muy útil. —Me alegra que te gustara la bufanda —dije, contento de (por una vez) haberle podido regalar algo útil a mi padre, el profesor de química. L Daniel Espartaco (México, 1977), su más reciente libro es Autos usados.

PASAJE DE PRIMERA CLASE

N

Paula Parisot

unca entendí a las personas que pasaban la Nochebuena dentro de un avión porque el pasaje era más barato. Para mí la Navidad era una celebración importante. No por la religión, aunque soy católica y estudié toda mi vida en un colegio de monjas. Cuando daban las 12, la cena se servía y empezaba la Misa de Gallo, yo no pensaba que en ese día había nacido la figura central del cristianismo, el niño Jesús, Jesús de Nazaret, hijo no de María y de José, sino de Dios. ¿De verdad Jesús habría nacido en un 25 de diciembre? ¿Sería acaso un típico Capricornio? Mi primer marido nació un 25 de diciembre, y cuando nos divorciamos, se pasó seis años peleando por dinero. Parecía más Judas que Jesús. Hoy es 24 de diciembre, dentro de diez minutos será medianoche y estoy dentro de un avión. Pasó mucho tiempo para que me decidiera a viajar en esta fecha, pero por más que pensaba y trataba de ver las cosas de otra manera, por más que quería acordarme de las alegrías de Navidad, solo me venían a la mente sus fastidios. Recuerdo a mis padres, discutiendo dónde pasaríamos las fiestas de fin de año y las negociaciones interminables... Que si pasábamos Nochebuena en la casa de fulano, entonces tendríamos que pasar Navidad en casa de perengano y el Año Nuevo hacer no sé qué cosa. Estas discusiones empezaban en noviembre y no terminaban sino hasta el 1 de enero, con suerte. A fin de cuentas, como sabemos, es común que el pasado regrese al presente y que los malentendidos recomiencen cuando se supone que ya todo está resuelto y enterrado. También me molestaba que en las fiestas de Navidad siempre me topaba con gente que no conocía, o con personas que solo veía una vez al año, primos de mis padres, hermanos de mis abuelos, tíos que yo ni siquiera sabía que eran tíos, amigos que no tenían adónde ir y acababan acompañándonos. Y lo peor de esas fiestas era el final. Siempre alguien se emborrachaba y descargaba su resentimiento contra otro infeliz que replicaba lleno de frustración por el mal año que había tenido, y así las peleas y los insultos seguían hasta la madrugada y yo acababa durmiendo en el sofá. Eso cuando no era mi papá el que se emborrachaba y mi mamá la que lloraba y el pleito continuaba en el carro, en la casa y durante los días siguientes. Así la familia, ya fuera la próxima o la distante, siempre acababa peleada por varios meses o hasta la próxima Navidad. Era costumbre que cada familia llevara algo de comer, ya fuera el pavo o un postre, y que las mujeres se pusieran de acuerdo para ver quién llevaba qué. Durante la cena también podía haber discusiones, aunque en tono de broma, porque las suegras criticaban a las nueras por no ser excelentes cocineras. En aquella época aún vivían mis papás, cuatro abuelos, tíos, primas y una hermana. Cuando mi hermana y yo crecimos, mis papás decidieron que lo mejor sería pasar la Nochebuena con la familia de mi mamá y la Navidad con la familia de mi

papá, y que en el Año Nuevo viajáramos solo nosotros cuatro, mi hermana, mi mamá, mi papá y yo. A veces iban también amigos de mis papás que tenían hijos de nuestra edad y todo era más divertido. Sin embargo, todo empeoró cuando me casé. Porque entonces teníamos que organizar las fechas con mi marido, sus padres y sus hermanas, que eran casadas, y tenían que coordinar las fechas con sus respectivas familias que también tenían que programarse con otros familiares. Y para colmo, el papá de mi marido era judío y siempre se molestaba porque había un árbol de Navidad y ninguna Hanuka. Lo más irónico de todo esto es que mi antiguo marido, del que, como ya dije, me separé, se casó nuevamente con una mujer mucho, pero mucho muy católica, que incluso ponía un Nacimiento al lado de un inmenso árbol de Navidad repleto de angelitos dorados. Mis hijos me contaron esto, porque no olvidan el escándalo que su papá me hacía a mí, que solo ponía un modesto árbol de Navidad en nuestra casa cuando ellos eran chicos. El drama aumentó con mi separación. Empecé a tener que coordinar las fechas con mi familia, con mi ex marido, con la familia de él, con la familia de su nueva mujer, etcétera, etcétera, etcétera... Para poder saber cuándo mis hijos estarían conmigo. Y sin olvidar que, además, mi ex marido cumple años junto con Jesús y mis hijos tenían que verlo de todas maneras. Pasaron los años y mi hermana murió y la Navidad pasó a ser un drama todavía mayor. Una verdadera catástrofe, porque mis papás ya no tenían nada que festejar. Pero como era Navidad, terminaban reuniéndose con parientes que sí querían festejar y todo se hacía aún más difícil. En esa época ya no vivían tres de mis abuelos. Solamente la mamá de mi mamá seguía con nosotros, pero también sufría porque su hijo, el hermano más joven de mi mamá, había muerto atropellado. Y así, la viuda de mi tío lloraba y también sus hijos, mis tres primos, y también mi mamá y también mi abuela, y a final de cuentas la fiesta era más triste que velar a un difunto. Entonces se incorporó a esta familia mi tercer hijo, el que tuve con mi segundo marido. Así empecé a tener que organizar las fiestas de Navidad con mi familia, con mi nuevo marido, con su familia, con mi primer marido, padre de mis hijos más grandes, con su familia, con la familia de su nueva mujer, etcétera, etcétera, etcétera. Hace pocos meses me separé otra vez, y cuando vi que todo iba a recomenzar compré un pasaje de primera clase a cualquier parte. Tenía que ser de primera clase y yo tendría que pasar muchas horas en el avión. Les hablé por teléfono a mis ex maridos y les dije que mis hijos pasarían tanto la Nochebuena como la Navidad y el Año Nuevo con ellos. Quería estar en un avión, incomunicada, sola, bebiendo champaña. Y aquí estoy. Feliz Navidad y próspero Año Nuevo. L Paula Parisot (Brasil, 1981), su más reciente libros es Partir. Traducción del portugués: Blanca Luz Pulido


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LABERINTO

en librerías Arenas movedizas

El planisferio de Morgius Cancri

Octavio Paz FCE México, 2014 63 pp.

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os diez relatos de linaje poético que conforman este volumen fueron publicados originalmente en 1949, entre las páginas de Libertad bajo palabra. Pertenecen a la época surrealista de Octavio Paz, tan bien atendida por Víctor Manuel Mendiola. “Cabeza de ángel” es quizás la muestra más pura de esta influencia: las palabras se dejan llevar por el libre fluir de la conciencia. La edición parece atender a un posible lector joven que comienza a tener tratos con los libros. No se explican de otro modo las ilustraciones de Gabriel Pacheco, soñadoramente pintadas de grises, blancos y azules.

Latinoamérica criminal

Ignacio Díaz de la Serna FCE México, 2014 255 pp.

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o vayan a creer que se trata de una de esas cartas geográficas o un mapa imaginario ideado por un sabio medieval. Es más bien un conjunto de relatos a salto de mata entre la minificción y la short story escritos con la rara intención de pasar por una enciclopedia. Díaz de la Serna puede convocar a un tirano oriental que mata a su madre de modo ejemplar, a una isla que hace más de mil 500 años fue sepultada por una lluvia torrencial o a una sortija capaz de obnubilar a las damas. Y, sobre todo, es capaz de sostener un estilo que va de la mano de las maravillas que narra, como el viajero Marco Polo.

undada en 1998 por Dave Eggers, la revista McSweeney’s surgió como un espacio alternativo para autores rechazados por las redacciones de otras revistas. Con el tiempo, el proyecto adquirió otra dimensión, ya que de la nómina comenzaron a descollar ciertos nombres que han cobrado enorme relevancia como Joyce Carol Oates o Michael Chabon. Para el presente volumen, McSweeney’s comisionó al brasileño Daniel Galera para que reuniera a trece autores latinoamericanos, con el propósito de ensamblar una especie de retrato hablado del continente a través de cuentos del género negro y criminal.

La cuestión palestina

ublicado originalmente en 1979, este brillante ensayo fue el primero en proponer un debate formal, desde el punto de vista palestino, sobre el conflicto de Medio Oriente. En estas páginas, Said analiza con asombrosa lucidez los orígenes del encono entre los israelíes y palestinos, y las funestas consecuencias que se han cernido en la vida de los ocupantes, los ocupados y la comunidad internacional. La presente edición es una versión revisada y actualizada por el propio autor, a propósito del Acuerdo de Oslo de 1993, en el que se decretó la rendición total del pueblo palestino.

Cómo funciona la música

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reinta y dos escritores estadunidenses contemporáneos se abocaron a describir (o esclarecer) las múltiples formas que adopta el crimen en las ciudades más peligrosas de la Unión Americana. El producto es un volumen que transita por los rincones oscuros y el lado salvaje de la condición humana, desde las plumas de Michael Connely, Joyce Carol Oates, Georges Pelecanos, Lawrence Block, Lee Child, Elyssa East, James W. Hall, Don Winslow, Pir Rothenberg, Jonathan Safran Foer, Jeffrey Deaver, Lisa Sandlin, William Kent Krueger, Dennis Lehane, Kate Braverman y J. Malcolm Garcia, entre otros.

Cuadernos de guerra Louis Barthas Páginas de espuma España, 2014 645 pp.

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oco sabemos de este tonelero que nació en julio de 1879 en una olvidada provincia francesa. No obstante, el testimonio sobre su paso como cabo en un regimiento de infantería durante la Primera Guerra Mundial ha despertado la envidia de muchos historiadores desde que se publicó el 11 de noviembre de 1978. Inicia el 2 de agosto de 1914 y concluye el 14 de febrero de 1919. Que Barthas haya sido un tonelero no impidió que pintara un cuadro de las maniobras y las batallas en el frente, y menos aún que lamentara que hombres y jóvenes “fueran obligados a matarse contra su voluntad”.

Música y poesía

David Byrne Sexto piso México, 2014 465 pp.

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l cerebro de la mítica banda Talking Heads vuelve a las librerías en español, luego de su incursión en la literatura con Diarios de bicicleta, esas divertidas crónicas de un ciclista peregrino en las calles de Nueva York. Ahora Byrne ofrece una especie de autobiografía teórica sobre los placeres de la audición y los desafíos de la creación, a través de una curiosa mezcla de miradas que van de la del historiador, el sociólogo, el científico social y musical al antropólogo e, inclusive, el psicólogo, porque Byrne no escatima en referencias para explicar cómo diablos opera la percepción humana.

ESPECIAL

Johnny Temple (comp.) Océano España, 2014 553 pp.

Edward W. Said Debate México, 2014 347 pp.

P

AMBOS MUNDOS

Vivir y morir en USA

Daniel Galera (comp.) Random House México, 2014 296 pp.

F

Las virtudes del pájaro solitario

Jorge Fonderbrider UNAM/ Conaculta México, 2104 688 pp.

A

unque lo expresado por Frank Zappa se refiera al circuito del rock en particular (“[Los críticos son] gente que no sabe escribir y que hace entrevistas a personas que no saben hablar para gente que no sabe leer”), claro que existen caminos creativos para establecer vasos comunicantes entre música y literatura. En principio, fundamentos como la secuencia y el valor de las notas, y después el conocimiento de aspectos teóricos como la diferencia entre monodia y polifonía. El argentino Jorge Fondebrider posee dicha sabiduría, y en este volumen la transmite de un modo ameno.

Juan Goytisolo

Santiago Gamboa Facebook: Santiago Gamboa-círculo de lectores

S

upe de Juan Goytisolo cuando fui a estudiar a Madrid, a mediados de los años ochenta, y desde entonces fue siempre una referencia en lo literario e intelectual y, casi diría, en lo humano. Su compromiso con la libertad en todas las regiones del planeta, su diatriba contra los nacionalismos empezando por el de España y de cara al mundo árabe, o su crítica a la arrogancia europea ante el Tercer Mundo me acostumbraron a consultar sus libros cada vez que iba a escribir sobre algo, cualquier cosa, y por eso mis artículos y ensayos están llenos de citas suyas. Y claro, también sus referencias literarias, con autores como Clarín, José María Blanco White, Francisco Delicado e incluso Joaquín Belda, un célebre pornógrafo español de principios del siglo XX, o su mirada lúcida sobre autores latinoamericanos, Severo Sarduy, Carlos Fuentes, Borges o Lezama Lima. Su libro de ensayos Disidencias es prueba de ello. De otro lado están sus inagotables estudios sobre el Islam y el mundo árabe (De la ceca a la meca, Crónicas sarracinas, Estambul otomano, Alquibla), un territorio por el que he viajado sin cesar desde hace más de veinte años, siempre con sus libros debajo del brazo. Los tengo subrayados y descuadernados. Pero además su acercamiento al mundo árabe no es solo el de un erudito que mira desde las nubes, sino el de un intelectual comprometido con sus avatares y luchas presentes. De ahí su militancia al lado

de los palestinos o contra los estereotipos con los que se juzga en París o Madrid al inmigrante árabe por ser “el otro”, el envés de su cara, la otra orilla de ese espejo mediterráneo en el que Europa se contempla, coqueta, y peina sus rubios cabellos. Su obra literaria, sobre todo a partir de Señas de identidad, es extraordinaria. En ella está su relectura de los clásicos, su amor por el lenguaje y su deseo de desmontar en España un sistema cultural cómplice del poder nacionalista, de ese nacional–catolicismo que tanto denunció. Leyéndolo durante más de tres décadas, Goytisolo me enseñó además que hay escritores de buena conducta y escritores desobedientes. Los primeros obtienen todas las distinciones, pues su talento, que puede ser inmenso (como el de un Vargas Llosa o un Philip Roth), es plenamente consensual: con él reordenan y hacen comprensible el mundo, pero sin oponerse a él. El escritor desobediente, en cambio, es desdeñado y rara vez sube al estrado a recibir un premio, pues su talento pone al mundo contra las cuerdas; él está ahí para insultarlo, escupirle en la cara y dinamitarlo; autores como Henry Miller o Céline o Fernando Vallejo o Charles Bukowski, que nunca serán coronados por el gremio literario, están en esta lista. De ahí la increíble sorpresa que supuso para mí saber que la oficialidad española daba a Juan Goytisolo, el eterno disidente, el Premio Cervantes de las letras. Qué buena noticia para el premio. L


10 b sábado 20 de diciembre de 2014

MILENIO

cine CORTESÍA PRODUCCIÓN

reflexionar sobre ciertos espacios y situaciones. La película tiene una inclinación muy clara hacia la sociología. Bajo esta lógica ¿qué tan improvisados fueron los encuadres y la composición visual? Desde el principio quise trabajar con un fotógrafo diferente, no de cine o de video; alguien que no quisiera hacer algo hermoso o poético. Adrián Durazo entendió muy bien el proyecto. Es un amigo súper fresa que se sorprendió de todo lo que estábamos viendo; gracias a eso conservamos cierta inocencia. Nunca imaginamos que podría participar en festivales. ¿Tampoco había un guión? Solo teníamos ideas. Queríamos practicar y nos movimos en función de los personajes, los dejamos improvisar y ser ellos mismos. Les dimos juego. Por ejemplo, teníamos a un chico que se estaba metiendo heroína frente a la cámara y de pronto se nos desplomó. Aún me pregunto cómo nos metimos en la mierda sin mancharnos. Creo que se lo debemos al cine porque es un arte que te permite llevar la cámara a todos lados y no salpicarte. No me interesaba establecer una relación estrecha o la típica del documentalista que se involucra emocionalmente. No quería cargar con esa responsabilidad y menos aun servir como desahogo de nadie. Personaje de la periferia tijuanense

Ricardo Silva

“El cine te permite llevar la cámara a todos lados y no salpicarte” El submundo de Tijuana es escenario, y protagonista principal, de Navajazo, que se sostiene en la impetuosa sordidez del mundo real ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

H

ablar sobre el fin del mundo es apenas el pretexto que detonó Navajazo, ópera prima de Ricardo Silva. Filmada en Tijuana, ofrece un mosaico de personajes marginales (prostitutas, yonquis, migrantes) en situaciones cotidianas. A salto de mata entre documental y ficción, el filme es un exitoso experimento que ha cosechado reconocimientos en festivales como el Internacional de Milán, el FICUNAM y el de la Riviera Maya.

En principio, Navajazo parece un experimento inclasificable. No nació como una película sino como una serie de ejercicios escolares. Yo soy sociólogo, de modo que empecé a hacer pequeños ensayos en video y Navajazo es una recopilación de muchos de esos momentos. No supimos que podría ser una película hasta que un francés nos sugirió hacer un largometraje. ¿Qué tanto sus estudios de sociología encauzaron la película? Fueron determinantes; de hecho, no habría nacido sin mis estudios. El cine fue solo un pretexto para

¿Qué tanto se debe Navajazo a cintas experimentales como La fórmula secreta? Nosotros definimos la estructura durante la edición. Juntamos muchas grabaciones a lo largo de cuatro años y de pronto tuvimos que darle una estructura; eso fue lo más difícil. Vimos Mad Max con el editor y definimos que ese era el tipo de película que queríamos hacer, una historia apocalíptica y con cierto aire futurista. No sé en qué momento la película se volvió algo relevante, aunque tampoco puedo negar que tiene un espíritu punk. La película se mueve entre seres marginales y juega con los errores técnicos. ¿La ve como una propuesta contracultural? Ahora podríamos justificarla como una propuesta independiente y contracultural pero la realidad es que la hicimos así porque no teníamos dinero. Sobre los personajes, siempre he pensado que es la historia de seres cuyo pasado es mejor que su presente y el presente es mejor que su futuro. Esa es, en esencia, una perspectiva melancólica. Desde una perspectiva sociológica, refleja el conflicto del hombre ante la modernidad. Para mí no hay hombres más modernos que éstos: no saben quiénes son ni a dónde van. El fracaso es tener la modernidad en las manos y no saber cómo movernos. ¿Por qué cree que su película llama tanto la atención? La verdad todavía no lo sé, supongo que es una cuestión de suerte. Creo que la vio el programador indicado. Apenas estoy aprendiendo a moverme en este circuito. Nunca imaginé que se exhibiría en las grandes cadenas. Hoy todavía te puedo decir que no sé hacer cine. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

El pegajoso asco burgués Fernando Zamora @fernandovzamora

S

e entiende que los artistas padezcan a menudo esa cosquilla, ese “complejo de Picasso” que los impronta a cambiar repentinamente el estilo que los hizo famosos por otro mejor. Cronenberg se hizo célebre gracias a un cine bizarro y lleno de sustancias pegajosas. Cuando en The Fly, de 1986, el genio loco decía que “la piel era el más hermoso de los sentidos”, la cosa tenía su chiste sobre todo porque dicho genio se volvería La Mosca. Unos años atrás, en 1979, Cronenberg aún vivía en Canadá y produjo extraordinarias secuencias de pieles pegajosas. The Brood es maravillosa y contiene aún la dosis de antipsicoanálisis que el autor desarrollaría algunos años después. Lo cierto es que una vez famoso (gracias a Cannes), Cronenberg dio un giro hacia esa violencia gratuita pero efectiva (y en verdad hermosa) que tanto aman los periodistas franceses. En Eastern Promises, Cronenberg regaló al mundo una serie de lugares comunes sobre la mafia rusa. Sin embargo, había en la película una de las mejores secuencias del mundo. Era el año 2007 y Viggo Mortensen consintió en presumir ese cuerpo correoso que excita tanto (también) a la prensa especializada de Francia. La cosa iba así: unos malos trataban

de darle a Mortensen una paliza en un baño turco. Vigo estaba desnudo y muy pegajoso; los rusos llevaban chamarra de cuero y estaban armados hasta los dientes. El asunto tenía un toque que recordaba cierta pornografía homosexual, pero a pesar de ello (o quizá justamente por ello) Cronenberg consiguió la mejor escena de una carrera de violencias pegajosas. Pero el síndrome Picasso siguió cosquilleando. En A Dangerous Method (2011), Cronenberg llevó hasta sus últimas consecuencias la crítica al psicoanálisis freudiano. Uno hubiese pensado que el maestro canadiense era capaz ya casi de cualquier cosa pero entonces, ya en la cima, viejo, aburrido y burgués, se dio a la tarea de criticar al “sistema”, esa entelequia que tanto sirve para el cine de propaganda y tan poco para el cine de arte. En Cosmopolis, Cronenberg se burla de la banalidad de un corredor de Wall Street maleducado, joven y rico. La historia es aburridísima pero ese no es el problema. El problema es que haya seguido por ahí: en Maps to the Stars el director arremete ahora contra “el sistema hollywoodense” y se burla de todo ese cine de cineastas que seguramente desprecia por su arte pero envidia por sus cuentas bancarias. Su filosofía sigue siendo que “la riqueza no da la felicidad”. Maps to the Stars es larga, aburrida y sobre todo produce nostalgia por los

Maps to the Stars (Mapa de las estrellas) Dirección: David Cronenberg. Guión: Bruce Wagner. Música: Howard Shore. Fotografía: Peter Suschitzky. Con Julianne Moore, Mia Wasikowska y Robert Pattinson. Estados Unidos, 2014. buenos tiempos de Cronenberg, un maestro que antes no trataba de ser profundo; era profundo. Lo era porque sus efectos especiales daban asco. Y del real, no ese asco artificioso de quien puede pagar un boleto de cine para escandalizarse con lo vacuo, racista y, en fin, “repulsivo” de un “sistema” hollywoodense que idiotiza y al que ahora, por cierto, David Cronenberg, quiera o no, pertenece también. L


sábado 20 de diciembre de 2014 b 11

LABERINTO

escenarios FERNANDO MOGUEL

Boñigas de bienvenida MERDE! Braulio Peralta juanamoza@gmail.com

Para Ricardo Blume

L Daniel Giménez Cacho y Rosario Zúñiga en Los enemigos, dirigida por Lorena Maza

El ojo de Fernando Moguel Su cámara captó la realidad escénica de más de 3 mil obras. Aquí recordamos su amor por el teatro y su talento para fijarlo en el tiempo ENTREVISTA Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

E

l 26 de noviembre falleció Fernando Moguel Escalante, apasionado de la fotografía y del teatro, coleccionista de vivencias escénicas que gracias a su talento quedaron detenidas en un encuadre, configuradas en un paisaje íntimo de lo humano. Nació en 1952, en Mérida, donde gracias a su abuelo, fundador del Diario de Yucatán, fotógrafo y reportero de la sección de Sociales, y a su abuela, pudo ver teatro con actores como Arturo de Córdoba, Carmen Montejo y Marga López. Su devoción por este arte lo llevó a la Ciudad de México. Autor de fotos que incluyen más de 3 mil obras de teatro y de imágenes que nutren las páginas de 20 libros de Ediciones El milagro sobre esta disciplina artística, con más de 30 exposiciones en México y cinco en el extranjero, poseedor de un acervo que constituyó en vida su verdadera riqueza, Moguel recibió en 2009 la Medalla Xavier Villaurrutia por su trayectoria dedicada a la promoción del teatro, durante la inauguración de la XXIX Muestra Nacional de Teatro del INBA, realizada en Ciudad Juárez, Chihuahua. Coleccionista de cámaras antiguas y amante de la máquina digital, para Fernando el teatro fue su religión, su Dios, un suceso que podía cambiar su estado de ánimo de un extremo a otro. Enfermo de cáncer desde hace nueve años, algunos de sus amigos tuvimos la oportunidad de despedirlo en vida, gracias al amor y la generosidad de José Zepeda. El arte escénico se quedó sin uno de sus más fieles cómplices. Fernando Moguel amaba a Ofelia Medina y una noche se fue al teatro con su camarita escondida a ver a su actriz favorita en Traición, de Harold Pinter, y de repente disparó. Esa fue la primera obra que retrató sin que nadie se diera cuenta. Reproduzco fragmentos de la entrevista publicada en 2009, en la revista Paso de gato, después de haber recibido el reconocimiento en Chihuahua. Entre los montajes que recuerda que marcaron con intensidad su trayectoria estuvo Armas blancas de Víctor Hugo Rascón Banda: “Estaba prohibido tomar fotos, pero yo metí mi cámara y salió una de las mejores fotos que he tomado. Rascón Banda fue mi ángel guardián toda la vida. Cuando tomé la fotografía de la regadera, descubrí que podía participar en el teatro como fotógrafo”.

◆◆◆ “El reto para el fotógrafo especializado en artes escénicas consiste en captar en un segundo no solo la atmósfera de la obra sino también el texto y el contexto; captar la obra completa en una imagen de forma que quien la mire tenga una idea de si esa obra lo hará reír, llorar o sufrir”. ◆◆◆ “Mi cámara es un puente, me introduce dentro de la escena. Todo fotógrafo debe ser invisible. Este aparatejo me conduce hasta la escena y me hace sentir que ahí soy el único”. ◆◆◆ “De Martín Acosta recuerdo Carta al artista adolescente, Naturaleza muerta y Marlon Brando y Eduardo II, que no es muy afortunada pero plásticamente a mí me gustó mucho y pude captar buenos elementos”. ◆◆◆ “De Luis de Tavira tengo presente las imágenes de El caballero de Olmedo, Santa Juana de los mataderos, con aquellas reses descarnadas colgando, y Felipe Ángeles, donde un tren irrumpía en escena”. Moguel amaba su profesión porque le permitía ver teatro: “Eso es lo que amo; no me disgusta ni siquiera el mal teatro, me gusta verlo aunque sea malo y trato de rescatarlo. ◆◆◆ “Ahora, con las cámaras nuevas, todo mundo se siente fotógrafo, pero hace falta saber de foto, darse cuenta de que no se trata nada más de disparar, sino de saber de la obra, conocer de foto y poder combinar el conocimiento de ambas disciplinas”. ◆◆◆ “En mi caso, mi trabajo va a seguir igual, nada más que como el del que hace la limpieza, que toda la vida es el que menos importa. Siempre sucede que te dicen: ‘Si hay dinero y lugar para el fotógrafo, que venga; si no, da igual; total, mi prima saca las fotos’. Por eso, a partir de la medalla, la percepción de mi lugar en el teatro cambió, porque de repente ocurre que también te dicen: ‘Tú eres de nosotros, perteneces al teatro’ ”. L

os carruajes de la Edad Media cruzaban caminos por lodo, polvo y piedras. Vender, visitar a la familia, viajar a placer o, en el peor de los casos, llevar a un enfermo al médico. Pero algunos, muy pocos —dicen que solo las clases pudientes—, salían de su casa al estreno de una obra de teatro, a la comarca más cercana. Ir al teatro una noche de estreno exigía vestimenta acorde. Se encontraban las familias ricas de la región y el acontecimiento requería el mejor porte. Ese día, el chofer cepillaba la crin de los caballos, del lomo a las patas, y una limpieza total al auto de aquel entonces. Era parte del rito. Los caballos de la carroza, alegres del peinado, comían su pastura y tomaban agua. La ruta podía ser larga según la distancia de la casa al teatro de la ciudad: esos corrales de comedia donde los actores se preparan en su camerino, nerviosos, ejercitando sus cuerpos. Previo al inicio de la obra se asoman desde una ventana a la calle para observar cuántos carromatos hay frente al teatro. Cuando descubrían más de diez, empezaban a excitarse con el éxito de la noche. Nada es más placentero que teatro lleno el día de estreno. Los caballos no entran a la función. Los caballos cagan. Defecan sin pedir permiso. Esparcen sus heces frente al teatro. Un cúmulo de mojones son testigos del éxito o del fracaso de la representación. Los actores que viajan para llegar al pueblo lo saben: lo primero que hacen al llegar a la ciudad es localizar dónde hay más estiércol, porque allí deben ir para una función callejera donde la gente se arremolina para verlos. De esta historia nace la leyenda por la que los actores se gritan a sí

mismos “¡Mucha mierda!”, como sinónimo de “¡Mucha suerte!”, a fin de recibir calurosos aplausos —de pie, mejor aún—, al terminar la función. Desde el siglo XVI llega la historia de las boñigas como germen de felicidad para los actores. Esa noche, la caca es lo más relevante. Por eso a la compañía de actores, en los caminos, les gritaban: “¡Que tenga mucha mierda en el próximo pueblo!” Por eso los actores en proscenio se desean “¡Mucha mierda!” antes de iniciar la obra. Por eso también dicen que pisar excremento es de buena suerte. Fue en Francia donde nació esta tradición teatral y se propagó por Europa. Aunque los ingleses adoptaron el término ¡Break a Leg!, para desearse suerte. (Al recoger las monedas que aventaba el público al final de la función, con tanta inflexión corporal podrían romperse una pierna. Buena suerte es: “hasta romperse las piernas”, como una entrega al público.) Pero fueron los franchutes quienes impusieron merde en todos los idiomas para desear “mierda, mucha mierda en el teatro”. La historia del mojón en el teatro es imprescindible para entender el nombre de esta nueva columna —palabra en su idioma original como homenaje a los franceses y al gran Alfred Jarry que estrena en 1896 Ubu Rey e inicia su obra con la exclamación Merde!, y abre camino a la sátira teatral sobre las mentiras de la edad moderna: lo que un rey hace para sacarle dinero a su pueblo—. Columna que quiere ser una suerte de bienvenida a la crítica teatral que inauguramos: que quiere ser divertida, sana, crítica e irreverente. Esperemos que los comentarios de los lectores —y la gente del escenario— abran un debate posible sobre el buen y mal teatro de México y el mundo. Ahora ya lo saben: entre más estiércol, mejor teatro. ¡Mucha mierda! L ESPECIAL


12 b sábado 20 de diciembre de 2014

MILENIO

varia ESPECIAL

ESPECIAL

Sede nacional del PRI en la Ciudad de México

Izquierda: obra original. Derecha: obra plagiada

El ganador del 2014 literario

Plagio: ¿impunidad o trastorno?

ARCHIVO HACHE

GUÍA VISUAL

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

L

a renovada dictadura perfecta se tragó a la literatura mexicana. El principal operador cultural– ideológico del 2014 fue Enrique Krauze. Léanse sus artículos en Letras Libres, Reforma, El País o The New York Times. Krauze escribe siempre al presidente, le da consejos de cómo mantenerse en el poder. Abiertamente escribe cada párrafo como un asesor presidencial. Desempeña el puesto de un intelectual maquiavélico: escribe para proteger al Príncipe. Posee una plural red de poder (económico y simbólico); aunque ya tambaleante por el bajo nivel de su equipo y contenidos. Krauze negoció con Rafael Tovar y de Teresa (presidente de Conaculta) beneficios. Por ejemplo, que Ricardo Cayuela pasara de su puesto en Letras Libres a titular de la Dirección General de Publicaciones, donde cuida intereses. El brinco de puestos desde Letras Libres a Conaculta lleva ya tiempo. Letras Libres es prácticamente una paraestatal. Ser equipo de Krauze reditúa: desde Álvaro Enrigue hasta Julio Trujillo, escritores–funcionarios cuyas carreras despegaron gracias a sus puestos. Krauze ha dañado a la literatura mexicana. Al crear la ilusión de representar la tradición y defender al gobierno consigue recursos, que reparte desde su primer hasta su cuarto círculo, al que aspiran escritor@s sin libros interesantes pero an$ios@$ de “publicar”. Otra colmena: revísese la lista de becarios literarios del

Sistema Nacional de Creadores de Arte 2014. Es una mezcla vergonzosa. Autorías en vías de consolidación recibieron la beca junto a un pilón de baja calidad pero cercanos al poder. Hubo corrupción. La lista, en general, no es coherente. Según la información del propio gobierno, est@s escritor@s recibirán 29 mil 142 pesos mensuales durante 36 meses, es decir, más de un millón de pesos. La lista combina autores de cierto prestigio con personas cuyo mayor logro es ser allegados de Krauze. Nadie dirá nada. Nadie arriesgará ese millón, una cantidad, hay que decirlo, desproporcionada dado el muy desigual nivel. Todo el sistema de apoyos de Conaculta se ha vuelto inverosímil; siendo que apenas iba democratizándose, es un alarmante retroceso. Al haber tantas irregularidades, todo el sistema queda en entredicho. Lo sabe el gobierno y le conviene, al lanzar el mensaje de ser reparto para sus aliados. Desacreditándose, el gobierno desacredita profesionalmente a sus escritores mediocres y a los escritores de calidad, incrementando, en ambos casos, su dependencia. Conaculta es la dictablanda cultural perfecta. Los emergentes mecanismos de confiabilidad han sido saboteados por el gobierno y sus negociaciones con grupos literarios corruptos y, sobre todo, por el silencio del gremio literario, que finge que esto no está ocurriendo. Libro equis, beca, Facebook, FIL y selfie. El PRI ganó el 2014 literario. L

Magali Tercero @magalitercero

D

urante las últimas semanas se ha hablado mucho en redes sociales de los plagios de una tapatía que parece no registrar las reacciones que está causando entre los artistas de su tierra. Artistas como Segio Garval, José Antonio Castillo Riaño y otros denunciaron que una obra de Paola de Ávalos había sido copiada. Otros internautas recordaron que no es la única pieza copiada por Karla de Lara: también se “apropió” de una imagen de Frida Kahlo y la modificó ligeramente mediante el Photoshop. La imagen de Kahlo es de Alexey Kurbatov, ilustrador ruso, y realmente apenas se distingue la diferencia entre su retrato y el de esta mujer que se dice “artista”. Llama la atención la defensa que esta mujer hizo de sí misma en diarios y noticieros, pues “apropiación” para ella es “un proceso artístico que toma elementos ya existentes de otras obras para crear una nueva”. PREMIOS DEVUELTOS De Ávalos ya está apoyada por abogados, pero hasta el momento de escribir esta columna no había decidido si demandar o no. Lo que sí es evidente es que su retrato de Benito Juárez fue realizado dos años antes de ser copiado por la “artista”, que simplemente tomó la imagen de un anuncio público y le hizo Photoshop. A principios de este año, esta cronista tuvo que lidiar con el problema creado por un falso autor de crónica que plagió —cambiando muchas palabras pero dejando casi intacta la estructura— un texto de Gerardo Lammers publicado en 2002. Lo asombroso con este individuo fue que, como sucede en el caso de la tapatía, no era la primera vez que era descubierto. Ya había perdido un premio de ensayo anteriormente, lo mismo que perdió el premio de crónica de Punto de Partida, y tuvo que devolver el monto asignado la segunda vez que fue descubierto. El esposo y representante de la mujer que plagió —Juan Carlos Fernández de Lara— a Kurbatov y a De Ávalos escribió en su muro de Facebook que la envidia provoca estas acusaciones: “Siendo Karla una figura pública y exitosa, siempre existirá polémica, el éxito genera la molestia de unos”. SIN VALOR LEGAL Ricardo Ramírez Palos, abogado especializado en la propiedad intelectual y los derechos de

autor, declaró por estos días que el término “apropiación” no tiene valor legal. La cuestión se complica porque la artista plagiada no registró su obra: “No la tengo registrada porque nunca pensé en hacerlo… jamás pensé que llegara a pasar esto”. Y al no tener el correspondiente Certificado de Registro de Obra, proporcionado por Indautor, es imposible demandar. Además, cabe la posibilidad de que Karla de Lara haya registrado como suya la pieza plagiada. De Ávalos, en ese caso, tendría que entablar un juicio para declarar la nulidad de la autoría. FALSA AUTORA La falsa autora ha sido calificada de pseudo artista (Fritzia Carranza) y como artista de lo ajeno (Óscar Gómez) entre la comunidad tapatía. También se ha hablado de desprestigio estético o se ha cuestionado dónde queda la intuición creadora. A esta cronista se le ocurren solo dos explicaciones: o la plagiaria se mueve en las aguas de la impunidad (presuntamente su esposo fue funcionario público) o bien está un poco mal de la cabeza. O las dos cosas: roba la obra de otros porque sabe que no va a pasar nada y está un poco trastornada. De hecho, creo que el falso cronista del que hablé antes fue más hábil al modificar términos y párrafos cortos de la crónica que plagió. Aquí es todo tan obvio que hay una cuarta posibilidad: su IQ no es muy alto. En el diario Mural se entrevistó a De Lara, quien dijo haber visto en una lona, colgada de la fachada del Palacio Federal de Guadalajara, y haberle tomado una fotografía para hacer “su” cuadro pues nadie le supo decir quién había hecho “Reforma”, la obra de De Ávalos que es en realidad un retrato de Benito Juárez. Más adelante dio otra explicación, que ya no vale la pena citar aquí, y agregó, magnánima: “Si esta obra es original de ella, yo no tengo problema en dárselo (el crédito), finalmente es una apropiación de obra”. La falsa autora ha hecho también retratos del cantante Alejandro Fernández y Aristóteles Sandoval, actual gobernador priísta de Jalisco. Con alguna de las obras plagiadas participó en el Salón de Octubre 2013, que se realiza cada año en Guadalajara, pero no sucedió nada (a pesar del escándalo en los medios). ¿En este país la impunidad ha tocado todos los ámbitos? L


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