Laberinto
Armando González Torres La jocosa mordedura página 3 Adriana Jiménez García Sobre Daniel Sada página 4 Adriana Díaz Enciso Lectura de Karpus Minthej página 5 Magali Tercero ¿Quién defiende a Sebastián? página 12
N.o 603
sábado 3 de enero de 2015
Pablo Neruda inédito
Página 3 AUTORRETRATO/ ROGELIO CUÉLLAR
Rogelio Cuéllar
Enemigo de la pose Laura Cortés Páginas 6 y 7
MILENIO
02 b sábado 3 de enero de 2015
MILENIO
antesala DE CULTO
Ernesto Herrera b hernesh@hotmail.com ESPECIAL
Bienaventurados los lectores TOSCANADAS David Toscana
ESPECIAL
dtoscana@gmail.com
A
unque he visto con optimismo ciertos movimientos sociales como el efímero Yo soy 132 y ahora el común hartazgo hacia la violencia y corrupción, no me queda sino creer lo mismo que piensa el gobierno: al rato se van a cansar. Y en el ínter se realizan marchas y protestas que no van a obtener respuesta. Si Dios, que es amor, no atiende a las plegarias, mucho menos el Estado. Para taparle el ojo al macho, alguien regresa una casa, se cancela un contrato, se desechan los servicios de una constructora. Pero a cambio se sigue amasando una fortuna, se da el contrato a otro compadre, se crea otra empresa con prestanombres. Lo más que se logra con las protestas es afinar los mecanismos de la corrupción. Además, hay que seguirles la pista a todos los jóvenes que un día participaron en una marcha y mirarlos cuando pasan a ser treintañeros. ¿Cuántos de ellos se acomodan en un puesto de gobierno y se convierten en todo aquello contra lo que lucharon a los veinte años? Tan sencillo como suponer que la mayoría de los políticos rapaces fueron algún día jóvenes idealistas. Excepto, claro está, los que desde siempre pertenecieron a familias de tradición paleolítica priísta. En sus trincheras de longeva oposición, los panistas fueron siempre abanderados de la ética; como gobierno, ya no. El idealismo de los jóvenes es natural, pues viven en un mundo alterno en el que nadie se ha enfrentado a un cañonazo de cincuenta mil pesos. A poca edad suena mal que un diputado tenga un auto de lujo, pero cuando se es diputado parece justo poseerlo. No me he encontrado con un niño ni un adolescente que diga: “Cuando sea grande quiero ser un político corrupto”. Pero la ocasión hace al ladrón. Ya hemos visto que un huracán convierte en ratas a miles de personas que se creían honestas. El único remedio que tiene este país es la educación. Y sin embargo nadie mueve un dedo
por ella. Las masas protestan por la reforma energética, pero no por el bajo nivel de las escuelas. Nos indignan los cuerpos muertos, pero no los cerebros igualmente muertos. Los maestros marchan para conservar sus privilegios, no para exigir mejor capacitación. Marchan para que les respeten el derecho a la mediocridad. La misma mediocridad encontramos en la SEP. Basta ver algunos nombres que la han encabezado en los últimos años: Emilio Chuayffet, Josefina Vázquez Mota, Ernesto Zedillo, José Ángel Córdova, Manuel Bartlett… Algunos más astutos que otros, pero a ninguno lo recordamos por su visión educativa. Si en vez de marchar, pintar paredes, romper cristales y cargar mantas con consignas con faltas de ortografía viéramos que la gente se reúne en el Ángel a leer, en el zócalo a escuchar poesía, en sus casas a devorar clásicos; si en vez de bloquear una caseta de cobro visitáramos las bibliotecas, si nos ofendiera el precio del libro como nos ofende el alza en impuestos, si nos interesara más lo que dice Juan Villoro que Eugenio Derbez, si le exigiéramos a Chuayffet lo que le exigimos al Piojo Herrera, entonces estaríamos en el camino de una revolución lenta pero segura, discreta pero contundente. Este remate no es sino un sueño nacido del optimismo que suele brotar en el año nuevo. Un sueño irrealizable, porque al mirar a través de la experiencia, y no de la esperanza, se percibe que vamos cuesta abajo. El país no tiene remedio; el individuo sí. Los pocos salvos serán aquellos que tomen un libro. Bienaventurados ellos. L
Henri Barbusse
Héroes verdaderos
F
in de una etapa e inicio de otra, la Primera Guerra Mundial dejó una marca imborrable en los miles de soldados que participaron en ella. Uno de esos soldados fue el escritor francés Henri Barbusse (Asnières, 1873–Moscú, 1935). Su pensamiento y obra se transformaron luego de su participación en ese acontecimiento contundente. Antes de la guerra escribió poesía bajo la influencia de los simbolistas y su novela El infierno (1908) está teñida de naturalismo, aunque ya se vislumbra la imagen del escritor comprometido. El peruano José Carlos Mariátegui describe así su metamorfosis: “El caso de Barbusse es uno de los que mejor nos instruyen sobre el drama de la inteligencia contemporánea. Este drama no puede ser bien comprendido sino por quienes lo han vivido un poco. Es un drama silencioso, sin espectadores y sin comentadores, como casi todos los grandes dramas de la vida. […] En su alma se ha abierto paso una nueva intuición del mundo. Sus ojos, repentinamente iluminados, han visto un resplandor en el abismo. Ese resplandor es la Revolución. Hacia él marcha Barbusse por la senda oscura y tempestuosa que a otros aterra”. Barbusse se enroló a los 41 años y luchó en el frente diecisiete meses, entre 1914 y 1915; fue dado de baja por daño pulmonar, cansancio y disentería. De esa experiencia surgiría la novela El fuego. Diario de un pelotón (1916), que ha sido catalogada como pacifista y es una de las obras maestras de la literatura de la Primera Guerra y con la que obtuvo el Premio Goncourt. Con su escritura, el compromiso de Barbusse madura. Inevitablemente, se acercará al comunismo y su doctrina del hombre nuevo. Se afilia al Partido Comunista francés en 1923 y a partir de ese momento toda su actividad y su obra se enfocarán a la lucha por un mundo mejor fundando asociaciones y participando en congresos. Militante disciplinado,
EX LIBRIS
publica la biografía del líder soviético: Stalin (un mundo nuevo visto a través de un hombre), fechada entre 1935 y 1936. Si de entre todas sus obras destaca El fuego, se debe a que, como lo dice el subtítulo Diario de un pelotón, le interesa darle voz a la gente del pueblo que fue a luchar porque creía que ése era su deber. Sus personajes no tenían que ver con las ideas intelectualizantes de esos días, que veían a la guerra como la entrada a una nueva época o que serviría para purificar al ser humano. Un ejercicio que se ha propuesto es comparar esta novela polifónica con Tempestades de acero, de Ernst Jünger, en la que hay una sola voz narrativa. Barbusse escribe de sus sencillos compañeros de armas: “No son soldados: son hombres. No son aventureros ni son guerreros, creados para la carnicería humana —carniceros o ganado—. Son labriegos u obreros a los que se reconoce a través del uniforme. […] No son la clase de héroes que vulgarmente se cree; pero su sacrificio tiene más valor, un valor que quienes no lo han visto no pueden comprender”. Toda la obra conmueve, pero destacan, en ese sentido, el pasaje donde uno de los soldados da alojamiento en su casa a unos compañeros, la única noche que podía pasar con su esposa; o el de la historia de amor de uno de ellos, que fue rechazado y al que le toca encontrar el cadáver de la mujer de la que estuvo enamorado. Como José Revueltas, Barbusse es de la estirpe de esos hombre puros que solo pueden salir del comunismo (no confundirlo con la corrupta izquierda de hoy). L Samuel Beckett bEKO
MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Coedición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Diseño: Martha Castillo Mondragón
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antesala
Rodé bajo los cascos...
La jocosa mordedura
Este inédito fue escrito en la mañana del 25 de abril de 1961, cuando el escritor chileno preparaba Memorial de Isla Negra, y evoca la ola de protestas sociales que cimbraron Santiago a principios de la década de 1920 POESÍA
ESCOLIOS ESPECIAL
Armando González Torres agonzale79@yahoo.com.mx
Pablo Neruda
R
odé bajo los cascos, los caballos pasaron sobre mí como ciclones el tiempo aquel tenía sus banderas, y sobre la pasión estudiantil llegaba sobre Chile arena y sangre de las salitreras, carbón de minas duras cobre con sangre nuestra arrancado a la nieve y así cambiaba el mapa, la pastoril nación se iba erizando en un bosque de puños y caballos, y antes de los 20 años recibí, entre los palos de la policía, el latido de un vasto, subterráneo corazón y al defender la vida de los otros supe que era la mía y adquirí compañeros que me defenderán para siempre porque mi poesía recibió, apenas desgranada, la condecoración de sus dolores.
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n junio de 2011, la Fundación Pablo Neruda se dio a la tarea de catalogar los originales manuscritos y mecanoscritos que conforman el archivo que legó Pablo Neruda y que por años estuvo al cuidado de su viuda Matilde Urrutia. Escritos en hojas sueltas, cuadernos escolares, blocs y aun en menús y programas de mano, aparecieron veintiún poemas que nunca fueron destinados a las páginas de un libro. Pertenecen al periodo que va de inicios de la década de 1950 a los primeros días de 1973, poco antes de la muerte del poeta chileno. Ahora, Editorial Planeta los publica bajo el título Tus pies toco en la sombra y otros poemas inéditos, con introducción y notas de Darío Oses y prólogo de Pere Gimferrer.
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n murmullo taladraba los oídos del gobernante en turno: era la risa con que muchos de los ciudadanos se liberaban momentáneamente de su yugo. De boca en boca o en fotocopias desgastadas, los Pensamientos despeinados del poeta, periodista y aforista polaco Stanislaw Jerzy Lec (1909–1966) circulaban como un latigazo estilístico y moral, como una revancha de los agraviados. A su primera edición de 1957, se sucedieron varias secuelas de este libro, que se convirtió en un clásico de su país. (En español hubo ediciones, hoy inconseguibles, de Carlos Lohlé y Península y, en 2014, Pre–textos publica una nueva versión.) Lec nació en el seno de una familia acomodada de origen judío, estudio en Polonia y Viena; en su juventud, colaboró en revistas satíricas de izquierda, fundó un cabaret literario y escribió poesía. Durante la invasión nazi fue apresado, pero escapó de un campo de concentración y colaboró en la Resistencia. Tuvo puestos diplomáticos en los primeros tiempos del socialismo, en 1950 viajó a Israel para establecerse en la nueva nación, pero regresó a Varsovia en 1952 donde siguió escribiendo hasta su muerte prematura. No abundan los detalles de Lec en la Polonia socialista, ni de su relación ulterior con el régimen; aunque sin duda existía una contradicción esencial entre la libertad del artista y la uniformidad y obediencia política. La sátira resultaba especialmente oportuna en esa época de simulación de una patria prometida y de abismal asimetría entre lo ideal y lo real. Lec revela, risueño, las fanfarronadas, embustes y fechorías del hombre común y su difícil adaptación al molde utópico. “Cuando el mito se convierte en realidad,
Stanislaw Jerzy Lec
¿de quién es la victoria: de los materialistas, o de los idealistas”. Si bien los aforismos de Lec están fechados en el mundo de la burocracia y picaresca socialista, rebasan con mucho sus circunstancias y se suman a esa tradición abstracta e intemporal del moralismo fragmentario que va de Pascal a Cioran. En los aforismos de Lec hay una asimilación de las fuentes occidentales y judías, así como del humor local, y se mezclan la reflexión fi losófica y la broma; el artilugio estilístico o el sinsentido. “Hay que oír el callar en su contexto”. Lec pregona una manera franca y aguda de entender el mundo y de conversar con uno mismo. Acaso en el interior de todos hay un farsante o tirano y los aforismos de Lec ayudan a detectarlo. “Hay grandes palabras tan vacías que su interior es capaz de aprisionar a naciones enteras”. Lec enseña que el verdadero amor propio no radica en mentirse, sino en reírse de y con uno mismo. Así, mientras actuamos pomposamente, creyendo nuestras mentiras, ese genio satírico nos pone una zancadilla con su arte de la dolorosa irrisión. “Desde que el hombre se alzó sobre sus patas traseras, no ha recuperado el equilibrio”. Con Lec, el lector entiende que la humanidad es hueca y que esa oquedad sirve para que resuenen mejor sus carcajadas. L
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literatura
Daniel Sada: entendiendo en la otra vida A tres años de su muerte, presentamos un retrato íntimo del escritor bajacaliforniano que comenzó su carrera literaria en la década de los setenta, una espléndida producción que conjugaba felizmente la narrativa y la poesía MEMORIA Adriana Jiménez García
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aniel Sada emprendió el mayor de sus viajes el 18 de noviembre de 2011. Hace ya tres años que se fue y se llevó consigo todas esas historias que traía en la cabeza, y de las que ya no conoceremos ni una sola palabra. Queda sin embargo toda la obra prodigiosa que alcanzó a verter en el mundo con generosidad, con absoluta entrega al oficio que lo reclamó desde niño y al que respondió con todo y hasta la extinción de sus fuerzas, sin mirar a los lados, sin arrepentimiento alguno por haberlo apostado todo a la escritura y pese a pese, como le gustaba decir; sin entender a quienes dicen padecer ante la hoja en blanco. Tarde se le hacía, luego de concluir cada novela, cada cuento, cada poema, para empezar de nuevo; le rebullían las palabras, se le desbordaban las imágenes, las consejas, los endecasílabos, los neologismos, los alejandrinos, las síncopas, las interjecciones, los vocablos antiguos, los tecnicismos, e inventaba palabras con una facilidad y una profusión sobrenaturales. Lo releo en estos días con el mismo deslumbramiento con que lo leí por primera vez, cuando aún no sabía que él iba a ser mi hombre y yo su mujer.
Vuelvo a ser arrebatada por la risa, por las desopilantes atrocidades de sus candorosos y bárbaros personajes, por sus tramas insólitas; vuelvo a quedar hipnotizada por esa cadencia, por esos ritmos que conseguía a fuerza de narrar en octosílabos, en endecasílabos, en alejandrinos, con esas mañas de juglar y aeda, con esa voz de embaucador que se ha embrujado a sí mismo con sus prestidigitaciones, que ha visto y ve diablejos y espejismos y los comparte como comparte y se prodiga todo artista que no puede evitar crear, que crea por desbordamiento, por la pura alegría de inventar, y que trabaja como el artesano más minucioso, por el puro gusto de las cosas bien hechas. Daniel, ahora, aparenta estar en silencio. Como buen conocedor de la retórica, él sabía que este es un recurso elocuente y que, como en la música, es esencial en el idioma. Yo pienso que el de Daniel es un silencio hiperbólico: el que se reconoce en el brillo de la ausencia. Es como esa luz encandilante del desierto: la estridencia de lo que no se escucha, el tremendo peso de lo que no está o que, con más precisión, aparenta no estar. El silencio de Daniel, ahora que se encuentra en los territorios de la otra vida, es catedralicio como su prosa de poeta barroco y amplificativo. Es duro como todos los silencios que le debemos a la muerte, pero es también provisional; dura hasta que se le lee y se le relee; entonces vuelven a alzarse ante los ojos esos universos exuberantes que exhiben la farsa y la hermosura del mundo, con todo el virtuosismo de una de las voces más originales y poderosas de nuestro idioma. *** Daniel Sada no creía en la muerte, ni en desentrañar los misterios. Más bien consideraba que entre los trabajos del poeta se encontraba, primordialmente, el de experimentarlos y preservarlos por medio de la escritura, para hacer vigente su poder y su fascinación cada que el lector prestara sus ojos y sus oídos a la experiencia. Habitante y desertor del desierto, se entregó a sus enigmas y nos los dio a su vez; y fueron sus desiertos tan exuberantes como herméticos, feroces de entrada pero festivos al cabo. Lo dijo Juan Villoro al despedirse de él: “En la arena, Sada creó un resistente espejismo. Fue fecundo donde no había nada. Llegó a un desierto y dejó un bosque”. Y lo dijo también Roberto Bolaño, mucho antes de morir él mismo: “Daniel Sada, sin duda, está escribiendo una de las obras más ambiciosas de nuestro español, parangonable únicamente con la obra de Lezama, aunque el barroco de Lezama, como sabemos, tiene la escenografía del trópico, que se presta bastante bien al
Una bagatela para Daniel Sada (1953-2011) José Emilio Pacheco
Daniel le gustaban los sonetos, Los versos en sus muchos recipientes. La prosa hecha de arroyos y torrentes Fue para él un arte sin secretos. Novelista del norte y sus desiertos, Los hizo florecer con su lenguaje. En ríos de arena levantó un paisaje De enigmas y prodigios siempre inciertos. Nunca se sabe la verdad, decía En la que fue tal vez su gran novela. El arte de narrar es la gran tela Que él pintó con historias y poesía. Será difícil ya no ver a Sada. Nos queda su obra inmensa iluminada. Noviembre de 2011 ejercicio barroco, y el barroco de Sada sucede en el desierto”. Rigor formal y sentido lúdico; perfeccionismo extremo en la forma e imaginación sin pudores ni reticencias: tales eran sus divisas. No por nada llamó a una de sus últimas y más crudas novelas El lenguaje del juego. Sabía, supo muy bien, que el juego puede ser trágico y sagrado, hacernos estallar en risotadas y también destruirnos sin miramientos. Como todo artista verdadero, se negó a transar, a hacer concesiones. Su propuesta fue radical y se entregó a ella hasta sus últimas consecuencias. Elena Poniatowska, al presentar Porque parece mentira la verdad nunca se sabe —la obra maestra de Daniel según Christopher Domínguez Michael— la calificó de completamente contestataria, tanto en la forma como en el fondo, y afirmó que su primera frase “ya es memorable como memorable es el inicio de El Quijote o el de Pedro Páramo: ‘Llegaron los cadáveres a las tres de la tarde’ ”. Esa inclemente historia de unos jóvenes a quienes un edil corrupto ordena asesinar, junto a otros manifestantes como ellos, y que son buscados por sus desolados padres por los páramos, no es una novela fácil: a la aspereza de la historia se añade una construcción que evoca a los escritores naturalistas del siglo XIX, junto con el virtuosismo del lenguaje que, antes y después, desplegó el escritor norteño a quien Harold Bloom incluyó en su canon, a quien The Washington Post compara con Joyce, Faulkner y Foster Wallace, a quien The New
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literatura FOTOS: PASCUAL BORZELLI IGLESIAS
RESEÑA
El Fondo de Cultura Económica ha reeditado el libro emblemático de Jordi García Bergua, la primera novela gótica, simbolista y modernista mexicana. Presentamos una lectura acuciosa que destaca las influencias de Maturin, Poe, Meyrink y Villiers de L’Isle Adam
NUESTRO ÁNGEL ERRANTE Adriana Díaz Enciso
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York Times incluye en la tríada indispensable de la literatura mexicana —con Rulfo y, sí, el chileno Bolaño— y en quien The Paris Review ve un Rabelais del siglo XXI. *** Por estos días me llega Presque jamais, la traducción al francés de Casi nunca, la novela con la que Daniel ganó el Premio Herralde en 2008. La versión es de Claude Fell, el traductor de Cortázar y de Octavio Paz. Fell había ya traducido Porque parece mentira… y la tituló L’Odysée Barbare. Casi nunca es Quasi mai en italiano. Carlo Alberto Montalto la tradujo al idioma de Petrarca y Dante, tan amados por Daniel, y sufrió con ella por el alto grado de dificultad que le significó; pero inmediatamente se declaró masoquista. Katherine Silver, quien no la tuvo más fácil al verterla al inglés, está ya aplicada en otros dos libros de Daniel. Cuánto me habría gustado que él disfrutara de todo esto. Como a cualquier artista, le complacía —y mucho— el reconocimiento, pero también recomendaba a sus alumnos “no mirar tanto a los lados”. Me consuela acordarme de su cuento más breve, tan breve que el epígrafe es más largo: “Pase lo que pase a todos” (¿Qué he ganado? Nada, sino aumentar instantes de ocio a los muchos que ya cuento en mi vida. Alfonso Reyes, El demonio de la biblioteca): “Quizá entienda en la otra vida, en ésta solo imagino”. *** Daniel Sada hizo sus apuestas, asumió sus riegos; “la vida puede ser un infierno, pero cada instante es un milagro”, solía decir. Yo tengo para mí que, a estas alturas, en la otra vida ya entendió todo lo que le importaba entender y que se está divirtiendo en grande, desde allá donde nos mira con burla y con ternura, como veía a sus personajes. Ojalá que nos pinte con todos nuestros colores y todos nuestros matices, y que nos narre en octosílabos, en endecasílabos y en alejandrinos; ojalá que, entendiendo en la otra vida, nos dé aliento para entender y, quizá, trascender esta realidad que, como a tantos creadores, le resultó tan insuficiente, absurda y canallesca como fascinante y susceptible de ser transfigurada por medio del arte y de la voluntad. “Hay que saber querer desear”, escribe Daniel en El lenguaje del juego. Y de esta historia tan dura como celebratoria extraigo, escanciándolos, estos versos que él emitiera en prosa:
Pues ¡ÓRALE! No temas ve y suelta lo que vives. Hazlo como se debe: logra tal adelanto mientras vas caminando Aquí estamos, Daniel. Pese a pese, seguimos caminando. L
oda obra póstuma abre una interrogante sobre la vida trunca del autor. Más si éste es joven, y su muerte trágica. Quien arroja al mundo un destello de genialidad antes de asestar la bofetada de abandonarlo apunta a un perturbador laberinto en el que se entrelazan vida, creación y muerte. En su prólogo a Karpus Minthej, novela de Jordi García Bergua recién reeditada por el Fondo de Cultura Económica, Christopher Domínguez Michael admite que un autor semejante “no es una sombra fácil de exorcizar”. Inevitablemente, el lector se acercará al libro sabiendo que Jordi se quitó la vida a los 23 años. La novela (cuya publicación en 1981 la volvió tan mítica como marginal) abunda en oscuridad, alumbrada por vados de prosa radiante que son, además de genio y oficio, espejo pulido de un alma que dejó el mundo demasiado pronto como para aprender el artificio de la literatura astuta, la que juega seguro, separada del yo más esencial. Al leer Karpus Minthej, hechizados por la belleza de las imágenes y la tortuosa desdicha de su protagonista homónimo, vislumbramos en Karpus al alter ego de su autor. Pero si somos buenos lectores, no permitiremos que esta identificación empobrezca nuestra experiencia; aceptaremos la invitación de García Bergua a adentrarnos en un mundo alterno, sin eludir la sombra que sobre él arroja su tragedia, pero dejando de lado un estéril afán por empatar vida y obra. La literatura es la esencia de ese mundo aparte. Su referencia más deliberada es la figura del narrador: Joseph K. Maturin, bisnieto del autor de Melmoth el errabundo, obra emblemática de la literatura gótica, quien sigue el drama de Karpus con una mezcla de admiración superlativa y compasión no disímil a las que Melmoth mismo despertara en los lectores decimonónicos. Su Jospeh K., el héroe sin identidad kafkiano, se desdobla en múltiples reflejos del mismo Karpus. Más allá, la narración no se entretiene en un catálogo de referentes, sino que es una genuina asimilación de lecturas que habrán constituido para García Bergua el marco estético y filosófico desde el que afrontaba el problema de la existencia. La estética es europea, simbolista y decadente, tierras fronterizas del gótico. Una Venecia hedonista y corrupta, y una Grecia salvaje a la que, emulando a Byron, se va para perderse, son donde inicia su Oriente, en contrapunto con una Inglaterra poblada de solitarios desesperados que solo saben comulgar con el paisaje que los refleja. García Bergua no conoció los paisajes que retrata, pero no importa si sus detalladas descripciones son o no objetivamente exactas: son literariamente verdaderas; es decir, una verdad de la imaginación, cuya construcción es finalmente el objetivo de la literatura. Venecia cayéndose lánguida a pedazos, mares y bosques asolados por elementos indomables, jardines emborronados por la lluvia vistos tras los ventanales de palacetes decadentes, son joyas de una prosa esmerada y devota que había alcanzado un alto grado de madurez. La obra de García Bergua encarna un espíritu literario y una particular mirada sobre el mundo que era, también, la suya, nutrida indudablemente por sus lecturas pero legítima; si no corresponde a su tiempo ni a su espacio es lo de menos. Las imágenes de arrebatada belleza con que nos deslumbra son clara prueba de su ciudadanía. En su prosa habla Baudelaire, Karpus–Melmoth en efecto vaga, anhelando, destruyendo; Meyrink arroja una luz oblicua, Villiers
de L'Isle Adam hechiza y corrompe, Poe maldice y oscurece y, junto a Hope Hodgson, reina entre el mar colérico y barcos malditos. Dorian Gray asoma en los amantes que se reencuentran envejecidos por la espera y la degradación de Karpus en su búsqueda de la libertad, y en las fantasías de ninfas y paraísos evanescentes entrevemos a Mérimée y vivas imágenes visuales herederas de Moreau. De esta estética parte la indagación filosófica del héroe romántico por excelencia —aristócrata, tuberculoso, atormentado por la imposibilidad del amor, que descubre la atroz constatación de su libertad en la capacidad de matar—. La contradicción entre razón y emociones, los paliativos de la poesía y el amor para la herida incurable de la soledad y el miedo ante la muerte trazan el camino de desasida destrucción de Karpus, quien busca, bajo el faro schopenhaueriano, construir una ética y coherencia propias. Semejante coherencia es elusiva, y García Bergua juega hábilmente con el lector en un abanico de meta–lecturas y contradicciones; no bien concluyen los personajes una disquisición filosófica casi convincente, cuando ya la están refutando desde una distancia irónica. Una vez reconocida la futilidad de la poesía y el amor ante la muerte, a Karpus no le queda en su angustiosa búsqueda de la libertad sino una maltrecha razón que lo empuja a una huida constante: abandona a quien ama; asesina y traiciona, en una superposición de imágenes esplendorosas o pesadillescas anudadas con escenas de un absurdo sublime que condensan en su veracidad, oscuro humor e incongruencia, toda la angustia de un espíritu desesperado y sin puerto. Si bien la inexperiencia de una primera novela asoma por momentos en frases grandilocuentes o ingenuas, Karpus Minthej, pulida y deslumbrante, es la obra de un autor depurado que le dio a México una primera novela gótica, simbolista y modernista. Ésta culmina en el primer final, cuando Karpus abandona de nuevo a la amada eterna para huir de la justicia. Le siguen varios apéndices, los primeros aún insertos en la tradición gótica: la desaparición del Karpus errabundo, al que se llega a ver en un teatro o una estación de tren solo para desaparecer de nuevo, lejos del alcance de la justicia —obsesión crepuscular que marca la vida y muerte de su biógrafo—. Sin embargo, en el último apéndice García Bergua da un salto genial desde los estilos y estéticas extemporáneos para situarse en su propio tiempo, Karpus convertido en un K marginal, reducido en camisa de fuerza en un hospital donde los protagonistas son otros, las coincidencias de nombres un juego de espejos. Ahí se llevan a cabo experimentos innombrables y sórdidas pasiones, el abandono al vacío de los personajes soportable gracias a los encajes desvaídos de una turbia belleza que recuerda la siniestra maestría de Farabeuf. Estas últimas páginas, perversas y desoladas, son perfectas. Los posibles destinos de Karpus y la obsesión romántica por el héroe maldito se transforman en su destino sesgado, un loco maltrecho en un hospital entre el vacío de otros amantes degradados. No alcanzamos a hacer justicia en este espacio a los poemas de García Bergua recopilados al final de Karpus Minthej; baste con decir que celebramos su publicación junto a la reedición de una novela que merece ser mítica, por el éxito con que inserta en las letras mexicanas tradiciones no exploradas hasta entonces, pero no ya marginal. L
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Rogelio Cuéllar
Enemigo de la pose En El rostro de las letras, una selección de 155 imágenes de escritores latinoamericanos, el fotógrafo logra “captar esa epifanía que viene con la gran literatura”, más de cuarenta años de un trabajo tenaz y orgullosamente autodidacta Laura Cortés
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irar más allá de lo aparente. Descubrir el alma de los seres y eternizarla en una imagen. La fotografía deja de pertenecer a su autor y se vuelve parte de la memoria colectiva. Eso ha logrado Rogelio Cuéllar (Ciudad de México, 1950) durante ya casi cinco décadas. Ante su lente de 50 milímetros han desfilado escritores, poetas, filósofos, dramaturgos, pintores y escultores de México y Latinoamérica, a quienes ha robado el alma para luego revelarla públicamente. Una selección de 155 retratos conforma El rostro de las letras, publicado conjuntamente por Conaculta y La Cabra ediciones. “Siempre voy tras la mirada. Busco el espíritu a través de la mirada”, ha reiterado Cuéllar cuando se le pregunta sobre el proceso de factura de sus retratos. “Me interesa la mirada y es la máxima exigencia, pues revela lo que es una persona”. Bajo esa premisa construyó uno de sus retratos más elocuentes: el de Adolfo Bioy Casares, realizado en 1991 en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México: el escritor argentino apresado en un instante inmenso. Cuando se advierte su mirada diáfana dirigida al cielo, el espectador comprende que la solución del fotógrafo fue afortunada. Y así como en esta imagen, luego del hallazgo no queda más que la exposición. Eso es todo: mostrar a José Emilio Pacheco como el experimentado capitán de un barco que navega en un mar de libros; a Gabriel García Márquez, sereno y poderoso a la entrada de su casa en El Pedregal; a Julio Cortázar desafiando con su enormidad a un árbol laberíntico; a José Revueltas confiado de que una pluma puede ser el arma más letal; a Rosario Castellanos retadora frente a su destino. En un buen número de imágenes, Cuéllar define el ambiente a través de una serie de elementos que delatan la personalidad y el quehacer artístico de sus retratados. Los aprehende en sus bibliotecas, junto a torres de libros, cerca de sus máquinas de escribir, entre revistas, manuscritos o simples papeles. En otras fotografías, los “rostros de las letras” aparecen en un entorno natural: parques, bosques, cerca de árboles o incorporándose a la naturaleza, como es el caso del retrato en el que Natalia Toledo parece querer convertirse en una rama más de un frondoso árbol. Más allá del ámbito, los retratos realizados por Cuéllar tienen algo de depredador. En ellos se cumple lo que genialmente sentenciara Susan Sontag al reflexionar sobre el retrato: “fotografiar personas es violarlas, pues se las ve como jamás se ven a sí mismas, se las conoce como nunca pueden conocerse; transforma a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente”. Y, en efecto, los espectadores logran poseer aquellos rostros recreados a través de la particular gramática de la imagen concebida por el fotógrafo. Hay también en estas imágenes un cierto enamoramiento. Así lo considera Laura González Flores, académica del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y autora del prólogo de El rostro de las letras, quien señala que en los retratos de Cuéllar habita “esa sensibilidad que se enamora de la imagen del otro y que busca revelarla”. Argumenta lo anterior echando mano de una cita de Gilles Deleuze: “Enamorarse es individualizar a alguien por los signos que lleva y emite. […] Amar es buscar, explicar, revelar estos mundos desconocidos que quedan envueltos en la persona amada”. González Flores describe algunos de esos signos: “Si Salvador Elizondo tenía el paquete entero de Delicados junto a la máquina de escribir, Julio Cortázar, José Revueltas, Antonio Alatorre y Jaime Sabines se muestran a sí mismos fumando: más que la de escribir, en estas imágenes la acción que retrata el carácter del escritor es la de fumar-como pensar”. El rostro de las letras está dividido en tres apartados: “Centenarios latinoamericanos”, que incluye a los autores nacidos en 1914; “Homenajes”, que agrupa a los fallecidos en 2014, y “Retratos”, conformado por los nacidos entre 1897 y 1979. De acuerdo con Laura González, en las fotografías de las dos primeras secciones, en las que aparecen figuras como Octavio Paz, Efraín Huerta, Gabriel García Márquez o Juan Gelman, Rogelio Cuéllar elimina las reglas del retrato como reconocimiento o identificación para crear imágenes que “convocan la fuerza de la presencia”. Se trata,
Fernando del Paso, Ciudad de México, 2011
efectivamente, de personalidades inmensas “cuyo valor se asocia con la transgresión implícita en la profundidad y la complejidad del sentido”. El mérito de la obra de Rogelio Cuéllar es, según la crítica de fotografía, que a pesar de que las palabras no pueden ser retratadas, el creador ha conseguido “captar esa epifanía que viene con la gran literatura”.
LITERATURA REVELADA A Rogelio Cuéllar el amor por la imagen le nació viendo cine mexicano durante su niñez en la colonia Portales de la Ciudad de México. Más tarde, a los 17 años, se inició como fotógrafo autodidacta con una cámara Kodak. El primer retrato que hizo
de un escritor fue el de Ricardo Garibay a finales de los años sesenta. Conoció al autor de Beber un cáliz mientras trabajaba cubriendo conferencias para el departamento de Difusión Cultural de la UNAM. Garibay pidió a Cuéllar que lo retratara para uno de sus libros: “No tengo dinero para pagarle, le invito una torta y un café”, le dijo. El fotógrafo aceptó y esas serían las primeras de las muchas imágenes que luego haría del polémico narrador. Para El rostro de las letras, el creador eligió un retrato de Garibay realizado en 1983 en Cuernavaca, Morelos. En la imagen se advierte a un soberbio escritor que no se amedrentaba ante nadie, sentado plácidamente en una banca. Cuéllar tenía 19 años cuando retrató a Juan Rulfo.
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de portada FOTOS: ROGELIO CUÉLLAR
José de la Colina, Ciudad de México, 1981
Augusto Monterroso, Ciudad de México, 1971
Nicanor Parra, Guadalajara, 1991
La imagen, incluida en el libro, fechada en 1969, da cuenta de aquel encuentro con el novelista. El fotógrafo ha relatado la anécdota en diversas ocasiones. Quería retratar a algunos autores del Centro Mexicano de Escritores y le recomendaron que empezara con los tutores de la institución. Así lo hizo. Inició nada menos que con Rulfo. “Llegué a las cuatro de la tarde al Centro Mexicano de Escritores. Tímido él, tímido yo, fue un diálogo de silencios. El puro espíritu de Juan Rulfo. Los silencios y los murmullos. Durante la sesión de fotos no hubo diálogo, solo silencios infi nitos”, ha evocado Cuéllar sobre una imagen imprescindible que habita ya en la memoria colectiva de los mexicanos. A Carlos Monsiváis lo retrató por primera vez también en 1969. Por supuesto, a esa imagen le siguieron una numerosa serie de fotografías. A partir de esa fecha las coincidencias entre los dos creadores serían frecuentes. Sobre el fotógrafo, el autor de Días
Salvador Elizondo, Ciudad de México, 1978
de guardar escribió a propósito de una exposición: “Fíjense en el Cuéllar retratista que espía y acecha temeroso de la rigidez, de las innumerables mentiras de una pose, de los artificios de la conciencia del sujeto frente al objeto que perpetuará sus gestos, máscaras y maquinaciones”. Lo definió con precisión: Cuéllar ha sabido ir más allá de las falacias de las poses fotográficas y revelar la esencia de sus retratados. Hay una contundente razón por la que escogió a sus personajes: “Definí trabajar con creadores porque necesito trabajar con las personas en las cuales creo”. Así, cada imagen construida por Cuéllar da prueba de su fe y es una exhibición de las realidades contempladas por un testigo privilegiado del acontecer cultural, en particular de Latinoamérica. Como bien ha escrito la crítica Laura González, su legado es inconmensurable: “Cuando la separación impere, el tiempo pase y la memoria palidezca, quedarán sus fotografías”. L
Carlos Pellicer, Ciudad de México, 1973
08 b sábado 3 de enero de 2015
MILENIO
en librerías
Al cine con Carlos Fuentes
ROGELIO CUÉLLAR, CIUDAD DE MÉXICO, 1994 (DETALLE)
RESEÑA Víctor Núñez Jaime
C
arlos Fuentes estuvo a punto de nacer en una sala cinematográfica. El 11 de noviembre de 1928, sus padres estaban en el cine Belisario J. Porras de Panamá viendo La bohéme cuando los dolores de parto sorprendieron a su madre. La señora logró llegar al hospital para dar a luz pero aquel acontecimiento pareció marcar la vida del recién nacido que, además de la literatura, tendría una fijación por la gran pantalla. Era un niño en edad preescolar cuando su padre comenzó a llevarlo dos veces por semana a ver una película. Era un adolescente cuando se empeñó en comprender las técnicas cinematográficas y la interpretación de los grandes actores y actrices. Era una joven promesa de las letras cuando comenzó a codearse con gente de la industria y, poco después, a escribir guiones, solo o en colaboración con gente como Gabriel García Márquez. De todo esto se habla en Pantallas de plata, publicado por Alfaguara. Se trata del tercer libro póstumo del escritor que tuvo como primera esposa a una actriz (Rita Macedo), en donde se ocupa de los espacios físicos en los que se proyectan las películas, del ritual muchas veces glamoroso de ir a una función en palacios destinados al séptimo arte o de lo acogedor y aleccionador que resultaba asistir a un cineclub universitario o a los cines de barrio; de las extraordinarias y exageradas actrices de los años veinte (“el cine mudo no era solo tragedia y sensualidad: era risa”); de los galanes que daban verdaderas clases de seducción “como para tomar nota”; de los directores que amoldan con paciencia cada una de sus obras; y de su canon cinematográfico, con reseñas y críticas incluidas. En su vida nómada y cosmopolita, Carlos Fuentes tuvo la oportunidad de ver películas en varios países, de formar parte del jurado de festivales tan importantes como el de Cannes, de intimar con reconocidos directores, actores y actrices de
Sabía apreciar las buenas películas y las buenas interpretaciones para contagiar a los lectores su pasión desenfrenada por el cine
talla internacional. Un día, por ejemplo, lo invitaron a la casa neoyorkina de Joan Crawford. “La actriz frisaba el medio siglo y era, en efecto, baja de estatura y ancha de hombros. El rostro no me extrañó. Lo conocía por las películas pero no me esperaba una línea facial tan dura y tan insegura, como si la necesidad de cierta frialdad profesional fuera el requisito para disfrazar una profunda herida social”, cuenta. Pero, sin duda, de entre todas las luminarias del celuloide, Bette Davis era su favorita. Ya lo había dejado claro antes de este libro. En Viendo visiones escribió: “Bette Davis es dueña de la más asombrosa manera de estar en sus películas. Ninguna como ella sabe ver y ser vista por la cámara de esta manera. No hay apartes, no hay Meninas, ciertamente. Lo que hay es un estilo de dirigirse a ti y a mí a través de la mirada. Un estilo de moverse y mirar y sentir, de tal suerte que nosotros nos convertimos en la cámara, como respuesta a la presencia de la actriz”. Y ahora, en Pantallas de plata, recuerda una frase icónica de la diva: “ ‘Quisiera besarte, pero acabo de lavarme el pelo’. Una frase que podría extenderse a su vida personal y
a la sucesión de maridos pasajeros”, afirma. En esta obra hay espacio, cómo no, para la cinematográfica etapa mexicana de Luis Buñuel y la amistad del escritor con este director, oxigenada por varios buñuelonis (un coctel de ginebra, cárpano y martini dulce). Analiza los temas y los personajes de sus películas (“Buñuel: la religión y el cine”), así como sus bandas sonoras. Pero siempre sobresale el amigo que recordó antes, también, en un perfil incluido en su libro Personas: “a veces íbamos juntos al cine. [Buñuel] Admiraba la libertad creativa de la Roma de Fellini, y le conmovía moralmente Paths of Glory de Kubrick. Fuimos a ver —Cristo obliga— Rey de Reyes de Nicholas Ray con Jeffrey Hunter y fuimos corridos —ya nos íbamos— del cine cuando el Demonio tienta a Jesús con una visión de domos dorados y brillantes cúpulas en el desierto. Con voz muy alta, Buñuel exclamó: ¡Le ha ofrecido Disneylandia!”. Hay en Pantallas de plata la que podría ser
su última opinión sobre el cine del México contemporáneo: “después de estos años de gloria y miseria, de arte e idiotez, el cine mexicano, dominado por viejos que negaban la entrada a los jóvenes, rejuveneció al cabo gracias a Juan Ibáñez, Arturo Ripstein, Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro, Rodrigo García y Carlos Reygadas”. Visto lo visto, Fuentes tuvo más éxito como cinéfilo que como escritor de cine pues, salvo El gallo de oro y Los caifanes, sus demás guiones y adaptaciones no fueron aclamados ni por la crítica ni por el público; tampoco La cabeza de la hidra o Gringo viejo, dos de sus novelas llevadas a la pantalla grande por Paul Leduc y Luis Puenzo, respectivamente. En cambio, sabía apreciar las buenas películas y las buenas interpretaciones para contagiar a los lectores su pasión desenfrenada por el cine que no descuidó ni siquiera un día antes de morir cuando, junto a su esposa Silvia Lemus, vio una película que compró en Buenos Aires, aprovechando el viaje a la reciente Feria del Libro. Era un filme en blanco y negro que contaba la historia del dueño de un almacén que intenta enriquecerse especulando con la escasez generada por la Segunda Guerra Mundial. Se llama La guerra la gano yo. L
RESEÑA
A la sombra de una narrativa violenta Atzaed Arreola
L
a voz de Josefina Estrada está llena de muerte; no eriza la piel de temor sino que tuerce las emociones ante el suplicio de la cotidianidad. Su eco maraquea con ironía desde Domingo es un buen día para morir (1983), su primer libro de cuentos, en el que ya puede apreciarse la fidelidad a una realidad que se consume a sí misma. Ediciones Cal y Arena acaba de publicarle Piel bandida, una especie de réquiem con nueve relatos, que intentaré detallar en siete puntos. 1) El ritmo periodístico ha significado la escritura de Josefina Estrada. El corte realista de sus cuentos viene de ejercitar la crónica con afición maniaca. Su voz está influida por la pluma de Ricardo Garibay, quien fue también cronista insaciable, una figura importante para ella en su época de estudiante; del mismo modo, de la resonancia de lecturas: “yo aspiraba a buscar personajes para hacerlos libros. En ese sentido
fue fundamental el libro A sangre fría de Truman Capote. Yo quedé impactada cuando lo leí”. 2) “Señora, custodia de asesinos y malvivientes, te ruego que lo protejas”. El primer cuento arranca con esta frase, que además es el que presta su título para unificar al libro. En estas palabras se centra el tono de venganza que se percibe en toda la obra. Lo interesante es que será un descubrimiento constante. Es un libro que recuerda otras sonatas de autores mexicanos. En violencia y en escalofrío hace un símil con los de Armando Ramírez. En erotismo, seduce como los de Alberto Ruy Sánchez. La autora hace una fusión sonora en sus cuentos: del deseo, de la belleza y de la maldad que excita a la vista. Su estilo se nutre acorde al escándalo de las sociedades corrompidas por sus instintos. 3) Literatura que no va en busca de lo nuevo, que se esfuerza en componer con base en hechos realistas que, aún hoy, se presentan como tabúes en esta sociedad de doble moral. Los personajes que recrea están cargados de crueldad y al mismo tiempo aspiran a una felicidad que no conocen, que se les ha negado. Como amazonas, violentan para volverse indispensables. 4) Haber impartido talleres en las cárceles nutrió
el espectro de su acústica: lésbica–erótica–de alma solitaria–violenta. Las mujeres presas le otorgaron un obsequio —vida cruda— y ella les mostró que podían ser libres escribiendo. ¿Y fueron libres? No es indispensable saberlo. Inevitablemente, como todo(a) escritor(a), Josefina Estrada se apropió de ese mundo, lo hizo suyo para sacar provecho en tinta y hacernos vivir universos más desnudos. 5) No hay alturas que alcancen a estos cuentos, porque quizás estén ya en otros cielos. “Padre mío” y “Michugo” son historias que tañen temas que otros autores se sonrojarían apenas imaginarlos: deseos de matar a una niña y abuso infantil. 6) La narrativa dulce mata a los antagonistas de estos textos, infractores de oficio de la vida, sin el perdón para ascender a la gloria. Rezos, cartas, recuerdos, componen el cuerpo de los relatos; sin pretensiones formales, son piezas musicales ordenadamente escritas. 7) El lector puede sentir escalofríos al ver retratada alguna de sus manías en las páginas de Piel bandida, pero el primer acorde se quedará para apreciar las nueve piezas, en las que suena la frescura de la violencia, del erotismo y de la muerte. L
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LABERINTO
en librerías El tedio de Hermógenes
Jacobo reloaded
Fernando Solana Olivares Rayuela México, 2014 156 pp.
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ublicada por vez primera hace diez años bajo el título de Oaxaca, crónicas sonámbulas, esta novela de Solana Olivares juega con los géneros: tiene algo de ensayo literario, un poco de poesía, algo de crónica histórica y, por supuesto, mucha narrativa. El relato gira en torno de las aventuras y desventuras de un puñado de personajes liderados por el tal Hermógenes del título, cuyas miradas reconstruyen el ambiente de Oaxaca en tono lúdico y lúcido porque en sus calles, plazoletas y portales aparecen de vez en vez criaturas singulares como Zaratustra o Bouvard y Pécuchet.
Las esposas de Los Álamos
Mario Bellatin Sexto piso México, 2014 216 pp.
S
obre esta novela ilustrada por Szu Szkurka, los editores refieren: “Al recorrer la estructura de este libro el espectador se sumerge en algo como un estado de oración semejante al que experimenta el narrador, quien pasó casi treinta horas en una celda acompañado de su tasbih —objeto similar a un rosario—, invocando los noventa y nueve nombres de Dios. El detonante es una imagen: un grupo de ovejas pastando en un roquedal”. Tal aseveración procede de la posible transformación espiritual del autor desde su ingreso a la orden sufí, transformación que denota en estas páginas.
uentan que Albert Einstein y su amigo Léo Szilárd le enviaron una misiva crucial al presidente Roosevelt: si los científicos trabajaban juntos, era posible fabricar una bomba poderosa. Cuando el gobierno estadunidense dio luz verde a ese proyecto, se erigió una nueva ciudad, una que no aparecería en ningún mapa, donde los genios vivirían y trabajarían a sus anchas. Esta reconstrucción histórica recurre a las voces narrativas de las otras protagonistas de la historia: las esposas de los hombres de ciencia cuyo invento bélico cambió el rumbo definitivo del planeta.
Lenguaje en libertad
Sandra Frid Planeta México, 2014 263 pp.
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o otra que Manuelita Mota es la voz que alienta y construye esta novela, una más de esa familia numerosa que ha dado en calificarse de “histórica”. De quién se trata: de la esposa de Alfonso Reyes, la segunda de veinte hermanos, alumna desertora de la Facultad de Química, solícita y amorosa. Más que el centro de sus palabras, es el lente a través del cual la figura de Alfonso Reyes —la del escritor, sobre todo, no la del hombre en la intimidad— va ocupando todo el espacio de la novela. Hay que juzgarla pues como una biógrafa privilegiada y no como un personaje con luz propia.
Juan José Tablada: su haikú y su japonismo
El Colegio Nacional México, 2014 467 pp.
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ás de treinta creadores artísticos, historiadores, filósofos y pensadores se dan cita en este volumen con el cual El Colegio Nacional celebra a Octavio Paz. La compilación corrió a cargo de Eduardo Mejía y María José Mejía. Es sobria y declaradamente institucional, tanto que los autores comparecen en riguroso orden alfabético. Abre Antonio Alatorre y cierra Gabriel Zaid, luego de un preámbulo a cargo de Jorge Cuesta y cinco poemas-tributo. Vale la pena observar la facilidad con que la obra de Paz encendió la pasión crítica de sus contemporáneos: fue un acicate y también un surtidor de ideas.
El viajero, la torre y la larva
Seiko Ota Fondo de Cultura Económica México, 2014 215 pp.
E
stamos ante el primer análisis monográfico del haikú en la obra del poeta modernista Juan José Tablada, en cuya escritura el japonismo fue uno de los ejes principales. De hecho, las lecturas de Tablada despertaron en Octavio Paz el interés por la forma poética rigurosa, profunda en contenido que caracteriza a los haikú, un género o una escuela que, a decir de Seiko Ota, autora del presente ensayo, no ha sido estudiado con rigor. Por cierto, entre la academia y sus estudios sobre Tablada, Ota ha traducido a Yosua Buson, uno de los estilistas preferidos del Nobel mexicano.
Ni vivos ni muertos
Alberto Manguel Fondo de Cultura Económica México, 2014 129 pp.
E
l lector como viajero, en su torre de marfil o como inventor de la realidad son los motivos a los cuales Manguel dedica este libro cuya mayor virtud es la naturalidad con la cual traduce la erudición en amor por los libros. La Divina Comedia, Hamlet, Petrarca, Flaubert o Cees Nooteboom sirven por igual a la empresa de trazar el retrato del lector y sus transfiguraciones al paso del tiempo. Priva la sospecha de que el mundo habita en los libros y de que el acto de leer puede compararse al peregrinaje por la vida, o, mejor, que es la gran justificación de nuestros trabajos y nuestros días.
AMBOS MUNDOS ESPECIAL
Reina de Reyes
Tarashea Nesbit Turner España, 2014 291 pp.
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2014
Federico Mastrogiovanni Grijalbo México, 2014 215 pp.
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el autor de esta investigación periodística es justo decir que tiene una carrera como especialista en movimientos sociales, migración y violaciones a los derechos humanos. Ni vivos ni muertos se ocupa de esa abominación que es la desaparición forzada en México. Está hecho de testimonios y no duda al afi rmar que las desapariciones forzadas obedecen a una estrategia de terror que prospera en la llamada Cuenca de Burgos, rica en shale gas y shale oil. No se trata pues de unos cuantos casos sino de un Leviatán que saca fuerzas de la complicidad entre autoridades, criminales y fuerzas policiacas.
Santiago Gamboa Facebook: Santiago Gamboa–círculo de lectores
T
al como lo veo, este año que termina fue uno de los más intensos del ya muy entrado siglo XXI. La razón es que hubo grandes noticias en todos los frentes clave de la vida, tanto en Europa como en América Latina. Si nos fijamos en lo político hay para dar y convidar, y para todos los gustos. Por Europa el conflicto de Ucrania mostró que la paz es siempre frágil, y el mundo se echó a temblar con los degollamientos del Califato Islámico en Siria e Irak, en el que hay un 15% de combatientes europeos. Desde África el ébola puso a la medicina contra las cuerdas, y el desaparecido avión de Malasia Airlines desafió todas las leyes de la razón. En Colombia tuvimos unas elecciones de infarto en las que se opusieron muchas cosas: la guerra contra la paz, Santos contra Uribe, el pasado versus el futuro. Ganó la paz y ganó el futuro, aunque claro, aún nada está realmente ganado, y el país quedó hecho trizas, separado en dos mitades que se odiaron, casi diría que a muerte, un tajo sangrante que separó familiares y destruyó amistades, que acabó con amores y llevó a la esquizofrenia al país. Para reconciliarlo tuvo que llegar un joven de 23 años “limpio de corazón”, al decir de Balzac, con una sonrisa fresca y cargada de futuro: James Rodríguez. La hazaña más grande de James no fue el soberbio gol a Uruguay. Fue lograr que los mismos colombianos que unos días antes se odiaban, volvieran a abrazarse. Poco antes se fue otro gran colombiano que, entre tantas cosas, hermanó para siempre a México y a Colombia: Gabriel García Márquez. Fue el 17 de abril. México lo despidió en el Palacio de Bellas Artes y Colombia, de un modo algo desangelado y frío, en la catedral de Bogotá. García Márquez nos dejó un legado literario y periodístico sobre el cual reflexionar por el resto de la vida. Uno de mis dos viajes a México de este año (llevo 38 en total) fue precisamente para eso: hablar del legado de García Márquez desde el periodismo narrativo en El Colegio de México. Llegaron también muy buenos libros. En España Javier Marías, Muñoz Molina y Vila–Matas publicaron obras excelentes. ¡Y Goytisolo obtuvo por fin el Cervantes! Mi otro viaje a tierras mexicanas fue a Oaxaca, en noviembre, invitado por la editorial Almadía, que reeditó mi novela Perder es cuestión de método en su colección Negra. Pero esos días fueron aciagos por otro hecho político y criminal, que dejó una huella indeleble en toda América Latina y puede que en el mundo: el asesinato de los normalistas de Ayotzinapa. Asesinato, por lo demás, gratuito. ¿Qué batalla ganaron haciéndolo? Ninguna. Todos perdieron, como suele pasar en las guerras inútiles y tontas. Acabando el año fue de nuevo América Latina la noticia, esta vez por Cuba. ¡Al fi n en Washington hay alguien razonable! Interesante sin duda la participación en todo aquello del papa argentino; ¿asistimos al inicio de una nueva era? Quisiera creerlo y desearlo a mis generosos lectores mexicanos de Laberinto, con un próspero 2015. L
10 b sábado 3 de enero de 2015
MILENIO
cine ESPECIAL
comenzar a deshilvanar el ovillo de la historia y debe capturar la esencia de la historia, resumir nuestro punto de vista y atrapar, de un solo empujón, la atención del espectador. El taller me dio bases utilísimas para trabajar la adaptación. En ese sentido, una vez que encontré la escena inicial, el trabajo estructural obedeció a esa guía y fluyó con más facilidad. Usted ha declarado que esta es una de las novelas más visuales de García Márquez. ¿A qué se refiere? En Del amor y otros demonios sobresalen las imágenes y los diálogos. Cuando la leí por primera vez en 1994, sentí que veía una película. De hecho, cuando se lo comenté a García Márquez me confesó que era la única novela que había escrito pensando en un guión cinematográfico. La mayoría de las adaptaciones de libros de García Márquez enfrentan problemas a la hora de recrear sus atmósferas. ¿Cómo asumió este proceso? Creo que la atmósfera de Del amor y otros demonios contiene una dualidad, subjetiva y externa a la vez. Nace, por un lado, del universo subjetivo de Sierva María y de Cayetano, de cada uno de los personajes, y a la vez se desprende de manera indisoluble de la ciudad, del contexto geográfico y físico. La película captura de alguna forma las texturas, los colores y la temperatura de Cartagena. Lo primero que hice cuando empezamos el proyecto fue visitar la ciudad y se me quedó grabada en la piel. Siempre he pensado que la atmósfera de una película es la suma de un trabajo colectivo.
Eliza Triana interpreta a Sierva María
Hilda Hidalgo
“La atmósfera es la suma de un trabajo colectivo” Del amor y otros demonios es la novela más visual de García Márquez. No obstante, llevarla al cine plantea innumerables retos ENTREVISTA Carlos Jordán
C
uando la costarricense Hilda Hidalgo leyó Del amor y otros demonios descubrió que era la novela más cinematográfica de Gabriel García Márquez. Tiempo después el Nobel colombiano le instó a que realizara la versión cinematográfica de su libro. El resultado es la cinta homónima que recrea la historia de amor entre la joven Sierva María y Cayetano, un hombre mayor, que se proyecta en la Cineteca Nacional.
Usted tomó un taller con García Márquez. ¿De qué le sirvió a la hora de hacer una versión cinematográfica de Del amor y otros demonios? En el taller “Cómo contar un cuento” nos centrábamos en armar y desarmar cuentos para entrenarnos en cuál es la mejor forma de contarlos. Recuerdo por ejemplo el énfasis importantísimo que García Márquez daba a la escena inicial (no importa si se trata de un libro o una película). Esa escena inicial es, por así decirlo, el sitio por el cual uno decide
Maneja una idea de amor cándido, por no decir inocente. En el libro funciona bien, ¿pero cómo transmitirlo en el cine y no quedarse en la cursilería? Lo que más me conmovió de la novela fue justamente esa historia de amor entre una niña y un adulto. Me cautivó porque demuestra que el amor y la pasión no tienen limitaciones. Me obsesioné en entender cómo nació la pasión entre Sierva María y Cayetano. Quería contar cómo en el proceso se reflejaban el uno en el otro y se conocían más a sí mismos a través del otro. Una de las razones más poderosas del amor es conocerse a sí mismo. La película se centra en el punto de vista de Sierva María: elimina elementos de la novela como la presencia de sus padres. ¿Por qué? Tan pronto me enfrenté a la posibilidad de adaptar la novela, quise saber de dónde nació mi atracción, por qué me había cautivado. Me di cuenta de que había sido ella, la niña, quien me había intrigado y conmovido. Decidí centrarme en ella y en su historia de amor y eso determinó muchas tramas secundarias. ¿Cómo conservó la sensualidad de la prosa de García Márquez a la hora de adaptarla al cine? La sensualidad emana de las acciones de los personajes y de sus circunstancias. Ella es una niña criada a la libre, que duerme en hamaca y quiere saber a qué saben los besos. Él es un cura joven y atractivo, que quiere cuestionárselo todo, que quiere entenderlo todo. Juntos en una celda, encerrados de manera inevitable, irremediable: una pócima perfecta de sensualidad. L
HOMBRE DE CELULOIDE :
ESPECIAL
Todos los sueños del mundo Fernando Zamora @fernandovzamora
H
ace algunos años un crítico escribió que la última historia de amor era Lolita . Yo lo creo. Tal vez por eso me ha gustado tanto Avant l’hiver que es, en muchos sentidos, una reinvención de la famosa novela de Nabokov. Estoy convencido de que contar la trama de una película es un acto de mal gusto que todo libro de modales debiera reprobar. No ahondaré demasiado en la relación de Lolita, pero para interpretar esta historia de amor es necesario decir dos o tres cosas: que Paul es un exitoso neurocirujano que vive en Luxemburgo, que a pesar de que es muy rico su vida es el trabajo, que está felizmente casado con una mujer muy aburrida, que tiene a un hijo que a los treinta años es billonario y que un día en que comienza a sentirse ya viejo se encuentra con una hermosa muchachita marroquí en un café. Si en México un profesionista de éxito se diera cuenta que su hijo está comprando yates pensaría que se volvió narcotraficante. En Luxemburgo (donde sucede Avant l’hiver) ser corredor de bolsa produce tanto dinero como aquí el narco. Sin embargo, es legal, pero Paul sabe que hacen falta tan pocos escrúpulos para ser líder de un cártel como para ser banquero en el oeste de Europa. Con estos personajes, Claudel no solo da un giro inquietante a aquella última gran historia de amor: Lolita . Hace además una lectura simbólica del estado del mundo actual. Porque efectivamente el millonario trabajador, el profesionista exitoso, el neurocirujano que se da tiempo para escuchar las razones
Avant l’hiver (Antes del invierno). Dirección: Philippe Claudel. Guión: Philippe Claudel. Fotografía: Denis Lenoir. Con Daniel Auteuil, Kristin Scott Thomas, Leïla Bekhit. Francia, 2014. por las que sus pacientes no quieren perder la memoria representan cierta clase de capitalismo que, aunque noble, ha dado lugar a auténticos criminales de cuello blanco. Gracias al dinero de su padre, el hijo de Paul se ha convertido en banquero y en sus jugadas financieras está produciendo a personajes como su madre y como el nuevo objeto del afecto de papá. La madre es la burguesa de vieja escuela que aún espera al marido por las noches para hacerle de cenar. Practica la jardinería en una casa que en México solo podrían tener políticos o actrices. En Luxemburgo una casa así puede tenerla un buen médico. En el sistema que da condición de posibilidad a nuestra historia de amor, la esposa de Paul representa a todos esos aburridos esposos, hijos y, en suma, herederos de los grandes
millonarios del mundo que no tienen otra cosa que hacer que quejarse de lo aburrido de su vida… y hacer crochet. La relación más inquietante, sin embargo, es la que se establece entre este millonario y una joven que en el mismo sistema representa a países como el nuestro: lo que aquí es un oficio tan deleznable como el secuestro, en Luxemburgo es el equivalente prestigioso de un banquero que para enriquecerse ha empobrecido al mundo. Avant l’hiver es una de las mejores historias de amor que yo haya visto. Lo es porque sin las condiciones que ha generado el hijo sin escrúpulos del protagonista, el millonario sesentón no podría enamorarse de esta pequeña criminal que no tiene otra posesión que todos los sueños del mundo. L
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LABERINTO
escenarios ESPECIAL
Beckett o el silencio MERDE! ESPECIAL
La obra de Slawomir Mrozek se presenta hasta el 11 de enero en el Foro Shakespeare
Los extremos se tocan La ideología como factor del caos, el totalitarismo y la represión son los temas de El último preso, historia que parte de la compleja relación entre un recluso de conciencia y sus custodios CRÍTICA Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com
A
lejandro, Odiseo y Bruno Bichir, padre e hijos, se reúnen después de más de diez años de no trabajar juntos en El último preso, también titulado La policía, del dramaturgo, narrador y dibujante polaco Slawomir Mrozek (1930–2013), obra en la que un país se queda sin el último de sus presos políticos, lo que lleva a la policía y al sistema a una crisis rumbo al colapso. Esencialmente, se trata de un texto dramático que demuestra el hábil uso del lenguaje como vehículo del totalitarismo y la forma en que los oprimidos aprendieron de sus virtudes. Sobre un escenario en blanco y negro diseñado por Gabriel Pascal, que recrea el ámbito de una historieta, dominado por la presencia de dos retratos, el del Niño Rey y el de su tío el Regente, las rayas se extienden y cobran relevancia sobre el traje del preso, las paredes, el piso y la puerta carcelaria. Desde ahí, dos personajes, el jefe de la policía y un hombre privado de su libertad diez años atrás, discuten sobre la firma de declaración de lealtad al gobierno por parte del terrorista, encarcelado por haber lanzado una bomba al general. El complejo texto de Mrozek, ridículo en apariencia, la dirección de Alejandro Bichir, quien también realiza el papel del último preso, así como la interpretación de Bruno, Odiseo y el elenco que se adueñan dócilmente del difícil tono de la obra, siembran la duda en el espectador respecto a la postura del preso político que parece haberse transformado por completo en un hombre opuesto al que llegó a esa cárcel. Alejandro y Bruno Bichir establecen verídicamente ese juego tenso en el que sus personajes no están dispuestos a dejarse convencer por el oponente, en un clima en el que, se supone, no debe haber fricciones, puesto que se ha llegado por fin a la postura por la que el gobierno había trabajado tanto: la nula oposición. Mrozek, autor de 42 obras de teatro, analiza y expone la situación humana inmersa en sistemas políticos totalitarios y muestra cómo
el roce de los extremos a los que llegan las personas de ideologías opuestas las vincula en el vértice donde no hay más camino que aceptar la necesidad de una transformación, ya sea en el cumplimiento a ciegas del deber, con el consiguiente hundimiento, o en luchar con las armas del enemigo. Como los personajes se sostienen en su dicho hasta que deben torcer sus principios para sobrevivir, el resultado de esa decisión genera situaciones acremente cómicas que subrayan la paradoja mediante la cual los sistemas políticos engullen también a los empleados que les han servido para mantenerse. Los parlamentos de arrepentimiento del viejo recluso, tanto como las aseveraciones del sargento de la policía —interpretado por Odiseo Bichir, quien realiza la labor de agente provocador—, están apegados a la veracidad y poseen la cuidadosa destilación del dramaturgo, cuya adolescencia transcurrió durante la Segunda Guerra Mundial y se desempeñó posteriormente como periodista de política y dibujante satírico, conocimiento que, aunado a su extrema sensibilidad para deshebrar el cerco interno del ser humano, ubica al espectador en una delgada línea entre la ideología que cada uno dice defender y la verdadera intención que encierran las palabras. Con un diseño de vestuario eficaz e impecable de Estela Fagoaga, que cumple el anhelado contraste que el texto exige, utilería de Mario Zarazúa y producción ejecutiva de Luly Garza, El último preso o La policía equivale a una ventana de oxígeno escénico por una cortísima temporada en estas fechas en las que los estrenos son relegados al terreno de las pastorelas y sus opuestos. Los personajes se transforman durante el complejo avance de una serie de sucesos cuya insensatez superficial los ubica en esa ironía que descubre una pétrea realidad. Los actores, incluidos Reynaldo Rossano, Sandra Covián y Hasiff Fadul, quien alterna con Alejandro Bichir, construyen armoniosamente este universo ficticio mediante el que el autor revela, con su característico humor, las contradicciones del sistema y los drásticos reveses que éste puede generar. L
Braulio Peralta juanamoza@gmail.com
B
ram van Velde y Samuel Beckett fueron amigos desde los años cuarenta: un pintor que trabajó en lo “oscuro” —el arte abstracto— y un escritor de la última vanguardia del siglo XX etiquetado en el “teatro del absurdo”, aun cuando también era novelista. Los acercaba el silencio combatiente de la pintura y el trágico humor de la palabra. El pintor define al autor de Esperando a Godot: “Se lo ve muerto y es el más vivo. Se lo ve desguarnecido y posee una fuerza que da miedo… Es un espíritu que no ha retrocedido nunca: tiene las armas adecuadas para desarmar a los malhechores”. La primera vez que Beckett escribió de Van Belde no utilizó una sola vez la palabra “color”. Habló de la “primacía de la visión”. Escribió: “Su situación es la de un imposibilitado que no puede actuar, en este caso que no puede pintar, cuando está obligado a hacerlo. El acto es el de un hombre que, imposibilitado, actúa, en este caso pinta porque está obligado a pintar”. Van Belde se volvió una celebridad gracias al espaldarazo de Beckett en 1945. Llegó la fama para ambos pero ninguno de los dos hizo caso de ella. Sabios, entendieron que el camino del éxito es el mal del arte. Toda seguridad debe ser destruida. El poeta francés Charles Juliet escribió Encuentros con Bram van Velde en 1978, que el poeta argentino Hugo Gola tradujo al español en 1993. Una década de encuentros entre el poeta y el pintor termina en un testimonio invaluable para comprender cómo dos artes distintas —la escritura y la pintura— se comunican sin recetas. El único método: la verdad del arte. Lo dice mejor la frase lapidaria de Beckett: “Para llegar a ser algo es necesario no ser nada”. Quería recordarlo ahora en los 25 años de la muerte de Beckett, el 22 de diciembre de 1989. Ya había escrito del centenario de su nacimiento, en 2006, para la primera
época del suplemento Confabulario. Ahí dije: “Quisiera terminar con el diario de Anne Atik, con el que termina el libro Cómo fue, publicado por Circe en 2005, ampliamente recomendado a quienes queremos descifrar a Beckett y seguir leyéndolo; acaso un día terminemos entendiéndolo: 22 de diciembre de 1989. Llama Edward. Ya pasó. Edward nos ruega que vayamos al funeral, el 26 de diciembre. Marion, Josette Hayden, Barbara Bray con su hija Chechina. Edward, su hermana, algunos amigos y familiares de Suzanne, Jerome y su mujer, diez en total... Enterrado, tal y como él quería, cerca de Suzanne. Aquella primera semana fuimos varias veces. En una ocasión, encontramos un billete de metro amarillento sobre la tumba, en el que alguien había escrito con letra pequeña: "Godot vendrá". Bram van Velde murió en 1981. Conoció a Beckett cuando el pintor prácticamente abandonó el arte pictórico, por la miseria y la soledad. Beckett le dio bríos. Dice: “Si no hubiera tenido a Beckett en 1940 no estoy seguro de que hubiera podido continuar… En él la palabra se convierte en vida”. Pude ver en 2012 una puesta en escena de Peter Brook —los Fragmentos de Beckett—, en Nueva York. No es hoy tema de crítica teatral pero diré que fue la primera vez que pude captar el negro humor de la despalabra del dramaturgo para satirizar lo trágico de la vida. Sin dolor, con la risa como antídoto. Solo un director de la estatura de Brook logra el milagro de que las acotaciones en los textos de Beckett encuentren el tono, el ritmo y el timming justo de la escena como presencia viva. Constantemente Godot, valió la espera. L
12 b sábado 3 de enero de 2015
MILENIO
varia ESPECIAL
ESPECIAL
Obras de Ilustradores con Ayotzinapa
Los 43 y el 2014 visual
¿Quién defiende a Sebastián?
ARCHIVO HACHE
GUÍA VISUAL
Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com
E
n términos de artes visuales en México, el 2014 dejó un interesante archivo de imágenes que documentan este momento: la apropiación, variación y circulación de las caras de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. La iniciativa #IlustradoresConAyotzinapa surge, según la convocatoria, para “humanizar a los desaparecidos, esos 43 jóvenes que no son una cifra, sino personas”. Aquí se encuentra: http:// ilustradoresconayotzinapa. tumblr.com La iniciativa de arte de protesta es lo más interesante que las artes visuales en México dejaron este 2014. Reflexionemos, brevemente, este archivo. La reanimación de esos rostros continúa lógicas visuales de este inicio de siglo. Sus variaciones registran estilizaciones en boga. Nótese: predomina lo retro. Estos diseños tienen como regla transformar el retrato escolar y los rostros mayormente morenos en imágenes para circular en redes sociales. Entre la cara de los normalistas de Ayotzinapa y estas imágenes media la fotografía, la neográfica y el selfie (palabra clave del 2014). Pensemos en aquel video de los 132. En el 2012 fue cuando la estética del rostro joven mexicano post–mediático tomó esta relevancia. Estas dos series —el video de los estudiantes de la Ibero mostrando su credencial y estas ilustraciones de los 43 de la Normal de Ayotzinapa— participan de una sola estética. Comparemos la política del
rostro del 132 y los 43 con la del EZLN, Anonymous y Occupy. Esa política está al centro del descontento global, y fluctúa entre encarnar el anonimato social hasta reivindicar el rostro liberal–individual. Hay una lucha digital–facial en tiempos Hope–Obama y Tele–Peña Nieto, cuya base masiva temprana es la icono– retratalia a partir del email, chats, MySpace y consolidados por Facebook, Twitter e Instagram —la red social del 2014— y cierto diseño artesanal post–Photoshop. Las ilustraciones de los 43 no se pueden entender sin la fotografía del normalista cuya cara fue desollada. Se oponen a esa pérdida del rostro, son intentos de convertir al otro criminalizado por el gobierno en un “compa” —otra p@labra del 2014— entrañable. Nótese la infancia, la Selección (de ahí lo exitoso del número de equipo) y la “banda” como comunidad imaginaria. Estas visualidades acercan al cibernauta con grupos marginados. En la negociación se desdibuja color de piel y facciones para mirarlos a través de animación global. Otro peligro: detrás de cada reivindicación facial está Jesucristo. “Humanizar” aquí significa algo a mitad entre caricaturizar y cristianizar. Las ilustraciones de los 43 son una dignificación de los rostros morenos mexicanos —quizá como no había ocurrido antes— pero también un rediseño que los “humaniza” en el mismo grado que los caricaturiza y re– figura vía estética cool. Estamos ante un archivo visual que anuncia nuevas culturas juveniles mexicano– globales. L
Magali Tercero http://magalitercero.arteven.com
N
uevamente el artista Sebastián ha inaugurado una de sus tremendas esculturas urbanas. Tremenda no solo por el tamaño, 75 metros de altura, sino por el aspecto de su Guerrero chimalli, inaugurado en Chimalhuacán, Estado de México, el 14 de diciembre. Acá arriba puede verse un meme burlón sobre el monumento, el cual un anónimo autor ha puesto a luchar nada menos que con Ultramán. Las redes están saturadas de “memes” que serían muy divertidos si no nos invitaran a preguntarnos de qué privilegios goza el escultor chihuahuense Enrique Carbajal (1947) en el mundo del arte público. ¿Habrá sometido a licitación sus obras? ¿Es verdad, como dice Cuauhtémoc Medina, que “el mérito de Sebastián, más allá de tener el gusto degradado de las élites políticas más degradadas, es que inventó un sistema que se acomoda de manera práctica a una estructura de abuso del presupuesto generalizado?” Sebastián insiste en que sus contratos son honestos, pero… ¿y el favoritismo? En noviembre del año pasado me topé, en las inmediaciones del tren ligero, estación Guerrero Chimal, con dos columnas en rojo metálico abandonadas sobre el camellón cercano a la estación. Su reluciente rojo a lo Power Ranger aún no existía. Solo estaban las pantorrillas, pies y rodillas del futuro Guerrero chimalli en rojo metálico. Guadalupe Toscano, mi entrevistada de Chimalhuacán, señaló los bultos altos y gordos: “Llevan mucho tiempo botados. Ve todas las piezas aventadas alrededor. No ha pasado de las rodillas. Todo mundo sabe que Sebastián recibió millones de pesos”, explicó con gesto de desaprobación. Grandes monumentos de México y del mundo Por esos días se anunció en la prensa lo que sería “el nuevo icono del municipio” con una altura superior a la Estatua de La Libertad. Si no fuera patético que el geometrismo obsoleto de Sebastián, y ahora la involuntaria galería de personajes de cómic, haya inundado el país entero, la afi rmación provocaría la carcajada. La semana pasada se publicó una gráfica titulada “Grandes monumentos de México y del mundo”. Aparecían en ella el Ángel de la Independencia (48 m.), las Torres de Satélite (52 m.), el ilustre Guerrero chimalli (75 m.:
65 de altura y 10 de base), la Estatua de la Libertad (93 m.), la Estela de Luz o “Suavicrema” (104 m.), y la Torre Eiffel (301 m.). La figura del guerrero sería casi graciosa de no ser porque Chimalhuacán es uno de los municipios más pobres de México, uno de los más permeados por el crimen organizado. Ahí la gente de bien se parte literalmente la madre por sobrevivir. ¿No merecen los habitantes que sus autoridades hagan concursos de licitación para que varios artistas participen y quede el mejor? El Guerrero chimalli de Sebastián no solo carece de toda intención estética sino que, según los boletines repartidos a los periodistas, trae una antorcha en la mano, símbolo de una organización política a la que pertenece el alcalde actual. Al parecer, la siguiente escultura monumental es La puerta de las Américas, obra de 48 metros a inaugurarse en Tijuana en 2015, justo en la frontera. Sebastián es como Dios y está en todos lados, como mencioné en mi columna de Laberinto en mayo de 2013: http://issuu. com/laberintomilenio/docs/laberinto-520/1 Coyote hambriento No he visto a Guadalupe, pero de seguro está indignada porque fi nalmente Sebastián, el mismo que se defiende en los medios diciendo que solo cobró 30 millones y que redujo mucho los costos de su Guerrero chimalli, logró el objetivo: hacer una nueva “aportación” al arte urbano nacional. En Neza, la tierra que fue colonizada por la madre de Guadalupe y muchos otros primeros pobladores, tienen su Coyote hambriento, otra escultura presuntamente emblemática. El artista favorecido durante años por todo tipo de gobiernos está envidiablemente activo. Es, de hecho, el artista oficial del reino. En noviembre de 2013 se informó que había fi rmado un acuerdo con el Gobierno del Distrito Federal para hacer una escultura en la Ciudad de México. ¿Quién podrá defendernos de Sebastián y sus acuerdos poco claros? Él se defiende, por supuesto: “¿Por qué no le dijeron a Donatello ‘no más obras’? La controversia es necesaria. Va ligada con las grandes obras”. Dejo aquí una encuesta que refleja el malestar general: http://www.entornointeligente.com/ articulo/4533269/El-negocio-de-Sebastianes-la-infraestructura-23122014 L