Laberinto
Álvaro Uribe La expropiadora página 3 Mario Panyagua Poesía página 3 Pedro Serrano Sobre Federico Campbell página 4 Santiago Gamboa Adiós a Óscar Collazos página 9
N.o 623
sábado 23 de mayo de 2015
Peter Gay y la era victoriana
Ernesto Herrera página 8 ESPECIAL
B. B. King
La sonrisa absoluta Hugo Roca Joglar páginas 6 y 7
MILENIO
02 b sábado 23 de mayo de 2015
MILENIO
antesala DE CULTO
ESPECIAL
Si yo fuera candidato
Léo Malet
Anarquista, surrealista y novelista
TOSCANADAS ESPECIAL
David Toscana dtoscana@gmail.com
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i yo fuera candidato me sentiría muy contento del esfuerzo de varios sexenios y del especial apoyo de Chuayffet para mantener a la mayoría del electorado en la ignorancia, pues más votos se consiguen con un bailecito y haciéndome el simpático que de veras poniéndome a pensar en un proyecto de trabajo. No me importaría ser un patán retórico y soltaría discursos repletos de banalidades y lugares comunes. Vocablos necesarios en estas peroratas serían “justicia”, “abatir la pobreza”, “caiga quien caiga”, “todo el peso de la ley”, “seguridad”, “honestidad” y, la más falsa de todas, “vocación de servicio”. Si la televisión me invita para una entrevista, prefiero un programa de variedades que uno de análisis político. Pero aun ante periodistas me sentiría con la tranquilidad de que no me harán preguntas difíciles como le hacen a Peña Nieto los medios extranjeros. Dado que además de ignorantes, mis potenciales electores son pobretones en dineros y dignidad, les llevaría un kilo de arroz, otro de frijoles, galletas aguadas, sopa de fideos, aceite del peor, dos rollos de papel del baño, detergente para lavar a mano y la consabida maseca. Me sacaría una foto con las ñoras sonrientes y luego me acordaría de ellas solo para decirme “qué baratos salen los votos”, pues todas esas despensas no cuestan ni el uno por ciento de lo que pienso robar. Por supuesto, me pondría a hociconear diciendo que no descansaré hasta dar su merecido castigo a los políticos corruptos, mientras cruzo los
Jorge Vázquez Ángeles b jorgito.vazquez@gmail.com
dedos para que no se hagan públicas las fotografías que me saqué con aquel narco o las grabaciones de mis amarres con tal o cual empresario. Me daría lo mismo ser de izquierda, centro o derecha, pues en un país como México las campañas son de izquierda y los gobiernos de derecha; los discursos son para los pobres, las acciones para los ricos. Entonces, sin convicciones, me da lo mismo el partido que me postule. Me da lo mismo pasarme a otro partido. Me da lo mismo con quién hago alianza. ¿Y cómo podría tener cualquier ideología si ni siquiera tengo tres libros que hayan marcado mi vida? Si las encuestas están a mi favor, diría que los encuestadores son gente seria. En caso contrario, diría que están amañados y la única opinión válida se da en las urnas. Me sentiría muy a gusto con la falsa democracia mexicana, pues digamos que en estas elecciones compito con otros seis candidatos. Dado que no existe en nuestro país la segunda vuelta, los votos podrían quedar repartidos de tal modo que el dieciséis por ciento sea suficiente para ganar; y en vista de que la mitad de los votantes se quedará en casa, las matemáticas me dicen que bastaría el ocho por ciento del electorado para otorgarme el triunfo. Viva esa minoría a la que llamaré mayoría. Y si no gano las elecciones, tampoco es tan grave. Soy un vividor profesional. Seguiré mamando del presupuesto hasta que lleguen las siguientes elecciones. Entonces me acordaré de las ñoras babosas con las que me saqué la foto y les llevaré otro kilo de frijol. L
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uería cantar pero el destino y quizá la falta de entonación lo llevaron a la pobreza parisina, esa que rara vez se retrata en las películas. Hacia 1925 y a los dieciséis años abandonó su natal Montpelier. Sus padres y su hermano murieron de tuberculosis y se fue al único lugar imaginable, a donde conducen todas las carreteras galas: París, donde desempeñó diversos oficios, todos mal pagados, incluido el de cantante de cabaret en algún tugurio de Montmartre. Se llamaba Léo Malet y antes de dejar su tierra vendió periódicos anarquistas. En una de esas vueltas de la vida, conoció al poeta Jacques Prévert, quien lo presentaría con el núcleo fuerte del surrealismo, movimiento que, como el anarquismo, encajaba a la perfección con el tipo de vida que hasta ese momento había llevado. Gracias a sus nuevos amigos, como André Breton, René Magritte e Ives Tanguy, Léo Malet descubrió que a través de la escritura podía contar lo que le había pasado durante sus vagabundeos, y encontró en la poesía una primera salida. Sin embargo, sus ansias por abolir el Estado y deshacerse de sus pesadas cadenas le valieron la cárcel en pleno estallido de la Segunda Guerra Mundial. Fue liberado antes de la inminente caída de París, pero no tardó en regresar a las rejas, esta vez enviado por los nazis. De nuevo en la calle, el París ocupado ofrecía pocas oportunidades para ganarse el pan. Así que Malet comenzó a escribir novelitas bajo diversos seudónimos para hacerle pensar al público francés que leía a supuestos autores estadunidenses de hard–boiled. Aunque se trataba de novelas que repetían malamente los clichés del género, Malet fue madurando su estilo, hasta decidirse a construir un detective, un ex anarquista y ex combatiente de la guerra que tras volver a la capital reabre una oficina de investigaciones. Se trata de Néstor “Dinamita” Burma, que como buen
EX LIBRIS
ALFILERES
detective fuma pipa, bebe con dedicación, sabe meter los puños y conoce los bajos fondos. Su primera aparición sucede en la novela Calle de la estación 120, acompañado de otros personajes que formarán parte de las historias posteriores, como su secretaria Hélèn, o Marc Covet, un reportero del rotativo Le Crépuscule. Años después, Malet esboza un ambicioso proyecto para Burma: dedicar una novela a cada uno de los veinte arrondissement o departamentos parisinos. Bajo el título de Les Nouveaux Mystères de Paris, Malet se hace eco de los trabajos de Eugenio Sue que en el siglo XIX publicó la serie Los misterios de París, cuya temática se nutría de las historias sacadas de los barrios pobres, marginales y peligrosos. Entre 1954 y 1959, Malet completó quince novelas, abandonando después el proyecto y dejando sin historia detectivesca a los departamentos 7, 11, 18, 19 y 20 de la capital francesa. Aunque su fama tardó en atravesar el Atlántico, la novela gráfica, tan popular en Francia, fue el pasaporte para que Burma trascendiera y encontrara nuevos lectores. Desde 1982 el caricaturista francés Jacques Tardi ha adaptado cinco novelas. En un texto1 en el que Stephen Schwartz analiza la obra de Léo Malet, sale a relucir que Burma deja entrever en sus diálogos cierto rechazo hacia los gitanos y los árabes, aunque se trata de un tipo de xenofobia “simpática”. Léo Malet murió el 3 de marzo de 1996, a pocos días de celebrar su cumpleaños 87, en el pueblo de Chatillon. L 1 http://www.islamicpluralism.org/documents/1558.pdf El Maestro y Margarita bEKO
Armando Alanís balaniscanales@gmail.com
Un personaje se coló inesperadamente en la novela que escribía: el amante de su mujer.
MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Coedición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía
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LABERINTO
antesala
Colisiones astrales
La expropiadora
Una pequeña criatura podría ser solo una esencia, también podría colmar cualquier objeto con los impensables atributos del universo POESÍA
CARACTERES ESPECIAL
Mario Panyagua
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ontra el foco se impactó la polilla —tres diez mil veces— y el tintineo parecido a un brindis iluminó el silencio de este cuarto Era el choque de lo inevitable con lo inamovible de lo inalcanzable con la persuasión Un polvillo dorado tras cada golpe descendía (lluvia de cósmicos residuos) surcando el halo metafísico de la bombilla estoica El insecto quería penetrar el vidrio hacer añicos lo imposible —cien setecientos mil intentos— para llegar al sol después de haber enceguecido
ESPECIAL
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ronista, ensayista y poeta, Mario Panyagua nació el 22 de diciembre de 1982 en la Ciudad de México. Estudió Historia, carrera que abandonó para dedicarse a las letras. Incursionó en la composición y la dramaturgia. Forma parte de la compañía del Teatro Popular Universitario, dirigido por Rodolfo Alcaraz, colabora en la revista Metrópoli Ficción desde 2014 y estudia Creación Literaria en la UACM. Ha participado en diversos encuentros y recitales poéticos, y publicado en revistas como La Colmena, Algarabía y varías antologías. Este poema pertenece a un libro en preparación
Álvaro Uribe alvuribe@yahoo.com.mx
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e chica, Dinorah fue el azote de sus hermanos y hermanas. Era autoritaria y abusiva, como tienden a ser los primogénitos. Pero se destacaba porque su autoritarismo y sus abusos confluían en una sola perversión: la codicia compulsiva de la propiedad ajena. Cuando comían pastel en su casa (y, con tantos niños, a menudo había un cumpleaños u otro pretexto para comer pastel) Dinorah despachaba en segundos su rebanada y, si sobraba alguna, la consumía igual de rápido. Acto seguido, acosaba a los demás comensales para que le dieran un poco del postre que no se habían apresurado a devorar. Si alguien se lo negaba, aduciendo que Dinorah ya había comido su parte y más, ella lo escarnecía y lo torturaba con pellizcos y apretones hasta obligarlo a ceder. Lo curioso es que no engordaba por mucho que comiera. Los adultos, sobre todo su padre que la consentía, achacaban la impune voracidad de Dinorah a una salud excelente. Sus hermanos y hermanas tenían otra explicación: la primogénita no digería la comida expropiada porque no la impulsaba a comer lo ajeno el hambre, sino la envidia. Dinorah la expropiadora creció despojando al prójimo de lo que éste más anhelaba. Aunque le apretara, expropiaba la ropa recién comprada de sus hermanas menores. Aunque prefería el rock y el pop, expropiaba los discos de música clásica de su hermanito el intelectual.
Así llegó a la adolescencia y le interesaron los varones y se volvió la pesadilla de sus mejores amigas. Bastaba que una de ellas dijera que un chavo en una fiesta le gustaba para que Dinorah bailara toda la noche con él. Y si su amiga y el chavo ya andaban, Dinorah se besuqueaba con él a escondidas y lo perseguía hasta que el pobre se resignaba a ser su novio. Luego vinieron las relaciones más serias y el matrimonio. Aunque no, por lo pronto, el suyo. Dinorah ya adulta quería un marido, a condición de que fuera el de otra mujer. Como era guapa e inteligente y medio culta, pocos hombres casados se resistían a su seducción. Pero en cuanto el seducido hablaba de divorcio y de vivir juntos, ella lo desechaba y se abatía sobre el siguiente. Hasta que alcanzó el umbral de los cuarenta y sedujo a un conocido tuyo y a él sí lo hizo divorciarse y con él sí se casó y hasta tuvo un hijo o una hija o algo por estilo. Solo que no por eso dejó de solicitar a los maridos ajenos, sin discriminarte a ti. Las pocas amigas que le van quedando le perdonan sus canalladas porque piensan que no puede evitarlas. Que está en su naturaleza desear todo lo que no sea suyo. Tú no compartes tal opinión. El día en que te besó en la boca frente a tu esposa intuiste que Dinorah le expropia el hombre a otra mujer porque desea ser esa otra mujer. Últimamente, se ha desmejorado. Duerme mal. Apenas come. Su piel ya no es tan lozana. Muy cerca de los cincuenta, Dinorah teme que otra expropiadora más joven venga a expropiarle su hombre, y su temor la afea por dentro y por fuera, y la aproxima día tras día al momento fatal de la expropiación. L
MILENIO bLABERINTO b http://www.milenio.com/suplementos/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter: SCLaberinto
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literatura
Federico Campbell: bitácora y recuento La reedición de algunas obras fundamentales del escritor tijuanense invita a repensar la “condición norteña” frente a la voracidad del Centro, a volver a esa tierra a veces baldía que es la del padre, y a valorar los usos de la intransigencia política ENSAYO Pedro Serrano
E
l 19 de enero, apenas empezando 2014, Federico Campbell me escribió lo siguiente: “te mando pronto mi texto sobre la traducción”. Habíamos pasado la noche anterior hablando de ese tema en una cena deliciosa, con amigos, en la que desplegó como siempre su pausada humildad, y contó anécdotas entusiasmadas de un viaje a Xilitla del que acababan de regresar él y Carmen Gaitán. Me había ofrecido ese texto para el Periódico de Poesía, y pedido que le escribiera para que no se nos olvidara a ninguno de los dos. Se iban en unos días a Tijuana y quedamos en vernos apenas regresaran. No lo volví a ver. Pasaron varios meses y a mediados de año, hacia julio, hablé con Carmen Gaitán de aquella conversación y correspondencia con Federico. Vicente Alfonso, quien está a cargo de sus archivos, encontró, etiquetado con mi nombre, “La cuerda de la memoria”, un ensayo a partir de la traducción de una frase de Proust. La vida tiene ondulaciones, baches, subidas y bajadas. Escritor agudo y delicado, había visto su nombre relegado más allá de las segundas planas por la inercia y el adocenamiento crítico imperantes —o inoperantes— en México, país de la discrecionalidad y la inconsistencia. En sus diccionarios o agendas, por ejemplo, Christopher Domínguez simplemente optó por no tomarlo en cuenta. Lo incluye, sí, en la Antología de la narrativa mexicana del siglo XX,
pero eso sucedió el siglo pasado, aunque hay que decir que escribió una conmovida, en sus últimos renglones, nota recapitulatoria a raíz de su muerte. En ella, él mismo reconoce haberlo releído “con cierto remordimiento”. Me hubiera gustado que el adjetivo fuera al final más contundente, pero eso es mucho pedirle. Le sucedió a Christopher, como sucedió con Federico en muchos espacios, que se le fue borrando del mapa. Hoy, sin embargo, está llegando su momento. No creo que su repentina muerte sea la causa de su reaparición por escrito. Presiento más bien que todo en él iba hacia esa confluencia, y que los libros de los que voy a hablar y otros proyectos de escritura que Federico Campbell andaba cerrando, estaban destinados a dar el campanazo que están dando. Quizás ese borramiento de su figura solo tenía lugar en el DF pues, como él mismo decía, lo que sucede en el país, si no aparece en la prensa del centro, no sucede. Para muchos que piensan que solo estas barriadas existen, nada de lo que pasa en otros lados es visto. Sin embargo, en la prensa del Noroeste tenía mucha más presencia que en la del Centro del país. En Tijuana, por ejemplo, unos días después de esa cena en que por última vez lo disfrutamos, había sido nombrado presidente honorario de la Feria del Libro. Por fin empezaba a prestársele una atención que merecía, y que la publicación de estos libros confirma. Estaba cargado de proyectos (siempre
lo estaba) y tenía varios libros en puerta. Algunos de ellos, tal como están o modificados, son los que están ahora apareciendo. El Baby, como le decían sus amigos de niño, un nombre que le caía al saco, por su tozudo desparpajo, por su frescura tímida, siguió escribiendo, pensando, leyendo. Regreso a casa, publicado por Conaculta, recoge novelas y textos críticos y periodísticos que miran desde o apuntan a Tijuana. Incluye su novela Todo lo de las focas, cuyo título, dice Federico Campbell en un texto posterior, no le gustaba. Confieso que a mí sí. Me parece un título casi nórdico, cargado de reverberancias e imaginación: “aquella especie de lobas marinas emitían gritos como de perros recién paridos. Se pasaban horas y horas tendidas al sol proveyéndose de un calor que solo irradiaban en ínfimo grado tal vez porque estaban revestidas de una capa lardácea entre la piel y los músculos. Tenían las orejas pequeñas o solo una protuberancia apenas tangible y triangular. Sus cabecitas sobresalían de un cuello inexistente o casi imperceptible, mientras sus patas se dividían en dedos y falanges completamente móviles y apenas unidos por membranas natatorias. La cola: atrofiada hasta ser poco más que un muñón. El pelaje de las crías era distinto al de las focas mayores, recubiertas por un manto blanco, espeso, delicado, que les permitía flotar. Sus cuerpos se desplazaban nadando, cilíndricos y
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literatura FOTOS: ESPECIAL
adelgazados hacia atrás. Rebullían. Se movían con trabajo impulsándose con las aletas posteriores y las patas delanteras, recogidas y cortas, como a saltos y espasmos”. Esta cita larga y descriptiva permite ver la calidad de la escritura de Federico Campbell, la fuerza de su poeticidad o sinestreza, su capacidad para unir en un compuesto oscuro distintas realidades subterráneas. En realidad no está hablando solo de focas, sino de mujeres también. En el párrafo anterior, al hablar de unas fotos, narra que además de las focas “saldrían muchos pares de piernas y faldas cortas. En el estanque de las focas otras niñas estiraban las manos, reflejándose”. Como en el mito gaélico, las niñas que se reflejan son en realidad “selkies”, mujeres a la vez que focas, focas que son mujeres. Me pregunto si este mito le habría llegado a Federico Campbell en alguna historia de infancia. Uno de los textos más deliciosos del libro, y que pinta a El Baby, es “Memorias de box y lucha”, en el que cuenta una pelea de lucha libre que no puedo menos que citar: “Una de esas noches del verano sobre el Trópico de Cáncer me hice una máscara del Santo. Construimos un ring de aserrín y una lona en la casa de los Valenzuela, por detrás del callejón. Y se anunció mi lucha contra el Ito Martínez. No aparecía yo y el Ito ya estaba en su esquina. Se estaba impacientando la gente porque suponían que había yo huido del compromiso. Pero es que estaba dejando pasar unos minutos para crear expectación. De pronto me subí por una barda del callejón y me lancé enmascarado y con una capa de toalla larga grisplateada, como las que usaba el Santo. Levanté los brazos e hice mi aparición en el ring por la vía aérea. Mis hermanas no sabían si reír o llorar”. El final de la historia cuenta cómo se enreda con la máscara, casi se ahoga con la toalla, y, por supuesto, pierde la pelea. Pensar en Federico Campbell es para mí recorrer los territorios de mi propia vida. Digo territorios y no tiempos porque creo que la literatura no produce avances sino circunvoluciones, acumulaciones, aproximaciones. Leer es estar presente. Es ver aparecer con un color quemado al sol desde que salieron, como las arenas de Playa Tijuana, los pequeños libros de La Máquina de Escribir, la editorial que fundó con su propio sueldo a fines de los setenta, y cuyo catálogo es una muestra del archipiélago de este Sudd mexicano que habitamos ahora. Ahí están los escritores contemporáneos que a Campbell le importaban y los bateadores emergentes que empezaron a aparecer en esos años: Esther Seligson con Coral Bracho, David Huerta con Carlos López Beltrán, Jorge Aguilar Mora con Juan Villoro. Padre y memoria aparece en una nueva edición publicada esta vez por Océano (lo publicó primero Ediciones Sin Nombre, pero no tuvo repercusión). En esa última cena en casa de Mini Caire con la que empecé este escrito, mucho de la conversación giró en torno a la figura del padre. Recuerdo que le mencioné, y apuntó para seguir investigando, la estremecedora novela de John Burnside sobre su padre alcohólico, A Lie about my Father (Una mentira sobre —o un tendido alrededor de— mi padre), y los poemas del poeta británico Michael Hofmann sobre su padre, el novelista alemán Kurt Hofmann. El abanico de lecturas que Federico Campbell hace alrededor de la figura paterna en varios escritores es pasmosa por su diversidad. Nos da un mapa, un itinerario, un museo y finalmente una desgarrada nostalgia de su vida de lector, de su vida como hijo. Ya en Todo lo de las focas, había incluido la devastadora melancolía que su padre le heredó. Allí se halla el germen de este otro libro, que se quedó haciéndose: “Una tarde que salí de la casa en la bicicleta miré que a lo lejos mi padre venía caminando en contra mía. Me detuve. Tomó los manubrios, sin hablar, y mirándome. No pude decirle nada. Volvió sobre sus pasos y no regresó a casa hasta las cuatro de la mañana. Tocó la ventana, Me despertó a gritos, la voz pastosa, alcohólica, llena de furia y llanto. ‘Papá…’. Abrí la puerta y lo dejé entrar. Lo vi arrancarse la corbata y arrojar el traje negro de siempre, usado, muchas veces planchado, brilloso, sobre el sofá y meterse desnudo en la cama. Roncaba, la barba prematuramente blanca dejaba el rostro fuera de la manta enrollada en su cuerpo largo, como un cadáver, allí en esa cama
a mi lado. Escuchaba sus estertores que hedían a nicotina. Roncaba, y su cara dejaba escapar de vez en cuando gestos involuntarios en los pómulos, moviendo la nariz afiladísima, aguileñísima, como la de un cóndor moquiento. Impreparado, sin saber qué hacer, inventándose seguridades, sentimental y sumiso, agresivo y discreto, desconfiado, triste, tierno, suspicaz, con todo su odio y su amor reprimidos, con hambre, sin trabajo, bueno para nada. Y pienso en él una y otra vez saliendo como cuando lo vi salir de una tienda con un saco de pana desteñido, los pantalones sin raya, sin camisa, y en la mano una bolsa de red llena de naranjas y plátanos: le daba enormes mordidas a una manzana como si no hubiera comido en cinco días, como si le empezara a doler el esternón, sin ganas de saludar a nadie ni hablar con nadie”. Más amor, más complejidad, más entregada observación que en este texto es difícil encontrar. Recientemente releí citado un famoso verso de Philip Larkin que dice, para quienes no lo conozcan, “They fuck you up, your mom and dad” que traducido al mexicano norteño se escucha de esta forma: “Te rechingaron, tu ’apá y tu ’amá”. La compleja tragedia de muchos escritores, decía el ensayo donde reencontré la cita, viene de que sus padres no fueron suficientemente malignos; si lo hubieran sido los habrían destruido completamente y nunca habrían podido escribir. “Fuck you up” significa en realidad que los padres de los escritores los lanzaron hacia arriba, al barco ebrio de la escritura. ¿Quién en México ha leído, por ejemplo, a Richard Rodríguez, un escritor que debería estar en el centro de muchas de las discusiones que se tienen aquí? Solo Federico Campbell. Pero como a Federico Campbell no se lo leía, entonces lo que él sabía se quedaba en el hilo de sus conversaciones. O quizás, espero, tenía un cuenco de repercusión en el Norte que simplemente pasa de estas regiones mexicas inconclusas e incultas. Una de las virtudes de esta edición de Océano es su índice onomástico, cuyo solo recorrido produce vértigo. “La memoria del cuerpo”, por ejemplo, uno de los textos recogidos en Padre y memoria, es uno de los mejores ensayos epigenéticos que he leído (la epigenética es el estudio de aquellos rasgos genéticos que nos vienen, entre otras cosas, del medio ambiente, por ejemplo, pero que también condicionan y explican nuestra herencia biológica, como por ejemplo la relación entre la supervivencia, el asco y el rechazo al otro). Ahí, Campbell apunta lo siguiente: “Ni la genética ni la biología molecular nos han confirmado todavía si todo el organismo, con sus ramificaciones nerviosas, su epidermis, sus órganos, sus tejidos linfático y adiposo, son asientos de la memoria, pero están a punto de hacerlo. Solo la observación nos concede sospechar que en los músculos y en sus microscópicas grietas rebotan o se dejan adormecidas las emociones. En el cuello, en el bajo vientre, la espalda, la ingle, el estómago, parecen repercutir los sustos, el pánico, la tristeza, la alegría”. El tercer libro de Federico Campbell salido recientemente es estremecedor por su intransigencia, e importantísimo por
su definición intachable e indeleble de las cosas. La era de la criminalidad (FCE) recoge tres libros: La invención del poder, publicado por primera vez en 1994 por Aguilar; Máscara negra, publicado en 1995 por Joaquín Mortiz; el último lleva el título del libro. El primer libro es un ensayo a paso lento pero firme sobre el poder. En su recorrido, Campbell se hace preguntas y pone afirmaciones contundentes e inobjetables sobre el racismo en México, sobre el fraude, sobre el crimen de Estado. Comienza, como todo comienza para nosotros, con el 68 y Luis Echeverría. El segundo libro tuvo sus inicios en una columna sobre novela negra que le propuso a Roger Bartra para La Jornada Semanal, pero la deriva más negra de la realidad mexicana lo fue orillando. El tercer libro del volumen recorre el tramo que va de los gobiernos panistas al regreso del PRI. En uno de sus primeros textos, que narra la llegada de Fox al poder, aventura la posibilidad de que el PRI, esa amalgama de liberales y corruptos, por fin se convirtiera en un verdadero partido político, cosa que no sucedió. Gracias a la ayuda de los dos sexenios panistas, mantuvo sus estructuras y regresó, tan orondo, al poder. Se fue quedando sin liberales, eso sí, y el componente corrupto se apoderó de todas sus estructuras, extendiendo su sistema clientelar a los demás partidos. En eso estamos. Me pregunto, y esto es central en esta reflexión sobre el escritor y su presencia en México, si no sería esa intransigencia suya, esa incorruptibilidad, lo que lo fue dejando no tanto fuera de la discusión sino sin eco. En todo caso, es un acierto que se haya reunido en este volumen su producción más radical. Su resultado es que se vuelve un libro indispensable para entender no lo que pasó, sino lo que ahora está sucediendo. Nunca más actual que en esta hora del lobo su grito ahogado. Si sus reflexiones son estremecedoras por su recorrido, se vuelven escalofriantes por su actualidad y vigencia. Uno de sus últimos textos, por ejemplo, se titula “En México el Estado ya no existe”. Desde su lectura, debemos preguntarnos en qué país vivimos, por quiénes nos dejamos gobernar, y más urgente todavía, cómo hacer, qué hacer para echarlos a todos. En ese viaje de regreso que mencioné al principio, Federico Campbell se contagió de influenza y unas pocas semanas después había muerto. Es una ironía amarga y es también una dura casualidad. Hay que leer su muerte de ambas maneras, para serle fiel. Su obra está cargada de una persistente persecución de la verdad, y también de un vuelo imaginario que le sale de las tripas, como a Prometeo. Nos hacen falta en estos días ominosos su voluntad de observación, su cálida ironía, su crónica meticulosa, su bonhomía. Me gustaría imaginar que con estas nuevas ediciones publicadas en el año aciago de 2014, Federico Campbell empieza a recibir las lecturas que merece y que a partir de ahí su peso activo va siendo cada vez más necesario e indiscutible para bien de la literatura mexicana, de la cultura y la política en México. Sería un buen principio para que la indispensable reconfiguración de esta literatura y este país por fin comiencen. L
LABERINTO
B.B. KING: LA SON El 14 de mayo murió una de las figuras tutelares del blues. Estaba por cumplir 90 años y, a pesar de la diabetes, seguía ofreciendo recitales y conciertos. El autor de esta semblanza traza una parábola que va desde los años infantiles en los campos de algodón de Mississippi hasta los últimos días del Rey en su mansión de las Vegas. El lector puede acudir además a MILENIO. com y encontrará un manojo de opiniones de músicos y especialistas en torno al legado de quien a los doce años inició sus tratos con la guitarra. El universo tiene ya una súper nova menos Hugo Roca Joglar
C
uando un músico muere, el mundo, por un momento, se vuelve un poco más silencioso, porque perder cualquier sonido es una pequeña tragedia universal. Cuando ese sonido es el de B. B. King (1925–2015), tan único que nunca podría existir otro igual, entonces el mundo es un lugar mucho más triste, y durante un instante el silencio es absoluto.
II
Un predicador de su Mississippi natal le enseñó a tocar la guitarra. King tenía 12. El odio estaba en todas partes. Iba a la iglesia y en la misa escuchaba “el negro y el blanco son iguales” y “benditos los pobres, porque ellos verán a Dios”. Pero el rico veía con asco al pobre en los teatros mientras negros y blancos seguían matándose con repulsión, furia y terror, como si fueran una plaga, por tener pieles de colores diferentes. La democracia y la religión se parecían tanto: hermosas ideas que no habían sido plenamente probadas. Los corazones humanos no estaban educados para poder recibirlas; les eran extrañas y no sabían cómo aceptarlas. Entonces, al final de la misa, venía el coro de góspel. Y los mensajes, de sólito vanos e irreales, a través de la música se volvían espirituales. Palabras como “amor”, “igualdad”, “libertad” y “tolerancia” carecían de significado en los discursos ideológicos, en la Biblia y en las conversaciones cotidianas; perdían consistencia al instante siguiente de haber sido pronunciadas, y el sonido terminaba desvaneciéndose en la nada. Los fieles habían escuchado el sermón con hostilidad y miedo; en silencio, inmóviles y retraídos. Entendían todas esas cosas importantes sobre las que se hablaba: envidia, ansia de venganza, hambre, intolerancia, masacres y una imperiosa necesidad de pelear por una revolución sensual. Y sin embargo algo faltaba. Podían tener claros tales conceptos en sus cabezas, sabían lo que significaban, pero eran conceptos que carecían de la fuerza para estremecer por dentro, en la intimidad. En cambio, cuando esas palabras eran cantadas en el púlpito por mujeres negras tomadas de la mano, se volvían verdaderas. El cuerpo podía sentir su presencia y creer en ellas. Corrían por la sangre con la explosiva intensidad de una pasión. Bajo el dominio de la música, los fieles se levantaban y seguían el ritmo con sus palmas. Sonreían y bailaban.
Con Bono durante el Lovetown Tour
Así llegó el niño King a la guitarra: con la convicción de que tocar y cantar para los demás era la manera más honesta de rezar, de que la música era el vehículo más eficaz para proyectar el alma hacia lo divino.
III
1939. La humanidad avanzaba hacia la Segunda Guerra Mundial y la historia de la música se convulsionaba. El imperio de la tonalidad, que reinó durante 300 años, había sido derrocado. Sin un mundo sonoro único e ideal, las posibles maneras de articular sonidos resultaban interminables. El compositor vivía en confusión e incertidumbre. Los músicos negros de Mississippi contaban historias de amor en entornos de racismo y desprecio, injusticia social y pobreza. Eran blueseros. Cantantes serios de canciones tristes. E incluso ellos, defensores de la inmediatez melódica y la simpleza de la tradición oral, sufrían su propia ruptura. Detrás de las voces, la guitarra acústica sonaba diáfana, débil y discreta. Su sonido tenía la elegante presencia de la madera. Y de pronto surgió la novedad de una guitarra eléctrica: ruidosa y aguda, capaz de la distorsión y el escándalo, salvaje y protagónica como una mujer moderna llena de caprichos y demasiado hermosa.
IV
En soledad, adolescente ya, King descubrió la guitarra eléctrica. Amó ese sonido tan parecido al rayo. Y la imagen resultaba exacta: un canto que lo ponía en contacto con lo incomprensible. Su antiguo instrumento acústico tenía un sonido que le hacía pensar en las estrellas vistas desde la Tierra: plácidas y serenas. Pero era mentira. En realidad las estrellas se colapsaban en sus guerras secretas de destrucción y fuego. Ahí iba la guitarra eléctrica: se proyectaba en imparables vibraciones hacia los grandes misterios de lo humano y del universo. Cuando comenzó a crear su propia música, a mediados de la década de los cincuenta, King antepuso el enigmático B. B. a su apellido. Una “B” era para Blues y la otra para Boy (“chico melancólico”). Y su blues resultó diferente a cualquier otro que jamás se hubiera escuchado.
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de portada
NRISA ABSOLUTA FOTOS: ESPECIAL
Hamburgo, 1971
Del góspel incorporó la juguetona dinámica de un predicador que llama y su hermandad le responde. También las elaboraciones vocales extremas que empleaban gritos y llantos para expresar profundas emociones. Y de las coristas, B. B. King aprendió la alegría; era el único bluesero del mundo con una sonrisa. Su música la escribía siempre a dos voces. La guitarra ya no tenía la función de acompañar el canto humano y hacerlo resaltar, sino establecer la compleja relación amorosa de una pareja: la voz de B. B. King dice algo concreto, un reclamo honesto y simple, como “Amor, ¿por qué no puedes tratarme bien?/ Me dejaste sin dinero y me haces sufrir/ pasas las noches fuera de casa y no regresas./ Amor, dime: ¿por qué no puedes tratarme bien?” (“Treat Me Right” del álbum B. B. King Wail, de 1960). Y la guitarra (justamente) desaparece, dejando al hombre solo con sus quejas. Pero a la mitad de la canción se vuelve protagonista y cuenta su versión de la historia, una en la cual su defensa sin palabras, en tonos enérgicos y chillones, revelan que si ella escapa es porque está aburrida y cansada, porque ese hombre que solía ser tan dinámico se ha convertido en abúlico, posesivo y maniático.
V
Cuando era niño, B. B. King trabajó en los campos de algodón de Mississippi. Cerca de ahí había un río. Sacar el suave y gentil algodón era frustrante y muy peligroso. Si lo hacía mal, las espinas de la planta le cortaban la piel entre las uñas, y el algodón con sangre no se lo pagaban. Tras la jornada de trabajo, la idea de que con esos dedos destrozados no podría tocar la guitarra lo angustiaba hasta las lágrimas. Iba al río y la contemplación del agua le contagiaba calma. Del góspel aprendió que los mensajes religiosos solo pueden ser espirituales a través de la música. Sin música, únicamente resultan palabras, y por lo tanto meros ruidos sin sustancia. Ese principio lo llevó a los mundos profanos, al blues de su vida diaria.
VI
Alguien alguna vez dijo que Medgar Evers y B. B. King eran almas gemelas. Los dos negros, los dos de Mississippi, los dos nacidos en 1925. Ambos pelearon por los derechos de las minorías y soñaron con eliminar la segregación racial de Estados Unidos. A Medgar lo mató en 1963 un blanco de un balazo. Poco después de su asesinato, B. B. King estaba dando un concierto en Arkansas. Dos borrachos comenzaron a pelearse por una mujer llamada Lucille y el conflicto escaló hasta convertirse
En el Festival de Londres con Slash
en una batalla campal. Se cayó una lámpara de parafina sobre una mesa y el bar comenzó a incendiarse. A salvo en la calle, B. B. King se dio cuenta de que había olvidado su guitarra y cruzó el incendio para salvarla de las llamas. La llamó Lucille desde ese momento.
Del góspel incorporó la juguetona dinámica de un predicador que llama y su hermandad le responde
VII
Durante sus últimos años, B. B. King hizo lo que había hecho toda su vida: dar conciertos. Estaba enfermo y tenía que permanecer sentado en el centro del escenario. La inmovilidad de su cuerpo contrastaba con el ágil, interminable, ir y venir de Lucille. A veces parecía un cadáver cuyo único vínculo con la vida era el sonido de su guitarra. Los dedos comenzaron a fallar eventualmente y Lucille se fue volviendo también torpe y tartamuda. La última rigidez acabó por vencerla en Las Vegas el jueves 14 de mayo y ambos murieron en el mismo instante. Una de las grandes historias de amor en la historia del mundo, la del bluesero sonriente y su guitarra que sobrevivió al fuego, ha terminado. Es absoluto el silencio. L
08 b sábado 23 de mayo de 2015
MILENIO
historia ESPECIAL
Peter Gay
Retratista de la época victoriana PERFIL Ernesto Herrera
V
arios fueron los asuntos tratados por el historiador germano–estadunidense Peter Gay (Berlín, 1923–Nueva York, 2015), pero los estudios con los que acaso más se le recuerde son aquellos ligados a la época victoriana. Uno de sus libros emblemáticos, Schnitzler y su tiempo. Retrato cultural de la Viena del siglo XIX (Paidós, 2002), la tiene por tema aunque el subtítulo haga referencia a una ciudad en particular. Gay explica que si bien el término “victoriano” se asocia básicamente a Inglaterra, historiadores estadunidenses lo han extendido a otras latitudes. Los victorianos ingleses, franceses, alemanes y austriacos, reconoce, poseen rasgos particulares, pero el uso que hace del concepto “es también un reconocimento a las diferencias”. En todo caso, el arranque del prólogo clarifica sus intenciones: “Este libro es la biografía de una clase, la clase media del siglo XIX, de 1815 a 1914”. El hecho, en apariencia nimio, que detona el libro fue la lectura que hizo el padre de Schnitzler de su diario. Esto muestra, primero, que la escritura de diarios era algo que se fomentaba en la escuela y la familia, y, segundo, más importante para los objetivos de Gay, la autoridad que tenían los padres. Al violar la intimidad de su hijo, el padre del escritor —médico al fin—quería saber de su vida sexual (las páginas dedicadas a la sífilis, motivo que retomará en su obra teatral La ronda, son de gran interés). Un sinónimo de “victoriano” que ha sido aceptado acríticamente es “conservador”, pero en no pocas páginas del libro Peter Gay demuestra que no siempre esta generalización es acertada; por ejemplo, las mujeres hablaban abiertamente de sus deseos sexuales con su marido. Otro prejuicio que se rompe: el victoriano era un ignorante burgués solo preocupado en hacer dinero. Y no era así: entre ellos surgieron los primeros coleccionistas de arte y, de hecho, la mayor parte de los logros del siglo XX se anticiparon en la época victoriana. Empero, no han faltado cuestionamientos al trabajo de Gay. El crítico argentino Nicolás Gelormini anotó: “Tampoco falta el diálogo con los grandes filósofos como Marx o Nietzsche, pero aquí surge una de las objeciones que se le
pueden realizar a Peter Gay. Y es que el autor discute solamente con sus fuentes y muy pocas veces con historiadores contemporáneos. Una segunda objeción debería señalar que el autor, así como llama ‘victoriano’ a todo burgués del siglo XIX —aunque aclare que ‘victoriano’ no quiere decir en ese contexto ‘remilgado’—, del mismo modo generaliza los prejuicios con respecto al siglo XIX y de esta manera le resulta más fácil rebatirlos. Como todo llamado a la sensatez, a la moderación, el texto corre por momentos el riesgo de convencer pero al mismo tiempo resultar anodino, de enunciar una verdad que interesa poco”. Las transformaciones de la época victoriana y la clase media son los motivos que están en el fondo de Modernidad. La atracción de la herejía de Baudelaire a Beckett (Paidós, 2007). En el siguiente párrafo queda ilustrada la manera en cómo lo victoriano y lo moderno se interrelacionan: “En 1867, año de la muerte de Baudelaire —la reina Victoria llevaba treinta años en el trono y el término ‘victoriano’ empezaba a ser objeto de burlas—, dramaturgos, arquitectos, compositores, poetas, novelistas y otros creadores de alta cultura que anhelaban respetabilidad social habían adquirido aquello por lo que sus antepasados tanto habían luchado. Había todavía zonas, especialmente en Europa central y oriental, donde los artistas todavía no se habían liberado del estatus servil. Pero en Europa occidental y Estados Unidos podían entablar amistad y casarse con la clase media alta o la alta burguesía, y reivindicar la autonomía y dignidad de su profesión”. Si bien ya se ha señalado que para Gay “victoriano” no es necesariamente sinónimo de “conservador”, en este periodo la clase dirigente imponía el “despotismo de la costumbre”, para usar la expresión del pensador inglés John Stuart Mill, y por lo tanto se negaba a que la sociedad cambiara. El artista moderno luchará contra esto y encarnará las ideas expuestas por Stuart Mill en su ensayo Sobre la libertad, acerca de la diversidad y la individualidad. Recordemos que para él las personas que defienden su individualidad y originalidad “introducen cosas buenas que antes no existían y dan vida a las ya existentes”. Pero sobre todo en los renglones que siguen, queda claro el papel de estos hombres de carácter que siguen su vocación: “Los hombres de genio son una pequeña minoría (pero
para tenerlos es necesario cuidar el suelo en el que crecen). El genio solo puede alentar libremente en una atmósfera de libertad. Son más individuales que los demás (si por timidez consienten en ser forzados dentro de uno de estos moldes, la sociedad poca mejora obtendrá de su genio. Si son de carácter fuerte y rompen sus cadenas, se convierten en punto de mira de la sociedad. Se les señala, entonces, como ‘turbulentos’ o ‘extravagantes’). No hay razón para que toda la existencia humana sea construida sobre un coto o un número de patrones. Con tal de que una persona posea una razonable cantidad de sentido común y de experiencia, su propio modo de arreglar su existencia es el mejor, por ser el suyo”. Como en Schnitzler y su tiempo, Gay insiste en romper prejuicios y muestra que en su quietismo la sociedad victoriana era dinámica y permitía, aunque con reticencias, la presencia de estos excéntricos como Baudelaire. Si inevitablemente al final, según el dictum de Elie Faure, “el revolucionario de hoy es el clásico del mañana”, se debe a la asombrosa capacidad de absorción de “una clase cultural que los modernos habían intentado menoscabar”. Porque si el objetivo de los modernos era épater le bourgeois, en especial los pintores terminaron viviendo con lujos. Otra idea que conecta Schnitzler y su tiempo y Modernidad es que el burgués no era necesariamente un ignorante en materia de arte. Al analizar el papel de los marchantes, Peter Gay los ve como educadores del gusto al popularizar la obra de los artistas innovadores. Entre los personajes que presenta, destaca uno de manera especial: el museógrafo alemán Alfred Lichtwark. El historiador lo recuerda por un ensayo de 1881 titulado “Publikum”, en el que dividía al público del arte en tres categorías: “las masas, los cultos y unos pocos elegidos”. Lo notable es la observación de Lichtwark de que estos “pocos elegidos” no deben pertenecer “a una determinada clase o nivel económico”. Y así es: el gusto no es cuestión de dinero. En tanto museógrafo, su valentía no fue inferior a la de los artistas que se empecinaron en ofrecer una nueva cara del arte. En especial, Lichtwark fue un defensor de los impresionistas franceses y luchó por que el museo bajo su responsabilidad, la Kunsthalle de Hamburgo, tuviera obras de ellos. La modernidad quedará entonces como la época del artista, tras la anunciada muerte de Dios. En el recorrido que Gay hace de Baudelaire a García Márquez, lo que descubrimos es que los artistas modernos, al romper esquemas, ayudaron a que nuestra percepción se ampliara. Tal era el pensamiento de Gay: “No todas las innovaciones artísticas merecían triunfar o sobrevivir; las producciones que surgieron de la cornucopia moderna no eran admirables en todos los casos. Aun así, sigo sosteniendo que el movimiento moderno representaba una doble liberación psicológica, tanto para los consumidores de alta cultura como para sus productores”. Pero finalmente la obra donde se cifran todas sus cualidades como historiador y su interés por el periodo victoriano es Freud. Una vida de nuestro tiempo (Paidós, 1989), su monumental biografía del creador del psicoanálisis. Gay escribe en el prefacio: “la creación de Freud, el psicoanálisis […], se presenta como la Némesis del ocultamiento, de la hipocresía, de las evasiones bien educadas de la sociedad burguesa”. Al hablar de su biografía resulta normal hacer el parangón con la biografía “autorizada” que realizó Ernest Jones. Dejo a los especialistas que hagan el estudio pormenorizado de sus simpatías y diferencias. El mismo Gay ha indicado las interrogantes que quedan alrededor de Freud, su objetivo está determinado por su especialidad: “Como historiador, situé a Freud y su obra en el seno de sus diversos ambientes: la profesión psiquiátrica que subvirtió y revolucionó, la cultura austriaca en la que se vio obligado a vivir como judío no creyente y médico no convencional, la sociedad europea que durante el tiempo en que vivió sobrellevó los espantosos traumas de la guerra y las dictaduras totalitarias, y la cultura occidental como un todo, una cultura cuyo sentimiento acerca de sí misma el propio Freud transformó más allá de todo reconocimiento para siempre”. Como a todo maestro, el mayor homenaje que se le puede hacer es leerlo. L
sábado 23 de mayo de 2015 b09
LABERINTO
en librerías Las buenas intenciones
Número Cero Umberto Eco Lumen México, 2015 218 pp.
E
l lector no debe esperar una historia con el brillo histórico de El nombre de la rosa o la malicia de El cementerio de Praga. Debe, en cambio, prepararse para conocer algunas de las prácticas más reprochables del periodismo escrito: los pactos con el poder económico, la búsqueda de la nota sensacionalista en detrimento de la verdad, el rumor convertido en canon. Número Cero tiene la apariencia de una novela, con una trama sencilla, pero es en realidad una diatriba que a veces toma la forma de una cátedra universitaria. Las páginas dedicadas a Mussolini son un ejemplo de teoría conspiratoria.
Coronel Lágrimas
Amity Gaige Salamandra España, 2015 285 pp.
E
scrita en primera persona, y con una voz emparentada con el Humbert Humbert de Lolita y el Oskar Matzerath de El tambor de hojalata, esta novela destaca, en primer lugar, por su tono confesional y, en segundo, por la capacidad con la que consigue transformar a un monstruo en sujeto digno de simpatía y compasión. Desde la cárcel, Eric Schroder expone los motivos por los cuales raptó a su hija de seis años, tan solo para ejercer su amor paterno y su derecho a la felicidad. El drama trasciende el ámbito familiar para instalarse en la esfera de la humanidad en busca de sentido.
l personaje de esta novela es un ermitaño afincado en una altura similar a la de los Pirineos. El raro individuo aprovecha su soledad para llevar a cabo una empresa igual de extravagante que su propio aislamiento: escribir una historia universal, relato hecho de claves personales, experiencias que provienen de distintas épocas y espacios que atraviesan culturas e identidades: lo mismo la Revolución rusa que la gesta mexicana del siglo XX, la Guerra Civil de España o esa otra convulsión a nivel global: la de la informática y la Internet.
La fotografía vernácula
el conservador del Centre Pompidou, director del Cabinet de la Photographie y autor de Breve historia del error fotográfico, llega este título en el que hace un ajuste de cuentas o un acto de justicia, según como se vea, de la fotografía aplicada al cine (Georges Méliès) con la instantánea como mera obra de arte (Man Ray, Molohy–Nagy, Martin Parr, Christian Boltanski o Sophie Calle), sin perder de vista la evolución de la técnica, la tecnología y la mirada del fotógrafo contemporáneo ante sus pares de principios del siglo XX.
Las transformaciones de la medicina
A
dmirado en México, entre otros, por Martín Luis Guzmán, el inglés William Hazlitt es uno de los grandes ensayistas de la historia literaria. En este libro narra su encuentro con los poetas Coleridge y Wordsworth. Incluye también el que acaso sea su texto más conocido, “La pelea”, una obra maestra dedicada al box. Otros ensayos que podemos encontrar son “Sobre la prosa de los poetas” y “Sobre si la genialidad es consciente de su poder”. Para Manuel Arroyo Stephens, autor de la presentación, Hazlitt tiene un paralelo en Mariano José de Larra.
Nikola Tesla Margaret Cheney Turner Noema España, 2015 218 pp.
A
Tesla le debemos que una habitación se ilumine con solo encender un interruptor, el control remoto, la transmisión inalámbrica, el motor eléctrico de inducción, el alternador... Sus patentes se cuentan por cientos y sin embargo mereció el desdén de sus contemporáneos, quizá porque estaba lleno de fobias y manías (empleaba 18 servilletas mientras comía en su mesa del Waldorff Astoria). Esta biografía disecciona su genio, nunca recompensado y siempre a merced de granujas y vividores. Tesla era tan brillante para el mundo de las ciencias como inútil para la vida práctica.
Un adiós en armonía Asunción Álvarez del Río y Elvira Cerón Aguilar Grijalbo México, 2015 184 pp.
Ruy Pérez Tamayo El Colegio Nacional México, 2015 122 pp.
D
os tendencias han marcado el desarrollo de la medicina occidental desde sus orígenes hasta el Renacimiento. Este libro, explica el doctor Pérez Tamayo, “se limita a la medicina misma, como una rama específica del conocimiento dirigida a preservar la salud y combatir las enfermedades” (la otra se refiere a la medicina como un elemento más “del mundo académico, político, económico y social en donde se desarrolla”). Las transformaciones por las que ha pasado la medicina han sido científicas, tecnológicas, sociales, económicas, éticas y pedagógicas.
SIRUELA
William Hazlitt Ficticia México, 2015 200 pp.
Clément Chéroux Serieve México, 2014 155 pp.
D
AMBOS MUNDOS
Sobre el gusto y otros ensayos
Carlos Fonseca Anagrama España, 2015 168 pp.
E
Adiós a Óscar Collazos
E
n nuestra época, los avances de la medicina han provocado que el ser humano extienda su longevidad. Este afán de inmortalidad y de mantenerse joven ha provocado que hablar de la muerte sea considerado de mal gusto. Las autoras aspiran con este libro a que la gente hable con naturalidad de ella. Y en tanto que, según algunos críticos, la muerte se ha convertido en un espectáculo, es necesario devolverle su tiempo y su valor. Especialistas en bioética y tanatología, las autoras dan elementos para que la persona que va a morir, y sus familiares, se despidan sin culpas.
Santiago Gamboa Facebook: Santiago Gamboa–círculo de lectores
S
upe de él por primera vez en 1985, cuando estaba recién llegado a Madrid y me enteré de que, diez años atrás, su novela Crónica de tiempo muerto había sido publicada en Barral Editores por ser finalista del prestigioso Premio Barral. Luego encontré su novela Jóvenes, pobres amantes, que me gustó por su técnica y, más tarde, en 1988, me impresionó cuando la editorial Mondadori, que en esa época hacía unos libros hermosos y era un verdadero fetiche para mí, publicaba Fugas. Lo conocí personalmente mucho después, en 1996. Mi generación comenzaba a publicar sus primeros libros (Mendoza, Abad, Paredes, Franco, Botero, Chaparro, Serrano, etcétera) y la reacción de la generación anterior fue al principio algo distante, como queriendo medir las cargas, de modo que sentíamos como si estuviéramos entrando por la puerta trasera a una casa ajena. Óscar Collazos fue la excepción. Tenía por esos años un programa de televisión sobre literatura y recuerdo que nos fue invitando uno a uno a hablar sobre nuestros libros, y así lo conocí, en una entrevista que me hizo en los jardines de las Torres del Parque de Bogotá. Ahí comprobé que en persona era tan interesante como en sus libros, una mezcla de humor, rapidez verbal y simpatía que me cayó bien desde el primer minuto. Luego lo fui encontrando, por aquí y por allá, siempre al lado de su infatigable amigo de esos años, R. H. Moreno Durán. Recuerdo una vez en Barcelona, en 1998. Moreno Durán se fue detrás de unas bellas brasileñas
que celebraban por la calle y Óscar, escéptico, me dijo: “R. H. no levanta si no hay un previo conocimiento de su obra”. Al verlo volver solo comentó: “Se ve que ninguna había leído Fémina suite”. Collazos y Moreno Durán eran como don Quijote y Sancho, o el Gordo y el Flaco. Siempre estaban juntos y su suerte parecía depender del otro. Moreno Durán alcanzó a ser padrino de tres matrimonios de Collazos, empezando por el primero, con la novelista barcelonesa Nuria Amat. Extrañamente al final se pelearon, como un viejo matrimonio que un día explota. Moreno Durán me dijo un día de Collazos: “El negro es un miembro clandestino del jet set”. Cuando Collazos lo supo, respondió: “Es que para un tunjano (de Tunja) cualquier cosa es jet set”. Lamenté mucho su disputa, pues estuve mil veces con ambos y era un gusto oírlos hablar de literatura y de la Barcelona de los años setenta. Luego murió R. H. Y ahora muere Collazos. Su verdugo fue la “enfermedad de las neuronas motoras”, la temible esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Sin duda fue uno de los autores más visibles de su generación, la cual dejó como herencia su afán libresco y el valor de poseer una gran cultura. Mi libro preferido de Óscar fue el último que publicó, Tierra quemada, en donde narra los avatares de un grupo de desplazados que van errantes por un país devastado por la guerra, y para los cuales la marcha y la fuga se convierten en un modo de vida. Descanse en paz. L
10 b sábado 23 de mayo de 2015
MILENIO
cine ESPECIAL
¿Por qué le disgusta el arte contemporáneo? Cada quien puede hacer lo que quiera, pero duele cuando empiezas a bloquear el paso de nuevos talentos. El problema no es que el mercado del arte se llene de cosas falsas, sino que los impostores cierran el camino a nuevos talentos. Es algo cíclico. A principios del siglo XX sucedía algo similar. Es verdad, pero cada vez está peor, y de seguir el arte será un “No arte”, es decir, el negocio de quien solo busca el dinero. La idea de la película es que cada quien saque sus conclusiones. Sin embargo, hay una editorialización de su parte. Habla de “artistas falsos” y de inmediato liga una imagen de la obra de Abraham Cruzvillegas o de Teresa Margolles. Ahí está mi crítica pero no quiero imponer un punto de vista. Lo ideal es que la gente genere su propia opinión y polémica. El chiste es pensar temas a los que no solemos dedicarle tiempo. Por otro lado, no niego que más que una investigación desarrollo una crítica. ¿Buscó a Cruzvillegas, Teresa Margolles y Gabriel Orozco, con quienes se muestra particularmente duro? Fue imposible entrevistarlos. Durante un año busqué a Margolles y a Orozco. Solo pude platicar con la galerista de Teresa.
Pablo Jato
“Los impostores cierran el camino a nuevos talentos” El espejo del arte mira con suspicacia el papel de los galeristas, críticos y conceptualistas como Gabriel Orozco y Teresa Margolles ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com
¿
Qué es el arte? ¿Cuál es la injerencia del mercado en este sector? En el documental El espejo del arte, el realizador Pablo Jato analiza el rol de la mercadotecnia, el dinero y la moda en la plástica. A partir de más de cien entrevistas con críticos, artistas, curadores, museógrafos y galeristas de distintas partes del mundo, construye una crítica al arte contemporáneo y al comercio que lo rodea.
¿Por qué plantear su crítica al arte contemporáneo desde el cine? Hace unos años escribí un libro llamado El arte tiene la culpa. Varias editoriales me dijeron que no era el momento para publicarlo y sigue sin imprimirse. Tiempo después, durante la Feria Arco en Madrid, a un grupo de amigos se les ocurrió preguntarle a los galeristas: ¿qué es el arte? Dadas las respuestas, descubrimos que había un material importante y seguimos filmando cuatro años más. Por desgracia, hemos tenido problemas para exhibir el documental en festivales, museos y centros culturales, a pesar de que lo estamos regalando.
Hay también una crítica al mercado, pero es ahí donde el arte da la nota. Hace unos días, los trabajos de Picasso y Giacometti se convirtieron en las obras más caras de la historia de la pintura y la escultura. El mundo de las subastas es muy curioso. En Estados Unidos hay un tipo que se ha pasado la vida recolectando piezas de Andy Warhol. Compra un cuadro en un millón de dólares, lo mete a subasta, puja contra sí mismo y lo sube hasta diez millones. Su negocio es redondo porque incrementa el precio de sus piezas y solo paga la comisión a la casa de subastas. Los remates están muy manipulados. El arte es subjetivo. Bajo esta premisa habrá quien descalifique su película. Desde luego. Me han acusado de que las entrevistas están manipuladas y para evitar ese problema vamos a subirlas completas a Internet. Al final, lo importante es abrir el tema al debate. ¿Argumentó más su tesis o cambió en algo su percepción del arte? Cambió mi percepción. Sobre la marcha me hice más moderado. Al principio era radical en los conceptos pero descubrí que es verdad que hay gente con un discurso legítimo para contar las cosas de otra manera. Me parece que uno de los temas de su película es la forma en que nos relacionamos con el arte. ¿Cómo percibe hoy la relación artista–público? Aunque parezca mentira, creo que hay una relación sana. A pesar del mercado, la inseguridad y la política, la gente ve al arte como una flor en el desierto. Quizá no hay un acceso amplio a la cultura, pero el ciudadano suele reaccionar bien. L
HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL
Al otro lado Fernando Zamora @fernandovzamora
T
he Water Diviner es la primera película dirigida por el actor Russell Crowe. Y parece comenzar donde Gallipoli, de Peter Weir, terminó en 1981: la masacre. Gallipolli es una de las más impactantes películas de guerra. La secuencia final aún me asalta en pesadillas agridulces. Y aunque Russell Crowe está lejos de las alturas de Peter Weir, la verdad es que en esta historia sobre lo que sucedió después de la matanza de Gallipoli no le va mal. The Water Diviner parece hecha a mano. Es evidente que la imagen es la de un director que no ha sido tocado por la flamante perfección (a menudo fría) que suele ofrecer el cine de los grandes estudios. Al contrario, la de Crowe es una película limpia, de gramática impecable. Los encuadres parecen incluso inocentes, hechos de lugares comunes: el mercado, el retrato de la hermosa mujer, el niño que corre, un muchacho que baila. Todo emerge de una lámpara exótica como la de Aladino. En la candidez de la imagen, sin embargo, la película resulta tan honesta que ha conseguido el triste honor de ser tan aclamada por la crítica como despreciada por el público. The Water Diviner fue un sonoro fracaso comercial y sin embargo se mueve.
The Water Diviner (Promesa de vida). Dirección: Russell Crowe. Guión: Andrew Knight y Andrew Anastasios. Fotografía: Andrew Lesnie. Con Russell Crowe, Olga Kurylenko, Jai Courtney, Isabel Lucas. Australia, Estados Unidos, Turquía, 2014. Otra cosa por la que The Water Diviner parece inocente es que en el fondo es una fábula moral que se edifica con las virtudes de la esperanza. Un campesino australiano decide ir a la tierra en que sus hijos fueron asesinados durante la batalla de Gallipoli. En lo que hoy es Turquía, el campesino se encuentra con la belleza de
una ciudad que no pensó; un país que no pensó y sobre todo unos enemigos mortales tan humanos como él. Dicen los eruditos que la tradición literaria occidental comenzó con la Ilíada. No sé si sea cierto ni me corresponde saberlo, pero en el último Canto Homero narra esta escena: Príamo, el venerable rey de Troya, baja de su ciudadela y va al campamento de los griegos para humillarse frente a Aquiles y pedirle que le entregue el cadáver de su hijo. Al principio Aquiles se niega, pero después de escuchar las razones del padre llora con él. La violencia no es sagrada, la guerra nunca es justa. Los enemigos mortales se abrazan y lloran por todos los que han matado. Comparar a Russell Crowe con Homero está un poco fuera de lugar y sin embargo en The Water Diviner resuena esta última imagen de la Ilíada. El campesino que llega al imperio otomano con la suspicacia de quien va a rogar que le devuelvan a sus hijos muertos se transforma en el contacto con este país que está de luto como él; en el contacto con hombres, mujeres y niños que han sufrido como él. Harold Bloom dice que si quieres escribir tienes que atreverte a estar a la altura de Homero, de Shakespeare y Cervantes. No es que uno vaya a lograrlo, después de todo esas cosas las decide la Historia. Lo único cierto en todo caso es que en ésta, la primera película de Russell Crowe, resuenan los ecos de una tradición narrativa que ofrece perdón y compasión hacia el enemigo mortal cuando ha perdido, como nosotros, lo más amado. L
sábado 23 de mayo de 2015 b 11
LABERINTO
escenarios JOSÉ JORGE CARREÓN/ CUT
La verdad de Ícaro MERDE! Braulio Peralta juanamoza@gmail.com
N La obra escrita por Luis de Tavira se presenta de jueves a domingo en el Centro Universitario de Teatro. Entrada libre
Es el amor Citerea se inspira en las tragicomedias de Pierre Carlet de Marivaux y sirve como punto de partida para una joven generación de actores del CUT TEATRO Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com
C
iterea es un recorrido por los ecos del mito griego, desde el laberinto del Minotauro hasta el de una institución con pasillos y puertas que abren y cierran el paso hacia la espiral interior de hombres y mujeres ante el revés de su deseo. El nombre de la isla griega da título a esta obra escrita por Luis de Tavira para alumnos del Centro Universitario de Teatro (CUT), que dan el paso a la vida profesional bien arropados por la dramaturgia concebida por su maestro, la escenografía, iluminación y multimedia de Philipe Amand, el vestuario sesentero de Carlo Demichelis y la asistencia de dirección de Octavio Michel Grau. Compleja, enigmática, poética, divertida y reveladora, esta tragicomedia inspirada en una idea de Pierre Carlet de Marivaux, autor de El juego del amor y del azar y de La doble inconstancia, está compuesta por catorce escenas, eficaces en su autonomía, que, reunidas, configuran un ensayo escénico sobre el amor. Incorporada al sonido de un férreo, suave y álgido rugido de olas, la atmósfera de este territorio marino nutrido por cantos de aves, por notas concluyentes de piano, violín y contrabajo que configuran un lenguaje propio, inicia con un hermoso y vivo paisaje en el que espera una barca junto al muelle, bajo el naciente sol que cubre los cuerpos de una pareja dormida en un abrazo que solo puede preceder a la entrega. Como si el deseo escondiera bajo sus alas un potente imán que atrajera a su opuesto y con éste la desventura, los personajes que por accidente, casualidad, engaño, enfermedad, venganza o amor se encuentran en la isla Citerea, acotados por guardacostas, médicos, laboratoristas, secretarias, pacientes, recién llegados, o por sí mismos, se enfrentan al miedo que produce el descubrimiento de su obstrucción interna. El laberinto, de algo similar a una institución médica, se modifica durante el transcurso de escenas en las que la contienda amorosa que padece cada personaje desgarra, alienta, conmueve,
libera, pero esencialmente delata y profundiza a un tiempo, como en tercera dimensión, el pozo infinito de quienes aman a esa persona que no los ama. Como si el espectador fuera invitado a espiar tras la lente de un gran microscopio el comportamiento de seres humanos al límite de su explosión amorosa, el espacio de Citerea se modifica según la motivación de los personajes, ya sea que se encuentren impedidos, expulsados o engullidos por una puerta, separados o reflejados por canceles, al borde de la muerte en un mar violento, bajo las olas en un chapuzón gozoso, comunicados por un doble tubo acústico o sobre un estrecho y escarpado sendero hacia la libertad o el descenso. Ari Albarrán, Esteban Caicedo, Ana Clara Castañón K., Eugenia Díaz, Josué Elizalde, Yunuén Flores, Emmanuel Lapin, Arantxa Marchant, Raquel Mijares, Luis Rivera, Reené Sabina y J. Antonio Saavedra Zarazúa, quienes conforman la generación 2011–2015 del CUT, se entregan a la ficción con el rigor que exige este planteamiento escénico de doble filo. Disparos y persecuciones de guardacostas armados con impermeable amarillo acompañan el tránsito de mujeres y hombres sin sosiego, en pos de su anhelo o atrapados en redes. Náufragos, capitanes, médicos, enfermeros y vigías recorren bajo tormenta la isla que rindiera culto a la diosa Afrodita, hasta que Némesis recupera el equilibrio universal y la esperanza deja su eco en un grito femenino. El montaje es un estimulante trabajo joven sustentado en la experiencia de reconocidos maestros y artistas como Luisa Huertas y Aurelio Tello al frente de la asesoría vocal y coral, respectivamente, y Pedro de Tavira Egurrola en la música original y escenofonía. Forman parte de un valioso equipo que da la bienvenida a esta generación afortunada que retribuye con su desempeño escénico la inversión artística de los profesionales que los amparan. Citerea tiene la esencia de un tratado filosófico sobre el amor y una agudeza nítida que evidencia la tragedia del ser humano atrapado en la vulnerabilidad del que ama. L
o iba a ver el nuevo espectáculo de Daniele Finzi Pasca, La Veritá, por Ícaro, su anterior montaje en México. ¿Se puede hablar a un enfermo en estado terminal todo el tiempo sin permitirle decir una sola palabra? Esa fue la duda al ver el monólogo Ícaro, de Daniele Finzi, obra que tantos elogios ha recibido. Me hablaron de la pieza como un “clásico”. Pensé encontrarme con algo sublime, ahí donde se encuentran los ecos de las vanguardias. No fue así. Un Ícaro lejos de aquel que vuela hacia el Sol, frente a uno que se libera con palabras de aliento pero sin convicción humana. Inverosímil. Y sí, ya sé que muchos le aplaudieron de pie. Yo no. La comedia tiene como sentido hacernos reír y reflexionar sobre nuestras vidas. Sonreí al principio con Ícaro pero al pasar el tiempo —con la dificultad del castellano del histrión, con la trampa de complacer al poco exigente público mexicano, con los clichés del montaje— me quedé con la impresión de que Ícaro es poco solvente porque se alejó de la exigencia de la imaginería del teatro como esencia. Y aunque el público salió fascinado —porque Finzi Pasca se lo había ganado con guiños de fácil acceso sobre la identidad mexicana—, a mí me desilusionó. No me gusta la crítica venenosa. Por eso no quise escribir de esta obra en su momento. Y ahora me vuelvo a preguntar: ¿de verdad puede un enfermo terminal escuchar el sermón de un ser vivo sin siquiera pronunciar
una reflexión propia? Fue un convencionalismo teatral fallido, entre otras cosas al concederle al público hablar mal en español, en vez de usar su idioma original. Las concesiones salen caras en el arte, aunque se ganen aplausos. Por eso no pensaba repetir el teatro de Finzi Pasca. Pero fui con unos amigos. El reencuentro fue enorme: La Veritá es gozosa por los ojos, los oídos y eso que llamamos sentimientos, sin necesidad de usar la razón —porque no hay nada qué racionalizar—. El teatro no tiene necesariamente que decirnos nada si se trata de abrir los sentidos y ver el cuerpo de un actor entregarse al vértigo que le brinda el espacio vacío, el uso de la tecnología para volar o ir con nuestra alegría acompañando al feliz intérprete en la aventura de desafiar las leyes de gravedad. Magistrales. Apenas un guión para hacer teatro con los sentidos, sin más discurso que el placer. Los dos espectáculos han estado en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris: Ícaro el año pasado, y ahora La Veritá. Hacer teatro es una ilusión de la realidad. Uno agradece este tipo de realidad donde no hay balazos, hay alas. No hay ideas, hay deseos. No hay palabras, hay acciones. No hay adultos, hay seres que juegan sin la razón como norma. No hay menos que agradecer. Un privilegio salir del teatro, sonriéndole a la calle, y a la gente. Y una conclusión: el discurso no es lo importante en el teatro de Daniele Finzi Pasca. Entre Ícaro y La Veritá las razones son claras: el teatro de la imaginación —La Veritá— puede más que un monólogo de autoayuda con Ícaro como pretexto. L VIVIANA CANGIALOSI
Los protagonistas del espectáculo de Finzi Pasca
12 b sábado 23 de mayo de 2015
MILENIO
varia ENRIQUE CLIMENT
ESPECIAL
Vanessa Place Inc.
Al rescate de Enrique Climent
ARCHIVO HACHE
GUÍA VISUAL
Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com
L
a poesía experimental gringa vive una crisis ética grave. Primero, en marzo, Kenneth Goldsmith hizo un performance racista y desde entonces Internet está destruyendo al conceptualismo (y siguen cosas peores). Este mayo Vanessa Place, co–protagonista conceptualista, con otro performance, plagió la escena, y donde antes estaba el cuerpo de Goldsmith ahora está el suyo; 2015 pasará a la historia como el año en que el conceptualismo se suicidó por linchamiento. Place opera por copy-paste in your face, escándalo e identidad–avatar aún más cínica y capitalista que la de Goldsmith. Así se autodefine: “VanessaPlace Inc. es una corporación transnacional cuya única misión es diseñar y manufacturar objetos para satisfacer las necesidades poéticas del corazón, rostro y forma humanas” (http:// vanessaplace.biz). Para Place, “la poesía es un tipo de dinero”. Recientemente fue designada como parte de un comité del poderoso congreso de la Asociación de Escritores y Programas de Escritura (AWP por sus siglas en inglés) en Los Ángeles–2016. Y la semana pasada se lanzó una campaña contra Place, debido a un proyecto suyo que revive ofensas raciales. Ante la presión, la AWP decidió quitarle el cargo. El principal beneficiado del golpe a Place fue la semi– anónima Coalición Mongrel, que impulsó la petición. La Coalición Mongrel es un nuevo movimiento
experimental, que pudo haber innovado de no haber plagiado la misma violencia capitalista que ataca. Dice provenir de minorías orgullosas de emplear medios y fines hegemónicos: forzar consenso mediante coerción. O los apoyas o te callas, o buscan eliminarte. Un elemento tragicómico del triunfo anti–Place de este autodeclarado ¿“decolonialismo” por bullying? es que lanzaron su intensa campaña contra Place unos días después de que publicaron estereotipos xenofóbicos sobre México. Y luego, ante los reclamos, amenazaron con “desaparecer” a quienes se opusieran (a sus métodos de apropiación del discurso decolonial para fines norteamericanos) y reiteraron que ellos podían decir todo lo que sientan o quieran. Debido a que las redes de escritores experimentales blancos (consolidados o aspirantes) no quieren ser atacados por la Coalición Mongrel pasaron por alto su violencia xenófoba. Los Mongrels, a sabiendas de que su xenofobia y amenazas podrían afectar su carrera, usaron la campaña contra Place para terminar de borrar su episodio anti–mexicano. Quizá fue innecesario: en Estados Unidos las vidas mexicanas no importan. Son migrantes, vecinos o materia prima sub–humana. Insultar, invisibilizar, amenazar, escupir sobre lo mexicano es un privilegio que los norteamericanos tienen, sin importar su color o posición. Para ellos, lo mexicano es una de dos: Nada o Nadie. Esta semana la Coalición Mongrel ganó a Vanessa Place Inc. al mejor estilo Nafta. Sus acciones están a la alza. L
Magali Tercero @magalitercero
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asta el próximo 12 de julio estará exhibiéndose en el Museo de la Ciudad de México la muestra Enrique Climent. Exposición retrospectiva, con más de un centenar de obras del pintor español llegado a México con el exilio que tanto dio a nuestro país. La intención es acercar a las nuevas generaciones a la valiosa expresión plástica de un artista hasta cierto punto olvidado después de su muerte en 1980. Pilar Climent, hija suya, curó la exhibición siguiendo un guión cronológico que abarca su periodo anterior a la Guerra Civil española, cuando en los años veinte y treinta del siglo pasado fue un exponente destacado de las vanguardias; pasa por los extraordinarios dibujos realizados en un campo de refugiados de la guerra antes de llegar a nuestro país; registra las transformaciones operadas en su lenguaje tras instalarse en el nuevo país (una especie de retorno al realismo tanto en los temas como en forma y cromática) y, por último, brinda la posibilidad de conocer su veta erótica, ingenua y llena de humor, vía los cuadros que el autor, en un gesto lúdico e incluso libertario, bautizó hacia el final de su vida como Divertimentos. Esta es apenas la segunda retrospectiva que lo reconoce como un artista de cuerpo entero, pues en 1984 se hizo una exposición suya en el Palacio de Bellas Artes. Pilar Climent atribuye cierto olvido al hecho de que el artista “se alejó de los reflectores en los últimos años de su vida y de las tendencias modernas en el arte”, por lo que tuvo que buscar durante veinte años un lugar adecuado para esta muestra. REVISTA B&N Otras facetas de Climent, también mostradas aquí, son las del ilustrador y el caricaturista. Hasta antes de mudarse a París, en 1924, trabajó como ilustrador para la revista B&N (Blanco y Negro). Como caricaturista desarrolló un estilo entre irónico y amable, de líneas finas, para señalar las anomalías de la vida en sociedad. Además, acompañan a la muestra fotografías de la época en que se exilió en México. Pintor en búsqueda constante, lo caracteriza la diversidad: del estilo realista al cubismo, el surrealismo, el abstraccionismo. Sus etapas cubista y surrealista destacan especialmente en su trayectoria. A reserva de ir a ver la exposición, vale la pena recorrer la página web http://www. enriquecliment.mx, organizada también por
Pilar Climent, en la que se muestra obra de sus primeros tiempos hallada en España, pinturas de la colección familiar (muchas de ellas integran la muestra del Museo de la Ciudad de México) y piezas pertenecientes a coleccionistas que aún están en proceso de localización. Una visita al sitio muestra obra realista y obra cubista realizada entre los años cuarenta y cincuenta, como una Anunciación y una Catedral bellísimas, picassianas en cierta forma, además de paisajes, retratos y naturalezas muertas, así como pintura abstracta de los años sesenta, naturalezas muertas (recurrentes en su trayectoria), temas de tauromaquia, maternidades y obra erótica de los años setenta y ochenta. En otro apartado pueden verse las caricaturas, que esta cronista no conocía y considera excelentes, así como la dolorosa obra del exilio realizada en blanco y negro. En especial, llama la atención un dibujo de cuatro hombres sentados en un barco: inmersos en lo que ahora es su vida cotidiana, ahora parecen olvidar el drama que los arrojó de su país. GUERRA CIVIL Antes de cerrar esta columna, mencionemos que durante la Guerra Civil española Climent hizo cientos de ilustraciones y carteles para apoyar a los republicanos, obra que fue expuesta en el Pabellón de la República de la célebre Exposición Internacional de París inaugurada el 25 de mayo de 1937. Recordemos que el edificio del Pabellón, construido por los arquitectos Luis Lacasa y Josep Lluis Sert a pedido del filósofo José Gaos, entonces comisario de la exhibición española, los escritores Max Aub y José Bergamín y el pintor Josep Renau, representó el régimen constitucional republicano, y como tal defendió la liberación de España. Ahí, además de los carteles a favor de la República, se expuso, entre numerosas obras de artistas destacados, el Guernica de Picasso, una denuncia contra la Legión Cóndor alemana por haber bombardeado tierra española el 26 de abril de 1937, y en la sección de documentos, poemas de Federico García Lorca. Al término de la exhibición, el Pabellón fue demolido y los arquitectos Lacasa y Sert debieron exiliarse luego de ser juzgados por el bando nacional por responsabilidades políticas. L