Laberinto No.625 (06/06/15)

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Laberinto

Mariana Bernárdez Poesía página 3 Álvaro Uribe El del coche página 3 Braulio Peralta Tavira y Carballido: Norte y Sur página 11 Magali Tercero México y Mary Ellen Mark página 12

N.o 625

sábado 6 de junio de 2015

Marcelo Zabaloy y el Ulises argentino

J. D. Victoria páginas 4 y 5 FILM CRITIC

MILENIO

El planeta de Saul Bellow Rafael Vargas y Roberto Pliego páginas 6 a 8


02 b sábado 6 de junio de 2015

MILENIO

antesala DE CULTO

Jorge Vázquez Ángeles b jorgito.vazquez@gmail.com ESPECIAL

Príncipe extranjero

Shirley Jackson

La escritora que no salía de casa

TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

H

ubo una época en que las ladronerías de los políticos se hacían en lo oscurito, cruzando los dedos, y ojalá nadie se diera cuenta. Ahora es todo lo contrario. Parece que se dieron cuenta de que el buen éxito de la corrupción radica en realizarla en todos los niveles, a manos llenas, haciéndola evidente cada día, ventilándola en la prensa. El chiste es que cada día se destapen al menos treinta nuevos fraudes o desfalcos por parte de los gobiernos federal, estatales o municipales; con constructoras, arrendadoras, bancos, cajas de ahorro, bienes raíces, restaurantes, hoteles, todo negocio imaginable. Ahí se suman los partidos políticos, los empresarios, los sindicatos, las federaciones deportivas, las iglesias, las universidades y la lista no se acaba. Hay que multiplicar los delitos para que sobrepasen la capacidad de los jueces, los cuales comoquiera son también parte del sistema de injusticia. Multiplicar los escándalos para que la prensa no posea la capacidad de darles seguimiento, pues ni tiene tantos periodistas ni puede un periódico publicarse con quinientas páginas diarias. De vez en cuando algún asunto merece atención especial, ya sea por el alto rango de los implicados, como la casa blanca y la de Videgaray; o porque no es un hecho meramente monetario, como el harén del rey de la basura; o por su estratosférica suma, como el moreirazo o el medinazo. Pero ni en esos tres ejemplos hay seguimiento o justicia o, al menos, restitución del daño.

Con esta secuencia de escándalos hasta podría interpretarse que existe una estrategia de tapaderas. Si el señor presidente es vapuleado por una propiedad que huele mal, llama a uno de sus secretarios para que filtre a los medios que él también tiene una. El secretario, a su vez, se comunica con un gobernador, para que haga evidentes sus raterías; y el gobernador solicita que se descubra el desfalco de un alcalde. Cuando parece que se llegó al fin del escalafón, entonces aparece un escándalo sexual. Ya cuando se sienten atrapados, piden a un funcionario de poca monta que mande un twit misógino. Los únicos intocables en esta secuencia son los candidatos propios en época electoral. A los políticos ya no se les ataca a periodicazos; antes bien, ellos tienen una mano larga que llega hasta los medios de comunicación. Tampoco se les acota con la ley, porque la separación de los tres poderes solo existe en los libros de texto. Ya no se les coacciona con la verdad, pues hace mucho que perdieron la vergüenza. Ya ni siquiera se cruzan los dedos para que tengan buen juicio, porque eso es pedirle peras al olmo. Cuando veo tanta rapiña, tantos candidatos que vienen a solapar y superar a sus antecesores, no me parece tan descabellada la idea que tuvieron ciertos mexicanos allá a mediados del siglo diecinueve: traer un príncipe extranjero, un Pepe Mojica, un jefe de Estado nórdico, un primer ministro que sepa vivir con su salario, un descendiente de samuráis. Sí, alguien dirá que eso es traición a la patria, ¿pero entonces cómo llamarle a lo que están haciendo esa bola de rateros desde sus sillitas del poder? L

N

unca antes en la historia de The New Yorker se habían recibido tantas cartas para denostar una publicación —un cuento llamado “La lotería”, escrito por Shirley Jackson, de 29 años, nacida en San Francisco, California, en 1916—, o para solicitar el nombre y la ubicación exacta del pueblo donde se llevaba a cabo ese sorteo en el que, mansamente, participaba toda la comunidad. Las casi 300 cartas enviadas al semanario, de acuerdo con la propia Shirley, se dividían en tres categorías: desconcierto, especulación y “típico abuso pasado de moda”. Además de las cartas que llegaron y que la autora conservó en sus archivos, el famoso semanario perdió a varios lectores que, molestos por aquel relato que al paso del tiempo se convertiría en un clásico del terror, cancelaron sus suscripciones. De acuerdo con Joan Schenkar, autora de una extensa biografía sobre Patricia Highsmith y alumna de Stanley Edgar Hyman, esposo de la autora de “La lotería”, Shirley tenía fama de bruja, rumor que ella misma propagaba, quizás un gesto excéntrico para llamar la atención. Además, leía el Tarot y coleccionaba grimorios antiguos de los que sacaba una que otra frase que incluía en sus relatos. Por si fuera poco, había bautizado a sus once gatos con nombres de demonios. Así como las atmósferas de sus cuentos son desconcertantes, el desequilibrio apenas perceptible que ronda a sus personajes no era un rasgo ficticio o producto del conocimiento de la conducta humana por parte de Shirley, sino de sus propias experiencias y, sobre todo, del miedo que sentía por el mundo. A tal grado llegó su temor que el diagnóstico médico determinó un caso grave de agorafobia y ansiedad aguda. Como su personaje Constance en la novela We Have Always Lived in

EX LIBRIS

ALFILERES

the Castle, Shirley prácticamente no volvió a salir de su casa. Su matrimonio fracasó. La comida y la bebida en exceso le cobrarían factura. Los tranquilizantes y las metanfetaminas prescritas para aliviar, según la creencia de la época, su alcoholismo y obesidad, terminaron por matarla de un paro cardiaco el 8 de agosto de 1965, a la edad de 48 años. Mitad en serio, mitad en broma, cuando sus hijos la descubrieron esa mañana, pensaron que otra vez les tomaba el pelo, como solía hacer. Al igual que otros autores que fallecieron de imprevisto, sus hijos fueron encontrando en sus archivos, hoy custodiados por la Biblioteca del Congreso estadunidense, más relatos que posteriormente saldrían a la luz, entre ellos “Paranoia”, y una docena más. Lo que no deja de ser inquietante es la historia que años después de su muerte contó Laurence Jackson Hyman, su hijo. Cierto día apareció en el porche de su casa una caja desgastada, sin remitente. En primera instancia decidió no abrirla por temor a que hubiera dentro una bomba pero, como pasa con los gatos, la curiosidad pudo más y al hacerlo descubrió el manuscrito de una novela de su madre, notas y más cuentos. Nunca supo quién le envío la caja. L Ferenc Nádasdy bEKO

Armando Alanís b alaniscanales@gmail.com

Un pez pasaba por el aire. Le arrojó una flecha, y la iridiscencia se reventó en escamas.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Coedición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

Y vino el ángel... El del coche La caída es la sal de la tierra y también el momento supremo de añoranza del paraíso perdido CARACTERES

POESÍA

ESPECIAL

Mariana Bernárdez

Y

vino el ángel y tomó mi cuerpo reblandecido por las aguas del Perath Brutal pesadilla la de caer cuando se es polvo puro piedra negra sobre letra blanca que en el fondo y en la oquedad reverbera en su ínfima urdimbre ¿En qué triza o monte habré de afincar? Mi piel rehúsa los días de sudor y labranza Aléjate No me consueles en mi llanto Elévame nuevamente más allá que Dios es justo y en su justicia Él tampoco querrá abatirse Y recogió un grano y lo postró a mis pies Hueca moneda de canje un puño de sal a cambio de mi buenaventura y la risa callada del Edén.

ESPECIAL

N

acida en la Ciudad de México en 1964, Mariana Bernárdez tiene la licenciatura en Ciencias de la Comunicación Social por la Universidad Anáhuac y la maestría en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana. Además de colaborar en revistas y suplementos culturales, cuenta con una dilatada obra poética, entre cuyas estaciones destacan Tiempo detenido (1987), Rictus (1990), Alba de danza (2000) y Escríbeme en los ojos (2013). Es autora, además, de los ensayos María Zambrano: acercamiento a una poética de la aurora (2004), La espesura del silencio (2005), Bailando en el pretil (2007) y Después de los mares (2012). Este poema proviene de En el pozo de mis ojos (Ediciones Papeles Privados) que comienza a circular en librerías.

Álvaro Uribe alvuribe@yahoo.com.mx

D

os razones aconsejan regatearle a este apasionado del automóvil la categoría de automovilista. La primera, de orden circunstancial e idiosincrásico, es que mientras las nuevas generaciones han dado en designar a los vehículos automotores que infestan la Ciudad de México mediante el apócope un tanto bárbaro de “autos”, él insiste en llamarlos, a la usanza antigua, “coches”. La segunda, de índole esencial y filosófica, es que todo le interesa de su carro (denominación también atávica que apenas utiliza, pero que prefiere a la de “auto”) salvo manejarlo. Pese a ser tu vecino en un condominio de medio pelo en una colonia pequeñoburguesa, Bartoloche el del coche parece un personaje de barrio popular. Chaparro, rechoncho, corto de cuello y de extremidades, acostumbra cubrir la redondez de su cabeza (lo único grande en él) con una cachucha de beisbol y la redondez de su cuerpo con una sudadera y unos pants (él pronuncia “pans”) del mismo color, poco más o menos. Pero no es beisbolista ni practica otro deporte. La indumentaria deportiva que viste día tras día, complementada con unos tenis fosforescentes, viene a ser el uniforme de su pasión. Nada le gusta más que cuidar sus coches (en plural, pues tiene dos). Uno es un Vocho decrépito, con la pintura descascarada y las llantas lisas, que Bartoloche lava y seca y acicala como si fuera un perro fino. El otro, viejo también pero aún funcional, es para uso de su mujer. No por eso deja él de cuidarlo, ni de lamentar que, como

su consentido, deba pasar la noche a la intemperie. Pero hace un par de meses convenció a otro inquilino (quién sabe cómo) de subarrendarle un lugar para un coche en el edificio. Y desde entonces la vida de Bartoloche se transfiguró. Para sustituir al agonizante Vocho compró (supones que a plazos) un carrito tan pequeño y tan frágil y tan verde limón que semeja un juguete. Y él, desinhibido, se empoderó en el estacionamiento. Toda la atención, toda la energía y todo el tiempo libre del desempleado Bartoloche se concentran en el culto a su nuevo coche. Lo lava por fuera cada mañana y cada tarde. Lo limpia por dentro, con aspiradora, tres veces por semana. Lo encera y lo pule los sábados sin falta. Aunque el sol alumbra el estacionamiento nada más dos horas diarias, lo protege de la resolana con una manta antirreflejante extendida día y noche a lo largo del parabrisas. Y aunque esté siempre encerrado, nunca desconecta la alarma contra robos. No quieres ni pensar qué pasaría si alguien, por descuido o por simple malevolencia, rayara la verde pintura del coche de Bartoloche. Para no hablar de una abolladura en la carrocería, de un vidrio quebrado, de una llanta ponchada, de un faro fundido, ni de otra peor calamidad. Pues Bartoloche ama a su coche más que a su esposa, más que a su perro, más que a su propia vida, más que a nadie. Tanto lo ama, y tanto teme perder el objeto de su amor, que ni una sola vez, en los varios meses que lleva de poseerlo, lo has visto salir con él a la calle. L

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04 b sábado 6 de junio de 2015

literatura Marcelo Zabaloy

“No pertenezco al mundo de las letras” ¿ Comienza a circular en librerías una nueva versión (El Cuenco de Plata) de esa novela oceánica que es Ulises, de James Joyce, anteriormente trasladada a nuestra lengua por José Salas Subirat, José María Valverde y Francisco García Tortosa. Es más libre y suelta, pletórica de modismos argentinos. En entrevista, el traductor Marcelo Zabaloy habla de sus obsesiones y peripecias en verdad titánicas

J.D. Victoria

Cómo y por qué te decidiste a realizar esta labor de traslación al castellano del Ulises? Durante muchos años había querido saber qué era Ulises, y no me animaba a leerlo. Me parecía que no iba a entenderlo y eso era una frustración anticipada que le sacaba todo el gusto a la idea, pero era un desafío que no dejaba de inquietarme de tanto en tanto. Si lo leía en castellano iba a culpar a la traducción de todo aquello que no entendiera o que me pareciera inexplicable, y para leerlo en inglés hacía falta ejercitar mucho la lectura de cuentos y novelas, cosa que venía haciendo, pero tendría que subir el nivel de complejidad. Y así, durante más de diez años solo leí cuanto pude de las cosas más disímiles, extrañas, clásicas y de avanzada que pude encontrar por ahí. Para no abrumar con listas, leí obras difíciles, de esas que requieren mucha atención, que exigen diccionarios, consultas a otros libros y etcétera. Y esos textos tenían a veces referencias a otros textos en francés, que no conocía más que muy superficialmente, y entonces me agarré el berretín con el francés y lo estudié con más pasión que método. Vale decir que durante cinco años no hice más que leer en francés todo lo que pude, y arranqué esta vez por lo más complicado. Por mi afición al rugby pude mantener viva la práctica de ambos idiomas gracias a muchos viajes y largas estadías en Francia y Nueva Zelanda. La primera lectura del Ulises me llevó seis meses, o algo así, porque leía despacio, en la cama con el diccionario en la panza, y eso requiere paciencia. Desde el primer párrafo me sentí perplejo y cautivado. Visto desde acá y desde ahora, creo que por entonces pude haber entendido un treinta por ciento de lo que leí; que a lo mejor intuí con acierto un veinte por ciento más, y que el cincuenta por ciento restante me dejaba con hambre de averiguar, de releer, de seguir adelante aceptando el desafío que este libro me proponía.

Y eso hice. La segunda lectura fue durante un viaje de casi tres meses por Francia, Inglaterra e Irlanda. Los vuelos largos, las esperas en los aeropuertos, los viajes en tren y las noches solitarias en los hoteles fueron ambientes extraordinariamente adecuados para leer sin interferencia alguna, casi de manera excluyente de cualquier otra operación intelectual. Esta segunda lectura de Ulises me produjo una satisfacción muy grande porque fueron muchas las cosas que descubrí, casi otro libro. Estaba en este trance cuando le leí a mi esposa el párrafo de Ítaca en el que el autor describe las características del agua que más admiraba Bloom, al llenar la pava para prepararle una taza de cacao a Stephen. Traducirlo en voz alta mientras leía no era demasiado atractivo. Entonces le dije: “Mañana te traduzco este fragmento para que veas por qué me tiene loco este libro”. El resultado fue que sentí el impulso de seguir al otro día con el resto de la página, y después quise seguir un poquito más porque veía, me daba cuenta de que en realidad estaba descubriendo un libro que no conocía, en absoluto desconocido hasta entonces a pesar de mis dos lecturas anteriores. Es así: cuando uno lee en otro idioma, e incluso en el propio, descarta de manera automática lo que no comprende, o asume que tal cosa es de una manera y es de otra; muy pocas veces alguien se remite a un diccionario o consulta con otro libro. No es razonable hacerlo porque se supone que la lectura es para distraerse y uno no va a mortificarse con un texto que hace que uno se sienta un burro. Claro, usando la razón debería haber ido a una librería y comprar cualquiera de las tres versiones del Ulises en castellano y santas pascuas. ¿Para qué tomarse semejante trabajo? ¿Y no era como reinventar la rueda? A lo mejor. Pero si de esta manera empezaba a comprender el libro y esta comprensión me producía un placer enorme, por qué cuernos me iba a privar de un placer tan barato que apenas me demandaba leer y escribir y pensar, que es lo que más me gusta hacer. Y seguí para adelante. Juro por lo más sagrado que jamás espié ninguna de las traducciones al castellano, y no porque las desdeñara, sino porque no quería que me influyeran a la hora de elegir una palabra, un giro, un verbo. Si iba a equivocarme, quería equivocarme solo. Y juntando todas esas consideraciones me largué a correr teros en patas (dicho campero argentino), es decir que me largué a traducir “Penélope” (el último capítulo), que consta de 23 mil 645 palabras distribuidas en ocho oraciones sin puntos ni comas. El famoso monólogo de Molly Bloom me llevó un mes o un poco más. Entonces había terminado de traducir los dos últimos capítulos de Ulises y, con toda la paciencia del mundo, de la que puedo ser capaz cuando algo me interesa lo suficiente, comencé a leer por tercera vez Ulises, pero esta vez traduciéndolo, con la sola intención de leerlo como es debido. Por aquel entonces no sabía si sería capaz de semejante trabajo, pero cada página que terminaba era una razón de más para no echarme atrás.


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literatura BETTMANN/ CORBIS

lujo de hacer algo por nada. A menos que lo que hace sea un pasatiempo, una afición, algo que se hace por el solo gusto de hacerlo y en un estado bastante parecido a la libertad; vale decir, sin la obligación de fechas límite, de pagos recibidos a cuenta, o cosas por el estilo. Durante muchísimos años destiné mi tiempo libre a dos cosas: el rugby y los libros (leer y traducir), y no mucho más que a eso. Una traducción por encargo y paga impone urgencias que nunca hubiera aceptado, porque no es mi trabajo. Claro que esto nada dice sobre la calidad de lo traducido, que puede variar entre lo muy bueno, lo insulso, lo prescindible y lo malo. Espero que esta traducción sea considerada al menos como no mala. Cuando Borges quiso empezar a ver de qué se trataba y estaba con un grupo de amigos ensayando frases, entró alguien blandiendo el ejemplar recién aparecido de Salas Subirat. Y ahí se le terminó el entusiasmo; ya era una tarea innecesaria, habrá pensado. De haber seguido adelante hubiera hecho la traducción más gloriosa de la lengua castellana. No, no leí ninguna de las tres versiones precedentes en castellano; no quise hacerlo para poder tomar mis propias decisiones. Mi modelo fue la traducción de Morel y Larbaud, igual que Salas Subirat. No soy traductor profesional ni pertenezco al mundo de las letras. Soy un escritor aficionado y muy justamente desconocido, aunque siempre fui un lector constante y me gustan la lengua inglesa y el francés, las únicas que conozco. Por impulso natural a veces traduzco los textos que me gustan. James Joyce con su nieto Stephen

Por suerte ya tenía un dominio razonable del francés y en esta lectura no se me escapó nada de lo mucho que Ulises tiene en esa lengua. Compré y leí muchos libros. Ulysses Annotated, de Gifford, y James Joyce, de Richard Ellmann, fueron los que usé con más frecuencia mientras hice la traducción. En una librería de Auckland, en Nueva Zelanda —la librería está en un primer piso, es grande y hermosa, se llama Jason’s Books y se especializa en libros usados—, descubrí un filón: todos los libros sobre la obra de Joyce que quería leer estaban ahí porque los había vendido la familia del profesor D. G. Wright quien, enfermo de cáncer, había optado por el suicidio. Me acuerdo que eran ocho kilos de libros los que compré. No viene al caso hacer la lista pero están todos en casa, y bien leídos. Las dudas fueron despejadas por la traducción al francés de Auguste Morel en colaboración con Stuart Gilbert y la revisión integral de Valery Larbaud y el autor. Y una vez terminada la tarea me sentí perdido, vacío, raro. No había hecho más que seguir un impulso y jamás pensé en publicarlo. Pero Marcela me dijo que era una pena que semejante esfuerzo no se conociera y me puse a mandar correos a las editoriales sin tener ni siquiera una respuesta. La Asociación James Joyce de Bahía Blanca no pareció interesarse en absoluto; la editorial Ediuns, de la Universidad Nacional del Sur, dijo que no tenía gente para evaluarlo y que si quería podía editarla a mi exclusivo cargo, sin revisar el texto; los diarios y revistas literarias argentinas tampoco se interesaron, pero una agente editorial de España me contestó: Estimado Marcelo Zabaloy: Le agradezco su mensaje y su propuesta pero nuestra agencia no representa a traductores y por otra parte estamos bastante saturados de trabajo. Le sugiero probar con la editorial Cátedra que, como seguro sabrá, publica clásicos anotados, y si no, quizás con una editorial argentina (El Cuenco de Plata, por ejemplo) o la editorial colombiana Norma. Lo digo porque veo que Vd. es argentino. Suerte y un saludo, Laure Merle d'Aubigné Agencia Literaria ACER c/ Amor de Dios, 1 28014 Madrid (Spain)

Cátedra nada, Norma tampoco y en El Cuenco de Plata —me confesaron después— creyeron que se trataba de un chistoso que les estaba haciendo una broma. Pero dos meses más tarde, en febrero de 2010, me llamó Edgardo Russo a casa y dedujo que no era broma y que la cosa iba en serio. A partir de ese día trabajamos en conjunto y de manera incansable para mejorar el texto todo lo que fuera posible.

EL NUEVO ULISES ARGENTINO La historia de las traducciones del Ulises (Ulysses, 1922) de James Joyce al español ya es larga. Se juega en ella un curioso tenis de mesa entre argentinos y españoles. La traducción pionera es la de José Salas Subirat, originalmente publicada por Rueda en 1945, que algunos presumen fue revisada por Borges; le siguió, en 1976, la de José María Valverde, académico español, ampliamente difundida por Lumen, Bruguera y Tusquets. Ese fue por años el primer match de traductores. Salvador Elizondo prefería la primera, por estar escrita en un español más cercano a las actividades como agente de ventas de Leopold Bloom, el protagonista de la novela, profesión al parecer compartida por Salas Subirat. La segunda le parecía al mismo Elizondo demasiado académica. El siguiente encuentro se desarrolla prácticamente en este siglo y confronta a un reputado especialista peninsular en el autor irlandés, aunque sin experiencia como traductor, Francisco García Tortosa, quien publica su Ulises en Cátedra en 1999, con la gran novedad editorial de este 2015: el Ulises de la editorial argentina El Cuenco de Plata, realizada por Marcelo Zabaloy, con la colaboración de Edgardo Russo. En otro terreno, el de la tercera novela de James Joyce, el poeta morelense J. D. Victoria libra su propio encuentro solitario y vierte a nuestro idioma, desde Cuernavaca, Finnegans Wake, que es de nuevo, como la bautizó Joyce cuando la escribía, Work in Progress, Obra en Proceso. Mientras tanto, aquí el mismo J. D. Victoria conversa con Marcelo Zabaloy (también interesado en Finnegans Wake) sobre la traducción más reciente de la Odisea joyceana. (Alejandro Toledo)

¿Qué aporta tu traducción al compararla con las tres versiones anteriores? No es mi tarea compararla con las precedentes; tal cosa quedará a cargo de los críticos. Sí puedo contar que tiene notas, que las notas son sencillas y que están al final del libro, separadas por episodios para no interrumpir la lectura. El joven profesor de literatura inglesa Eugenio Conchez, de la Universidad Nacional de La Pampa, revisó, compiló y editó las notas, aumentándolas en un cincuenta por ciento al menos, y participó en las revisiones de todo el texto con una escrupulosidad y un cariño encomiables. Además, para quien quiera estudiar las diferencias entre las distintas ediciones en inglés —algo que yo mismo hice durante la traducción— hay también, al final del libro, un anexo con las diferencias que encontré, que naturalmente no son todas, entre las ediciones. ¿A qué atribuyes que las dos versiones argentinas del Ulises sean fruto del esfuerzo de traductores desvinculados de la academia? En principio solo veo una coincidencia. Pero supongo que nadie que necesite ganarse el pan sudando la gota gorda puede darse el

¿Cuál fue tu criterio para incorporar modismos argentinos en Ulises? Proceder como procede el español cuando traduce y no se fija en los modismos que en Argentina, en México, en Chile o en Uruguay nos parecen extraños o desconocidos. El castellano rioplatense tiene, como todos los países latinoamericanos, recursos deliciosos para enriquecer la lengua. El argot porteño de Buenos Aires, el lunfardo, tiene voces adecuadas casi para todo. Joyce no se preocupó en absoluto por aclarar los modismos dublineses. Asumo que le hubiera encantado verlos reinterpretados y a veces hasta sonando parecido. Continuando con esta labor titánica de aproximar al autor irlandés a los lectores en castellano, ¿cuál ha sido tu experiencia en la traducción que realizas de Finnegans Wake? Poco y nada puedo decirte que no sepas ya de lo que significa traducir Finnegans Wake. En este momento estoy dando la tercera vuelta, o re–revisión. Mi guía ha sido naturalmente el texto original, pero siempre tuve el otro ojo puesto en la obra de mi amigo Hervé Michel (una traducción reciente al francés). Encontré un método y lo sigo de manera constante; cuento con el privilegio de tener tiempo y le dedico diez horas por día al menos de lunes a lunes. La tarea no me pesa, la disfruto enormemente y aprendo. Una brevísima muestra de las hojas 118 y 119: No, así que ayuda Petault, no se trata de una ineficaz blanjacintosa disputa de manchas y borrones y barras y balones y aros y serpenteos y notas juxtapuestas vinculadas por arranques de aceleraciones: solo que se le parece tanto como el mismo demonio; y, seguro, tendríamos realmente que estar agradecidos de que a esta hora deletérea del alba de las moscas carroñeras tengamos incluso un trozo de papel escrito con tinta seca para mostrarnos al menos a nosotros mismos, táralo o lífalo (y nos abandonaron a nuestra suerte como el pescador de almas cuando sacó el gato del bute), después de todo lo que perdimos y saqueamos de aquello incluso en los más trasocultos rincones de la tierra y todo lo que ha atravesado y por todos los medios, tras de un gran beso al suelo en Terracussa y para suerte de la guerra con nuestros despojos echados al home al homeplato, aferrarnos a eso con manos de ahogado, esperando contra toda esperanza que, por la luz de la filosofía (¡y que nunca nos falsagie!), las cosas empezarán a aclararse un poco de una manera u otra dentro de la próxima querella de un ahora y a la horca con ellos como que diez a uno también lo serán, si a los cerdos place, como deberían categóricamente, ya que, estrictamente entre nosotros hay un límite para todas las cosas así que esto jamás servirá. L


LABERINTO

Saul Bellow en M El 10 de junio conmemoramos 100 años del nacimiento del padre de personajes memorables y absolutamente deliciosos como Artur Sammler, Augie March y Abe Ravelstein. Lo hacemos con un ensayo que sigue sus pasos por nuestro país en 1940, de la mano de su primera esposa Anita Goshkin, y con un texto en el cual se da cita todo ese material humano que modeló el rostro multiforme de Estados Unidos en el siglo XX Rafael Vargas

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I comienzos de 1940, Saul Bellow tenía 24 años de edad, una esposa (Anita Goshkin, con la que se había casado el 31 de diciembre de 1937) y unas inmensas ambiciones literarias. “Ingenuamente, había decidido convertirme en escritor” —dice en el esbozo autobiográfico recogido en 1955 por Stanley Kunitz en su diccionario de escritores norteamericanos del siglo XX—. Pero Bellow no tenía nada de ingenuo. Una de las virtudes por las que destacaba en la Universidad de Northwestern, en Chicago, era su talento para escribir. Uno de sus maestros le había dicho que escribía demasiado bien como para dedicarse a la antropología, la carrera que había cursado. Él mismo cuenta que cuando estaba redactando su tesis tendía una y otra vez a convertirla en un relato. Lo que no tenía era dinero. Tampoco una idea de por dónde empezar. Chicago, la ciudad en la que vivía desde los nueve años, cuando llegó de Canadá con su familia, se encontraba paralizada, como el resto de Estados Unidos, por la Depresión económica y no había empleo de ningún tipo, mucho menos algo adecuado para un narrador. Buscó trabajo como periodista en uno de los diarios de William Randolph Hearst pero el editor con el que se entrevistó le dijo que no tenía aptitudes para escribir. Durante casi un año Anita y él vivieron gracias a los 25 dólares semanales que ella ganaba. En octubre de 1938 encontró por fin un empleo como maestro de letras en una escuela privada donde le pagaban tres dólares por hora. Y ya era para darse de santos. Aun en circunstancias tan poco favorables, Bellow no cejaba en su empeño. Quería ser, como él mismo lo ha subrayado, no solo un escritor, sino un artista literario. ¿Qué lo movía? Al leer las obras de Sherwood Anderson, Theodore Dreiser, Edgar Lee Masters y Vachel Lindsay, Bellow encontraba que “ellos soportaban el peso material de la sociedad estadunidense y que, aunque no fuera evidente a simple vista, sus libros demostraban que la vida en los grandes centros fabriles, navieros y financieros, en los mataderos, los barrios bajos, las prisiones, los hospitales y las escuelas tenía un tinte humano. Yo sentía que esto, algo que sabía de manera tan entrañable que no solo mis nervios, mis sentidos y mi mente querían ponerlo por escrito, sino también mis huesos, podía contener elementos que ni siquiera Dreiser, a quien más admiraba, había logrado expresar. Sentía que yo había nacido para ser una criatura interpretativa, que mi destino era formar parte de un juego singular, emocionante”.1 Al igual que muchos jóvenes intelectuales norteamericanos de la época, Bellow sentía admiración por la revolución rusa, pero no la admiraba de manera incondicional. Tamizaba su visión un grupo de escritores congregados en torno de una revista que, fundada en 1934 en el seno del Partido Comunista de Estados Unidos, después se había convertido en una de las publicaciones más críticas del estalinismo: The Partisan Review. Esta revista influiría en el interés de Bellow por las ideas de Trotsky y en su preferencia por él como héroe revolucionario.

En 1939 Bellow comenzó a escribir su primera novela, Ruben Whitfield, de la que no existe más información que el par de párrafos que le dedica en una carta sin fecha enviada a su amigo Oscar Tarcov en enero o febrero de 1940. En ella dice que calcula terminarla en marzo o abril aunque redactarla se ha vuelto un fastidio y a ratos siente que la aborrece. Es una novela, dice, que no estaba suficientemente preparado para escribir. Mientras tanto, su situación económica no mejora; la relación con su padre es tensa; su matrimonio con Anita comienza a zozobrar. A ello hay que añadir que los más graves acontecimientos en el escenario político internacional también afectan su vida: el 23 de agosto de 1939 la Unión Soviética y Alemania firman el pacto de no agresión. El 3 de septiembre estalla la Segunda Guerra Mundial. En noviembre la URSS invade Finlandia y Trotsky, en el exilio desde 1929 (en México desde los últimos días de 1936), sostiene que condenar a la URSS es hacerle el juego al imperialismo. Bellow se llena de dudas. Discute y riñe con amigos. Inesperadamente, en medio de este complejo panorama, recibe la noticia de que su madre, muerta en febrero de 1933, lo había nombrado beneficiario de un seguro de vida que había comprado a plazos, pagando 25 centavos cada semana, que se volvía cobrable siete años después del fallecimiento de la persona asegurada. Pronto sería dueño de 500 dólares. Su padre quiere que le ceda la herencia. Bellow se niega. Se irá a México. Se lo anuncia a Oscar Tarcov (uno de esos amigos con los que se pelea) en una carta escrita el 5 de diciembre de 1939: “Supongo que Isaac [Rosenfeld, uno de los más queridos amigos de Bellow en esa época] te habrá contado que es probable que vaya a México el próximo febrero”.2 Es decir, en cuanto cobre la póliza. Bellow quería salir de Chicago. Cambiar su circunstancia. Seguramente las cosas no se dieron con la rapidez que había imaginado. El viaje no se realizará sino hasta principios de junio, tan pronto como Bellow concluye los cursos que da y él y Anita renuncian a sus empleos.


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de portada

México II El 7 de junio abordan un autobús de la compañía Greyhound con destino a Nueva York. “No puedo recordar por qué no nos fuimos directamente a Texas —le cuenta Bellow a Joseph Roth— pero debe haber habido alguna razón poderosa para ir a Nueva York”.3 La razón era visitar al tío Willie, un hermano de su padre que era la oveja negra de la familia por haberse convertido en un trabajador manual (los Bellow no trabajaban con las manos, algo humillante, según su padre) y con quien sin duda el joven Saul se identificaba. Esa visita decidió un itinerario a lo largo de la costa Este que los llevó después a Augusta, Georgia, luego a Nueva Orleáns, y enseguida a Galveston, Texas. Cruzaron la frontera con México por Brownsville y entraron por Matamoros, quince días después de comenzar el viaje. Dos días después llegaron a la Ciudad de México y buscaron alojamiento en el centro, en el Hotel Montecarlo, ubicado en el número 69 de la calle de Uruguay. ¿El porqué de esa preferencia? Allí se había alojado D. H. Lawrence cuando vino a la capital, en 1924. Hacía poco que Bellow había leído Mañanas en México: México en aquellos años era todo lo que D. H. Lawrence había dicho que era y mucho más aún. Aquí no había tíos ni vínculos familiares. Estaba asustado hasta cierto punto, debo admitirlo, pero en realidad no me sentía intimidado. Ahora pienso que estaba decidido a no dejarme moldear por mi padre en Chicago ni por mis hermanos mayores. El tío Willie era un ejemplo de lo que podía pasarle a un Bellow que se rebelaba. Se le excluía por completo. En Georgia el tío Max era un alegre ganapán que vivía al día. Y ahora yo estaba en México para quedarme hasta donde me rindieran mis cuatrocientos cincuenta dólares. Después de algunas semanas de andar de aquí para allá por lugares como Michoacán, nos atrajo Taxco, que tenía una colonia extranjera considerable, compuesta en su mayor parte por norteamericanos, pero también por japoneses, holandeses y británicos. Se me había educado para que me preocupara, pero al parecer yo no había aprovechado lección alguna. Ninguna de las personas a las que conocí en Taxco tenía en realidad un control firme sobre su vida. Y yo jamás me detuve a pensar en qué pasaría después de que el dinero se me acabara. Por diez dólares a la semana rentamos una casa muy bonita que incluía los servicios de dos mujeres indígenas que se encargaban de las compras, cocinaban y lavaban nuestra ropa. Debo decir también que rara vez pensé en mi padre. Estaba feliz de someterme a la influencia de gente a la que consideraba mejor que yo. Me intrigaba lo que yo asumía como capacidad imaginativa de la gente a la que conocía. Ahora veo con toda claridad cuán limitados eran, pero todo mundo sigue una suerte de patrón para liberarse y mi liberación adoptó la forma de un escape de la ansiedad. Mi humor entonces era investigativo. Quería ver por mí mismo qué tenían en mente los personajes con los que pasaba el tiempo.4

Bellow se adaptó rápidamente a Taxco—según cuenta James Atlas, su primer biógrafo—; no tardó en aprender algo de español y andaba por las calles del pueblo con sarape y sombrero. Anita y él se integraron a la palomilla que había convertido una de las cantinas del centro en su sitio de reunión. Por lo menos dos de sus integrantes estaban relacionados también con las letras: D’arcy Lyndon Champion, escritor de novelas policiales, y Joseph Hylton Smith, editor de la Saturday Review of Literature. También formaba parte del grupo

ÁLBUM FAMILIAR DE SAUL BELLOW

Isabel Fonseca, Martin Amis, Yanis, Rosie y Saul Bellow (2001) ESPECIAL

Con Anita Goshkin (1937)

una pareja de amigos muy cercanos: Herb y Cora Passin. Herb había sido condiscípulo de Bellow en la carrera de antropología pero él sí la había abrazado profesionalmente. (Él y Cora habían llegado desde Chicago en su coche y entre los propósitos de su viaje estaba el de ir a la Sierra Tarahumara para vivir allí una temporada.) Bellow no era un bebedor consuetudinario, pero en aquella época tomaba tequila despreocupadamente. En una entrevista con Atlas, Herb Passin le contó que a veces él y Bellow se ponían tan borrachos que tenían que subir a gatas la cuesta hasta la casa de éste. En Taxco, Bellow conoció a una europea que tenía cierta cercanía con Leon Trotsky. A través de ella y de un viejo conocido de Chicago, Albert Glotzer, el principal dirigente de los trotskistas en Estados Unidos, lograron concertar una cita para visitar al fundador del Ejército Rojo en su refugio, en Coyoacán. Él y Passin viajaron a la Ciudad de México para encontrarse con Trotsky de acuerdo con lo planeado. Trotsky había aceptado recibirlos la tarde del miércoles 21 de agosto. Al llegar a su casa se enteraron de que el viejo dirigente había sufrido un grave atentado la tarde del martes 20 y que había sido llevado al puesto central de socorro de la Cruz Verde en el centro de la ciudad. Bellow y Passin corrieron al hospital, en la calle de Victoria. Trotsky había muerto poco antes de que llegaran, quince minutos después de las siete de la noche. El cadáver ya había sido trasladado a la morgue, en el número 4 de la calle de Tacuba, muy cerca del hospital. En la morgue los policías creyeron que eran periodistas y les permitieron pasar. Bellow y Passin se encontraron

con una nube de periodistas que tomaba fotografías del cuerpo, con la cabeza parcialmente cubierta de vendas ensangrentadas. Llama la atención que Bellow no haya escrito una crónica o un ensayo sobre un acontecimiento tan importante, aunque sí escribió un cuento en el que lo aborda de manera indirecta: “The Mexican General”, publicado en el número de The Partisan Review correspondiente al bimestre mayo-junio de 1942. Más que dar testimonio de la dramática muerte de Trotsky, el cuento, cuya acción transcurre mayormente en Pátzcuaro, parece una crítica al oportunismo político de un militar al que conoció en ese poblado: el coronel Leandro Sánchez Salazar, jefe del servicio secreto, quien intentó capitalizar en su favor las investigaciones que encabezó en torno del asesinato. (En 1955 Sánchez Salazar publicó un libro, Así asesinaron a Trotsky, en colaboración con el escritor español Julián Sánchez, bajo el sello editorial Populibros La Prensa.) También hay un eco de su intento de acercarse a Trotsky en el capítulo 20 de Las aventuras de Augie March, la novela que publicó en 1953 y le dio fama y fortuna. Después de asistir al funeral de Trotsky, Bellow y Passin fueron a Acapulco a encontrarse con Anita y Cora y pocos días después decidieron volver a Chicago. En el párrafo final del mencionado capítulo, Bellow pone en boca de Augie, el protagonista de la novela, una breve reflexión que probablemente se acerca a lo que pensó cuando concluía el verano de 1940: “Sentí ahora que algo había en cuanto al efecto de México sobre mí: ya no podía resistirlo más y sentía apropiado mi regreso a la patria”.


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MILENIO

de portada THE GUARDIAN

III Las aventuras de Augie March, tercera novela de Saul Bellow, es el único libro en el que México tiene una presencia relevante en su obra, y el único en el que puede entreverse la importancia que esa estadía tuvo para Bellow en su proceso de crecimiento como escritor. Necesitaba ensanchar su mundo. Ver otro mundo. Eso fue lo que le dio México, bajo cuyo cielo aun el sol le parecía distinto del sol que había visto siempre en Chicago. (“En el montañoso México el sol brillaba de una manera tan dramática, tan explícita, que no era posible olvidarse nunca de la muerte”.) ¿Qué habría pasado si hubiese tenido que quedarse en Chicago? Como el propio Bellow lo dice en otro momento, Europa en los años cuarenta, despedazada por la guerra, ni siquiera figuraba como una posibilidad en su horizonte. El cambio de aires, la libertad que el joven Bellow encontró en el México de 1940 eran inimaginables en ese entonces en la ciudad en la que había pasado casi dos tercios de su vida. Bellow se mantuvo siempre fiel a Chicago —después de haber obtenido el Premio Nobel de Literatura en 1976 podría haber pasado los últimos 30 años de su vida en cualquier otra ciudad de Estados Unidos— pero también mantuvo una especie de perpetuo duelo en su contra. En El legado de Humboldt, Bellow hace decir a uno de sus personajes, a propósito de su ciudad: “Without O’Hare/ It’d be sheer despair” (“Sin el aeropuerto de O’Hare/ todo sería desesperación”). Tampoco vamos a suponer que México fue un remanso o un paraíso para el joven escritor —para Bellow el Paraíso está más cerca de Europa que de América Latina, sin duda—, pero fue un punto de inflexión decisivo en su vida y creo que sus biógrafos (James Atlas y, ahora, Zachary Leader) no han sabido valorarlo así. Pasarían 28 años para que México volviera a figurar de manera prominente en una historia suya. Esa historia nació en marzo de 1968, cuando Bellow viajó a Oaxaca con Margaret Staats, una novia suya en los años sesenta a la que quiso mucho. (“Contigo tengo una sensación que nunca había tenido, la de estar plenamente satisfecho con otra persona y, aunque no te conozco, creo que cualquiera que fuera la distancia y en cualquier dirección, contigo no encontraría nada que me decepcione. Confío en amarte ocurra lo que ocurra.”) En octubre de ese año apareció como parte de una serie de cuentos que se agrupan bajo su título: Mosby’s Memoirs (que en España se publicó como Memorias de Mosby). Willard Mosby es un encumbrado intelectual norteamericano que viene a México para escribir su autobiografía con el respaldo de la Fundación Guggenheim. Se halla alojado en un hotel que se alza en alguna de las montañas alrededor. Mientras espera a que llegue un transporte turístico que ha de llevarlo a Mitla, bebe un poco de mezcal, contempla el Valle de Oaxaca y pasa revista a lo que ha hecho con su vida, que se trenza con la vida del siglo XX. Es un cuento de una gran densidad intelectual en el que el protagonista experimenta a fondo, acaso por primera vez, su propia mortalidad, y ante ella duda del valor de lo que ha hecho. Una vez más, la luz de México es vista como un recordatorio de la muerte, y la exuberancia de la naturaleza le parece amenazante al personaje central, que guarda más de un parecido con su autor. A la vez, los detalles que conforman el escenario dejan ver que Bellow tiene mucho más que una idea superficial de lo que es México. Es una lástima no poder precisar qué sabía y qué pensaba Bellow de México, no haber hecho un viaje ex profeso a Chicago para entrevistarlo al respecto. Es uno de los más grandes narradores del siglo XX. No solo los norteamericanos tienen casa en sus libros. L 1 Saul Bellow, “Starting Out in Chicago”, prólogo a There Is Simply Too Much to Think About, reunión de ensayos, notas sobre libros, críticas de cine y escritos autobiográficos, Viking, Nueva York, 2015. 2 Véase Saul Bellow, Letters, edición de Benjamin Taylor, Viking, Nueva York, 2010. 3 Joseph Roth y Saul Bellow trabaron una larga amistad que se hizo más estrecha en la última década de la vida de Bellow. Roth le propuso hacer una extensa entrevista sobre su obra y le enviaba preguntas que Bellow le respondía por escrito. Bellow murió el 5 de abril del 2005, poco antes de cumplir 90 años. El 25 de ese mismo mes, Roth publicó en la revista The New Yorker, a manera de homenaje póstumo, las páginas que Bellow le había enviado bajo el título de “I Got a Scheme!” 4Ibidem.

Simple material humano Roberto Pliego

J

oseph, el indiscreto protagonista de Hombre en suspenso, lleva un diario con la intención de exponer sus dificultades mientras espera incorporarse a las filas del ejército. Vive una época de rudeza, no tanto porque Estados Unidos ha declarado la guerra a las potencias del Eje sino porque soplan vientos que solo favorecen a quienes heredaron “esa peculiar mezcla de esfuerzo, ascetismo y rigor”. Por su disposición a la sinceridad, la sinceridad del llamado hombre de letras, Joseph parece condenado a meterse en líos y a vegetar en un desaliñado e inocente pasado. Tommy Wilhelm, otro especialista en dificultades, juega sus escasos ahorros a un improbable golpe de suerte en la bolsa de valores luego de fracasar en Hollywood, en el matrimonio y ante su padre, un médico retirado que solo puede dispensarle compasión y vergüenza. Carpe Diem es la novela de Tommy Wilhelm y es también la del calavera que al llegar a la mediana edad se sabe víctima de las más despiadadas fuerzas humanas y del mercado. Una vez que se instala en sus setentaitantos años, Artur Sammler tiene ya pocos deseos de encontrar la fuente de los acontecimientos, los porqués y la medida del mundo, y muchos de confiar en lo que el alma buenamente quiere. No obstante, en su cerebro bullen ideas sobre el Holocausto, la impunidad de los príncipes y los nobles, el cauce sanguinario de las revoluciones. Quiere deshacerse de la carga milenaria de adelantar una respuesta a lo que significa ser un hombre entre los hombres solo para exhibir su fracaso y reconocer que todos terminamos por saber las “condiciones del contrato”. Augie March emprende una carrera que inicia en la niñez y parece no concluir, todavía a grandes zancadas, con una gran incógnita en el horizonte pero la certeza de que nunca podrá quedarse quieto. Esa “verdad como de regalo” —“bienes, armonía, amor y demás”— se antoja imposible. Después de cursar los magisterios de indistintos amos, de abandonar Chicago e instalarse en la Francia de la posguerra, Augie alcanza una suerte de iluminación: la fuga a tontas y a ciegas hacia adelante no es otra cosa que el intento, a veces triunfal, a veces vano, de afirmar su propia individualidad mientras guarda consigo, dentro del pecho y la piel, a “todos los personajes de la función”. Albert Corde, un decano del periodismo que imita la vida de un rico empresario, se halla de pronto en el universo carcelario de la Rumania de Ceausescu, a la espera de que su suegra termine de morir. Lo peor de todo es que entre Bucarest y Chicago no parece haber grandes diferencias: ambas se solazan en la degradación del gusto y en mostrar el rostro despótico de los matones. Así que da lo mismo en dónde ponga los pies. Billy Rose encabezó una sofisticada operación destinada a rescatar judíos de las cárceles nazis pero ahora no tiene ningún interés en estrechar la mano o responder las cartas de esos sobrevivientes. Está seguro de que su gesto magno perteneció al mundo del espectáculo y no al de la sobrevivencia del pueblo judío. Es, en pocas palabras, una encarnación de la vacuidad del heroísmo.

¿Qué tienen en común estos personajes, además de pertenecer a la extensa progenie de Saul Bellow? Son, quizá sin plena conciencia de ello, seres sin un lugar seguro en el mundo, anormalidades que avanzan a tientas mientras todo a su alrededor se yergue sobre suelo firme. Podrán inclinarse ante Proust o Virgilio, fundar instituciones dedicadas a preservar la memoria, dar conferencias sobre la caverna de Platón o proyectar una estatua de Churchill como telón de fondo, pero no dejarán de padecer una sensación de extravío cada vez que deban ocuparse de asuntos tan populares como atender una llamada telefónica o incrementar su cuenta bancaria. Los asuntos menores pesan tanto como la Caída y el recuerdo de la muerte. Su desarraigo proviene paradójicamente de su condición norteamericana. Augie March inicia el relato de sus andanzas exhibiéndola no solo como carta de identidad sino casi como un estado natural de la existencia. Pero Augie no encuentra consuelo en Chicago. Necesita de la vieja Europa, con su autoestima herida, para sentirse por fin a lomos de su propia voluntad. “Verán —dice el narrador de La conexión Bellarosa—, yo no era mi padre, yo era un malcriado hijo americano. Sus estoicos ancestros pagaban sus penitencias en la cama”. Y por encima de su condición norteamericana, o, mejor dicho, junto a su condición norteamericana, esos personajes enarbolan su consanguinidad judía. No importa que muchos celebren sacrificios al dios del dinero; algo demasiado profundo sigue en tratos con el Éxodo, la Diáspora, el Pogromo. Norteamérica es la pujanza y, al mismo tiempo, la seductora vulgaridad. En la tierra de las grandes oportunidades hay cabida para las grandes preguntas sobre la composición moral del hombre del siglo XX, las grandes conquistas materiales y, por supuesto, los grandes fracasos. Pero ¿es en verdad un hogar? Cada vez que uno vuelve a las novelas y relatos de Saul Bellow se deja tocar por la sospecha de que la idea misma de hogar supone una carga descomunal. Estar es sinónimo de añorar o desear otra dimensión, quién sabe cuál, a condición de que tenga siempre las puertas abiertas. De hecho, Norteamérica ofrece el aspecto de una vasta “fantasía colectiva” en la que, sin embargo, cada quien se las arregla como puede. Sus moradores hacen algo con ella. Es un elemento activo, de temperamento poco apacible. Por eso, frente a la estirpe de personajes en busca de sí mismos, Bellow ofrece también los trazos de quienes, a la manera del señor Eihorn, uno de los ángeles caídos de Las aventuras de Augie March, declaran su conocimiento del mundo, el de los hombres de acción y el de las consecuencias. Unos y otros conforman a final de cuentas el más fascinante material humano. Porque, en Bellow, todos cuentan: el matemático que ensaya una fórmula para ganar al póquer, la madre simplona, el ladronzuelo, la hija del sastre, el epicúreo moderno, la mujer bohemia, el catedrático sin gloria, el padre ausente, el sabio despilfarrador, la matrona entrada en carnes, el aprendiz de la Gran Política. Todos cuentan porque, como leemos en Ravelstein, su última novela, “El más simple de los seres humanos, ya que estamos, es esotérico y absolutamente misterioso”. L


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LABERINTO

en librerías Cicatriz

Alfonso Reyes, “un hijo menor de la palabra” Sara Mesa Anagrama España, 2015 194 pp.

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n chat literario es el escenario donde Sonia conoce a un hombre que se hace llamar Knut Hamsum, un perfecto desconocido que, a medida que transcurre la novela, se interesa cada vez más por ella. Entre confesiones e intimidades que van de los recuerdos de infancia a las vivencias cotidianas, lo que comienza siendo un alegre intercambio se transforma en una pesadilla de la cual no es posible despertar. La compulsión por robar cuanto objeto se halle a la mano define el carácter posesivo de Knut tanto como la necesidad de aceptarlos como regalo encierra la naturaleza dependiente de Sonia.

La historia de la escritura

Javier Garciadiego (comp.) Fondo de Cultura Económica México, 2015 910 pp.

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on esta selección que abarca los diarios de Reyes, su correspondencia, poesía, ficción, ensayos, testimonios y crítica, Garciadiego aporta un material sumamente útil para acercarse —o profundizar— en la obra de uno de los literatos más importantes de México. Aquí se pueden encontrar los puntos de vista y el intercambio intelectual que sostuvo con Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, Werner Jaeger o Gabriela Mistral, y también los temas y las obsesiones del maestro que siempre se definió a sí mismo como “un hijo menor de la palabra”.

alígrafo y profesor de Diseño en la Universidad de Sunderland pero también codirector del International Research Centre for Calligraphy, Ewan Clayton monta exposiciones e imparte conferencias sobre arte. Sirvan esos datos como referencia del autor de un libro apasionante: la escritura y su impacto social y cultural en todas las etapas de la historia, del antiguo Egipto a la era digital (tiempos, por cierto, en que la escritura a mano ya casi no se practica), y la transformación de la manera en que nos relacionamos con el lenguaje, primero desde las letras y después por las palabras.

El productor accidental

roductor de la película La plaga, de Neus Ballús, Subirós publica este anecdotario de sus peripecias fílmicas, desde la presentación del guión hasta el estreno de la cinta. Con estilo ameno y ágil y sin perder de vista los puntos más sensibles del oficio, este libro puede funcionar como una guía para todos aquellos que aspiren a incursionar en los complicados vericuetos de una industria que en estos tiempos se ha diversificado. Se agradece a Subirós el sentido del humor a la hora de hablar de los sucesos inesperados y los agujeros negros de la creación cinematográfica.

La verdadera historia de Frank Zappa. Memorias

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ice el autor en la nota introductoria que este libro intenta “indagar hasta dónde pueden llegar los temas que aborda el cine de hoy, a través de la emoción solo después reflexiva, mediante el examen y el estudio sensible, cuidadoso y, ¿por qué no?, amoroso”. Son 350 las películas que exhibe críticamente, lo mismo de corte realista que rozando lo documental, fabulosas o intimistas, humorísticas o contemplativas. En el origen estuvo la columna “Cinefilia exquisita”, que Ayala Blanco publicó en El Financiero, aunque también encontramos materiales inéditos.

José Mujica. La revolución tranquila Mauricio Rabuffetti Aguilar México, 2015 287 pp.

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l periodista y analista político elabora un retrato en perspectiva del ex presidente uruguayo quien, después de ser guerrillero tupamaro, asaltante de bancos y reo de conciencia promovió dos reformas cruciales en Latinoamérica: el matrimonio gay y la legalización de la mariguana. Rabuffetti acomete a su personaje desde tres frentes: el de la biografía, el de la historia nacional y el del contexto global. Nada incondicional, elige el claroscuro. La decisión es tan afortunada que ese histrión en que a veces se convierte Mujica se perfila como un modelo del tan deseado político de nuestros días.

La cerveza select–o–pedia

Frank Zappa con Peter Occhiogrosso Malpaso Barcelona, 2014, 352 pp.

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omo lo explica Zappa, este libro se hizo a partir de grabaciones de sus respuestas a “preguntas fascinantes” de Occhiogrosso, que el escritor y periodista transcribiría posteriormente. Aclara también que los epígrafes son de Occhiogrosso, pues “no querría que nadie creyera que ando todo el día sin hacer otra cosa que leer a Flaubert, Twitchell o a Shakespeare”. Un especialista como el crítico español Diego A. Manrique lamenta que al periodista le faltara olfato para asuntos musicales, pero Zappa fue un personaje fascinante y lúcido como para dejar fijada su personalidad en cada página.

ESPECIAL

Jorge Ayala Blanco UNAM México, 2014 464 pp.

Pau Subirós Anagrama España, 2015 196 pp.

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AMBOS MUNDOS

El cine actual, confines temáticos

Ewan Clayton Siruela España, 2015 397 pp.

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Mi historia del futbol

Michael Larson Altea México, 2015 224 pp.

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or el desarrollo que han tenido últimamente, aún hay mucho que decir acerca de las cervezas artesanales, que en realidad nunca han sido para albañiles, como afirman algunos bebedores fundamentalistas. Escribe Larson: “Durante siglos, la cerveza ha hecho del observador ocasional un conocedor; del forastero, un amigo”. Didáctico, el autor habla de los ingredientes, de cómo se elaboran, cómo servirlas y guardarlas, cómo degustarlas y con qué alimentos realizar su maridaje. “Ales de origen británico o irlandés” y “Ales de origen europeo continental” son algunos de sus capítulos.

El Pato Fillol

Santiago Gamboa Facebook: Santiago Gamboa–círculo de lectores

V

iendo los vaivenes de la FIFA y el modo en que ahora Blatter renuncia después de una costosísima campaña, y al comprobar que la segunda Guerra Fría entre Washington y Moscú pasa ahora también por el futbol, pero no en la cancha, como sería deseable, sino en las lujosas oficinas de la sede en Zurich, me viene a la mente mi experiencia juvenil. Mi propia historia del futbol. De joven, en el equipo de mi curso de bachillerato, fui sobre todo portero. No un gran portero, no vayan a creer. Simplemente alguien que por ser alto y, en esa época, de gran agilidad, podía saltar de una esquina a otra de la cancha. Era la época del gran Pedro Zape en la selección de Colombia, famoso por parar muchos penaltis. Algo de poeta romántico me sugería la figura del portero, pues es el solitario del equipo. Está y no está con los demás: se viste distinto, está sujeto a otras reglas. Mucho después supe que mi admirado Albert Camus, de joven, había sido portero del Olympique de Marsella. Y como a todos los porteros, le gustaba mucho meter goles. En una entrevista dijo: “Lo mejor que he hecho en la vida fue un gol de tiro libre”. Otro célebre artista que empezó en el futbol, aunque de un corte más popular, fue el autor del famoso aforismo “A veces sí, a veces no”. Me refiero a Julio Iglesias, quien también fue portero en el equipo juvenil del Real Madrid, nada menos que en la época de Puskas y Di Stefano. Y el español Andoni Zubizarreta, una leyenda que se convirtió en especialista en

literatura y a quien escuché disertar una vez, en un seminario en la Universidad de Sevilla, sobre la obra del novelista alemán Heinrich Boll. El primer mundial del que tengo memoria fue el de 1974. Vivíamos con mis padres en Roma y lo vimos en un televisor Telefunken portátil. Nombres como Rivelino, Beckenbauer, Sócrates, Lato, Cruyff y Rensenbrinck todavía me estremecen, pero los porteros fueron siempre mis favoritos: Dino Zoff, Maier y un nombre inolvidable: Ubaldo Matildo Fillol. A Óscar Córdoba lo conocí en Italia, cuando jugó en el Perugia, e incluso una vez le cobré un penalti. Antes de patear le pedí un consejo y me dijo: “Sacate las manos de los bolsillos, ¿o es que vos escribís con las manos en los bolsillos?”. Luego, charlando, me dijo algunas frases que me intrigaron. “El portero percibe la velocidad del balón de un modo distinto al atacante”. Esto lo relaciono siempre con ese libro de Peter Handke: El miedo del portero ante el penal. Por ese cariño que le tengo al futbol es que hoy, al ver que la FIFA se comporta como cualquier Congreso o Senado de república bananera, siento la necesidad de regresar a esos helados campos de futbol de mi colegio en Bogotá, allá por los años setenta, llenos de charcos y de escarcha, para no olvidar que al fin y al cabo es algo que sigue valiendo la pena y que son, como siempre, sus mandamases los que han logrado con sumo cuidado ponerlo en esa cloaca donde está hoy. L


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MILENIO

cine ESPECIAL

Lisandro Alonso

“La intención era crear un mundo único” Jauja explora el sentimiento de pérdida a través de un ingeniero del ejército argentino que busca exterminar a los indígenas de la Pampa ENTREVISTA Carlos Jordán Viggo Mortensen en el papel del capitán Gunnar Dinesen

gonzalezjordan@gmail.com

E

l capitán Gunnar Dinesen (Viggo Mortensen), ingeniero del ejército argentino en la Pampa, promueve una campaña de exterminio contra los indígenas de la región. En compañía de su hija de quince años, emprende un recorrido que cambiará de rumbo cuando la joven escape con un soldado. Con Jauja, el realizador bonaerense Lisandro Alonso renueva su apuesta cinematográfica y pasa del realismo a un filme de atmósfera densa y tono intimista. ¿Como nace la película? Durante un periodo en que estaba cansado del cine me fui al campo con mis padres. Ahí conocí al poeta Fabián Casas, muy amigo de Viggo Mortensen. Juntos trabajamos un guión e invitamos a Viggo al proyecto. Pudimos coordinar tiempos y juntar los elementos necesarios para filmar. Fue algo nuevo para mí porque nunca había trabajado con actores profesionales. Si bien Jauja puede ser una película histórica también es intimista. ¿Cómo jugó en ambas pistas? Tratamos de acercarnos a los hechos históricos que ocurrieron en Argentina pero evitando la precisión. La intención de la película era crear un mundo único. No queríamos herir susceptibilidades, por eso a los indios se les denomina como los “Cabeza de coco” y tienen una caracterización ajena a cualquier indio de la zona. Queríamos algo más universal, personajes dentro de una naturaleza un poco agresiva; obligados a relacionarse en un tiempo en el que empezaban a crearse las ciudades. Así pudimos llegar a la esencia del filme, que es el sentimiento de pérdida por la muerte de un ser querido.

¿El sentimiento de pérdida padre–hija está tocado por su ingreso a la paternidad? El germen de la película es un hecho real que le ocurrió a una amiga mía: una chica europea que se enamoró de un chico que vivía en Filipinas y siguiendo sus sentimientos abandonó Europa para irse a Manila. Un día recibí un mail en el que otra amiga en común me contó que la pareja murió en un asalto. Me estremece el modo en que nos enteramos de este tipo de noticias, que por otra parte ya son cosas de todos los días. Seguramente la paternidad me obliga a pensar más en este tipo de cuestiones. ¿Por eso la película termina siendo tan instintiva? Respetamos bastante el guión. Cada secuencia escrita se filmó y tuvimos la suerte de poder improvisar algunas escenas. Desde hace quince años trabajo con la misma gente. Es como un equipo en el que los roles se bifurcan, no están muy definidos y cualquiera puede acercarse a contarme lo que le parece sobre determinada secuencia. Jauja es una película que va mutando, empieza de una manera y se transforma en otra cosa y después va a más. Además de trabajar con Viggo Mortensen, colaboró también Timon Dalminen, el fotógrafo de Aki Kaurismaki. ¿Cómo conectó los elementos nórdicos con los sudamericanos? Es difícil explicarlo, digamos que fue algo orgánico.

Timon Dalminen maneja una luz bastante dura y artificial que, creo, ayuda a que el tono de la película no sea tan naturalista o realista como mis trabajos anteriores y le dé un toque más teatral. Ellos tienen una mirada de la luz más fría. Es muy diferente a la mirada latinoamericana que tenemos de la luz, de los árboles, de la naturaleza. De esto se desprende la parte metafísica de la historia. La fotografía y los actores hacen del formato algo más pictórico. Me cuesta mucho explicar la película. Todavía me quedan cosas por entender, apreciar y definir, quizá con el tiempo pueda hacerlo mejor. De hecho, termina siendo una historia hermética. ¿Qué es lo que hace que una vida funcione y avance?, es una pregunta que me hago a mí mismo y me gusta compartirla con el espectador. Las películas que más me gustan son aquellas que me cuestionan y no me dan tantas certezas. ¿Vive el cine como una especie de laboratorio existencial? Lo vivo como una buena excusa para pensar el mundo, en la gente que me rodea. Una película puede ser mala, buena, comercial, exitosa o no exitosa pero yo trato de disfrutar la experiencia porque me permite conocer gente y lugares a los que de otra manera no podría acceder. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Tintín psicoanalista Fernando Zamora @fernandovzamora

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ector and the Search for Happiness une a Tintín con el psicoanálisis. Al inicio de la película vemos, junto a las obras de Freud, Tintín y el Loto Azul, ese cómic en que el reportero viaja a China y conoce a su amigo Tchang. En cuanto al psicoanálisis, nuestro protagonista es un psiquiatra que practica la cura por el habla con una buena cantidad de neuróticos londinenses. La película echa mano de un narrador. Es Héctor, este psicoanalista rubio de vida tan perfecta que tiene tiempo para preguntar: “¿existe la felicidad?” Bien decían los maestros del psicoanálisis que la neurosis es un lujo de la psique. Solo alguien con tiempo para pensar puede analizarse. Un verdadero loco sería incapaz de saborear las mieles burguesas de la neurosis sobre el diván. Un día, Héctor tiene lo que llaman los psicoanalistas un acting out. La psique incapaz de elaborar tantas contradicciones actúa de manera violenta. Una mujer le dice al psicoanalista que su vida está al borde de la cuerda y Héctor, desesperado, le dice que Tintín ha estado al borde de la cuerda. Y ¿qué hizo? Estuvo a punto de cortarla para salvar a los que amaba. La paciente no entiende pero,

ya entrado en actings, Héctor, el perfecto Héctor, comienza a gritar. Ha llegado La Crisis. Hace algunos años Steven Spielberg ofreció una versión churrigueresca del mundo de Tintín: El secreto del unicornio. Esta nueva película usa al mismo actor porque en realidad director y guionistas están tratando de hacer como si el periodista hubiese crecido y se hubiese vuelto psicoanalista. Héctor es Tintín. Por eso era importante que fuesen tan parecidos y que el mundo de nuestro protagonista tuviese tantas referencias al mundo de Hergé. Este psicoanalista tiene una relajada vida burguesa pero tiene que luchar contra ella para volverse aventurero. Tiene también a un perrito. No es Milú, por supuesto, pero Héctor niño, vestido siempre como Tintín en aquellas primeras aventuras en que recorrió el mundo, aparece a veces en sueños y trae con él una mascota. El niño y el perro muestran al psicoanalista el camino de la madurez. Esta es la aventura en Hector and the Search for Happiness: la búsqueda por madurar. Porque aquí la moraleja parece ser que la felicidad implica forzosamente madurar para ser capaz de amar cada día más. Es esto lo que busca nuestro Tintín psicoanalista. Primero en China, donde se hace amigo de un banquero que se parece mucho al capitán Haddock. Más tarde, nuestro héroe se va a África. Como Tintín cuando estuvo en El Congo.

Hector and the Search for Happiness (Héctor y el secreto de la felicidad). Dirección: Peter Chelsom. Guión: María von Heland, Peter Chelsom y Tinker Lindsay basados en la novela de François Lelord. Fotografía: Kolja Brandt. Con Simon Pegg y Rosamund Pike. Alemania, Canadá, Gran Bretaña y Sudáfrica, 2014. El psicoanalista enfrenta la muerte en preparación al destino donde habrá de encontrar un amor que finalmente maduró. Hector and the Search for Happiness no es una gran película pero tiene el encanto de las comedias británicas. Solo los ingleses están suficientemente neuróticos como para preguntar: “¿cuál es el sentido de la vida?” La mejor película con este tema sigue siendo de Monty Python: The Meaning of Life. L


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LABERINTO

escenarios

Antes altiva, hoy desvalida

Tavira y Carballido:

Norte y Sur

Iris hace sala transcurre a través de la interacción que hija, madre y abuela establecen sin más propósito que el de despejar su pasado TEATRO

MERDE! ESPECIAL

Braulio Peralta

intérpretes que dan vida a la obra de Carballido: Pilar Villanueva y Martín Pérez, Leticia Huijara y milio Carballido no Eduardo España, Tenoch Huerta, es nostalgia como las Verónica Merchant y Lumi canciones de Cri Cri. Cavazos, entre otros. Divinos Observando sus obras de todos. Diálogos desternillantes, D.F. —escenificadas por los asombrosos, lúcidos, venenosos, mejores directores de hoy—, perspicaces, pero sobre todo la pasa la prueba irrefutable del imaginación de pintar una ciudad tiempo. Sí, hay arqueología de la que huele a verdad. Si dicen que idiosincrasia mexicana. Sí, hay es costumbrismo ocuparse de la una Ciudad de México que no es vida cotidiana vale la pena venir la que era. Sí, los personajes son a Microteatro para mostrarnos la realidad de un país clasista, el realismo de quien es capaz de sexista y racista. Pero, sobre dibujar el perfil de los mexicanos todo, Emilio Carballido escribe en quince minutos. Quién más. con un vigor dramático donde Escribo esto cuando en el Sur la carcajada emerge como de la ciudad Luis de Tavira dirige sanación. No cualquiera. la Compañía Nacional de Teatro y ¿Los directores al servicio del no le ha dado a Emilio Carballido texto? Depende. Si dominan —con permiso de las autoridades el humor al margen de credos del Conaculta— el lugar que le o doctrinas, pasan la prueba. corresponde. También, cuando en Si conocen el alma femenina el Centro Universitario de Teatro con la que Carballido dota a de la UNAM dirige y escribe para sus personajes, salen librados. la generación 2011–2015 la obra Si tienen cultura e inteligencia, Citerea, una tragicomedia en conocimiento del lenguaje, catorce actos con casi tres horas perfección en el manejo de de duración. Entre el público del actores, los montajes son dignos Norte que atiborra Microteatro y aun en quince minutos de el del Sur, al que se entra gratis y representación que duran las no caben más de 40 espectadores, obras de D.F. Pero si hubieran vale la pena preguntarse el actualizado la moda de los años servicio social que el teatro logra sesenta, mejor, creo. en México. Ni cómo. Microteatro es una agrupación Hace mucho que ganamos que se llevó un 10 en la una exigencia: que los directores realización de este proyecto al fueran creadores a la par de montar —al Norte de la ciudad— dramaturgos. Pasado el logro trece piezas de Emilio Carballido debería venir la reconciliación por con directores de la talla de bien del teatro, ese donde actores, Martín Acosta, Sandra Félix, directores y dramaturgos hicieran Enrique Singer, Luis Martín, el brazo fuerte para la escena. Ya Mauricio Jiménez, Esther André, es hora. No estamos para vivir Francisco Franco, David Olguín, en el Norte y el Sur de la ciudad Claudia Ríos, Mario Espinosa, cuando lo que necesitamos es José Alberto Gallardo y dos lograr que Carballido y Tavira que siempre lo han montado —y lo que siga— no sufran los con eficacia: Enrique Pineda y embates de las batallas culturales Ricardo Ramírez Carnero. por debajo del agua. Pero los aplausos no son para Ventilar es liberar. Conste, es los directores. Son para los constructivo el asunto. L juanamoza@gmail.com

E

La obra dirigida por Violeta Sarmiento se presenta los lunes a las 20:30 en La Gruta del Centro Cultural Helénico

Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

U

na niña que transita de los siete a los 25 años, y según el episodio de su vida se transforma en su madre y abuela, habla directamente al espectador sobre la actividad cotidiana que realiza en casa, al reunir amigos para platicar de diversos temas en compañía de música, té y un diccionario, hábito al que Dominick Parenteau Lebeuf, dramaturga originaria de Quebec, antepone el nombre de su personaje para titular su obra Iris hace sala. Sobre una alfombra verde que evoca un jardín, donde las plantas se enredan al poste de más de un atril en el que descansan libros abiertos, Iris comparte que hace sala todos los lunes, como cientos de años atrás lo hacían escritores, artistas, políticos y comerciantes, conducidos por una mujer distinguida. El personaje que, además de cumplir el deseo de conversar, tiene un buen cúmulo de preguntas por hacer, cuestiona a su madre, interpretada por la misma actriz a partir de una pose corporal estática y estilizada y un giro que da la espalda al público, respecto a diversos temas que le interesa saber. La toma de decisiones hace crecer interiormente a Iris quien, como si fuera una actual Alicia en el país de las maravillas, toma y ofrece té en una vajilla que a ratos es pequeña o gigantesca, como la cuchara con que revuelve su contenido. Entre el rítmico sonido del metrónomo, las notas de acordeón y el humo que expele un ancho libro, esta hija de una madre ligada a las letras como a sus hijos emprende su acostumbrada búsqueda de palabras y significados, lo que abre el espacio a la reflexión sobre el amor materno que ha recibido en su infancia y la carencia que de éste ostentan muchos rostros a su alrededor. Vestida con jumper y balerina rojas, mallas blancas y negros zapatos de charol, la chica reclama con humor que una K, una C una T o

una E puedan cambiar el género de un nombre y éste la identidad de una persona, lo que obliga a comprobar continuamente que uno es quien dice ser, al margen de las letras. La relación que el personaje establece con su madre, incluidas distancia y cercanía, la entrañable comunicación con la abuela, cuya muerte es la primera con la que la joven se enfrenta y el desaliento en que cae la madre, que desaparece con los cuidados de la chica, conforman una espiral amorosa que la actriz resuelve con trabajo corporal, gestual, voz y vínculos entre los tres personajes que abrevan de su creación actoral. Traducida y dirigida por Violeta Sarmiento, esta puesta en escena que cuenta con la interpretación musical de Carlos Cuevas, e iluminación de Patricia Gutiérrez —quien resuelve favorablemente luz y sombra en un jardín sembrado de libros y tres hongos—, este montaje deposita su fe en el espectador abierto a escuchar a un personaje menudo cuya edad facilita cuestionamientos en constante renovación. La dramaturga, la directora y la actriz, cada una con más de una especialidad escénica, en complicidad con la diseñadora de vestuario Mariana Gandía, la asesoría en movimiento de Antonio Sarmiento y Rafael Crooz, y la asistencia de dirección y producción de Katya Bizarro, vierten en este trabajo que integra música y danza su llamado a la interacción humana, a la valoración del lenguaje y a su ejercicio hablado sin medios electrónicos de por medio. Iris hace sala es una obra que apela a la necesidad de la comunicación, a la aclaración de dudas y al análisis de respuestas, pero sobre todo al conocimiento y al poder de la expresión. Planteada en un ámbito naif que abre el margen a la ambivalencia, esta propuesta escénica cuenta entre sus mejores momentos con que la actriz transforma la efigie de su madre, antes altiva, en una desvalida bebé a la que construye corporalmente con su torso y su rodilla. L

ESPECIAL

Escena de La pesadilla, dirigida por José Alberto Gallardo


12 b sábado 6 de junio de 2015

MILENIO

varia MARY ELLEN MARK

WWW.BRAVENEWWORLD.IN

Jennifer, Tiffany y Carrie, Portsmouth, Ohio, 1989

La crisis de la poesía gringa

México y Mary Ellen Mark

ARCHIVO HACHE

GUÍA VISUAL

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

¿

Qué está pasando en la poesía norteamericana estos últimos meses? Al contrario de poesías nacionales como la chilena o la mexicana (que son unitarias, agrupadas en un solo campo polémico), la poesía norteamericana está segmentada, principalmente, en poesía mainstream, poéticas vinculadas a identidades culturales y a la poesía experimental (relativamente multicultural pero dominada por blancos). Dicha corriente experimental, por continuar las vanguardias y el posmodernismo del siglo XX, influye hoy a otras literaturas nacionales “innovadoras”. Y es tal sector el que está sufriendo una gran crisis. Hasta este año, el conceptualismo era su corriente más conocida, imitada y respetada (dentro y fuera de Estados Unidos). Pero en cuestión de semanas sus dos líderes (Kenneth Goldsmith y Vanessa Place) cayeron en escándalos de racismo y gran parte del campo experimental les retiró su apoyo. Ya es obvio que con el 2015 finalizó el auge conceptualista. Pero la crisis no se limita al conceptualismo sino que distintos agentes (grupos semi–anónimos, escritoras y las redes sociales) extendieron el cuestionamiento, por ejemplo, a instituciones como Naropa y Berkeley y a escritores como los L=a=n=g=u=a=g=e, la vanguardia (post y anti–beatnik) ya canónica. Se les señala como cómplices del dominio (y “demonio”) blanco–patriarcal del experimentalismo. Esta gran crisis es fuerte debido a su crítica al racismo y al hecho de que no es un grupo sino toda la estructura metida en batallas

(electrónicas) intensas, sin precedentes. Y esto sucede dentro de una agitación social fuerte en Estados Unidos; es la crisis callejera metiéndose a literatura gringa. El desplome no es solo estético (una vanguardia atacando a otra para reemplazarla, como es usual internacionalmente) sino que es una crisis ética, de credibilidad. Por medio de peleas en redes, links y rumores se han roto viejas alianzas y amistades. La red experimental se está fragmentando por estas discusiones. Como la historia de las vanguardias nos ha enseñado, los efectos de esta crisis en la literatura experimental de Estados Unidos van a sentirse pronto, de modo visible o simplemente reestructural en otras literaturas, especialmente en Latinoamérica y Europa, donde la influencia del experimentalismo norteamericano no ha parado de crecer. Pero, súbitamente, el experimentalismo norteamericano pasó de ser lo cool a ser lo racista; de ser una red con altos niveles de concordancia interna a dividirse en guerrillas. Todo indica que la crisis apenas comienza. Nadie sabe qué quedará en pie y qué será rebasado, enterrado, lastimado, reemplazado o imposibilitado. ¿Estamos atestiguando el comienzo del fin del experimentalismo norteamericano? Quizá. Pero esto podría ir más lejos. O interrumpirse. O extenderse a otras literaturas. Las redes lo definirán. L

Magali Tercero @magalitercero

M

ary Ellen Mark, la extraordinaria fotógrafa de temas sociales y personajes públicos, falleció el 25 de mayo pasado, lo cual lamentó mucho la comunidad internacional de fotógrafos. Para ella, la cuestión era “fotografiar el mundo tal como es porque no existe nada más interesante que la realidad” y, agreguemos, hacerlo en blanco y negro. Sus modelos fueron los marginados: enanos, adictos, mendigos, gitanos, mujeres pobres, las clases más desfavorecidas, y en general todo tipo de situaciones de la vida en sociedad. Realizó reportajes notables, como el de la hambruna en Etiopía, con el que obtuvo el World Press Photo de 1986, y el de un campamento gitano de Barcelona. Hizo innumerables retratos de personajes famosos para The New Yorker, Vanity Fair, Rolling Stone, Time, Life y The New York Times. Son excepcionales también sus retratos de Marlon Brando, Melanie Griffith (de 15 años con su novio Don Johnson), Jack Nicholson, Francis Ford Coppola, Katharine Hepburn, Tim Burton, Federico Fellini, Gregory Peck y, más recientemente, Johnny Depp, Brad Pitt y Cate Blanchett. MIRADA ANALÓGICA Mary Ellen Mark fue muy querida en México, país al que amaba, en especial Oaxaca, y donde hizo fotoperiodismo de primer nivel. En 2012, el fotógrafo mexicano Alfredo De Stéfano la entrevistó en Saltillo. En esa entrevista, Mark detalló cómo realizó dos proyectos muy significativos para ella: el del Niño Fidencio en el desierto de Monterrey, en 2001, y un baile de graduación de estudiantes mexicanos, en 2011, de gran formato (20 x 24 cm), que muy pocos laboratorios imprimen hoy en día. Quien quiera escuchar la entrevista puede hacerlo en https://www.youtube. com/watch?v=SbIpBoKow2s. En esta charla De Stéfano, promotor del Concurso de Fotografía, abordó los temas de Oaxaca, el norte de México y el certamen anual de foto. De hecho, publicó un libro antológico con las mejores imágenes de sus alumnos tomadas durante los últimos quince años. El

25 de octubre próximo tenía programado, pese a estar enferma de cáncer, un curso para celebrar los quince años de su taller en Oaxaca. Ella consideraba que sus discípulos debían terminar los talleres con trabajo fotográfico propio. Tuvo estudiantes que, para lograrlo, repitieron hasta tres veces el curso. Sobre el avance de la tecnología, Mark fue muy clara: “No quiero cambiarme al lenguaje digital. No va conmigo ni con mi trabajo. Siempre recomiendo a mis alumnos que no vendan sus cámaras analógicas. Cuando ya no las fabrique nadie valdrán una fortuna”.

INTIMIDAD EN LA FOTOGRAFÍA La intimidad es esencial en su obra. Supo cuándo y cuánto acercarse sin invadir al sujeto fotográfico pero también a la inversa. Sabía establecer relaciones de empatía con sus modelos y por ello obtenía imágenes como la que aparece aquí. Publicó 18 libros, entre ellos American Odyssey (1999), Photo Poche (2002), Twins (2003), Exposure (2006), Extraordinary Child (2007) y Seen Behind the Scene y Man and Beast (2014). Aunque suene poco creíble, la gran fotoperiodista incursionó también en la publicidad en las grandes empresas. Su libro Twins inspiró a Martin Bell a filmar un DVD para el Festival Twins Days, donde son entrevistados 22 pares de gemelos, además de unos triates. De hecho, el DVD incluye extractos del libro de Mark. La artista comenzó a tomar fotos a los nueve años con una cámara Box Brownie. En 1962 se graduó en pintura e historia del arte y en 1964 obtuvo una maestría en Fotoperiodismo. Sus imágenes, se ha dicho en estos días, reflejan un alto grado de humanismo. Es cierto, pero también reflejan su ojo casi pictórico y su sólida formación. En 2014 recibió el premio Lifetime Achievement in Photography Award otorgado por la casa George Eastman. Además, la World Photography Organisation la premió con el Outstanding Contribution Photography Award, que coronó una larga y fructífera carrera llena de reconocimientos como las becas de la Fundación Hasselblad y la Fundación Guggenheim. L


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