Laberinto No. 685 (30/07/16)

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Laberinto

SOBRE ELISEO ALBERTO josefina de diego p. 08

SOBRE RENATO LEDUC

juan leyva y juan domingo argüelles p. 04 y 05

José Agustín

MILENIO

NÚM. 685

sábado 30 de julio de 2016 FOTO: YOLANDA DE LA TORRE

ENTRE LA PIEDRA Y EL JARDÍN yolanda de la torre p. 06 y 07


ANTESALA

sábado 30 de julio de 2016

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LABERINTO

ESPECIAL

Pokemon curator AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com

CASTA DIVA

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a realidad expandida o Augmented Reality, AR, y su materialidad siempre ha sido el tema del arte contemporáneo VIP: la realidad y sus objetos sacados de su contexto y “aumentados” con una prolongación ontológica que los convierte en arte. El indudable valor artístico de un vaso de café tirado en la calle radica en un estudio de la naturaleza del ser, ¿cuál ser?, el del vaso que está “expandido” por un substrato metafísico. Eso “aumenta” la dificultad de mantener el proceso creativo que se supone involucra al arte, salir a esta vorágine de imágenes y objetos para mirar y, peor aún, decidir cuál es el idóneo para convertirlo en arte, es tan agobiante que los artistas VIP piden becas para soportar la presión. Les tengo una gran noticia, ha llegado la solución, la tecnología inventó un curador digital que trabaja como un curador analógico, es una prótesis del cerebro para los artistas VIP: Pokemon curator, la app para smartphone que decide qué cosa es arte. Reúne realidad, arte y virtualidad, todas las vertientes del arte contemporáneo

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

VIP. Funciona muy fácilmente: el artista se registra como pokeartista y elige su Pokemon curator y su especialidad, por ejemplo: Pokemon–basura o Pokemon– desperdicios de construcción, Pokemon–sangre y residuos de cadáveres, o Pokemon–feminista, la variedad responde a cualquier necesidad creativa. El artista sigue al Pokemon curator por la locación ambiental del mundo físico, es decir la calle, y éste le señala la pokeobra de arte, el pokeartista la atrapa y rápidamente se la adjudica como de su autoría porque miles de artistas VIP compiten por tener más pokeobras. La app Pokeart está conectada con los museos VIP más importantes y las casas de subastas que llevan el registro de los pokeartistas con más pokeobras y les asignan pokecoins que se usan para subir sus precios y darles exhibiciones. La competencia incluye los gyms que son la parte violenta, estos son los museos de arte VIP, ahí hay que pelear contra los otros equipos que quieren exponer sus pokeobras, la masacre está asegurada porque pueden pelear pokemergentes contra pokeconsagrados, la teoría es

Pokemon-basura callejera

indispensable porque la batalla es en tiempo real y el pokeartista con su Pokemon curator debe diseñar un ataque pokeretórico que cause mucho daño, todo se vale, romper las obras de los otros, robárselas y por supuesto borrarlos, acabar con la muy reñida competencia porque todos son designadores de arte. Los pokeartistas pueden ir “madurando” durante la batalla y convertirse de pokemergentes a pokeconsagrados. Si quieren ganar más y expandir su percepción estética, optarán por un pokecoletivo artístico, pelear en grupo y acabar con los pokeartistas individuales. Los puntos de ataque incluyen museos de arte verdadero y disparar virtualmente a las obras para destruirlas, el Pokemon

curator indica la obra y otorga pokecoins cuando está aniquilada, el pokeartista sube de nivel entre más obras destruya. Tengan la precaución de llevar una pila extra para su smartphone porque se agota muy rápido, recuerden que este curador virtual es una prótesis de su cerebro y descargada generaría una crisis creativa. La experiencia abre al artista para que vea su realidad y su entorno, se salga del ostracismo del anonimato y se “expanda” en el mundo del arte VIP. El público normal se irá acostumbrando a ver hordas captando con sus smartphone botes de basura, colillas de cigarro, chicles pegados, y se deslumbrarán ante el proceso creativo de los nuevos valores del arte. L

Las mariposas prueban la existencia de Dios; los zancudos, la del Diablo. ESPECIAL

La banalidad del mal AMBOS MUNDOS

P

arece fácil utilizar una vez más el certero título de Hannah Arendt —ella lo refiere al Holocausto— para aproximarse a esta oleada de crímenes que se vive en Europa. Atentados mayores o menores que progresivamente han ido banalizando el valor de la vida. Cuando el atentado a Charlie Hebdo, hace 18 meses, los fundamentalistas atacaron una revista que según ellos había ofendido a Mahoma. La secretaria de redacción, que sobrevivió a la masacre, contó que uno de los asesinos le puso el revólver delante de la cara, pero el otro le dijo “Mujeres no” y eso le salvó la vida. Luego vino el segundo de París, centrado en la sala Bataclán, donde se bajó un escalón, pues ahí los asesinos dispararon contra hombres y mujeres, considerando que todos los que estuvieran en ese concierto pecaminoso, bebiendo alcohol y disfrutando, eran infieles que merecían morir. Si de ahí pasamos al camión de Niza vemos cómo se bajó

SANTIAGO GAMBOA Facebook: Santiago Gamboa-círculo de lectores

todavía un escalón más, pues ese enloquecido chofer ya no tuvo noción alguna de castigo a infieles, puesto que salir a caminar por un malecón no tiene nada de pecaminoso, ni siquiera en las sociedades fundamentalistas que ellos promueven. Ahí se trató solo de matar por matar, y sobre todo de ejercer el odio. Esto es clave, pues en todos los casos se trata de personas desadaptadas, con historias personales de fracaso, lo que nos lleva a entender que lo religioso es tal vez una disculpa (muy bien aprovechada por el Estado Islámico). Incluso podríamos argumentar que lo religioso es apenas la fachada, como sucede en tantas guerras del mundo. Porque las guerras transforman a los hombres, y cuando son largas y esconden tantos matices las verdaderas causas se pierden u olvidan. Que un sector del islam odie a Occidente es comprensible si se conoce la historia reciente del mundo y sobre todo las guerras de los dos Bush, padre e hijo, en

Después de los atentados en Niza

Irak, que provocaron medio millón de muertos civiles y fueron el cultivo de lo que hoy es el Estado Islámico. Pero ni siquiera esta motivación alcanza para comprender el fenómeno, pues algunos de los asesinos, como el joven germano iraní de 18 años de Múnich, eran apenas niños en la segunda Guerra del Golfo y no habían nacido en la primera, por lo tanto no la pueden recordar, y además, si fueran religiosos, su vinculación iraní los haría enemigos del Irak sunita. Lo que está pasando en Europa es la crisis de todo un sistema que estableció un orden y una paz en su territorio, pero olvidó que su periferia era pobre y enferma y había sido golpeada por la peor neurosis, que es la de la humillación. Por esto el escritor Mario Mendoza dijo hace más de diez años: “Europa cree que América Latina, con su violencia, es el pasado, pero se equivoca: somos su futuro”. Hoy veo cómo estas palabras toman forma en esa violencia que proviene de la desesperanza y el odio que ellos, los europeos, creyeron haber dejado fuera del castillo, pero que hoy tienen dentro y ya no pueden repeler. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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ANTESALA

ESPECIAL

× M A LVA

F LO R E S ×

La tiza de los días Este poema forma parte de Galápagos (Ediciones Era, México, 2016), un volumen de estirpe tan íntima como darwiniana

El mismo y el otro, lo mismo y lo otro: nosotros que somos otros, vosotros, los mismos. Octavio Paz

S

erá en otro lugar y será el mismo. Lo único que habrá cambiado será el color del aire.

Acá está la tiza de los días, la pared donde marcas esas pequeñas rayas, de cinco en cinco. Cuatro verticales, una diagonal. Tiempo: rayas de tigre, zarpas de tigre en esos largos brazos de los árboles. ¿Has visto? Ondean con sus trazos al aire, orgullosos de aquella herida.

×EKO×EX LIBRIS×CAÍN Y ABEL×

El tuitero artero CARACTERES

ÁLVARO URIBE alvuribe@yahoo.com.mx

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e acuerdo con la vertiginosa Cronología del progreso, de Gabriel Zaid, pasaron 1.1 millones de años entre la aparición del gen del habla y la del Homo sapiens, hace 100 mil. Y 94 mil años de ahí hasta la escritura (4000 a.C.). Y poco menos de 5 mil 500 hasta la Biblia de Gutenberg (1455). Y unos 350 hasta la máquina de escribir (1808). Y cerca de 140 hasta la computadora (1946). Y 28 hasta el correo electrónico (1974). Y 15 hasta la World Wide Web (1989). Y seis hasta el blog (1994). Y diez hasta Facebook (2004). Y dos hasta Twitter (2006). Y párale de contar. Es desconcertante (piensas) que todos esos milenios y todos esos siglos y todas esas décadas y todos esos lustros de progreso cada vez más veloz hayan desembocado en los muchos minutos, cuando no en las horas largas, que un ocioso como Calero pasa día tras día, y buena parte de las noches, sentado frente a una pantalla de computadora o, si está fuera de casa, manoseando un teléfono dizque inteligente. No ignoras que el imperio ecuménico de las redes sociales ha tenido consecuencias plausibles, como la de fortalecer el derecho de la gente a sublevarse contra los tiranos. Que el gobierno de China o el de Cuba limiten el acceso a internet prueba suficientemente su eficacia democratizadora. Pero la tecnología no es mejor ni peor que los usuarios, y también los terroristas se mandan correos y tuits para planificar sus matanzas. Si “progreso es toda innovación favorable a la vida humana” (según afirma Zaid), cabe preguntarse cuánto nos favorece el ejercicio indiscriminado de la comunicación virtual. No importa (a nadie le importa) que Calero cuelgue en Facebook la portada de su último pergeño, ni que su novia ponga fotos de un pug recién bañado. Sí importa (o debería importar) que el artero Calero evacue una retahíla de tuits mefíticos para descalificar e insultar a un colega cuya única falta es discrepar con él. Importa que los compadres y cómplices de Calero se sumen en manada a los ataques. Importa que muchos otros, escudados en la anonimia de Twitter, derramen su propia hiel sobre la víctima hasta degradar una discusión trivial en una rabiosa cacería de brujas. Y si intervienes para recordar la causa original del desencuentro y proponer que se debata sobre temas, no sobre personas, los carroñeros te rapiñan hasta dejarte en los huesos. Lo cual explica, pero no justifica, que casi todos tus amigos (y absolutamente todos tus no tan amigos) se acobarden en lo individual frente a esa rapaz cobardía colectiva, y o bien observen un silencio cauteloso, o bien te manifiesten su solidaridad o su compasión o su mero cariño solo en llamadas telefónicas o en correos personales de los que nadie más se pueda enterar. Gracias. Del ocio al odio hay una sola letra. Si te fijas, Calero el tuitero artero y sus compinches no odian a todo el mundo. Odian a quien envidian. A quien admiran secretamente. A quien se dedica a lo suyo sin alardes. Sin prisa. Te odian porque se saben incapaces de ser alguien mejor. L

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LABERINTO

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Renato Leduc

Las huellas de la leyenda

El 2 de agosto se cumplen 30 años de la muerte del poeta y periodista, figura sin par de la cultura y la vida política mexicanas. Lo recordamos con dos pinceladas que realzan sus dotes para oponerse a la solemnidad y transformar lo nimio en aventura RETRATO JUAN LEYVA

L

a vida de Leduc es una interminable madeja de aventura, trabajo, diversión, inspiración, pasiones, amistad, amores, diplomacia, viajes, reconocimientos, poesía y periodismo. En poesía inaugura un estilo jocoso e informal que rompe con la atmósfera solemne de sus años juveniles y golpetea la estética de Contemporáneos, de los que solo a Gorostiza y Novo parece respetar. Lleva el humorismo en sordina de López Velarde a extremos que éste no iba a tocar aunque sospechara: “¿Quién no insinuó a su prima con violetas/ u otra flor, esperanzas tan concretas/ cual dormir una noche entre sus tetas?” La rima coloquial y bilingüe, la informalidad callejera, el albur y la broma fuerzan la poesía a uno de sus máximos extremos, y Leduc se solaza en ello como un acróbata circense, un clown del verso que —como todo clown— sabe ponerse serio y aun romántico: “Tal vez la quise mucho, pero tal vez la quiero./ Esta frase te ofrezco, cuyo único pero/ es que la dijo antes un autor extranjero”. En el transcurso de la década de 1950, Leduc se aleja de la poesía y cuando la practica, regresa a la parodia con asuntos sociales y políticos. José Emilio Pacheco —que al principio se opuso a incluirlo en la antología dirigida por Paz en la década de 1960 (Poesía en movimiento)—, todavía a raíz de la muerte de Leduc se refiere a su falta de disciplina y vocación para el verso, a pesar de un talento excepcional. Lo que perdió la lírica lo obtuvo el periodismo. Desde muy joven, Leduc se convirtió en esa leyenda cuyo protagonista —diría Pepe Alvarado— le obligaba a nacer cada mañana para hacerla morir él mismo por la noche, ya porque se metía en toda clase de aventuras, ya porque, al contarlas, les echaba un sazón de humor, altisonancia, parodia y exageración, a fin de hacerlas gratas a las palomillas de San Ildefonso y, más tarde, a la bohemia periodística.

Renato Leduc, David Alfaro Siqueiros y José Pagés Llergo en las instalaciones de la revista Siempre! celebrando la liberación del pintor en 1964

A los 13 años ingresó como aprendiz a la Mexican Light and Power y enseguida al servicio telegráfico. Todavía adolescente, fue comisionado a diversas regiones en medio de la inestabilidad que asolaría al país por siete años y lo alcanzaría en Veracruz en 1914. Iniciada la Revolución se ausentaría de clases para enrolarse en las tropas, ya oficiales, ya contraoficiales, también en calidad de telegrafista. Aunque algo mayor que Gómez Arias y Frida Kahlo, coincidió con ellos en la Preparatoria y, más de una vez, acudió a liberar a Frida del rigor

Poeta a deshoras JUAN DOMINGO ARGÜELLES

E

l próximo 2 de agosto se cumplen 30 años del fallecimiento de mi papá”, me recuerda Patricia Leduc. Renato Leduc, periodista, narrador, poeta y crítico social militante, nació en el pueblo de Tlalpan el 16 de noviembre de 1895, y murió el 2 de agosto de 1986. Es uno de los grandes poetas mexicanos que fundan la modernidad, y mucho antes de morir ya era dueño de una pródiga leyenda. Hijo del también escritor y periodista Alberto Leduc (Querétaro, 1867–Ciudad de México, 1908), de ascendencia francesa, Renato Leduc huyó del estereotipo literario y habría estado de acuerdo, sin duda, con el famoso panfleto Contra los poetas de Witold Gombrowicz, especialmente cuando el escritor polaco se indigna del siguiente modo:

“No conozco nada peor en cuanto estilo, nada más ridículo, que la manera en que los Poetas hablan de sí mismos y de su Poesía”. Carlos Monsiváis, uno de sus mejores y más devotos lectores, sintetizó sus virtudes poéticas y su afán antisolemne en un juicio crítico del todo exacto: “En Leduc la devoción por la musicalidad del idioma se enlaza con la (genuina) indiferencia por el prestigio, y el desdén hacia el tótem cultural de su infancia y adolescencia, el Poeta, con las mayúsculas de la obligación”. Fue un prosista excelente (Los banquetes, El corsario beige, Historia de lo inmediato, Cuando éramos menos) y un periodista crítico que se opuso al poder. Paradójicamente, es su poesía, por la que jamás hizo autopromoción, la que lo mantiene vivo entre los lectores: El auta, etc...; Algunos poemas deliberadamente románticos y un prólogo en

policiaco, dada —como era— a alquilar bicicletas sin devolverlas. Se inscribió en la bohemia guiado por obreros que practicaban con él, orondos, la pedagogía machista. Así devino para sus compañeros de escuela en objeto de especulaciones, anécdotas e historias mitad verdad, mitad mentira, que corrían de boca en boca en las tertulias, todavía inocentes, de los preparatorianos. Y la leyenda crecería hasta el punto de que, viviendo en Francia una vez comenzada la guerra, se corrió en México el rumor de su fallecimiento bajo el fuego alemán. Álvaro Gálvez y Fuentes le

cierto modo innecesario; Prometeo; Breve glosa al Libro de buen amor; La odisea; Poemas desde París; XV fabulillas de animales, niños y espantos y Catorce poemas burocráticos y un corrido reaccionario para solaz y esparcimiento de las clases económicamente débiles. Su no tomarse demasiado en serio fue siempre auténtico. “Yo soy turiferario en los altares/ de la Santísima Trivialidad”, escribe en un poema de 1944, y antes, en 1939, sentenció: “Y como aquel que ejerce el onanismo/ del éxtasis desciendo hasta el abismo/ y emprendo el viaje huyendo de mí mismo”. Cierta tarde de noviembre, Patricia Leduc abrió el archivo de su padre y me mostró la forma en que éste conservó los manuscritos e impresos de su obra periodística y literaria, pero especialmente periodística, pues fue en el periodismo donde libró mil y una batallas, y fue en la poesía donde nunca quiso “profesionalizarse”. Hace unos días le pregunté a la hija del escritor si considera que ha habido una revaloración del poeta. Me respondió: —Pienso que la poesía de Renato Leduc se ha revalorado de su muerte a esta fecha. En primer lugar, está la aparición de la Obra literaria, publicada por el Fondo de Cultura Económica (2000), compilada por la doctora Edith Negrín, que reunió la obra poética hasta entonces dispersa. Hasta donde tengo información, se han presentado dos tesis, una de Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, titulada El humor


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LITERATURA

FOTOS: ARCHIVO PATRICIA LEDUC

dedicaría un programa de radio —lectura de sus versos incluida— en homenaje póstumo. Los años en Europa transcurren sobre todo en París, aunque la guerra lo lleva a Bruselas y luego a España y Portugal. Allá conoce a artistas y escritores, hace amigos y amigas, trabaja día a día en la oficina de Hacienda que el gobierno mexicano establece para el manejo de gastos diplomáticos y, pese al magro sueldo, se da espacio de copa, baile y fiesta. Como observa Bassols, aun así es el primero en llegar al trabajo al día siguiente. Conoce a Leonora Carrington y la reencuentra en Lisboa, donde se casan para que ella pueda embarcarse hacia América, salvando de ese modo su falta de papeles. El matrimonio será breve y a ratos difícil, pero dará lugar a una amistad de toda la vida, luego de una estancia en Nueva York y, finalmente, en Mixcoac. Años después Leduc se casará con Amalia Romero, quien morirá poco antes que el poeta. No se sustrajo a la herencia paterna. Alberto Leduc era un derrochador de energía y un humorista indomable; hombre lleno de amigos (todos los modernistas), escritor y periodista prolífico, maestro de francés además de traductor, mantenía dos familias numerosas e iba y venía por la ciudad —siempre a pie—, con frecuencia llevando de la mano a Renato, hijo mayor de una de ellas. Alberto enfurecía ante la injusticia; más temperado, Renato invertirá miles de horas en escribir sobre las necesidades de obreros y campesinos que, junto a otros lectores, desde el segundo lustro de los años cuarenta hasta el primero de los ochenta mantuvieron con él una nutrida correspondencia, reconociéndose en su voz y pidiéndole apoyo o mediación para denuncias específicas: un despojo de tierras, un abuso de autoridad, un desorden legal. Algún lector critica, otro envía precisiones. Una cooperativa yaqui adopta su nombre. Se hizo periodista al volver de Europa en 1942 —reacio a un nuevo empleo oficinesco—, cuando Jorge Piñó Sandoval le enseñó los secretos de la columna. Su carisma y sentido de la libertad le dieron fama de demócrata y varón de izquierda sin partido porque, decía, “de ninguna manera voy a aceptar que alguien más pendejo que yo me venga a dar órdenes”. Era su forma de referirse a la independencia, por relativa o frágil que sea, de todo periodista que se respete. Mantuvo sus columnas políticas en publicaciones como El Apretado (que dirigió al principio con el Brigadier Antonio Arias Bernal, y después solo), Presente, con Piñó Sandoval (para el que lograron que Cantinflas escribiera), el diario Esto (donde no solo escribía de toros) y, por último, Siempre!, donde un día el director le iba a decir que los asuntos de campesinos ya no eran importantes, aunque él continuara con ellos hasta el final. Como vicepresidente para América Latina de la Organización Internacional de Periodistas viajó por Asia, África, América y el bloque comunista europeo.

en la poesía de Renato Leduc o cómo peinarle el cuello a la jirafa (2003), de Ximena Sánchez Echenique, y otra de Doctorado en Literatura Hispánica, en El Colegio de México, titulada Espacio, emoción y poesía. Ritmo urbano y versificación en la Ciudad de México 1888–1945 (2009), en cuyo capítulo 4, titulado “Renato Leduc peregrino del asfalto”, Juan Leyva analiza la poesía de Leduc. En el Tercer Congreso del Ayuntamiento de Alcalá la Real, el Centro para la Edición de los Clásicos Españoles y el Instituto de Estudios Giennenses, celebrado en Alcalá la Real del 7 al 29 de mayo de 2011, en el que se rindió homenaje a Jacques Joset, Rodrigo Pardo Fernández de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo presentó su trabajo Lectura crítica de la Breve glosa al Libro de buen amor de Renato Leduc. Además, tú mismo incluiste algunos poemas en la Antología general de la poesía mexicana: De la época prehispánica a nuestros días (Océano, 2012) y en la Breve antología de poesía mexicana impúdica, procaz, satírica y burlesca (Océano, 2015). Sirva este breve recuento para consignar que, a pesar de que para Leduc “la poesía/ no fue madre, ni amante, sino tía”, todo lo que se ha escrito

Esta imagen fue captada por Leonora Carrigton, probablemente en Lisboa en 1941

La libertad y la crítica en Leduc se juntaban con la aceptación del otro por distinto que fuera. El buen trato y el respeto, dentro del juego y la polémica, le permitieron ser amigo de presidentes y ex presidentes, escritores y artistas, boxeadores y toreros o el vecino más modesto. A su funeral asistieron personas de diversas ideologías (excepto curas). Su trabajo tuvo reconocimiento mundial y en México recibió dos veces el Premio Nacional de Periodismo. Se hizo periodista Un claro sentido de al volver de Europa comunidad ligado a la en 1942 cuando convivencia callejera, Jorge Piñó Sandoval a la fiesta y la cantina, le enseñó los secretos a las redacciones y los de la columna cafés de periodistas; una temprana experiencia de la pobreza (Alberto muere en 1908); la defensa de los más débiles; su atención a la política y, en fin, su férrea afición a lo antisolemne, lo hicieron convertirse en centro de opinión y convivencia. Un antisectario al que vemos en marchas y mítines al lado de estudiantes y trabajadores, o en reuniones con líderes cuestionables y funcionarios impuestos. sobre él en los últimos años ha sido sobre su obra poética y se ha marginado su obra como periodista crítico y defensor de las clases más desprotegidas. Al preguntarle cómo ve la obra poética de su padre, Patricia Leduc hace una muy precisa valoración cuyo sentido revela a la inmejorable lectora y heredera de Renato Leduc. Explica: —La mayor parte de la obra poética de Leduc fue escrita en su juventud. El aula... y Breve glosa al Libro de buen amor se publicaron en 1929 y 1939, respectivamente; Algunos poemas deliberadamente románticos... aparecieron en 1933 y los escribió para Amalia Fernández Castillón, de quien estuvo profundamente enamorado. Poemas desde París data de 1940; en 1957 se publica XV fabulillas de animales, niños y espantos, con viñetas de Leonora Carrington; Catorce poemas burocráticos y un corrido reaccionario para solaz y esparcimiento de las clases económicamente débiles aparece en 1963; el famoso Prometeo aparece en 1934, y fue dramatizado en varias ocasiones por un grupo de teatro, dirigido por Ignacio Hernández, en el que figuraba Jaime Garza. En los últimos años escribió un grupo de poemas con los que anunció que se despedía de la poesía, pero también de la vida:

¿Demagogia? Alguna vez Leduc fue criticado por un lector acerca de estas contradicciones. ¿Qué habrá pensado? Acaso insistir en la denuncia sin chocar de frente con el poder, buscar la solución sin la ruptura, a riesgo de quedar mal con todos. Para él no había satisfacción mayor que ser reconocido como un portavoz del pueblo, y el periodismo no debería ser ruta para hacerse con más dinero que el necesario. Si el periodismo mexicano era tan corrupto como otros, era no solo por la vanidad, el oportunismo o la ambición de muchos de sus miembros, sino porque toda publicación depende del anunciante, que acaba por menguar el criterio y coartar las libertades. Y además, no todo en los líderes —aun en los más cuestionables— era error o mala fe. Hoy más que nunca, el nuestro es un país que no protege la libre expresión. Junto a sus contradicciones íntimas y un entorno escindido y desigual, el periodista no tiene a veces más apoyo que cuidarse a sí mismo, ante una sociedad y un gobierno que no han hallado el modo de resolver los problemas que aíslan al periodista y, más al fondo, destruyen día a día la solidaridad y la confianza. Leduc muestra que hay forma de recuperarlas. L

“Una mujer me destrozó la vida/ y me tornó en servicial esclavo./ Otra mujer me restañó la herida; /un clavo, hasta en amor, saca otro clavo./ Una mañana llegará la muerte/ a mi casa paupérrima y sombría:/ chinga a tu madre, me complace verte,/ le diré con mi fina cortesía./ Brazo con brazo partiré con ella;/ como si fuera la mujer amada./ A una lejana, muy lejana estrella:/ oscura y sorda... donde no haya nada”. En los últimos poemas se percibe un dejo de amargura y la sensación de que el recuerdo del amor y la traición de Amalia Fernández Castillón siempre lo persiguieron. Renato Leduc fue premonitorio al escribir: “Cuando seamos clásicos y la gloriosa/ juventud nuestros nombres vitupere/ si algún maestro pronunciarlos osa;/ cuando la paz universal impere/ y la justicia pronta y oficiosa/ le dé a cada mortal cuanto él no quiere...”, pues hoy su obra es objeto de estudio en la academia y además es personaje de novela. Tal es el exacto retrato de quien se hablaba de tú con la vida y con la muerte y que, fiel a su estilo (genio y figura), escribió esto en uno de sus poemas postreros: “Mientras los huevos se alargan,/ mientras se acorta la pinga,/ esta largura te embarga/ y esta cortedad te chinga./ [...]/ Y se te pican los dientes/ y el cráneo luce pelón./ ‘Ay, reata, no te revientes,/ que es el último jalón’.../ Y se presenta la muerte; un día tiene que llegar./ Y como ya no eres fuerte,/ ¡al carajo, a descansar!”. L


LABERINTO

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De perfil: entre la piedra y el jardín Con su segunda novela, publicada hace medio siglo, José Agustín (19 de agosto de 1944) dio vida a una voz narrativa, en el polo opuesto a la tradición, que se alimentaba de la música, la psicodelia y el habla cotidiana. Celebramos su actualidad con este ensayo a cargo de su sobrina, quien además dibuja un amplio recorrido que se extiende por todas las estaciones de su obra

YOLANDA DE LA TORRE

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etrás de la gran piedra y el pasto está el mundo en que habita mi tío José Agustín, hermano de mi madre, Yolanda Ramírez Gómez, y cuñado de mi padre, Gerardo de la Torre Morales, de quien era vecino en la calle de Palenque, en la colonia Narvarte. Hace meses que lo visito cada dos o tres días, antes o después de la hora de comer, en la casa de Brisas de Cuautla que le compró a mi abuelo materno, su padre, el capitán piloto aviador Augusto Ramírez Altamirano. Al fondo de ese fraccionamiento que alguna vez fue de lujo y hoy luce como un pueblo fantasma, está el hogar donde José Agustín vive desde hace 40 años y donde ha visto crecer la hierba, el mango, el plátano, el limón, el rosal, el ardiente tabachín que resguarda el garaje y la gigantesca araucaria que escolta la terraza donde pasa las tardes mirando el resplandor solar o la ira de la lluvia en su jardín con esos enormes ojos a veces grises, a veces verdes, que ya no oculta tras las gafas que usó toda la vida. A la casa de Brisas llegó Agustín —con mi tía Margarita Bermúdez, su esposa, y mis tres primos: Andrés, el poeta; Jesús, el médico, y el otro Agustín, Tino, el artista— alrededor de una década después de que terminara su segunda novela, De perfi l, publicada en 1966 bajo el sello de Joaquín Mortiz en la legendaria serie El Volador de la que se hacía cargo Joaquín Diez–Canedo padre, a quien tanto le debe toda una generación de narradores. Cinco años antes, en 1961, había visto la luz La tumba, novela corta que José Agustín escribió de un tirón al amparo del maestro Juan José Arreola, en cuyo taller afi ló sus armas literarias. “Arreola siempre me elogió, incluso en sus críticas, pero mis compañeros me ponían tremendas zarandeadas. Una vez me dijo Gerardo de la Torre: ‘No les hagas caso, te tienen envidia. Vas a toda madre. Síguele’. Imagínate cómo hubieran estado las zarandeadas si yo no hubiera ido a toda madre. Pero seguí”. La escritura del joven Agustín tenía un ritmo fulgurante que deslumbró, desde un principio, al crítico Emmanuel Carballo. Tal vez ese ritmo le venía de familia, porque no en balde mi tío lleva el nombre del más famoso hermano de mi abuelo materno: José Agustín Ramírez Altamirano, autor de “Acapulqueña”, “Por los caminos del sur”, “El toro rabón” y “Caleta”, entre muchas otras canciones que son clásicas en Guerrero. Quizá por eso los oídos de José Agustín están, como han estado siempre, llenos de música. La tumba, texto casi adolescente, le tomó solo seis meses de trabajo. De perfi l, en cambio, fue una novela mucho más compleja, escrita con mayor conciencia acerca de lo que se proponía en términos de forma, estilo y contenido. “Me costó dos años terminarla, aunque escribía de tirón, por las noches, sin pensarlo mucho, en la vieja Olivetti que me regaló mi padre. Fueron 360 páginas que durante esos dos años le dieron sentido a mi insomnio. Antes, mucho antes, desde los diez u once años, escribía a mano. Mi mamá, Hilda Gómez, me encontró varias veces despierto y casi en trance a las cuatro o cinco de la mañana. Inmediatamente me mandaba a dormir. Una vez mi papá me preguntó a qué me dedicaría en la vida. A la escritura, por supuesto, le dije, porque cuando escribía podía sumergirme, literalmente, en otra realidad, en otra vida, en otro mundo”. Mientras trabajaba enDe perfi l, José Agustín, casado ya con Margarita Bermúdez, vivió un tiempo en un departamento en Medellín y Álvaro Obregón, en la colonia Roma, becado —por primera y única vez— por el mayor de sus hermanos, el pintor Augusto Ramírez, con quien estableció una mancuerna creativa que se sostuvo hasta la muerte de Augusto, hace más de quince años: uno escribía, el otro lo ilustraba mientras perseguía, a su vez, el inimitable estilo plástico que marcó su obra. De él, de Augusto, fueron casi todas las portadas de los libros de José Agustín a partir del volumen de cuentos Inventando que sueño. Pero De perfi l fue especial por otras razones. Una, que su fama antecedió a la publicación del libro gracias a Gustavo Sainz, a quien José Agustín dejó leer fragmentos a lo largo del proceso escritural. Sainz comenzó a comentarlo entre el círculo de amigos que ambos tenían en común, de forma que el título y algunas pistas de la trama ya eran conocidos antes de que terminara la novela. Otra, que De perfi l fue la punta de lanza de una obra tan vigorosa que, a 50 años de distancia, la disfrutan los jóvenes de hoy tanto como los que dejamos la pubertad hace tres o


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DE PORTADA

TINO RAMÍREZ

El 19 de agosto, José Agustín recibirá un homenaje en el Palacio de Bellas Artes

más décadas. A contrapelo de la crítica solemne y anticuada que lo vapuleó en sus inicios y a lo largo de una creación mordaz que solo se detuvo por accidente, José Agustín ha probado que lo suyo era (y es) más que mero artificio, suerte, ingenio o juego de palabras. LUZ INTERNA–LUZ EXTERNA: SE ESTÁ HACIENDO TARDE Una vez me contó mi padre que José Agustín no solo tenía una disciplina feroz, sino también serios estudios de lingüística que emprendió cuando aún era adolescente. No debe extrañar, entonces, que su trabajo, a partir de De perfi l, se decantara hacia una búsqueda estilística y experimental que paulatinamente detonó en una gran multiplicidad de formas: de la novela al guión de cine pasando por el cuento, el periodismo, el teatro, la crítica, el ensayo, la narrativa histórica e infantil y diversas incursiones en la televisión cultural, hasta las clases que impartió en algunas universidades estadunidenses donde su propia obra fue, también, tema de estudio. Oculta entre el desparpajo y la ironía, se gestó una poderosa y original visión del mundo permeada por el rock y el movimiento beat que convirtió a Agustín en el eje de la contracultura mexicana. Más allá del uso de drogas psicodélicas (mezcalina, psilocibina y algo de ácido lisérgico) que sumaron en total más de 30 viajes, estaba la necesidad de expresar una cosmovisión compleja que él cristalizó en literatura junto con otros integrantes de su generación: “Recuerdo muy bien una fiesta en la que Hugo Argüelles, en medio de un viaje de LSD, comenzó a gritar: ‘Hoy voy a escribir una obra de teatro’. Entonces Hugo tiró por el piso un montón de hojas en blanco por si a cualquiera de los presentes lo sorprendían las musas. ‘No, Hugo, tienes que esperar a que se te baje el trip para escribir’, le aconsejé, pero no me hizo caso y continuó regando papel por todas partes”. Así, al calor de ese caos creativo, riguroso y dionisiaco, surgieron libros como la tensa e intensa novela Se está haciendo tarde (final en laguna), El rey se acerca a su templo —que para José Agustín constituyen los dos textos más experimentales de su obra—, Círculo vicioso, Abolición de la propiedad, El rock de la cárcel, Ciudades desiertas, La panza del Tepozteco, Dos horas de sol, los tres volúmenes de La tragicomedia mexicana, Vida con mi viuda, Arma blanca y un largo etcétera. Todo ello sucedió en medio de su ingreso y su salida de la cárcel —adonde lo llevó una lata de mota escondida en la cajuela de su auto—, la relación con Angélica María, la muerte de mi madre, la separación y reconciliación con mi tía Margarita, la ejercitación del músculo periodístico, la concepción y la crianza de sus tres hijos, la compañía de varias generaciones de perros cocker spaniel,

el dueto artístico con su hermano Augusto, la lectura acuciosa, el infaltable reventón, la mudanza defi nitiva de la Ciudad de México a Cuautla, las estancias en Estados Unidos, el estudio del I Ching o Libro de las mutaciones (cuyas líneas, trigramas, hexagramas y significados se sabe de memoria) y una escucha intensiva de rock a alto volumen. Hasta la fecha, incluso los críticos más agudos y formales no han podido negarle que Se está haciendo tarde (final en laguna) es una novela perfecta en forma y fondo: corrosiva hasta la última línea, es un abrumador descenso a los infiernos del Acapulco de los años sesenta y setenta. Droga, sexo, rock, playa, océano, tarot, terror y delirio se entrelazan en un nudo psicodélico con distintos hilos narrativos donde apenas pueden entreverse los inicios de un joven narrador que solo unos años antes hablaba de una piedra en un jardín detrás de la cual se ocultaba un adolescente tan precoz como su autor. LA CENSURA En los años setenta, cuando José Agustín intentó llevar a la pantalla grande De perfil y Se está haciendo tarde, se impuso la censura. No deja de ser una paradoja que mientras florecía el cine de ficheras durante el lopezportillismo, la Secretaría de Gobernación le prohibiera filmar las adaptaciones que él mismo hizo de sus novelas por considerarlas inmorales. Hace poco, mientras transcribía en la computadora el guión de Se está haciendo tarde junto con mi primo Tino, encontramos un documento de Gobernación que detallaba cada página donde había una palabra altisonante o asustadora: “Dice pinche dos veces en la página 41, dice puto una vez en la página 16, dice mota tres veces en la página 72, dice cabrón una vez en la página 125”, y así seguía por varias hojas. Lo mismo sucedió cuando revisamos la carpeta del guión de De perfil. Algo para morirse de risa en estos tiempos en los que cualquiera dice güey en el horario vespertino de la televisión abierta. José Agustín estudió formalmente dirección de cine en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) —y eso se nota en la adaptación que hizo de sus novelas, donde marca y numera tomas, encuadres, efectos y puntos de vista—, pero al elaborar sus guiones siguió pasos más libres: “Aunque tomé clases con un guionista muy reconocido que tenía varios premios nacionales e internacionales, me guiaba más por mi instinto, como cuando escribí La tumba y De perfil. Sabía que de mis novelas solo podía tomar lo visible, es decir, lo que podía convertirse en una toma, una escena, una secuencia, y tenía conocimientos técnicos por las clases en el CUEC, pero lo demás fue casi pura intuición”. Además de varios guiones “más ligeros y comerciales” que elaboró por encargo, como 5 de chocolate y 1 de fresa —quizá el más exitoso—, fi lme protagonizado por Angélica María bajo la dirección de Carlos Velo, merece mención aparte

el guión de El apando, adaptación de la novela homónima de José Revueltas que realizaron juntos el propio Revueltas y José Agustín, quienes se conocieron en el Palacio Negro de Lecumberri: “Tuve ciertos privilegios, como el de poder moverme entre los miembros de las distintas crujías, del mismo modo en que lo hubiera hecho un periodista de haber tenido acceso a la penitenciaría. Eso me permitió conocer y tratar a José Revueltas, a quien le profesaba mucha admiración, y a mucha otra gente que retraté en parte de mi trabajo. De ello hablo en El rock de la cárcel y otros libros. En Lecumberri, estuve seis meses en la crujía H, adonde Margarita me llevó mi máquina de escribir y comencé Se está haciendo tarde. Era 1973. El guión de El apando lo trabajamos Revueltas y yo ese mismo año”. La novela de José Revueltas, una afi lada crítica al sistema carcelario mexicano, fue fi lmada por Felipe Cazals tres años después de la elaboración del guión, en 1976. La mancuerna entre ambos narradores no volvió a repetirse. Con el tiempo, Agustín hizo cine experimental. Su primer y único largometraje fue Ya sé quién eres/ Te he estado observando y también hizo cine en súper 8, empleando como base su propia obra (ahí está Luz externa, fi lmada en 1974 y antologada en el DVD Los superocheros, que forma parte de la colección de cine independiente de la Filmoteca de la UNAM), pero terminó por abandonar los proyectos de De perfi l y Se está haciendo tarde —que contaba incluso con una carpeta de producción y bocetos de varias escenas dibujados por su hermano Augusto— debido a la inquisitorial y moralina actitud de la Secretaría de Gobernación. Hoy, mientras vemos cómo se mantiene vigente la obra de José Agustín entre viejos, adultos, niños y jóvenes (recuerdo larguísimas filas de admiradores esperando autógrafos en homenajes y ferias del libro), los lectores no podemos más que agradecer que la censura no se extendiera a toda su obra literaria: habríamos perdido, quizá para siempre, un referente indiscutible de la narrativa mexicana contemporánea.

LA LOCURA DE DIOS En 2009, mientras escribía La locura de Dios, novela de madurez con la que esperaba retirarse, José Agustín sufrió una caída de más de dos metros de altura en el Teatro de la Ciudad de la capital poblana. La gravedad de las lesiones lo mantuvo internado en el Hospital de la Beneficencia Española durante cerca de un mes. Margarita no se separó de él durante todo ese tiempo. Andrés y Jesús iban y venían desde la Ciudad de México cada vez que podían tomarse un momento libre. Tino cuidaba la casa en Brisas de Cuautla y hacía las veces de secretario debido a la infinidad de llamadas que entraban y salían diariamente. Yo no tenía trabajo fijo, así que me fui a Puebla a acompañar a mi tía y pude permanecer cerca de José Agustín. Cada dos o tres días regresaba a la Ciudad de México, atendía pendientes y me iba de nuevo a Puebla, hasta que llegó mi tía Hilda desde Cancún para cuidar a su hermano menor. Poco después regresé a la gran metrópoli y seguí la paulatina recuperación de Agustín desde lejos. No podía saber entonces que iba a tomar la decisión de abandonar la ciudad donde nací para venir a Brisas de Cuautla, donde hoy vivo. Por eso voy a menudo a ver a mis tíos antes o después de comer y tengo la oportunidad de admirar cómo José Agustín se deleita cada tarde con la luz derramada como una sábana sobre el esplendor de ese jardín lleno de flores y de frutos. Ahí, detrás de la piedra y del jardín, están la alberca, la araucaria y la casa donde él me ha contado lo que ahora narro. Me dijo, por ejemplo, que cuando comenzó La locura de Dios su idea era reelaborar la parábola del santo Job de una manera actual, porque lo apasionan, como a mí, los mitos bíblicos. A veces, cercana la noche, si no me he ido a mi departamento a orillas del río Cuautla, veo cómo camina lentamente de la casa al estudio donde solía pasar completos sus insomnios, escribiendo, y tras un par de horas regresa al hogar donde lo espera Margarita para refugiarse del frío cuando la lluvia arrecia y se desatan las tormentas eléctricas. Hoy, el muchacho que escribió La tumba y De perfil, esa novela de apasionada juventud que este 2016 cumple medio siglo, se encuentra lejos. José Agustín tiene 71 años y, como sostuvo en una entrevista compilada por Delia Juárez para el volumen Así escribo (Cal y Arena, 2015), sabe que ahora debe administrar su energía, aunque tal vez no vuelva a escribir: “Si ya no puedo, no me quejo, escribir me ha colmado de plenitud, recompensas y un surtido rico de experiencias ‘fuertecitas’. He vivido otras vidas, tiempos diversos, distintos universos. Sin embargo, quisiera seguir, aunque me consuma”. Algo semejante, aunque más crudo, afirma, en alguna parte de la novela, el protagonista de La locura de Dios, un escritor defenestrado por aquellos mismos que lo encumbraron: “Voy a luchar con todo aunque me caigan mayores desdichas aún, las peores adversidades […], al fi nal triunfaré. Nada apagará mi luz propia […]. Además, mi familia me apoya. Remontaremos esto. Juntos somos indestructibles”. Yo espero que en verdad juntos seamos indestructibles. Eso quiero. Salud pues, por los 50 años deDe perfil, lanza que hizo trizas, durante años, la solemnidad de la literatura mexicana, novela sin tiempo para jóvenes y adultos, aire fresco, llama que aún no se consume. Salud, José Agustín. L


LITERATURA

sábado 30 de julio de 2016

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LABERINTO

OCTAVIO HOYOS

Eliseo Alberto

A través de la niebla de su vida Mañana conmemoramos cinco años de la muerte del gran fabulador cubano. Desde la intimidad, su hermana traza el arco que siguieron sus pasos MEMORIA JOSEFINA DE DIEGO

M

i hermano Eliseo Alberto Diego Lichi nació en La Habana el 10 de septiembre de 1951 y murió en la Ciudad de México el domingo 31 de julio de 2011. Solo nos faltaban un par de meses para cumplir nuestros 60 años, pues éramos —somos— jimaguas. Nuestro hermano Rapi era dos años mayor, y los tres vivimos desde 1953 hasta 1968 en una casa–quinta, Villa Berta, en el humilde pueblecito de Arroyo Naranjo, en las afueras de la capital. En esa casa, todos los domingos se reunían la familia y los amigos de nuestros padres (Bella García–Marruz y Eliseo Diego). Muchos de estos visitantes eran escritores, músicos y pintores, integrantes del Grupo Orígenes.1 Mi abuela materna, Josefina Badía, era pianista y su hijo mayor (de su primer matrimonio), Felipe Dulzaides, nos visitaba a cada rato y llegaba con Los Armónicos, un grupo de jazz que fue muy famoso en la década de 1950 y principios de 1960 en Cuba. La risa de los niños se entremezclaba con la conversación de los mayores, y también con sus juegos, pues mi padre y sus amigos acostumbraban practicar cricket y, con frecuencia, hacían torneos de ajedrez.

De los tres hermanos, el más tranquilo era Lichi. Mientras Rapi y yo andábamos haciendo travesuras por el jardín, Lichi se la pasaba solo, jugando a los soldaditos o leyendo, aunque también se unía a nuestras aventuras, sobre todo los domingos, cuando llegaban los primos. Comenzó a escribir muy pronto, y ya a los 14 o 15 años le enseñó, con mucho temor, sus primeros poemas a nuestra tía Fina. Eran unas décimas delicadas e ingenuas, con una fuerte influencia de nuestro padre, como es lógico suponer. Se graduó de Licenciatura en Periodismo en la Universidad de La Habana, carrera que ejerció en Cuba y en México,2 país en el que se radicó en la década de 1990. Fue jefe de Redacción de El caimán barbudo y subdirector de la revista Cine cubano, así como director del Centro de Información del ICAIC. Impartió clases y talleres de cine en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en el Centro de Capacitación Cinematográfica de México y en el Sundance Institute, en Estados Unidos. Fue coautor, junto con Gabriel García Márquez, de varios guiones cinematográficos, y sostuvo con el escritor de Cien años de soledad una larga y afectuosa amistad, que se iniciara en 1975, cuando el novelista colombiano visitó nuestra casa por primera vez. Comenzó es-

cribiendo poesía pero en 1985 presenta su primer relato o noveleta, La fogata roja (Premio de la Crítica), y ya, a partir de ese momento, se dedicó a escribir, fundamentalmente, novelas y guiones para cine y televisión. Escribió cinco novelas y se publicaron cuatro compilaciones de sus artículos periodísticos (uno póstumo). Escribió dos libros de memorias —La quinta de los comienzos e Informe contra mí mismo—, más cuatro libros para niños. Informe contra mí mismo, libro polémico y desgarrador, es el testimonio del desencanto de un proceso político que dura ya más de medio siglo, en el que Lichi explica, con honestidad y mucho dolor, las causas de su profunda decepción y hace un análisis muy completo y emotivo de todos esos años. Fue un trabajador incansable. Cuba y su cultura recorren toda su obra. Le apasionaban las historias de los grandes deportistas cubanos como Capablanca, Kid Chocolate y Ramón Font (dejó inconclusa una novela sobre estos tres legendarios campeones), la pelota,3 la música y la literatura cubana, el ballet, todos fueron temas de sus artículos periodísticos, de sus novelas, de sus guiones y de sus filmes. Ir a su casa en México era como entrar en la del Vedado. Era un excelente cocinero, se levantaba muy temprano y ponía a hacer sus frijolitos negros —que jamás faltaban en su mesa—, arroz blanco, picadillo, plátanos fritos o chatinos. Vivió muchos años en ese país, pero sus gustos culinarios se mantuvieron intactos. Sus amigos disfrutaban sus almuerzos y comidas pero, sobre todo, su conversación: era un fabulador nato, siempre andaba inventando historias y le gustaba comentárselas a sus amigos y leerles lo último que había escrito. Era generoso con su tiempo y atendía a todo el que fuese a verlo pidiéndole un consejo sobre algo que estuviese escribiendo. Daba gusto escucharle impartir sus talleres de guion cinematográfico, era como adentrarse en la película, como verla, a través de la calidez de su voz. Dejó muchas historias inconclusas, muchas fabulaciones sin escribir. Después de su muerte, he ido conociendo muchos de estos cuentos que mi hermano les hacía a sus amigos, en los que descubro fragmentos de la realidad mezclados con invenciones de mi jimagua. Pondré un ejemplo. Nuestra abuela paterna, Berta Fernández–Cuervo, vivió los primeros doce años de su vida en Estados Unidos y estudió la primaria en el colegio El Sagrado Corazón de Boston. Cuando J. F. Kennedy fue electo presidente, nuestra abuela le escribió una carta a su madre, Rose Kennedy, porque habían sido compañeras de estudio. Y la señora Kennedy (o alguien de la oficina de su ilustre hijo) le respondió, agradeciéndole sus felicitaciones. Aquí podríamos poner el conocido The End o Fin de la historia. Un buen día, me vino a ver un amigo de Lichi y me preguntó por “el cofre” donde la abuela guardaba la extensa correspondencia que había sostenido con esta señora pues allí, en palabras de mi hermano, “se podía seguir el desarrollo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos durante los primeros 50 años del siglo XX”. Según mi hermano, en ese cofre se encontraban, atadas con unas cintas rojas y azules, las cartas que las niñas, luego adolescentes y, más tarde, señoras, Rose y Berta, se habían intercambiado después de separarse, a principios del siglo XX, cuando mi abuela regresó a Cuba. La “historia” de mi hermano era mucho más apasionante que la verdadera y, sin duda, de haber sido cierta, se hubiera podido convertir en un excelente guion, con Oscar garantizado. Igual que Rapi, Lichi tenía una imaginación desbordada y cautivadora y, también, un fino y criollo sentido del humor. Escribió con pasión, honestidad y rigor, y hechizaba a todo el que lo escuchaba, con el encanto de sus sueños narrados con emoción, gracia y sencillez. Quiso que sus cenizas reposaran bajo el centenario puente Cambó, “el puente de la tristeza”, como lo describió, con extraña premonición, en su primer libro, La quinta de los comienzos, puente que había que cruzar para entrar y salir del pueblito encantado de nuestra infancia y que había sido construido por nuestro tío bisabuelo Eliseo Giberga. Y así lo hicimos. Quiero recordarlo sonriente y apasionado, un enamorado fiel y constante de su país, de su historia y de su cultura, contándome sus fabulaciones maravillosas, reinventando nuestras vidas, con su voz cálida y tierna, jugando conmigo y con Rapi en “la quinta de nuestros comienzos”, siempre. L 1 Nuestros tíos Cintio Vitier y Fina García–Marruz, José Lezama

Lima, Ángel Gaztelu, Julián Orbón y Tangui, Agustín Pi y Dinorah Gómez, Cleva Solís, Octavio Smith, Roberto Fernández Retamar y Adelaida de Juan, entre los más asiduos a la casa. 2 Su última columna, “Eso que llaman amor para vivir”, apareció en el periódico Milenio, diecisiete días antes de morir. 3 Escribió el guion de En tres y dos y siempre dijo que era increíble que con tantos y tan buenos peloteros que había en este país, jamás se hubiera llevado al cine ninguna historia sobre el beisbol cubano.


MILENIO

FUNNY GIRL NICK HORNBY Anagrama España, 2016 397 pp. El autor de Alta fidelidad y Un gran chico, ambas llevadas a la pantalla grande con buena taquilla, vuelve con esta novela ambientada en la Inglaterra de 1960, que sigue los pasos de Barbara Parker, una modesta provinciana que, tras su participación en un certamen de belleza en Blackpool, prueba fortuna en Londres como encargada del departamento de cosméticos de unos grandes almacenes, hasta que gana un casting de la BBC y comienza su verdadera vida como protagonista de la serie humorística Barbara (y Jim). Fiel a su estilo, Hornby retrata ahora el mundillo de la televisión británica. CARAS DE LA HISTORIA II ENRIQUE KRAUZE Debate México, 2016 332 pp. Esta segunda entrega reúne 51 retratos biográficos que lo mismo destacan como una pincelada que como un óleo cargado de claroscuros. La selección es de lo más variopinta. Convoca no solo a un puñado de protagonistas de la nación mexicana y arquitectos, fotógrafos y pintores sino a ídolos populares, empresarios y ciudadanos que incursionaron en la política. Esta vocación incluyente hace posible que Hernán Cortés comparta la mesa con María Félix o que Madero lo haga con Alejandro González Iñárritu. La historia tiene así un rostro inconfundiblemente humano. VIDA Y ARTE DE GLENN GOULD KEVIN BAZZANA Turner España, 2016 572 pp. No hay lugar como el campo de la música para el florecimiento de niños prodigio. El pianista canadiense Glenn Gould lo fue, pero el asunto no es que surjan, sino que se mantengan. Gould es tal vez la última figura con el aura de genio que ha dado este arte, tanto desde el lado de la capacidad artística como de las manías. Su figura, se sabe, le sirvió a Thomas Bernhard como motivo literario para desarrollar su novela El malogrado. Esta biografía de su paisano Bazzana se sumerge en su entorno y trata de agotar su compleja personalidad, apoyándose en nuevos documentos.

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sábado 30 de julio de 2016

EN LIBRERÍAS

Farabeuf : la mejor prosa, la poesía POESÍA EN SEGUNDOS

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esde su publicación por Joaquín Mortiz en 1965 hasta la reedición de hace unos pocos meses, en un hermoso volumen doble (El Colegio Nacional, 2015) con el lamentable descuido en las proporciones de la caja y, en particular, del medianil, Farabeuf o la crónica de un instante de Salvador Elizondo no ha dejado de afi rmar su extraño carácter oscuro, su forma múltiple, su poder hermético —descifrable en una lectura atenta— y su densa distinción intelectual —proclive al enunciado ergotista—. La transformación de este texto en un libro de culto no ha implicado un éxito editorial. Algo imposible en los tiempos ariscos, serviciales y “mágicos” del tecno–populismo actual. Sin embargo, sí ha sido, y es, una referencia insoslayable del riesgo literario, el refi namiento espiritual y los vasos comunicantes que unen a la prosa más exigente con la poesía. La aventura de Farabeuf nos propone una narrativa en el acto de negarse a sí misma, es decir, en el acto de multiplicar, a través de la inteligencia, las imágenes y anular la experiencia de la continuidad. Farabeuf consuma o cumple la búsqueda de condensar en un día (Ulises) o en cuatro horas (La muerte de Virgilio) el carácter expansivo del tiempo ordinario. Al reducir y, al mismo tiempo, ampliar una historia a la crónica de un instante y al variar, sin variar, las cuatro o cinco imágenes fundamentales alrededor de un suceso doble (el suplicio real de 1905 en Pekín, famoso por el cliché de Bataille, y el suplicio imaginario en 3 rue L’Odéon), Farabeuf resuelve en 200 páginas, de manera formal, maligna y asertórica, el enigma de la duración, de tal forma que Elizondo podría decirnos en consonancia con el espíritu diabólico de Salvador Díaz Mirón: “La móvil hora no adelanta/ sin imprimiros su destructora huella”.

VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

Pero la prosa de Farabeuf va más allá de sí misma, echando mano de lo que Octavio Paz llamó los signos en rotación. El montaje de un aparato de vislumbres y especulaciones, la afirmación obsesiva de la recurrencia de algo que va a suceder —en el corazón de lo que ya ha sucedido— y el acento puesto en la filosofía de la composición, donde los elementos significativos (la mesilla de mármol, la ventana, la escalera, el mar, el bisturí, la mosca…) producen un juego de correspondencias, arrojan al relato de Farabeuf, primero, a una especie de villanela, de carrusel verbal, y, después, al concepto giratorio (métrico y geométrico) de la conciencia. Entre la negación del despliegue progresivo y la afi rmación del futuro en las figuras del pasado, el texto de Elizondo, si no salta al poema, sí alude no solo a la intensidad concentrada del pensamiento en la poesía, sino también a su lenguaje riguroso tanto en la dicción como en la idea. Al respecto, Elizondo escribió: “esas imágenes […] son las que en una combinación aparentemente azarosa, pero… perfectamente clasificada y medida, me permitieron esa conjunción de imágenes que producen una tercera imagen que es lo que más me importaba: el efecto, el efecto poético”. De esta forma, bajo la sombra de Poe y Pound —o Joyce—, el libro de Elizondo, con su apuesta extrema, entre el lance de tres monedas y el deslizamiento de los dedos en la ouija —el azar mallarmeano—, llevó el lenguaje a ese umbral —tantos lo mencionan, pocos lo conocen— donde las palabras abandonan las formas relativas y accidentales de casi la mayor parte de la prosa y surge el a priori resistente, duro y siempre significativo del efecto poético, del texto concentrado y, al mismo tiempo, abierto, que ya es poesía. L


CINE

sábado 30 de julio de 2016

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LABERINTO

ESPECIAL

Alicia Calderón

“Hace falta tocar el dolor del otro” Retratos de una búsqueda explora las formas con que las madres enfrentan la desaparición de sus hijos ENTREVISTA

A

bundan filmes sobre el momento que atraviesa el país. La denuncia y la crítica son elementos recurrentes en ficciones y documentales. A decir de Alicia Calderón, hace falta aproximarnos al dolor humano para encontrar puntos de coincidencia. Es por ello que se propuso tomar la experiencia de tres madres de desaparecidos para construir Retratos de una búsqueda, documental acerca del duelo, la ausencia y la posibilidad de salir adelante. ¿Qué la lleva a enfocarse en las madres?

Cuando el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y Familias Unidas por Nuestros Desaparecidos de Chihuahua comenzaron a salir a las calles, yo era reportera. Me llamó la atención que la mayoría de quienes tomaban el micrófono en las manifestaciones fueran mujeres. Por aquella época, los medios y la sociedad en general estaban más al tanto de los ejecutados y no de los desaparecidos. Fue entonces cuando decidimos enfocarnos en las madres. ¿Qué criterio usó para seleccionar las historias de Margarita, Guadalupe y Natividad?

Quería tener distintos perfiles. Naty se acercaba más a un pensamiento

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

rural y a lo que hay alrededor de una desaparición; refleja la vida en el campo con todo y sus creencias. Guadalupe llega al activismo un poco sin querer, y otro poco arrastrada por la multitud de madres que la va jalando a las manifestaciones; termina uniéndose a las caravanas a Washington. Finalmente, Margarita es la mamá detective. Se involucra en el proceso de investigación. Al final, las tres son víctimas de un mismo mal pero cada una lo enfrenta de diferente manera. Para centrarse en la parte humana de las madres era necesario dejar a un lado la postura política. ¿Cómo hacerlo cuando se está ante un tema tan vigente y de coyuntura?

La denuncia está, es parte del perfil que toman las madres. Sin embargo, no quería hacer una película en la que se defendiera al desaparecido a costa de lo que fuera. Fuimos muy cuidadosos porque queríamos hablar de la transformación, el empoderamiento, la resignación y el proceso de duelo. Hay secuencias fuertes donde la denuncia es inevitable pero, más que eso, hablamos de cómo resiste una persona ante la desaparición de su hijo.

HOMBRE DE CELULOIDE

¿Nos falta reflexionar esa parte humana más allá de la nota roja o política?

Nos hace falta alejarnos del discurso del inocente o culpable. Necesitamos acercarnos a las familias a partir del sufrimiento. Hay un estigma muy fuerte respecto a las personas que son víctimas de un delito relacionado con el crimen organizado: solemos descalificarlas en automático o descalificar a sus padres por haberlos formado mal. Nos hace falta tocar el dolor del otro. Si no aprendemos a compartir el sufrimiento será muy difícil encontrar puntos de coincidencia. Es indiscutible que hay mucho por denunciar; sin embargo, el punto de vista, al menos desde el cine, es prácticamente el mismo a la hora de abordar este tipo de problemas.

Podemos caer en el cliché, pero seguirá siendo necesario contarlo, siempre que sea con responsabilidad. Más que la originalidad, me preocupa la responsabilidad. No podemos caer en la revictimización, en esta idea fácil

Uno de los vicios del cine de denuncia es que personajes terminan dando el punto de vista de los realizadores y no necesariamente el suyo.

Ese es el riesgo del documental. Hay quien defiende al cine donde el autor transmite su opinión a través de una serie de recursos narrativos que él mismo ha construido. Creo que mientras los temas estén vigentes, las películas no sobran, lo que puede sobrar es el abordaje. ¿Cómo convive con sentimientos como la compasión y la piedad?

Es inevitable que por momentos te desborden. Es muy difícil no involucrarte. A la fecha, seguimos relacionándonos con las madres y nos siguen contando por lo que pasan. La película no acaba cuando terminas de rodarla ni cuando la estrenas. La historia sigue, y no hay manera de abstraerte. L

FERNANDO ZAMORA

Cuatro razones para amar a King ESPECIAL

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ingún amante de la literatura debería perderse los cuentos cortos de Stephen King. Con la tensión que consigue crear en cinco o seis cuartillas basta para darse cuenta de que sabe escribir. También es cierto que sería necio defenderlo como se defiende, digamos, a Joyce. Son búsquedas distintas, pero las de King me parecen respetables con todo y que, basadas en sus textos, se han producido películas infumables. Sinceramente no creo que Stephen King escriba tanto y en forma tan dispareja por amor al dinero. Creo que es un escritor que no puede dejar de narrar. Lo que sea. Además parece empeñado en demostrar que con cualquier idea extraña puede escribir al menos una línea sorprendente. Conexión mortal tiene todo aquello que hace a King un gran escritor y, al mismo tiempo, un hombre cuyos valores están lejos del crítico que cree imposible encontrar una buena novela en el estante del aeropuerto. Hay en Conexión mortal un problema y tres virtudes o, si se quiere, cuatro virtudes porque el problema de esta película es, al mismo tiempo, lo que hace a King un

de que ahora voy a defender o culpar a éstos. Nuestra película se preocupó por no culpar a un grupo en específico ni caer en los estereotipos.

Conexión mortal (Cell). dirección: Tod Williams. guión: Adam Alleca y Stephen King. con John Cusack, Samuel L. Jackson, Isabelle Fuhrman, Stacy Keach. Estados Unidos, 2016.

autor de culto. La historia es muy jalada de los pelos. ¿Es eso un problema? Solo de haber sido escrita por cualquier otra persona. King consigue que la trama idiota de unos zombis contagiados por su teléfono celular se vuelva interesante. Lo consigue porque va más allá de la anécdota para hablar de lo que realmente le interesa y, ¿quién lo dijera?, lo que le

interesa está en la línea de la literatura más exquisita. Flannery O’Connor, por ejemplo. No se trata solo de lo voluminoso de la obra de ambos autores, no se trata solo de que ambos estén obsesionados con Dios y con el diablo. Tanto King como O’Connor retratan la dulzura y el horror de un Estados Unidos que huele a panqué y a sangre

@fernandovzamora

seca. Lo hacen de muy distinto modo, por supuesto. En Conexión mortal un hombre se encuentra de pronto rodeado de zombis que de día son antropófagos y de noche cantan a la luna. La segunda cualidad de Stephen King son sus diálogos. Perseguidos por un muñeco de trapo, por un asesino vestido de payaso o por una parvada de zombis, los protagonistas siempre tienen tiempo para decir algo poético o al menos interesante. Aquí, en una secuencia, Samuel L. Jackson, con ese vozarrón que tiene, habla de aquel salmo en que David camina por el valle de la muerte y pide a Dios que tenga clemencia. La tercera cualidad de King es que lo suyo no es el horror, es la comedia. Solo algunos adolescentes parecen haberlo entendido desde aquí. Los malos mueren de forma ridícula, los seres más despreciables en nuestra sociedad sucumben con la peluca mal puesta. Por último: Stephen King ama tanto a su país que se da permiso de criticarlo con la agudeza enmascarada de quien hace horror con mucha pintura roja. El racismo, la frivolidad y hasta la irresponsabilidad de un país que pudiese llevar a Trump al poder están aquí. Y es posible verlo si está uno en el carácter de quien puede recordar cuando tenía trece años y leyó los inquietantes cuentos cortos de Stephen King. L


MILENIO

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sábado 30 de julio de 2016

ESCENARIOS

ESPECIAL

La voz de un pianista Una nueva producción de La voix humaine de Francis Poulenc se presentó en Bellas Artes —en su versión para piano— con la soprano María Katzarava y el pianista Abdiel Vázquez, quien habla sobre esta experiencia operística VIBRACIONES

HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com

E

n el proceso de trasladar al piano los sonidos encomendados a toda una orquesta, ¿qué se pierde y qué se gana? —El problema es que mi opinión no es objetiva, ya que al ser quien hace la tarea de trasladar la orquesta al piano debo convencerme de que soy una orquesta y que nada se gana o pierde de la versión orquestal. Es decir, al momento de practicar y, más aún, al momento de la función, estoy convencido de que estoy transmitiéndoles a María y al público exactamente lo que Poulenc quiso transmitir a través de la orquesta. —Al ser escrita para cantante única, la música instrumental dentro de La voz humana adquiere una importancia extraordinaria. En este sentido, se ha dicho que una de las funciones de la orquesta es la de representar la voz —y la personalidad— del hombre con quien la protagonista habla. ¿Estás de acuerdo con esta lectura? ¿Crees que una de tus labores en el piano es dar vida a ese hombre que permanece mudo y oculto hacia el público? ¿Qué tipo de hombre es? ¿Cómo lo percibes? —Veo a la música como la proyección del inconsciente de todos los personajes en escena, no solo del hombre del otro lado de la línea. La música proyecta las emociones que se sienten en escena, y estas emociones pueden sentirse por ambos al mismo tiempo, o solo por ella, o solo por él: ¡imposible saberlo! Así como es imposible saber quién comenzó una pelea de pareja. En cuanto al tipo de hombre, lo percibo a través del texto, y después la música complementa al texto.

Este es un hombre astuto y manipulador, que ha desarrollado en ella una codependencia que alimenta su ego y disminuye sus inseguridades. Finalmente, ya se cansó de ella, pues ha encontrado a alguien más, pero él hace lo posible porque la ruptura sea de mutuo acuerdo como resultado de los problemas emocionales, para que de esta manera él termine siendo el maduro y el sensato. —¿Cuál es la relación entre la voz y el piano? ¿Comparten temas? ¿Sus discursos musicales exploran sensaciones contrarias? —La relación entre la voz y el piano es de complicidad y asociación. El piano apoya a la cantante y le ofrece un soporte vocal y emocional. Los temas se entrelazan y pasan de un lado a otro; se juntan, se separan y al final no pueden vivir uno sin el otro. —El libreto de Cocteau enfatiza la comunicación deshumanizada mediante el teléfono: el hombre rompe con la mujer sin necesidad de contacto físico (lo que hace que para él sea fácil mientras que para ella resulta doloroso). ¿Encuentras ecos de esta deshumanización en la música?

DANZA

—Por supuesto. Lo más fascinante es que todos los pasajes líricos que hay en la partitura son muy breves y casi incompletos. Todos terminan siendo interrumpidos de una forma u otra, y así representan lo cínica que es una ruptura telefónica. —¿Cómo fue tu relación musical con María Katzarava? —Es importante hablar de dos cosas: una es la interpretación meramente musical y otra es la interpretación del texto. Si bien una complementa a la otra, es a partir de la interpretación del texto por la que ambos podemos lograr una verdadera cohesión musical. Si bien hubiéramos podido presentar la obra con un solo ensayo (ya que musicalmente nos entendemos a la perfección), todos los demás ensayos fueron dedicados a interpretar el texto y a entenderlo de forma conjunta, para así poder descifrar a los personajes y ofrecer una interpretación musical coherente. Por supuesto, al principio hubo diferencias en la interpretación del texto, pero es precisamente el descubrimiento de éstas y su resultado lo que enriquece y profundiza nuestra interpretación. L

ARGELIA GUERRERO

El enigma de “lo contemporáneo” ESPECIAL

D

el 29 de julio al 14 de agosto se realizará la primera edición del Festival Internacional de Danza Contemporánea de la Ciudad de México que contará con la participación de coreógrafos y compañías de Austria, Siria, Israel, Venezuela, Escocia, Japón, España y Estados Unidos. A ellas se sumarán coreógrafos nacionales como Óscar Ruvalcaba, Alejandra Pereda, y las compañías La Manga, Convexus Ballet, Proyecto Finisterra, entre otros. Esta primera edición del festival establece una oportunidad para pensar y reflexionar sobre la danza contemporánea nacional e internacional. Cuáles son sus definiciones, estilos, intenciones discursivas, y cuál el éxito comunicativo con el público. En entregas pasadas me referí a la crisis por la que atraviesa la danza contemporánea mexicana, principalmente en lo que respecta a la conexión con el público pues, a juzgar por los hechos, se trata de un estilo distante del interés general, en contraste con el repunte que la danza clásica y neoclásica han experimentado en los últimos años. Esta

Bailarines de Convexus Ballet

situación se relaciona con la educación artística pobre y el casi nulo acercamiento de la población a la danza en general; pero sin duda también involucra a los creadores y ejecutantes de danza para pensar y reflexionar sobre su quehacer artístico, y el diálogo que desea establecer con la audiencia.

Definir en México la danza contemporánea supone un asunto nebuloso. Hay poca asertividad incluso entre quienes se asumen o adscriben a este estilo. Muchos en el gremio definen a sus ejecutantes como aquellos que no alcanzan la pulcritud técnica o el virtuosismo físico que requiere el ballet

makarova81@yahoo.com.mx

clásico, y ante tal deficiencia se asumen como de estilo “contemporáneo”. No bromeo, es una idea común entre bailarines que, más allá de la marginalidad a la que lleva, supone una definición no formal, pero asumida como paradigma del ser y quehacer de la danza contemporánea y la empobrece. Es complicado no ejercer un comparativo entre las compañías nacionales y la visita de algún grupo extranjero pues la diferenciación no solo se establece en términos de ejecución y limpieza técnica, sino, sobre todo, en la claridad de las ideas y en la riqueza de los lenguajes corporales para expresarlas. La danza nacional tiene poco de ello y esta carencia mucho tiene que ver con el distanciamiento del público que generalmente no entiende lo que ve, no se identifica con las temáticas y se siente poco o nada interpelado por los artistas. Es urgente que la danza contemporánea en México se detenga a pensar la riqueza del pasado, pero sobre todo a mirarse en el presente: qué hace, qué dice, cómo se comunica y cuál es su artificio del cuerpo, del movimiento, la música y el espacio para expresarse. Este primer festival representa una oportunidad para mirar el trabajo de coreógrafos en el país y fuera de él, y los distintos modos de definir el universo que rodea a cada uno. L


VARIA

sábado 30 de julio de 2016

p. 12

LABERINTO

ESPECIAL

Revolución educativa TOSCANADAS

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

C

uando cursaba el primero de primaria, la maestra nos pidió que hiciéramos dos dibujos: uno sobre el modo en que ayudábamos a nuestras madres y otro sobre la manera como ayudábamos a nuestros padres. No recuerdo qué ilustré para el primer caso; para el segundo dibujé una escena imaginaria en la que mi padre reparaba un coche y yo le entregaba una herramienta. La maestra me calificó la tarea con un cinco, puso una tacha roja sobre el segundo dibujo y con grandes letras escribió: “Tú no tienes papá”. Cuando mi madre vio el tal mensaje se puso iracunda. Fue a hablar con la directora y con la maestra. No recuerdo cuánta cosa dijo, pero estaba hecha una fiera. Creo que fue la primera y única vez que la vi participando directamente en mi proceso educativo. Yo nunca pensé mal ni bien de esa maestra como no lo hice de ningún otro maestro. Durante años llevé la materia de Educación Artística que eternamente consistió en una señora con acordeón que nos ponía a cantar, sin que nunca nos enseñara a cantar, ni nos hablara de música clásica o siquiera del pentagrama. Todo era practicar la canción para la siguiente junta de padres de familia. En el mismo nivel de mediocridad cursé las otras materias. Me queda un vago recuerdo de los tres capítulos del Quijote que leímos en el salón solo porque una de las compañeras se negaba a leer eso de “¿Adónde estás, puta?”, cuando el ventero llama a Maritornes. Ya en una columna anterior escribí que los únicos libros que leímos completos en la escuela fueron Pregúntale a Alicia y Los supervivientes de los Andes. Así las cosas, cursar la escuela con buenas calificaciones apenas me habría dado la satisfacción de convertirme en un regiomontano común, en un empleado con mayor o menor salario cuyo sello distintivo es la mala ortografía y que apenas se diferencia de otro por seguir a los Tigres o a los Rayados.

Hoy veo que ciertos padres de familia están protestando por un supuesto contenido sexual en los libros de texto. Y es que ellos solo tienen ideas sobre lo que no se debe enseñar, pero se quedan mudos cuando se trata de proponer. Me gustaría verlos unidos para elevar la barra: pedir más clásicos, más arte, más filosofía, así como matemáticas, física y química superiores. Pero no; quieren la misma escuela mediocre que a ellos los emborregó. Al final de mi recorrido escolar, no tuve un solo maestro que recuerde con especial agradecimiento. Quizá el más importante aprendizaje lo tuve con aquella maestra de “tú no tienes papá”, pues asumí sus palabras como una lección, y fue mi madre la que se afilió a la idea de que a los niños hay que tratarlos como mensos, dorarles la píldora, hablarles de angelitos, ocultarles que existe el sexo, decirles

CAFÉ MADRID

que la abuelita se fue de viaje, enseñarles lo mínimo posible para no violentarles el cerebro y avanzar al ritmo del burro de la clase, porque nos dicen los sicólogos que la disciplina es una forma de crueldad. Supe desde el primero de primaria que la escuela era una pérdida de tiempo, y todo lo que había que aprender estaba en los libros. ¿De qué me sirve un maestrín malformado si en la biblioteca tengo a los grandes pensadores de la historia? Hoy estamos pagando un precio muy alto por una reforma magisterial que no es reforma educativa. Pero cualquier reforma es un proyecto tibio, anodino, de cortos alcances. Lo que hace falta es una revolución educativa que ponga al maestro en segundo término, al alumno en primero, y en medio de los dos el libro como un dios. L

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

periodismovictor@yahoo.com.mx ALBAN WYTERS/ ABACA

Palabras como armas L a vieja (y ahora) rota Europa atraviesa una ola de terror que mantiene a los ciudadanos pendientes de alertas informativas que tienen que ver con bombas o un camión o una pistola. Como Francia, Bruselas y Alemania ya han sido atacadas (lo que no las libra de más atentados), los países del entorno toman sus precauciones. Por las calles (y el metro y las estaciones de tren y los aeropuertos y los lugares donde se llevan a cabo eventos masivos) de Madrid o Barcelona, por citar dos grandes ciudades, es común ver un despliegue policial que, a veces, intimida. La “alerta terrorista” en España se encuentra en el nivel cuatro, de una escala de cinco, y la incertidumbre (“¿seremos los próximos?”) deambula con descaro en el día a día. Pero también la ignorancia y la inexactitud. Ni los periodistas ni los opinadores ni el grueso de la población comprendemos cabalmente qué, cómo y, sobre todo, por qué se cometen este tipo de actos. Para ayudarnos, Philippe–Joseph Salazar escribió en Francia el año pasado Palabras armadas. Entender y combatir la propaganda terrorista, que ahora la editorial Anagrama publica en español. Salazar es un filósofo francés que fue alumno de Derrida y de Barthes y autor de varios libros sobre análisis retórico. Cuando en enero de 2015 la revista satírica Charlie Hebdo sufrió un ataque que conmovió a la comunidad

internacional, este profesor universitario vio necesario ocuparse del discurso que acompaña a la violencia del Califato. “A las armas les gustan las palabras. Las convierten en nuevas armas”, sostiene y, a partir de esta premisa, nos anima a dejar de preocuparnos tan solo de si Daesh se escribe con s o con c, o de si deberíamos escribirlo como EI o IS, porque en el ínterin se siguen reclutando a miles de jóvenes (cultivados y algo extraviados) para “darles los valores que Occidente no ha sabido darles y que nuestro lenguaje no alcanza a explicar”. Dice Philippe–Joseph Salazar en su libro que, comparado con el estilo retórico, poético y grandilocuente del islam, “nuestro lenguaje político es estéril, retóricamente banal y poéticamente deficitario”. Por eso sugiere resolver la falta de entendimiento no solo con diplomáticos que hablen árabe, sino con diplomáticos que hablen árabe y además comprendan el trasfondo de este movimiento calificado como “terrorista” (“para ellos, un atentado es un acto de fe”). Desentrañar lo que sucede no solo es responsabilidad de los políticos, sino también de los medios de información. Por ello es necesario aprender a referirnos a los acontecimientos en forma adecuada. Por ejemplo: solemos leer y escuchar la palabra mártir de manera negligente pues un mártir, nos explica este filósofo, “en el islam

Philippe-Joseph Salazar

perece al cometer una acción violenta, mientras que un mártir cristiano, y éste es el sentido correcto de la palabra en nuestro idioma, no comete violencia sino que la padece”. De igual modo, al decir kamikazes se difunde el mensaje de que se trata de locos dispuestos a todo. “Pero no: son soldados muy bien entrenados”, subraya Salazar en un libro en el que abunda la documentación, un gran esfuerzo por contribuir al entendimiento de la ideología y la fe en que se sustentan las acciones violentas del islam y, también, una advertencia: “en la lucha que se nos dice que libramos contra la radicalización islámica o islamista, mientras no hayamos comprendido que los valores republicanos ya no tienen la fuerza declarativa y categórica de las formulaciones de la fe mahometana, tendremos un déficit de armamento discursivo”. L


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