Laberinto
MILENIO
NÚM. 745
sábado 23 de septiembre de 2017
LO QUE QUEDA DE NOSOTROS
FOTO: JUAN CARLOS BAUTISTA
j. m. servín, susana iglesias, bibiana camacho, víctor manuel mendiola, josé manuel valiñas p. 04
ANTESALA
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LABERINTO
ESPECIAL
La venganza de los masoquistas AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com
CASTA DIVA
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l masoquista es una víctima voluntaria, se entrega al sufrimiento porque sabe que perdura más que el placer, su gozo es persistente, le acompaña en cada herida. El sádico es efímero, su instante se volatiliza, la recurrencia no es suficiente, porque es eternamente breve. La Comedia dell’arte creó a Pulcinella, el personaje masoquista que provoca la risa y el escarnio, que se humilla a sí mismo exhibiéndose insignificante y con esa máscara se burla del sádico que lo somete, que ingenuamente cree que su desahogo puede hacer daño. El sufrimiento es fetichista, el vestuario de Pulcinella lo señala, el color blanco, cuello con pliegues, botones grandes, zapatillas, una máscara, se viste para el ridículo, para encarnar al títere de nuestra propia sumisión, ese que desata la codicia del otro. La neutralidad del blanco le permite responder, agredir, invertir el papel, y ser el espejo degradante del sádico. En las escenas galantes de Watteau las damas tienen la compañía de un Arlequín
ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero
melancólico, que canta y bromea, su inocencia fingida y asexual es un juguete que se deja hacer, el gozo sin consecuencia es parte de la mentira, es el bufón que desprecia servir con lealtad. El Puncinello de Tiepolo plasma la deformación que excita el escarnio del sádico, la joroba, la máscara negra, el vestuario blanco de pantalones cortos, se viste para ser el leproso de la risa enferma. Tiepolo dibujó a Puncinello para los niños, el terror al personaje se infusa en la memoria, a su constante provocación al castigo, escenas con flagelaciones, peleas, nos inicia en la tragedia, en la certeza de que la sumisión se trastoca en maldad. Pagliacci la ópera de Loncavallo lleva el personaje a la demencia, sin saber distinguir entre la realidad y la ficción de su máscara, asesina poseído por los celos, esa cumbre masoquista. Stephen King en su novela It decreta el miedo como sufrimiento, convoca al clown que nos espanta con su degradación, que nos obliga a reírnos con ese reflejo grotesco mientras nos
Pennywise, personaje de Eso
negamos a desflorar nuestro sadismo. King se ensaña con nuestra cobarde obsesión de no ver nuestro traje blanco, de no caminar por el escenario y asesinar lo que imaginamos. La versión cinematográfica (2017) de Muschietti viste al payaso Pennywise de Puncinello, es el renacimiento del fantasma, de la pervertida relación con la humillación y la crueldad, nos ofrece la catarsis y asumimos que el circo, el payaso, nos dejan la ilusión horrenda de ser verdugos mientras somos victimizados. L
Harto de jugar a los dados, Dios creó el mundo. YVES KLEIN
Acto de fe ARTES VISUALES
MIRIAM MABEL MARTÍNEZ
L
a exposición de Yves Klein, que se exhibe en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), es un recorrido por la expresión de un universo en azul. Es observar las posibilidades de la monocromía y observar cómo su experimentación plantea distintas líneas de reflexión. No es solo “azul” en su pigmento, es el azul en el soporte, en los tamaños, en la profundidad, en el tiempo, en la reiteración, en la bidimensionalidad, tridimensionalidad, arriba, abajo… Es el azul en su conceptualización. Al asumir el azul como tema, Yves Klein se distancia de su tiempo y acelera su paso: asume que su pintura no solo se pinta, sino que se piensa. Invita al espectador a seguir las huellas de su pensamiento. Hijo de padres artistas (padre figurativo, madre abstracta), le correspondía, casi como destino, ser uno de los precursores del arte conceptual. Porque en su planteamiento, en su reflexión pictórica, enfrenta a la mirada del siglo XX, la sacude y la desobedece. Plantea que hay muchas otras formas de pintar, como lo evidencian sus cuadros de fuego o su serie Antropometría en los que, además, saca al cuadro
Una de las piezas exhibidas en el MUAC
del cuadro y transforma a los cuerpos en pinceles. Quizá su conocimiento corporal (era yudoca) lo invitaba a explorar la pintura más allá de formatos tradicionales que vaticinaban el performance y el arte acción. Sus cuadros como Monocromo azul (1957), Tapiz azul (1956) o sus esculturas
de esponjas embriagan al espectador, quien experimenta esa embriaguez por la monocromía de la que el propio Klein habla en sus textos, videos y audios, porque su obra es la integración de muchos haceres sobre un mismo tema. Su acercamiento es ontológico: cómo es el azul en cuanto que es azul. Y ese cuestionamiento es lo que recorremos, cada pieza es un silogismo plástico que nos hace pensar el repensar el color, en lo que esconde, lo que proyecta, lo que transmite, lo que integra. Originario del sur de Francia, pareciera que Yves Klein sintetizó ese punto en cielo y mar: se mezclan para dar vida a un azul casi místico que se desprende de la tierra. En ese paisaje está esa “nada” que atrae al artista y sobre la que profundiza; esa misma nada que, en naranja, fuera rechazada en 1955 de las galerías y que se convertiría en el eje de su búsqueda. Esta exposición es un acercamiento a la obra de Yves Klein como uno de los pilares conceptuales de la producción artística de la segunda parte del siglo XX; en ella encontramos semillas de lo que hoy nos resulta familiar. Las piezas están conectadas para que el espectador comprenda el complejo modus operandi de Klein, quien se dedicó a investigar y probar cómo ocurre la creación artística casi como un acto de fe. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
MILENIO
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× OTO N I E L
sábado 23 de septiembre de 2017
ANTESALA
ESPECIAL
G U E VA R A ×
Herencia Este poema forma parte de Los oficios del viento (El Errante editor, México, 2017), en el cual el escritor salvadoreño entrelaza la naturaleza con la más digna intimidad
E
ntre los adobes de nuestra casa quedó la mirada de la abuela tras la picadura del nervioso alacrán. Con los ojos ardientes mi abuela se introdujo en la cocina sacó un tizón en brasa viva con el que apagó la ponzoña de su brazo sin el menor gesto de dolor. Lo mismo intenté hacer yo cuando te fuiste
×EKO×EX LIBRIS×19 DE SEPTIEMBRE×
Albert Camus
Almas baldías BICHOS Y PARIENTES
S
JULIO HUBARD
e ha querido ver en el Calígula (1945) de Camus una relación alegórica de Hitler. Puede ser, pero no importa. La obra vale sin necesidad del paralelo con la época que corría. Camus quiso hurgar en la conciencia de quien accede al poder absoluto. A su Calígula lo conturba el sinsentido: que los hombres mueren y no son felices. “Es una verdad sumamente clara y sencilla, y aunque sea un poco tonta, cuesta descubrirla y también sobrellevarla”. Pero él tiene el poder absoluto y puede cambiar la condición humana, porque “el poder brinda una oportunidad a lo imposible”. La obra es un monólogo asaltado por los demonios de lo real. Los demás personajes, Quereas, Helicón, Cesonia, son más bien erinias, voces que acosan a Calígula; el único otro personaje que tiene alguna influencia sobre su ánimo o sus disquisiciones es el espejo ante el que larga sus monólogos. Y es que la literatura no puede evitar la obsesión inagotable de explorar el interior, la mente de quien se ha dado al poder. Cicerón y Séneca lo intentaron: ¿qué hay ahí dentro? Como si se tratara de Hamlet frente al cráneo de Yorick. Y la obsesión ha tocado por dentro a Latinoamérica. Son mil ejemplos en el siglo reciente; entre otros, lo intentaron Valle Inclán y Asturias, García Márquez y Fuentes; Vargas Llosa estuvo más cerca, con su Chivo... Pero en toda esa literatura acecha el terror de quien se enfrenta a un alma cocida por la nimiedad, ni siquiera por el nihilismo: la nimiedad; un escritor no puede tolerar la vacuidad, la pobreza, el machacamiento constante de tautologías y cede a la tentación de verter, en esa alma vacía, la riada que le sobreviene de la suya. Hacerse del poder, tenerlo, es una tentación idiota. El poder se adueña de las almas: el poderoso es su sirviente, si no su esclavo. Creemos consolarnos, en secreto, atribuyendo la monstruosidad del poder a defectos, vicios o maldades porque la verdad nos quitaría la calma y el sueño: el tirano no pertenece, como sujeto, a la teratología sino a la medianía de los hombres. Alguna pasión, mucha necedad, un par de ideas fijas y el sueño de sí mismo como transformador de la realidad. El Calígula de Camus cree que, “si logra lo imposible”, por su sola presencia, por la emanación de su poder, la gente dejaría de corromperse. Eso no tiene nada de inhumano y tiene mucho de común. Y eso es lo insoportable. Que el poder absoluto se dé en almas vacuas. Basta leer el libro de Riccardo Orizio, Hablando con el diablo (Turner/ FCE): el poder fagocita almas baldías. L
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Lo que queda de nosotros El 19 de septiembre se ha impuesto de nuevo como una fecha de dolorosos recuerdos y significados. Treinta y dos años después de aquel día de 1985, la Ciudad de México volvió a sacudirse. Estas crónicas registran sus emociones, su pulso y su don para la resurrección JESÚS QUINTANAR
El terremoto que nos restregó el pasado J. M. SERVÍN
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l martes 19 de septiembre de 2017 recordé al joven que fui la mañana de hace 32 años, en la misma fecha, que salía a la calle despavorido y desconcertado por un extraño vaivén bajo sus pies que a quienes encontraba a su paso los hacía gritar de terror. Terremoto de 8.1 de Richter oscilatorio. A la 1:14 PM del pasado martes reaccioné de la misma manera pero esta vez jalaba de sus correas a mis dos perros para bajar cuatro largos pisos antes de alcanzar la calle. 7.1 Richter trepidatorio. Los rechinidos de las estructuras de mi edificio parecían un regaño a quienes corrimos para salvar la vida. Algunos de mis vecinos, casi de la misma edad que el Castañón González edificado en 1940, se mantuvieron en sus domicilios. Confían a ciegas en su elegante fortaleza habitacional de cemento, granito y hierro forjado asentada en una zona de alto impacto telúrico. La avenida Bucareli se llenó de gente sobresaltada y lívida que miraba a los postes de luz y el cableado aéreo a la espera de que dejaran de contonearse como en una danza macabra donde el Reloj Chino era el bailarín principal. Por la mañana se había llevado a cabo una ceremonia oficial luctuosa y luego un simulacro con alarmas anti sismo para que los habitantes de esta ciudad no olvidemos nunca una de las fechas más trágicas en la historia de la capital del país. Aprendimos que el dolor de los demás solo se puede paliar con solidaridad y esfuerzo en equipo para no dejarnos vencer por la adversidad. Otra inclemente sacudida de la tierra hizo brotar los sentimientos más nobles y solidarios de una sociedad. Es muy extraño, pero uno se siente vivo cuando enfrenta la muerte. Me conmovió profundamente ver en la calle tanta gente desconocida abrazándose y consolándose entre sí, muchas de ellas preguntándome cómo me sentía mientras acariciaban a mis perros, a niños azorados y nerviosos pero sin perder la sonrisa tomados de la mano de sus padres, al ver a un compacto grupo de teporochos dar las buenas tardes a todos mientras cruzaban la avenida rumbo a la vinatería de la esquina. De pronto me pregunté por qué nadie tenía un ataque de nervios, por qué no había edificios colapsados frente a mis ojos. Ni siquiera fachadas cuarteadas. Circulaban en dirección a Reforma decenas de personas en fila india que parecían migrantes de un infierno a otro. Los guiaba la incertidumbre y las ganas de vivir a prueba de realidades como la mexicana. Apenas y me había dado cuenta que el sonido de las sirenas de los cuerpos de rescate y vigilancia de la ciudad se habían convertido en el fondo musical de un largometraje que superaba en producción, escenarios y emociones a Godzilla. De regreso a mi domicilio me encontré a los vecinos más longevos, uno de ellos me dijo desde la puerta abierta de su departamento un piso abajo del mío: —Aquí hemos pasado tres terremotos. No tiene caso salir a la calle. Había luz, gas, agua corriente e internet. Mi celular enviaba y recibía mensajes. Nada indicaba que momentos antes el edificio se había bamboleado como si practicara el hula hula. Se habían caído un espejo, una maceta de su podio, un librerito y las puertas de una vitrina en el comedor se abrieron de par en par y dejaron salir un zumbido de la cristalería como de película de terror paranormal. Las lámparas de techo giraban sobre su eje como volantines.
Petén y Prolongación Emiliano Zapata, colonia Emprendedores
Pero no hay normalidad donde se oye constantemente el aullar de las sirenas de ambulancias, patrullas y bomberos. El tráfico se congestionó en la avenida durante un par de horas. Subí a la azotea a echar un vistazo. Al suroeste se levantaban discretas columnas de humo. La ancha hilera de vehículos hacia el norte parecía un monstruo reptante que bufaba a claxonazos. Al poco rato prendí la televisión. Los noticieros hacían de la tragedia un reality show. Los reporteros narraban torpemente, escaso vocabulario y sensacionalismo las obviedades que veíamos millones de mexicanos en pantallas de alta definición. El timbre del interfono comenzó a sonar. Llegaron familiares, amigos y conocidos a los que el terremoto había sorprendido en el Centro. Durante horas nos consolamos y brindamos por la vida y la buena suerte. Poco antes de la media noche salí por cigarros y me topé con calles desoladas, silenciosas y con comercios cerrados, excepto por el Seven. A la mañana siguiente recorrí la colonia Juárez y salvo por cintillos amarillos de prevención rodeando algunos edificios con fachadas en mal estado, la atmósfera era de día festivo. Compré un par de
periódicos como recuerdo del susto más grande de mi vida. Del día que lloré de miedo, tristeza y alegría, del día que me sentí insignificante y necesitado como nunca de abrazarme de un ser amado y no soltarlo jamás. Del día que me valió madre vivir siempre apretado de dinero, con más pesadillas que sueños. Estaba vivo, sano y salvo. Orgulloso de una ciudad guerrera e indomable. Por la tarde caminé por un amplio sector de mi barrio. Ciudadela, Balderas, Arcos de Belén, Eje Central, y una franja de calles en un cuadro que comprende la zona oeste del Centro Histórico. López, Victoria, Ayuntamiento, La Alameda. La actividad era la de un día cualquiera, bulliciosa y presta a satisfacer la alta demanda alimenticia, etílica y de productos chinos del pueblo bajo. Me sorprendió que edificios vetustos y en el abandono total no estuvieran dañados. De regreso a casa le pregunté a un grupo de teporochos acampados en las orillas de la Ciudadela si habían sentido el temblor: —Nomás el de la cruda —respondió el más acabado, de buen humor. La ciudad a veces nos traga, pero también nos hace suyos. Aquí no se rinde nadie. L
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DE PORTADA
JORGE CARBALLO
Avenida Zapata casi esquina con Tlalpan
Puño arriba SUSANA IGLESIAS
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as piedras, bloques de concreto, pedazos de muro, pasan de mano en mano, ninguna se cae, los hombros tiemblan, los rostros cenizos y cansados no descansan. No tienen tiempo para despejar el polvo que cubre pestañas, párpados. Los civiles, igual que el 19 de septiembre de 1985, llegaron antes que las autoridades, antes que los marinos, que los militares y perros de rescate, antes que una máquina, llegaron antes que cualquiera de nosotros; ¿desde cuándo hacemos caso de los consejos? “No salgan, mejor quédense en casa, resguárdense, no estorbemos”. A 32 años no aprendemos nada, la ciudad está rota, no se rinde. Destruida, jamás derrotada. Mirar las noticias no te salvará, resguardarte tampoco, marcarte a salvo en tu red social es tan estúpido. La ciudad es una perra sarnosa, heridas que huelen mal reviven de su piel escamosa cuando se rasca. Una mañana, harta de infecciones mal cuidadas, sacude sus costras, de paso las pulgas, se rasca, sangra, está sucia y malherida, nadie quiere estar en el lomo trepidante de esa perra. Que me perdonen por la comparación, el olor a cuerpos muertos y gas no puedo sacármelo de la nariz. La destrucción: otra grieta más en el corazón de piedra de una ciudad que jamás duerme. Por la mañana tomé el metro Salto del Agua, pensé algo mientras veía a una mujer con la cara sin ningún rasgo de emoción, somos peor que las hormigas, nos desplazamos de forma autómata por los túneles, al menos ellas trabajan juntas, no esperan a fin de mes. La misma sensación de años atrás mientras cruzaba el Eje Central, los pasos a ninguna parte, a nadie le importaba, el pensamiento no desapareció en todo el recorrido. Bajé en Tacubaya. En la salida de Avenida Jalisco de la línea rosa, tomé
un taxi de la muerte, sin ánimo de gastar en uno particular que me puede secuestrar, llevar a un motel, violarme, quitarme la vida; no gracias. Somos peor que hormigas, el día me provocaba alegría. “No es tan malo estar muerto”, le dije al chofer mientras se quejaba del tránsito, en realidad estaba despejado. Nos reímos. Y ahora estoy aquí entre máquinas y el denso picante olor del diesel que es necesario quemar para echarlas a andar. Por la mañana agarré un buen sitio al lado del conductor en un taxi para dar una clase, ¿no es más peligroso estar entre extraños?, créanme, la sensación es distinta a lo que nos enseñaron en la escuela. Es de día, tan solo la ilusión de que no pasará nada. Todos tenemos cara Se han organizado. de hastío, sueño. Me Manos de todo tipo, despertó un ruido a delicadas, nerviosas, las 4:12 de la mañana. otras demuestran Un gato en celo de mi fiereza física. Allá están edificio, algún vecino las vallas humanas malparido lo dejó vagar. Todo estaba bien antes de la 1:14 de la tarde del 19 de septiembre, en el trabajo marcamos el simulacro, me reí de la voz que sonaba por las bocinas: “puede reanudar su tlabajo”. Bromeamos del acento de la grabación. Antes de la tragedia debe existir un buen momento, esa cara de haber ganado el mundo no le gusta a nadie, salvo a la señora de limpieza que saludé en el pasillo, una persona dedicada al oficio, aprecia a los que le rodean. El regreso, infierno. Caminé desde Montes Urales hasta la colonia Centro. Miles caminando, no hay transporte, ¿metro gratis con probable réplica? Jamás. Para llegar a casa debo pasar por Bolívar, no será jamás la misma calle. Ob-
servo. Se han organizado. Manos de todo tipo, delicadas, nerviosas, otras demuestran fiereza física. Allá están las vallas humanas retando la velocidad de las fábricas, pasan los bultos de ropa, medicamentos, cobijas, víveres, agua, palas, picos, cascos, guantes, botas, toallas, botiquines, algodón. Las fuentes oficiales hablan de catorce personas atrapadas, ¿la probable realidad?, personas rescatadas hablan de más de 120 veinte personas bajo los escombros del número 168 de la calle de Bolívar. El edificio con fachada de cristales color humo se derrumbó en tres segundos o menos. Las vecinas que están en un improvisado puesto ofreciendo comida, café y agua, aseguran que ya sacaron a la esposa del dueño de una de las empresas del inmueble, José Lee, chino. Las vecinas señalan a otras de las supuestas dueñas, ¿el rostro?, sin emociones. En el 168, operaba una empresa china, mexicana, coreana y la cuarta de un empresario de origen israelí. No detuvieron labores, no hicieron el simulacro. Mencionan que el portero es un héroe, rescató a muchas de ellas. Un puño en alto: silencio. Todos, hasta los misántropos, esperamos un milagro, una señal. Las brigadas piden respeto, “bajen las cámaras, podrían ser sus familiares, por favor no tomen fotos, bajen sus teléfonos”. No falta el que intenta capturar el paso de la camilla. Aplausos, lágrimas, un prolongado “México, México” estalla en la calle de Chimalpopoca, la ambulancia se abre paso, alguien palmea mi espalda, en una situación cotidiana me apartaría bruscamente o tiraría un golpe a la mandíbula, extiende una botella de agua, sonrío. Es 19 de septiembre de 2017, una mujer es rescatada con vida. Alguien levanta otra vez el puño, ¿vivo o muerto?, imposible saber, los rostros reflejan angustia, esperanza. L
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Calle Escocia, en la colonia Del Valle, Ciudad de México
La tristeza infinita del silencio BIBIANA CAMACHO
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oví un poco el cuerpo peludo del minino para liberar el teclado y continuar con mi labor. Sentí el primer brinco, al mismo tiempo que alguien dijo con voz apagada, apenas audible: “Está temblando”. Tomé el teléfono celular, abracé al gato y salí a toda prisa. Mis compañeros y yo no tuvimos oportunidad de dirigirnos a la zona de seguridad, como sí lo logramos a las 11 de la mañana, durante el simulacro. La alarma empezó a sonar cuando el movimiento del piso desafiaba nuestro equilibrio. Las garras de Fachoso, así se llama el gato, se aferraron a mi pecho, un compañero me tomó del brazo; sin darme cuenta formaba parte de un improvisado grupo de gente abrazada que intentaba mantener la estabilidad, con los rostros lívidos y el terror en la mirada. No podía quitar la vista del suelo, convencida de que en cualquier momento se abriría una grieta por la que irremediablemente desapareceríamos no solo nosotros, sino la ciudad entera. Poco antes de que finalizara el temblor que parecía eterno, percibí un silencio abominable, inquietante. Fachoso se revolvió en mi pecho para luego saltar y alejarse a toda prisa. A partir de ese momento el caos fue absoluto, las líneas de teléfono se saturaron, no había modo de saber cómo se encontraba la gente que quiero, dónde, en qué estado. Pensé que si no se oía nada, eso significaba que la situación no sería grave, pero apenas surgió esta idea en mi cabeza escuché la primera sirena de ambulancia, la primera de muchas, que por desgracia no han cesado. En mi camino desde Izazaga en el Centro Histórico hacia la colonia Tránsito me topé con calles y avenidas llenas de gente a pie; parecía
un éxodo apocalíptico. Algunos edificios, con los cristales rotos y los muros agrietados, permanecían erguidos, pero tambaleantes, en un escenario que anunciaba la fatalidad. Por mi mente desfilaron los hogares de la gente que quiero y con la que aún no lograba comunicarme, en mis fantasías catastrofistas, exacerbadas por la intensidad del movimiento telúrico, todo lo que imaginaba estaba en ruinas, desolado, polvoso. A simple vista, el edificio y mi departamento no presentaban desperfectos visibles. No había luz. Dejé mis cosas, me cambié de ropa y de inmediato me precipité hacia Bucareli. En el camino logré saber que mis padres y hermano estaban bien, pero por más que lo Traté de tranquilizarme intenté no pude hablar repitiendo que si el con ellos. Poco a poco, Centro no estaba mientras caminaba a toda devastado, como la vez velocidad, me enteré de anterior, entonces la que varios amigos estacosa no era tan grave ban aterrorizados pero a salvo, también supe que mis fantasías catastrofistas eran ridículas ante la inmensidad de la destrucción. Horas más tarde, regresé a mi casa. Anochecía y una profunda tristeza anidó en mi estómago. Recordé la devastación provocada por el terremoto de 1985, pensé que los celulares y redes sociales serían muy útiles, luego recordé que al desastre siempre lo acompaña el caos y miles de desastres personales, que en realidad lo hacen más grande. Después pensé que la gente estaría mejor organizada gracias a la experiencia de hacía 32 años; y de inmediato
me sentí estúpida, ni siquiera nos tomábamos en serio los simulacros. Traté de tranquilizarme repitiendo que si el Centro no estaba devastado, como la vez anterior, entonces la cosa no era tan grave; pero de inmediato recordé las fotos y los videos que había visto y entendí que la catástrofe no se puede medir ni abarcar y por lo tanto resulta incontrolable. Caminé por República del Salvador, donde alrededor de algunos edificios acordonados había vidrios y fragmentos de construcción regados por el piso. Oxxos, Seven, tienditas, la farmacia París, la pastelería Madrid, cantinas y algunos puestos callejeros de comida estaban abiertos y con gente. Había tan pocas personas circulando, que los vagabundos resultaban más notorios, como si fueran los amos y señores del silencio. En San Pablo, mujeres recargadas en las aceras estaban a la espera de clientes. En la calle de Xocongo, los edificios que albergan oficinas de gobierno estaban acordonados y con visibles grietas y derrumbes parciales. Al atravesar Lorenzo Boturini, me encontré con gente deambulando con niños y mascotas; algunos vecinos sacaron sillas, cobijas, comida, refrescos y hasta caguamas. La noche fue larga, procuré dormir, pero a cada rato me despertaba un sobresalto, un temblor interno incontrolable. A la mañana siguiente me dirigí a Chimalpopoca y Simón Bolívar, llevé víveres y medicinas. Por fortuna había bastante gente ayudando, porque el estómago se me encogió. Di media vuelta y me alejé; lo más estremecedor, en ese momento, fue el silencio, que acrecentó mi tristeza y desconcierto. Ya por la tarde, por fin pude ver a mis padres. En el barrio, la colonia Ramos Millán, al oriente de la ciudad, no ocurrió nada. Al igual que hace 32 años, las casas estaban en pie, sin daños visibles, los vecinos estaban tranquilos. Grupitos de personas, reunidos en las esquinas e impregnados de olor a mota, hablaban del temblor con la tranquilidad de quien no ha escuchado el silencio estremecedor del desastre. L
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OMAR FRANCO
sábado 23 de septiembre de 2017
DE PORTADA
Volví a caminar entre escombros JOSÉ MANUEL VALIÑAS
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El antídoto de los jóvenes VÍCTOR MANUEL MENDIOLA
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ientos, tal vez miles, de muchachas y muchachos ayudaron a rescatar a un gran número de personas atrapadas en los escombros de los edificios derruidos por el terremoto de la 1:30 de la tarde del 19 de septiembre pasado. Como una fuerza que siempre hubiese estado preparada y alerta surgieron de todas partes jóvenes de las más diversas clases sociales para ayudar en el rescate. La ayuda oficial se vio de pronto sobrepasada, enriquecida sin saber cómo, por una conciencia única e imparable. Los derrumbes de Cacahuamilpa esquina con Avenida Hipódromo y de Nuevo Laredo esquina con la misma avenida, como en otros muchos lugares más de la ciudad y por poner dos ejemplos que vi con mis propios ojos, contaron con ejércitos de hombres y mujeres de entre 15 y 30 y tantos años entregados a la remoción de cascajo en las construcciones caídas o en acopio de víveres o herramientas de trabajo. Ante lo obvio —levantar los desechos de los derrumbes para salvar a las personas atrapadas—, sobrevino lo simple pero no obvio: la improvisación de filas enormes de mozas y mozos para acarrear, de mano en mano, ladrillos, piedras, pequeños bloques de cemento y al final toneladas de residuos y liberar a los sepultados por el terremoto. ¿Cómo una sociedad tan ofendida por el abuso organizado de los políticos, por las cadenas de complicidad de los malos empresarios y por las pandillas del crimen puede erguirse tan libremente y con tanta espontaneidad? ¿De qué modo lo verdadero se sobrepone a lo falso? ¿Por qué los más novatos se vuelven los más veteranos? ¿Quién puede explicarlo? El hecho es que sucede y ha sucedido varias veces en la nueva sociedad contemporánea de México y de otros lugares del mundo. Mirar, admirar, este movimiento nos permite pensar que lo más importante no está olvidado, que no necesariamente estamos en manos de los políticos, con muchas palabras en la boca y actos escondidos, ni de los especuladores, siempre tan seguros de sus finanzas y de sus sumas redondeadas. Jóvenes de todas las clases, mujeres y hombres, empleados o jefes, trabajadores o profesionales, han salido a decirnos que lo que importa es la vida del otro, la ayuda, la solidaridad con los demás. Hoy a la 1:30 de la mañana del 21 de este septiembre cruel los escucho otra noche más con su hermoso murmullo de trabajo y me doy cuenta que las buenas intenciones y la esperanza son indestructibles. L
o que más me impacta es el silencio. El de cientos de personas que responden ante los puños alzados. De pronto, el escándalo se reduce a nada. Desde el primer momento en que la sociedad se organizó para ayudar a las víctimas del sismo, la gente entendió que subir la mano con el puño significa que cese el ruido, para tratar de escuchar a alguien dentro de los escombros. Y todos obedecen. Como si desde la calle también pudieran ellos escuchar algún eco, alguna voz que pide ayuda. Ya no importa si ese silencio es porque efectivamente tratan de escuchar a sobrevivientes o porque se están comunicando los rescatistas entre sí. O si es solo para dar un aviso de los lugares en los que se necesita más ayuda. No importa ya tampoco si el arribo de cientos de personas a cada punto es un tanto caótico: la gente está ahí y trata de hacer algo. Como en aquel otro 19 de septiembre, de hace 32 años, cuando miles de jóvenes que hoy deben tener 50 se organizaron para reunir los apoyos. Hoy están aquí muchos de esos veteranos de 1985, hombro con hombro con los chicos que aún no habían nacido, los ahora miembros de la generación millennial, a quienes se ha tachado de soberbios y pusilánimes, pero que hoy han dado una lección a todos. No puedo dejar de pensar que apenas hace cuatro días, el 19 de septiembre de 2017, amanecí leyendo la historia de aquel “niño terremoto”, Jesús Francisco Flores, quien nació tres días después de que su madre muriera, en 1985, en la Plaza de San Camilito, en Garibaldi. Volví entonces a recordar el día en que caminé entre escombros, cuando fui testigo de aquel otro horror, cuando caminé por el centro de la ciudad, desde la zona de La Lagunilla hasta José María Izazaga, donde trabajaba mi padre, para tratar de reunirme con él en medio de decenas de edificios colapsados y en una zona que parecía el escenario de una guerra cruel. En un mundo en el que no existían los teléfonos móviles, tenía que hacer ese periplo para reunirme con mi padre. Finalmente vi el edificio en que trabajaba, cerca del barrio de La Merced, y lo vi en pie. Aunque no me pude acercar, pues ya habían acordonado la zona, con eso me bastó. Pasé antes por Pino Suárez y San Antonio Abad, en donde apenas un par de horas antes había caído un edificio de forma horizontal, encima de los autos que se desplazaban por esa vía. Vi la angustia de la gente que lloraba ante la impotencia. De regreso, caminando toda esa zona, llegué a otro edificio emblemático: el Nuevo León, en Tlatelolco, y me ofrecí como voluntario. Me vacunaron contra el tétanos y aguardé mi llamado. Lo que tenía enfrente era una mole gigantesca, completamente desplomada. Hoy, tres décadas más tarde, con un tino que quizá Borges describiría como una magnífica ironía de Dios, exactamente en la misma fecha la Ciudad de México fue de nuevo azotada por un movimiento telúrico. Y la muerte volvió a campear.
El silencio es lo que más me ha impactado ahora. Pero nada como el que encuentro en la calle de Medellín, esquina con San Luis Potosí. Ahí están las máquinas excavadoras y los camiones materialistas, apagados. Están los miembros de la Marina y el Ejército, expectantes. Y las decenas, si no cientos de rescatistas improvisados, miembros de la sociedad civil, todos con sus cascos, esperando. Hay incluso reporteros de medios extranjeros, con sus cámaras y equipos de iluminación. Uno es Telemundo y otro parece ser Reuters. Pero nadie hace ruido. Hay una tensa calma que hace que el nerviosismo se pueda tocar. Frente a mí veo un edificio de oficinas derrumbado. Adentro hay alguien todavía con vida… porque todo el mundo guarda, respetuosa, dolorosamente, el silencio apropiado para que los topos lo puedan escuchar. Me pongo el casco también, listo para lo que se necesite, y me entero que quien está adentro se llama Erik Gaona Garnica. Platico con un rescatista, Alejandro Albarrán, quien me dice que después del sismo llegó de inmediato al lugar, pues su hermana trabaja en el número adjunto. Aún estaba de pie ese edificio que hoy vemos derruido, porque tardó 50 minutos más en caerse, de modo que la gente, entre ellos Erick, salió con el movimiento pero regresó después de él, confiada en que había pasado lo peor. Veo que los topos entran y salen por una hendidura. También un perro, de un binomio canino. Me informa el coordinador de la operación, Alexandro Landín, que ya casi han agotado todas las tecnologías para saber si Erick sigue con vida. En eso, los camiones materialistas entran y las excavadoras encienden motores. Pienso que es un signo infausto. Me invade la pesadumbre al escuchar el sonido de esas máquinas, sonido ensordecedor que rompe brutal, violentamente, aquel silencio respetuoso y esperanzador. Deseo que una persona más se salve. Una más. Una a la vez. Y sé que ese deseo lo compartimos todos los que estamos ahí parados, expectantes, estupefactos… Después me enteraré que Erick falleció. Me digo a mi mismo que quizá todo esto debe ser algo más que una magnífica ironía de Dios: que debe haber algo que no alcanzamos a asimilar. Recuerdo aquel proverbio judío que dice que quien salva una vida salva al mundo entero. Vuelvo la vista para ver otra vez los rostros de esos rescatistas improvisados que permanecen de pie con sus cascos y chalecos, en un silencio solemne. Algunos son tan jóvenes que no llegan a 18 años, pero están listos para darlo todo, con el afán de salvar a un desconocido. Pienso en los demás lugares en los que hay personas atrapadas, en penumbra, con toneladas de concreto encima, pero que siguen con vida. Como aquel niño de 1985 que vivió entre escombros en el vientre de su madre mientras ella moría en una habitación derrumbada. Me convenzo, y sé que ellos también están convencidos, que con una persona más que saquemos viva se salvará el mundo entero. L
HISTORIA
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sábado 23 de septiembre de 2017
LABERINTO
Álvaro Matute Aguirre
Cómo acercarse al pasado
En la obra del historiador (19 de abril de 1943-12 de septiembre de 2017) destacan la generosidad del maestro, el rigor en el quehacer historiográfico y una admiración por el legado de Cosío Villegas ESPECIAL
IN MEMORIAM CARLOS BETANCOURT
Con todo mi cariño para Evelia
D
espertar con la noticia de que partió del espacio de nuestra existencia una de las personas que mayor influencia han tenido en tu vida produce, sin duda, sentimientos encontrados. Por un lado, se presenta la aflicción de saber que han finalizado los momentos para el intercambio de ideas, de pareceres, de experiencias. Y por otro, se agolpan en la mente los recuerdos de los tiempos compartidos y la nostalgia se convierte en un paliativo para enfrentar el dolor de la despedida. Bajo tal consideración recurro a la memoria y evoco al maestro que dejó un bagaje de lecciones —a mí y a muchos—, que no se originó solamente en el transitar por las aulas universitarias, donde tuvimos el privilegio de escucharlo, sino que trascienden como ejemplos de vida. Para comenzar, debo decir que no pude inscribirme durante mis épocas de licenciatura en las materias a cargo del doctor Matute en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sin embargo, mi primer acercamiento a su figura, aunque fuera tangencial, se dio a través de los ojos de su inseparable compañera, la doctora Evelia Trejo, con quien cursé ese segmento del programa de mi carrera y, al lograr la meta, se convirtió en parte del concilio final de mi trabajo de titulación. Así, hacía finales de los años noventa, mientras trabajaba y estudiaba, una de mis lecturas como historiador en ciernes fue México en el siglo XIX. Antología de fuentes e interpretaciones históricas, donde el nieto del general e ingeniero Amado Aguirre y Santiago (1863-1949), a cuya memoria está dedicada la recopilación, ofrece un “Apéndice”, breve y conciso, que se titula “La técnica de investigación”. En cuatro páginas, con un lenguaje sencillo, sin rebuscamientos, Matute sintetizó, bajo cinco incisos, los pasos a seguir para concretar el abordaje hacia los sucesos del pasado. Hacia los mismos días realizaba una investigación en la publicación que recoge dos veces por semana el paso cotidiano de los universitarios, la Gaceta UNAM, recabando los acontecimientos del Museo Universitario del Chopo, que pronto cumpliría 25 años como espacio de cultura y arte de vanguardia. De repente, la imagen gráfica de una actividad acontecida en ese recinto llamó mi atención. Percibí algo conocido en el funcionario que inauguraba, ofreciendo las palabras durante el acto. Se trataba del todavía maestro Álvaro Matute, quien me sorprendía por la faceta en que lo localizaba. Sin que me conociera todavía en persona, se incrementaba mi admiración. Verlo en otras ocupaciones en la institución formativa que tanto procura a los mexicanos reafirmó mi apreciación en torno a su solidaridad y entrega con la UNAM, desde cualquier trinchera. Esta imagen del universitario total me inclinó a consultar a mi directora de tesis, la también finada maestra Beatriz Ruiz Gaytán, sobre la posibilidad de que le solicitáramos al doctor Matute formar parte de los lectores terminales. Después de su aprobación, me planté una mañana en el salón donde el doctor impartía la sesión matutina. Tras presentarme, le platiqué de mi trabajo —que versaba en torno a los testimonios escritos de los visitantes angloparlantes en los albores del México independiente— y, con mucha caballerosidad, se negó pues, en ese momento, estaba leyendo cuatro disertaciones y no podría dedicarme el tiempo suficiente. Desconcertado, me despedí.
Una vez superado el trance del examen profesional, la perspectiva de continuar con los estudios de posgrado se hizo presente. Finalizados los trámites de ingreso, por supuesto que parte de la selección de asignaturas se centró en el Seminario del doctor Matute, que se ofrecía en el Instituto de Investigaciones Históricas. Ahí, al lado de su esposa, congregaba a un nutrido grupo de historiadores y seminaristas de otras áreas, para profundizar en los hitos de la disciplina. La temática no era nada sencilla: el mundo de la filosofía hermenéutica y sus complejas aristas. Husserl, Foucault, Riçoeur, entre otros, eran las lecturas comentadas y el punto fino se trazaba con las participaciones de los encargados del curso. Ahora en vivo y en directo, se me revelaba nuevamente la sencillez de aquel texto que me impuso los fundamentos de la labor que compartíamos y se proyectaba en la serenidad de un maestro verdadero. Frente a la disyuntiva de continuar mi especialidad analizando el lapso decimonónico, se presentaba un cambio en mi vida laboral, que me aproximaba al periodo revolucionario del siglo pasado. Decidí indagar en la trayectoria de un miembro del Ateneo de la Juventud: Martín Luis Guzmán. Esta selección me acercó a los intereses del doctor Matute, quien dedicó gran parte de su reflexión histórica a los protagonistas de esa revuelta cultural. Ahora sí, después del intercambio de pareceres en el aula, de la coyuntura que significaba dedicar mi trabajo a un personaje que le llamaba igualmente la atención, la respuesta positiva para formar parte del sínodo me llenó de júbilo. Bajo la imagen de su abuelo, el general revolucionario, y de otro mílite e intelectual, rodeado de sus discípulos, Vicente Riva Palacio, que igualmente lo fascinaba, me contó cuando, en una reunión académica a la que asistía junto a su maestro Edmundo O’Gorman, conoció al
autor de La sombra del caudillo: “que hablaba como escribía, con una gramática perfecta”. Pero más allá de la anécdota, la capacidad de discernimiento con la que encaminaba mis percepciones sobre el personaje y el entramado teórico relacionado con el proceso de escribir una biografía histórica consolidaron la sensación de sabiduría que tenía de él. Siempre estaba abierto al diálogo, herramienta que le permitió aprender y enseñar. Y en público la ejercía con entera prestancia. Recuerdo la ocasión en que me honraron presentar a su lado un libro, que constaba de tres tomos sobre el movimiento revolucionario mexicano del siglo XX, donde puso de manifiesto su sentido crítico. Con la misma soltura con la que otorgaba reconocimientos, el público que llenaba el Aula Magna de nuestra Facultad lo escuchó rememorando los trabajos históricos de largo aliento que le marcaron, como los de Vicente Riva Palacio y Daniel Cosío Villegas, frente a los resultados académicos de la actualidad, que se concentran en la investigación detallada y permanecen alejados del conocimiento de la gente común, relegando la enseñanza del saber pretérito a un ámbito estrecho. Incitando al trabajo de divulgación de nuestra materia, analizó ante la audiencia el panorama del quehacer historiográfico de estos días y propuso elementos de gran valía relacionados con la difusión de esos saberes, para evitar su ensimismamiento. Tras su inesperada y fatal ausencia, una avalancha de rememoraciones se aprestó en el ánimo de la desventura compartida. La presencia que permanece tras su ejemplo de enseñanza se replica en todos los que contamos con el privilegio de haber convivido con él. La Historia, para ser magistral, necesita de mentores generosos. Álvaro Matute Aguirre fue uno de ellos. L
MILENIO
4321 PAUL AUSTER Seix Barral México, 2017 956 pp. Dice el narrador de esta novela con la que Paul Auster rompe siete años de silencio que “A la larga, las historias no son probablemente menos valiosas que el dinero, pero a corto plazo tienen marcadas limitaciones”. Así, de historias, se va construyendo un fresco por el que vemos pasar todo el siglo XX, a una familia que encarna el sueño americano y a unos personajes que experimentan múltiples vidas, como si el “qué hubiera pasado si…” fuera posible. Auster nunca había sido tan tenazmente autobiográfico.
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL CONTADA PARA ESCÉPTICOS JUAN ESLAVA GALÁN Crítica México, 2016 750 pp. En un tono de desparpajo y chabacanería, el ensayista español narra uno de los periodos más cruentos de la historia contemporánea. Consigue de este modo hacer inteligibles los apetitos de poder de Hitler, la cortedad de miras de Franco, la ceguera fingida del papa Pío XII, el holocausto judío y la agonía del nazismo junto al triunfo de los Aliados. Que la Segunda Guerra Mundial sea contada como un thriller no demerita el rigor documental.
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO Septiembre México, 2017 164 pp. Después de algunos números de transición, y teniendo como tema la Identidad, la revista de nuestra máxima casa de estudios comienza con este número ahora sí su nueva época bajo la dirección de Guadalupe Nettel. Además del cambio de formato, se ofrecen nuevas secciones como “Panóptico”, un observatorio interdisciplinario; “Palco”, que ejercerá la crítica de las artes escénicas; “Alambique”, sobre temas científicos; “Agora”, espacio de reflexión de la ciencia política. Las reseñas tendrán un enfoque más ensayístico.
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sábado 23 de septiembre de 2017
× A
F U EG O
EN LIBRERÍAS
L E N TO ×
Destino: la gayola ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
E
l registro sumiso de la realidad —la misma que comenzó a padecer la ciudad de Chihuahua en el tiempo en que los cárteles de la droga practicaban todavía una violencia soterrada y los cuerpos de mujeres asesinadas transformaban a Ciudad Juárez en una enorme fosa común— es la consigna que guía el curso de Matagatos. La novela toma el nombre de uno de sus personajes, un ex oficial del ejército, también ex policía —Gilberto Torres—, un psicópata que viola y despedaza niños como si fueran piezas intercambiables. Importa muy poco si este personaje representa un número en algún expediente policiaco o si surgió de la invención; importa, sobre todo, que sirve al propósito de señalar un estado de cosas. Nos hallamos, de este modo, ante otro fruto de la indignación política y social. La literatura se ha ido a otra parte. Junto a este asesino de perfi l bajo, un grupo de niños juega a iniciarse en la libertad y el sexo: apenas tienen edad para vencer sus miedos pero ya piensan en abandonar la casa familiar y bastarse a sí mismos. Son incondicionales, medio salvajes y toscos, unidos porque comparten el mismo origen infortunado hasta que sobreviene la muerte del más precoz, asesinado a tiros en las faldas de un cerro. La novela comienza justamente en este punto, que introduce una atmósfera de abandono e impunidad. Pero una vez que conocemos al psicópata que pasa los días a las puertas de su casa, empalando gatos a los que cuelga sobre el muro de su jardín o vagando por el vecindario en su automóvil, el empuje inicial se consume. Ya que
MATAGATOS
Raúl Aníbal Sánchez Caballo de Troya México, 2017 no tiene sorpresas ni profundidades que ofrecer, la novela se concentra en describir un ambiente ingrato donde el futuro se anuncia como una carrera en la policía judicial o un embarazo a los quince años. Llegamos pues a la sociología con aspiraciones narrativas. El lector no debe recibir favores bajo ninguna circunstancia. No debería ser informado, no en una novela, de que “Una pequeña guerra entre narcotraficantes, la primera de muchas, explotó en las calles de Juárez y la vida se hizo insufrible. Mutilados, decapitados, coches bomba: mensajes redactados con cuerpos humanos”; ni de que “Vivimos en una sociedad que dice que debemos esforzarnos y prosperar individualmente, que no es conveniente meterse donde no te llaman”. Eso suena muy bien para un boletín de alguna ONG o para la escuela parroquial. No debería ocupar el lugar de la ironía y la ambigüedad novelísticas a menos, claro, que se quiera confeccionar un producto destinado al público que abarrota la gayola: su aprobación siempre estará asegurada. L
CINE
sábado 23 de septiembre de 2017
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LABERINTO
ESPECIAL
Michael Rowe
“Las relaciones personales son ahora desechables” Con Invierno prematuro se cierra la trilogía dedicada a explorar los significados de la soledad ENTREVISTA
D
espués de Año bisiesto y Manto acuífero, Michael Rowe cierra su trilogía de la soledad con Invierno prematuro. En su nueva cinta, el realizador pone su objetivo en David (Paul Doucet), un hombre de 40 años que, ante la presunta infidelidad de su esposa, ve cómo su estabilidad emocional se tambalea. Sin concesión alguna, el cineasta australiano explora las vicisitudes psicológicas de la búsqueda de la felicidad. Con Invierno prematuro cierra su trilogía sobre la soledad. A diferencia de las dos primeras, ahora se centra en un personaje masculino.
Ahora quería trabajar con un personaje masculino para hablar de mi experiencia en términos de etapas de vida. ¿Después de esta trilogía cambió su percepción de la soledad?
En cada película exorcizo demonios y exploro temas que me causan o me han causado conflicto. Por
HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com
medio del cine profundizo en el autoconocimiento y ahorro años de terapia. Creo que la soledad es relativa y puede ser autoimpuesta. Puedes construir vínculos hacia el exterior incluso con animales. En momentos de una aparente soledad, si no te dejas cegar por la emoción verás que en realidad no estás solo. Una de las primeras escenas de su película es una relación sexual pero casi antierótica. Sus personajes lucen solitarios a pesar del contacto físico.
El sexo nos suele llevar a pensar en el acompañamiento, pero no siempre es así y menos en la era de Tinder. Sin un vínculo emocional, puede profundizar la sensación de soledad. El cliché nos dice que el sexo une, pero también puede evidenciar el fracaso de una pareja. En una época donde se supone que estamos híper comunicados, ¿qué tan necesario es hablar de la soledad?
Es muy necesario. La ilusión de estar híper comunicados a través de la tecnología quedó en promesa. Apenas estamos descubriendo que para una comunicación real no basta el intercambio de información; se necesita estar cara a cara y un contacto más personal. ¿Por eso desarrolla personajes alienados a su realidad?
Quería explorar la soledad en diferentes presentaciones y momentos. La soledad que se genera en un matrimonio me parece muy común y pocas veces nos detenemos para hablar de ello. En esta época de capitalismo desbordado, las relaciones se conciben como mercancías desechables. No quiero sonar apocalíptico, pero la tecnología nos está volviendo pasivos emocionales y nos reduce a una carrera por llenar deseos e impulsos de manera inmediata.
HOMBRE DE CELULOIDE
La trilogía plantea una reflexión moral que muestra sus cimientos en sus respuestas a mis preguntas.
No me interesa dar recetas. Prefiero reflexionar y plantear un dilema moral. Vivimos una época en la que se están redefiniendo muchas cosas. Durante mucho tiempo la información básica sobre cómo funciona el mundo provino de la religión. A partir del siglo XX esta tendencia cedió ante los embates de la ciencia. Hoy es más fácil comprender la forma en que funcionan ciertos procesos naturales a partir de un modelo científico que implica deshacernos de una necesidad emocional, espiritual o religiosa. ¿Con esta película concluyó su discurso sobre la soledad?
La soledad es uno de los grandes temas de la condición humana. Cada película de amor es en realidad una reflexión sobre la naturaleza de la soledad. Así que no sabría responder. L
FERNANDO ZAMORA
@fernandovzamora ESPECIAL
Un payaso de pelos rojos
R
econocer la importancia de Stephen King no significa caer en la trampa del escritor de culto. Lo que King tiene son fórmulas entretenidas que en Eso no cuajan porque Andrés Muschietti no ha sabido (o no ha podido) respetar la idea original. El monstruo de Eso se alimentaba de los miedos infantiles, lo cual incluía el desconcierto ante el despertar sexual. La cosa está muy aligerada en esta adaptación. Los personajes originales de El club de los perdedores eran niños salvajes en pueblo gringo: llenos de malas palabras, racismo y sueños perversos que, en efecto, hubiesen asustado a cualquiera que entrara en ellos. La chica del club, por ejemplo. En la novela estaba decidida a ser el primer amor de todos estos perdedores que son, como es evidente, la representación de esas minorías que siempre exalta la pluma de King. El problema estriba en que estas minorías no son inocentes. Son humanas, algo que parece haber olvidado Muschietti para acentuar no la metáfora psicológica (que
es lo que hace de King un tipo interesante) sino la metáfora política, lo que hace de esta trama un lugar común. Porque es cierto: un payaso de pelos naranja habita las entrañas de Derry y otro la Casa Blanca, un grupo de niños blancos atosiga al Club de los perdedores igual que los supremacistas blancos gritaban en Charlottesville. Esto es el Deep America, sí, pero la historia de Eso giraba más bien en torno a fantasías húmedas y miedos de niño, a cultura pop en 1950. ¿Por qué la adaptación se ha trasladado a la década de 1980? Porque la segunda parte tendrá lugar en nuestro tiempo, lo cual permite adivinar que el comentario político será todavía más evidente. Con todo y todo, los fanáticos del horror y la fantasía saldrán fascinados de la sala después de ver Eso ; comentarán las similitudes con Cuenta conmigo y asistirán enternecidos al beso entre la guapa y el tartamudo. Dirán además que el plagio es una cuestión de estilo, el estilo de King, “el escritor de culto”. Por su
Eso (It). dirección: Andrés Muschietti. guión: Chase Palmer, Cary Fukunaga, Gary Dauberman, basados en una novela de Stephen King. con Bill Skarsgård, Jaeden Lieberher, Wyatt Oleff, Jeremy Ray Taylor. Estados Unidos, 2017.
parte, los amantes del cine tal vez aprecien lo cuidado de la imagen pero terminarán fastidiados con el susto que se construye con gritos y música y no con los sueños que, cuando éramos niños, no nos atrevíamos a recordar. L
MILENIO
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sábado 23 de septiembre de 2017
ESCENARIOS
ELMER CHICKERING
La niña y la flor Ofrecemos otra estampa de Amy Beach a través de su trágico y virtuoso Concierto para piano HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com
VIBRACIONES
C
lara Imogene Macy (1845-1911), pianista y cantante amateur, y Charles Abbott Cheney (1844-1895), fabricante de papel, tienen una hija el 5 de septiembre de 1867 —en Henniker, New Hampshire— y la bautizan como Amy Marcy Cheney. Es una bebé extraordinaria: al año es capaz de cantar más de 40 temas folclóricos y, a los 4, en el piano, toca de memoria valses de Strauss y compone uno propio que dedica a su madre. La familia se muda a Boston en 1875 y Amy aprende a componer por su cuenta. Se encierra en su cuarto y estudia sola los tratados sobre orquestación de Héctor Berlioz y Auguste Gevaert. Su sensibilidad con respecto al piano adquiere un sesgo cromático. Cierra los ojos y ve negras las tonalidades menores; en las mayores observa brillantes colisiones entre verdes, azules, rojos, amarillos y morados. En 1880, a los 13, Amy musicaliza un poema (“The Rainy Day”) de H. W. Longfellow, el artista más famoso de Boston; el resultado es una canción para piano y voz —de preferencia soprano— escrita en fa menor —tonalidad que Amy asocia a la tristeza— con un lenguaje lírico plenamente romántico de lánguidas atmósferas grises que acentúan el quieto misterio de un gélido día lóbrego y desolado. Por intermediación de los intelectuales locales —como el compositor William Mason, el abogado Oliver Wendell Holmes y el musicólogo Percy Goetschius—, Amy se
presenta —el 24 de octubre de 1883— por primera vez como solista al frente de una orquesta —que dirige Adolf Neuendorff— e interpreta el Gran rondó de concierto de Chopin y el Tercer concierto para piano de Beethoven con una cadenza propia. Casi dos años después —el 28 de marzo de 1885— debuta el Segundo concierto para piano de Chopin con la Sinfónica de Boston bajo la batuta del austriaco Wilhelm Gericke. A finales de ese año, Amy se casa con Henry Harris Aubrey Beach (1843-1910), maestro de anatomía que le dobla la edad (42). Se trata de un matrimonio de conveniencia. A Amy le conviene dejar de vivir con su madre y a la madre le conviene que Amy viva con un hombre que piensa como ella: una mujer decente no puede llevar la vida itinerante que exige la carrera de pianista. Por lo tanto, lo primero que Henry le pide a su esposa es que abandone su carrera como concertista. Sin embargo, en un gesto atípico en el entorno de una sociedad de costumbres victorianas, le dice que componga, pero ya no valses o canciones, sino obras de grandes dimensiones. Amy Beach —nombre con el que comienza a firmar sus partituras— compone la Primera sinfonía (1896), con el subtítulo “Gaeilic”, y el Concierto para piano (1899). De esta última obra, escrita a sus 32 años, destaca la expresión sombría de los dos temas que construyen la forma sonata —tradicional
DANZA
en su estructura— del movimiento inaugural (cuya duración frisa los 20 minutos). El primer tema, a cargo de la orquesta, es áspero y lento; avanza desde el temor, desde la desgracia. Después, el piano ejecuta una cadenza que resalta por intrépida y despreocupada, por ajena a la tristeza, por apelar a un virtuosismo melódico en tiempos del miedo. Un melodismo lírico y alegre, que ilumina y bordea apasionados pensamientos de danza. Pero ese mismo piano que, onírico, escapa de la nostalgia, se encarga, al presentar el segundo tema, de destruir cualquier esperanza. Su trágica melodía está basada en una de las primeras canciones de arte que Amy Beach escribió: “Jeune fille et jeune fleur” (la cuarta pieza de su Op.1), sobre un padre que entierra a su hija. Entonces todos los parámetros del sonido —colores, silencios, dinámicas…— son atravesados por la imagen de una niña muerta. Y el sufrimiento es insoportable por su falta de sentido: un dolor que se abre de cara al infinito. L ARGELIA GUERRERO
makarova81@yahoo.com.mx ESPECIAL
Bailar, reconstruir y levantarse
L
a mañana del 19 de septiembre de 1985, la Ciudad de México vivió un terremoto devastador. Treinta y dos años después, la tarde del 19 de septiembre, volvimos a experimentar un temblor intenso. La experiencia de 1985 hizo que la gente saliera a las calles y, como ahora, rebasara a los organismos institucionales. Quienes hacían danza aquellos años no fueron la excepción y sumaron sus esfuerzos al impulso colectivo de solidaridad. La comunidad de la danza, además de sumar su apoyo físico en las horas inmediatas al desastre, coordinó esfuerzos para visitar los campamentos de damnificados. Agregó a las brigadas de apoyo un recurso cuya capacidad de reconstrucción muchas veces pasa de largo y puede ser fundamental: el recurso del arte.
El discurso que posee el arte constituye, en muchos sentidos, una herramienta capaz de reflejar las sensaciones de vulnerabilidad a las que nos sentimos expuestos y tender un lazo de empatía que poco a poco y, desde lo más profundo, nos reconstruye. Es cierto que danza en la calle se venía ejecutando desde hacía tiempo, principalmente por la falta de acceso a otros espacios, por experimentar nuevos lugares para la representación y por una latente necesidad de bailar y mostrar las coreografías a públicos más diversos y amplios. La diferencia sustancial a partir de 1985 fue la vinculación de esta inquietud dancística con las asociaciones de barrio, hecho que le imprimió una naturaleza específica y determinó radicalmente su sentido.
La compañía Barro Rojo
Dicha vinculación surgió de la colaboración que los bailarines aportaron en las movilizaciones de los primeros días posteriores al terremoto, en las acciones de primeros auxilios y rescate, proceso que continuó dando funciones en los campamentos de damnificados y que redondeó su ciclo creando múltiples obras que reflejaron y asimilaron distintas perspectivas de aquella experiencia individual y colectiva.
“En aquel entonces nos dábamos cuenta de que formábamos parte del pueblo y que había que organizarse para conocerse”, dice Cecilia Appleton a propósito de aquellos días. Compañías como Barro Rojo encontraron en la danza su lenguaje natural para hablar “del conflicto que generó el sismo como un hecho social”. La danza tiene nuevamente la oportunidad de vincularse con su sociedad y levantarse con ella. L
VARIA
sábado 23 de septiembre de 2017
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LABERINTO
ESPECIAL
Valor vuelto cobardía DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
TOSCANADAS
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uando se lee Moby Dick, uno se topa con una serie de monstruos marinos que son enfrentados por hombres valerosos. Hay mucho de viril y plausible en los actos de ubicar ballenas, perseguirlas, arrojarles arpones, atarlas al barco, destazarlas, y cocer algunas de sus partes para recolectar el valioso aceite. Ahab, Queequeg, Starbuck, Ishmael y toda la compañía son dignos de admiración literaria y humana, son ejemplos para cualquiera que sueñe con aventuras dignas de machos dignos. Imposible abordar uno de esos barcos sin el justo revoltijo de valentía y prudencia. En opinión de Starbuck: “En este asunto de la pesca de la ballena el valor era una de las grandes provisiones necesarias para el barco, como la carne y la galleta, que no se podían derrochar locamente”. Valor, distinguido de la temeridad, pues el valiente es quien actúa a pesar del miedo, mientras que el temerario ni siquiera siente temor. “No quiero en mi bote a ninguno”, decía Starbuck, “que no tenga miedo de la ballena”. Ya que en su opinión un hombre totalmente sin miedo era un compañero mucho más peligroso que un cobarde. Escenas de valor del hombre ante la bestia tenemos también en las historias
de toreros de Hemingway. A él le había seducido la fiesta brava en gran medida por las agallas que requería. “El toreo es la única de las artes en que el artista está en riesgo de morir y en la cual el buen desempeño depende de la honra del torero”. Teófilo Gautier, en su paso por España, nos habla del torero Francisco Montes: “Teníamos ojos nada más para ver a Montes, cuyo nombre es famoso en todas las Españas, y cuyo heroísmo es el tema de mil relatos maravillosos… Como es hombre de gran valor, ha recibido en su carrera muchas cornadas, una de ellas en la cara, como lo atestigua una larga cicatriz; en ocasiones ha salido gravemente herido”. Entonces, volviendo a Hemingway, él deja claro que arte y valentía van de la mano: “La forma de torear de Romero producía una emoción auténtica, porque sus movimientos guardaban una absoluta pureza de líneas y dejaba que cada vez los cuernos del toro casi le rozaran, conservando siempre la calma y la serenidad”. En cambio: “Los otros se retorcían como sacacorchos, levantaban los codos y se inclinaban sobre los flancos del toro cuando sus cuernos habían ya pasado, para dar una falsa impresión de peligro”. Aunque tanto Hemingway como Melville cuestionan el futuro de los toros o
CAFÉ MADRID
la caza de ballenas, no habrán pensado que sus héroes acabarían por volverse villanos; que lo que ellos llaman valor, hoy muchas voces lo tildan de cobardía. Melville nos dice que: “Menguaría mucho la gloria de la gesta que san Jorge solo hubiera afrontado a un reptil de los que se arrastran por la tierra, en vez de entablar batalla con el gran monstruo de las profundidades. Cualquier hombre puede matar una serpiente, pero solo un Perseo, un san Jorge o un Coffin tienen bastantes agallas como para avanzar valientemente contra una ballena”. Sí, Herman, eso en tus días, porque hoy Perseo no sería un héroe ni San Jorge santo y ambos serían lapidados por haber dado “cobardemente” muerte a la última de las medusas y al último de los dragones. L VÍCTOR NÚÑEZ JAIME
periodismovictor@yahoo.com.mx ESPECIAL
Escucha, Cataluña. Escucha, España
E
spaña es, durante estos días, un monotema. El órdago independentista de Cataluña domina la agenda nacional e inquieta a Europa. Mientras escribo estas líneas, la policía y la Guardia Civil incautan papeletas y carteles mandados a imprimir para el referéndum ilegal y, de paso, detienen a funcionarios de la Generalitat. Todo indica que la tan cacareada consulta ciudadana no se llevará a cabo el próximo 1 de octubre, pero la gran pregunta es: ¿después de esa fecha, qué pasará? No hace falta ser doctor en Sociología o en Derecho Constitucional para prever las protestas en las calles de Barcelona y la intransigencia, tan legal como contundente, del Tribunal Supremo Español. Lo urgente es hacer política, claro. Dialogar, llegar a un acuerdo que satisfaga a los que desean irse de España y a los que desean quedarse. Lo que no puede seguir prevaleciendo es el inmovilismo. El otro día, mientras el Parlamento catalán sacudía a España entera al
aprobar su Ley del Referéndum, en Madrid cuatro personajes de la vida pública y de distinto signo político hacían un llamado a la cordura. Josep Borell, Francesc de Carreras, Juan José López Burniol y Josep Piqué se reunieron en el Centro Cultural Blanquerna , en la céntrica calle de Alcalá, para presentar un libro que han escrito juntos. Se llama como el primer verso de una oda del poeta Joan Maragall, Escucha, Cataluña. Escucha, España (Ediciones Península) y, en sus más de 300 páginas, este cuarteto de políticos ofrece sus argumentos a favor del entendimiento y en contra de la secesión. “Los cuatro autores rechazamos cualquier decisión y procedimiento que no respete la legalidad y se adopte violándola; es decir, no solo no somos independentistas sino que nos oponemos, por ejemplo, a un referéndum que no sea legal. En definitiva, ninguno de los cuatro está a favor de saltarse de ningún modo el orden constitucional”,
explican en el prólogo de su libro. Y en torno a dicha tesis giraron sus intervenciones en el salón del sótano de esa librería madrileña. Borell, quien fue ministro de Obras Públicas en los gobiernos de Felipe González y presidente del Parlamento Europeo entre 2004 y 2007, reconoció que una obra como ésta “llega tarde” porque “lo que vivimos hoy es el resultado de llevar muchos años sin aclarar los mitos del secesionismo”. Para él, lo más probable “es que siempre haya un 20 o 25% de catalanes a favor de la independencia, pero al explicar todas las aristas del asunto siempre seremos mayoría los que queramos seguir en España”. Dijo que el presunto agravio fiscal al que
se han referido de manera insistente los independentistas “es una mentira permanente. La administración del Estado español no nos roba, como quieren hacernos creer”. Por eso propuso “contrarrestar la desinformación, dialogar para buscar el lugar adecuado de Cataluña en España y crear un sistema federal con una distribución racional de los gastos”. Pero más allá de los factores políticos y económicos, están los culturales. Puede que Cataluña sea una nación singular dentro del Estado español, pero su unión histórica, literaria, deportiva y artística es indisoluble de la península ibérica. Que lo escuche Cataluña y que lo escuche España. L