Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO ENTREVISTA
PERSONERÍO
HÉCTOR GONZÁLEZ
JOSÉ DE LA COLINA
Ana V. Clavel y la inconstancia del corazón
La poesía traviesa de José Juan Tablada
Foto: H.G.
SÁBADO 18 DE MAYO DE 2019 AÑO 15 - NÚMERO 831
Amado Nervo: un siglo de ausencia Ernesto Lumbreras, Guillermo G. Espinosa, Juan Villoro/ ILUSTRACIÓN: EKO
Foto: Anónimo
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ANTESALA
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CASTA DIVA
Medea, te odio AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com OBRA DELACROIX
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bre la puerta y verás el asesinato de tus hijos” estalla el Coro, es la revelación. Medea, te odio, pechos envenenados, leche amarga, la muerte es fortuna cuando la vida es tortura. Jasón padece la venganza de su privilegio, elegir, abandonar y soportar que sus descendientes no honrarán sus aventuras. Medea agarra a sus hijos con la fuerza de la desesperación, con el derecho de la desgracia, los mata para matar al padre. Medea, te odio. “El amor es un gran mal para los mortales”, es enfermedad y vicio, arma y sacrificio. La esposa infeliz es una criminal que venga el ultraje de su lecho, mata a la nueva consorte, exiliada, protege a sus hijos de la herencia de su condena y los masacra, los expulsa de la vida con la fuerza del parto. Medea, madre amorosa, Medea, eres mi madre, me llevabas en el vientre mientras matabas a mis hermanos, eres la madre de todas las mujeres, tu homicidio nos maldice. Delacroix pinta Medea furiosa en 1838, a los niños desnudos, se defienden a mordidas, ella los sostiene con los dos brazos en un racimo, en una mano lleva el puñal para destazarlos, mira hacia atrás, que no la detengan, el amor es de ella, el asesinato es de ella. ¡Mátalos! le dice su voz de madre. ¡Mátalos! Le dice su voz de amante. ¡Mátalos!, mientras los niños gritan, el carro de Helios la espera, la ignominia le aguarda, la locura la posee. En el pasado ve el terror, en el futuro el abismo, buscando fuerza en el dolor, coronada y señalada, los pechos fértiles, podrían amamantar mientras los niños se desangran, oculta en una cueva, vestida con el manto rojo y la oscuridad, es la reunión más íntima, el verdugo y las víctimas, la escena es un incesto, poseer la vida es más absoluto que poseer el cuerpo. El Coro aúlla, “Eres de roca o de hierro que estás matando con tu propia mano la cosecha de tus entrañas”, y Delacroix que buscaba lo “inacabado de Rembrandt, lo exagerado de Rubens, destruir los prejuicios de la muchedumbre”, la pinta carnosa, pasional, sensual, un cuerpo que se entregó, que esperaba deseoso el regreso del héroe, consagrada con aceites y perfumes. El amor desfigurado en la sangre, el refinamiento de su ciencia, sabia y hechicera, la claridad de su mente, Medea, es salvaje, es la amante que no se debe traicionar nunca, prefirió matar a los más amados que asesinar al que la condenó en paria. Innumerables bocetos, dos versiones, para Delacroix fue una obsesión el dramatismo y “las licencias poéticas” al pintar la tragedia, “solo los locos y los impotentes no toman riesgos”, crear el momento que Eurípides no mostró, que dejó a la narración de los lamentos del Coro. Medea es el riesgo, poseída por ese amor que puede decir: te odio.
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Medea furiosa (1538).
La daga en el corazón. Dirección: Yann Gonzalez. Francia, México, 2018.
HOMBRE DE CELULOIDE
¿Moralista el cine francés?
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA CG CINÉMA
n el número 661 de Cahiers du Cinéma, Yann Gonzalez expresó su decepción por el cine francés que, a decir del director, es moralista y carente de “locura, lirismo y alteridad”. Gonzalez no parece ver que cada dos o tres meses se produce en Francia una ficción de explotación que normaliza toda clase de comportamiento sexual y exalta el uso de drogas y la violencia. Elle, de 2016, por ejemplo, pretende que una violación sea cómica. Por su parte, Alain Guiraudie presenta sexo explícito en El desconocido del lago y en 2016 filmó Animal vertical, que contiene una secuencia en la que un hombre sodomiza a un viejito de carnes caídas. Lo moralino no lo veo por ninguna parte. Pues bien, Yann Gonzalez está por estrenar en México La daga en el corazón, que se filmó en el contexto del homenaje a Dario Argento con motivo del remake de Suspiria. La daga en el corazón no está mal aunque evidencia que si hay alguien moralizante es Gonzalez mismo pues pretende que la prostitución y la pornografía sean políticamente correctas. Y puede que lo sean, pero pontificar a favor de ellas resulta hoy tan obvio como pontificar en contra de ellas. Defender como válida cualquier opción sexual es hoy parte de una “vanguardia” que se
ha convertido en pensamiento hegemónico. La paradoja que implica el hecho de que la ruptura se haya vuelto tradición es algo señalado desde 1985 por Octavio Paz en Los hijos del limo. La daga en el corazón cuenta el extravagante enfrentamiento entre un asesino enmascarado y una directora de cine porno gay inspirada en Anne-Marie Tensi, quien en la vida real llevó “el arte de la pornografía” a su edad de oro. Los títulos de algunas de sus películas son sugerentes: El asesino homosexual, Homosatisfacción y Nalgas de fuego. La daga en el corazón es una parodia de estas películas porno. Es un pastiche, pues, aunque visualmente muy bien logrado. Pero que la película sea bonita no la vuelve contestataria por más que el director parezca estar diciendo que en Francia el único revolucionario es él. Y sin embargo es tan notoria la influencia de autores como Friedkin, Argento y Almodóvar que resulta muy obvio. Y lo obvio, claro, es poco revolucionario. Por
Defender como válida cualquier opción sexual es hoy parte de una “vanguardia”
su contenido gay, por la violencia propia del Cine de explotación y por uno o dos valores estrictamente fílmicos (la actuación de Vanessa Paradis, por ejemplo), La daga en el corazón tiene asegurado un sitio en el cine de culto. Seguro que no dejará de proyectarse en toda clase de festivales “alternativos”. Son tantos que resulta lo más convencional del arte moderno. Y es que los amantes del cult esperan que se sigan a la letra diversos lugares comunes. ¿O habrá quien piense que un slasher prácticamente calcado de la serie Halloween es original? Ahora, como muestra de lo que es el cine posmoderno sí que vale la pena ver y discutir los valores estéticos de Una daga en el corazón, atender a la entronización de esta moral en que el único amor verdadero tiene lugar durante el efímero instante de un orgasmo. Por otra parte, la película resulta significativa para el arte mexicano: fue producida en parte con dinero de este país gracias al estímulo 189 del Eficine. Y a mí me parece muy válido que se apoyen esta clase de proyectos e incluso que un cine que necesita de tanto apoyo como el nuestro parezca hallarse en condiciones de fomentar a artistas franceses. Aun así la moralidad de todos estos hechos es algo que es necesario discutir.
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POESÍA
Zumban las moscas...
LOS PAISAJES INVISIBLES
Alta temperatura
EDUARDO CERECEDO
Zumban las moscas, el aire fantasea al ser continuo, resplandor de la piedra, la música del agua. Confesar la santidad de abril, apresura la lluvia al ofrecimiento del cielo como ofrenda fugitiva, que redime nombrar lo que sueñas en mi costado. De esa humedad de fósil blanquea la cita que me reclamas. Este poema forma parte del libro Soplo de ceniza (Textos de Difusión Cultural/ UNAM).
EX LIBRIS
Historia del ojo/ EKO
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IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
n el verano de 1947, E. B. White padeció el calor insoportable de Manhattan en un cuarto de hotel con la calefacción averiada y una ventana estrecha por la que se colaba una hebra de aire tibio que no refrescaba pero recrudecía el agobio de los grados Fahrenheit que hacían hervir las tuberías, derretían las suelas de los zapatos, humedecían cabezas y extremidades y tostaban el ánimo casi al nivel de la locura. White afrontó la onda cálida por la encomienda de la revista Holiday, escribir una crónica sobre los cambios urbanos de la isla, un texto memorioso que 50 años después se publicó como libro con el títuloHere is New York. Lo valioso de esa obra es que ya en aquel entonces, E. B. White profetizó la fragilidad de Nueva York en sus rascacielos, y menciona lo fácil que sería para dos aviones destruir ese espacio glamoroso y mítico de la Unión Americana. Spike Lee rodó en 1999 Summer of Sam, una peli sobre las torturas físicas y emocionales que inflige la alta temperatura veraniega de Nueva York, empeoradas por la paranoia colectiva que urdió David Berkowitz, el Hijo de Sam, el serial killer que entre 1976 y 1977 se despachó a seis personas e hirió a otras tantas con un revólver calibre 44. El Bronx que retrata Spike Lee es un distrito casi en el hervor, donde la gente no halla alivio a la insolación ni en la desnudez, una quemazón que Lee es experto en registrar, recordemos, si no, las escenas de las tórridas habitaciones o de las calles sofocantes de Do the Right Thing (1989) y de Jungle Fever (1991), donde sus personajes están a punto de licuarse como discos de vinilo en una estufa. Los relatos de Pedro Juan Gutiérrez de Trilogía sucia de La Habana no serían tan eficaces sin el bochorno que provoca humedades de todo tipo, que enardece los olores corporales de lo sutil hasta la náusea y acrecienta la sed que no se quita ni con ron ni con hielo ni con agua sino con ciertas secreciones porque la calina, según Gutiérrez, induce las cocciones genitales en ese trozo de tierra encallado en el Caribe. En todos los episodios de la Trilogía se suda, se adormece, y también se muere por momentos, porque la temperatura aniquila lenta, fatigosamente, como una monstruosa cruda. Hablando de resacas, una de las más infames es la que narra John Fante en La hermandad de la uva: Henry Molise acompaña a su padre Nick a los viñedos californianos del viejo Angelo Musso. En la cabaña abrasadora de Musso, Molise, Nick y otros borrachines picotean hogazas de pan y queso provolone, y beben varias garrafas de Chianti y de clarete mientras las abejas invaden la covacha irrespirable y se posan en la cara, el cuello y los brazos de los bebedores. Molise despierta con un doloroso bombardeo en el cráneo y los ojos a punto de salirse de las órbitas, y observa el patético espectáculo de su padre remojando los dedos en el vino y llevándoselos a la boca con expresión de imbécil. “Ardía de sed, quería agua fría en la cara, en todo el cuerpo, un arroyo, una charca, un abrevadero, limpieza fría, me puse en pie y salí dando tumbos hacia la bodega que había a unos cien metros, una construcción de piedra que parecía una vivienda. ¿Qué había pasado? ¿Por qué había bebido tanto? Tomarse un vino, o dos, incluso tres, vale. Pero sumergir la cabeza, beber sin medida, atiborrarse con el calor que hacía, tentar a la muerte como si tal cosa, en silencio, en compañía de unos viejos borrachos…, mamma mía! ” Pero Fante exagera, eso no es nada: en la Ciudad de México llevamos un buen tiempo tentando a la muerte como si tal cosa, no siempre con el deleite de un Chianti o de un clarete, pues a diario sumergimos la cabeza en el veneno invisible potenciado por los 28 o 30 grados de esta infame temporada.
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La influencia literaria de Amado Nervo en Ramón López Velarde y Carlos Pellicer pesó tanto como la admiración y la amistad
Tres poetas a las orillas de su tiempo
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ERNESTO LUMBRERAS ILUSTRACIÓN ALFREDO SAN JUAN
Dónde y con quién estaban en la primavera de 1919? ¿Qué hacían y qué pensaban este trío de poetas de generaciones distintas? Convivieron en la Ciudad de México, desde el fervor y la reserva, a partir del regreso de Amado Nervo al país a comienzos de julio de 1918, después de trece largos años de ausencia y hasta el 7 de noviembre del mismo año, fecha en que abordó el tren que lo llevaría a Nueva York a la espera de un transporte marítimo con rumbo a Buenos Aires. La línea de fervor la encarnaba Carlos Pellicer Cámara quien, el 22 de julio a nombre de la Sociedad Rubén Darío, rendiría un homenaje al autor de Místicas en la Escuela Nacional Preparatoria. Las cuartillas leídas en esa ocasión, publicadas una semana después en el número 4 en la revista juvenil San-Ev-Ank, del 1 de agosto de 1918, revelan un conocimiento puntual y detallado de las etapas, no solo de la poética del escritor nayarita, sino de la poesía escrita en castellano: “La obra de Nervo es ya una obra completa y lógica, de bella sabiduría y de honda sinceridad. […] Siento ya la influencia de sus últimos libros en ciertos poetas jóvenes de Sudamérica. Será una influencia benéfica. Será una influencia benéfica como la de Chocano. Poetas disímbolos ambos cuyo conocimiento conviene ampliamente a nosotros los jóvenes”. En el frente de la reserva y, por qué no, de la suspicacia y la decepción, se localizaba Ramón López Velarde, en otra época admirador de primera línea de Amado Nervo, según lo suscriben sus comentarios y reseñas publicados en periódicos de provincia
entre 1907 y 1911. Por ejemplo, en el comentario de En voz baja (1909) que publica en 1909 en la Gaceta de Guadalajara, distingue a su autor como el “más ponderado y respetado de mis literatos predilectos”. En este momento, el entonces estudiante de leyes en San Luis Potosí confiesa correspondencias, no solo estéticas sino espirituales, con su héroe de aquella época: “Prefiero a Nervo sobre otro cualquiera porque ningún peninsular ni latinoamericano se adecua como él a mi modalidad psíquica. […] Nada de modernismo en falsete, de descoyuntamiento de sílabas, de impresiones aisladas” (las cursivas son mías). Estos dos últimos anatemas curiosamente le echarían en cara al López Velarde que organizaba y daba los últimos toques de su libro capital: Zozobra (1919). Todavía en su primera residencia capitalina, el zacatecano mantenía un altar meritorio al autor de El bachiller y escribía al inicio de su crónica, “Otoño”, aparecida en La Nación el 4 de octubre de 1912, estas líneas del todo cómplices: “Bellamente habló Nervo de la tarde en que regresa el peregrino a mirar a la novia pálida: la tarde desmayada en un lecho de lilas, tarde impregnada de cierta tristeza aristocrática”. Para mayo de 1917, en la revista Pegaso, López Velarde marca distancia al comentar brevemente dos libros de Francisco González León: “Su obra es moderna, por el alma. Hondo y atingente, González León, en mi sentir, no es inferior al temperamento de Nervo”. Esas cuantas líneas es menester leerlas a contraluz porque, en otros aspectos, el jerezano osa ubicar, en el mismo plano categórico, a un desconocido poeta de provincia al lado de una gloria del presente de la poesía mexicana. Cuando Amado Nervo hace su aparición triunfal en la Ciudad de
México, Ramón López Velarde no se aparece en las recepciones, homenajes y lecturas que le tributan sus compañeros de la Revista Moderna y los nuevos poetas. Ocasiones sobrarán para que el maestro y el discípulo coincidieran ya fuera en casa de amigos comunes, la de Enrique González Martínez, la de Efrén Rebolledo, la de Rafael López… Pero no, al menos en los días y las noches de julio a septiembre de 1918, el abogado y consultor de la Secretaría de Gobierno estará muy ocupado y no se permitió conocer y saludar, en un ambiente familiar, a uno de sus capitanes literarios durante sus años de poeta cachorro. El 27 de agosto de 1918, Amado Nervo celebraría su cumpleaños número 48. Lo festejaría con los suyos y en su tierra, por última vez, discurriendo por el filo amenazante y seductor de una idealizada tentativa de incesto a la que era conveniente poner mares, selvas y montañas de distancia. En tanto, el 15 de junio, Ramón López Velarde había alcanzado los 30 años y se curaba el mal de amores, tras la ruptura con Margarita Quijano, en el “desencanto profesional/ con que saltan del lecho/ las cortesanas”. Por su parte, Carlos Pellicer Cámara, quien gustaba de quitarse años desde aquellos ayeres, sumó 21 vueltas solares el 16 de enero de 1918, año conocido como el de la funesta gripe española. Los tres poetas, formados en la tradición y el rigor de la cultura católica, nunca estuvieron departiendo en una charla de sobremesa, mucho menos en una caminata peripatética y nocturna de las que gustaba el de Jerez. Cuando finalmente el gobierno de Carranza decidió la misión
A partir del 16 de mayo de 1919, la vida social y la íntima de Nervo serán apoteóticas
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diplomática de Nervo en el Cono Sur, buscando con su figura continental sumar aliados en Latinoamérica frente a la influencia norteamericana, paralelamente se reclutó a Carlos Pellicer para viajar a Colombia y Venezuela con la encomienda de crear una federación estudiantil y divulgar la cultura de México. Dada la crisis naviera, tras la firma del armisticio de la Primera Guerra Mundial el 11 de noviembre, el tabasqueño coincidió unos días en Nueva York con Amado Nervo. En carta del 17 de noviembre, dirigida a su madre, Pellicer comenta: “Hace cuatro días estuve paseando con el poeta insigne Amado Nervo, mi amable amigo. Es muy cariñoso. Yo lo quiero respetándolo”. El joven poeta concluye el paréntesis neoyorquino realizando un tortuoso viaje en autobús, primero a Washington y luego a Key West, Florida, donde tomaría un barco el 29 de noviembre a La Habana; en esta ciudad conocerá y tratará a Salvador Díaz Mirón, autor que lo impresionaría hondamente. El periplo de Nervo fue largo y cansado con efectos terribles para su salud. Saldría de Nueva York el 23 de diciembre con destino a Burdeos para luego, tras una estancia en París de casi un mes, tomar un navío en Tilbury, Inglaterra, con destino final a Montevideo, al que arriba el 16 de mayo. A partir de esa fecha, la vida social y la íntima del poeta consagrado serán apoteóticas: recepciones oficiales y sociales casi todos los días, cartas a tope en su escritorio que reclaman su lectura y respuesta, admiradores que lo halagan y lo distraen, la aparición de un último amor que lo inquieta, lo desvela y lo prepara a la muerte… En Buenos Aires, como en la capital
A uruguaya, el mexicano forja la leyenda de sus últimos días y de su gran final ocurrido el 24 de mayo en el Parque Hotel de Montevideo. La fatal noticia llega a todas partes. En Bogotá, Pellicer la recibe como una descarga brutal, según confiesa en el emotivo párrafo de la carta del 31 de mayo de 1919 dirigida a su madre: “Mi amigo adorado, el inmenso poeta Amado Nervo, murió a cinco. Su muerte me tiene sumamente abatido. […] Parece que ha muerto alguien de nuestra familia: así está mi corazón de triste. Estoy de luto, y estaré un mes cuando menos. […] En Nueva York paseé con él algunas veces, y la última vez que nos vimos, al pie del puente de Brooklyn, me despedí de él diciéndole: ‘¡Hasta pronto, don Amado!’ Y él me contestó abrazándome: ‘¡Usted y yo, hasta siempre!’ ” Este agudo pesar también lo hará extensivo con uno de sus corresponsales de aquella época, José Gorostiza, al momento de enumerar —con cierto chantaje— a sus amigos en una carta del 22 de junio de 1919:
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apremiantes y más subjetivas, Ramón López Velarde pasa revista de sus encuentros y desencuentros con la obra del difunto en su artículo “La magia de Nervo”, publicado el 15 de junio de 1919 en El Universal. Se trata de una pieza ejemplar de la exégesis y la crítica. Abona una anécdota donde se alude a una noche de octubre de 1918 en la que el poeta de Elevación conversó fugazmente con el autor de Zozobra. Poco se dijeron porque el primero monopolizó a “una magnética señora, hecha de blanco, de negro y de verde”, admirada por todos los ojos masculinos del convivio. Sin pretender dinamitar la gloria de Nervo o cosa parecida, el jerezano dice abominar “sus versos catequistas, alejados de la naturaleza artística y, en ocasiones, en pugna con ella”. A descargo, revalora un “donjuanismo trascendental” consistente en desvelar la magia del mundo, incluso, en los asuntos más insulsos: “Nervo respiró, como pocos, en la deliciosa congoja de confundir todas las nociones de cultura en el esqueleto de lo vital”. En Colores en el mar, el autor convocó en sus páginas los nombres de Nervo y López Velarde, fallecidos durante la gestación de su ópera prima. Allí aparece también la figura del “viejo y entristecido y olvidado” Salvador Díaz Mirón. Los tercetos a la manera de Dante que dedica Pellicer al autor de “La suave Patria” recuerdan justamente a este poema, en sus giros y levedades en torno de lo íntimo, en conjunción con un orbe mayor: “El corazón al corazón se fía/ si el alma cual las águilas natales/ estrangula serpientes en la vía”. Según cuenta Alfonso Taracena, paisano y amigo del poeta de Hora de junio, éste “pasó la noche entera viendo morir a Ramón López Velarde y otra velándolo”. Dos días después, el historiador reencuentra a Pellicer, quien “continúa lanzando suspiros y lamentaciones de la vida y diciéndome que esta muerte de López Velarde ha sido para él fatal, y que la siente como no sentirá la de nadie”. Ante las suspicacias de Taracena, el poeta arremete: “Usted cree que no conozco a la gente, que soy un muchachito, que soy pura pose… López Velarde era al par que un gran poeta, el más generoso de los hombres, y por eso lo quise”. En plan de abogado del diablo, el periodista menciona que no es para tanto pues en realidad lo trató poco. Encendido y melodramático, el poeta lo corrige: “Eso cree usted, pero no había día en que yo no fuese a ciertos lugares donde se encontraba Ramón. Nadie me ha querido tanto como él ni a nadie he querido yo como a Ramón”. El inquisidor paisano revira y le dice que si bien tuvo más trato con Tablada, sobre todo en su estancia colombiana, extrañamente en pocas ocasiones lo nombra. Pellicer, fuera de sí, estalla: “¡Qué va! ¡Tablada es una puercaza envuelta! ¡Parta usted por principio que ha robado, que abandonó a su primera mujer! ¡Qué voy a quererlo yo!”
C “Tuve uno que me quiso mucho, aquel que una tarde frente al río Hudson me dijo: ‘Carlos, usted es como yo: muy afectuoso, ¡y eso amarga tanto la vida!’ Ése fue Amado Nervo, el más amado de los poetas”. Para este momento, Carlos Pellicer cavila la posibilidad de publicar su primer libro. A la experiencia del viaje y de la estancia en Colombia, pródigos de paisajes y revelaciones, ha decantado su genealogía y sus filiaciones. El contacto con José Juan Tablada, como sucedió en López Velarde, removió y actualizó su concepto de la poesía. Los meses de fraterna convivencia, primero en Nueva York, luego en Colombia y Venezuela,
coinciden con el Tablada instalado en la cima de su vanguardia. En tales circunstancias de reformulaciones, Pellicer decide posponer su debut y depurar su propuesta hasta 1921, año de la publicación de Colores en el mar, 1915-1920. En ese volumen, el tabasqueño incluye “Homenaje a Amado Nervo”, un poema que enfatiza la vertiente confesional y sincera del poeta modernista, dialogando con su más célebre poema, “En paz”, una pieza central de El declamador sin maestro. En la Ciudad de México, la noticia de la muerte de Nervo es asunto de Estado. Por razones menos
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El Poeta de América murió el 24 de mayo de de la capital uruguaya. Este ensayo recupera
Amado Nervo en Mont
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GUILLERMO G. ESPINOSA/ MONTEVIDEO FOTOGRAFÍA JOSÉ MARÍA LUPERCIO
s la madrugada del 24 de mayo de 1919 en Montevideo y Amado Nervo está postrado en la habitación 42 del Parque Hotel, a causa de una crisis renal. Había llegado a presentarse ante el nuevo presidente de Uruguay, Baltasar Brum, cumpliendo una misión diplomática. La suite tiene una ventana al centro, una sala y un espacio reservado a una cama. Todo está transformado en un cuarto de hospital. Nervo está rodeado de gente que le procura cuidados y atenciones en su agonía. El día está brumoso a un costado del Río de la Plata, hace frío y el poeta amado, un fenómeno de masas en España e Hispanoamérica, muere en soledad, sin familia, sin hijos, sin las mujeres que inspiraron sus versos más emotivos, distante de la tierra y la gente que lo vio nacer en 1870, en Tepic, Nayarit. La tarde del 23 de mayo sabía que los médicos ya no podían hacer más, y en la penumbra de esa suite del primer piso del Parque Hotel, dice sus últimas palabras: “¿Por qué no abren esas ventanas para que entre luz? No quiero morir sin ver el Sol”. Su último deseo no fue concedido. Nervo falleció de noche. Apenas ocho días antes —sometido por la uremia— había complacido a su público con un recital en el Ateneo de Montevideo. Fue el último. Ya se rumoraba aquella noche que el vate estaba enfermo. El País, un periódico recién fundado en 1918, se atrevió a reportar ambiguamente, el sábado 23, sobre el estado de salud del Poeta de América y sostuvo que “dentro de la gravedad de su dolencia se ha notado una mejoría que tiende a acentuarse”. Nervo había llegado a Montevideo el 16 de mayo. Dos meses antes desembarcó en la vecina ciudad portuaria de Buenos Aires para acreditarse ante el gobierno de Hipólito Yrigoyen como representante personal del presidente Venustiano Carranza. El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista buscaba dar prestigio internacional a la Revolución mexicana y a su gobierno con una diplomacia que estaba convirtiendo a escritores, intelectuales y artistas
en emisarios notables. Y Nervo era la encarnación de esta personalidad: un poeta, un auténtico embajador del amor, proveniente de una república que había pasado una década experimentando una sangrienta guerra civil.
El enviado especial
En aquella suite de techo alto, húmedo el ambiente,elpoetavivíasusúltimashoras. Se acomodaba una y otra vez para intentar,envano,neutralizareldolor.Unmédicodeguardialeasistíayalgunosamigosle acompañaban.ElescritorperuanoVíctor Andrés Belaúnde estuvo ahí todo el tiempo. El secretario de la legación mexicana enviócontinuamentereportestelegrafiados a la Cancillería, vía Buenos Aires. No había comunicación directa con México, como tampoco servicio telefónico. Un cuarto de siglo antes, a su llegada a la Ciudad de México, le había tocado a Nervo hacer guardia en el lecho de muerte de Manuel Gutiérrez Nájera, periodista de la revista Azul, portavoz del modernismo literario. Luis G. Urbina lo recordaba a su llegada a la Ciudad de México en 1894 por el levitón negro con el que solía vestir su “escuálida” figura, causando la impresión de un “seminarista provinciano”. Ese joven estuvo con el Duque Job hasta que expiró. Habían convivido medio año y habló tres veces con él, brevemente, según Pedro Malvigne, uno de los biógrafos de Nervo, que son muchos y en distintos países, desde su natal Tepic hasta Buenos Aires. Como escritor de fama, Nervo llamó la atención desde 1895, al publicar su primera novela, El bachiller, la historia de un hombre que se emascula para renunciar al matrimonio y permanecer en el seminario. Después vendría Pascual Aguilera, otro relato impactante en el que Pascualillo, el protagonista, es violado por la mujer que lo crio desde los dos años. Su primer impulso como escritor le abrió la puerta de El Imparcial, que le asignó la tarea de escribir crónicas sobre París y la Exposición Universal de 1900. Era algo excepcional en el periodismo mexicano de la época: un enviado especial. De aquel tiempo data su amistad con el poeta nicaragüense Rubén Darío, las tertulias literarias y los viajes al resto de Europa. Cuando en pleno siglo XX llega a Madrid como segundo secretario de la embajada de México, Nervo ya era un poeta conocido en el mundo
hispanoparlante y sus poemarios se vendían por doquier. Su retorno a México atrajo una concurrencia de lectores inusitada y honores de una guardia militar. Cuando emprende el viaje investido de ministro plenipotenciario en diciembre de 1918, es invitado en su escala en Nueva York a declamar en la Sociedad de la Poesía. El periplo duró tres meses. Nervo residiría en Buenos Aires y sería concurrente en Montevideo y Asunción. La poesía era una forma de entretenimiento público, como la zarzuela, el teatro o la música. Todo era en vivo. José Santos Chocano, el poeta peruano contemporáneo de Nervo y del México revolucionario, llegó a amasar 5 mil dólares en recitales de poesía en Puerto Rico, según una investigación del Instituto Mora de 2003. Los poetas en el cambio de siglo eran vistos como hombres de cultura capaces de guiar al mundo; había una recuperación de la tesis platónica acerca del papel de los poetas en el Estado, particularmente en las repúblicas. Ni la radio ni el cine eran medios de masas en 1919. Los libros de poesía, las revistas y los diarios con fotografías eran la mayor novedad del momento. El rostro del poeta, sus fotografías bien posadas e iluminadas, estaban en sus páginas. Una de esas fotos está en el lugar exacto donde murió el mexicano. Es hoy una oficina de la sede administrativa del Mercado Común del Sur (Mercosur), que se ocupa de asuntos relacionados con la integración económica regional. Hay también una placa conmemorativa y algunos mexicanos y público interesado vienen de vez en cuando a rendir pleitesía. La suite tenía un baño del lado izquierdo y una ventana grande con un diminuto balcón art nouveau de hierro, con vista a una palmera y de espaldas al Río de la Plata. La imagen de Nervo fue donada de manera anónima a la oficina que hoy ocupan Esteban Rogel y Pablo Riera. —¿Sabías de la existencia de Nervo antes de llegar acá? —le pregunto a Rogel, un argentino de Tucumán. Para dar su respuesta, toma aire, saca el pecho, me mira y dice: —“Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo vida...”.
Los críticos literarios debatían acerca del lugar de Nervo en la lírica del modernismo
El escritor nayarita y su hija adoptiva, Margarita Dailliez.
e 1919, en el Parque Hotel a sus últimos días
ntevideo
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La madre de este funcionario del Mercosur, nacida a principios del siglo XX, era admiradora del poeta y a su hijo le recitaba en la infancia. Nervo fue popular. Pablo Rocca, un especialista en literatura regional, dice que “su prestigio era grande, en especial entre los últimos resabios de los poetas románticos. Y la difusión de su obra fue muy grande entre los sectores más ‘populares’. Sus textos se difundían en ediciones de bajo costo y se reproducían en periódicos de Montevideo y del interior”. No todo era miel. Los críticos literarios de 1919 debatían acerca del lugar de Nervo en la lírica del modernismo literario. Unos pensaban que el mexicano le había dado a la literatura un sentimiento, una sensibilidad emocional. Otros sostenían que su poesía no alcanzaba los recursos líricos de Darío, excelsos en el orden, la rítmica y la brillantez de las palabras. La misma Juana de Ibarbourou, uruguaya, hija de una nación rica en poetas, tenía un dominio más exquisito de los recursos líricos. Juan Zorrilla de San Martín, “poeta de la patria” en Uruguay, anfitrión de Nervo, estuvo inmerso en esa polémica. La de Darío fue una “revolución en la lengua, en el verso, en la música. Pero faltaba algo a su obra y eso se lo dio Nervo. Al verso musical y perfecto, Nervo agregó la lacrimae rerum (llorar por algo)”. La discusión podría extenderse hasta el presente. Nervo entra en la escena literaria en el “coletazo” de un romanticismo “trasnochado”, dice Jorge Arbeleche de la Academia Nacional de Letras de Uruguay, en una conversación con otros miembros de número de esta institución: Ricardo Pallares y Beatriz Veigh. “Pieza de historia”, afirma Pallares. “No hay un aporte”, vuelve Arbeleche. Es popular, dice Veigh, pero su lírica no trasciende en lo literario. “Heredó componentes más románticos que modernistas, recibió del idealismo filosófico, emparentado con el individualismo. Está acentuada la temática de la melancolía, del tiempo pasado, de la pérdida, de las idealizaciones, fundamentalmente de la figura amada. Hay una remisión a lo sacro, a la perfección divina; pierde estatura carnal”, dice Pallares. “Era llena de gracia como el Ave María”, tercia Arbeleche, citando de memoria “Gratia plena”.
de El País, llevó a la tribuna de la Cámara la lírica de Nervo y personalmente entonó: “Porque veo al final de mi rudo camino,/ que yo fui el arquitecto de mi propio destino./ […]/ Amé, fui amado, el sol acarició mi faz./ ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!” Tanto revuelo por el fallecimiento de un poeta extranjero fue insólito, pero razonable. “Era la época del Montevideo romántico. La muerte de Nervo no podía ser vista más que como una señal, un acontecimiento: aquí vienen a morir los poetas”, afirma Néstor Ganduglia, cronista de a pie de Montevideo, que cuenta entre sus historias callejeras el asesinato de la poeta Delmira Agustini, en 1914. El mismo día que pisó la capital uruguaya, el 16 de mayo, el mexicano declamó en el Ateneo, un espacio oval, con una cúpula monumental que hace notable el edificio neoclásico-romántico en el centro de la ciudad, todavía hoy, a 119 años de su construcción. Allí, ante unas 300 personas, poco después de las nueve de la noche y de pie en un estrado semicircular, Nervo hizo una breve introducción de sí mismo como portador de una auténtica “embajada del corazón”. Se dirigió a las mujeres para asegurarles que sus versos de amor nacían y terminaban en ellas. No dijo mucho más. Después habló, según sus propias palabras, “de la única manera en que puedo hacerlo: con poesía”. En el libro de actas del Ateneo, su presidente, Claudio Williman, conmovido, escribió esa misma noche: “Con voz de limpidez extraordinaria, sin asperezas, con acento espiritualizado y sereno, dejó oír sus mejores poemas. Sus ademanes concretos y suaves acompañaban la dicción como una misma cosa”. Nervo quedó bajo una “tempestad de aplausos”. Días después, la noticia de la muerte del poeta conmocionó también a la vecina Buenos Aires, donde La Nación, ya para entonces un periódico de renombre, solía publicar los escritos del mexicano desde sus años en Europa. La Prensa, la competencia periodística en la capital argentina, dio los detalles de su agonía como ningún otro diario. Con lujo de detalle reportó el sufrimiento del nayarita. Algunos en Montevideo, como Pedro Manini Ríos, un político destacado de la época, se enteraron de primera mano de aquellos amargos momentos. “A mi abuelo le escuché decir que se agarraba a un crucifijo y a la trenza de Cecilia”, su “amada inmóvil”, recordó Hugo Manini Ríos, evocando a la española que amó a Nervo en el completo sigilo, viviendo en París y Madrid. El buque Uruguay transportó el cadáver del Poeta de América, escoltado por uno argentino. Zarparon del puerto de Montevideo en septiembre y tres meses después llegaron a México. Circulan versiones que no hacen sino engrandecer la leyenda de Nervo; sostienen que en cada puerto se unió un barco y que al llegar a Veracruz iba acompañado por una cauda de naves. Sería un poco frívolo decir que Nervo fue un rockstar mediático en el temprano siglo XX. Pero la verdad es que no hay uno de ellos capaz de haber tenido un final de tan fastuosas dimensiones.
El buque Uruguay transportó el cadáver del Poeta de América, escoltado por uno argentino
Embajada del corazón
La mañana del 24 de mayo de 1919, el cuerpo de Nervo fue trasladado del Parque Hotel al cementerio central de Montevideo en preparación de su funeral, que se realizó al día siguiente. Una multitud acompañó el féretro desde el panteón hasta la sede de la Universidad de la República, en la principal avenida de la ciudad, la 18 de Julio. Hubo cortejo militar, marcha fúnebre y coronas de flores blancas por decenas. Personalidades uruguayas tributaron al escritor con vibrante oratoria. Era lunes y el Senado hizo un paréntesis en su agenda para rendirle un homenaje, no solo por ser el “enviado extraordinario y ministro plenipotenciario del Gobierno de México”, sino también por su condición de poeta. Y ahí mismo, el periodista Eduardo Rodríguez Larreta,
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DE PORTADA
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ENTREVISTA
Misionero espiritual En esta aproximación, Juan Villoro traza un breve retrato de la vida y la obra de Amado Nervo GUADALUPE ALONSO CORATELLA FOTOGRAFÍA JOSÉ MARÍA LUPERCIO
Primer jipi de América Latina
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ara los poetas posteriores, Nervo resulta anticuado, ridículo, por no decir cursi. Las vanguardias le dan la espalda. Queda como el poeta a quien había que recitar por fuerza cuando hablábamos de los Niños Héroes, de la raza de bronce, un poeta oficial, poco interesante. Lo que me cautiva de él no es tanto su poesía sino el fenómeno que representa, un poeta múltiple, de muchas vertientes. Fue fundador del periodismo rosa, escribió crónicas de sociales en los periódicos de Mazatlán, fue precursor de la ciencia ficción moderna en México. La última guerra es un texto que prefigura a George Orwell y su granja de animales. Redescubrió a Sor Juana. Nervo va en un tren, se descompone la locomotora en Nepantla, entonces se baja y dice: “Estoy en el territorio de Sor Juana, ¿qué es esto? Tenemos que reivindicar a la gran escritora del Siglo de Oro mexicano”, y escribe Juana de Asbaje. Fue teósofo, para algunos el primer jipi de América Latina porque practicaba un pacifismo universal muy especial.
Cosmopolita
Parte del éxito de Amado Nervo y Rubén Darío se debe a que se integraron al parnaso literario en París y luego participaron en la diplomacia. En Europa, entran en contacto con grandes poetas, aprenden idiomas, conviven con las vanguardias. Es un trabajo de ascensión cultural extraordinario. Logran, así, tener una red internacional de gente que va creando todo un movimiento. El modernismo tiene que ver con eso, con las ilusiones de una clase media naciente que anhela estar en el gran mundo y, en cierta forma, lo inventa. Viene, entonces, toda esa época en que los poetas están emprincesados, escriben de castillos, de estanques con cisnes, dicen que comen faisanes, cosas que no han probado nunca, es decir, con zapatos rotos describen un mundo suntuoso que no conocen, tratando de apropiárselo a través de las palabras y, en buena medida, lo logran. Nervo, poco a poco, abandona la retórica, ciertas formas hechas, y se acerca a una sinceridad de la expresión. En algún momento dice: “Mi trayectoria no tiene tanto que ver conmigo sino con la sinceridad de mi vida. He asumido un discurso franco y espontáneo”. De hecho, el más famoso de sus poemarios, La amada inmóvil, sobre la muerte de Ana Cecilia Dailliez, su mujer, es un acto de desahogo muy espontáneo, un mea
El autor de El donador de almas, quizá la primera novela trans en México.
culpa gigantesco, porque sintió que no había hecho lo suficiente para salvarla de la muerte. Esta progresiva sinceridad es uno de los grandes temas a analizar en Amado Nervo, quizá no tanto en la poesía, sino en otras formas como las letras de la canción romántica.
Exageración del sentimiento
A Nervo le interesaba la música y tenía un sentido musical extraordinario en su poesía. Hay un ritmo muy marcado, pero como los poetas posteriores lo consideraron demasiado sentimental, cursilón, casi patético, fueron los compositores de la canción romántica quienes se apropiaron de él a través de dos figuras esenciales: Guty Cárdenas y Agustín Lara. Esa mitología del hombre que ha querido a las mujeres y ha sido abandonado por todas, esta figura absolutamente romántica, está calcada del modernismo y, en gran medida, de Amado Nervo. Compositores como Juan Gabriel, quizá sin estar conscientes, han seguido esa estela y, de una manera muy directa, pasaron de Nervo a Agustín Lara y a su propia obra.
Entenderlo significa entender a alguien que transformó la sensibilidad mexicana
Poeta iluminado
A Nervo le toca una época muy singular, el momento en que los recitales de poesía se convierten en auténticos lugares de ceremonia laica, un espacio alterno a las iglesias donde, con cierta transgresión, se habla de romanticismo, de amor. Los poetas de ese entonces son los nuevos heraldos del sentimiento, y la gente se congrega ahí para tener emociones que no pueden tener en las iglesias. Es un desplazamiento cultural formidable. Por sus intereses místicos, espirituales, y su conocimiento de la teosofía, Nervo se piensa como un intercesor entre fuerzas sobrenaturales o fuerzas que demuestran que la naturaleza es sagrada. Él ve este filtro entre lo trascendente y la gente común, entonces simplifica su forma de decir en favor de un contacto más directo con las personas. Para los críticos posteriores esto lo convierte, más que en un poeta, en una especie de misionero espiritual. Nervo asume esta función, cultiva mucho su imagen. Todo en él está calculado para presentarse como un hombre sensible, sufriente, alguien que ha pecado, se ha arrepentido y puede comunicar sus dolores de esa manera. Siente que de la visión del abismo puede brotar la transfor-
mación espiritual, y se manifiesta como una especie de San Agustín, un pecador arrepentido que, por haber caído muy bajo, puede vislumbrar cosas más altas. Así seduce a muchas personas.
El legado
Nervo es un escritor popular y un renovador de múltiples formas. Entenderlo significa comprender a alguien que transformó la sensibilidad mexicana a través de su poesía, que se interesó en muchos órdenes de lo cultural y conectó con la sensibilidad popular. Sus novelas breves son de alto contenido erótico. El donador de almas es quizá la primera novela trans en México, sobre un individuo que tiene en su cerebro el alma de una mujer y el alma de un hombre. El propio Nervo dice que es un caso de hermafroditismo intelectual. Es una comedia escrita en 1899 que prefigura buena parte de la narrativa posterior del siglo XX. Ese Nervo transgresor, vanguardista, está por descubrirse porque para mí era el poeta un tanto cursi que le gustaba a mi abuela, y esto oscureció la faceta del escritor insólitamente transgresor que ella nunca leyó y que me estaba destinado.
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EN LIBRERÍAS
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NARRATIVA, ENSAYO Camila y el cuadro robado
Petit Paris
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A FUEGO LENTO Sánchez
Yo soy el Araña México, 2019
Mónica Lavín Destino México, 2019 157 páginas
Justo Navarro Anagrama España, 2019 236 páginas
Esther García Llovet Anagrama España, 2019 136 páginas
Lo que empieza como un trabajo escolar (una investigación sobre el robo de piezas de arte resguardadas en museos) conduce a la joven Camila a convertirse en detective luego de que en el museo donde trabaja su madre ha desaparecido una pieza de gran valor. Mientras las acciones toman el ritmo de un thriller policiaco, Camila se enfrenta a otro misterio: el del amor y sus arrebatos. Novela romántica e indagación policial conviven en perfecta armonía.
Ambientada en marzo de 1943, cuando se presiente la derrota del nazismo luego de la victoria soviética en Stalingrado, esta novela gira en torno a la figura de un comisario que debe aclarar las muertes de tres miembros de la escuadra española. El escenario es París, rebosante de espías, traidores, agentes encubiertos y oportunistas a la caza de dinero sin arriesgar el pellejo. Justo Navarro da forma acabada a un thriller de inesperadas resonancias políticas.
Los editores anotan que esta novela es la segunda entrega de la Trilogía instantánea de Madrid; la primera fue Cómo dejar de escribir. Nikki, la narradora, y Sánchez, un losser que siempre anda con problemas de dinero, se conocen de tiempo atrás. En el reencuentro que tienen después de no haberse visto, ella lo apura porque debe conseguir un galgo que compita en una carrera que está organizando. El Madrid de la periferia ocupa un papel importante.
Antología de la gestión cultural
Agua de Lourdes. Ser mujer en México
El espectáculo del tiempo
Eduardo Cruz Vázquez (coord.) Universidad Autónoma de Nuevo León México, 2019 196 páginas
Karen Villeda Turner México, 2019 144 páginas
Juan José Becerra Planeta México, 2019 526 páginas
La figura del gestor cultural en tiempos recientes ha adquirido notoriedad; sin embargo, tiene una larga historia. En la presentación a este volumen, Cruz Vázquez señala que se remonta a la creación de la SEP. Recuerda también que fue un trabajo que se creó a sí mismo, pues no se estudiaba académicamente (ahora ya hay una carrera). Subtitulado Episodios de vida, para la elaboración de este libro coral se impuso el principio de que los textos contaran una historia.
Mientras siga habiendo feminicidios en nuestro país es una obligación escribir textos y libros que los denuncien. Karen Villeda pone su grano de arena para intentar acabar con esta situación. En este libro, se vale de diferentes técnicas literarias y periodísticas para transmitir su mensaje: “a las mujeres nos están matando en México”. Por su naturaleza, se trata de un diagnóstico doloroso y abierto. “Este libro no terminará nunca, Karen. Mientras sigas viva, no terminará”.
La vida cotidiana y sus recovecos son la materia de este libro con un fresco sabor testimonial. Juan José Becerra, uno de los más celebrados escritores argentinos de hoy, es capaz de hacer un retrato de Eva Perón, describir los sinsabores de una cita amorosa, asistir al cine o diseccionar el artículo de una bióloga acerca de la manipulación genética en una colonia de ratones. De esta manera, y gracias a un estilo de perfecta arquitectura, redondea una visión total de su circunstancia.
Indigencia azul y roja ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
L
a novela negra se ha convertido, por méritos indiscutibles, en la coartada de la escritura zombi (nada más que cháchara antisistema, pobreza sintáctica y vocabulario exiguo) al servicio de argumentos infectados por la parafernalia del cómic o el batiburrillo habitual de las notas policiacas. Hablo, por supuesto, de México y de los constructores de una monótona desgracia a la que ellos mismos llaman “literatura”. Yo soy el Araña (Reservoir Dogs) es una de sus más recientes producciones. Va una rápida síntesis. Después de recibir un golpe accidental en la cabeza, Pedro Pérez —un joven elemento de la policía estatal— cree encarnar al súper héroe a quien venera tras una vida dedicada a la lectura de historietas: el Hombre Araña. En su desvarío, y ya enfundado en su disfraz de licra azul y rojo bajo el sol de Hermosillo, fantasea con el secuestro de su esposa y la emprende contra un grupo de matones y narcotraficantes. Muy bien. Es de suponer que el lector está obligado a transigir con semejante ocurrencia, no tanto por empatía como porque Carlos René Padilla debe considerarlo un paladín de la ley del menor esfuerzo. ¿Qué tenemos? El consabido potaje a base de ráfagas de R-15, cargamentos faraónicos de droga, mansiones lujosas, camionetas blindadas. No echamos en falta a los policías y militares fumando mariguana o aspirando líneas insólitas de cocaína mientras llenan sus bolsillos con dinero sucio, al diputado que mueve los hilos del tráfico a Estados Unidos, al gobernador alcoholizado recibiendo maletines repletos de dólares. Pregunta obligada: ¿será que Carlos René Padilla no ha leído a sus colegas para comprobar que, a excepción del monigote con disfraz, su novela es una calca de motivos y personajes reconocibles en los híper programáticos ejemplares del género? Tengo la sospecha de que no, de que una suerte de código social y no escrito ocupa el lugar de la imaginación entre los autores de novela negra. Tal como se anuncian estos tiempos políticos, y tal como se perfila el mapamundi del negocio de las drogas, seguiremos padeciendo esas llamadas de atención a la manera de Yo soy el Araña. Es una muy mala noticia. La otra es que sus últimas páginas prefiguran la reaparición de su protagonista, de seguro queriendo ajustar cuentas con el archienemigo de su paz matrimonial y su colección de cómics.
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TERTULIA
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PERSONERÍO
ENTREVISTA
Tabladurías JOSÉ DE LA COLINA
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uillermo Sheridan llegó a la reunión de la redacción de Vuelta regalándonos ejemplares de un folleto de cubiertas apasionadamente azules, una separata de la revista Literatura Mexicana, del Centro de Estudios Literarios de la Universidad, en la que publicaba, anotaba y prologaba impecable y sabrosamente, con el título de “Una colección de poemas desconocidos de José Juan Tablada”, las 30 piezas que halló en sus exploraciones profesionales de miembro del Instituto de Investigaciones Filológicas y en el archivo tabladiano que ese mismo Instituto guarda. Hay esbozos o primeras versiones de poemas conocidos, poemas inéditos o solo publicados en revistas, poemitas de circunstancias, epigramas y breves juegos rimados, y lo primero que llama la atención, en una ojeada a los versos dedicados en el fin du siècle à la jeune fille terrible Renée Vivien, née Pauline Tarn, poetisa de “imágenes perversas, sadomasoquistas, lésbicas y exotizantes”, es que su cantor mexicano prefigure las letras de los boleros que habrían de florecer en México ya avanzado el siglo siguiente y gracias a los cabarets, los prostíbulos, los teatros, los tocadiscos, las rocolas, la radio y desde luego esa síntesis de todo eso: el cine mexicano. Estas líneas, me parece, ya quieren ser acompañadas por guitarras, requinto, maracas y un trío de melosas y unísonas voces masculinas: “Parece que tus ojos van a llorar,/ parece que tus labios van a besar,/ parece que tu alma es una bendición,/ parece que tu carne es una maldición”. Y aun se diría que Agustín Lara, última palpitación del modernismo latinoamericano, habría puesto su música y su voz de catacumba a estos cuatro octosílabos motivados por mademoiselle Vivien: “y en el divino contorno/ de tu breve boca mustia/ un sollozo se adivina/ y una súplica se exhala”. Al darme la separata, Sheridan, él mismo un rápido y temible esgrimista de la rima al que he visto compitiendo con el ingenio improvisador de los copleros jarochos en una fiesta que Nedda G. de Anhalt ofreció a Octavio Paz por el cumpleaños de éste, me recomienda un picoteante “madrigal dadá” en el cual Tablada usa con vigor y gracia los apellidos de dos célebres pintores hermanados al azar por dos sílabas iniciales: “¡Pica, pica, pica, Picasso,/ pica, pica, pica, Picabia,/ no deje tu rabia/ ni un solo pedazo;/ vuélvalo cedazo/ tu cólera sabia…!/ ¡Pica, pica, pica, Picasso!” Ni Mallarmé ni Alfonso Reyes desdeñaban estos recreos de la pluma al margen de páginas de mayor ambición. Tengo nostalgia de una posible historia y antología de esta literatura traviesa, o esta moneda menuda de la creación verbal, e imaginé un libro que debería emprender alguien experto en inediteces y archivos, algún Sheridan que podría ser el mismo Guillermo y que lo haría mejor que nadie. La musa cosmopolita y traviesa de Tablada atiende igualmente al coto mexicano, y si caballerosamente calla la identidad de una literata gorda que le suscitó la siguiente impiadosa quintilla: “Le rebosan del corsé/ y la cintura grasas,/ y la muy ingenua lee/ La rebelión de las masas/ del gran Ortega y Gasset”, en cambio, en un epigrama contra el Doctor Atl traza en filigrana indirecta mentada de madre con imagen directa y sádica: “Que de Satán el tornillo/ te perfore y te taladre/ pues no has abierto, Murillo,/ y vino a verte/ tu padre”.
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La autora de Breve tratado del corazón (Alfaguara).
Ana V. Clavel
“El corazón es como un laberinto”
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HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com FOTOGRAFÍA H. G.
ara Ana V. Clavel (Ciudad de México, 1961), hablar del corazón no es algo nuevo. A lo largo de sus libros se ha dedicado a hurgar en los resortes que marcan su funcionamiento. Varias de las ideas o tesis sostenidas en títulos anteriores se articulan en Breve tratado del corazón (Alfaguara), una novela que se sostiene en cuatro voces independientes pero unidas por un fino hilo color rojo, como marca la tradición china, envuelto por una prosa sugerente. A través de sus personajes, la escritora profundiza en las pulsiones y pasiones que nos definen como seres humanos y como país. El corazón es un asunto que habías desarrollado en otros libros. ¿Con esta novela podríamos decir que lo redondeas? No necesariamente, de pronto desde el subconsciente trabajas una urdimbre cuya forma final desconoces. En las minificciones de CorazoNadas me burlé del ícono que representa al corazón. En un primer momento, El amor es hambre se llamó Corazón de lobo y trataba de una caperucita gourmet que fantaseaba con la idea de comerse el corazón de su amado. En Breve tratado del corazón regreso a situaciones que aparecieron en mi primera novela, Los deseos y su sombra. Me refiero a ese personaje invisible que anda deambulando por la Ciudad de México y que ahora toma forma con Casandra.
Casandra, un personaje inspirado en un caso real. Nació a partir de una chica que apareció descuartizada en los andenes del metro San Antonio. Yo vivo cerca y la noticia me conmocionó. Cuando estaba armando la novela me pareció interesante retomar al personaje en calidad de alguien que pierde la vida pero se queda como alma en busca de una reubicación. ¿Cortázar fue referencia al momento de estructurar las cuatro historias que se narran en el libro? Parte del trabajo de Breve tratado del corazón consistió en colocar las piezas de ese rompecabezas al estilo de Cortázar. En un momento pensé incluso en Rayuela, salvadas las proporciones. Se me ocurrió sugerir un pequeño tablero de navegación a través del cual proponer que si lees las historias de manera invertida es posible reconceptualizar el flujo sanguíneo de la novela. A través de estas cuatro historias hablas del corazón y sus aristas. Por un lado recuperas una cita, “El corazón es el sexo humano”, de Hélène Cixous; y por otro hablas de la muerte.
“Desde el subconsciente trabajas una urdimbre cuyo final desconoces”
El corazón es como un laberinto y me interesaba abordar sus distintas tentativas. Al recabar la información histórica y literaria descubrí que es algo muy vasto. Cifrar en la narrativa toda la emotividad es una necesidad humana, algo a lo que llamo el síndrome de Sherezada: nuestra casi innata necesidad de contarnos historias y de encontrarle relación a esa trama que vamos urdiendo con nuestra propia vida o con las historias de los otros. Gracias a esto podemos dotar a un elemento como el corazón de una carga narrativa extra. Sucede algo similar cuando escribes un libro y empiezas a elucubrar todas las posibilidades. Para esta novela me pareció que valía la pena ironizar sobre la imposible tentativa de, en unas cuantas páginas, armar un tratado acerca del corazón. Finalmente, las pulsiones y deseos son lo que verdaderamente nos hace humanos. Dice Savater: “el hombre es lo que no es” para referirse a las carencias humanas. A partir del corazón se puede hablar de todo. Sí, aunque curiosamente de lo que menos hablo es del amor. En el libro predomina un espíritu de época: el corazón inquieto que busca su razón de ser. San Agustín sostenía que la inquietud del corazón se debía a la búsqueda de Dios. Pero para quienes somos agnósticos, la inquietud que nos queda es la de no saber a dónde nos dirigimos y más cuando enfrentamos una realidad tan caótica, violenta e inexplicable. ¿Quién nos iba a decir hace veinte años que el país se iba a convertir en esto?
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DANZA
RESEÑA
Trazos corporales de la memoria
Lola Montes: una mujer de leyenda
ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA ANDRÉ GITZE HUERTA
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Una escena de Nina, de la coreógrafa Lidya Romero.
ada historia de vida, colectiva o personal, debe su existencia a quienes la precedieron. Historiar los procesos sociales y personales es un ejercicio que va más allá de lo nostálgico. Nos permite entender la naturaleza de nuestras circunstancias; así como ver con claridad aquello que queda pendiente; pero, sobre todo, también hace posible colocar en su justa dimensión los pequeños y grandes esfuerzos previos. La historia de lucha y resistencia de las mujeres no es la excepción. Muchas de nosotras llevamos detrás la historia de múltiples mujeres y cada una a su modo las honramos y sanamos. Como escribe la poeta Jimena González: “Escribo/ para sanarme, para sanarlas,/ para ser algo más que víctimas/ alguien más que algo/ mucho más que otras”. Recorrer, reconstruir y repensar a las mujeres que nos precedieron y nos constituyen, y presentar sus historias, da lugar a dejar de negarlas y no permitir que se les olvide y se nos olvide. Lidya Romero, coreógrafa y bailarina mexicana, realiza este ejercicio que de lo personal migra a lo colectivo con la obra Nina, en la que seis bailarinas emprenden un viaje en el tiempo y recrean en escena el imaginario femenino de la década de 1950, con funciones el 18, 19 y 31 de mayo; 1, 2, 7, 8 y 9 de junio en la Sala Covarrubias de la UNAM.
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ESCENARIOS
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Con énfasis en la sonoridad producida por Mauro Gómez, la iluminación de Hugo Heredia y el vestuario de Mario Marín, la coreógrafa teje un lenguaje con el que su compañía Cuerpo Mutable/ Teatro de Movimiento cuenta la historia de una mujer, la de cada mujer. Nina es la tía abuela de la coreógrafa y conocemos su historia narrada desde el México postrevolucionario. En ella se refleja la historia de una mujer de espíritu libre (y quién no lo tiene), nacida en una familia tradicional. La travesía de una mujer que migra a la enorme ciudad y se abre camino un día sí y otro también para desarrollarse. Es la historia de una mujer que celebra la vida. Cada una de estas cualidades se representa en sus diversos trazos junto a los gestos mínimos, con cuyo detalle evoca inquietudes, anhelos, pensamientos y rasgos en la personalidad de los personajes. La coreógrafa pone a disposición del escenario estos recursos para transitar de la intimidad de las historias a un recorrido por la memoria. La misma Lidya Romero aparece como intérprete de este trabajo coreográfico, ahora que cumple 44
La coreógrafa transita de la intimidad de las historias a la memoria
años en el escenario, lo que no es un hecho menor dada la situación de la danza en México, sobre la que hemos reflexionado constantemente en este espacio. Romero se ha constituido en una de esas mujeres de las que habla en su obra. Es, para las mujeres en la danza, esa metáfora corporal de la que ella nos cuenta en su obra y constituye el imaginario de cada mujer, de cada bailarina. “Soy ultrachilanga, megachilanga, ultramegachilanga”, exclama para definirse como parte de la fauna endémica de esta Ciudad Monstruo. “Todo el tiempo viajaba en Metro y en peseros ya sea a Chapultepec o al Centro. Creo que de ahí me viene toda esa cosa urbana. La ciudad ha sido la materia sobre la que me inspiro como coreógrafa. En eso y en la familia, que es un ámbito que se me hace espeluznante: las relaciones familiares y de los hijos con las mamás y los papás”. Alumna destacada de Guillermina Bravo, un día decidió emprender el vuelo en la vida independiente, pese al disgusto y la sentencia de la Bravo: “nunca van a hacer nada y van a estar destinados a comer tortas y a tomar Pascual Boing para siempre. O sea, ser unos parias toda la vida”. Lo arriesgó todo y hoy cumple 44 años en escena. Somos el fruto de nuestra historia. Somos las mujeres de nuestra vida. Romero lo dice en su danza y la poeta sentencia: “Alzo la voz para no negarnos/ porque tenemos nombre/ y no dejaremos que lo olviden”.
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ANDREA SERDIO
ivina Lola, de Cristina Morató, cuenta una historia increíble y sin embargo verdadera: la historia de Lola Montes (o Montez): “La falsa española que quiso ser reina”, advierte el subtítulo de esta novela publicada por Plaza & Janés en la que, fuera de algunos diálogos, todo es real, todo está documentado y conduce a un personaje complejo y fascinante que sedujo al rey Luis I de Baviera y lo hizo cometer tantas locuras para complacerla que lo llevó a perder la corona. Lola nació el 17 de febrero de 1821 en Irlanda. Muy pequeña viajó con su familia a la India, donde su padre murió y su madre se volvió a casar. Ella era feliz en Calcuta, pero su padrastro decidió enviarla a Escocia para que se educara; después fue ingresada a un internado en Durhan, Inglaterra. Lola Montes, que en realidad se llamaba Elizabeth Rosanna Gilbert, se distinguió por su belleza, pero también por su carácter obstinado y rebelde. Cuando tenía 16 años, su madre llegó a Durhan para exigirle que se casara con un hombre, viudo y adinerado, 50 años mayor que ella y al que no conocía. La boda parecía irremediable cuando un teniente llamado Thomas James le propuso huir con él. Casada con James regresó a la India, de la que salió huyendo poco después. Volvió a Europa. Quería ser actriz, pero no tenía talento. Su maestra de actuación le recomendó que estudiara flamenco; en cuatro meses aprendió a zapatear, a tocar las castañuelas y a pronunciar algunas palabras en español. Se inventó una historia, cambió de nombre y el 3 de junio de 1842, como Lola Montes, debutó triunfalmente en el Teatro de Majestad en Londres. Lola ocultaba su verdadera identidad, pero fue descubierta y en medio de una encendida polémica abandonó Londres y viajó a Alemania, a Polonia, a Rusia, donde actuó en el Teatro Bolshoi de Moscú. En una escala en Dresde, conoció y se volvió amante de Liszt, quien pronto la abandonó, no sin antes recomendarla con sus amigos de París, donde se presentó en la Ópera e hizo amistad con George Sand y otros personajes de la intelectualidad francesa. En Múnich conquistó al rey Luis I de Baviera, quien la hizo su amante y la nombró condesa. Otra vez el escándalo la obligó a huir a Londres y luego a Estados Unidos, donde triunfó en el Oeste durante la fiebre de oro. Comenzó a escribir y ofreció conferencias sobre los derechos de las mujeres. Finalmente, viajó a Nueva York, donde murió como indigente el 17 de junio de 1861. Su vida mitológica ha sido motivo de libros y varias películas, entre ellas Lola Montez. Bailarina del rey, de Willi Wolff y, la más conocida, Lola Montes, de Max Ophülsy.
Se distinguió por su belleza, pero también por su carácter obstinado y rebelde
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
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http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto
TOSCANADAS
Mademoiselle Fifí DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
A
hora que leía Padres e hijos de Turguéniev, hallé en el capítulo XVI estas líneas: “Una linda galguita, con un collar azul, entró en el salón, repicando con las patitas en el suelo… La galguita, cuyo nombre era Fifí, llegábase por turno, moviendo el rabo, a cada uno de los dos huéspedes y les ponía en la mano su frío hociquillo, husmeando”. Cuando leo a Turguéniev en la traducción de Cansinos-Asséns, percibo que éste último quiere debilitar la prosa al transcribir un exceso de diminutivos. Se sabe que Cansinos-Asséns fue devoto de Dostoievski, y en cambio consideraba a Turguéniev un autor segundón; y en eso le doy la razón. Pero aquí quiero hablar del singular hecho de que Turguéniev, un afrancesado, llama Fifí a la perra de la acaudalada Odintsova. También tengo por aquí una novela de Erich Maria Remarque titulada Arco de triunfo, cuyos eventos ocurren en París y donde hay una gata
GUY DE MAUPASSANT
El escritor francés retratado por Corbis.
llamada Fifí. Supongo que habrá muchos ejemplos más para un nombre tan ordinariamente canino o gatuno. Pero estos dos animales pierden importancia léxica cuando repaso el libro Mademoiselle Fifí y otros cuentos, de Guy de Maupassant. En el cuento que da título al libro, la tal Mademoiselle Fifí no es una mujer, sino un hombre, un subteniente: el marqués Wilhelm von Eyrik. Nos dice Maupassant: “Desde su llegada a Francia, sus camaradas no le llamaban sino Mademoiselle Fifí. Este apodo le venía por sus modos coquetos y angosta cintura, que le hacía parecer como si usara corsé; por su pálido rostro, en el que apenas se vislumbraba un naciente bigote, y por el hábito de manifestar su soberano desprecio por seres y cosas con la expresión francesa fi, fi donc, la cual pronunciaba con un ligero silbido”. Y sí, se puede escuchar una grabación de Antonin Artaud leyendo o declamando su poema “Les malades
et les médecins”, en la cual aparece la expresión de marras, y lo cierto es que no tiene un sonido muy viril. Mas en el caso de Mademoiselle Fifí, ése no era sino su aspecto exterior, pues Maupassant nos dice que “era orgulloso y brutal con los hombres, duro contra los vencidos, y violento como un arma de fuego”. Era impertinente y se divertía destruyendo obras de arte. Por su parte, los diccionarios franceses aclaran que fi es una interjección que ya cayó en desuso. Se usaba para expresar disgusto o desaprobación. Queda claro que la expresión “fi” o “fi fi” o “fi fi donc” revelaba más sobre la persona que la empleaba que sobre aquello que se deseaba denostar. Siguiendo a Maupassant podríamos asegurar que nada hay tan fifí como usar la palabra “fifí”. Pero no sigamos su ejemplo, llamándole Mademoiselle Fifí a quienquiera que tenga la costumbre de usarla.
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CAFÉ MADRID
Secretos e intrigas de la prensa
H
ayunadefinición—muy famosa, muy certera— que uno memoriza en la Facultad (esa burbuja romántica donde nos formamos) para luego arrojarse al “mundo real” con el objetivo de comprobarla: “periodismo es estar en la mierda y tratar de no ensuciarse”. El problema es que uno se imagina a la suciedad y a los vicios fuera de la empresa periodística que nos permite desarrollar nuestra profesión, que esa máxima tan cacareada se refiere a los corruptos, a los asesinos, a los estafadores, a los trepadores que hacen y deshacen a su antojo mientras ostentan el poder político, económico, social y cultural. Es decir: nosotros somos los “perros de la democracia” y ellos los “cerdos del sistema”, dos grupos tan distintos como enfrentados que, si en algún momento se juntan, nuestro esfuerzo ha de centrarse en salir limpio del encuentro y en disponerse a exhibir las fechorías del contrario, porque son ellos, ay, los que están al borde de la putrefacción. La puta realidad, sin embargo, es menos maniquea, más simple y más vergonzosa. Pero así como hay definiciones “deslumbrantes” de nuestra carrera, también hay reglas no escritas bien arraigadas. “Perro no come perro”, por ejemplo. Nosotros hablamos de los demás, les exigimos cuentas a los demás, pero nuestros trapos sucios… no es que los lavemos en casa, es que ni siquiera los lavamos. Por eso sorprende o indigna o sacude que alguien de nuestra tribu salga a la palestra y cuente lo que se cuece en las entrañas del oficio. En España se ha atrevido a hacerlo David Jiménez, un curtido reportero que, durante un año, dirigió el periódico El Mundo.
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismoivictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA CHRISTIAN GONZÁLEZ
Después de casi dos décadas como corresponsal en Asia, Jiménez aceptó hacerse cargo de un diario importante e influyente, pero muy golpeado por la crisis del país y del sector (disminución de publicidad, salida controvertida de su fundador y “líder moral”, Pedro J. Ramírez, varios recortes de personal). Aceptó, dice, porque le ofrecieron “libertad para echar a andar un proyecto de
Tras dos décadas como corresponsal en Asia, Jiménez se hizo cargo de un diario influyente
renovación” con el cual consolidaría un medio que presumía de su Unidad de Investigación y de su liderazgo digital en el mundo hispano. No conocía a la mayoría de sus compañeros de la Redacción (ni sus egos, deslealtades y rivalidades) y tampoco el “juego de favores” en el que debía entrar para “prosperar”. Así que el reportero, inexperto en gestionar todo eso, no tardó en enfrentarse al establishment político y económico acostumbrado a controlar a los medios de información y naufragó en el intento. En las páginas de El director, dedicado “a los futuros periodistas”, David Jiménez se sincera y cuenta las llamadas y encuentros con banqueros,
David Jiménez, ex director del periódico El Mundo.
políticos y empresarios que, a cambio de publicidad, dinero o filtraciones interesadas, pretenden marcar el devenir de su periódico. Él despliega su experiencia, pero no duda en que ésta sea el común denominador de toda la prensa española contemporánea (moldeada por Juan Luis Cebrián, Pedro J. Ramírez y Luis María Anson). “He compartido vivencias con otros directores y puedo decir que coincidimos en casi todo. Las presiones, ataduras y relaciones con el poder económico son similares, así como el mundo de las redacciones. Los personajes que se crean en ellas son compatibles, así como las dinámicas, las facciones y las luchas internas. Pasa en todas las empresas, pero un periódico es más competitivo que cualquier otra, porque tu trabajo es público y se expone todos los días. Eso hace que las rivalidades, en muchos casos, adquieran una toxicidad mayor que en otros oficios”, explicó en la reciente presentación de su libro. Sería demasiado ingenuo creer que, trabajando en una empresa (es decir, un lugar que tiene intereses) se puede avanzar manteniéndose ajeno a todo tipo de presiones. Pero, créanme, uno nunca imagina semejante nivel de sometimiento a los llamados “poderes fácticos”. La realidad, ya lo ven, no es como en las películas hollywoodenses en las que los periodistas aparecen como héroes impolutos que siempre triunfan. La mierda, no lo duden, está fuera pero también muy dentro de la prensa. Y, sin embargo, a pesar de todo, la verdadera vocación queda intacta y uno se aferra a seguir ejerciendo esta maravillosa profesión.
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