Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
ENTREVISTA
FERNANDO ZAMORA
MARCO ANTONIO CAMPOS
La nueva autoficción de Almodóvar
Óscar Oliva rememora a Jaime Sabines
Foto: El Deseo
SÁBADO 13 DE JULIO DE 2019 AÑO 16 - NÚMERO 839
Un viaje por carretera con Bob Dylan José Agustín Ramírez/ FOTOGRAFÍA: EFE
Foto: Pascual Borzelli Iglesias
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ANTESALA
13 DE JULIO 2019
CASTA DIVA
Aprendan AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA CAROLINAHERRERA.COM
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l paternalismo y la demagogia utilizan a la artesanía y las culturas populares como disfraz ideológico, estar con el pueblo es vestirse de huipil y sombrero. La firma Carolina Herrera, en la Colección Resort 2020, dirigida por Wass Gordon, se inspiró en los textiles mexicanos para realizar sus modelos. La Secretaría de Cultura lanzó una acusación de plagio y les pidió “una explicación por el uso de los diseños y bordados de los pueblos originarios”. La explicación es muy sencilla: las grandes firmas de moda extranjeras sí saben apreciar la belleza de nuestros textiles y por eso los innovan, los interpretan y son capaces de llevarlos a las pasarelas de alta costura. La queja de la Secretaría de Cultura es proteccionista y chovinista. La defensa de nuestros artesanos, y del valioso acervo cultural que producen desde hace siglos, se demuestra con acciones reales de planes de apoyo, comenzando por la educación, ninguna escuela de artesanías es a nivel universitario. En países que sí valoran esta sabiduría como China y Japón, existen universidades dedicadas a preservar las técnicas y formar artesanos con grados académicos, que pueden aspirar a becas internacionales y ser doctorados. En Japón no existe la diferencia entre artista y artesano, aquí es artista el que firma cajas de zapatos y no el que hace un bordado exquisito que le exige tres años de trabajo, otorgan doctorados en performance y no en maque de Olinalá. Los artesanos en México son folclor decorativo, no tienen estatus de artistas, por eso las universidades donde imparten arte no imparten artesanías. Carolina Herrera, Isabel Marant y Zara ven el potencial estético y comercial de esta belleza artesanal, algo urgente para que nuestra artesanía sea una forma digna de vida. La demagogia quiere ver a nuestros artesanos vendiendo en calles y en puestos ambulantes, con el despotismo de los clientes regateando. Lo justo es que esos textiles desfilen en pasarelas de alta costura, y que los clientes paguen lo que valen. Las técnicas se están perdiendo, los hijos de artesanos prefieren emigrar a Estados Unidos que continuar en la pobreza de un oficio infravalorado. Aprendan que no solo existen los horrendos diseños de Pineda Covalin, que denigran la artesanía en materiales baratos y ropa mal cortada o las obras de arte VIP de Betsabeé Romero, que se burlan de una tradición y la exhiben en los museos. Aprendan en lugar de quejarse y hacerse los ofendidos, vean cómo estas firmas pueden hacer lo que aquí no hacen, no es un asunto de derechos de autor, es un asunto de derecho a crear y vivir dignamente de la artesanía. Los que merecen explicaciones son los artesanos, y no de parte de las firmas de diseño, sino de parte de las autoridades de Cultura.
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Vestido de Carolina Herrera.
Dolor y gloria. Dirección: Pedro Almodóvar. España, 2019.
HOMBRE DE CELULOIDE
El caballero de los espejos
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA EL DESEO
l niño en la película Dolor y gloria parece ser la España de Pedro Almodóvar. Igual que su país, el chico inocente que dice que España es “una, santa, católica y apostólica” termina por volverse el cínico que a los 60 dice: “cuando tengo más de un dolor me vuelvo creyente. Si solo me duele la cabeza, soy ateo”. Este niño y este viejo son dos caras de la historia reciente de España y dos caras de Pedro Almodóvar en una película que, como todas las suyas, es confesional. Dolor y gloria narra pues la infancia del director y el inicio de su vejez. Como Proust, busca recuperar en ella el tiempo perdido. En la parte del niño, retrata a su madre y a un muchacho, un albañil: primer deseo fugaz. En el inicio de la vejez retrata a un actor decadente, a un amante bisexual que se decidió por las mujeres y a un Madrid que se ha convertido en “campo minado”. La película llega a su clímax con una puesta en abismo en que ambas historias chocan y se fusionan como en una banda de Möbius. A decir verdad, Dolor y gloria no es una película mala, pero está lejos de ser redonda y al final resulta casi aburrida. Esta es la segunda obra en que el director manchego explora el deseo infantil. La primera vez que lo hizo (fallidamente, a mi parecer)
fue en La mala educación. En Dolor y gloria, al menos, consigue ponernos al borde del asiento cuando un adulto se queda en la habitación del niño que lo desea. Uno se dice: ¿irá este hombre a transgredir el último tabú de Occidente? Esto hay que verlo. Como viejo seductor, Almodóvar juega con su público, lo tensa, lo induce a asustarse y por primera vez no relaja el escándalo recurriendo a la carcajada. Esta es la película seria de un hombre que creyó que era profundo, pero hacía reír. Y entonces el público creyó que lo suyo era cómico. Y eso se volvió. Dolor y gloria es la película seria que Woody Allen nunca ha podido escribir. Quien definitivamente no puede dejar de ver esta obra es quien conozca bien la historia de este hombre que representa el movimiento contracultural de La Movida en Madrid. Para entretenernos con Dolor y gloria es necesario, por ejemplo, conocer los inicios del director como escritor en la revista La Luna. Haber leído esa
Esta es la segunda obra en que el director manchego explora el deseo infantil
extraordinaria columna que firmaba con el seudónimo de Patty Diphusa. Quien no conozca a Patty no podría entender, por ejemplo, que Almodóvar siempre ha sido amigo de los espejos. ¿Cómo olvidar el cierre de su columna, cuando el personaje literario decide contar la historia de Pedro Almodóvar, su creador? Por eso resulta fallido decir que esta es “la película confesional de Almodóvar”. Todas lo son. Dolor y gloria está llena de referencias al cine, pero las referencias más importantes son pictóricas y literarias. No se trata solo de Proust. Como en Confesiones de una máscara de Mishima, el director narra con elegancia el deseo de un niño pequeño. Como aquel caballero que nació, como él, en La Mancha, Almodóvar sabe también que la única forma de conjurar a la locura es mirándose en el espejo. Y eso hace en esta y en todas sus películas. En cuanto a las referencias pictóricas, como Velázquez, Pedro Almodóvar se retrata en una compleja estructura de guion en que diversos espejos se reflejan para hablar de lo que es el arte, de lo que es la historia y lo que es él, Pedro Almodóvar, un viejo decadente que en un viaje de heroína cierra los ojos y se recuerda niño y siente nostalgia. Por los tiempos en que un muchacho lo encontró hermoso. Y lo pintó.
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POESÍA
Afuera estaba Dios
LOS PAISAJES INVISIBLES
Variaciones de un alter ego
JULIO RAMÍREZ
Afuera estaba Dios, a sol abierto. Tus cabellos dan bronce a las campanas. El cielo abrió puntual cuando abriste los ojos. Hay una astabandera desvelada al centro de mi respiración en vilo. Sopla un aire irredento ostentando tu cuerpo. Todo resuena dentro de la voz si dices a los pájaros.
Volará la memoria hasta el ajado filo de la luz: esta navaja corta, parpadea así el momento para que mi ceguera pueda verte. Dame la fronda de tus manos, hay estado de sitio en el combate de la almohada: huele a ciudad metida en los bolsillos. Cántame, pues, huérfano minuto, porque mi tacto se quedó sin habla.
Poema del libro inédito Remedo de amantismos.
EX LIBRIS
Autorretrato (dedicado a H. Pascal)/ EKO
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ANTESALA
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IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
esde hace más de 30 años, Pedro Almodóvar se narra a sí mismo en una historia a la que solo añade ciertas variaciones. La ley del deseo, de 1987, inaugura esa trilogía de autoficción: en pleno apogeo de La Movida madrileña, el cineasta Pablo Quintero (Eusebio Poncela) funda, sin querer, un triángulo amoroso al ligarse a Antonio Benítez (Antonio Banderas), quien, por celos, asesina a su amante preferido, Juan Bermúdez (Miguel Molina), en un desenlace trágico y kitsch que prefigura la narrativa almodovariana. Entre el elenco revolotea Tina Quintero (Carmen Maura), que antes fue hombre pero cambió de sexo porque se enamoró de un cura. Por cierto, la película abre con la escena de un extraño rodaje de supuesto porno gay. En La mala educación (2004), Almodóvar vuelve sobre el asunto: Enrique Goded (Fele Martínez) es un cineasta de éxito. Sorpresivamente, a su casa llega un presunto Ignacio (Gael García Bernal), su primer amor en la escuela primaria. Han pasado muchos años y aunque hay cosas que no concuerdan, Goded descubre que entre ellos hubo un triángulo amoroso con el Padre Manolo (Daniel Giménez Cacho). Para dar una vuelta de tuerca, el reaparecido es un farsante: se llama Juan, su nombre artístico es Ángel y el de travesti es Zahara. Encima, es hermano de Ignacio, quien murió por la mezcla de heroína, frustración y depresiones. La película cierra con el rodaje de las escenas de infancia con el cura. Dolor y gloria (2019), su filme más reciente, borda la misma manta: Salvador Mallo (Antonio Banderas) es un cineasta viejo e hipocondríaco. Tuvo una infancia miserable pero progresó gracias a los curas y el colegio religioso, del que fue el miembro principal del Coro. Mallo anda por Madrid y sus alrededores, doliéndose de las cicatrices que La Movida le dejó, reparando enconos, evocando afectos pasados y extrañando el abrazo protector de su piadosa madre. Los achaques lo tienen inmovilizado. Lamenta su soledad a más no poder, y gracias a que su ex amigo Alberto Crespo (Asier Etxeandia), le pide un manuscrito para montarlo en teatro, Mallo se reencuentra con Federico Delgado (Leonardo Sbaraglia). La historia de Mallo y Federico es, obvio, la de un amor frustrado por las ambiciones personales y la adicción a la heroína, droga que, según el personaje de Almodóvar, hizo de Madrid “un campo minado”. Dolor y gloria termina con la escena del rodaje en que el niño Salvador duerme con su madre en una estación. Mallo exclama “¡corte!”. ¿Por qué Almodóvar no fastidia al público con esa misma historia y personaje? ¿Por qué la crítica no le echa en cara el refrito? Se me ocurren dos razones: el toque para concebir figuras empáticas y la impecable manufactura de los filmes, principalmente la imagen de José Luis Alcaine, fotógrafo de cabecera de Almodóvar, quien seguramente estudió a fondo las teorías del color de Goethe, Havelock Ellis, Max Nordau y, por supuesto, Sergei Eisenstein, pues la tonalidad en los montajes posee una energía rotunda. Sin embargo, La ley del deseo, La mala educación y Dolor y gloria son la misma película, y no porque a Almodóvar le falte imaginación, sino porque el alter ego es un personaje complicado. Un ser tan vanidoso que exige la resurrección, tan obsesivo que se empeña en alterar su historia en estructura pero no en sustancia, tan pedante que confunde la aflicción con heroísmo. Del alter ego, sus variaciones y lo que lo hace singular, el gran maestro es Woody Allen por todo lo que en sus filmes ha convertido en mito: Nueva York, Gershwin, Stan Getz, Billie Holiday, la máquina de escribir, las gafas de armazón negro, los monólogos de tímida introspección. En cambio, del manchego están Madrid, los muebles rojos, los pósters de cintas de culto, las canciones de Chavela Vargas y el melancólico temperamento de amor fatal.
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De la vigilia al sueño, y de regreso, esta evocación hermana a las figuras tutelares que han sido Bob Dylan y José Agustín
Carta a Robert Zimmerman (con copia a mi jefe)
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JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ ILUSTRACIÓN JAR
on todo respeto, capitán, no pienso esperar a que alguno de nosotros pase a mejor vida para decirte todo lo que pienso de ti, o de usted, disculpe, pues incluso ya se le otorgó un respetable Premio Nobel y a mí ni me conoce, así que me presento: me llamo José Agustín Ramírez y vivo en algún rincón de nuestra dimensión desconocida. Dicho esto, aclaro que yo, como todos sus admiradores de corazón, me imagino, casi siento que lo conozco. Déjeme decirle que he escuchado su amplio repertorio musical desde que era niño, desde siempre, le aclaro, esto gracias a la devoción que le profesa mi padre, y me refiero a don José Agustín, laureado escritor de la banda gruexa, celebriedad nacional, que a lo mejor usted no conoce pues no está traducido al inglés, pero le aseguro que también es un escritor muy perrón, y quizá hubiesen sido buenos amigos de haberse conocido, supongo, pues compartían demasiados puntos de vista literarios, filosóficos y musicales. Como le decía, mi jefe es uno de sus más fieles y antiguos admiradores mexicas, de hecho casi como un discípulo, un divulgador de sus palabras, traductor asiduo de sus canciones en toda clase de periódicos y revistas. Y yo, su tercer vástago, el más enano de los tres, he intentado seguir
sus pasos, impresos en la arena de las playas acapulqueñas, pues nací con la semilla de las armonías fuertemente arraigada a mi espíritu. Pero de vuelta allá en el pasado, recuerdo mi primer encuentro personal con su música, maestro, pues crecí literaria y literalmente bajo la sombra fresca y generosa de tus rolas, escuchándolas sin falta y con gran curiosidad cada vez que a mi padre le daba la gana, que era muy seguido. Mi primer contacto personal con una de sus canciones fue en mi paso por la escuela secundaria, desde la primera hora de la mañana, y, previo a que se me arrojara a las fauces de la sociedad antropófaga en que malvivimos, adquirí por algún tiempo un pequeño ritual privado en el estéreo de la sala, aunque con el volumen muy bajito, pues mi padre hibernaba después de escribir como un poseso toda la noche. Escuchaba una rolita muy específica, mi capitán, y que, de sobra está decirle, me agarra el sentimiento, dirían los mariachis: es el “Bob Dylan’s dream”, de tu segundo disco, The Freewheelin’ Bob Dylan (1963), completamente rupestre, con la clásica guitarra de palo y la inseparable armónica al cuello. Es una composición añeja y memorable, donde despliegas todos tus precoces dotes de escritor y juglar, con una breve narración autobiográfica sobre tus primeros amigos desaparecidos y los apresurados viajes que emprendiste siendo muy joven, cuando te fuiste de tu casa a rolar por los caminos, a conocer la bella Norteamérica, en el más puro estilo del On the Road de
Kerouac. Hace poco, se me apareció una versión del “Sueño de Bob Dylan” en la voz de otro grande intérprete, Bryan Ferry, el ex-cantante de Roxy Music, cuyas versiones de grandes clásicos roqueros lo han hecho, en su carrera como solista, no solo más célebre, sino más hermano. En su voz tan tersa, la canción cobró vida otra vez dentro de mí, como una fogata hace tiempo apagada, y me despertó después de muchos años de sonambulismo. Me recordé a mí mismo de niño, oyéndola y deseando salir a conocer el mundo y vivir aventuras como aquel juglar trashumante, cosa que nunca ocurrió, pero a pesar de todo no pienso dejar que la llama se apague otra vez. Tal como narraste en esa pieza, que yo escuchaba siendo solo un morrillo en la vieja mansión de mis padres, vuelvo a colocar el disco The Freewheelin’ Bob Dylan y, escuchando tu querida canción, me atrevo a volver a soñar que quizá, algún día, logre escapar de aquí y de mí mismo. Y ya hablando de viajes sin retorno, si me permites, me gustaría platicarte mi propio Bob Dylan‘s Dream, a ver si lo recuerdas como yo: una buena noche, desprevenido por completo de lo que me esperaba, al quedarme profundamente dormido me encontré a la mitad de un camino boscoso, vagando sobre una modesta carretera, entre la neblina que ocultaba cualquier rastro del sol
Mi primer contacto personal con una de sus canciones fue en mi paso por la escuela secundaria
y con cierto frío. Caminaba sin rumbo en medio de este escenario creado por el teatro de mis sueños, cuando, de pronto, un gran auto antiguo, de lujo, negro y brillante, pasó por el camino junto a mí y al verme se detuvo. Los vidrios estaban polarizados y nadie dijo nada, pero se abrió la puerta trasera de esta limusina, o sería por lo menos un larguísimo Cadillac negro. No teniendo mejor opción, abordé la nave y me encontré en un elegante interior de piel roja. Una vez allí, una voz distorsionada me indicó que me pusiera cómodo, e hiciera uso, libremente, de una cava repleta de alcohol y cajas de cigarros de todas formas, sustancias y sabores. La voz del interfón era irreconocible, pero algo en su timbre se me hizo muy familiar. ¿Ya te acuerdas? Permíteme continuar con mi relato, si no tienes nada mejor que hacer, mientras bebemos de tu nueva marca de whisky. De vuelta en mi sueño, el auto avanza por la carretera a gran velocidad y de pronto, cuando se hace de noche, entra en una típica ciudad gringa, con sus rascacielos, sus autopistas y bulevares. Y yo con mi trago y cigarro en la mano, como un Cantinflas en casa de Pardavé, me refocilo en los asientos de piel mientras disfruto del paisaje citadino nocturno, hasta que
comienzo a preguntarme quiénes son mis benefactores. El Cadillac fabuloso y brillante, pese a su gran tamaño, se mueve entre el tráfico de la noche con fluidez y pericia, da vueltas como un auto de carreras y cada vez acelera más, ignorando semáforos rojos y policías de tránsito. Sigue su camino a través de puentes estilo Nueva York, y cruza por barrios bajos rodando frenéticamente, levantando el polvo o estallando en los charcos de lluvia, hasta que comienzo a preocuparme y ninguna cantidad de alcohol es suficiente para calmarme, ni la mota ni las pastas ayudan, y aumenta delirantemente mi curiosidad por conocer la identidad de mis secuestradores. Así que me acerco a la ventana cerrada y les toco el vidrio negro pidiendo que bajen la ventanilla. Pero siguen ocultos detrás de las carcajadas que les produce mi petición, que poco a poco se tornó súplica, cuando el auto gira como un reptil en la noche e ingresa en sentido contrario por una avenida repleta de automóviles. Dándome cuenta del peligro, les grité que quiénes eran, qué pretendían, que me dejaran bajar, pero todo eso solo parecía divertir más a mis pilotos anónimos en su carrera contra el destino. Los carros en sentido contrario pitaban con sus cláxones y los conductores gritaban, furiosos, toda
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clase de insultos y maldiciones, lanzando objetos contundentes contra la carrocería y las ventanillas, pero el Cadillac negro no se amedrentó, y continuó en contraflujo a todo lo que le daba el acelerador, olvidándose del freno y esquivando la embestida de los autos enemigos por milímetros, o de plano rozándolos y colisionando fugazmente, pero nada lo detenía, corría lanzando chispas al frotarse ligeramente contra la lámina de los otros pobres diablos, muertos de pánico que, desafortunadamente, se cruzaban en nuestro camino. Y cuando estaba a punto de rezar, la ventana que me separaba de la cabina se abrió, y ambos, los dos bromistas del camino, los retadores del peligro, se descubrieron, de entre las sombras y el humo, como quienes realmente eran. Se giraron para mirarme y estallaron en risas al notar mi rostro pálido de pánico; me sonrieron con camaradería, aún en contrasentido, ignorando ahora sí por completo el volante pues el auto parecía manejarse solo. Y entonces me palmearon las rodillas con fuerza, mirándome con gusto, como si me conocieran de siempre y me hubieran jugado tan solo una broma pesada. Una broma que aún no termina, por cierto, pues cuando me doy cuenta, con absoluta sorpresa, de quiénes son,
el hábil piloto y su irreverente acompañante, el par de locos que me eligieron para cruzar la ciudad esa noche a contracorriente, una alegría narcótica me desarma por completo y me prepara para morir feliz y casi extático, pues al fin acepto la realidad absurda de mi sueño y reconozco finalmente a quien viene manejando. El capitán de esa nave suicida e incontenible es ni más ni menos ¡usted!, ¡don Bob Dylan!, el querido maestro de mi padre. ¿Ahora si ya me recuerdas, capitán, aún estás soñando lo mismo que yo? Y venías acompañado, por increíble que esto me pareciera, ¡por un intoxicado e hilarante Neil Young! Así que me doy un buen trago, sonrío y me relajo entre los rechinidos de llantas y gritos de pánico, me hundo en los asientos de piel roja y me desplomo en mi sueño, que se convierte en un telón de oscuridad, y ahora sí, entre el caos y los derrapones de mi confiable cochero, me duermo profundamente, hundido en mis sueños de rocanrol. Pero bueno, let’s go back home, master, if you will, acá con don José Agustín, quien recientemente sufrió una leve caída, que le impidió caminar por varios días. Ahora, con dificultad, ha recuperado la capacidad de andar por el interior de su casa e inevitablemente pienso en ese anciano astronauta,
al final de 2001: Odisea del espacio, a punto de convertirse en el embrión cósmico tras deambular por una especie de estación fuera del tiempo y el espacio. Pero en esta versión, mi padre no está solo, a su lado está mi madre y su esposa, doña Margarita, que valientemente enfrenta al dragón de su destino creado juntos, con una pequeña ayuda de sus amigos y las poderosas fuerzas de la naturaleza. Esto para que conozca de mi familia, antes que el barco se hunda, mi capi. A mi lado, Karen ha vuelto a visitarme, y descansa leyendo Armablanca de José Agustín, acostada como toda una musa en silencio, en mi cama, sobre mi sarape de neón. Y de pronto, en tardes como ésta, escuchando las Trinity Sessions Revisited de los Cowboy Junkies, trato de ser uno con el Gran Espíritu y de olvidarme de la pesadilla al otro lado de la gran piedra y el pasto, cruzando el jardín y la alberca, en la Casa que Canta, y de mi padre inmóvil en su cama, un tanto enojado y confundido, mirando a la nada. Y sueño que todo tendrá que cambiar, para bien o para mal, que la rueda de la fortuna seguirá girando hasta que quizá nos permita escapar de nuestra prisión de piel. E intento imaginar que todo es como debe ser, y todo está bien en el Universo.
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LITERATURA
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Infancia y juventud son los momentos que recrea el ganador del Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines/ Gatien-Lapointe 2019
“Si algo me impactó, fue conocer a Jaime Sabines”
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MARCO ANTONIO CAMPOS FOTOGRAFÍA PASCUAL BORZELLI IGLESIAS
al vez la mejor época de la poesía chiapaneca se gestó, sobre todo, en las décadas de 1950 y 1960. Publican Jaime Sabines y Rosario Castellanos, y por otro lado surgen Juan Bañuelos, Eraclio Zepeda y Óscar Oliva. En marzo pasado se cumplieron 20 años del fallecimiento de Jaime Sabines. En esta entrevista he querido centrarme ante todo en lo que Oliva habla del Sabines de la década de 1950 en Chiapas, quien desde muy joven había publicado libros definitivos de la poesía mexicana del siglo XX. ¿Cuando eras niño, Óscar, a fines de los años cuarenta y, después ya en los cincuenta como adolescente y en tu primera juventud, quiénes eran las presencias importantes, cómo fungían? Lo he platicado en distintas ocasiones. La figura principal que me abrió las puertas de un libro fue mi abuelo paterno, Hermelindo Oliva, quien era tan inteligente, tan brillante, que únicamente leyó un solo libro en toda su vida: El Quijote. Nos lo leía a mis hermanos y a mí, pero también lo escenificaba con su propia experiencia; por ejemplo: encontraba en sus correrías, en sus caminatas por diversas partes de Chiapas, a Dulcinea de San Cristóbal de las Casas, a otra Dulcinea en Copainalá o a otra en Comitán. Este caminar de mi abuelo hizo que yo pudiera establecer el contacto con la imaginación y entendiera que la literatura también es un motor para incendiarnos y pa-
ra dar los primeros pasos en ella. Pero lo de mi abuelo queda en un rincón de mi familia. Y en cuanto a Chiapas… Hubo un movimiento cultural muy importante de 1948 a 1952, años en que fue gobernador el general Francisco J. Grajales. Este desarrollo y promoción de la cultura y las artes se dio para insertar a Chiapas en la cultura nacional e internacional, desde la gran riqueza de sus culturas milenarias. El eje de este movimiento fue el Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas, y su revista Ateneo, que aglutinó a escritores, artistas plásticos, teatristas, historiadores y científicos, como Andrés Fábregas Rocas, Fernando Castañón Gamboa, Héctor Ventura, Ramiro Jiménez Pozo, Franco Lázaro Gómez, Armando Duvalier, Miguel Álvarez del Toro, Marco Antonio Montero, Luis Alaminos, en fin, muchos más. Grajales, hombre ilustrado y progresista, invitó a geógrafos, historiadores, economistas, biólogos, mexicanos y de otros países, a incorporarse al movimiento que impulsaba. También Grajales promovió el Ballet Bonampak con artistas de altísima calidad. En este ambiente crecí. Pude leer libros que se iban publicando de José Falconi (a quien tanto quise), de Mariano Penagos, de Enoch Cansinos Casahonda, del antedicho Duvalier, de Eliseo Mellanes, y de un novelista de gran talento que llegó de la Ciudad de México, Rafael Arles Ramírez. Alcancé a oír en un acto literario a Pedro Garfias. En 1944 el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y el gobierno del estado promovieron una expedición a Bonampak. Acudieron Raúl Anguiano, Manuel Álvarez Bravo, Carlos Frey, Jorge Olvera, Franco Lázaro Gómez, maravilloso artista
plástico, y un fotógrafo de Excélsior. Desgraciadamente, en el río Lacanjá murieron Carlos Frey, Franco Lázaro Gómez y el fotógrafo de Excélsior. Entonces había un fervor por que este momento histórico de Chiapas se ampliara y, por otra parte, se fuera reduciendo un chiapanequismo muy barato, que conlleva racismo e intolerancia, y que en los últimos años se ha acrecentado. Además, los jóvenes Rosario Castellanos y Jaime Sabines publicaban libros esenciales. En 1950 fue Horal, y casi inmediatamente, en 1951, La señal; en 1952 Adán y Eva, en 1956 Tarumba, que tú celebraste mucho en su momento. Jaime Sabines se impuso de inmediato. Rosario Castellanos también publicó su excelente novela Balún Canán (1957).¿Qué tanto pesaban Rosario y Jaime en esos años? Rosario Castellanos había tenido una enfermedad fuerte en la Ciudad de México. En esos años, tener tuberculosis era terrible; quien la tenía también padecía una cacería de brujas. Imagínate lo que sería entonces: mujer, poeta y además tuberculosa. Sufrió mucho. Yo recuerdo que quien la asistió, casi a diario, fue Juan Bañuelos; estuvo al pie de la cama del hospital donde estaba internada en la Ciudad de México. Al recuperarse de esa enfermedad, Rosario vino a Tuxtla y donó parte de su biblioteca al Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, donde yo estudiaba. Otro poeta chiapaneco, Daniel Robles Sasso, quien era muy amigo de Juan Bañuelos y Rosario, me la presentó y en diferentes momentos
“El primer poema que escribí y publiqué trataba sobre la destrucción del parque central”
platiqué con ella, y se interesó por lo que yo escribía. En esos años yo era el director de la biblioteca del Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas. ¿Rosario Castellanos y Sabines fueron importantes en tu despegue? Lo que me impactó ―sobre todo en mi formación de poeta, tendría yo 14 o 15 años― fue haber conocido a Jaime Sabines. Él había regresado de la Ciudad de México, luego de haber ido a estudiar medicina. Ya se había casado y se vino a Tuxtla a vender telas en una de las tiendas de su hermano Juan, llamada El Modelo. El profesor Eliseo Mellanes, quien era mi maestro de literatura, me invitó a que le entregara un poema que se llama “Estos minutos” —fue el primer poema que escribí y publiqué—, un poema en prosa sobre la destrucción del parque central. Algún gobernador vino y destruyó el parque central, sus grandes árboles, y se fue convirtiendo en una plaza que siempre, desde esos años, ha estado tomada. De allí el nombre de “La borrachita”. ¿A Sabines lo veías en El Modelo? Jaime me contaba que, como casi siempre acababa dando al precio a los pobres porque se le rompía el alma, acabó, para quitarse la culpa, por vender ropa solo para los ricos. ¿Sabes por qué tenía mucho éxito Jaime vendiendo telas? Porque llegaban las muchachas. Era muy bien parecido. Lo decían mis hermanas. ¿Y cómo te acercaste a Sabines? Mi padre iba todos los días, muy temprano, al mercado municipal y pasaba, por supuesto, frente a la tienda de Jaime y siempre lo encontraba barriendo su calle y echándole agua para que
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El poeta chiapaneco (5 de enero de 1938), autor de Estado de sitio, que en 1971 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.
no levantara mucho polvo. Un día Jaime le dijo a mi papá: “Oiga, don Óscar, ¿usted es el papá de un muchacho que publicó el poema ‘Estos minutos’?” Mi papá le contestó: “sí, ¿por qué, Jaimito?” “Porque me gustaría que usted me hiciera el favor de decirle que venga a platicar conmigo”. Y así fue como llegué; yo temblaba de miedo. Esto, tan vertiginoso, me convirtió en poeta de la noche a la mañana. ¿Sabines te dio la confianza esencial para ser poeta? Sí, totalmente. Yo le llevé mis textos, los leyó. Fue un día en la tarde, bajó la verja de hierro de su tienda y me dijo: “vamos al comedor de mi casa”. Doña Chepita estaba muy enojada porque no era la hora de cerrar la tienda. En ese momento, aprendí con él dos cosas: me enseñó —y leímos parte de— Poemas humanos de César Vallejo y a tomar trago.
Pero tu papá tenía una cantina. Por supuesto, pero mi papá no me daba trago. ¿Y qué trago era el que me daba Jaime? Ron Castillo, un ron espantoso. Era peor el Bacardí de entonces. Me decía Jaime, porque ya era un especialista en eso, que ese ron tenía cierto sabor a whisky, ese ron que mató como a 20 poetas aquí en Tuxtla Gutiérrez. Mi padre lo prohibió en la cantina. Entonces tuve la gran fortuna de que Jaime me aceptara como amigo, no como su discípulo, porque él nunca estuvo en esas cuestiones de ser el magister domine, nada de eso. Pero con él, de golpe, pasé de ciertos poetas locales, de ciertos poetas chiapanecos, muy respetables por supuesto, a dar un brinco como de veinte siglos. Leí a César Vallejo; leí,
por ejemplo —porque los libros me los daba él—, Residencia en la tierra de Neruda; leí a Rafael Alberti y a García Lorca y a muchos poetas más que él leía constantemente. Pero, sobre todo, lo que me marcó más fue que Jaime estuviera escribiendo Tarumba; no lo había terminado. Yo llegaba una vez a la semana a visitarlo, porque doña Chepita se oponía a que llegara diario, y tuve la fortuna de ver crecer Tarumba, que, entre paréntesis, no sé si es el más grande poema de Jaime, pero es el que más me gusta. A mí también. Se consideran Tarumba y La muerte del mayor Sa-
“De golpe, pasé de ciertos poetas locales a dar un brinco como de veinte siglos”
bines como los dos grandes momentos de Jaime, claro, con algunas piezas aisladas. ¿Te mostraba los poemas de Tarumba? Fue una gran experiencia para mí y un gran aliento para seguir escribiendo. Me atreví a preguntarle, porque lo veía en todos los fragmentos y en todos los poemas que me iba leyendo, por el gran agobio y el gran dolor de vivir en Tuxtla. Yo pensaba que era el calor, pero no solamente era eso: hay muchas líneas donde él se queja de muchas cosas. Tarumba es un poema demoledor. Yo lo leí de otra manera y cuando le hice una entrevista, Sabines me dijo: “es que también se ha leído así, como un canto de esperanza, pero yo lo veía como una salida, como un desahogo”. Se sentía ahogado en Tuxtla. Como recuerdas, en 1957 regresa a la capital del país. Empieza a escribir Diario semanario, un libro de amor a la Ciudad de México. Jaime se sentía muy bien en la Ciudad de México. “Volví a respirar y a sentirme libre”, me dijo en una entrevista. Otra cosa que me reveló Jaime es que el título lo tomó de Rafael Alberti. Por supuesto, tarumba está en el diccionario y sabemos lo que significa esa palabra, pero la fuente es otra. Él creía en un principio que la palabra la había inventado como inventó Yuria. Dice Alberti: “El mar. La mar./ Entraña de estos cantares: ¡Sangre de mi corazón,/ tarumba por ver los mares!” Jaime leía mucho a Alberti, él me lo dijo, yo no lo entendí en absoluto en ese momento, pero años después lo volví a pensar. Por lo demás, es un titulazo. Pero hay otra cosa muy importante: la primera edición de Tarumba la publica Jesús Arellano en Metáfora, y cuando aparece el libro, sus amigos, principalmente… ¿Fernando Salmerón y Sergio Galindo? Sí, y los del grupo de los ocho poetas católicos, Rosario Castellanos, Dolores Castro, Ignacio Magaloni, Roberto Cabral del Hoyo, Octavio Novaro, Javier Peñalosa, Efrén Hernández y Alejandro Avilés, rechazaron el libro. No les gustó e incluso dijeron: “a Jaime le hizo mal regresar a su pueblo”. Y había escrito el gran libro… Sí. Salvador Novo, que tenía una columna diaria en Excélsior, lo saludó y Rubén Salazar Mallén hizo un artículo sensacional, pero sus amigos íntimos con los que había crecido poéticamente rechazaron el libro. No sé si después lo aceptaron.
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TERTULIA
13 DE JULIO 2019
PERSONERÍO
ENTREVISTA
La otra Juana JOSÉ DE LA COLINA
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ice Octavio Paz en su admirable monumento escrito Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, un suntuoso tombeau vivant para la monja poeta: “En las celdas no solo se alojaban las monjas sino las ‘niñas’ confiadas a su cuidado y las criadas. Tampoco en esto sor Juana fue una excepción. Durante los primeros años de vida conventual la acompañó su esclava, una joven mulata cuatro años menor que ella, Juana de San José, que su madre le había donado al tomar los hábitos. Vivió con ella unos diez años; en 1683 la vendió, a ella y a su hijo de pecho, por doscientos cincuenta pesos oro a su hermana Josefa. […] No se sabe si tuvo otras criadas o esclavas. Me inclino por la afirmativa”. ¿Quién era Juana de San José? ¿De dónde venía? ¿Quiénes fueron sus padres? ¿Cómo fue su vida con y antes y después de Sor Juana? ¿Cuáles fueron sus trabajos en el convento? Si sor Juana se levantaba a las seis para “los rezos de la prima”, ¿a qué hora madrugaba la otra Juana? ¿Salía del convento a hacer las compras? ¿Qué cosas le cocinaba a su ama? Su hijo de pecho ¿fue fruto del amor con un igual o de la violación cometida por un señor criollo? ¿Cuánto calor humano hubo o no hubo entre las dos mujeres? ¿Cuáles eran los sentimientos de la esclava respecto de su ama? ¿Tuvo algo que ver esta otra Juana con la literatura de Juana Inés (por ejemplo: como “documentación” para los jocosos villancicos en que hablan negros y mulatos)? Estas preguntas se quedan inútilmente persiguiendo respuestas; Juana de San José no fue la modelo del más mínimo “engaño colorido”, no existió para los pintores como no existiría para la Historia, no es ni siquiera un personaje fantasma gris, y ni la sombra de un micropersonaje: es solo un nombre y dos o tres escuetos datos; y, puesto que seguramente nadie, ni el microhistoriador más micro, investigó la persona de Juana de San José, la mulata se ha desvanecido en la Historia como tantos seres que (diría el androide del filme Blade Runner) se perdieron en el tiempo “como lágrimas en la lluvia”. La Historia no es una balanza equitativa, no es democrática: se deja mover, y conmover, por personajes de primero, segundo y tercer planos, que son sus figuras; y a los demás, los de fondo del encuadre, los que no mueven sino que son movidos por los acontecimientos, los hace, no figuras, sino números en la suma, evaporados en el resultado global. Así, sor Juana, con toda justicia y para fortuna nuestra, está en la Historia y en gran historia de la Cultura Mexicana, y tiene grandes biografías, dos de ellas debidas a ilustres poetas, Nervo y Paz. Y la otra Juana, la mulata que durante diez años sirvió y compartió con su ama la celda conventual, la intimidad, la vida, en el mismo espacio de ella, dentro de la misma respiración del tiempo sorjuanino, no está en la macrohistoria, ni tiene minibiografía, como no sean el contrato de compraventa entre Sor Juana Inés y su hermana y tal vez alguna mención en algunas otras biografías, más las seis líneas del libro de Paz, esas líneas que fueron para mí, en la lectura de las seiscientas y pico necesarias páginas dedicadas a la maravillosa poeta, como un brevísimo e intenso “grito del silencio”, apenas un latido del innumerable corazón del tiempo.
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El baterista, líder de la banda Migration.
Antonio Sánchez
“En el imaginario colectivo, el migrante es un invasor”
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JUAN CARLOS VILLANUEVA FOTOGRAFÍA FERNANDO ACEVES
etrás de la batería, el mundo de Antonio Sánchez parece rítmico, preciso; cada movimiento de baqueta se antoja magistral. Sus ritmos y cadencias se convierten en misiles en un mundo hostil. “No entiendo otra forma de hacer arte si no te comprometes, si no usas tu obra para revolucionar y crear conciencia”, asegura en entrevista el baterista que, a sus 47 años, ha tocado con Pat Metheny, ganado un Grammy y hecho de su creación un cuartel para los migrantes que intentan cruzar la frontera entre México y Estados Unidos. En el corte “Travesía”, que abre su más reciente disco Lines in the Sand, en medio del caos y una sórdida barahúnda sobresale una voz que repite “¡Esto está mal!” y otras exclaman sin tregua “Shame on you!”. Se trata de audios reales del momento traumático de la separación de madres e hijos sometidos ante agentes migratorios y aduanales estadunidenses. “Me parece una escena perfecta para captar la atención de la gente”, advierte Sánchez. “Cuando seleccioné esos audios, ocurría precisamente la separación de las familias por agentes de migración. Me pareció que era necesario poner algo así de fuerte para que la gente tomara un poco de conciencia sobre cómo se escuchan esos momentos horribles e impactantes. En el imaginario colectivo, la imagen del migrante es la de un invasor, la de alguien no deseado, y estos audios reflejan precisamente eso”. Antonio Sánchez hizo un disco conceptual que, a lo largo de seis cortes y
una hora con nueve minutos, hilvana un discurso de protesta a través de un viaje musical con pasajes sombríos pero lúcidos y cuidadosamente ejecutados. Finalmente, “el jazz siempre ha tenido un elemento de protesta y cuestionamiento”, ya que las raíces del género provienen de la diáspora africana hacia el otro lado del Atlántico durante el siglo XIX, y en particular en el siglo pasado, cuando se dieron las condiciones para que la música negra en Estados Unidos sirviera como vehículo de protesta contra el poder hegemónico del hombre blanco. En su disco anterior, Bad Hombre (2017), Antonio Sánchez —nacido en la Ciudad de México y naturalizado estadunidense— despliega un discurso anti-Donald Trump. En Lines in the Sand explora el periplo de los migrantes desde una perspectiva mucho más humana. “Pienso en este disco como una opción positiva; no es tan oscuro como Bad Hombre”, dice el baterista. “Se trata de reflexionar sobre aquellos que han tenido que abandonar sus vidas, huir del hambre, del miedo y la violencia. Si estuvieras en su lugar, ¿cómo te gustaría ser tratado?”. Para el artista, ser nacionalizado estadunidense le “permite hacer una mayor diferencia desde ahí [Estados
“He descubierto que piezas con diversos contrastes de sonido y volumen son muy efectivas”
Unidos] que desde acá [México], pero no es fácil permanecer viviendo en Nueva York. Siento una dicotomía y un conflicto constante al ver las noticias y lo que está haciendo ese país contra los migrantes, contra México, pero a su vez me siento agradecido por lo que le ha brindado a mi carrera profesional. Por desgracia, si alguien empieza a sobresalir, en México te jalan hacia abajo, pero si te vas y la armas fuera entonces escuchas: ‘este es nuestro héroe’ ”. Antonio Sánchez ganó en 2016 un Grammy por la Mejor Banda Sonora de la película Birdman, de Alejandro González Iñárritu. Desde entonces, su trabajo como creador de música incidental lo ha llevado a contribuir en bandas sonoras como Miles Ahead, en la película biográfica del trompetista Miles Davis dirigida por Don Cheadle, así como en la música de la serie de televisión Get Shorty. “Soy un narrador de historias. Siempre he visto a la música como un medio para contar una trama”, explica Sánchez. “Me gusta llevar a la gente de viaje cuando estoy tocando con mi banda Migration. He descubierto que piezas cinemáticas con muchas secciones y con diversos contrastes de sonido y volumen son muy efectivas. Lo descubrí al tocar para Pat Metheny y el impacto que tiene en la gente es enorme. Así, nuestros conciertos no son solo una tocada, sino un discurso y una experiencia donde al final te llevas algo a casa, donde confluye la poesía que recita Thana Alexa [esposa del músico] y una historia que es contada en el escenario”.
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EN LIBRERÍAS
13 DE JULIO 2019
NARRATIVA, ENSAYO, POESÍA La vida a ratos
Una visita a Portugal
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A FUEGO LENTO
Definición de la cultura
Retrato de mi madre con perros México, 2019
Juan José Millás Alfaguara México, 2019 477 páginas
Hans Christian Andersen Funambulista España, 2018 128 páginas
Bolívar Echeverría Fondo de Cultura Económica México, 2019 242 páginas
“La realidad ataca y me hago fuerte en el cuarto de baño. La realidad que ataca es la interior, la del alma”, confiesa el protagonista de esta novela escrita en forma de diario. Millás crea un universo donde la intimidad se erige como zona sagrada y recuento de pequeñas cosas, de momentos que se esfumarían de no ser por la escritura. El protagonista tiene un sorprendente parecido con el autor, lo que quiere decir que debemos considerarlo un fruto de la irrealidad.
Traducida por primera vez al español, esta obra se inscribe dentro de la amena y prolífica tradición de los libros de viaje. En muchos sentidos, es una bitácora puntual de la historia, la literatura, el arte y los paisajes cotidianos del reinado de Luis I de Braganza. Andersen rinde tributo al arte de la observación y registra no solo el pulso de calles y personajes populares sino el de las clases acomodadas. La exaltación de la luz y la naturaleza lusas es irremediable.
Vuelve a circular este ensayo concebido a la manera de un recorrido por algunas ideas que van de Claude LéviStrauss a Roman Jacobson, de Nietzsche a Sartre, y de Walter Benjamin a Georges Bataille en torno a ese concepto que admite un sinnúmero de interpretaciones. Con afán sintetizador, Echeverría habla de “la dimensión cultural de la vida social” y de “ciencias de lo humano”. En suma, se trata de echar por tierra las ortodoxias disciplinarias.
El ser neoliberal
Por qué el espacio huele a parrillada
Sigo escondiéndome detrás de mis ojos
Christian Laval, Pierre Dardot Gedisa España, 2019 110 páginas
Tim Peake Planeta México, 2019 300 páginas
César Cañedo Fondo de Cultura Económica México, 2019 72 páginas
Con edición a cargo de Enric Berenguer, esta conversación entre el filósofo Pierre Dardot y el sociólogo Christian Laval gira en torno a la manera en que el neoliberalismo ha sabido comprender la modernidad y la posmodernidad, lo que le vuelve casi irrefutable. Casi irrefutable significa que el concepto de humanidad en el que descansan sus presupuestos está en crisis y, por tanto, ya no resulta válido pensar en el capitalismo como un estado que sobrevivirá a sus fallas originales.
Este inusitado y divertido volumen nació de la estancia de Tim Peake en la Estación Espacial Internacional durante seis meses. En ese tiempo, el astronauta inglés recibió miles de preguntas acerca de esa experiencia y de la conformación del espacio exterior. Ahora responde a muchas de ellas, tan pertinentes como impredecibles: “¿cuál de tus objetos personales disfrutaste más a bordo?”, “¿trajiste algún recuerdo del espacio?”, ¿”tuviste miedo en algún momento?”
Ganador del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2019, este volumen transita por los corredores de lo familiar y lo doméstico. Sobresalen la figura del padre, los relámpagos del sexo, los signos corporales y los objetos que animan la vida cotidiana. Una muestra rápida: “Cuando estoy muy alegre compro fruta/ porque es mi manera de despertarme menos solo./ La escojo con detalle y pienso/ en la deliciosa golosina que son las uvas”. Cañedo tiene duende.
Una distopía de papel crepé ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
E
mpiezo por el título, un desacierto: Retrato de mi madre con perros (Seix Barral). O los editores ignoran la existencia de Autorretrato de familia con perro, de Álvaro Uribe, o, sabiéndolo, cultivan la falta de originalidad. Ahora vienen las páginas iniciales. El protagonista de la novela, Jacobo Flores, tiene, como él mismo lo llama, un momento proustiano: su madre tirándose pedos con los que intenta reproducir la tonada de “Todo lo que necesitas es amor”. Con estas señas de identidad, no es difícil augurar lo que nos espera. Daniel Rodríguez Barrón ha proyectado una distopía —estamos en el año 2070— en la cual reconocemos algunos tópicos ya descoloridos del cine y las series de televisión. A estas alturas de la ficción apocalíptica, ¿qué nos dice una ciudad azotada por una epidemia devastadora, gobernada por un dictadorzuelo y vigilada por drones, donde se ha impuesto el toque de queda y cuyos habitantes deben revelar sus quehaceres cotidianos a través de internet a cambio de una ración de artículos higiénicos y comida? Casi nada que no haya sido imaginado por Zamiatin, Vonnegut o Atwwood. El retrato de la madre llega hasta el lector a través de esos mensajes enviados al omnipresente ciberespacio. Su tono es artificialmente provocador y su contenido oscila entre lo procaz y la rebeldía como pose. De esta manera, leemos: “eras capaz de todo por madre, no te quedaba más que arrodillarte y besar sus pies, darte vuelta y besarle el dorso de sus rodillas, y meter las narices en su culo y encontrar los rollitos de papel higiénico que se le quedaban en los pelos e intentar deshacerlos con la lengua”. Más que escandalizar —una acción reservada, si acaso, para amas de casa sin otro oficio que la telenovela nocturna—, Daniel Rodríguez Barrón consigue anular cualquier acercamiento literario a la realidad, por lo que no pasa de ser lo que se supone que es: vulgar y muy bien organizada. Retrato de mi madre con perros convoca también a un padre ausente; una corte de sueños, delirios y anatemas; alucinaciones al calor de cocteles de ansiolíticos y whisky; apariciones esperpénticas y hasta algunas representaciones teatrales. Como cualquier batiburrillo, echa mano de productos de muy pobre calidad. El resultado son 164 páginas que no llevan a ninguna parte.
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PENSAMIENTO
13 DE JULIO 2019
FILOSOFÍA DE ALTAMAR
El optimismo del capitalismo digital Según parece, internet nos ha convertido en vendedores de nuestras virtudes laborales
N
o hay cosa que me entusiasme más que este episodio de la historia (o podemos llamarla más bien ¿la post historia?), en el que internet extiende sus tentáculos a todos los rincones de la vida, y con su sonrisa de optimismo no deja de mostrar entre sus dientes el mensaje de saña que trae consigo: el mensaje de que las jerarquías son cosa del pasado, que resulta muy old fashion delegarle la responsabilidad de nuestro bienestar al Estado, porque éste, al final de cuentas, es muy disfuncional. La era digital muestra una aporía; nos hace pensar que es anticuado creer que dedicaremos toda nuestra vida a una sola Institución, o que aprenderemos lo más importante en un salón de clases, o que delegaremos nuestra voluntad a una autoridad, a un jefe, a un mentor, pero también —si queremos— podemos seguir funcionando de manera clásica. Porque en esta época digital, podemos darle extremado valor a los títulos y a los contratos de papel, o no hacerlo, y volvernos unos “rebeldes” del home office y creativos del free lance. Así, podemos seguir reproduciendo la historia que nació con la revolución industrial, la del trabajador clásico, la del hombre del contrato social; o transitar por una post historia en la cual asumiremos relaciones más horizontales, y así no quedar aplastados en las antiguas jerarquías de amo-esclavo, de gobernante-ciudadano, entre el aprendiz y el inalcanzable maestro: internet anuncia el inicio de una nueva comunidad, una nueva organización social donde todos aprenden de todos. El canto de las sirenas Se acabó el tiempo de la idolatría, de figuras y mentores que nos dicen qué hacer. ¿Cómo es que alguien se atreve a decirme qué hacer si en Wikipedia encuentro mucha más información de la que él es capaz de ofrecerme? Es inminente, y se anuncia como el canto de las sirenas, que ha llegado —como el escritor germano Timo Daum lo denomina— “el capitalismo digital”, que ha venido a reventar no solo a los intermediarios del saber de la jerarquía escolar, sino también a las figuras públicas del Estado, al monopolio comercial, al monopolio telefónico, al monopolio del transporte público. Este nuevo capitalismo viene con todo y “su era apenas acaba de comenzar”, escribe Daum, con quien tuve la fortuna de conversar, gracias al apoyo del Instituto Goethe, en el marco de la presentación de su libro, traducido como El capital somos
JULIETA LOMELÍ @julietabalver FOTOGRAFÍA LIBRE MERCADO
nosotros. Crítica a la economía digital. Dejo a continuación algunos apuntes de nuestra charla. He visto que eres un optimista de las redes sociales. ¿Cuál es tu perspectiva sobre ellas? ¿Crees que consignan una desfragmentación de la comunidad debido a una personalización o individualización exacerbada? Esto es un proceso histórico; soy neutro. No quiero caer en la trampa de defender un cierto modelo histórico al que estábamos acostumbrados, y juzgar al que viene, el de la era digital, en términos negativos. Hay que analizar las redes sin dogmatismos. Lo que sí veo es que la tendencia del capitalismo digital es convertirnos en más individualistas, más aislados, más concentrados en el “yo” y menos en el “nosotros”. El capitalismo digital nos convierte en vendedores de nuestra propia imagen, y eso no es necesariamente negativo. ¿A eso lo llamarías un tipo de cuantificación del yo, una economía de los afectos? La cuantificación forma parte de la modernidad, y ahora, en un nivel en que la generación de datos cuantificados sobre cada uno de nuestros movimientos es cosa automática, es casi gratis y sucede de forma constante. Gracias al capitalismo digital hay una cuantificación del yo en la que, por ejemplo, empiezo a medir mis pasos, las calorías que gas-
té en el gimnasio, la calidad de mi sueño. Es una generación de cuantificación de datos sobre mí, que conlleva una híper individualización, pero también una mayor responsabilidad de lo que soy. Yo soy el responsable de mi salud, al fin y al cabo. Si tengo un trabajo, en un sentido en el cual soy mi propio jefe, y no doy resultados, no protesto contra mi jefe, sino contra mí mismo. En la forma contemporánea de trabajo, si fallé no es porque me están explotando, sino porque estoy fallando en los cálculos de mi tiempo, en mi capacidad de llevar correctamente mis propios recursos. Por lo tanto, si bien hay una economía y una cuantificación del yo, eso implica también una transición de mayor responsabilidad hacia el individuo, hacia mí mismo. Byung-Chul Han habla de la autoexplotación del sí mismo, de esta nueva forma de trabajo que no recurre a un capataz porque tú mismo lo eres. En esta era del capitalismo digital, de la cual tú hablas, entiendo que por un lado eres más libre al no tener un jefe, pero al mismo tiempo eres esclavo de ti mismo. ¿En qué te diferencias de la postura de Han? ¿Cuál es tu contribución original? Quiero anclar mis reflexiones a los andamiajes de Karl Marx, en la continuación de esa historia del trabajador, del obrero, ese proletariado asalariado del que Marx hizo su modelo prin-
cipal, describiéndolo dentro de una forma de contrato social, como esclavo asalariado para unirle con la historia de esclavitud y que sigue siendo un esclavo, aunque formalmente es libre en el mercado de trabajo. Encontré entonces en un solo lugar de su pensamiento una referencia a ese trabajador asalariado, pero ahora como emprendedor de su propia mano de obra, y eso me parece muy interesante, porque ahí desarrolla la idea de que puede haber otro eslabón, y en ese eslabón es en el que creo que estamos actualmente. Uno en el que hay más libertad. Ya no solo somos libres en el mercado laboral de contraer un contrato, sino también somos emprendedores, capitalistas del yo, jefes y trabajadores de nosotros mismos, todo esto fomentado por lo que he llamado capitalismo digital. Por ejemplo, un conductor de Uber hace un contrato, y después de cinco minutos se acaba el contrato o renuncia al contrato y ya no hay ningún vínculo ni con el cliente ni con la plataforma. Esa es la máxima libertad posible, pero al mismo tiempo está esclavizado cuando trabaja para dicha plataforma, en una extrema indefensión ante la misma. Puedes gritarle a tu jefe si te enojas con él, pero ¿qué haces en cambio con la plataforma? ¿Cómo ataco a Uber si estoy enfadado con él? Así, nos volvemos esclavos en cierto sentido. Y en esto Han y yo no estamos tan alejados.
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ESCENARIOS
13 DE JULIO 2019
DANZA
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RESEÑA
Hey, Jimi
J
La bailarina Elisa Carrillo.
Aliento para ejecutantes y profesores ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA CORTESÍA ELISA CARRILLO
A
partir del 16 de julio y hasta el 25 se realizará en la Ciudad de México el XIV Concurso Nacional de Ballet Infantil y Juvenil, la Segunda Muestra Coreográfica Gustavo Herrera y el Curso de Verano Debrah Wayne, organizado por la Sociedad Mexicana de Maestros de Danza A. C. (SMMD). A través de sus ediciones, este esfuerzo bienal se ha trazado múltiples objetivos, por lo que considero que abona para la formación de bailarines fortaleciendo su desarrollo desde diversas perspectivas. Si bien muchos profesionales del arte consideramos que el formato de concurso deja desprovistos muchos aspectos que constituyen la esencia de los artistas para centrarse meramente en el de la competencia de los niveles técnicos que, aunque son fundamentales, no constituyen el elemento central del discurso estético de los artistas, este evento se ocupa de atender esos otros elementos y no centra la totalidad de sus esfuerzos ni el de los participantes en el de la competencia. El objetivo fundamental del concurso es elevar la calidad artística de ejecutantes y profesores, además de descubrir e impulsar a jóvenes talentos de la danza clásica. Vale mencionar que bailarines como Elisa Carrillo e Isaac Hernández han sido ganadores del Concurso. Este año se realizará en el Teatro de la Danza del Centro Cultural del Bosque y culminará con una función
de gala en el Palacio de Bellas Artes, donde el día 25 se premiará a los ganadores ante la presencia de destacados bailarines mexicanos como Braulio Álvarez, primer extranjero en ser solista del Ballet de Tokyo. El Palacio de Bellas Artes se ha encumbrado de nuevo como un recinto artístico en el que los mejores artistas del país pueden presentarse, en este caso, a modo de premio. Un efecto colateral, pero importante, para devolverle su dignidad. El Concurso también es una muestra del interés y desarrollo que, a pesar de todos los inconvenientes, tiene la danza clásica en el país, pues la calidad técnica e interpretativa de los participantes resulta sorprendente. La danza a contracorriente avanza y se desarrolla. Las maestras y los maestros promueven, en sus tiempos y formas, el ballet clásico, y con la tenacidad y el ingenio como principales recursos van sorteando el adverso panorama oficial para formar bailarines. El Concurso, en este caso, funciona como diagnóstico y plataforma para que este semillero germine. Además, la SMMD organizará el 15 de julio, también en el Teatro de la Danza del Centro Cultural del
Las maestras y los maestros promueven, en sus tiempos y formas, el ballet clásico
Bosque, la Segunda Muestra Coreográfica Gustavo Herrera, una plataforma para que coreógrafos de diversos puntos del país y estudiantes de danza muestren sus creaciones y dialoguen. Las coreografías destacadas serán seleccionadas para presentarse en la inauguración y en la gala de clausura del Concurso. Otra actividad que complementa este encuentro será el Curso de Verano para Alumnos y Maestros Debrah Wayne, coordinado por Bettina Ebert Schneider en la Escuela Nacional de Danza Folklórica. La intención es que los estudiantes mejoren su técnica, conozcan otros estilos de danza e intercambien experiencias con estudiantes de otros estados, en tanto los maestros podrán actualizarse y conocer métodos para favorecer su desempeño docente. Los participantes recibirán clases de técnica de danza clásica o contemporánea, puntas, repertorio, danzas de carácter, pas de deux, prácticas escénicas, comedia musical, baile de salón y acondicionamiento físico. Por otro lado, los maestros que lo cursen se formarán en áreas como repertorio, psicología, clases prácticas de acondicionamiento físico, observación de clases y mesas de trabajo. Irasema de la Parra, directora general del Encuentro, ha comprendido muy bien los requerimientos para el impulso de la danza en México y ha hecho lo propio para materializarlo.
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ANDREA SERDIO
ohn Ridley filmó en 2013 Jimi: All Is By My Side, biopic del legendario Jimi Hendrix. Protagonizada por André Benjamin, quien recrea no solo la imagen sino el tono de voz, los gestos, la timidez, la actitud acomplejada de quien es considerado el mejor guitarrista en la historia del rock, la película narra el despegue de Jimi entre 1966 y 1967 en Londres, en una escena musical que catapultaba al mundo sus propuestas y estrellas. Este episodio está ampliamente documentado en el libro Empezar de cero (Sexto piso), impresionante testimonio del propio Hendrix armado por Peter Neal a través de materiales impresos y audiovisuales. En él, Jimi habla de su nacimiento en Seattle, el 27 de noviembre de 1942, recuerda la pobreza de su familia, sus años de lucha para abrirse camino en la música y el encuentro y vértigo de la fama. A los 18 años, Jimi se enroló en el ejército. Lo odió desde el principio, pero ahí comenzó a tocar la guitarra en serio. Al licenciarse, la pasión por el folk blues lo llevó al sur y luego a Nueva York, donde dormía entre botes de basura pero también donde conoció a Bob Dylan, del que admiraba la calidad de sus letras, muchas de ellas auténticos poemas. Hendrix llamaba poderosamente la atención por su forma de tocar la guitarra, pero también con su manera de vestir y su cabello encrespado… Su gran golpe de suerte llegó cuando en 1966 Chas Chandler, bajista de The Animals, lo escuchó tocar y lo invitó a Londres, donde triunfaban los Beatles y los Rolling Stones. Ahí reclutaron al bajista Noel Redding y al baterista Mitch Mitchel para formar la mítica banda The Jimi Hendrix Experience, con la que cambió su suerte y el 16 de diciembre de 1966 lanzaron su primer sencillo: “Hey Joe”. El segundo fue “Purple Haze”, que en unos cuantos días se colocó en el número tres de las listas de éxitos de Gran Bretaña. Después de triunfar en Europa, a Hendrix lo invitaron para actuar en Estados Unidos con su banda —Paul McCartney influyó para que Jimi Hendrix Experience tocara en junio de 1967 en el Monterey Pop Festival, donde tuvo una actuación inolvidable. En abril de 1968, en Nueva York, grabaron Electric Ladyland, que va del funk eléctrico a la fantasía total. El ascenso parecía imparable, pero a pesar del éxito el 29 de junio de 1969, hace 50 años, Reddign, Mitch Mitchel y Hendrix tocaron juntos por última vez. Con una nueva banda, Jimi tocó el 18 de agosto de 1969 en el legendario Festival de Música y Arte de Woodstock (su actuación está recogida en el documental Hendrix 70: Live at Woodstock ), donde provocó un escándalo al tocar el himno nacional norteamericano. La carrera de Hendrix siguió subiendo, tanto como las presiones y el acoso de la prensa. Quería dejar todo eso y dedicarse a escribir, pintar y tocar su guitarra. No pudo hacerlo, murió en Londres el 18 de septiembre de 1970. Tenía 27 años.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
13 DE JULIO 2019
http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto
TOSCANADAS
Fue un buen escritor DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
H
ice una breve gira por Alemania que incluía las ciudades de Bielefeld, Bochum y Siegen. Se me ocurrió hacer una lista de lugares que nunca pensé visitar; ciudades que nunca supe que existían hasta que recibí la invitación. Ya recurriré a mi bitácora que se guarda en los correos electrónicos, pero ahora recuerdo algunos sitios en Francia: La Ricamarie, Salon de Provence, Saint Yorre, entre otras. En Portugal están Matosinhos, Portimao, Leiria o Covilha. En Argentina: San Francisco o Carlos Paz. Y así en otros países. El escritor va doquiera donde haya lectores, y eso lo hace sentir como el pan Bimbo. Me encontré con mexicanos en estas, para su servidor, ignotas tierras alemanas. Lo que para mí es una circunstancia libresca, para ellos fue una sucesión de contingencias que los llevó a estar donde están. Ninguno de ellos tuvo el sueño de vivir en Bochum o en Bielefeld, pero ahí están.
SIEGEN
Vista panorámica de la ciudad alemana.
Estudios, trabajo, amores. Cualquier imprevisto es bueno para establecerse en un recóndito sitio. Quien vive en París, Madrid o Berlín, nunca tiene que explicar por qué está ahí; pero los mexicanos en Krefeld o Besanzón han de contar su historia una y otra vez. Y no es asunto de pueblo pequeño. Cientos de veces yo tuve que relatar la historia que me llevó a vivir a Varsovia. El día que esto escribo me amaneció en Siegen. Me enteré de que ahí había nacido Peter Paul Rubens y me lancé al museo que tiene una sala dedicada al pintor. En mi prisa por no perder el tren, malcrucé una calle. Entonces me vino una idea: ¿qué ocurriría si Toscana muriese en Siegen? La historia tendría algo de patético. “Muere escritor mexicano en Siegen”. La nota tendría que aclarar dónde diablos queda ese lugar. Y yo ya nunca podría explicar por qué morí justo ahí. El embajador de México en Alemania se
sentiría justamente molesto. “¿Cómo se le ocurrió matarse allá?” y enviaría al doblemente molesto cónsul a que se encargara de los trámites. Encima, el imprudente Toscana no dejó dicho nada. ¿Adónde mandamos el cadáver? ¿A México? ¿A Madrid? ¿A Cracovia? ¿Lo echamos en un féretro hermético? ¿Lo cremamos aquí mismo? ¿Tiene la embajada presupuesto para eso? ¿Dónde vive la viuda? ¿Quién le da la noticia? ¿Tiene alguna propiedad funeraria? Regresé del museo a la estación de trenes con más precaución. Ahora estoy en el aeropuerto de Düsseldorf, listo para volver a Madrid. Prometo cruzar las calles con precaución. Y, en caso de no hacerlo, las potenciales dudas del embajador en Berlín serán las de Roberta Lajous, que acabará por enviar al buen Jorge F. Hernández a identificar mi cadáver. “Sí”, dirá Jorge, “es él”. Y con la santidad que me da la muerte, agregará: “Fue un buen escritor”.
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CAFÉ MADRID
Amor, negro, humor negro
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na vieja gloria del cine —borracha de nostalgia, harta de nadar en el olvido— sobrevive en una casona de las afueras de Buenos Aires en compañía de su esposo, un actor del montón y en silla de ruedas, un guionista tan ingenioso como frustrado y un director astuto pero resentido con la vida. Un día, la monotonía con la que este cuarteto de viejos espera el final de sus días se ve interrumpida por una pareja de jóvenes que están al frente de una voraz empresa inmobiliaria. Todos se ven inmiscuidos en una jugarreta del destino —ácida, deliciosamente llena de incorrecciones políticas— que habrán de librar no solo estando atentos a la partida sino, sobre todo, al rival. En el ínterin, se desvelan intimidades (y mezquindades) del mundillo cinematográfico. La trama, llena de diálogos casi perfectos (quizá porque han sido minuciosamente construidos durante ¡22 años!), pertenece a una fábula anclada a la realidad y revitalizada por Juan José Campanella, el director de cine argentino oscarizado por El secreto de sus ojos, que hace películas como quien hace estupendas travesuras. El otro día llegó —con el ego a cuestas— a la Academia de Cine (que, por cierto, tiene la ¿desgracia? de estar ubicada junto a la sede del Partido Popular; tan fachas ellos, tan progres los cineastas) para presentarnos El cuento de las comadrejas (la cinta más taquillera de este año en su país, según dijo) y contó que si tardó tanto en filmar esta película fue porque el propósito era enorme: rendirle un homenaje al cine. Lo hace, pero también va más allá: provoca una reflexión sobre el lugar
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA 100 BARES
que ocupan las personas mayores en la sociedad actual, sobre lo efímero que es el éxito y sobre la avidez humana (que —ejem, ejem— nos hermana con las comadrejas). Pero a todo esto se llega después de una sucesión de carcajadas. La obsesión de este director siempre ha sido el amor de larga duración. No los primeros seis meses de relación en pareja (como hacen miles de “comedias románticas”), sino el cúmulo de
La obsesión de Campanella siempre ha sido el amor de larga duración, el cúmulo de años
años en los que, después de arrinconar la pasión, dos personas continúan juntas —acompañándose, soportándose— y su amor se torna negro al llenarse de reclamos, sarcasmo y hasta insultos constantes, los cuales, sin embargo, son incapaces de derribar la costumbre de estar acompañados. Véanse, sobre todo, las “relaciones de antes”, las de nuestros abuelos, las de nuestros padres (todo hay que decirlo). “Me atraen las historias de aquellos que permanecen juntos durante muchos años: cómo mantienen y reconvierten su amor, cómo de pronto lo que parecía lindo empieza a molestar, cómo una risa cantarina empieza a ser una risa irritante, cómo algunos sentimientos se guardan en un cajón y no vuelven a salir, y cómo a partir de
Escena de la película El cuento de las comadrejas, dirigida por Juan José Campanella.
cierto momento todo esto se vive con normalidad. ¿No les parece súper interesante?”, abundó Campanella (que iba vestido, claro, de negro). La película, en realidad, es una versión corregida y aumentada de Los muchachos de antes no usaban arsénico, “una cinta maldita que no tuvo suerte en su momento”, explicó el cineasta, “pero que hoy es de culto. Se estrenó una semana después del golpe de 1976, que desembocó en la última dictadura argentina, cuando le decían a la gente que no saliera a la calle, lo que obviamente no benefició al cine”. Al principio, Campanella pensó en transformar aquel filme en una obra de teatro (y se nota mucho ahora en la pantalla), pero desechó esa idea ante la oportunidad de celebrar el tipo de cine que lo formó. El rodaje de esta fábula, como todos, guarda varias anécdotas, pero también desencadenó en este hombre calvo y de sonrisa fácil la que quizá sea la síntesis del oficio de director, esa en la que “todo depende de las elecciones que se toman: qué actores eliges, qué decides filmar y, de lo que filmas, qué decides mostrar luego. Es con la elección de los ingredientes cuando se consigue un buen platillo. En el cine, si tienes una buena historia y buenos actores, es fácil. Teniendo eso, al llevarla a cabo, solo se trata de dirigir el tráfico”. Pero a reserva de todo esto, no está de más decir que ese aire antiguo que tiene la cinta, esas escenografías recargadas, esa atmósfera mordaz e inteligente y esos diálogos tan literarios como los de antaño, convierten a El cuento de las comadrejas en una muestra de ingenio a caballo entre el humor negro y el amor negro.
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