Laberinto No.840 (20/07/19)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

CRÓNICA

FERNANDO ZAMORA

EMILIANO PÉREZ CRUZ

El onírico cuaderno visual de Godard

El caché de Armando Ramírez, cronista de Tepito

Foto: Fabrice Aragno

SÁBADO 20 DE JULIO DE 2019 AÑO 16 - NÚMERO 840

Con Hemingway en el cuadrilátero Luis Torres Albarrán/ ILUSTRACIÓN: ALFREDO SAN JUAN

Foto: Héctor Téllez


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ANTESALA

20 DE JULIO 2019

ARTES VISUALES

La explosión de la vida MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA CORTESÍA MUSEO DE LA CIUDAD DE MÉXICO

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asión es la palabra que sintetiza la muestra Gilberto Aceves Navarro: Hoy, que se presenta hasta el 29 de septiembre en el Museo de la Ciudad de México. Pasión por pintar. Pasión por enseñar. Pasión por continuar. El ímpetu plástico de Gilberto Aceves Navarro (1931) aún emociona. Impacta porque a sus casi 88 años se atreve a navegar en grandes telas como en la serie “Migrantes” (2019), sobre todo emociona porque en esos grandes formatos el maestro se deleita en el color y en el dibujo. Quizá ya no tiene la fuerza para aventurarse en la textura, como en la serie “La decapitación de San Juan Bautista”, pero tiene la fortaleza intelectual, la “maña” de la experiencia y el goce para internarse en los territorios de la pintura, en la que no solo se siente cómodo, sino de la que es emperador. Resulta conmovedor explorar en 60 piezas el compromiso con el hacer. La exposición abre con un autorretrato fechado en 1951. Esta pieza exhibe el talento de un dibujante que se propuso dominar el oficio para luego romper con ese virtuosismo y convertir su trazo en una apuesta única. Aunque suele ser considerado parte de la Generación de la Ruptura, Aceves Navarro se desarrolló a su aire, a su ritmo y más allá de grupos. Si bien su obra es abstracta, lo es más por búsqueda plástica personal que por una confrontación. Fue asistente de David Alfaro Siqueiros, con quien comparte la vitalidad del acto de pintar. Su trabajo es una experiencia voluptuosa, porque más allá de temas, el imán de su obra es su exploración y experimentación de la pintura en su hacer. En esta breve retrospectiva queda claro que además de conocer la historia de la pintura, Aceves Navarro se ha enfocado en escudriñarla en su producción, efectos, detalles y posibilidades. Su obra rompe porque propone, porque explora lo figurativo hasta disolverlo, porque en lo abstracto hurga en la expresión, no conforme experimenta el color y los tamaños, juega con las capas de la pintura como si cada cuadro fuera una investigación y una apuesta, en cada uno pareciera que empuja y empuja para ver hasta dónde puede llegar, y cuando cruza el límite vuelve a comenzar su recorrido en otra tela o en otro soporte o género. Porque el maestro es curioso, durante casi setenta años sigue queriendo saber qué pasa con el volumen o la textura o la línea ya sea en la gráfica, en la escultura, en la pintura o en el dibujo, ese que, por cierto, ya es escuela. Contemplar esta muestra es vivir el placer de la creatividad, la explosión de la vida.

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Exposición de Gilberto Aceves Navarro.

El libro de imágenes. Dirección, Jean-Luc Godard. Suiza, 2018.

HOMBRE DE CELULOIDE

El manifiesto y el sueño FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA FABRICE ARAGNO

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Qué es El libro de imágenes? La película número cuarenta y cinco de Jean-Luc Godard. Es, además, una suerte de cuaderno visual, de notas oníricas que el director construye a sus ochenta y nueve años con una arquitectura precisa. Con ella, Godard devuelve al cine a su lugar entre las bellas artes, un sitio que pierde y gana regularmente en su lucha contra el capitalismo, contra la necesidad inherente al cine de una producción y una distribución; de una nómina y un contador. El libro de imágenes es, además, un manifiesto artístico y político. El montaje se renueva como cuando lo descubrió Eisenstein. Interpretarlo resulta tan simple o tan complicado como interpretar un sueño. Y es que la idea del director sigue siendo la misma del Avant-Garde: despertar al espectador haciéndolo soñar. Es evidente, para comenzar, la estructura: cinco partes, “como los dedos de la mano”: Remakes, San Petersburgo, Los ojos de Occidente, Estas flores entre los rieles en el viento confuso de los viajes, El espíritu de las leyes y La región central son los capítulos de este libro de recortes visuales en el que Godard (consciente de su lugar privilegiado en la historia del cine) recorre el camino contrario al arte de la pintura. Y es que, si durante el Re-

nacimiento los pintores afirmaron su lugar en el parnaso de las bellas artes, sosteniendo que la pintura es un arte porque es “liberal” es decir, propia de hombres libres, que no esclavos, de hombres que usan la inteligencia y no las manos, en El libro de imágenes Godard sostiene que ante todo el director de cine es un obrero de las artes, un artista que trabaja con las manos. Por ello la película abre y cierra con los dedos arrugados del viejo maestro montando cine como en los viejos tiempos, con moviola y celuloide. Como ante todas las artes, el espectador cosechará con esta película lo único que lleve al cine. Si uno lleva, por ejemplo, demasiada cultura cinematográfica, corre el riesgo de distraerse y dejar de soñar identificando las secuencias elegidas en la historia del cine, secuencias que se entrelazan con la historia de dos hechos que permiten al director lanzar su manifiesto político: la Segunda Guerra Mundial y la guerra en Palestina. Hacia el final confirma

“La película abre y cierra con los dedos del maestro montando cine como en los viejos tiempos”

el autor la decadencia de Europa, la incapacidad del cristianismo europeo de pensarse a sí mismo, la grave confusión de los poderes hegemónicos cuando hablan del mundo árabe sin darse cuenta de que en efecto es un mundo. Tan lleno de ideas y culturas que resulta imposible de aprehender. Es un mundo que, dice Godard, está por acabar con la cultura judeocristiana que confortablemente burguesa ríe y goza de placeres mundanos. El maestro no ha dejado de ser un comunista. Es sin embargo un comunista que mira a sus ideas con la nostalgia de quien sabe que sí pasarán, que está destinado al olvido político por más que tenga al cine de su lado, para entretenerse, crear, manufacturar. Devolviendo al arte al cine-ojo de Dziga Vertov, a la Caméra-Stylo de la Nueva Ola, Ojo-cámara con el que este autor construye complejos poemas visuales. El libro de imágenes es al mismo tiempo cine que hipnotiza, aletarga, golpea y despierta al espectador que ha traído consigo al cine la búsqueda del infinito. Como los místicos. Como Godard, profeta que anuncia en esta obra el fin de la especie humana: “los ricos devastan al mundo con el desperdicio de sus bacanales, los pobres acaban con sus recursos porque no tienen otra oportunidad.”

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ANTESALA

20 DE JULIO 2019

ESCOLIOS

POESÍA

No moriré NADIA LÓPEZ GARCÍA*

Mi voz no quedará desierta, se escuchará en la voz del viento, se repetirá en el timbre de los pájaros, en el susurro de mis hijos. La muerte me verá a la cara y seguirá su camino, los perros echarán lagañas de miedo, porque venceré a la muerte y al olvido. Aunque mi cuerpo sea desaparecido e intenten borrar mi nombre, no moriré. Decías como rezo, padre. Y aquí estoy, repitiendo tu voz, buscando que nunca mueras, que nuestra palabra se haga nido y nunca se calle. *Oaxaca, 1992. Poeta bilingüe tu´un savi (mixteco)-español. Premio Nacional de la Juventud 2018, es autora de Ñu´ú Vixo /Tierra Mojada.

EX LIBRIS

Los cisnes salvajes/ EKO

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Un llamado salvaje ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

J

@Sobreperdonar

ack London (1876-1916), el irredento aventurero, el torrencial y atormentado escritor, el aguerrido socialista y valiente distopista desarrolló una empatía extensiva con el mundo. En efecto, su exaltación de la aventura y el sufrimiento no se limita a los hombres, sino que abarca a las bestias y, como pocos escritores, London habla desde “dentro” de los animales. Varias de sus narraciones tienen como protagonistas a animales, aunque sin duda la más intensa es El llamado de la selva, una contra-épica perruna donde se pasa del estado de civilización a una jubilosa prehistoria. Buck, un perro gigantesco que vive cómodamente en la casa de un juez en California, es hurtado por un sirviente que, durante la fiebre del oro, lo vende como perro de tiro para los exploradores (London mismo persiguió, sin éxito, la quimera del oro en su juventud y se dice que entre sus escasas pertenencias llevaba un ejemplar de El origen de las especies de Darwin). En su tránsito del apacible hogar al hostil clima del Valle del Yukon, Buck vive una “novela de aprendizaje” en la que para sobrevivir debe desplegar tanto sus más salvajes instintos como su más refinada astucia. Tras una sucesión de amos crueles y ambiciosos, diestros en el arte de latiguear e imponer jornadas agotadoras de trabajo forzado, Buck es vendido a un trío de exploradores más crueles e ineptos que todos los anteriores. Luego de un inmisericorde y errático recorrido, el trío y sus perros se hospedan en un campamento donde su propietario, Thornton, les advierte que proseguir el camino sería suicida, estos no lo escuchan y pretenden armar nuevamente el trineo, pero Buck se niega a levantarse y es brutalmente golpeado hasta que, indignado, Thornton se interpone en el castigo y hace huir a los agresores, los cuales a los pocos metros se hundirán en el hielo. Con Thornton, su salvador, Buck vive una relación de solidaridad, camaradería y amor por el peligro que nunca, ni en su etapa de perro consentido, había experimentado. Buck acompaña a su nuevo amigo a la búsqueda de un mítico yacimiento situado en los linderos del ártico. En esos atrayentes parajes blancos, Buck descubre las reminiscencias de su origen y perfecciona su fortaleza e instinto depredador: mata a un oso ciego y a un gigantesco alce. Sin embargo, cuando regresa al campamento Buck descubre que su amo ha sido asesinado por los indios y desata una matanza contra los agresores; luego, se une a los lobos y se convierte en un legendario jefe de manada, dejando sembrados relatos de terror entre los indios, así como numerosos descendientes. Las vertiginosas descripciones del paisaje, la aguda incursión en la psicología de hombres y perros y el sentido del suspenso hacen verosímil esta saga y aclaran la filosofía vitalista del autor: que, en los estados límite, tanto el humano como el animal acuden a sus más ocultas, atávicas y sorprendentes aptitudes y que la mera lucha por la supervivencia es ya un placer.

“En los estados límite, tanto el humano como el animal acuden a sus atávicas aptitudes”

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ARTE

20 DE JULIO 2019

Un libro de José Ángel Leyva narra la trayectoria artística de Guillermo Ceniceros, quien, entre otras cosas, refiere su encuentro con Siqueiros y el muralismo

En el laboratorio de las formas EVODIO ESCALANTE FOTOGRAFÍA PASCUAL BORZELLI IGLESIAS

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ué mejor manera de celebrar los 80 años de Guillermo Ceniceros que presentar un libro de arte que reúne una buena selección de su trabajo como dibujante, y ya se sabe que el dibujo es la base de todo artista plástico que se respete. A esto hay que añadir la extraordinaria semblanza de vida del pintor Ceniceros que ha urdido el poeta, novelista, crítico, editor y entrevistador José Ángel Leyva. Para realizar Guillermo Ceniceros. Laboratorio de formas (Fundación Guadalupe y Pereyra-Grupo Cultura en Construcción, México, 2018), Leyva inventa procedimientos que ponen de cabeza, por decirlo así, el género de la entrevista tal y como lo conocemos. De tal suerte, su participación en este libro en su calidad de crítico de arte aparece travestida bajo la forma de una entrevista imaginaria en la que la voz cantante parece llevarla el conocido crítico, ya fallecido, John Berger, frente a cuyas breves intervenciones se despliegan las “respuestas” o los “comentarios” del propio Leyva. Se trata de una crítica de arte que se disimula bajo los ropajes de un diálogo que nunca tuvo lugar. El talento de Leyva como novelista algo tiene que ver con lo anterior. Y con lo que sigue. La pieza fuerte de este libro, la entrevista que el mismo Leyva le hace a su amigo y coterráneo el pintor, dibujante y grabador Guillermo Ceniceros. A diferencia de lo que había hecho en su libro de homenaje a la familia Revueltas, aquí José Ángel Leyva desaparece, se “borra” como entrevistador. La entrevista, en efecto, se llevó a cabo, de seguro a lo largo de varias sesiones, pero el editor, de manera astuta, ha borrado todas y cada una de las preguntas que le hizo al artista, y todavía más, conjeturo, ha editado las respuestas, apretándolas, cambiando el orden de las mismas, ensamblando diversos materiales e incluso realizando un trabajo minucioso con el lenguaje (que acaso podríamos llamar “estilístico”) con el propósito de conservar las huellas peculiares del de la voz, quiero decir, con el propósito de preservar el acento y la entonación de Guillermo Ceniceros. De tal suerte, lo que leemos en el libro no es una entrevista sino un monólogo. Tan convincente, por cierto, que se tiene en todo momento la impresión no tanto de leer un texto

El pintor, dibujante y grabador, quien celebra 80 años.

sino de escuchar el habla desenfadada y cordial del pintor durangueño. La entrada tiene el aplomo de un texto novelístico: “Me llamo Guillermo Ceniceros Reyes, soy pintor, nací en El Salto, Pueblo Nuevo, Durango. Allí transcurrió mi infancia. De esa época de mi vida conservo con nitidez el olor de un tubérculo al que los lugareños llamaban juárez. Era blanco y poseía un aroma semejante al queso […]. Me acompañaron de por vida los aromas de la madera y la trementina, la brea de donde se extrae el aguarrás […]. Cuando uso el óleo y lo diluyo, empleo dicho solvente e inevitablemente vienen a mi memoria los aromas del aserrín y de la madera, de los pinos, del bosque, del humo de las chimeneas de las casas, de la tierra, del frío, del sol iluminando el verde de mi niñez”. Al final del “monólogo”, Ceniceros retoma esta evocación de los olores de la trementina y la brea que experimentó en su niñez en la sierra de Durango. Pierre Boulez, el gran compositor francés del postserialismo, sostenía

Ceniceros narra su primer aprendizaje del dibujo industrial, su consolidación en la Escuela de Artes

que cuando el público reconoce una secuencia de sonidos que había aparecido con antelación era signo seguro de que la obra estaba por concluir. Así sucede en este caso. Lo que hace Guillermo Ceniceros es narrar los avatares de su infancia en El Salto, Pueblo Nuevo, incluyendo alguna ingeniosa travesura de fogatas, el traslado de la familia a Monterrey, su primer aprendizaje del dibujo industrial, su consolidación en la Escuela de Artes, el impacto que habría de tener en su desarrollo uno de sus primeros maestros de pintura, César Delgado, quien ya le hablaba de conspicuos muralistas como Ángel Zárraga y Diego Rivera, sus peripecias en el Jardín del Arte de Sullivan al lado ya de su compañera, la también pintora Esther González, en fin, la forma inesperada en que conoce a Siqueiros. Resulta que un amigo español tenía que ir a Cuernavaca a solicitarle algún apoyo al famoso muralista. Transcribo las palabras con las que narra este hecho el mismo Ceniceros: “Yo estaba sin empleo y mis ingresos dependían de las ventas en el Jardín del Arte. Un día, Luis Moret me invitó a Cuernavaca y me pidió que me llevara un cuadro. Nos fuimos en su auto y al

llegar tocamos el timbre y cuando nos preguntaron quién era, Moret, con su acento español, dijo: somos unos artistas de España. Vino entonces Siqueiros a abrir la puerta y el primero que habló fue Luis Moret, pues requería una firma para hacer un trámite en Gobernación por su condición migratoria. Nos condujo al taller, que era un espacio más pequeño […]. Muy amable nos mostró el espacio y el trabajo que realizaba. Luego nos preguntó cuál era el motivo de nuestra visita. Luis le expuso su situación y le pidió ayuda, misma que Siqueiros aceptó dársela. Y sin que yo hablara, cuando el maestro me preguntó que cuál era mi asunto, Luis respondió: él vino a trabajar contigo. Y me dijo: Guillermo, muéstrale tu cuadro al maestro. Era una pintura que yo había hecho sobre el paisaje de Nuevo León, Los Altares, en los alrededores de Monterrey, en un sitio donde había una fábrica de cemento y una cooperativa. Siqueiros me pidió que lo colocara en un caballete, lo observó detenidamente y movió la cabeza afirmativamente, sí, claro que sí, él viene a trabajar conmigo. Así comenzó mi relación laboral y mi amistad con él”. Estimo que se trata, sin lugar a dudas, de una anécdota memorable.

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ARTE

20 DE JULIO 2019

Alebrijes monumentales en el marco de la gran edición de Lille 3000, Eldorado.

En la más reciente edición del festival francés, el arte popular y el arte contemporáneo de nuestro país son los protagonistas

Fiesta mexicana en Lille SYLVIA NAVARRETE FOTOGRAFÍA MAXIME DUFOUR PHOTOGRAPHIES

L

ille es una hermosa ciudad minera y textil del norte de Francia, que desde 2001 vota por la alcaldesa socialista Martine Aubry. Al declarársele “capital europea de la cultura” en 2004, instituyó un festival que atrae a franceses y belgas, holandeses, alemanes e ingleses. Aquella primera edición acogió la memorable exposición México-Europa ida y vuelta, curada por el erudito historiador de las vanguardias Serge Fauchereau. Nuestro país fue invitado de honor este año, bajo el lema “Eldorado”: traslape geográfico aparte, aquella comarca fabulosa que encandiló a los conquistadores españoles reactiva la reflexión sobre la felicidad ante el cataclismo del cambio climático, los estragos del capitalismo, las migraciones, y abre vías alternas en el viejo continente en medio de tensiones entre Estados Unidos y América. Una inversión de 9 millones de euros, locales en mayoría (municipio, EDF, Auchan, Air France…), financió 50 exposiciones de arte e incontables encuentros y talleres de literatura, música, cine, teatro, artesanía, gastronomía y hasta lucha libre, intra y extramuros. México delegó a autoridades culturales

a la inauguración, pero escatimó el patrocinio económico. La iniciativa prosperó gracias al Museo de Arte Popular, que multiplicó esfuerzos de coordinación, envió contingentes de artesanos para intercambiar saberes y colocó 28 alebrijes monumentales en avenidas de arquitectura renacentista, que alternaban con calaveras gigantes customizadas por las pompas fúnebres García López. La kermesse, fiesta campesina que permitía todos los desenfrenos, se inventó hace siglos en esa región de Flandes. El lanzamiento de Lille 3000 recuperó esa venia popular con un megadesfile de carros alegóricos dedicados a Frida Kahlo, la Catrina, la lucha libre, el baile, que animaron 3 mil voluntarios al ritmo de mariachis, bandas de Oaxaca y el acordeón de Celso Piña. No hubo desmanes: aun en Carnaval, el europeo no pierde la compostura: gritaba “olé” al paso de las carrozas, bailaba una despistada mezcla de salsa, cumbia y reggae. La interpretación local de vestuario y gestualidad era fantasiosa, con retoques de Coco y Pokemón, sin superar nuestra idiosincrasia del oropel. Oaxaca tuvo una presencia tan preponderante que ahora el francés

confunde este estado con todo México. Dio la nota el colectivo Tlacolulokos (Darío Canul y Cosijoesa Cernas), no solo por evocar a la juventud chicana de Oaxacalifornia en ocho inmensas telas de estilo punk-gótico, sino por el mural callejero Para entrar al barrio, en el que tuvieron que borrar el acrónimo ACAB (All Cops Are Bastards) bajo la presión de la policía municipal: Francia lleva diez meses inmersa en manifestaciones de chalecos amarillos que ponen en jaque a Macron y provocan despliegues de las fuerzas del orden. “México es el paraíso de la pintura mural, el grafiti y el fresco”, reza el programa oficial. En una coyuntura adversa, hasta el street art debe callar. “No hay publicidad mala”, concluyó Cernas. Predominó el arte popular en las calles, y en los museos el arte contemporáneo, cuya escenificación acusa una tendencia generalizada al escarceo inofensivo y a la bulla de patio de recreo. Entre los curadores independientes, Jerôme Sans (1960), cofundador del

La cultura y el arte recuerdan que Eldorado radica no en el afuera sino en el adentro

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Palais de Tokyo en París, buscó autores en los cuatro puntos cardinales (de México, Francis Alÿs, Teresa Margolles y Stefan Brüggemann) para armar megainstalaciones transitables con mucho color, mucha imagen en movimiento, mucha teatralidad. La gallarda Dorothée Dupuis (1980), editora en México de la revista Terremoto, trasladó en La diosa verde las alucinantes Pozas de Edward James a una jungla pop de alta tecnología y ciencia ficción (de México, Calixto Ramírez). Ana Elena Mallet (1971), una de nuestras especialistas en diseño, llevó US Mexico Border, que transforma la realidad física de la frontera en terreno de experimentación. Hubo muestras alternas: dibujos in situ de Carlos Amorales y, en fotografía, La Bestia de Alfredo Durante y los superhéroes ridículos de Dulce Pinzón. Guste o no, la consentida de Lille 3000 fue Betsabeé Romero, quien ambientó varios recintos con seductores objetos dorados, penachos de plumas blancas y trajineras (las vimos en 2017 en el Zócalo capitalino). La exposición que curé, Intenso/ Mexicano, a invitación de Lille 3000 en el Hospice Comtesse, agregó una nota clásica al conjunto. Cincuenta obras del acervo del Museo de Arte Moderno guían a un público no familiarizado con nuestra historia por la cultura visual del siglo XX, obsesionada por el pensamiento y el arte prehispánicos, las tradiciones populares y étnicas, y la voluntad de imponer paradigmas identitarios y estéticos propios, que en la posrevolución combinaron el rechazo al cosmopolitismo de las vanguardias europeas y el temor de quedarse a la zaga de las innovaciones del momento. Quise transmitir aquel sentido del exceso y de lo irracional que priva en la pintura y la fotografía desde la Escuela Mexicana hasta la etapa preglobalizada, y subrayar la vitalidad de la plástica a través de tres temas recurrentes: la tierra (naturaleza dadivosa u hostil, Zapata y el EZLN), la belleza (retrato burgués e indigenista, emancipación sexual) y el sueño (ritos arcaicos, surrealismo y evasión). Orozco, Rivera, Kahlo, Siqueiros, Tamayo, Olga Costa, Julio Castellanos, pero también Ignacio Aguirre, José Chávez Morado, Lola Álvarez Bravo, Xavier Esqueda, Francisco Toledo, Graciela Iturbide, Nahúm Zenil, Germán Venegas, Daniel Lezama, Francisco Mata y Pablo López Luz: 31 autores, patrimoniales o no, que desde la década de 1920 hasta los años noventa producen obras de gran impacto emocional que oscilan entre la tradición ancestral y la sátira nacionalista, la introspección y la postura crítica. La exposición viaja a Ámsterdam en octubre. Las elecciones municipales se acercan, Aubry se jubilará y no ha preparado su relevo en la izquierda. ¿Acaso México habrá encarnado el ocaso del festival? Más allá de su trasfondo político, Lille 3000 convoca a México para jugar a la parafernalia romántica: contra la publicidad y el turismo global que prometen paraísos perdidos y prosperidad material, la cultura y el arte recuerdan que Eldorado radica no en el afuera sino en el adentro, simplemente en la búsqueda del goce, la libertad y lo espiritual. Al promover la riqueza de las culturas autóctonas, intenta neutralizar la polaridad social mediante una fugaz convivialidad.

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DE PORTADA

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“Mi escritura no es nada, mi boxeo lo es todo obsesionado con ser un hombre de acción, co ensayo que le rinde homenaje en el 120 anive

Desmitificando a K

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LUIS TORRES ALBARRÁN FOTOGRAFÍA GEORGE KARGER/ LONDRES, 1944

caso una de las imágenes más conocidas de Ernest Hemingway (21 de julio de 1899-2 de julio de 1961) sea la que lo inmortaliza con los guantes puestos, la izquierda adelantada y la derecha amartillada, el torso desnudo y ligeramente encorvado, los ojos entrecerrados y un flequillo desaliñado, como tanteándose a sí mismo frente al espejo. Sin embargo, al margen de su elocuencia visual, quizá no sea la fotografía de George Karger de mayo de 1944, en el gimnasio del hotel Dorchester en Londres, la que capture en toda su dimensión lo que el noble arte llega a representar para él, obsesionado con la forja de su leyenda como hombre de acción al grado de aseverar: “mi escritura no es nada, mi boxeo lo es todo”. Con base en su propio principio del iceberg —“hay siete octavos de él bajo el agua por cada parte que se muestra”—, la clave para explorar la tozudez con que se empeña en equiparar su méritos literarios con sus dotes pugilísticas más pareciera estar en la dedicatoria del retrato que le hace su amigo Waldo Peirce en Cayo Hueso, hacia 1929. “Para Ernest (alias Kid Balzac)”, se lee en el ángulo inferior derecho del cuadro, observa J. Lawrence Mitchell, profesor emérito de la Universidad de Texas A&M, en su ensayo “Ernest Hemingway: In the Ring and Out”, para la revista The Hemingway Review del otoño de 2011. Ferozmente competitivo, siempre en comparación con otros autores, aun cuando se tratara de una broma a partir de un supuesto parecido físico, este guiño le rinde un doble tributo —apunta el investigador—: por encima de la obvia identificación con uno de los campeones de la novela

realista del siglo XIX, también se le compara con Ercole Billy (de) Balzac, mandamás de peso medio en la Francia de aquellos años. Es como si en estos garabatos se condensaran los episodios que, en el París de la década de los veinte, alimentan su fama de peleador, aun cuando sobran testigos y biógrafos que no ven en ellos sino desplantes y bravuconadas, bajo los que se esconde una necesidad casi patológica de reafirmar su virilidad. Ahí quedan para el registro —en el recuento de Mitchell— sus puñetazos fuera de tiempo, su habitual elección de sparrings de la mitad de su tamaño, y esa maña de hacerse acompañar de su cronometrista particular, por lo regular el viejo amigo Bill Smith, aleccionado para interrumpir o dejar correr los asaltos en función de su desempeño. Hasta el día de 1929 cuando, en vez de Smith, es Scott Fitzgerald quien se encarga del tiempo en su tristemente célebre choque contra Morley Callaghan. En el sótano del American Club parisino, uno de los que debían ser rounds de un minuto se alarga a cuando más tres —nunca 13, como asegurara Hemingway—, lo cual no habría sido problema si en ese tiempo el narrador canadiense no hubiera tumbado a Papa, quien acusaría a Fitzgerald de haber dejado correr el reloj deliberadamente. En los periódicos, el derribo se consigna como nocaut y se hace inminente el distanciamiento entre los combatientes. Con sus amigos y conocidos de la época, Hemingway alardea de haber subido al encordado con figuras como Harry Greb, Sam Langford, Jack Blackburn —mejor recordado como entrenador de Joe Louis— y Tommy Gibbons. Si bien los aficionados de verdad habrían sabido lo improbable de dichos encuentros, sus círculos más cercanos resultan fácilmente impresionables.

De todas las facetas de macho sobre las que erige su mito, la de hombre de puños es la menos cabal

De la que jamás hablaría sería de su sesión con Gene Tunney, unos 20 años después, recuperada por George Plimpton en su libro Shadow Box. An Amateur in the Ring, a partir del testimonio que el hijo de Tunney le compartiera sobre lo sucedido en la Finca Vigía, a las afueras de La Habana. Ante la insistencia de Ernest, Gene termina por acceder a un tiro a puño limpio, aun cuando tiene claro que su anfitrión, en realidad, no sabe hacer sparring. Y sucede lo que esperaba: tal vez por torpeza, Hem le conecta un golpe bajo. Indignado, a Gene le basta una finta para bajar la guardia de su oponente y contraatacar con un mandarriazo que a milímetros queda de hacer colapsar la estructura facial del escritor, que en la vida vuelve a invitar al excampeón de los pesados a intercambiar golpes. Peor suerte corre Budd Schulberg, blanco de las arremetidas, al menos verbales, del fiero Kid Balzac. Probablemente molesto por el éxito de Más dura será la caída —su novela a propósito de la corrupción en el negocio de la bofetada rentada—, Hemingway lo topa en el patio de Betty y Toby Bruce, pareja de amigos en común que ofrece una fiesta en su casa de Cayo Hueso, hacia 1947. En la descripción recogida en el libro Sparring with Hemingway and Other Legends of the Fight Game (Ivan R. Dee, 1995), un cincuentón de cara colorada y pecho inflado bajo la camisa abierta casi hasta el ombligo, le suelta un par de filosos jabs —“¿Así que tú eres Schulberg?”, “¿El escritor?”—, antes de lanzar una derecha de poder: “¿Tú qué sabes de boxeo, por el amor de Dios?” Sobreviene entonces una andanada de nombres a manera de cuestionamientos —“¿Billy Papke?”, “¿Leo Houck?”, “¿Pinkey Mitchell?”, “¿Pete Latzo?”— de la que, como puede, el guionista de Hollywood alcanza a salir bien librado gracias a que, como él mismo reconociera, “tal vez no sepa mucho de boxeo, solo lo he seguido toda mi vida”.


DE PORTADA

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o”, decía Hemingway, omo recuerda este ersario de su nacimiento

Kid Balzac

En tanto tema, es como si la dulce ciencia del aporreo le perteneciera en exclusiva a Hemingway. Se especula que el otro motivo de enemistad con Morley Callaghan habría sido la osadía de este de publicar, en la edición de agosto de 1928 de Scribner’s Magazine, el relato “Soldier Harmon”, en cuya trama aparece Harry Greb, ídolo del ring de Papa. Con todo, las historias de peleas y peleadores —esas que su furor le lleva a recrear ventajosamente con quienes aceptan el desafío— le ponen en contacto con sensaciones primitivas que vuelve literatura, en piezas como “El belicoso” (En nuestro tiempo, 1925), “Los asesinos”, “Cincuenta de los grandes” (Hombres sin mujeres, 1927) y “La luz del mundo” (El ganador no se lleva nada, 1933). Y del más alto nivel, como es el caso de “Los asesinos”, calificado de magistral por Gabriel García Márquez en “Mi Hemingway personal”, texto introductorio a la versión en español (Debolsillo, 2007) de la recopilación que el propio Hem hiciera en 1938, bajo el título original The First Forty-Nine Stories. Dos forasteros llegan a la cafetería de una pequeña ciudad en busca de un exboxeador al que pretenden matar. Mientras lo esperan, toman como rehenes al dueño, al cocinero y a un muchacho. Pero el tipo no llega y los mafiosos abandonan el lugar. Asustado, el chico corre a alertarle, pero se encuentra con un hombre que, impávido, le dice que no hay nada que hacer: se metió donde no debía y se ha acabado el ir de un lado a otro. En el condenado Ole Anderson —protagonista de “Los asesinos”—, Hemingway parece recuperar el caso de Frederick Boeseneilers, hijo de inmigrantes alemanes que cambiara su nombre por el de Andre Anderson para probar suerte en los encordados. Entre 1915 y 1926, después de tumbar a Jack Dempsey —aunque sin llegar derrotarlo—, se presta a dejarse caer en contiendas arregladas. Hasta el día en que se rehúsa y es asesinado a balazos. A raíz del juego de apellidos, resulta inevitable que en este personaje se advierta un eco del gigantón sueco al que contrata el entrenador Bob Armstrong para salirse con la suya en un “Un asunto de color”, narración que —en línea con las del periodista deportivo Ring Lardner— el joven Ernest publicara hacia 1916, en la revista Tabula, de la preparatoria Oak Park and River Forest. Con la diestra lastimada, es imposible que Dan Morgan venza al negro Joe Gans. No presentarse a la pelea tampoco es una opción, so pena de perder 500 dólares. Lo que hay que hacer es llevar al contrario a las cuerdas, ahí donde cae una cortina junto al cuadrilátero. Desde atrás, el sueco le noqueará de un batazo en la cabeza. Mas nadie sabe que el mastodonte es daltónico. Y que cuando le zurre al hombre blanco, acaso estará firmando su sentencia de muerte. A lo largo de buena parte del siglo XX, las historias de boxeo girarán en

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torno a las muchas formas de arreglar un pleito. La de Jack Brennan, en “Cincuenta de los grandes”, no será la excepción. Tiene muy claro que no hay forma de ganarle a Jimmy Walcott. Por eso se la juega en favor de su contrincante. Aunque se paga dos a uno, al final se embolsará 25 mil dólares. No es ninguna trampa. Ya no es tan fuerte como antes, pero puede aguantar una paliza y librar el nocaut. Ofrecer un buen espectáculo, pues. Poner fin a su carrera de forma que se sienta bien y gane mucho dinero. Por eso, cuando en el undécimo Walcott le da un golpe bajo, se le salen los ojos, abre la boca, trastabilla casi con las entrañas de fuera, pero no se quiebra. En contraste con Ole Anderson —que se gira en la cama para esperar su destino de cara a la pared—, Brennan niega el foul ante el réferi y regresa al combate. Aunque solo sea para recibir más castigo antes de devolverle la marranada a su oponente, forzar su propia derrota por descalificación y poner otra vez las cosas en orden. Poder y no poder contra las atrocidades del crimen organizado. “Esos dos nos la han querido clavar por la espalda”, le dice John, su mánager, a Jack, ya en el vestidor. “Menudos amigos tienes”, le responde, en alusión a Happy Steinfelt y Lew Morgan, el par de estafadores que les han querido arrebatar la apuesta a traición. “Es curioso lo rápido que piensas cuando hay tanto dinero en juego”, remata Brennan. Al final de la entrevista que concediera al mismo George Plimpton para la edición Primavera 1958 de Paris Review, Ernest Hemingway advierte que, de las cosas que han sucedido, y de las que existen como son, y de todas las cosas que conoce, y todas aquellas de las que no puede saber, el escritor crea a través de su invención algo completamente nuevo, más verdadero que cualquier cosa verdadera: algo a lo que, si le insufla suficiente vida, volverá inmortal. Cazador, pescador, torero, de todas las facetas de macho bragado sobre las que erige su mito, puede que la de hombre de puños haya sido la menos cabal. Y, con todo, igual le alcanza para hacerse dueño de boxeadores que solo existen por un momento, mientras son suyos —como dijera García Márquez—, aunque las tribulaciones de sus vidas imaginarias quedan para la posteridad a punta de porrazos en el teclado de alguna vieja máquina de escribir. Sin olvidar su desencuentro, al paso de los años, Budd Schulberg finalmente descifra la pregunta tras la pregunta del fanfarrón aquel: “¿Tú qué sabes de escribir, por el amor de Dios?” Y entonces repara en que —lo mismo por “El belicoso” y “Cincuenta de los grandes”, que por “El invicto”, Muerte en la tarde, Las verdes colinas de África o El viejo y el mar— cada round en su tarjeta va para Kid Balzac, a quien habrá que levantarle la mano al final de la batalla.

En tanto tema, es como si la dulce ciencia del aporreo le perteneciera en exclusiva a Papa

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MEMORIA

20 DE JULIO 2019

CRÓNICA

“Le ponemos caché, elegancia al dance” Armando Ramírez murió el 10 de julio, desde la amistad, estos testimonios rememoran su vida en el barrio de Tepito EMILIANO PÉREZ CRUZ FOTOGRAFÍA PEDRO VALTIERRA/ CUARTOSCURO

M

ira quién va ahí —dije—: Armando Ramírez, el cronista de Tepito, ¡va a la corre y corre! Corría por la calle de López, en short y con tenis. Me le puse enfrente, junto al Café Villarías, esquina de Ayuntamiento. Lo alcanzamos. Venía de la panadería con leche para el desayuno: “Échame un telefonazo y nos vemos en el café La Habana de Bucareli para ver qué armamos”. Un día en La semana de Bellas Artes, semanario fundado por el escritor Gustavo Sainz a finales de los años 70, se decidió armar un número especial dedicado a los grupos pictóricos mexicanos (Tepito Arte Acá, Suma, Taller de Arte e Ideología-Tai, Tetraedro y Proceso Pentágono), que participarían en la X Bienal de Arte Joven de París (1977), en la sección especial dedicada a Latinoamérica, para ofrecer un panorama de las últimas generaciones de su cultura visual. Entre los entrevistados estuvo Armando Ramírez, pues participaba en el colectivo Tepito Arte Acá con Daniel Manrique y Julián Ceballos Casco, entre otros. De la entrevista quedó como secuela la amistad. Con Armando recorrí, en compañía del fotógrafo Mario Rodríguez El Diablo y el reportero Enrique Aguilar, las vecindades donde el grupo intervino los portales pintando murales, con la convicción de que el arte ayudaría a transformar a los niños y jóvenes del barrio bravo. En otras ocasiones fuimos a los bailes de la vecindad donde sonaba la salsa de Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Pete Conde Rodríguez, los Fania All Star en su totalidad amenizando las posadas desde el tocadiscos, para

que el personal le pusiera con fe al huarachazo. Armando se jactaba de la calidad dancística de los tepiteños, y cotorreaba a quienes veníamos del oriente de la ciudad: —En Neza bailan de a brinquito, mi buen, y aquí le ponemos caché, elegancia al dance... Cuando el sismo del 85 lo busqué para hacer un recorrido por el barrio, y se quejaba de las viviendas que las autoridades edificaban sin tomar el parecer de la gente ni respetar el uso muy particular que da al espacio habitacional en las vecindades, con su patio para las celebraciones comunitarias: bodas, 15 años, primeras comuniones, bautizos... Hubo quienes intentaron que rivalizaran Tepito y Neza en el aspecto de la cultura popular. En vano: los sonideros, con sus enormes bafles y discos de cumbia directamente traídas de Colombia, fueron fuerte engrudo para afianzar las relaciones entre creadores de ambos barrios. Varios grupos culturales de Neza invitaron a Armando a participar en veladas literarias o a presentar lo más reciente de su obra; siempre generoso acudió y constató la gran cantidad de admiradores y lectores que tiene entre la gente del Coyote Hambriento. Nunca negó la cruz de su parroquia: Tepito fue más bien su seña de identidad y de ahí se desplazó por la urbe toda: el territorio y sus habitantes tuvieron plena vida en su literatura: Chin chin el teporocho, Noche de califas, Quinceañera, Pantaletas, El regreso de Chin chin, Pu (reimpresa como Violación en Polanco), entre tantas otras donde despliega su gran habilidad para apropiarse del habla popular

El autor de Chin chin el teporocho, su obra más conocida y con la que alcanzó la fama.

y recrearla al servicio de la literatura. “Mis obras, escritas en lenguaje coloquial, no tratan de agredir, sino de rescatar una forma de hablar que tiene giros propios y una gran riqueza de lenguaje”, expresó Armando Ramírez enfrentando a sus críticos. Lo topé, por última vez, en el trasbordo del metro Chabacano, línea azul. Ya no colaboraba en Televisa y con sus hijos intentó establecer una pequeña productora. Elaboraba una serie para el Metro, me dijo, y chachareamos acerca de los tiempos difíciles que se avecinaban por la escasa oferta laboral para los freelance. Al inicio de este año se supo de su ingreso al hospital; sus accidentes cardiovasculares, combinados con la edad y con la carencia, lo pusieron en manos de la salud pública, donde todo puede suceder, incluso la sobrevivencia. Pero no fue el caso: Armando

Armando se jactaba de la calidad dancística de los tepiteños y cotorreaba a los del oriente de la ciudad

Ramírez no acudió al Faro de Oriente el 6 de julio a presentar Déjame, su reciente novela. Los organizadores informaron de su delicado estado de salud. Uno de sus más cercanos amigos, Virgilio Carrillo, miembro de Tepito Arte Acá, dijo que Armando estaba muy grave: “Ojalá y la libre”. Como en Noche de Califas, Armando: “Tú estás en esa calle mojada por la lluvia de la tarde. O tú estás aquí, en la calle de Peñón, en este cuarto a las nueve de la noche tratando de atrapar en esta hoja de papel lo que recuerdas. No, tú estás sentado en un auto Ford modelo 45, impecablemente cuidado, pintado de gris con llantas de cara blanca y sentado al volante, esperando”. No. Ahora estás en el Centro de Creación Literaria “Xavier Villaurrutia”, en la colonia Condesa, recibiendo el homenaje de tus lectores y amigos. La lluvia arrecia: Mañana te incineran al mediodía y ya solo nos quedarán tus libros, con todo el barrio que en ellos eternizaste. Buen viaje.

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MEMORIA

20 DE JULIO 2019

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PERSONERÍO

Pequeña teoría personal del cine

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El cronista de la barriada

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esde chavo, en una de tantas vecindades donde en las azoteas se aprendía a mamarle la miel a las estrellas o a jalarle duro el hilo de cáñamo al papalote, Armando comenzó a hacer rounds de sombra con Paz, Fuentes y Monsiváis. Debutando con el cuento “Ratero”, que fue premiado y al que seguiría su novela Chin chin el teporocho. Armando Ramírez rompió el paradigma con el que Oscar Lewis había entronizado a Los hijos de Sánchez, como el referente clásico del acontecer de la barriada en Tepito y anexas, donde la musa callejera y la señora pobreza amadrinan el talento

ALFONSO HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ

y la vocación del que la quiere hacer. Eran tiempos en los que el Plan Tepito pretendía sustituir las vecindades con un proyecto habitacional para desmadrificar al barrio. Por lo que Armando levantó la guardia y lanzó el concepto de “Acá nosotros, allá ellos”… Lo que hizo surgir al grupo Tepito-Arte Acá, con el manifiesto Conozca México-Visite Tepito. Mientras que los pintores del Arte Acá tatuaban con murales las paredes del barrio, Armando coordinaba la información que publicaba el periódico El Ñero para la defensa del barrio, además de seguir escribiendo novelas y debutar en los medios como periodista y cronista urbano.

Si Salvador “Chava” Flores, fue el cronista musical de México, Armando Ramírez se convirtió en el cronista de la barriada y de cada uno de los lugares, personajes y oficios más insospechados de la capirucha. Con su deceso y sin proponérselo, Armando Ramírez instauró un programa de fomento a la lectura y relectura de todas sus obras, con el estilo irreverente que lo caracterizó, pues nunca dejó de ser parte del obstinado barrio de Tepito, que todavía existe porque resiste. Armando se reía de quienes se espantan porque México ya es el Tepito del mundo y que Tepito sea la síntesis de lo mexicano...

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JOSÉ DE LA COLINA

l cine es de todas las artes el que más debe contar, el que más cuenta inevitablemente, con la apariencia de las cosas: ha nacido de la fotografía, es decir, de la copia de la luz en sus accidentes espaciales y temporales. Ningún arte necesita tanto como el cine la existencia de un mundo exterior a él. Si el pintor y el músico pueden revertir la mirada y el oído hacia un mundo interior puramente mental, o espiritual, el cineasta debe antes mirar y oír a su alrededor, siquiera sea para tomar los elementos con que luego, en su adentro mental o espiritual, formará la obra. Ningún arte ha recurrido tanto como este al catálogo de las cosas y los seres existentes: ciudades, mares, selvas, desiertos, hombres y mujeres, animales, lluvia, sol y viento aparecen con su imagen “natural” en el cine. El camarógrafo los recoge como repeticiones de ellos mismos. Lumière registra la llegada de un tren a la estación como un mero hecho que confiar a la memoria del celuloide. Cinematografista, no sueña con ser cineasta, no pretende que la llegada del tren a la estación esté expresando otra cosa que eso, y mucho menos pretende expresarse él a través de esa “imagen animada”. De cualquier modo, podemos vislumbrar algo de la concepción del mundo de Lumière en dicho filme, porque el cinematografista por algo ha escogido ese hecho y no otro, ese ángulo y no otro. A través de los filmes de Lumière vemos qué cosas atraían la atención del inventor del cinematógrafo, qué elementos del mundo consideraba filmables, es decir, qué partes o momentos de la realidad le parecían dignos de atención. Él creía en esa realidad como algo unitario, concreto, que estaba allí esperando, tan solo, que alguien lo recogiera. Méliès, en cambio, deja de interesarse en filmar la realidad, la verdad, y decide convertir la cámara de cine en un instrumento que concreta mentiras o ilusiones. Inventa los trucos, usa trampas, falsas perspectivas, argumentos fantasiosos. En lugar de recoger la realidad con su cámara, construye otra realidad mediante la imagen. Alguna vez se ha dicho que la historia del cine oscila entre estos dos polos: cine que cree en la realidad, cine que cree en la imagen. Pero la distinción es difícil. En realidad, no hay cineasta que, a la vez, no esté recogiendo la realidad y dando una imagen como realidad. La cámara es prolongación de la mirada, sea; pero toda mirada se resuelve en la mente, toda mirada es una lectura del mundo, de sus signos y cifras. ¿“El cine es una ventana a la vida”? Tal vez, pero esa ventana puede estar abierta al paisaje natural, preexistente, o a un jardín artificial que existe solo para esa ventana. Aun en el primero de los dos casos, el punto de vista y el espacio enmarcado dan una significación al paisaje, lo subjetivizan, lo cargan de pensamiento o de emoción. No hay nada de “naturalismo” en la idea de cine como ventana a lo real. La ventana es algo que escoge en la variedad y virtual infinitud de lo real; la ventana es un acto del pensamiento y de la voluntad, una creación. El hecho de que las cosas estén en la pantalla para ser vistas no es más que el primer requisito; el fin es que las cosas nos hablen de algo que las trasciende: todo modo de filmar el mundo físico implica una metafísica, una busca de la esencia a través de la apariencia.

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EN LIBRERÍAS

20 DE JULIO 2019

NARRATIVA, POESÍA, ENSAYO

A FUEGO LENTO Réquiem por Teresa

Cómo redactar un tema

Jerusalén. La biografía

Dante Liano FCE México, 2019 136 páginas

María Teresa Serafini Paidós México, 2019 288 páginas

Simon Sebag Montefiore Crítica México, 2019 864 páginas

Profesor de Literatura Hispanoamericana en Milán, el guatemalteco Dante Liano tiene a su país como un elemento importante en su obra. Se le ha comparado con el salvadoreño Horacio Castellanos Moya. En esta novela, mientras espera en un bar la aparición de un imitador de Elvis, el narrador rememora su circunstancia familiar —un padre lleno de buenos sentimientos, una madre dominante y la suicida hermana del título—, que al final refleja la situación de Guatemala.

La escritura literaria es diferente de la que expone ideas; en la escuela, salvo excepciones, la segunda es la que predomina y a ella se orienta el volumen. Explica la autora: “Este libro se ocupa del escribir bien como una actividad que consiste en encontrar y ordenar las ideas para después exponerlas por escrito de manera adecuada”. El libro se divide en tres partes: la primera está dirigida al estudiante; la segunda al docente, y la tercera, al maestro.

En una historia de la llamada Ciudad Santa, observa el autor, los hechos y la ficción no pueden separarse. El libro está dirigido a un público amplio, más allá de creencias. Su método es cronológico y sigue “las vidas de los hombres y mujeres, soldados y profetas, poetas y reyes, campesinos y músicos, y de las familias que construyeron Jerusalén”. Comienza con el reinado de David y culmina con la Guerra de los Seis Días, sin dejar de lado las Cruzadas y la conquista árabe.

Notas inauditas

Orosucio

El continente olvidado

Ingrid Solana Literatura UNAM México, 2019 86 páginas

Jorge Moch Fondo de Cultura Económica México, 2019 429 páginas

Michael Reid Crítica México, 2019 525 páginas

“Para mí, escribir es una necesidad”, ha dicho Ingrid Solana, firme partidaria de que es posible hacer amistades mediante las letras. Ese espíritu de diálogo y desahogo literario recorre las páginas de este libro de ensayos al que acuden las voces de autores como Pascal Quignard, Hélène Cixous o María Zambrano. Una suerte de bestiario de los sentidos inaugura estas páginas plagadas de cavilaciones sobre el acto misterioso de la escritura.

La realidad nacional en su faceta más sórdida es la gran fuente de la que bebe esta historia descrita por sus editores como “la novela más negra de las negras”. El protagonista es Pablo Miranda, un sicario homosexual incapaz de afirmar cuál de esas dos condiciones lo define en la vida. Los lectores reincidentes hallarán personajes conocidos; los nuevos se enfrentarán a una escritura sin empacho para narrar la atrocidad con todas sus letras. La relación entre el Estado y los matones a sueldo traza el esqueleto de la trama.

La de América Latina es una historia que se reescribe cada día y se cuenta en presente. Michael Reid examina las naciones que integran este “continente olvidado que exige paciencia” y da cuenta minuciosa de sus tropiezos, pero también de sus progresos. Diez años después de su aparición, este libro, elogiado internacionalmente, vuelve a ser publicado en una edición revisada y actualizada, porque la historia se sigue escribiendo.

Días terminales Lectorum, México, 2019

Ya lo saben: pórtense bien ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

V

eintiún relatos se agrupan en Días terminales (Lectorum). Son grandilocuentes, sin ánimo de expandir la realidad, y, aún peor, con una prosa que parece entrenada en la redacción de oficios burocráticos. De la casa de un periodista, por ejemplo, sobresale “la desembocadura de la suntuosa escalera”; de un joven aprendiz de músico, se dice que andaba con “la tristeza anidada en su pecho”; de un trabajador recién jubilado, se dice que “se había sumido en las inclementes fauces de la soledad”; de un productor de televisión, sabemos que “la heroína parecía acomodársele en las pronunciadas ojeras”. En fin, que siempre hay un momento para soltar una frase pomposa. La forma empleada por Alejandro Ordorica Saavedra tiene mucho de arenga religiosa. El contenido de sus historias se establece a partir de una situación que sirve más para ilustrar una conducta (siempre dañina) que un hecho oculto en los dobleces de la vida diaria. Gloso una de esas situaciones que no dudo en calificar de estelar. “Final de serenata” narra la incursión nocturna de un adúltero (borracho también y con toques de influyente) quien, después de contratar a un trío musical para satisfacer a sus dos amantes, llega a casa con el afán de apaciguar a su esposa solo para quedarse dormido en el sillón… y perder la cartera (bien merecido se lo tenía, creemos escuchar a lo lejos). Una suerte menos afortunada, y que debería servir de escarmiento, sufren los asesinos y violadores de “Arcángel” o los drogadictos de “Año viejo”. Uno termina recordando sus deslices y pecados, nada para escandalizarse, con la esperanza de que nadie vuelva los ojos hacia su lado. Porque, como en el sermón de un pastor que anuncia los últimos días, aquí y allá no hay sino llamados a portarse bien. En este sentido, la segunda parte de Días terminales (que reúne ocho episodios fechados en el año 2050) se presenta como una oportunidad inmejorable para arrojar una serie de reprimendas por el destino en ruinas del planeta y la humanidad. El futuro da siempre para lamentarse del presente y, por qué no, administrar la frustración y dolor. Para eso, sin embargo, están los preceptores morales y los grupos ecologistas, no los que pretenden hacer literatura.

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ESCENARIOS

20 DE JULIO 2019

PERIPECIA

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DOBLE FILO

Los ojos de Ilse Salas FERNANDO FIGUEROA

G Hamlet García se presenta los sábados a las 19:00 en La Capilla. Madrid # 13, Coyoacán.

La violencia insoslayable

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ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com FOTOGRAFÍA FERPARADISE

lgo le falta a Hamlet García. Aunque quizá le sobre el apabullante parecido a la vida de las personas en cualquier ciudad del mundo, donde la felicidad es el hurto de instantes a la vida diaria, revestidos de un placer que en algunos casos depende de la voluntad de los demás, inmersos todos en un ámbito de violencia insoslayable. Una mujer madura y una joven, un hombre mayor y uno joven, conviven en el mismo espacio sin conocerse, donde hay una silla para cada quién como único elemento, vehículo para contener por momentos su cuerpo ramplonamente humano, en un día que comienza con una ducha invisible, bajo la cual se lavan el cuerpo por encima de la ropa, con agua y jabón ficticios. Narraturgia de nueva cuenta. El hombre de vientre prominente, ojos claros y barba canosa, deposita su felicidad en el sentido que le encuentra a la cotidiana preparación para salir de casa. La mujer madura externa ser feliz al recibir sexo oral, mediante una descripción que asemeja al proceso de una práctica cualquiera en otra circunstancia. La mujer joven enarbola el principio de autoayuda ante toda circunstancia adversa, mientras el muchacho, anhela pasar desapercibido en todo momento hasta que su hora de comida es aderezada por la violencia, que lo sacude sin piedad desde su teléfono inteligente. Estos cuatro personajes, cuya vida se asemeja en algo a la de quienes los observan desde su butaca, entran a

una espiral de violencia interna que se desata en la calle, donde la insatisfacción general se apodera de sus semejantes y la reacción de estos, que el espectador solo escucha, devuelve, en la voz y el movimiento de los protagonistas, la agresión recibida hasta involucrar a todos en la pesadilla de la vida diaria. La dramaturgia de Miguel Morillo, (Madrid 1975), recrea verazmente el cerco que cada personaje levanta a su alrededor para intentar sobreponerse cada día a una batalla que ha perdido contra sí mismo antes de comenzarla. Circunstancia a la que introduce esa semilla violenta que crece según avanza el día, desde el momento en que el despertador rompe con la paz que solo se consigue al dormir. La clara identificación por parte del espectador con los momentos narrados y traídos al presente por los personajes que en su turno exponen su viacrucis citadino, se hace patente entre las butacas. La decepción y el pavor de sentirse expuestos al bombardeo de notas rojas, de ser protagonistas reales de esas escenas y de estar abiertos sin tregua al sobresalto, es una virtud de esta dramaturgia que plasma la psicosis citadina vinculada a una realidad desbordada. El elenco masculino, conformado por Rodrigo Ruiz y Miguel Prieto, a

“Esta dramaturgia plasma la psicosis citadina vinculada a una realidad desbordada.”

partir de personajes dramatúrgicamente mejor delineados, construye una trayectoria que les da mayor solidez a esos dos hombres imposibilitados, a pesar suyo, para crecer, avanzar o fortalecer su inmensa debilidad. Por su parte, Catalina López y Adriana Figueroa, quienes interpretan personajes más simples en circunstancias que los superan, comunican con eficacia lo que estos expresan y nutren de tonos festivos, a la par del elenco masculino, las situaciones tragicómicas en las que se encuentran. La dirección de Daniel Figueroa, que intercala escenas e inunda el escenario al principio y al final con la voz de Palito Ortega que canta “Tengo el corazón contento”, subraya lo ridículo que resulta codiciar la propia felicidad desde el vacío de una existencia sin mayor propósito. El montaje cumple su cometido. Plantea la enorme paradoja entre la pequeñez del ser humano aferrado a una felicidad superficial, incapaz de construir el camino de paz por el que clama. El montaje es ágil, las actuaciones decorosas, aunque unas con mayor sentido veraz que otras, las historias individuales progresan y la conclusión vincula lo que parecía aislado. Sin embargo falta algo. Tal vez una señal de que una parte de nosotros esconde una brizna de algo valioso y el hallazgo in situ del contenido de cada palabra para percibir lo que le ocurre a los personajes mucho más allá de largas narraciones que se diluyen en lo raudo de cada escena, sin que el espectador perciba la contundencia de lo estrictamente dicho.

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anadora del Ariel a la Mejor Actriz por Las niñas bien (Alejandra Márquez, 2018), Ilse Salas protagoniza actualmente Medea, en una versión libérrima, ripsteiniana, de la obra de Eurípides, escrita por Antonio Zúñiga y dirigida por Mauricio García Lozano. Finaliza temporada el 28 de julio en La Gruta del Centro Cultural Helénico. Más bella que de costumbre, a cara lavada, bajo la sombra de un árbol, Ilse juega tenis con Laberinto (casi) sin parpadear. Define en tres palabras a Ludwig Margules. Gordo, brillante, con mucho humor. Define en tres palabras a Ilse Salas. Me choca describirme. ¿Prefieres el verbo actuar o to play? To play. ¿Poco público atento o mucho disperso? Poco público atento, por supuesto. Dos libros que te llevarías a una isla desierta. Las obras completas de Shakespeare y Madame Bovary, de Flaubert. Tu músico favorito. David Bowie. Un gusto musical culposo de tu adolescencia. ¡Fueron como mil! Con decirte que tuve un disco de Arjona. ¿Colosio no era pan con lo mismo? Nunca lo sabremos. Aparte de ser esposas de famosos, ¿tienen algo más en común Valentina Ivanova y Diana Laura Riojas? Las dos son mujeres muy de su época. Aprendieron que calladitas se veían más bonitas, aunque Diana Laura tuvo más injerencia en las decisiones de Luis Donaldo Colosio que Valentina en las de Cantinflas. Pregunta políticamente incorrecta: ¿las mujeres que abortan son Medea? No, para nada. ¿Se vale meterle mano a obras cuyos autores están bajo tierra? Sí. La muerte tiene sus consecuencias. ¿Tuviste miedo de ganarle el Ariel a Yalitza, por aquello del qué dirán? Yo pensé que se lo darían a ella. Además, todas las nominadas lo merecían. ¿Nunca quisiste ser niña bien? No, afortunadamente. ¿Aprendiste a agarrar la raqueta de tenis? Sí, de madera, y aprendí a pegarle bien a la pelota. ¿Serena Williams es feminista o una simple atleta que no controla su carácter? Es fantástica y feminista. Tiene su propio carácter, vivan con eso. ¿La belleza cierra más puertas de las que abre? Yo creo que sí. ¿Actor favorito? Ahorita, Daniel Day-Lewis. ¿Y actriz? Ahorita, Rooney Mara. Dos películas que te llevarías a una isla desierta. Los 400 golpes y Güeros. Tu peor “oso” en teatro. Un día me dio un ataque de risa en Cock, y la culpa la tuvieron Diego Luna y Chema Yazpik. El escritor favorito de tu papá, quien estudió letras hispánicas. Creo que Alejo Carpentier. ¿Y el tuyo? Que no sea Shakespeare. Cortázar me influyó bastante en su momento. ¿Hace cuánto que no te subes al Metro? La verdad, como un año. Grosería favorita. Chingón.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

20 DE JULIO 2019

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto

TOSCANADAS

Hace 85 años DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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l 13 de agosto de 1934, murió Ignacio Sánchez Mejías. Sus hazañas en el ruedo viven en los amantes de la tauromaquia, pero su fama más duradera se la otorgó Federico García Lorca en un par de poemas. Granadino lo había cogido dos días antes, en Manzanares, cuando alternaba con el saltillense Fermín Espinoza “Armillita”. El toro no lo mató,nieranlascincodelatardeenpunto, perocomoescribióGarcíaLorca:“Cuando el sudor de nieve fue llegando/ a las cinco de la tarde,/ cuando la plaza se cubrió de yodo/ a las cinco de la tarde,/ la muerte puso huevos en la herida”. Y, a juzgar por los últimos momentos del torero, esos huevos, que los médicos llamaron “gangrena gaseosa”, fueron más dolorosos que cualquier pitón. Cosa espantosa debió de ser, pues las crónicas de ese día cuentan que “debido al estado de descomposición del cadáver, se acordó no moverlo de la cama”. Sin duda de ahí viene el verso lorquiano: “Un ataúd con ruedas es la cama”.

SÁNCHEZ MEJÍAS

García Lorca inmortalizó al célebre torero español.

Ese mismo día moría en Austria otro español: el príncipe Gonzalo. Estaba felizmente veraneando con la familia. La hermana lo conducía en el coche real, que debía de ser un armatostón, cuando se les atravesó en bicicleta el barón von Neimans. Al esquivarlo, tuvieron un percance de poca monta. Pero el hijo del rey tenía hemofilia. Y así como a Sánchez Mejías no lo mató la cornada, al príncipe no lo mató el accidente. De cualquier modo, por eso de las jerarquías, arrestaron a von Neimans. Pero a Gonzalo no le escribieron poemas. Por eso se le recuerda poco. Allá mismo, pero en Viena, morían ahorcados cuatro policías por “complicidad en el levantamiento nazi”. Suertudamente no hubo poema para ellos, pero “el verdugo vestía traje de etiqueta y sombrero de copa”. Y cuando faltan los poetas para las muertes de aquel día 13 de agosto, siempre están los periodistas prestos para aportar su grano de arena: “Pereció

carbonizado el chofer Jesús Palos, al estallar dos cartuchos de dinamita y dos botes que contenían pólvora, quedando el cuerpo de aquél como si fuera un gran tizón de forma humana, dando una cruel impresión”. Pero yo me había detenido en esa fecha por un encabezado que ocupaba mucho más espacio que la nota: “No se sabe quién haya robado la valiosa corona de la Guadalupana” aparece con grandes letras en varias columnas, y la noticia apenas dice: “Se acaba de informar a los representantes de la prensa que de la Basílica de Guadalupe fue robada la corona de la Virgen India y diversos objetos de culto, todos muy valiosos. Hasta estos momentos, según se asegura, las autoridades no tienen ninguna pista para descubrir a los rateros”. Leí la prensa de días siguientes, pero supongo que las autoridades se quedaron para siempre sin pista. Luego leí la prensa de hoy. Muy lejos de ser tan interesante.

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BICHOS Y PARIENTES

De fieras y territorios

L

a migración es el modo originario de la vida humana, como cazadores y recolectores; los asentamientos, las sedes y los cuerpos gordos llegaron mucho después, con la revolución agrícola. La propiedad de tierras es un invento que requiere defensas contra los invasores, pero una vez lograda la estabilidad de los asentamientos, el Homo sapiens invirtió la narrativa y la mecánica mental, como si la residencia fuera un hecho natural, y no lo que es: una invención, una imaginación que suplanta a la naturaleza con instituciones simbólicas: el derecho de propiedad. También es verdad (como ha señalado Marshall Sahlins, en La ilusión occidental de la naturaleza humana, FCE, 2011) que el ser humano no nace en estado natural: lo precede la cultura. Antes de nuestra especie, nuestros homínidos precursores desarrollaron actividades simbólicas: hablaban, construían, cocinaban sus alimentos, tenían rituales para sus muertos y usaban herramientas. Y no es buena idea, después del siglo XVIII, dirimir qué cuenta como origen, si la cultura o la naturaleza. No hay salida: son ambas y con frecuencia resultan recíprocamente excluyentes. Pero aquí vamos de nuevo: la libertad de movimiento es un derecho humano, además de una facultad natural. Ambas cosas. La propiedad, igual: otro derecho. Para entender el conflicto construimos analogías: la balsa, la isla, el compartimiento cerrado de un tren, lugares con fronteras que sirvan de microcosmos para observar comportamientos. Hans Magnus Enzensberger escribió un estupendo ensayo,

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA UNHCR/ ROGER ARNOLD

“La gran migración” (que ahora forma parte del libro Ensayos sobre las discordias, Anagrama), para explorar las distintas imaginaciones de espacio y las primitivas conformaciones de grupos: cuando suponemos una anterioridad, o una propiedad respecto de un espacio, nuestras reacciones ante los intrusos dejan ver una ferocidad (y “fiera”, decía Tomás Segovia, “es quien no se comporta según los símbolos”) ajena a toda racionalidad. En principio, se trata de un orden de actos que desafía nuestra sintaxis

“La libertad de movimiento es un derecho humano, además de una facultad natural”

cultural. Estamos persuadidos de que el que ingresa es agresor, salvaje, fiera, y que debemos defender nuestros espacios. La narrativa que le sale tan provechosa a Donald Trump. Y olvidamos que las cosas también tienen una historia coherente al revés: cuando Ulises y su tripulación ponen pie en la isla de los cíclopes, nadie duda de que el salvaje no es Ulises, ni sus griegos, sino Polifemo, que come carne cruda, sin compartir la mesa, no observa la reglas de la hospitalidad y los cíclopes no tienen asambleas política: serán muy semidioses, pero no importa que sea el dueño de su isla, su cueva y sus chivos: los cíclopes son fieras. Y lo mismo los habitantes de Sodoma, o de la tribu de Benjamín (Jueces, 19-21). No importa si es caserío, ciudad o nación, pertenecer a un territorio,

La historia de la humanidad es también la de sus migraciones.

no implica que la sintaxis tradicional se cumpla: ni el inmigrante, ni el lugareño, son por necesidad ni salvajes, ni ajenos a los símbolos ni enemigos. Por décadas, el mundo de los asentamientos venía ganando terreno a la barbarie de sus propias concepciones y aceptando una verdad que simplemente no se puede negar: las migraciones no se van a detener, son un hecho constante en la historia y, además, desde hace un par de siglos, descubrimos que les asisten los símbolos: el derecho de moverse en libertad. Derecho que choca con otro: el de las naciones a preservar sus fronteras. De Donald Trump no esperamos sensatez. Goza su crueldad como los habitantes de Guibea, o los cíclopes. Pero México está en un lugar extraño: una admirable historia de declaraciones, principios y voluntades expresas en leyes y acuerdos internacionales, por supuesto traicionados y atropellados en una práctica criminal de uso y abuso de los migrantes. Antes podíamos ser los buenos en el show. Ya no. Con los cambios actuales, no queda sino un doble fingimiento: somos Ulises ante el norte y Polifemo frente al sur. Y hacia todos lados, la despreciable agravante de la pobreza, porque, como dijo Enzensberger: “Una respetable cuenta corriente acaba como por arte de magia con la xenofobia... La palma se la llevan en este aspecto los narcotraficantes y los traficantes de armas, de la mano de los banqueros que les blanquean el dinero negro. No conocen razas y están por encima de cualquier nacionalismo. Probablemente sean los únicos en todo el mundo que no conocen prejuicios. El forastero será tanto más forastero cuanto más pobre sea”.

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