Laberinto No.856 (09/11/19)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO IN MEMORIAM

Diez adioses a José de la Colina Foto: René Soto

SÁBADO 9 DE NOVIEMBRE DE 2019 AÑO 16 - NÚMERO 856

Gustavo Dudamel La música como identidad Laura Cortés/ FOTOGRAFÍA: RYAN HUNTER


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ARTES VISUALES

El desorden como inicio MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA GARASH GALERÍA

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on la pieza New Order, el artista Vicente Razo inaugura la propuesta de encuentro-debate-exposición GSala Antena, reconfigurando un espacio que en lo que va del siglo XXI ha sido uno de los puntos creativos de la colonia Roma: Garash Galería. En esta reinvención la primera pregunta que se plantea es la propia funcionalidad de una galería: ¿para qué? ¿Por qué mejor no proponer un cruce de miradas y de ideas? ¿Cómo darle la vuelta a la violencia del mercado del arte contemporáneo? Diálogo, escucha, mirada…, lo que el espectador encontrará es el pulso de la angustia de la creatividad. ¿Para qué seguir creando? En esa tesitura está no solo la pieza de Razo, la cual se sincroniza con la propuesta del Seminario Urgente en la que Sala Antena, en su primer módulo, coordinado por Arturo Hernández Alcázar, desmenuzará la idea de futuro, acción que ha empezado Razo. New Order abre la posibilidad de que el espectador plantee un orden propio, muchos órdenes distintos que rompan con el orden del status quo. En palabras del propio artista, a lo que nos confrontamos es a su pieza más política, que surge de una reflexión sobre la constancia del fracaso: ¿por qué si siempre tratamos de hacerlo mejor todo sale siempre mal? Quizá porque nuestra matriz está mal, por qué no. Entonces, cómo salir de la frecuencia, de la cuadrícula de la realidad. Desde la perspectiva de Razo, esta realidad está contabilizada en la unidad de la semana, que empieza en lunes; tal vez va mal porque todo siempre empieza en el mismo lugar. Por ello, e inspirado en la cultura popular del meme, parte de la existencia del lurtes (es día perdido entre lunes y martes) para proponer un desorden semanal. ¿Qué tal que nuestra semana empezara en sábado o en miércoles? ¿Qué tal que uno prefiere vivir en permanente jueves? ¿Cambiaría algo? Y en un intento artístico por revertir ese orden, Razo ideó posters utilizando la técnica de impresión de las fiestas callejeras sobre papel revolución, los cuales proponen comienzos y finales distintos. El espectador puede seleccionar el que más le convenga y llevarlo a casa. Además, a estas otras semanas, el artista integró un acertijo en números sugiriendo la posibilidad de meses más extensos o más cortos. Razo simplemente nos sugiere otro inicio y otros fines de semana más colaborativos como la obra sonora Week/ end (en colaboración con los músicos Emilio Hinojosa Carrión y Jorge Solís Arenazas), abre la posibilidad de cuestionarnos sobre la posibilidad de otro futuro.

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New Order, de Vicente Razo.

Downton Abbey. Dirección: Michael Engler. Reino Unido, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

De la televisión al cine

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA FOCUS FEATURES

m e n u d o, e n t r e l o s amantes del cine se compara una buena serie con una buena película. Downton Abbey resulta interesante en este sentido: pone de manifiesto las diferencias entre uno y otro formatos. Julian Fellowes, guionista de Vanity Fair en 2004, escribió la serie Downton Abbey con mucho éxito. Hoy vuelve al cine con personajes que tardó cinco años en desarrollar. La serie había logrado un impresionante comentario social. El castillo era Inglaterra misma y cada quien en su puesto luchaba por el honor de su país. Porque Fellowes tenía tiempo para sortear las genuinas preocupaciones de cualquier persona con un poco de conciencia social. ¿A quién le interesa ver cómo se humillan los sirvientes por el “honor” de poner las mancuernillas a un señor feudal? Pero tanto los sirvientes como el señor estaban tan bien trabajados que la cosa terminaba por ser simpática, entre otras cosas porque Fellowes había construido personajes que servían como “antídoto” contra lo que cualquiera identificaría como injusticia social. El personaje del irlandés Tom Branson, por ejemplo, un hombre que, por razones que se explican durante una temporada, termina por volverse parte de una familia que daría su vida por el rey.

Para evitar el disgusto social, Fellowes pone en esta película diálogos explicativos: “este castillo no es propiedad de los Crawley, es el corazón del pueblo inglés,” dice un viejo mayordomo. Este rollo no basta para digerir la idea de que es divertido ver cómo luchan los sirvientes por estar cerca de “la señora” en un ejercicio tan mal realizado como esta película. Es posible, claro, que los fanáticos de la serie terminen por gustar de la película. Después de todo, aquí están todos aquellos adorables personajes pero, como decía al principio, Downton Abbey solo sirve para subrayar las diferencias entre una buena película y una buena serie. ¿Cómo? Haciendo con una serie excelente un filme bastante mediocre. Porque, como toda mala película, Downton Abbey no profundiza en sus personajes, todos se quedan flojos. Aun los fanáticos encontrarán que sus figuras predilectas se han convertido en una caricatura. Tanto así que Tom Branson deja de ser el patriota irlandés que

El guionista es como un malabarista que ha cogido demasiadas pelotas que se le desploman

se enamora de una noble para volverse el cazafortunas que los más mal pensados siempre sospechamos que era. En efecto, una de las principales dificultades del cine estriba en profundizar en hora y media en uno o dos personajes. Fellowes no lo consigue y trata por otro lado de espetarnos con un montón de tramas que deberían tener, cada una, su propio espacio y su propio interés. Al final, el guionista no termina por cocinar ni una serie ni una película; es como un malabarista ambicioso que ha cogido demasiadas pelotas que se le desploman, una por una, sobre la cara. La trama principal es esta: el rey ha decidido visitar Downton. Suficiente para una comedia de enredos, pero el escritor nos sorraja en tan solo dos horas las siguientes historias: la pugna entre los sirvientes que conocemos y los de su majestad; la lucha entre una cocinera de pueblo y un cocinero francés, tres historias de amor y una más que, por supuesto, es gay, un intento de regicidio, el cuento de una madre soltera que debe mantener en secreto “su pecado”. Hay también una sirvienta ladrona. Fellowes, lejos de haber servido el sofisticado platillo que tenía en mente, terminó por poner frente a nosotros una obra tan llena de misterios y tramas que resulta muy difícil de digerir.

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Fellinianas JOSÉ DE LA COLINA

ESCOLIOS

Un adiós expansivo ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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ederico Fellini filmaba con su cámara golosa a través de bosques de mujeres rollizas, anhelando pantallas cada vez mayores y más anchas que altas, pero siempre insuficientes, para instalar las redondeces femeninas, un pecho aquí, un vientre allá, un culo acullá, toneladas de pelotas y pelotones carnales, carne proteica y tumultuosa, una feria de labios gordezuelos, de papadas afrodisiacas, de nalgas marmóreas o algodonosas, de bocas como ventosas, de piernas y muslos como tentáculos, y buscaba las actrices más grandotas y rotundas, las Sandras Milo y Magalíes Nocles y Anitas Ekbergs y Sarrasinas que con sus pechos y traseros totalitarios llenaran el horizonte visual, desbordaran la pantalla, obsesionaran al mundo entero, poblaran para siempre el harem de tus sueños, oh hipócrita espectador, mi semejante, mi hermano. Este texto forma parte de Álbum de Lilith, publicado por Daga Editores en el año 2000.

EX LIBRIS

Pepe de la Colina/ EKO

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@Sobreperdonar

asta sus últimos días, la prosa (y la conversación) de José de la Colina mantuvieron su capacidad de fascinación, jovialidad y sentido del humor. Era un temperamento joven, lúcido y polémico disimulado detrás de un cuerpo indispuesto y una voz cansada. José de la Colina representó a ese hombre de letras que vive plena y felizmente en las profundidades, luminosidades y pormenores del libro, pero también al ser sociable y expansivo que se aparta por un rato de la conversación con los difuntos para charlar gustoso con los contemporáneos. Su obra es un paradigma de rigor, y al mismo tiempo de gracia, en géneros como el cuento, el ensayo, la memoria o la crónica urbana. Como cuentista, De la Colina lo mismo es autor de relatos extensos con personajes y tramas originales y perturbadoras que de muchas ingeniosas minificciones. Libros suyos como Ven caballo gris o La lucha con la pantera son testimonio de un estilo entre cinematográfico y poético que, a partir del pretexto de lo cotidiano, salta las barreras de la realidad y se instaura en los reinos de lo salvaje, lo espectral o lo maravilloso. Otros, como Tren de historias o Muertes ejemplares muestran ese regodeo del maestro de la prosa que lo conduce a vagar gozosamente por los suburbios y lugares excéntricos de la narrativa como el relato mínimo, la recopilación de hablas o las escenas costumbristas. En el ensayo o en las memorias, De la Colina aderezaba su genio y oficio narrativo con otras competencias y, por ejemplo, Libertades imaginarias es un libro de gusto y pensamiento literario tan sutil como provocativo, un elogio de la literatura sin propósito pragmático y una condena de la banalidad utilitaria, mientras que “Personerío” es un testimonio conmovedor (verdaderas mininovelas de formación) de varios personajes, olvidados o eminentes, que el autor conoció en vida. En fin, ahí queda de tarea para los críticos del futuro una obra llena de novedades, varianzas y procedimientos literarios muy dignos de estudio. Por lo demás, más allá de su propia obra, De la Colina fue un partero de vocaciones y en los suplementos y revistas de las que formó parte abrió espacios generosos, formó, informó, incitó y curtió a muchos jóvenes que aspiraban a escribir. Sin embargo, su aportación más festiva fue ese magisterio informal que ejercía en la tertulia. Por muchos viernes, en un grupo de amigos, su presencia era esperada con afecto y regocijo: a menudo llegaba provocando, se quejaba del tráfico y de lo poco que valía atravesar la ciudad por tan deslucida y poco docta concurrencia, el ala de choque de la mesa le respondía y, entre pullas y risas, comenzaba un desfile de devociones literarias (San Juan, Baudelaire, por sobre todos), referencias cinematográficas o evocaciones de la faz citadina de antaño y de la vida intelectual y bohemia de su generación. Era inevitable salir de esas charlas contento, achispado y, sobre todo, con unas ideas y un idioma más limpios.

De la Colina fue un partero de vocaciones y abrió espacios generosos a muchos jóvenes

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“A través de la música puedes rescatar a los que sufren” LAURA CORTÉS FOTOGRAFÍA PAUL CRESSEY

El venezolano Gustavo Dudamel habla en entrevista exclusiva sobre su visita a México y el poder transformador del arte

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l venezolanoGustavo Dudamel Ramírez (Barquisimeto, 1981) es un ser hecho de música. En entrevista con Laberinto, el reconocido director de orquesta sostiene que en los “momentos cacofónicos que vivimos” la música es la respuesta para conseguir armonía. “En un mundo donde parece que nos esforzamos por no entender”, el violinista y compositor cree férreamente en el poder de la música para “transformar vidas”. La celebridad que ha alcanzado está vinculada con su desempeño en los

escenarios internacionales, particularmente con su labor, desde 2009, como director musical y artístico de la Filarmónica de Los Ángeles (LA Phil), una de las orquestas con mayor prestigio en el mundo; sin embargo, él mismo reconoce que “su vida, su ser musical” se forjó en Venezuela. Nunca se ha deslindado de El Sistema, un exitoso programa de educación musical iniciado en 1975 por el legendario maestro José Antonio Abreu (19392018), quien se convirtió en mentor de Gustavo Dudamel, un niño prodigio que a los cuatro años ingresó a una orquesta que formaba parte del Sistema Nacional de Orquestas Sinfónicas Juveniles, Infantiles y Preinfantiles de Venezuela, mejor conocido como El Sistema. Para el director venezolano, El Sistema es una filosofía de vida donde la música es un


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agente de cambio social. Esta premisa ha determinado todas sus acciones: “arriba y abajo del podio”. Inspirado en El Sistema, Dudamel, junto a la Filarmónica de Los Ángeles, fundó en 2007 YOLA (la Orquestra Juvenil de Los Ángeles, por sus siglas en inglés), que proporciona a más de 1300 niños y jóvenes vulnerables, de entre 6 y 18 años, educación artística intensiva. Durante su visita a México, además de ofrecer tres conciertos con la Filarmónica de Los Ángeles, dos en el Palacio de Bellas Artes, los días 12 y 13 de noviembre, y el viernes 15 en el Auditorio Nacional (donde también se presentarán una veintena de músicos de YOLA), el músico venezolano promueve un intercambio cultural llamado “Encuentros”. Del 10 al 15 de noviembre, 96 músicos de YOLA, comandados por el chileno Paolo Bortolameolli, director asociado de LA Phil y alumno de Dudamel, y 100 músicos de Educación Musical del INBAL, participarán en clases magistrales, ensayos abiertos y recitales. Además de su labor docente y de haber tenido bajo su batuta a las más prestigiosas orquestas del mundo, Dudamel es uno de los directores más versátiles de la actualidad: lo mismo dirige un danzón que una sinfonía. Ha llevado la música clásica a nuevos públicos, como cuando participó en 2016 en el medio tiempo del Súper Tazón de la NFL junto a estrellas del pop como Coldplay, Beyoncé y Bruno Mars. En 2015, el célebre compositor de música de películas como Indiana Jones o Star Wars, John Williams, lo invitó a

dirigir la banda sonora de Star Wars. El despertar de la fuerza. A partir de eso, las colaboraciones entre ambos talentos han sido frecuentes. El director venezolano decidió incluir obras de este autor norteamericano, como los temas de Jurassic Park, E. T. y Harry Potter, en el concierto que ofrecerá en el Auditorio Nacional. A poco más de un año de presentarse en México con la Filarmónica de Viena, regresa con LA Phil y con un repertorio muy latino. Es un repertorio muy latino pero también presentaremos obras de músicos como John Williams. He amado su música toda mi vida. Siempre digo que ha hecho el soundtrack de nuestras vidas. Me siento identificado con su música en todas las etapas de mi vida. Es una gran oportunidad para que el público mexicano pueda escuchar esta música de la mano de la Filarmónica de Los Ángeles, que no ha estado en México desde hace dos décadas. LA Phil celebra cien años de haber sido fundada y nos unimos a la celebración de los 85 años del Palacio de Bellas Artes. Así es que resulta una combinación maravillosa.

“Cuando logras que un niño sea parte de algo, como una orquesta, le estás dando identidad”

¿Cuál ha sido su relación con los músicos mexicanos? Siempre tengo a México en el corazón. Desde hace muchos años México ha

sido un gran apoyo para el desarrollo de El Sistema en Venezuela. Cuando el maestro José Antonio Abreu lo creó, una de las primeras personas que apoyó este proyecto fue el director Eduardo Mata, quien a su vez llevó a Carlos Chávez a Venezuela para que conociera El Sistema. Otro gran apoyo, en épocas más recientes, ha sido el maestro Arturo Márquez, a quien conocí cuando yo tenía 10 u 11 años. Es un súper campeón en el desarrollo de este programa porque lo conoce personalmente. Ha creado en México espacios de educación musical similares a El Sistema. México siempre ha tenido gran conexión con nuestro programa infantil y juvenil. Los conciertos en el Palacio de Bellas Artes incluirán una pieza de la mexicana Gabriela Ortiz, titulada Téenek. ¿Cómo se dio esta colaboración? Además de ser una gran amiga mía, Gabriela Ortiz es una de las compositoras más importantes que hay en el mundo. Tiene un talento infinito y para mí es un privilegio tocar su música. Es una obra comisionada. Gabriela escribió esta pieza para que yo la tocara con la Filarmónica de Los Ángeles en el Festival CDMX, en el que celebramos la cultura mexicana y donde participaron artistas como Natalia Lafourcade, Café Tacvba y el cineasta Alejandro González Iñárritu. Téenek es una de las obras más brillantes que he dirigido. Su color, su textura, la armonía y el ritmo que tiene son algo muy particular. Gabriela posee una capacidad única de mostrar nuestra identidad latina. El repertorio para el concierto del Auditorio Nacional contempla la obra Guasamacabra del venezolano Paul Desenne. ¿Qué significado tiene esa pieza? Es un tributo a los niños y jóvenes venezolanos que ahora están sufriendo y luchando. Paul Desenne es uno de los músicos más talentosos de la actualidad. Lo conozco desde que yo era un niño y siempre he sentido una gran admiración por él. La obra es un reflejo de los tiempos actuales y Paul la escribió inspirado en los momentos cacofónicos que estamos viviendo, ante una situación difícil de ignorar. A pesar de que muestra el desorden y la incertidumbre, también revela muchos aspectos de nuestra identidad, como la complejidad de los ritmos latinos, el 5/8 y el 6/8 del merengue venezolano, el joropo y el huapango. Es una obra con mucha energía y mucha alegría, porque a pesar de todo no podemos permitirnos un mensaje pesimista. En medio del caos, el mensaje de esta obra es de optimismo y esperanza. Ha reiterado que la música repara mundos. ¿Cómo lo hace? Miguel de Unamuno decía una frase maravillosa: “Solo la cultura da libertad. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura”. La cultura es muy poderosa porque proporciona identidad y el gran problema de este mundo, sobre todo de las personas rezagadas, marginadas, es la falta de identidad. La madre Teresa de Calcuta lo decía muy bien: “lo peor de ser pobre es ser nadie”. A través de la música puedes rescatar a los que sufren, a los que necesitan una dirección. La música te da

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identidad. Cuando logras que un niño sea parte de algo, como una orquesta, le estás dando identidad. Pensamos que debemos rescatar el mundo a través de algo material o económico y no vemos que es un problema cuya solución está en lo espiritual: la música, el arte, la belleza. Los niños necesitan tener acceso a la belleza, que les dará el poder para transformar su vida, su familia, su sociedad, y en esa dimensión tendrán el poder para transformar el mundo. En un mundo en el que parece que nos esforzamos por no entender, la música nos proporciona un gran espacio de encuentro y entendimiento. ¿Cómo logra la música ese entendimiento? ¿Qué sucede en un concierto? La gente va a escuchar música y a disfrutar de su belleza. Quienes están sentados son personas que piensan políticamente diferente, con un nivel social distinto, con convicciones religiosas diferentes, pero se sientan ahí a escuchar la música… ¡unidos! Y eso mismo sucede en el escenario: cada instrumento suena completamente distinto. En una fila de violines ninguno sonará igual, pero tienen que cohesionarse y entenderse a pesar de que suenen diferente; a pesar de que los músicos que los tocan tengan ideas distintas. Ellos se encuentran a través de la música y crean esa belleza que llegará a un público diverso. La música va mucho más allá de ser una acción artística para entretener. La música tiene un mensaje muy poderoso de entendimiento. A pesar de las diferencias, podemos encontrarnos y crear belleza. Ese es el verdadero mensaje de la música. ¿Sigue creyendo en el lema “Tocar, cantar y luchar”? Es el lema de la Orquesta de Venezuela. Eso es lo que hacemos permanentemente: luchamos con nuestros instrumentos para llevar un mensaje. Luchamos tocando y cantando para que el mensaje de la música, como un elemento de transformación social y ciudadana, se expanda y llegue a todo el mundo. Necesitamos entender ese mensaje para no ver al arte como un elemento elitista, de lujo, sino como un elemento esencial para el desarrollo de nuestros niños. ¿Esa es la misión de YOLA? Creamos en Los Ángeles el programa YOLA, inspirado en El Sistema. Para los niños y jóvenes ese es el futuropresente que les ofrecemos. Creamos espacios para que los niños y jóvenes de comunidades vulnerables tengan acceso al arte como una forma de identidad y lo vean como una filosofía de vida. ¿Qué se necesita para que un programa así tenga un alcance global? Depende mucho de la condición en que se desarrolle la música. En Estados Unidos, por ejemplo, la música ha contado con apoyo filantrópico. Muchas instituciones se sostienen a través de filántropos. Si esa misma gente que apoya los programas musicales comprende los alcances que pueden tener, se expande el espectro y el arte no se queda en el grupo de personas que ya tienen acceso a él. Una persona puede abrazar a toda una comunidad.

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Despedimos al colaborador y amigo con vislumbres de su obra y la última entrega de su columna semanal

El placer de escuchar a José de la Colina

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JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. FOTOGRAFÍA PAOLA GARCÍA

onocí a José de la Colina a principios del año 2000, en la redacción de Milenio Diario, donde ambos colaboramos desde su fundación. La energía, el humor, la risa, la ironía de Colina me cautivaron desde el principio de la misma manera que mucho antes lo hicieron sus cuentos (“La tumba india”, por ejemplo) y sus críticas de cine. Una noche, después de abandonar la tertulia del Salón Palacio, donde cada viernes coincidíamos un grupo de amigos liderado por Ignacio Trejo Fuentes, me ofrecí para llevarlo a su casa en mi auto. En el trayecto, lento por el tráfico y la lluvia, fue la primera vez que platicamos solos. Me habló de los tertulianos de los que acabábamos de despedirnos. “Yo los quiero”, me dijo. Me habló también de libros y autores, de sus amigos y compañeros de generación —la generación de la Casa del Lago—. Los recuerdos y las reflexiones se fueron hilvanando, haciendo breve ese viaje de tal manera que al llegar a su casa todavía permanecimos unos minutos en el auto, podría decir que platicando, pero no sería verdad. Colina hablaba y yo experimentaba el placer de escucharlo. Un día me contó una historia extraordinaria. En septiembre de 1937 salieron al exilio su madre, su hermano

Raúl y él, mientras don Jenaro, su padre, permanecía luchando con el ejército republicano. Viajaron a Francia y luego a Bélgica, no tenían noticias del padre y todo hacía suponer que estaba muerto. José Novel, que así se llamaba entonces, y Raúl permanecían encargados en la casa de una familia belga mientras su madre, doña Concha, se iba a un pueblo cercano a trabajar como sirvienta para mantenerlos. Un día, al lavar los trastos, ella se sorprendió cantando canciones montañesas, “que tan bien le salían”, y se dijo: —¿Por qué estoy cantando? ¡Yo no debería estar cantando! ¡O quizá estoy cantando porque Jenaro está vivo! En su descanso de fin de semana, fue a ver a sus hijos, les comentó lo sucedido y la decisión de buscar a su marido en los campos de concentración. Ella no conocía el idioma del país en que estaban ni tenía otros días que los de asueto para buscarlo, pero lo hizo. Con Raúl y José Novel, de cuatro y cinco años de edad, respectivamente, recorrió los campos de concentración: —Hasta que encontramos a mi padre —decía Colina. En nuestras reuniones, Colina me fue regalando sus “marmóreas”, como les decía a sus memorias, que muchas veces rubricaba con una carcajada formidable. Al llegar a México en 1941, al barrio de La Merced, lo primero que lo sorprendió fue el pan de dulce. Un pan fabuloso: las conchas, las

chilindrinas, las magdalenas, los condes. “Se ve que teníamos hambre”, decía con una sonrisa. En Bélgica vio por primera vez una película: King Kong. Su madre tuvo que salirse con él antes de que terminara porque comenzó a llorar en la escena donde los aviones atacan al gigantesco gorila hasta hacerlo caer del Empire State, provocándole la muerte. Su pasión por el cine, sin embargo, nació en las salas de segunda corrida en los alrededores de La Merced. Contaba que solía ir al Cine Estrella, donde pasaban exclusivamente películas de la Metro, y ahí se quedaba todo el tiempo posible. A veces, cuando ya había anochecido, su madre iba a buscarlo. —Imagínate a mi pobre madre —recordaba–, entrando a la sala oscura gritando: —Pepe Novel, Pepe Novel, ¿dónde estáis? —Y a todos los demás vociferando: —¡Ya cállese, pinche gachupina, deje de estar molestando! Las carcajadas lo interrumpían; luego, con un suspiro, continuaba: —Las cosas que pasaba mi madre por mí. A veces, Colina me hablaba de su infancia y adolescencia, de la ciudad que entonces conoció y caminó infatigablemente, y a la que pese a todos sus horrores continuó amando sin

El autor de Libertades imaginarias (Santander, 1934) murió el lunes en su casa, al sur de la Ciudad México.

Era imposible no compartir las emociones de Colina, sus risas e implacable ironía

remedio. Con sus amigos del Colegio Madrid jugaba a la Segunda Guerra Mundial, echaban volados para ver quiénes eran los americanos y quiénes los nazis o japoneses, porque nadie quería ser del Eje. —Para nosotros la Segunda Guerra Mundial era una fiesta —recordaba—, con el mundo lleno de noticias, con películas americanas como Aventuras en Birmania o Dios es mi copiloto, las típicas películas de guerra. Y cuando vimos Casablanca Bogart se volvió nuestro héroe. Es una película extraordinariamente viva, increíble, pero todo en ella es un disparate, como cuando Ingrid Bergman y Bogart están besándose frente a una ventana, se empiezan a oír los cañones de la invasión nazi y ella pregunta: “¿Son los cañones o son los latidos de mi corazón?” Era imposible no compartir las emociones de Colina, sus risas y ocasionales nostalgias, su implacable ironía. Era imposible no envidiar el amor y la admiración que sentía por su padre, un hombre intachable, “el obrero más guapo de Santander”. Un día, al comienzo de nuestra amistad, le pregunté qué hacía su padre. Su respuesta fue contundente: —¡Mi padre me engendró! ¿Te parece poco? Entonces nos reímos a carcajadas pero hoy puedo decirle que no, don José, no me parece poco.

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Una versión de este texto fue leída en un homenaje a José de la Colina.


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PERSONERÍO

Cuando la gloria es ser nadie

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Pepe, Polvorilla y yo

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pareció un nudo dentro de mi garganta; me duele el cuerpo: José de la Colina murió y no pude despedirme de él. Por eso decidí verlo por última vez en este texto y bajo sus condiciones, esas que creo haber visto en sus ojos juguetones y tristes. Pepe y yo comenzamos a caminar tomados de la mano por el parque, llevábamos a nuestra gata Polvorilla. Le habíamos comprado una correa blanca que combinaba perfectamente con cualquier cambio de color que pudiera sufrir, sus modificaciones respondían a nuestros estados de ánimo. Así la comunicación entre Pepe y yo se volvía un espectáculo visual. Más de un curioso se detenía a vernos, algunos tomaban fotografías y videos. Nosotros hacíamos como que nada pasaba y continuábamos caminando embebidos en la suavidad y la espesura del calor veraniego. Yo sabía, por ejemplo, por el gris intenso que había tomado Polvorilla, que Pepe estaría teniendo un pensamiento filosófico, entonces me acercaba a su oído y le susurraba alguna palabra que sabía le atraería hacia mí de nuevo.

LEDA RENDÓN

Caminamos durante horas reinventando el pasado, él insistía en uno en el que éramos amigos desde niños y nos prometíamos amor eterno, pero jamás ocurría nada físico entre nosotros, todo era ese impulso delicioso hacia poseer el deseo del otro. Llegamos a un bosque espeso. Nos sentamos sobre una piedra a pensar en la muerte y comenzó una lluvia fina bajo un sol esplendoroso. El verde de los árboles se emborronaba y Pepe me habló de nuevo de aquellos días en que su padre le enseñó a escribir con los monotipos de la imprenta. Lo contaba siempre diferente, y yo imaginaba a Pepe de niño acomodando letras en hileras; lo que otro chiquillo hubiera hecho con sus cochecitos. ¿Cuántos lenguajes inexplorados habrá, azarosamente, inventado en sus primeros años? Pasamos muchos días sobre la piedra tomados de la mano, solo nos separábamos unos instantes en que Polvorilla se acurrucaba entre los dos, parecía un bebé rosa enroscado entre sus padres. Cuando Pepe se dormía yo lloraba, sabía que estaba enfermo y me aferraba a su mano suave, ligerita, desprovista

ya de esa firmeza que encanta a las mujeres. Ahora estaba rebosante de esa ternura infinita, de esa bondad blanca que viene con los años. No me quiero ir de esta piedra que está fuera del tiempo, porque Pepe desaparecerá. He pensado en ofrecerle un regalo. Me desnudaré y dejaré que me acaricie en su última noche. Funcionaré como una grieta de carne entre este y el otro mundo, seré un umbral, un portal. Me beberé su muerte. Después guardaré su alma en un frasco. Y cuando lo necesite abriré el frasco y hablaré con él. Pepe despertó sobre nuestra piedra-cama, me ve desnuda y sonríe. “¿Te acuerdas cuando nos conocimos, estabas igual que hoy, blanquísima iluminada por un reflector”? “Sí, Pepe”. “Yo supe en ese instante que nunca te tocaría, y eso estaba bien, creo que le puse a mi libro Las medias fantasma de Leda R. porque sospechaba que serías eso en mi vida, algo improbable”. Se acurrucó en mi pecho, Polvorilla lo miró a los ojos. Mientras, el alma de Pepe se escapó de su boca y se enredó en mi axila a dormir unos instantes.

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JOSÉ DE LA COLINA

n escritor nunca sabe si pasará a la fama como Alguien con nombre y apellido, o a la evanescente gloria de ser Nadie. El segundo caso lo comprobó el que esto escribe, José de la Colina, quien, para no abundar en el “odioso yo”, en adelante seré aquí nada más que J de la C. En el prólogo de un libro publicado hace años, la Antología de cuentos de terror y de misterio (colección Sepan Cuántos, Editorial Porrúa, 1993), se leen estas líneas: “Años atrás escuché el relato siguiente, que de entonces para acá carece de dueño. Un hombre extraviado en el desierto llega sediento a un oasis. Ve un manantial y al lado de él una virgen hermosa. Se acerca y dice: Por favor, dime que no eres un espejismo. A lo que ella responde: El espejismo eres tú... Y acto seguido, el hombre desaparece”. Unas semanas antes Ilán Stavans, el responsable de tales líneas prologales, las había publicado en el suplemento semanal de un importante periódico de México. Al leerlo, J de la C sintió que el espejismo era él mismo, el autor de ese minicuento del que no hay quien pueda presentar alguna prueba de haber sido contado, escrito y mucho menos impreso antes del 14 de julio de 1976, en que por primera vez fue publicado (¿o fue un espejismo de tinta y papel?), con otros minicuentos del mismo J de la C, y bajo el título global de “Espejismos” en el Diorama de la Cultura, suplemento semanal del diario Excélsior. Ignacio Solares, entonces director del suplemento, había entrado en la vecina redacción de la revista Plural para solicitarle a aquél “unas cuartillas de lo que se te ocurra, cualquier cosa que tengas en el cajón o que puedas hacer en un decente maquinazo para mañana mismo, pues tenemos en blanco toda una plana”. Y semanas más tarde Edmundo Valadés publicó en uno de los famosos recuadros de su revista El Cuento, número 88, y con la firma del autor al pie, el tal minicuento, que va así: “El extenuado y sediento viajero perdido en el desierto vio que la hermosa mujer del oasis venía hacia él cargando un ánfora en la que el agua danzaba al ritmo de las caderas. “—¡Por Alá —gritó—, dime que esto no es un espejismo! “—No —dijo la mujer—, el espejismo eres tú. “Y en un parpadeo de la mujer, el hombre desapareció”. En fin, acaso la transcripción de Stavans mejora el cuento haciéndolo más rápido y aligerándolo de un mero adorno (el agua danzante en el ánfora), pero en cambio J de la C preferiría conservar el decisivo parpadeo de la mujer, a quien Stavans le atribuye la condición virginal, como si eso fuese perceptible a primera vista por un asoleado náufrago del desierto que en tal situación no se hallaría muy perspicaz ni muy interesado en virguerías. El cuento está recogido —¿y para siempre aposentado?— en Traer a cuento, antología de la obra cuentística de J de la C, pero desde que Stavans lo declaró carente de dueño (o sea, sin autor reconocido) puede aparecerse por ahí sin atribución al autor o como de “autor anónimo”, lo cual le recuerda a J de la C unos versos de Manuel Machado (hermano de Antonio): “Hasta que el pueblo las canta/ las coplas, coplas no son,/ y cuando las canta el pueblo/ ya nadie sabe el autor.// Tal es la gloria, Guillén,/ de quien escribe cantares:/ oír decir a la gente/ que no los ha escrito nadie”. Y quizá J de la C habrá de resignarse a que ese cuento sea cada vez más de Nadie, mientras que su autor será como aquel Rey de Runagur a quien, según Lord Dunsany, los dioses condenaron no solo a dejar de ser, sino, además, a nunca haber sido.

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Un artista del trapecio DANUBIO TORRES FIERRO FOTOGRAFÍA JESÚS QUINTANAR

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l amigo José de la Colina —mi amigo José de la Colina— fue una figura representativa de una especie en vías de extinción: la especie que hermana al lector y el escritor, al crítico y al notero, al profesional y al amateur. Él reunía esas categorías con una considerable dosis de tensión creadora y, mezclándolas, las ejercía con perseverancia laboriosa, eficacia de estilo y don de palabras. Cada una de sus innumerables piezas se carga con alguna vertiente particular de tal alianza y, al así hacerlo, arma un sistema de vasos comunicantes que disuelve las fronteras y propicia unos mestizajes que, lejos de lastimar, estimulan la adhesión empática y generan el re-

conocimiento agradecido de unos lectores situados ante una muestra de talento singular. Un cuento se afilaba con el ojo crítico, una crónica mordía con su garra escritural, un ensayo asediaba lo coyuntural y volvía a sus orígenes graves —o, dicho todo lo anterior de otra forma, si así se prefiere: una dicción, un argumento y un discurso brincaban alegremente de la liviandad periodística a la autoridad del especialista y de ahí a la sensibilidad que, a flor de piel, permeaba a la atmósfera del conjunto—. ¿Quién, ahora, es capaz de atreverse, desde las alturas y sin red, a desarrollar tales contorsiones acrobáticas propias, sí, cómo no, de un artista del trapecio? Mi amigo José de la Colina fue, también, una figura representativa de

otra especie en vías de extinción, una especie que aparece más o menos en la mitad del siglo pasado y que se acaba en los primeros pasos de este que corre: la de la persona que se forma y con-forma en la literatura y en el cine, que se apodera de la literatura y que hace suyo el cine y que, desde una y otro, se forja una manera propia de expresión que busca integrar los mundos distantes pero afines para así contaminarlos y enriquecerlos y para serles fiel con una lealtad que no sacrifica

Pepe era la especie de persona que se forma y con-forma en la literatura y en el cine

las diferencias sino que privilegia las cercanías porque es consciente de que, en sus momentos mayores y más inspirados, y cada uno en su órbita de reverberación, esos mundos son un único mundo que se desdobla, se recicla y se fusiona. Hablar del mundo agobiado por lo pánico de Joseph Conrad, por caso, y hablar del mundo minado por lo onírico de Luis Buñuel era, en el personal código que se construía en torno a tales creadores, hablar de unos mundos íntimamente solidarios. Nunca vidas paralelas sino vidas para leerlas y verlas —y por supuesto vidas para escribirlas—. Vidas que De la Colina, con visión voraz y curiosidad bienhumorada, hizo suyas y nos las regaló transformadas por sus interpretaciones. Pepe (antes de que se acabe el espacio es hora de llamar así, como se lo conocía, a mi amigo José de la Colina) no tenía, o no pudo llegar a tener, y dicho sea esto sin ninguna intención de menoscabar, una vocación de permanencia, la que cava con ambición un destino fuera de lo común —esa que, de acuerdo con los grotescos criterios postmodernos, en su deriva ha acabado por establecer que los triunfos montados en tamaño objetivo son los únicos que


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MEMORIA

En un cielo como un gran café ANA GARCÍA BERGUA

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uerido Pepe: Hace unos meses estuve en El Ateneo presentando el facsímil de La librería de Arana, de Otaola, que cuenta tan bien el ambiente de los refugachos recién llegados a México y abriéndose paso a golpes de café por la vida cultural de la ciudad. En esos días te escribí para decirte que me había encantado ese “señor de La Colina” de 17 años, que aparece ahí rondando por las tertulias e ilustrando los libros del grupo Aquelarre; me acordé mucho de los dibujos con que ilustrabas El Semanario Cultural de Novedades con esa línea a tinta muy fina, que me gustaban mucho por libres y desenfadados. Pero ya no me respondiste. Tenías problemas para usar la computadora debido a tu mermada salud y aun así, con ayuda, te las arreglabas para enviar tus columnas a Milenio, siempre divertidas, interesantes y prodigiosamente escritas. Hará un par de años que Eduardo, Ale y yo fuimos a buscarlos a ti y a María un domingo; íbamos a comer al Covadonga que tanto te gustaba. Cuando llegamos, María estaba muy guapa y preparada. ¿Y Pepe? Fue a buscar el periódico, ahora regresa, nos dijo. Y esperamos y esperamos,

merecen ser aplaudidos—. No, no era este el espejo (moral, estético) en el que se reconocía mi amigo Pepe. Desinteresado hijo cordial del arte, perspicaz hijo sensible capaz de separar con un golpe de vista lo noble de lo espurio, obediente hijo esforzado que esta mañana y esta tarde, y también esta misma noche, habrá de quemar sus pestañas en trabajos de amor ganados que mucho recompensan con secreta exaltación a quien los acomete, él echó a andar desde temprano en su trayectoria un continuum narrativo que, seguro de sí mismo, y ávido de inquisiciones, crecía desde los márgenes y se satisfacía más con los recorridos que las metas. De ahí que rehuyera las jerarquías, desquiciara los cánones y aborreciera los íconos y que, con porfía, apostara por la vigencia de un sentido literario vinculante, a la vez envolvente y unificador, que solo el mythos o la fábula o el discernimiento crítico bien entendidos y mejor aplicados son capaces de garantizar. De ahí, además, y en consecuencia, que José de la Colina fuera antojadizamente José de la Colina en todos y cada uno de sus malabarismos de inconfundible artista del trapecio.

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pero no llegabas, y era porque al no encontrar tu Milenio en el puesto cercano, te seguiste al de más allá y al de más allá, y terminaste en la plaza de Coyoacán. Te echaste una tremenda caminata, como las que hacías siempre por la ciudad, con tu traje de cuadros, tu portafolio de cuero y tu boina, con gran valentía en esta ciudad tan llena de riesgos, y que continuaban esas que contabas con Miret, con mi papá y con tus amigos que se fueron yendo, acompañándose a sus casas y conversando (y claro, la conversación era tan buena que ninguno llegaba a su destino). O como aquellas caminatas por el pasillo de tu casa que contabas, ida y vuelta para leer a veces en voz alta y saborear las palabras, mientras tu gatita Polvorilla te mordía los calcañares. En El Semanario aprendí que buena parte del chiste de escribir para un periódico incluía llevar la colaboración observando las calles y las gentes; no solo escribir, sino

Llegarás a un cine donde servirán croquetas y verás películas con Cate Blanchet

también caminar y convertir la ciudad en letras y frases, y dejar que esos trayectos despertaran más frases y más letras y textos nuevos. Mi padre imaginaba su Cielo como un gran café al que iban llegando todos sus amigos y pasaban la eternidad conversando jovialmente. Espero que ahí lo alcances, junto con Jomí y los otros amigos del grupo Nuevo Cine, y que luego te pases a la mesa de Paz y también converses con los de Vuelta y luego con Inés, con Elizondo y Juan Vicente Melo, y así, y hasta te eches una muy sabrosa pelea con todo e impertinencias muy ocurrentes. Y cuando te canses de la gente, encontrarás calles hermosas y gatos, y con tu Polvorilla adorada seguirás caminando y caminando, y llegarás a un cine donde servirán unas croquetas extraordinarias y verás películas con Cate Blanchet. Así yo pensaré en ti y trataré de seguir caminando por la frase y por la página, e incluso por la ciudad que cada día es más intransitable y peligrosa, y te seguiré contando lo que pueda interesarte. Así nos decías a los que te visitábamos: si no tienes nada que contarme, vete. Y tenías toda la razón. También te quiere y te seguirá leyendo, Ana.

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MEMORIA

“Eso lo serás tú”

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so lo serás tú”, le contestaba José de la Colina al nuevo conocido que lo llamaba “maestro” cuando se lo presentaban, ya en la redacción de los suplementos que dirigía o en las tertulias a las que asistía; “Dime Pepe o Colina”, les pedía a todos. Pero era imposible no referirse de esa manera al dueño de una de las prosas más admirables y musicales de la lengua española; y claro que sus colaboradores lo hacíamos, pero a escondidas. Su magisterio en todo caso lo ejerció en la redacción donde se preparaban los suplementos. Desde la primera vez que llegué a dejar mi texto a El Semanario Cultural de Novedades, tuve la fortuna de que dejaran quedarme con los otros miembros

ERNESTO HERRERA

del equipo —Juan José Reyes, Noé Cárdenas y Moramay Herrera Kuri— para ver cómo se organizaba el número de la semana; cuando llegaban otros colaboradores se armaba una sabrosa tertulia. Allí, mientras recibía y revisaba los textos, soltaba alguna frase como: “Miren, este comienza todos los párrafos con artículo”; o cuando alguien entregaba una entrevista sin depurar las inevitables muletillas orales: “También le hubiera transcrito los pedos”. Porque

Las Erinias se posesionaban de él pero su ira afloraba si alguien no manejaba el idioma

si bien las Erinias se posesionaban de él cuando discutía, por ejemplo, con Javier García-Galiano de la circunstancia española, su verdadera ira afloraba si alguien no manejaba bien el idioma. Para un clásico como él, en el sentido de rechazar el rizar el rizo barroco, lo primero era redactar con claridad. “Si se tiene talento para escribir, eso se verá después”, agregaba. Fui el último jefe de Redacción, como se decía a la antigua, de ese suplemento casi secreto como lo llamaba un escritor (¿Gerardo Deniz?) que fue El Semanario. Ahora, “ya viejo (pero siempre fresco)”, como me escribiste en una dedicatoria, solo me queda decir que fue un privilegio haber trabajado contigo, Pepe.

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MEMORIA

Tusitala de Mixcoac HÉCTOR ORESTES AGUILAR

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a primera vez que vi a Pepe de la Colina fue una mañana de viernes de mediados de los 1980, en su oficina de El Semanario Cultural de Novedades. De golpe, pude atestiguar tres talentos que formaban parte de su leyenda: tenía una gran memoria, cursaba con vértigo las páginas de un libro y sabía muy bien francés. Traía yo un ejemplar empastado de La boutique obscure de Georges Perec, propiedad de la benemérita biblioteca del IFAL, que arrebató de mis manos para ir a una página muy atesorada en sus recuerdos, leyéndola y traduciéndola a Juan José Reyes y a mí con fluidez y exactitud impecables. —Deberíamos hacer un libro así en español un día —dijo, y con eso remató su raudo performance, refiriéndose admirado a que el experimento de Perec, relato de 124 sueños, como reza su subtítulo, era un modelo de escritura muy atractivo. Hasta entonces, el ritual de la entrega de mis colaboraciones en el suplemento, llevadas directamente a las manos de Juan José, su jefe de Redacción, incluía evitar o aplazar el encuentro con De la Colina. En Novedades y en otros lados eran fama las pocas pulgas que habitaban el estado de ánimo promedio de Pepe; así que preferí conservar mi distancia hasta encontrar otra oportunidad propicia para acercármele más y conversar con él con cierta confianza. Esta se dio cuando publiqué en el Semanario mi reseña de Borges a contraluz, de Estela Canto. Como fue una de mis primeras notas extensas y muy comentadas en su entorno (el poeta Francisco Hernández, por ejemplo, me dijo que le había “vendido” el libro), me recibió sonriendo en su oficina el día que fui al periódico a cobrarla. De ahí en adelante, todo empeoró. Mucho: ahora yo tenía que entregarle algo al menos del mismo nivel de esa reseña-ensayo, la muestra de escritura con que obtuve la beca del Centro Mexicano de Escritores. No era nada fácil. Fue el editor más riguroso y desalmado que he conocido, para mi bien. El Tusitala de Mixcoac me enseñó a mí, y a toda mi generación de escritores-editores, que sin el máximo nivel de exigencia nunca se alcanza un verdadero rigor profesional en el oficio. Espero, en los 33 años que llevo en la escritura y edición, haber honrado mínimamente sus enseñanzas.

No era nada fácil. Fue el editor más riguroso y desalmado que he conocido, para mi bien

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EN LA AFICIÓN

Cuatro golazos de don Pepe

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FERNANDO FIGUEROA FOTOGRAFÍA PAOLA GARCÍA

ilenio Diario nació el 1 de enero de 2000. Digamos que su vientre fueron las instalaciones del periódico La Afición, en la calle Ignacio Mariscal, colonia Tabacalera, en el centro de la capital del país. La oferta era atractiva: un periódico nuevo cuya sección de deportes era nada menos que La Afición, el primer diario deportivo de México. Dentro de Milenio Diario, yo trabajaba en una divertida sección loca llamada “Mil Cosas Más”, pero cuando llegó la Copa Mundial de Futbol Corea–Japón 2002, el destino y alguien más me pusieron como editor del respectivo suplemento. Como España siempre ha sido una opción para algunos aficionados mexicanos, sobre todo cuando nuestro Tri queda eliminado, le propuse a José de la Colina que escribiera cuatro textos durante junio de ese año. Su primera reacción fue una carcajada burlona y la consiguiente explicación: odiaba el futbol. Lo único que se me ocurrió decir fue: “¡Pues mejor!”. No sabía en la que me metía. Jorge Che Ventura ya no estaba al frente de La Afición. Lo había relevado Julio Ramírez, un tipo muy

amable con cierto parecido a Fernando Valenzuela. Cuando se publicó la primera colaboración futbolera de José de la Colina, ardió Troya. En muy buen plan, Julio me hizo saber que el texto de Pepe de la Colina, “Contra la futbolatría”, había causado disgusto en buena parte del equipo de redacción de La Afición. Pero la que no se anduvo con rodeos fue su secretaria, Patricia. No recuerdo bien si dijo “son chingaderas” o “son fregaderas”, que viene siendo lo mismo. Lo que más caló fue que De la Colina recordara el sobrenombre que Manuel Seyde le había impuesto tiempo atrás a la Selección Mexicana en Excélsior: Ratoncitos verdes. Eso en plena euforia mundialista era un sacrilegio. Gracias a Dios, en su segunda colaboración don Pepe se puso un poco más suave. Habló de los antecedentes históricos del futbol, desde la antigua

Caló que De la Colina recordara el sobrenombre que Manuel Seyde le impuso al Tri

China, pasando por Japón, Grecia e Italia, hasta llegar al soccer inglés con reglas parecidas a las actuales. En el tercer texto empezó elogiando las hermosas fotografías futboleras que él veía en su adolescencia, impresas en el periódico Esto. Párrafos más adelante, dijo que esas imágenes lo habían impulsado a ir al Parque Asturias para ver en vivo un partido de futbol. Lo malo fue que se puso una tremenda aburrida, solo comparable… ¡con ver un partido de beisbol! Ya no recuerdo exactamente qué me dijo doña Patricia, solo vienen a mi mente sus hermosos ojos verdes (¿azules?) y sus labios en movimiento rápido. Antes de la cuarta y última colaboración de José de la Colina, el anfitrión Corea había eliminado a España gracias a un escandaloso atraco de un árbitro egipcio y, sobre todo, de sus jueces de línea. Profético, don Pepe preguntaba si acaso la “autoridad omnisciente” del árbitro no podía limitarse en ciertos casos con ayuda del videotape (el hoy famoso VAR). También escribió que el editor del suplemento del Mundial había cometido una imprudencia al invitarlo a escribir de futbol. Una feliz imprudencia, agregaría yo.

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DE LA COLINA EN SEIS PASOS Libertades imaginarias

Traer a cuento

Muertes ejemplares

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A FUEGO LENTO

En brazos de Sheherezada ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

A Aldus México, 2001 296 páginas

Fondo de Cultura Económica México, 2004 348 páginas

Colibrí México, 2019 113 páginas

Esta es la obra maestra de José de la Colina como ensayista y una de las obras cumbre de nuestra literatura en las últimas décadas. Uno de los ensayos más notables es el dedicado a los libros fantasma, entre los que se cuentan el Necronomicón lovecraftiano y el poema que fue soñado por Coleridge. Realiza una reivindicación del compositor mexicano Cri Cri, con cuyas canciones crecieron varias generaciones, y al que equipara con los clásicos de la literatura de este tipo.

Preparada por Adolfo Castañón, y con prólogo de su autoría, esta antología reúne un centenar de textos escritos entre 1959 y 2003, todos de naturaleza literaria, más cerca del cuento que de la memoria o el ensayo. Sorprende corroborar que el estilo colinesco ya era una combinación de erudición e ironía desde los primeros pasos. Igualmente, sorprenden los muchos mundos a los cuales se atrevió, mundos instalados por igual en un pasado remoto que en el esmógico presente.

Un grupo heterogéneo de escritores, estrellas de la pantalla grande, personajes mitológicos e ilustres desconocidos se dan cita en este libro que celebra los días o momentos que anteceden al silencio definitivo. Son textos, en su mayoría breves, cuya hondura expresiva los pone entre lo más refinado de las letras mexicanas. Narciso convive con Marilyn Monroe, un fantasma con una turista, un espejismo con Edgar Allan Poe. Cierra con una baraja de epitafios.

ZigZag

Personerío

De libertades fantasmas

Aldus México, 2005 214 páginas

Universidad Veracruzana México, 2005 201 páginas

Fondo de Cultura Económica México, 2013 203 páginas

En este libro mayor en modo menor, José de la Colina plasma sus variados intereses. El volumen abre con “El arte de Sherezada”, uno de sus paradigmas del cuentista. En “Tusitala”, término con el que los samoanos bautizaron a Robert Louis Stevenson, otro de sus modelos, habla más bien de Primitivo Rodríguez Mateos, Don Primo, un velador que con sus historias hacía llevaderas las tardes-noches del autor y su hermano. Otra de sus pasiones, el cine, no podía faltar.

Galería de personajes en la que José de la Colina muestra su maestría en el campo del retrato. En estos textos, la persona y su obra se conjugan. Pita Amor, Alfonso Reyes, José Revueltas, Agustín Lara, Juan Rulfo, Octavio Paz y Salvador Elizondo, entre otros, son convocados. Es de resaltar la técnica narrativa que emplea el autor, que maneja algunas que provienen del cine, su otra gran pasión además de la literatura. Su fino oído para transcribir un modo de hablar también se hace presente.

Que la literatura puede ejercerse y pensarse como juego fue una de las divisas que acompañaron el quehacer escritural de José de la Colina. Este libro da cuenta sobrada de ello al ocuparse, desde el ensayo, de asuntos tan varios y “antiliterarios” como Snoopy, Pinocho, la cursilería, la adivinanza o el tartamudeo. La alta cultura se funde con las expresiones populares y la poesía convive con el refrán. El espíritu chocarrero de José de la Colina encuentra aquí su más alta expresión.

hora que ha muerto José de la Colina, vuelvo a uno de sus libros, tan breve como mayúsculo: Muertes ejemplares (Secretaría de Cultura de Puebla/ Colibrí, 2010). Curioso título… con obvias reminiscencias cervantinas: no es la vida —sus vericuetos, elecciones, sinsabores— la que vale la pena ser contada sino aquellos momentos que anteceden al oscuro total. Como tantas veces, en sus libros o presidiendo una tertulia, De la Colina se muestra como un narrador en estado puro, a la caza de sus historias y las de los otros. No es un libro original; es un libro adonde fueron a dar algunos relatos, consecuentes con la muerte, de otros libros. Qué importa. En sus páginas atestiguan lo mismo Teseo y un nigromante de Bizancio que Marilyn Monroe o Edgar Allan Poe fantasmal y reposado en alcohol… y un rosario de epitafios buenos para la cura de la solemnidad. Muertes ejemplares me conduce a su vez a otros libros gobernados por “la virtud de aparición”, como José de la Colina llamaba a la reunión de figuras fantasmales, sueños, ensoñaciones, conversaciones al margen, paseos, seres reales, cartas familiares, bromas secretas… que concurrían y terminaban por dar forma y consistencia s sus cuentos: Tren de historias y Álbum de Lilith. Ahí, en esas sumas magníficas, el arte de Sheherezada encuentra no solo un cauce por donde circula refinada y alegremente sino una expresión que domina el fluir del tiempo. De entre las muchísimas virtudes que exhiben esos cuentos siempre me sorprendió la capacidad para cubrir épocas y personajes diversos, y aun sin semejanza entre ellos, en un solo libro. Por unos momentos nos hallamos a bordo del expreso transeuropeo viajando hacia Berlín desde París y al poco rato ya estamos en un café de chinos en la esquina de Isabel la Católica y República del Salvador para contemplar a una mesera-princesa que es “como un cuchillo como una flor como una rosa amarilla como absolutamente nada en el mundo”. José de la Colina, cuyo espíritu libresco nunca estuvo reñido con los asuntos “antiliterarios” —era tan capaz de elevar a Snoopy a la categoría de escritor fundacional como ponderar las redondeces de las mujeres fellinianas—, fue uno de los escasos habitantes de ese país imaginario en el que suceden maravillosas y fecundas historias —muchas de ellas en el breve espacio de una página—, el país soñado y fecundado por Sheherezada, donde sigue vivo.

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Armando González Torres, Roberto Pliego, José de la Colina y José Luis Martínez S.


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

9 DE NOVIEMBRE 2019

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TOSCANADAS

Inocentes DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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n un pasaje memorable de Los hermanos Karamazov, se reúnen Alioscha e Iván en una taberna para discutir, entre otras cosas, el maltrato a los niños. Iván tiene varias anécdotas. Cuenta sobre una niña de siete años a la que su padre golpea con una vara con espinas mientras esto le provoca un disfrute erótico. “Me consta que hay flageladores de ésos que se calientan a cada golpe hasta la pasión, literalmente hasta la voluptuosidad”. Uno de estos personajes también aparece en Demonios. Stavrogin culpa a la hija de doce años de la casera de haberle robado un cortaplumas por el disfrute que le da contemplar la golpiza. “Cogió la escoba, arremetió contra la chica y empezó a apalearla en mi presencia hasta hacerle sangre”. Iván habla de una niña de cinco años a quien sus “ilustrados padres azotaban, le pegaban, le daban de puntapiés… convertían todo su cuerpecito en un puro verdugón”.

LOS HERMANOS KARAMAZOV

La novela que Dostoievski publicó en 1879.

Luego cuenta la historia de un siervo de ocho años que accidentalmente da una pedrada al perro favorito de un general. En venganza, este hombre hace desnudar al niño y le ordena correr. Entonces “lanza en su seguimiento toda su salvaje jauría. Lo destrozaron a vista de su madre, hicieron pedazos al muchacho”. Iván dice que toda la ciencia del mundo no vale lo que las lágrimas de esos pobres niños. Y le pone límites al perdón. “No quiero que esa madre se abrace con el verdugo que hizo que los perros devorasen a su hijito. Si quiere, que perdone por ella misma… pero el dolor de su hijo lacerado no tiene derecho a perdonarlo”. Por encima de estas historias, el tema que tratan los dos hermanos tiene que ver con la existencia de dios. Iván le pregunta a Alioscha si se avendría a darles la felicidad a los mortales, “pero que para eso fuese

menester, de modo indispensable e ineludible martirizar a ese niñito que se aporreaba con sus puñitos el pecho, y sobre sus no vengadas lágrimas fundar ese edificio”. “No, no me avendría”, dijo Alioscha. Les queda flotando un tema que ya no tratan con palabras: el tema del edificio que se ha querido construir con niños inocentes a los que llovió azufre ardiente en Sodoma y Gomorra, el de los niños sin pecado que murieron de peste divina en Egipto, y el del mesías que sobrevivió gracias al nepotismo del que no gozaron los otros niños de Belén. Iván bien pudo decir: “Si quiere, que perdone por él mismo, pero el dolor de su hijo…”. Al final, Iván no niega a dios, pero cumple con la obligación de “un hombre honrado”: darle la espalda. “No es que no acepte a dios, Alioscha, pero le devuelvo con el mayor respeto mi billete”.

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BICHOS Y PARIENTES

Efemérides para el 9 de noviembre

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l 9 de noviembre de 1989 cae el muro de Berlín. Diez años después, la Internacional Socialista se halla divorciada entre dos pequeños espectros: la Tercera Vía, defendida por Tony Blair, o la izquierda humanista de Lionel Jospin. Los socialismos parecían fiambres, y los nacionalismos, escombros. De los socialismos, además, quedaron dos distintas familias: los socialismos liberales que participaban en las formas democráticas, y los antiliberales, que solían identificarse con voluntades revolucionarias y detestaban el liberalismo como si fuera enfermedad vergonzosa. Los primeros siguen vivos y son necesarios; los segundos parecían cadáveres de la historia, hasta que los reanimaron con el cableado del odio y el rencor, de la voluntad de servidumbre y el miedo que produce la libertad. Ya no hay modo de hallar izquierdas y derechas, pero una composta de basura histórica aglomera algo que llamamos a veces populismo, a veces demagogia; y por allá, desorganizados y desarticulados, quedaron unos que llaman neoliberales. Nunca se nos ocurrió que nosotros, los pálidos liberales, feligreses de la responsabilidad de tomar decisiones libres, fuéramos a hacer de parias, malditos, destructores del bien. Es que a lo largo de la marcha triunfalista de las democracias liberales crecían hongos que no supimos desarraigar: las urgencias por las identidades, las obsesiones por el liderazgo; y pronto ya no había partido político ni empresa que no buscara verdaderos líderes o su ser profundo. Nunca entendimos que esas patologías no eran errores pasajeros. Hoy tenemos auténticos líderes, sujetos

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA RTVE

que imantan voluntades y contagian a muchos sus entusiasmos de participación. ¿Hay que mostrar hasta qué punto son líderes Trump (elegido otro 9 de noviembre), Erdoğan, Orban, López Obrador, Duterte…? ¿Hasta dónde ofrecen identidades restauradas, fronteras seguras, fuertes economías nacionales, autosuficiencia? Por miedo a la incertidumbre y por hartazgo de abusos, los muchos decidieron retrasar sus relojes hasta

Nunca se nos ocurrió que nosotros, los pálidos liberales, fuéramos a hacer de parias

los años setenta del siglo pasado, y ganaron. Los pobres liberales no tienen ni para dónde mirar. Si acaso, se consuelan recordando que apenas en septiembre de 1990 tuvo lugar el magnífico encuentro: La experiencia de la libertad, un legado digno de una forma de organizar ideas entre la confusión, una forma de conversación y disensos inteligentes que, tal vez, haya muerto ya. Quizá fue el momento de despedida de los intelectuales. Al abrir las mesas de conversación, dijo Octavio Paz: “El gran tema del pasado inmediato fue la crítica de los poderes enemigos de la libertad. El del tiempo que viene es el de su invención: ¿cómo los pueblos, sobre todo los de Europa del Este y de América Latina, podrán edificar la casa de la nueva

Alemanes de uno y otro lado celebran la caída del Muro de Berlín.

democracia? Tarea dificilísima”. Paz regresó al verbo “inventar”, una suerte de divisa suya. Libertad bajo palabra inicia con esa pica en el reclamo de su vida entera: “Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día”. Como también dijo Blake y dijo Milton: la libertad es un invento que, al concebirse, se vuelve real. Pero es una experiencia poblada de demonios, los propios y los del mundo. En la primera intervención, Leszek Kolakowski dijo: “cuando reflexiono sobre los cambios recientes, inevitablemente me asaltan algunas preguntas: ¿qué fue primordial en este cambio [el de 1989]: la crisis de la mentalidad o la crisis de la economía? ¿Cuál fue la causa primera: la mente o el cuerpo, por decirlo de algún modo? En el desarreglo del comunismo, ¿predominaron los factores ideológicos o los económicos? Ahora vemos que los factores ideológicos y de mentalidad fueron mucho más importantes que los económicos”. Basta cambiar donde dice “comunismo” por “neoliberalismo”. El comunismo fue un quebranto económico y moral sin posible arreglo, mientras que el llamado neoliberalismo dejó cuentas muy distintas (recomiendo los videos de Hans Rossling en YouTube, en particular, la conferencia que dio en Davos, en 2015), pero Kolakowski tuvo razón: el conflicto es ideológico. De modo que los mal llamados neoliberales estamos de parte de Satán. Quizá; la libertad es invento diabólico, pero una vez que la has visto, no hay retorno: no existe más la inocencia. Quien ha sido aguijoneado por la libertad no puede pretender ser ni puro, ni santo, ni prosternarse ante un orate que se cree Cristo.

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