Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO FILOSOFÍA DE ALTAMAR
BICHOS Y PARIENTES
JULIETA LOMELÍ
JULIO HUBARD
Narcisos de la nueva torre de Babel
Enfermedad y medicina institucional
Imagen: Athanasius Kircher
SÁBADO 11 DE ABRIL DE 2020 AÑO 16 - NÚMERO 878
Woody Allen: A propósito de nada Juan Manuel Gómez/ FOTOGRAFÍA: ANDREW MEDICHINI/ AP
Foto: IMSS
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ANTESALA
11 DE ABRIL 2020
EN EL BANQUILLO
Las derivaciones TEDI LÓPEZ MILLS
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A Carlos Torres
e puede convertir en una vocación perder el tiempo para salvarlo. Afuera el riesgo es inminente. Me tumbo en el sofá destartalado durante quince minutos; veo el segundero de mi reloj. Me doy cuenta de que se oye más de una voz en mi cabeza. A siete cuadras de mi casa hay un parque y en el parque hay un poste y en el poste hay un letrero: le ruego a dios que nos perdone y nos entregue pronto una cura para este mal que nos aqueja y nos devuelva por favor nuestra normalidad. El paradigma de la fe nunca es un juguete: alguien cree por mí. Tres pasos me separan de la luz que entra en este cuarto a las dos y media de la tarde. Se los concedo al suplicante. Miro las pelusas en el aire curtido. “Extraño peso como de ceniza tiene ahora el silencio”, me escribe mi amigo en un mensaje. Pinta cuadros blancos dentro de rectángulos negros. No son ilustraciones, sino el principio de otra historia o, más bien, el futuro de ésta cuando por fin ocurra y desemboque en reuniones al aire libre e intercambios de recuerdos, interrumpidos a veces por un coro de risas. El mundo se traza geométricamente cuando predomina el miedo. Calculo el peso de la ceniza en mi barrio sin la parte del silencio. Las voces se intercalan como si hubieran ensayado antes. Un vecino le anuncia a su interlocutor que el negocio en Dubái funcionará a pesar de los obstáculos. Imagino la resistencia. Nadie promulga un desierto sin prometer al menos que habrá dinero cuando se derriben los muros. Imagino los billetes pasando de mano en mano. Imagino al señor de las dádivas bajo un toldo: esto se da; esto se quita. Somos buenos. Somos felices. Pongo a las vacas del sol en su camino: el señor las devora sin miramientos. Se mezcla la parábola con los ruidos de las máquinas en mi edificio. Estoy tergiversando; me arrimo a la superficie. Leo que nos convertiremos en mejores personas al cabo de esta adversidad; nos iremos aproximando a un nuevo humanismo y, de modo simultáneo, a un nuevo comunismo. En el artículo se señala que los signos se notarán poco a poco. Arriba de mí la mujer despotrica por costumbre. La niña corre. Quizá aprenda yo algo; por ejemplo, que el optimismo es consecuencia de la suerte. O que basta con hacer las cosas bien y seguir una rutina al pie de la letra. Ahora digo víveres cuando hablo de comida. Coloco cajas y paquetes y latas en las pequeñas repisas. Pienso en el desabasto, las cifras, el agua, y menciono con solemnidad la estrategia de la mitigación. ¿A qué hora me toca salir? Les faltan seis minutos a los quince para que culmine la experiencia espiritual y no sea en balde la marca de mi cabeza en el respaldo del sofá. Se denomina nada lo que hay entre mi piel y mi corazón. Quiero escuchar el latido del tuyo. Se llama vida aunque angustie tenerla tan cerca del oído. Los sentimientos se enredan. Las nuevas palabras no designan conceptos, sino actos. El primero consiste en pasar de una estancia a otra.
Ahora digo víveres cuando hablo de comida. Coloco cajas y latas en las pequeñas repisas
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Haz lo correcto. Dirección: Spike Lee. Estados Unidos, 1989.
HOMBRE DE CELULOIDE
Para mirar a Spike Lee
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA 40 ACRES
omo tantas otras cosas en estos meses, el Festival de Cine de Cannes está en suspenso. Tendría que haber tenido lugar entre los días 12 y 23 de mayo de 2020 pero se ha pospuesto cuando menos hasta fines de julio. Y eso si las cosas mejoran en este nuestro maltrecho planeta azul. Spike Lee será el presidente del jurado en esa ocasión; el primer presidente afroamericano en Cannes. Esos dos hechos invitan a hacer la revisión a profundidad de un autor que trasciende la estética del lugar común. Nos invitan a adentrarnos en el hirsuto universo de un artista que ha seguido la consigna militante de “dar voz a los que no tienen voz”, esto es, a las minorías. La relación de Spike Lee con el Festival de Cannes es larga. Comenzó cuando, a los 29 años, el originario de Atlanta ganó el Premio de la Juventud. Aclarémoslo de una vez: este premio y otros que ha recibido en Cannes no deben confundirse de ningún modo con la Palma de Oro. Hay que decirlo pues los publicistas de las distribuidoras y exhibidoras en México han sembrado conscientemente la confusión promoviendo películas con este anuncio doloso: “ganadora en Cannes”. Se trata de una leyenda tramposa pues Cannes es un festival que dura varios días y tiene muchos
premios. Promocionar una película por “ganar en Cannes” es tan ambiguo como decir que tal o cual escritor “es laureado”. De hecho, Lee nunca ha ganado la Palma de Oro. Estuvo cerca en 2018, cuando su obra BlacKkKlansman fue nominada, pero en aquella ocasión el premio se lo llevó el japonés Hirokazu Koreeda con Un asunto de familia, y sí, ambas películas se encuentran con toda facilidad en la internet pública. El hecho de que, a pesar de no haber recibido nunca el máximo galardón del Festival de Cannes, Spike Lee esté por ser presidente del jurado de premiación habla de lo prestigiado del premio, tanto que una nominación basta para que un director forme parte de la historia del arte. Para leer a Lee no basta con saber que es un iconoclasta y un visionario que introduce a sus espectadores en contextos ideológicos y sociopolíticos muy complejos. No basta con disfrutar el modo virtuoso en que traduce dicha complejidad en historias divertidas y
Para entender a Lee es necesario pedir prestada una herramienta de la historia del arte
llenas de suspenso. Para entender a Lee es necesario pedir prestada una herramienta de la sociología y la historia del arte, la Teoría Crítica. Solo con ella es posible trascender el lugar común del “me gusta” o “no me gusta” y valorar trabajos como los de Lee. Solo con la Teoría Crítica es posible examinar lo que una obra de arte dice de la sociedad que la produce, la mira (a veces la admira) y critica. Entender, por ejemplo, el papel de las minorías, tan importante en la obra de Spike Lee. La Teoría Crítica no se limita a ser catadora de estilos, no sirve de guía de turistas ni se contenta con ofrecer ideas como haría un mesero con el comensal irreflexivo que se enfrenta por primera vez a un menú. La Crítica Textual busca relacionar una obra fílmica con el arte y la literatura, con el teatro y, claro, con otras películas. Mike Reynolds lo deja claro en How to Analyze the Films of Spike Lee: solo la Teoría Crítica permite evaluar un arte desde la aproximación filosófica y sociológica; solo con ella se puede aproximar el espectador a las formas más altas de producción cultural. Y eso es justamente la película Haz lo correcto, primera obra de arte con la que Spike Lee se introdujo en Cannes, un festival que se mantiene en suspenso. Pero nosotros no.
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ANTESALA
11 DE ABRIL 2020
ESCOLIOS
POESÍA
Olvido CARLOS RUBIO ROSELL
Dibujé tu pelo en el laberinto oscuro de la noche, cuando era imposible recuperar el viento y el brillo que repetían a coro tus cabellos, la tibieza del aire entre su sombra. Nada de aquel tiempo cabía en el trazo y sin embargo eran ciertas las líneas del lápiz que fijaba el sueño y la memoria. Había una sonrisa que duraba años y una mirada sin pasado, el gesto verdadero de las cosas que perduran, el infinito resplandor de la alegría. Escarbé la noche para precipitarme en el centro de tus ojos, vacío de ebriedad y deseo, abrazado a una cama que se rompía entre carcajadas y huía hacia el corazón del universo con las astillas temblorosas encajándose en el firmamento iluminado. Todo quedó allá, lejos, desnudo de palabras, puro olvido. Este poema forma parte de Los amores idiotas, que acaba de aparecer con el sello de la editorial sevillana Renacimiento.
EX LIBRIS
Passacaglia della vita/ EKO
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Reclusos, solitarios, confinados ARMANDO GONZÁLEZ TORRES
C
@Sobreperdonar
omo nunca antes, las formas de socialización han sido alteradas por los efectos de la pandemia que suple la interacción continua y casi demencial por el encierro solitario o con la familia más próxima. Sin embargo, desde los anacoretas asiáticos o los padres del desierto hasta J. D. Salinger, pasando por los místicos rusos o los ermitaños europeos, existe una tradición de solitarios irredentos, cuyo ánimo de apartamiento contrasta con el carácter gregario de la especie. En su libro A Pelican in the Wilderness. Hermits, Solitaries and Recluses, la escritora inglesa Isabel Colegate se refiere a esta genealogía de excéntricos y realiza una digresión erudita y amena sobre esa perenne ansia de evasión y soledad. ¿Quiénes eligen el apartamiento? Disidentes o perfeccionistas religiosos, filósofos trascendentalistas, ecologistas radicales, artistas ariscos, chamanes, teósofos o aventureros. Los fugitivos tienen muchas razones de repulsa del mundo y adoptan varias modalidades de huida. Los padres del desierto, por ejemplo, conforman una temprana protesta contra las jerarquías y comodidades de la naciente Iglesia y aspiran a un paradigma de fe más puro y riguroso. En otros casos, el motivo es la búsqueda de la sabiduría o la inspiración artística, el llamado de la naturaleza o el rechazo a las convenciones de género (la subversiva y deslumbrante Isabelle Eberhardt). Algunos se encierran en una ermita o un monasterio; otros se recluyen en cabañas en el bosque, otros peregrinan y mendigan por caminos remotos y otros, como Simón el Estilita, se elevan sobre una inalcanzable columna en el desierto. Hay varios rasgos que caracterizan al ermitaño: la renuncia a las posesiones materiales; la dieta frugal; el gusto por el trabajo manual; el ascetismo que a veces lleva a la mortificación (los denominados “locos de Dios” o los fakires); el sentido de comunión con todo lo vivo (la leyenda de su ascendencia sobre los animales salvajes) y la estricta vigilancia sobre sus propias pasiones (las tentaciones de San Antonio tan vivamente evocadas por Flaubert). El aislamiento voluntario, la sencillez de las costumbres y la vuelta a la naturaleza van constituyendo un ideal cada vez más amplio y, a partir de Rousseau y los románticos, se convierten en un popular rito de paso. Se supone que la soledad potencia el poder de la reflexión, la meditación o la oración y ayuda a desarrollar la compasión, la humildad y otras virtudes sociales. El aislamiento y el enfrentamiento con uno mismo son requisitos para la adquisición de conocimiento o clarividencia y muchas veces el retiro es temporal o parcial, como el del chamán, que una vez cumplida su iniciación regresa al seno de la tribu, o el eremita que ofrece auxilio espiritual a multitudes. Así, soledad y sociabilidad pueden alternarse fecundamente y acaso, como sugería John Stuart Mill, estos gestos de fuga individual terminan purgando y fortaleciendo el cuerpo social.
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DE PORTADA
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En Apropos of Nothing, sus memorias, el cineasta se ocupa de su quehacer artístico y de su relación con las mujeres
Woody Allen toma la palabra
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JUAN MANUEL GÓMEZ FOTOGRAFÍA SHUTTERSTOCK
a autobiografía de Woody Allen, Apropos of Nothing (A propósito de nada), es un testimonio divertidísimo que ofrece material de interés para distintos tipos de lectores. Se puede leer como el ameno retrato interior de los profesionales de la comedia de la época gloriosa del stand-up, así como de los hacedores del cine estadunidense desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. También es, en tono de comedia de enredos y malos entendidos, el diario de un seductor que estuvo envuelto sentimentalmente con demasiadas mujeres, entre las que se cuentan bellezas prístinas y locuaces de Hollywood como Mia Farrow y Diane Keaton. También es un cuento de hadas con altas y bajas sobre el éxito, escrito por uno de los cineastas más prolíficos y premiados, por uno de los músicos de jazz menos dotados pero más persistentes, y por un mago en ciernes. Creo que hay más ternura y amor en Apropos of Nothing de lo que se espera de un cómico cínico como Woody Allen. Entre ingeniosas bromas y juegos de ideas deslumbrantes, se agradece la escritura pulcra y refinada del testimonio generoso de un hombre que hoy, a sus 84 años de edad, se levanta todos los días para escribir y reescribir historias durante buena parte de las horas del día, tal como ha hecho desde que era un muchacho que buscaba, ante todo, divertirse. Me acerqué a este libro pensando que Woody Allen solo era un cineasta, y de los buenos, pero no podía haber estado más equivocado: sobre todas las cosas que Woody Allen ha anhelado ser, ha sido desde el principio un escritor perfeccionista de gran imaginación. Tal vez
debí haberlo sospechado echando un ojo a los premios Oscar: de los cuatro que le han ofrecido (aunque nunca ha ido a recoger), tres de ellos han sido por mejor guion original: Annie Hall (1978), Hanna y sus hermanas (1987) y Medianoche en París (2012). Pero ha sido nominado en esa categoría diez veces más. No hay manera de explicarse por qué una empresa como Hachette, la editorial que poseía los derechos, decidió en el último momento no publicar este libro literaria y testimonialmente estupendo que, desde el punto de vista comercial, es oro puro. No me lo explico en términos legales y, mucho menos, morales. En todo caso, tras los alegatos que aluden a comportamiento impropio en su vida personal, la inmoralidad fue de la editorial Hachette ya que decidió censurarlo sin pruebas, mandarlo a la hoguera de la Inquisición de los libros prohibidos por el simple rumor de lo políticamente correcto. Para aquellos que no estén al tanto de los hechos, trataré de hacer una escueta síntesis. Mia Farrow (mujer culta y refinada, proveniente de la realeza hollywoodense, quien ya tenía siete hijos, tres biológicos y cuatro adoptados) y Woody Allen fueron pareja durante trece años (y trece películas), aunque nunca vivieron juntos y nunca se casaron. Juntos adoptaron a una niña (Dylan) y concibieron un varón (Satchel). Para 1992, cuando Dylan tenía casi siete años y Satchel casi cinco, la pareja se separó abruptamente debido a que Woody Allen comenzó una relación sentimental (que persiste al día de hoy) con la joven mayor de edad Soon-Yi, hija adoptiva de Mia Farrow y su pareja anterior, el director de orquesta André Previn. Fue entonces, durante el alegato de custodia de los dos menores, Dylan y Satchel, ante la Suprema Corte de Justicia de Nueva York, que Mia Farrow acusó a Woody
Allen de haber abusado sexualmente de Dylan. Dos investigaciones especializadas (una de seis meses por parte de Yale-New Haven y otra de catorce meses de Servicios Sociales de Nueva York) no encontraron pruebas al respecto. El juez Elliot Wilk determinó que no hubo abuso sexual a la menor, pero también que se le negaba de manera absoluta a Woody Allen cualquier contacto con Dylan y Satchel. Pasaron las décadas, y cuando el frío invierno neoyorquino parecía haber exterminado las uvas de la duda, una ramita de vid fortalecida surgió entre el hielo. El 1 de febrero de 2014, Nicholas Kristof publicó en su columna del diario The New York Times extractos de una carta en la que Dylan (ya una mujer de 28 años) relataba el supuesto abuso sufrido por parte de su padre adoptivo (con el que por cierto jamás volvió a tener contacto), basándose en los pocos recuerdos reales y aquellos construidos a lo largo de veinte años, como secuela de una investigación en extremo traumática para una niña. Una semana después, Woody Allen escribió su respuesta, puntualizando datos verificables en torno a su inocencia. Al margen de esta historia, durante 2017, la revista The New Yorker y el diario The New York Times publicaron una serie de reportajes en torno al abuso sexual de que habían sido objeto varias actrices de Hollywood por productores y directores, lo cual abrió la puerta para que muchas mujeres, artistas de distintas disciplinas, se sintieran apoyadas para por primera vez confesar a través del #MeToo que también habían sido víctimas de abuso. Fue tan importante y original esta iniciativa que el año siguiente uno de los premios Pulitzer de periodismo, el correspondiente a “Servicio público”, fue otorgado de manera conjunta a estos dos medios informativos por su
El guionista y director de cine, nacido el 1 de diciembre de 1935 en Nueva York.
cobertura del tema, que derivó de manera indirecta en el juicio y la condena penal en contra del productor Harvey Weinstein. Los periodistas premiados fueron Jordi Kantor y Megan Twohey, por The New York Times, y Ronan Farrow, por The New Yorker. Ronan Farrow es Satchel, ese hijo que Woody Allen no pudo volver a ver desde que tenía casi cinco años, cuyo segundo libro (Depredadores. El complot para silenciar a las víctimas de abuso) es editado por el grupo editorial Hachette. Fue gracias a la presión ejercida por Satchel, y a que los empleados de la editorial se manifestaron en contra de la publicación del libro de un supuesto
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un tipo vapuleado por los fanáticos del #MeToo, mi récord con el sexo opuesto no está nada mal. Mi representante de prensa, Leslee Dart, un día me hizo notar que en 50 años de hacer cine, y trabajar con cientos de actrices, he propiciado 106 papeles de actriz principal con 62 nominaciones para las actrices, y jamás ha habido ninguna insinuación de comportamiento impropio por parte de ninguna de ellas. O de ninguna de las extras. O de ninguna de las dobles. Además, desde que somos independientes de los estudios, he dado empleo a 230 mujeres como jefes del equipo detrás de cámara, sin mencionar a mujeres editoras y productoras, y todas han sido remuneradas con el mismo sueldo que los hombres”.
Fin de la digresión
Cuando se anunció que Apropos of Nothing no sería publicado, el célebre autor de bestsellers de horror Stephen King declaró a través de Twitter: “La decisión de Hachette de soltar el libro de Woody Allen me inquieta. No es por él; me importa un comino el señor Allen. Es quién será el siguiente en ser amordazado lo que me preocupa”. Claramente, Sthepen King, como autor, ve un peligro en la censura y el linchamiento de un libro tras el escudo de la ilusión de lo políticamente correcto sin pruebas. Algunas de las películas más recientes de Woody Allen, como Día lluvioso en Nueva York, no son distribuidas en Estados Unidos por este hecho. “Fin de la digresión —como bien se apunta en el primer tercio de Apropos of Nothing—, y si no he perdido su interés por completo, volveré al tema principal de este libro: la búsqueda de dios por parte del hombre, en un inútil y violento universo”. Por fortuna, lo que tenemos aquí es un gran libro que, página a página, habla por sí solo, revelando los secretos de un artista que nunca ha perdido el objetivo principal de disfrutar y divertirse con lo que hace más que cualquier otra cosa en el mundo. Cuando se enteró de que había sido elegido para recibir el Premio Príncipe de Asturias, en un principio Woody Allen lo rechazó, tal como hizo cuando Federico Fellini le telefoneó a su habitación de hotel en Roma porque pensó que se trataba de una broma. Cuando le llamó un funcionario de la realeza para decirle en tono de pánico que recibiría el Príncipe de Asturias en la misma ceremonia que Arthur Miller y Daniel Barenboim, dos gigantes de la cultura universal, la respuesta de Woody Allen no fue la de un monstruo sediento de gloria y poder: “Ve, le digo que debe tratarse de un error”. Los momentos más gloriosos de Woody Allen, los que narra en Apropos of Nothing con mayor elocuencia y placer, no son los premios ni las exitosas producciones de ganancias millonarias, sino las colaboraciones con amigos suyos, como Mickey Rose y Marshall Brickman. “Toma el dinero y corre —su segunda película, de 1969— fue un guion que escribí con mi viejo amigo de escuela y compañero de equipo de beisbol, Mickey Rose. Nuestra amistad se remonta a la secundaria Midwood, donde los dos soñábamos con jugar en
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las ligas mayores y salíamos al campo de beisbol en verano sin importar lo sofocante que estuviera el calor, a batear pelotas, torear elevados y fildear roletazos. Tan solo nos deteníamos cada pocas horas para correr a la tienda de la esquina por unas malteadas de chocolate. Mickey no tenía disciplina, pero sí un sentido del humor lunático, totalmente original. Su idea de una buena broma era ir por todas las oficinas de los empresarios del espectáculo, agentes y gerentes, en Nueva York y siempre dejar por ahí una lata de atún sin que nadie lo notara. Podía provocarle una risa histérica imaginar a los empresarios reuniéndose para almorzar y que uno de ellos dijera: ‘Me pasó algo curioso el otro día: encontré una lata de atún en uno de los cajones de mi escritorio’. ‘Qué coincidencia’, diría un segundo empresario, ‘yo encontré una en mi silla’. ‘Yo también’, diría un tercero. Pero para entonces Mickey ya estaría revolcándose de risa en el suelo con lágrimas rodando sobre sus mejillas”. Evoqué claramente a este par cuando vi recientemente Toma el dinero y corre. Para salir de prisión, a Virgil, un maleante sin suerte ni vocación, le ofrecen probar en él una medicina nunca usada en humanos. Uno de los efectos secundarios que experimenta es convertirse momentáneamente en rabino. No pude evitar imaginar a Woody Allen y a Mickey Rose sufriendo un ataque de risa incontrolable ante el absoluto desconcierto de todos los presentes. “He sido nominado a numerosos premios Oscar”, recuerda en esta autobiografía. “La noche de la ceremonia yo estaba tocando jazz en Nueva York. Recuerdo haber interpretado ‘Jackass Blues’, una pieza que King Oliver hizo famosa. Utilicé esta presentación como una excusa, pero no habría ido de todas maneras. No me gusta la idea de los premios en aspectos artísticos. Las piezas de arte no fueron creadas con el propósito de competir, sino para expresar una comezón artística y, con suerte, entretener. No estoy interesado en el pronunciamiento de ningún grupo sobre cuál es la mejor película del año, o el mejor libro, o el artista más valioso. No quiero meterme en eso ni gastar en ello la cinta de mi máquina de escribir, porque entonces tendría que convencer a ese grupo, cambiarlo y alimentarlo. Es suficiente decir que la noche del Oscar toqué blues lo mejor que pude, me fui a casa, me metí en la cama y, a la mañana siguiente, en la primera página del Times me enteré que había obtenido cuatro premios Oscar, incluyendo el de mejor película (por Annie Hall). Reaccioné como cuando escuché la noticia del asesinato de Kennedy: pensé en ello por un minuto, luego me terminé mis Cheerios, me senté frente a la máquina de escribir y me puse a trabajar”. Después de leer las 400 páginas del libro, suscribiría lo que declaró la editorial Arcade Publishing cuando se apresuró a publicar Apropos of Nothing una vez que la había rechazado Hachette: “En estos tiempos extraños en que a menudo la verdad se califica de fake news, como editorial preferimos dar voz a un artista respetado en vez de hacerles caso a quienes intentan silenciarlo”.
Los momentos más gloriosos no son los premios ni las exitosas producciones sino el trabajo con amigos
abusador sexual, que se decidió no publicar Apropos of Nothing. Estamos ante un caso de censura del arte bajo el amparo de lo políticamente correcto. Se han dicho infinidad de cosas horribles sobre Woody Allen desde que se desató este asunto, salpicadas de buenas intenciones, tramposas imprecisiones y francas mentiras. Si atendemos a los hechos verificables, de ser culpable ya estaría en la cárcel por haber cometido el que considero el más atroz de los crímenes: abusar de un menor, pero ni siquiera fueron suficientes las pruebas presentadas en el alegato de custodia de sus hijos para establecer una acusación formal contra él.
Tras varias páginas de Apropos of Nothing explicando por qué Woody Allen no se considera a sí mismo un gran artista, en comparación con dos de sus mayores ídolos: el cineasta sueco Ingmar Bergman (con cuyo fotógrafo Sven Nykvist trabajó en varias ocasiones) y el dramaturgo norteamericano Tennessee Williams (autor de la que para él es la más grande obra teatral jamás escrita: Un tranvía llamado deseo), Woody Allen hace un recuento de las mujeres que han colaborado en sus películas: “Del lado positivo, entre la influencia de Bergman y Williams, he escrito muchos papeles femeninos, incluso algunos bastante jugosos. Para ser
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PENSAMIENTO
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FILOSOFÍA DE ALTAMAR
Narcisos de la nueva Babel
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illes Lipovetsky publicó en 1983 La era del vacío, un novedoso mapa de la sociedad contemporánea, de una época posmoderna, de un mundo que, siguiendo la ruta de siglos en los que el ser humano mostraba cada vez más autonomía y entereza en su libertad para conocer y obrar, el desenlace sería el puerto de Narciso que, habiendo recorrido el camino del miedo frente a la incertidumbre, logró conquistar las tierras del “progreso”, de la ciencia y la tecnología que le asegurarían la resolución de infinidad de problemas propios y ajenos, un optimismo que, como todo, terminaría ante el enfrentamiento masivo de las comunidades humanas: la idea de progreso social, de comunitarismo y fraternidad, la posibilidad de tener paz, bienestar y salud socorrida por los avances tecnocientíficos, serían desechadas como utopías —no sin antes haber atravesado por la acalorada negociación, revuelta y discusión sobre cómo salvaguardar la funcionalidad de los mencionados ideales. Sin embargo, aunque se trató de institucionalizar parámetros que defendieran el bienestar comunitario, éstos no dejaron de ser contradichos una y otra vez por la realidad. Escribe Lipovetsky, al inicio de su libro, que el modo de socialización e individualización de la década de 1980 era una ruptura y una mutación radical e histórica frente a lo vivido dos siglos antes. Después, en 1985, otro filósofo francés, Jean-François Lyotard, comentaría en una de sus tantas conferencias que “a pesar de la nostalgia, ni el marxismo ni el liberalismo pueden explicar la actual sociedad posmoderna. Debemos acostumbrarnos a pensar sin moldes ni criterios. Eso es el posmodernismo”. Pero este pensamiento “sin moldes”, esta ruptura con los “metarrelatos” —acelerada por eso que Lipovetsky nombró el “proceso de personalización”, que arrancaba al individuo del “orden disciplinario-revolucionarioconvencional”—, predominante hasta los años cincuenta, no dejaba de tener un sentido ambivalente. Para el autor de La era del vacío, ese rompimiento con los patrones de coerción comunitaria, en aras de la singularidad, de la “realización personal, del derecho a ser íntegramente uno mismo, y disfrutar al máximo de la vida”, era paradójicamente una forma más de homogenización del individuo, quien ahora no pertenecía al Estado que reprime, ni a la familia, o a la sociedad que traza cómo se ha de vivir, sino a las infinitas formas de consumo ante las que puede decidir la que más le apetezca. Una libertad ilusoria, consecuencia también de una revolución: la del marketing y el capital. Esto fue pensado en una
JULIETA LOMELÍ @julietabalver IMAGEN ATHANASIUS KIRCHER
La Torre de Babel imaginada en el Renacimiento tardío.
década en la que aún no existía la homogenización disfrazada de diversidad, y del asentimiento generalizado del like, o de la aprobación o indignación promovidas por el algoritmo más poderoso. Esa posmodernidad individualista planteada desde los años ochenta se convirtió en un “utensilio” hermenéutico muy usado en lo posterior, para comprender otros ámbitos humanos como la creación artística atomizada, a veces incomunicable, de los discursos estéticos: el solipsismo del arte contemporáneo. Desde entonces, en el espíritu de nuestra época sigue aflorando esa idea de mujeres y hombres “libres”, de singularidades sin molde, y al final son ellos mismos el único molde posible desde el cual se mide al prójimo con un individualismo exacerbado. Cada uno de nosotros se piensa como el centro del mundo y como el centro de mundos ajenos. Somos ese individuo hiperconectado gracias a internet, pero desconectado de una comunicación presencial. Seguimos en el plano de lo virtual, sin lograr construir junto al otro una comunicación solidaria, un mundo más fraterno. Pero este cuento del Narciso contemporáneo, que mira en la alteridad su propia imagen, ya ha sido narrado muchas veces por filósofos de nuestro milenio. Byung-Chul Han no deja de
El cuento del Narciso contemporáneo ya ha sido narrado por filósofos y críticos de nuestro milenio
escribir sobre este hombre y esta mujer, hiperconsumista, hipernarcisista, que solo puede ser social y amoroso con el prójimo, siempre y cuando el otro se amolde y comparta las mismas “positividades” con uno mismo. Ese individuo que, ante la primera diferencia, o enfrentamiento con cualquier otro, no duda en eliminar esa “negatividad” con un solo clic. ¿Quién no ha sufrido o aplicado la cruel estrategia de ghostear al prójimo ante el primer desacuerdo, de desaparecerlo de nuestras vidas o desaparecer de las vidas de los demás, bloqueando cualquier comunicación posible sin dar ninguna explicación al respecto? Pero dejando, con esa dura indiferencia, un mensaje claro: si no te ajustas a mi molde, no vales nada para mí, y aparte quiero que te des cuenta de que no lo vales. Guardando las distancias, ¿qué tan lejos está aquella intención de borrar al otro con la de intentar incendiar a los nuevos enfermos, a esos que nos parecen “infectados”, esos que cargan con una “negatividad” viral que atenta contra nuestra integridad individual? ¿Por qué yo, que soy el ser más importante en el universo, entre esos miles de millones que también lo son para sí mismos, tendría que dejar que el Estado disciplinario, con tufillo anacrónico, me ordenara no salir a la calle, aunque exista una pandemia y miles de muertos? ¿Qué importan esos miles, si yo no me voy a morir, aunque me contagie? Dentro de esta ya muy usada
hermenéutica del individualismo, en estos momentos preferiría vivir en eso que Foucault —en Las palabras y las cosas— reconoce como el “clasicismo”, en el cual el ser humano no existe sino como otro objeto más de la naturaleza, como un engranaje que en conjunto con otros engranajes constituyen un mundo ya dado, al que se viene a trabajar y a vivir en comunidad. Los objetos y él son parte de una continuidad indivisible, “estos contenidos que su saber le revela como exteriores a él y más viejos que su nacimiento lo anticipan, desploman sobre él toda su solidez y lo atraviesan como si no fuera más que un objeto natural o un rostro que ha de borrarse en la historia”. Esto cambió con el nacimiento moderno de las humanidades —como por ejemplo la psicología— abriendo la puerta al interior del yo y segmentando el discurso en posibilidades infinitas. Dos siglos después, no solo algunas disciplinas científicas se han encerrado en sí mismas, sin conseguir una comunicación colaborativa entre ellas, sino que hombres y mujeres construyen una espectacular torre de Babel, acelerada por la maquinaria de la tecnología, del algoritmo, y reforzada por la incomprensión y la egolatría de unos hacia otros. Miles de millones de seres atomizados en sí mismos, con un sutil o agudo trastorno de personalidad narcisista. Paradójicamente, si la torre se derrumba, todos juntos caeremos de nuevo con ella.
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NARRATIVA, ENSAYO El reino vacío
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EN LIBRERÍAS
11 DE ABRIL 2020
Tránsito
A FUEGO LENTO Yo soy Brian Wilson… y tú no
La invasión del pueblo del espíritu España, 2020
Kira Jane Buxton Planeta México, 2020 349 páginas
Rachel Cusk Libros del Asteroide España, 2019 224 páginas
Brian Wilson Malpaso España, 2019 342 páginas
Que el Apocalipsis es una visión familiar puede demostrarse a partir de la lectura de esta novela en la que un cuervo (sí, un cuervo) y un perro abandonan su hogar para buscar la cura contra el mal que aqueja a su dueño. Ese cuervo no solo es aficionado a la comida chatarra y un amargo malhablado sino que además hace las veces de narrador. El paisaje no puede ser más desolador: un mundo en ruinas y sobrevivientes que se alimentan con la carne de sus semejantes.
Le dice su expareja, con quien se reencuentra años después, a la protagonista de esta novela: “Es curioso, tú has ido cambiando de todo, y yo de nada, y sin embargo, hemos acabado los dos en el mismo sitio”. Ella acaba de divorciarse y, con dos hijos, está tratando de reencauzar su vida en Londres después de haber vivido en el campo. En el tránsito que va experimentando, se reconstruye a través de quienes la rodean. Tránsito es el segundo volumen de una trilogía.
Estas memorias completan lo que se había expuesto de la vida de Brian Wilson, líder de los Beach Boys, en la película Love and Mercy, que se centraba en lo que padeció bajo la vigilancia de su psiquiatra, Eugene Landy. Otro aspecto de su vida, que expone con la mayor objetividad posible, fue el trato que recibió de su padre. No faltan los recuerdos de sus hermanos Carl y Dennis, muertos prematuramente, pero también están las alegrías de uno de los mayores genios del rock.
Cuaderno de Mánchester
Piensa como un emperador romano
El príncipe
Luis Martín y Pol Ballús Malpaso España, 2018 312 páginas
Donald Robertson Planeta México, 2020 372 páginas
Nicolás Maquiavelo Biblioteca Nueva España, 2019 160 páginas
El subtítulo da una idea certera de los alcances de este trabajo periodístico: “De cómo y con quién Pep Guardiola conquistó Inglaterra”. El juego del hombre es, por supuesto, el protagonista, pero su fuerza de gravedad atrae a personajes de órbitas inimaginables: vendedores de percebes, sastres, cantineros, maestros en la preparación de la paella y hasta un waterpolista olímpico. Ideal para estos días en que el futbol se ausentó de los estadios y las pantallas de televisión.
Debemos al emperador Marco Aurelio uno de los libros capitales del pensamiento filosófico de la antigua Roma: las Meditaciones. A partir de él, Donald Robertson establece un sistema capaz de ayudar a obtener una fuerza mental de naturaleza estoica y “un sentido más profundo de la satisfacción”. Se trata, en pocas palabras, de saber enfrentar la adversidad, vencer la ira, moderar los deseos, soportar el dolor y la enfermedad, “siendo un hombre bueno”.
Nueva edición de esta obra clásica del pensamiento político que continúa vigente. Recordemos dos de sus ideas principales: un gobernante no debe poseer todas las cualidades positivas, solo aparentar tenerlas; para que un gobierno funcione, debe tener buenas leyes y buenas armas. Más que separar la política de la ética, Maquiavelo quiso eliminar, como apunta Ángeles J. Perona, encargada de la edición, la idealización de aquélla según las normas cristianas.
La conjura exterior ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
E
l lector podría terminar la lectura de La invasión del pueblo del espíritu (Anagrama) y concluir que se trata de una novela sobre el odio racial y la voluntad de aislamiento. Como una melodía pegajosa, oímos de la presencia de lejanorientales, nororientales y próximorientales que prosperan donde antes lo hacían los habitantes de origen o los primeros migrantes. El lector podría aventurar incluso, y no sin asombro, que desarrolla la hipótesis de que la Tierra no es sino un laboratorio en el que fuerzas extraterrestres juegan a los dados. Y aún más: podría advertir que no es ni una cosa ni la otra sino el itinerario de una amistad entre dos hombres simples —un hortelano y el dueño de un restaurante en bancarrota— y entre uno de esos hombres y su perro, invadido por el cáncer. El lector podría también sospechar que las acciones ocurren en una provincia catalana pero eso carece de importancia pues lo verdaderamente crucial es que sin la sapiencia narrativa de Juan Pablo Villalobos ni el espectro del odio racial, ni la conjura científica, ni la amistad, cobrarían la fuerza necesaria para sacarnos por completo de este mundo. Desde el inicio, mientras conocemos a los protagonistas —Gastón y Gato, Max y Pol— y su presente amenazado, Villalobos establece las reglas del juego literario: el narrador no es uno, sabio y omnipresente, sino los lectores que continúan fieles a la página. “Estamos cansados de historias de resentidos”, leemos, “estamos hartos de enaltecer el rencor y las frustraciones”. De este modo, sin prestar atención a la psicología o a las intromisiones en el curso de la trama, observamos, como espectadores, tan solo aquello que los protagonistas están dispuestos a ofrecer. Cuando asistimos a la muerte de Gato, el perro en desgracia, y su compañero se apresta a enterrarlo bajo un algarrobo, esa voz colectiva llama al pudor y declara: “vamos a dejarlos solos, no tenemos derecho a estar aquí ahora, vamos a meter la nariz en otro lado”. La invasión del pueblo del espíritu trae de regreso la noción de que la literatura, cuando no se comporta como una criada del mercado, es sobre todo, e incluso cuando se inclina hacia la ficción, una moral y una ética, una señal precisa para un momento justo.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
11 DE ABRIL 2020
http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto
TOSCANADAS
Cicatriz DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
L
eer las obras completas de Chéjov resulta complicado, pues no sé si exista un fiable registro de todas sus obras. Tengo cuatro tomos de Aguilar. Los primeros dos se titulan Cuentoscompletos.ElterceroesNovelas completas. Y el cuarto, Teatro completo. Pero hay muchos textos que no están incluidos. Pasa también con la reciente edicióndePáginasdeEspuma,queencuatro tomos ofrece los cuentos completos, pero por ahí y por allá, en inglés y otros idiomas, me hallo cuentos que no están incluidos. A su vez, éstas y otras antologías pueden presentar textos que el propio Chéjov pidió que no se incluyesen en las compilaciones de sus obras. Además hay queleersucorrespondenciayotrosescritos que también forman parte del quehacer literario de este genio. Pero completa o no, una buena antología chejoviana es al mismo tiempo un compendio de sabiduría. He escrito ya varios artículos en los que traigo a
ANTÓN CHÉJOV
El narrador y autor de piezas teatrales como La gaviota y Tío Vania.
colación alguna historia de Chéjov para hablar de eventos contemporáneos, de un personaje del presente, de una inquietud de nuestros días. Si nos parece banal la manera en que la gente sigue hoy a las estúpidas celebridades solo porque son celebridades, eso ya lo había tratado Chéjov. Si pensamos en los sueños que se derrumban, los planes que se descarrilan, las aspiraciones que no se cristalizan, ahí está Chéjov para indagarlo con humor o solemnidad. Si Tolstói necesitaba un novelón para hablar de la infidelidad, a Chéjov le bastaban pocas páginas, y por eso podía volver al tema una y otra vez, siempre cambiando las circunstancias y el punto de vista. El desamparo, la corrupción, la angustia, el amor, el desamor, el erotismo, el ridículo, cualquiera de los pecados capitales o veniales, el miedo, la hipocresía, la ingenuidad, el arte, la literatura, el feminismo, el machismo, el interés, la humillación, la fuerza o
debilidad de carácter, la educación, la abundancia, la pobreza, en fin, hagamos una lluvia de ideas sobre temas de la condición humana, y Chéjov ya estuvo ahí, tiñendo todo con la sapiencia del que comprende, no del que juzga. A veces pienso que nos hubiese podido dar mucho más de no haber muerto a los cuarentaicuatro años. Pero también pienso que esa conciencia de su finitud fue la epifanía que lo iluminó para entender la vida. Tenía apenas veinticuatro años cuando comenzó a toser sangre. Por eso comprendió tan bien la relación entre la vida y la muerte. Muchos, muchos personajes suyos mueren, pero nunca se van a la tumba sin darnos una lección de vida. Muchos, también, están en este mundo con el espíritu muerto; pero su descorazonadora apatía está ahí para azuzarnos. Sus hombres y mujeres van llenos de cicatrices emocionales, y eso nos deja Chéjov incluso cuando nos hace reír: una indeleble cicatriz.
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BICHOS Y PARIENTES
Némesis médica
H
ay un video en YouTube que viene al caso hoy, aunque a contrapelo: “Ivan Illich. Medical Nemesis: The Expropriation of Health!”. Es de mala calidad, blanco y negro y peor de audio. Y así, los que se preguntan si vale o no la pena esto de guardar cuarentenas para luego salir a una quiebra, deben verlo. O mejor, leer su libro, Némesis médica de 1974, que abría con un desafío bárbaro: “La medicina institucionalizada ha llegado a ser una grave amenaza para la salud. El impacto del control profesional sobre la medicina, que inhabilita a la gente, ha alcanzado las proporciones de una epidemia”. Analiza la enfermedad iatrogénica, la causada por el médico, e incluso la llama pandemia. Propone un esquema de autonomía (lo que yo hago por mi salud) y un esquema de heteronomía (lo que hacen otros por mí). Repite el modelo que solía explicar con la herramienta y el sistema: yo uso una herramienta, pero el sistema usa a las personas para sostener el funcionamiento de una maquinaria. Así, los mecanismos de salud usan a las personas para producir un beneficio de escala, no humana, sino estadística. La eficacia de un sistema de salud es numérico, cuantitativo; mide proporciones. El sistema institucional de salud es mucho menos eficaz, dice Illich, que la autonomía. Ni más ni menos: la naturaleza nos trata mejor que la tecnología de los hospitales. Suena disparatado y bastaría mencionar Guayaquil o Estados Unidos, en su primera estrategia, y quisiera no decir México, pero… “El dolor, las disfunciones, las incapacidades y la angustia que resultan de la intervención médica técnica
JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA IMSS
rivalizan actualmente con la morbilidad debida a los accidentes de tráfico y de la industria, e incluso a las actividades relacionadas con la guerra, y hacen del impacto de la medicina una de las epidemias de más rápida expansión en nuestro tiempo”, decía Illich. Peor, esos datos resultaron no solo comprobados sino incrementados por Nassim Nicholas Taleb, en 2001, en un estupendo libro que previene contra el exceso estadístico, Fooled by Randomness: “Actualmente, en
La viabilidad de la cuarentena también depende de condiciones materiales específicas
Estados Unidos, los errores médicos matan entre tres veces (y esto, aceptado por los doctores) y diez veces más personas que los accidentes automovilísticos... y muchísimas más que cualquier forma de cáncer”. Ambos autores acuden a cerros admirables de datos. Illich acopia una bibliografía de varias decenas de títulos, pero Taleb, con instrumentos estadísticos que ni soñarlos en el siglo pasado, confirma los datos sospechados por Illich y los muestra mucho más graves. De modo que la medicina institucionalizada es una causa de enfermedad y muerte mucho mayor que la del Covid-19. Los hospitales matan, pero la falta de hospitales deja morir a la gente sin atención. Sin embargo, estamos obsesionados con la idea de generar un mayor sistema de atención
Pacientes en una clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social.
médica. Se nos ha instalado en la cabeza y en la conciencia pública una relación directa entre el número de camas, de ventiladores, de médicos, y el grado de civilización: nos queda claro que Oslo no es Guayaquil. Es verdad que si bien la salud no es un derecho, sí que lo es el acceso a las instituciones públicas y un Estado que atiende con suficiencia a su población es mucho más deseable que uno que esparza desprecio. Lo interesante en esta forma actual de pandemia es la decisión de la gente de aislarse, distanciarse, salir de la danza del contagio. Algo que quizá no vio Illich y no contabiliza Taleb es que la sociedad civil inició la cuarentena por propia cuenta, mucho antes que los funcionarios decidieran hacer como que ellos habían servido para algo. Pero la viabilidad de la cuarentena también depende de condiciones materiales específicas y en México hay demasiada gente que necesita salir a ganarse el sustento. Quizá la atención médica sea un mero sucedáneo del cuidado; quizá sea un negocio y el lugar en que una producción industrial se vende con un servicio y ambos sean, en suma, fraudulentos. De cualquier modo, es una apuesta irrenunciable, una medida de civilización y una necesidad anímica. No es del todo racional nuestra fe en las ciencias médicas y la capacidad de atención pública, pero el camino de la política tiene ya, desde ahora, a la salud en el lugar más prominente de la exigencia social que nos espera al volver a las calles. Y se necesitaría algo de locura, o una integridad de espanto, para aceptar la muerte sin buscar ni recibir atención médica, como Ivan Illich.
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