Laberinto No.706 (24/12/16)

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Laberinto

CUENTOS NAVIDEÑOS

MILENIO

NÚM. 706

sábado 24 de diciembre de 2016

Roberto Abad, Raúl Aníbal Sánchez, Agustín Monsreal, Raquel Castro, Luis Bernardo Pérez, BEF p. 04 a 08

FOTO: SHUTTERSTOCK


ANTESALA

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LABERINTO

ESPECIAL

Nutrición poética ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar

ESCOLIOS

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ra un devorador intelectual omnívoro, pero lo esencial de su dieta se basaba en la poesía. Más que ningún otro de los poetas eminentes del siglo XX, Octavio Paz reflexionó sobre la poesía y El arco y la lira, Los hijos del limo y La otra voz constituyen un cuerpo extraordinariamente integrado de teoría, historia y crítica poética. Además de estas obras de reflexión sistemática, Paz escribió extensamente sobre poetas antiguos y contemporáneos y sus consideraciones sobre el tema conforman una de las porciones más voluminosas de su obra. De una palabra a otra: los pasos contados (Vaso Roto, 2016) es un testimonio singular dentro de su producción sobre poesía, pues republica un par de ensayos no recogidos en sus obras completas, en los que relata su biografía como lector de poemas. Aparecidas originalmente en la revista literaria catalana Camp de l´Arpa, y rescatadas y prologadas por

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

Aurelio Major, estas evocaciones poéticas reviven, de manera más pormenorizada que cualquier otro texto, el itinerario de este excepcional lector. Paz comienza asimilando el amplio orbe de la poesía hispánica desde el Siglo de Oro hasta la Generación del 27, pasando por el modernismo, las vanguardias latinoamericanas y sus amigos y mentores del grupo Contemporáneos. Es hasta su salida de México, en los años cuarenta, cuando en su periplo en Estados Unidos, Paz comienza a leer, en su propia lengua, el catálogo esencial de la poesía en inglés, que tanta madurez y gravedad le brinda a su propia poesía. Luego viaja a Francia, donde establece una relación más cercana con la poesía europea: se aficiona a Nerval y Mallarmé, lee con pasión, pero con reservas críticas a Baudelaire y Rimbaud y, sobre todo, descubre el surrealismo. Gracias al surrealismo, Paz adquiere mayor flexibilidad y

Octavio Paz

abundancia de recursos y logra conciliar una serie de disyuntivas que surcan su poesía. Finalmente, Paz narra su encuentro con la poesía de Oriente, la china, la japonesa y la india, así como su redescubrimiento de la poesía prehispánica, que enriquecerán su propia producción no solo con renovados códigos, sino con un nuevo matiz en su oído y su

El hipopótamo es una piedra que abre el hocico para bostezar.

Claus LOS PAISAJES INVISIBLES

S

mirada. El rescate que emprende Vaso Roto posee un doble valor: por un lado, es un extraordinario resumen del pensamiento poético de Paz; por el otro, tiene un componente confesional que muestra una de las facetas íntimas de Paz: la del lector alejado de los reflectores, en estrecha comunión con sus vivos y difuntos. L

anta Claus es un símbolo del Planeta Americano igual de poderoso y autoparódico que el Tío Sam, ese vejete con barba de chivo y sombrero de copa decorado con barras y estrellas, que en el legendario póster de la Primera Guerra Mundial exigía que sus espectadores se enrolaran en la U.S. Army con la consigna I Want You. Santa Claus es un emblema de la ficción colectiva como también lo son la imagen de Superman con su overol azul y el calzoncillo rojo, el logotipo de Batman trazado con alas y orejas puntiagudas o la M de la cadena de hamburguesas más populares y nocivas que del Planeta Americano se propagaron a todo el globo. Santa Claus, con su atuendo blanco y rojo que algunos relacionan con los colores de la Coca Cola (otro producto

IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon

también popular y muy nocivo que se volvió la bebida oficial del Tercer Mundo y en el que, por cierto, México ocupa el primer lugar entre sus consumidores), es lo mismo el icono de la “alegría” cristalizada en obsequios navideños que la representación más agria de la decadencia y la ilusión perdida. Y es que si Santa Claus representó alguna vez a un sacerdote bienhechor, a un santo o un duende de origen nebuloso (las versiones de su estirpe difieren según la región de la que provengan, sea Turquía, Italia o los migrantes holandeses que colonizaron Nueva York), hoy es más la alegoría del perdedor, la insignia del caído. En los últimos días he escuchado varias historias con Santa Claus como protagonista principal, pero no el personaje mítico sino el que está

debajo de él, el individuo dentro de la botarga: desempleados, ebrios, buscavidas, holgazanes. Seres que ya no pueden (o no quieren) levantarse, oportunistas de temporada y hasta truhanes quizá porque, irónicamente, Santa Claus es de antaño el paradigma de la burla o el complejo de culpa como, digamos, ese Claus que encarnó Carlos Monsiváis en Los Caifanes (1967), dirigida por Juan Ibáñez y coescrita con Carlos Fuentes, un Santa de lo más patético y pedestre no por beodo sino por lloricón y al que en el colmo de la ignominia, un taquero le quema las barbas, o el Santa tambaleante por Manhattan con su botella en bolsa de papel (Dan Aykroyd en De mendigo a millonario, dirigida por John Landis en 1983) o tal vez ese individuo violento y patibulario que se echa copa tras copa de bourbon en bares de mala muerte sin siquiera quitarse el traje rojo (Billy Bob Thornton en Bad Santa, realizada en 2003 por Terry Zwigoff, y tan exitosa que creó su propia franquicia). En los últimos días he escuchado historias con Santa Claus como protagonista principal. Son relatos verdaderos de la Ciudad de México, uno de Madrid, otro de Barcelona, y uno más, de Santiago de Chile, que coinciden en la genealogía de los seres debajo de la botarga. Quizá por eso sigo pensando que como creatura germinal de la publicidad y la cultura del consumo, ese viejo panzón es el gran decadente del Planeta Americano y sus alrededores, o sea, casi el mundo entero. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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× LU I S

A L B E RTO

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MORITZ BERNOULLY/CORTESÍA MUSEO JUMEX

A R E L L A N O ×

Epitafio Con este poema, publicado en febrero de 2005, recordamos al autor queretano, muerto el 15 de diciembre a la edad de 40 años

B

ajo esta roca pulida para la muerte, yace la sombra de un hombre. No hay nada aquí de valor sino huesos blancos de sal. No hay nada aquí de valor sino huesos. No hay nada aquí de valor. No hay nada aquí. No hay nada. No hay. No. Viajero, detén tus pasos y asegúrate que la sombra continúe soñando su sueño de huesos, blancos de sal después busca fortuna en otra roca severa bajo el sol.

×EKO×EX LIBRIS×CLAUDIO Y MESALINA Y SU CORTE×

Comentaristas de la realidad ARTES VISUALES

MIRIAM MABEL MARTÍNEZ

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a exposición Tiempo partido, del colectivo canadiense General Idea, invita al espectador a transitar por una propuesta que explora la cultura de masas como un lenguaje metafórico que, como apunta Marshall McLuhan —una de las influencias de este grupo—, “no solo acumula sino que también transmite experiencia de una forma a otra”. La retrospectiva, que se presenta hasta febrero de 2017 en el Museo Jumex de la Ciudad de México, no se limita a citar la realidad. A. A. Bronson, Felix Partz y Jorge Zontal se propusieron expandir los sentidos para cuestionar sistemas cerrados de comunicación. General Idea es un laboratorio abierto 24 horas. Al menos así funcionó durante 25 años, desde su aparición, en 1969, hasta 1994, cuando fallecieron, víctimas de SIDA, Felix Partz (nombre real: Ronald Gabe) y Jorge Zontal (Slobodan Saia-Levy). Desde entonces, A. A. Bronson, alter ego de Michael Tims, ha continuado la difusión de la propuesta de este trío que fundó una comuna artística en Toronto, con el propósito de llevar a la calle cuestionamientos que ya ponían en tela de juicio los efectos del mercado y su híper globalización para estimular una conciencia colectiva. Sus piezas, entonces parte de la contracultura canadiense e inspiradas en autores como Roland Barthes, eran ya la constancia de la muerte del autor, como se ve en Junkigram!, Rob Boy y Untitled Collage, realizadas en 1967, o en las obras alrededor del SIDA, que no se conceptualizaron como efecto de la “victimización” pero sí con la intención de viralizar a la sociedad. Aids—apropiación de Love de Robert Indiana— o Imagevirus infiltraron —como todo su trabajo— cuestionamientos políticos y económicos, trazando rutas de acceso distintas que plantearon un modelo artístico permeable. Una de las piezas icónicas de General Idea es File Magazine, una revista-proyecto que sirvió como soporte, difusor, estrategia y conector a nivel mundial, abriendo y exhibiendo el diálogo con artistas como Ray Johnson, padre del arte correo, o Ulises Carrión. De 1972 a 1989 esta publicación —cita irónica de Life—evidenció cómo la vida imita al arte, y se propuso generar mitologías posmodernas al retomar procesos populares como las fotonovelas o los concursos de belleza (Miss General Idea). A través de la autorrepresentación, la cita, la relectura y el “plagio”, General Idea desnudó a un mercado del arte que exigía artistas famosos y glamorosos. Ellos jugaron a serlo; para muestra basta esta exposición. L

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LABERINTO

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Cuentos navideños

Como ya es costumbre desde la fundación de Laberinto, en estos días convocamos a un grupo de autores para que escriban una historia decembrina, tan inspiradora como desconcertante. El propósito consiste en ofrecer una versión distinta de la celebración religiosa

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alta mucho para terminar con la mudanza; auguro una noche de Navidad rodeada de cajas, muebles y frío. Guillermo, mi hermano menor, y yo, llevamos las valijas a la sala de la nueva casa. En una de ellas encontramos los retratos de la infancia. A veces pienso que hubiera sido mejor dejarlos en nuestro antiguo hogar, pero concluyo que esa parte de nuestro pasado vivirá con o sin las imágenes. Me siento a descansar y Guillermo se queda a mi lado. Esta foto, dice, tomando un cuadro entre sus manos, ¿es la única en la que sale mamá con nosotros? Siempre que lo pregunta yo afirmo y doy por cerrado el tema. Pero él vuelve con más cuestionamientos, hasta que la insistencia se convierte en una discusión. Temo pasar la primera Nochebuena aquí disgustados. Suspiro y percibo la presencia del polvo. Contesto: sí, es la única. La fotografía se tomó hace ya varios años, cuando vivíamos en el campo. Mamá estaba embarazada de Guillermo y los síntomas de los últimos meses la sometieron al reposo. La luz que irradiaba su cara se había ensombrecido por el encierro. Fue la intuición la que le anticipó días aun más oscuros. Se le veía preocupada y en silencio. El día que le vinieron las contracciones se cumplía un mes de la llegada del tío Fausto, hermano de nuestro padre. Ambos trabajaban en un barco pesquero; sus visitas eran mínimas y cada vez más distanciadas. Nunca supe las razones por las que el tío Fausto fue a nuestra casa. Era fotógrafo. Había traído su equipo desde Europa, donde aprendió el oficio. Una vez me dijo que honraba tanto a Dios como a Louis Daguerre. Capturar el tiempo en una imagen era una obsesión suya, aunque parecía contradictorio, pues el tiempo lo había aprehendido ya en aquella apariencia de erudito, con barba grisácea y ojos perpetuamente cansados, apenas a sus 52 años. Eran las once de la noche y mamá no podía dar a luz; pasaron al menos seis horas desde el comienzo. Estábamos en su habitación. Aunque yo era un niño, al verla tuve una noción de su dolor y su miedo. Lo más lógico hubiera sido llamar a un médico, pero por algún motivo, el tío Fausto, quien tomaba las decisiones definitivas, optó por atenderla, argumentando que era lo mejor para mi hermano. Me resultaba insoportable escuchar los gritos de mamá. Nos pedía, desesperada, que no la abandonáramos. De un momento a otro la fuente se rompió y ella hizo su mayor esfuerzo, agarrándose de la cama. La cabeza del bebé emergió lentamente. Pasaron varios minutos más para que saliera por completo. Fausto cortó el cordón con una navaja. De pronto vi hilos de sangre sobre el piso, se extendían rápidamente, como si naciera un riachuelo. Pusimos retazos viejos encima del charco rojo. Y luego ella me llamó con la mano. Como si dijese un secreto, así de suave, me pidió que rezara. Por tu hermano, susurró temblando. Enseguida se quedó inmóvil, con la mirada hacia el techo y su mano sobre mi cabeza. Fausto cargaba a Guillermo, que estaba envuelto en una sábana. Aun sin la certeza de que respirara —no emitía llanto alguno—, lo colocó a un costado de mamá. Con su mirada me indicó que no me moviera y salió del cuarto.

Segundos más tarde regresó cargando su vieja cámara, una caja ostentosa que se sostenía con un armazón de tres pies. Me pidió que me sentara al lado de ella. Tapó con una cobija las piernas ensangrentadas, le limpió el sudor y la colocó de frente al objetivo. Luego ordenó: ponle a la cría en el pecho. Como no obedecí, añadió con brío: ¡date prisa! Y, sin fuerzas para rebelarme, coloqué a Guillermo entre el brazo y el seno. No aguanté estar frente al cuerpo de mamá, ya inerte, y lloré. Luego me acosté a su lado. Fausto esperaba el instante de captura; lo vi esconderse detrás del aparato. Una luz resplandeció la habitación por completo. Se incorporó, guardó sus cosas y salió al pasillo. Sostuve a Guillermo y, poco a poco, nos quedamos dormidos. Nunca supe en qué momento tío Fausto nos llevó a otro cuarto; tampoco cuándo, esa misma noche, extrajo el cuerpo de mamá. Tiempo después nos confesó que la llevó a un panteón cercano, del cual no tuvimos registro. Y eso fue todo. El tío Fausto encontró a una mujer que se encargaría de nosotros hasta que tuviéramos edad suficiente y él regresó al barco pesquero. Pasaron varios años sin que tuviéramos razón suya y menos de nuestro padre que nos había dejado a la vera del olvido. Un diciembre, a través de una carta, supimos sobre el quiebre del negocio de la pesca, causa principal del distanciamiento; habían varado en algún país del sur. Sin embargo, lo que marcaría aquel envío no serían las últimas noticias que tuvimos de ellos sino lo que Fausto metió en el otro paquete que nos entregó el cartero. Un regalo navideño, decía la etiqueta con un dejo de ironía. Era la foto en blanco y negro. Qué lo habrá motivado a tomarla y luego a enviárnosla, lo ignoro. Pero a partir de entonces me cerré a la realidad, obligándome a crear otra historia, quizá porque me resultaba menos complejo lidiar con una invención propia. La inexpresión del rostro de mamá en la imagen justificaba el falso temperamento que le inventé para no decir lo que pasó a Guillermo: sí, ella era seria. Nunca sonreía.

ESPECIAL

◆◆◆ En silencio, la sala de la nueva casa adquiere un peso insondable. Estamos en medio de una mudanza que parece no tener fin, la tarde sugiere tonos lóbregos y a Guillermo solo se le ocurre preguntar: ¿cuándo dices que se fue con papá? Al año en que naciste, contesto por inercia. Él sostiene la foto, la contempla. ¿No crees que debamos ir a buscarlos?, dice mientras me sonríe, como si vislumbrara la posibilidad de saber que aún existen. No, no debemos, insisto, por algo se fueron… ¿Te parece bien si traemos las demás cosas? Para Guillermo ese retrato es el recuerdo vivo de nuestra madre; no se imagina que para mí es todo lo contrario: un ataúd que no puedo enterrar. Vivimos en la misma casa, pero en habitaciones distintas. No tengo más ganas de seguir hablando. Se acerca Navidad y lo único que deseo es concluir la mudanza. Me pongo de pie y me dirijo hacia la puerta. Escucho su voz pidiendo que espere y, como si lo más importante fuera el destino de la fotografía, agrega: ¿si la colgamos ahí, en esa pared? Como quieras, respondo sin ganas. Y, antes de salir por otra maleta, me vuelvo. La sala está vacía. L


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DE PORTADA

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¿Quién dice que el amor es un hacha doblada, un cansancio que parte por la cintura el cuerpo, un arco doloroso por donde pasa la luz ligeramente sin tocar nunca a nadie? Vicente Aleixandre

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uauhtémoc tiene 72 años y un tumor en los testículos. Grande y pesada como una porra, la bola cuelga de entre las piernas y encorva poco a poco su espalda. Debió operarse hace algunos años, pero el temor a un instrumento quirúrgico cercenando carne muerta de sus partes nobles lo disuadió. Don Témoc, como también le dicen, usa pantalones de gabardina muy amplios para que el tumor pueda colgar libremente y de esa forma cree ocultarlo a la vista. Sin embargo, los vecinos murmuran al verlo pasar. Resulta cómico, con su sonrisa gacha y la mirada esquiva, el metro con cincuenta de estatura, la gorrita vieja que cubre una calvicie para él igual de vergonzosa. “¡Ese don Témoc! ¡El rey del barrio!”, gritan los adolescentes borrachos que diario están fuera de la vecindad, celebrando su aparición con los brazos abiertos. “Buenos días, joven”, responde al que tenga más cerca, con voz chillona y apocada, como el graznido de algún pájaro bobo; entonces abre el portón y huye hasta su vivienda, al fondo del pasillo común. Cuauhtémoc vive en un habitáculo de cinco metros por cuatro, no hay ventanas y huele a humedad. Los demás vecinos han construido sobre ese pie de casa viviendas de dos o tres pisos, han abierto ventanas, instalado cisternas, y ahora mismo resplandecen de foquitos navideños y adornos con forma de Santa Claus. Témoc nunca previó nada y su casa se encuentra igual que hace 40 años: una mesa, una cama, un escritorio en donde se encuentra un teléfono y

destripadas, algunas decenas de pastas de cartón, fundas de vinilo y anillas de metal. Y es que hace 20 años que realiza el mismo oficio, armando carpetas de plástico (porque alguien tiene que armar las carpetas de plástico). Le pagan por unidad y es un trabajo apacible, piensa él. Cuauhtémoc se dispone a sentarse pesadamente, acomoda el tumor frente a sus muslos para no lastimarse y se deja caer frente al escritorio con todo el esfuerzo de la edad. Últimamente la bola duele más y a veces es tan fuerte el tormento que lo despierta sudando por las noches, pero se ha hecho la firme convicción de ignorarlo por completo. Una pasta, un forro, cuatro anillas se deslizan en los huecos prefabricados y una vez que todo está en su lugar prueba el broche un par de veces. Cuando ve que el mecanismo funciona como debe de ser, sopla sobre las pastas para retirar el polvo acumulado y acomoda el nuevo fólder sobre una pila. Afuera se escucha el zumbido desentonado de una serie de foquitos musical, que aguda e insistente reproduce “Noche de paz”; los adolescentes del barrio compiten, gritando y bailando al ritmo de algún reguetón de base igualmente repetitiva. “Noche de paz”, piensa con un poquito de amargura y recelo. Siente en su pantorrilla derecha un poco de humedad y baja la vista para encontrar la nariz negra de Luna, una perra mestiza de siete meses de edad. Témoc tuvo dos hijos con la misma mujer, hace ya tanto tiempo que ahora le cuesta recordar la edad de cada uno. Nunca vivieron juntos ni fueron muy apegados, pero de un tiempo a esta parte el hijo mayor, Carlos, tomó la costumbre de visitarlo. La última vez trajo a Luna, que había sido vendida como una cachorra de pastor alemán. Conforme fue creciendo se volvió notorio que el animal era todo

menos de raza pura y, sin corazón para arrojarla al bosque o la carretera, Carlos pensó que podría ser buena compañía para su padre. Don Cuauhtémoc protestó, vociferó, hizo un puchero, se quitó la gorra y la arrojó a su hijo. El viejo se enfurruñó sobre la cama con los brazos cruzados, pero Carlos se fue y la perra se quedó, con su cara de absoluta ignorancia y la lengua colgando sin ton ni son. Carlos no volvió desde entonces y no ha vuelto a llamar. El teléfono sigue ahí, mudo desde hace muchos días. El viejo arrojó la perra a la calle, pero en la noche ya estaba de vuelta dentro del cuarto. Procuraba no dirigirle la palabra al animal, para que no se encariñara. Comida y agua es lo único que obtendría de él, porque no era un bárbaro después de todo. Luego recordó que los perros necesitan salir cada tanto, hacer sus cosas y demás, así que comenzó a sacarla a pasear. Y ahora Luna estaba aquí, un poco más grande, ciertamente no más inteligente, pero la mirada de estupidez de la perra hacía sentir bien al viejo: “Un animal es algo que no te juzga, no te empuja, solo pide y da, en cantidades justas e iguales”. El viejo tose y escupe un poco de sangre, nada de cuidado. Mira el teléfono apenas un segundo, como para convencerse de que no va a sonar. —¿Quieres salir, Luna? —dice sonriendo con voz de pájaro bobo. Don Cuauhtémoc sale muy despacio de la vecindad, con el tumor bamboleando entre sus piernas y Luna, saltando como loca y amarrada a una correa, que nada entiende y nada le importa. “¡El rey del barrio! ¡El rey del barrio!”, gritan otra vez los adolescentes con los brazos abiertos y dando risotadas. Un par de vecinas lo miran y se cuchichean en el oído. Comienza a anochecer. L

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e me fue el sueño. Se me fue como gato nocheriego persiguiéndole su recuerdo a Blanca Navidad. Con todo y que la forma en que Blanca Navidad se largó de mi lado no era para andar acordándose de ella. Primero porque decidió abandonarme al mediodía, hora impropia para el sufrimiento, y luego porque me dejó la cocina hecha un asco de trastes sucios, la cama sin tender, cuatro camisas sin planchar —una con dos botones a punto de caer como dientes de leche— y seis de mis calzoncillos rojos remojándose en agua de lejía en la tina del baño. Segundo porque entre sus cosas se llevó mi colección de cucharas, mis obras completas de Sibelius y de Mahler, mis matraces, mis reglas de cálculo, mis imanes, el telescopio estropeado herencia de mi padre y tres cuartas partes de mi biblioteca —quién sabe por qué pleitista y díscolo designio, por qué pertinaz y rencoroso afán de revancha, las mujeres que se van siempre cargan en su mudamiento con nuestros libros más bienqueridos y nos enquistan en un infelizaje tan arisco como el del muy frecuentado Edipo—. Tercero porque apenas la noche anterior le había dado lo del gasto. Y además porque se marchó prematuramente, o sea, 35 años antes de lo debido. Pero bueno, el caso es que me acordé de ella (sus aromas de mujer recién estrenada, su cintura de reloj de arena, su desnudez sin obstáculos, aquellas sus palabras de cuando vino a mí: “Hazme un ladito en tu vida”; la salvaje felicidad que nos arropó en un principio), me aplasté contra la añoranza de mi infinito amor por ella y se me desaplicó el sueño. El sueño, fiero y fiel desentumecedor de agobios, se me fue como gato acalenturado a restañar descariños por las azoteas del recuerdo. Y yo, confiado en que regresaría pronto, me dediqué a esperarlo con los ojos clausurados y sin mover un milímetro la cabeza de la almohada. Al rato me empezó a doler la quietud y comencé a revolverme entre las sábanas y a sentir cuánto me quedaba grande la cama sin Blanca Navidad. (Qué importa cómo te fuiste. Vuelve. La casa y yo te necesitamos. Las ventanas y yo. Mis tazas de café y yo. Mis lentes de contacto. Mi edad, los granos de mi espalda, mis rodillas, las yemas de mis dedos, mi virilidad y yo demasiada-

mente, todamente, amantemente te necesitamos. vivimos tú y yo con Blanca Navidad, y que luego me Devuélveme las caderas, los pechos de tu juventud. enfurruñe y ya no quiera dormirme, que después me Vuelve.) Apóstol de la fe de su cuerpo, en una de ésas niegue a dormir aunque vengas a jugar a las vencidas sorprendí a mi voz masticando su nombre y a mis conmigo, y que para no dejarte hacer tu santo capricho labios cometiendo en el vacío despaciosas caricias me salga a transitarle sus calles a la ciudad buscando consagradas a las dulcedumbres de su piel, a los a Blanca, partiéndome la mirada en busca de Blanca, frutos combativos de su carne. royéndome las ansias por encontrar a Blanca. (Qué Encendí la luz, encolerizado. Eché la cabeza hacia importa que te hayas ido como te fuiste. Vuelve. No atrás como para detener una hemorragia nasal. he renunciado a ti. No han dejado de ser tus ojos el Prendí un cigarro. Miré el despertador y el teléfono; nido de mis ojos. Tu respiración aún duerme a mi lado. los miré rencorosamente, como si fuesen culpables La brevedad de tus sobresaltos. Tus aternuramientos de algo. Oí un pequeño escándalo que se apaciguó claritos. Vuelve. Concédeme el milagro de amanecer pronto. Si no fuera por las cucarachas, la escasez de otra vez contigo, a la sombra de tu peso leve. Vuelve.) agua y los vecinos, este departamento sería perfecto. Y tú sabes, sueño de mi alma, que la ciudad no es Sentí una punzada alevosa en la zona lumbar. Se la misma estos días. Está peor de insufrible que una me antojó cruzar la frontera desierta de la cocina, crisis de asma en el aire de una noche embalsamada. abrir el refrigerador, zamparme un yogur. Pero no Peor de idiota y falsa que la sonrisa de una maniquí. hice ni el intento de pararme. A veces la soledad es Peor de alborotada y necia y engreída que una vieja deliciosa como besar la boca de un cadáver, pensé puta piropeada por la devoción lasciva de un jovencito. recargándome en la estupidez. Llena de exaltaciones y fantasías, Al cabo de dos cigarros, que fumé convertida sin remedio y con orguanhelante igual que la aguja de una Blanca Navidad tan llo patético en desaforado festejo brújula, me encalmé un poco y extraviada en este de compadritos y mercaderes. Y resolví aguardar sin desesperarme. laberinto contrahecho, para no dejarte hacer tu regalada Seamos prácticos y veamos las cosas en este complaciente gana, sueño, yo tendré que salir como se merecen, me dije. ¿Por qué y pordiosero matorral y ponerme a ver si de chiripa me no hablar cara a cara con el sueño empiojado topo con Blanca, porque de seguro y procurar reconciliarme con él? Blanca anda deambulando por ahí, Yo creo que es preferible. Vamos, caminando por ahí entre la multitud, sueño, esto es demasiado ridículo; anda, ven, no te curioseándole sus espejismos y sus embaucamientos hagas el interesante ni te pases de listo; qué ganas con a los aparadores, las tiendas, los centros comerciales. andarte por ahí de gato maniobrero escudriñándole Ése fue siempre su mayor gusto, ésa su mejor pasión, sus huellas y sus olores al pasado. Qué ganas, a ver, su secreto más íntimo: perderse entre la gente, moverse dime. No ganas nada, la verdad. Tú sabes que puedo anónima entre la gente. Sola. Sin mí. Sin nadie. En su obligarte a venir empujándome un té de tila, o em- mundo. Y esto me alborotaba las pulgas, es decir, los bruteciéndome con algún programa de televisión, o celos, la inseguridad, el miedo. Nunca lo digerí bien. despachándome libros pedantes como Un sexenio Porque era igual que tener mujer y no tenerla, o tenerla color de hormiga, por ejemplo, o aburridísimos como distante, alejada, lejos. (Vuelve. Échame de menos, Historia de maese zorro, o ladinos como Mis tiempos piensa en mí, necesítame. Hazme nuevamente un entre cómicos y bufones, para sumarle al martirio ladito en tu vida. Vuelve.) de la lectura su joroba de indignación y vergüenza. Vamos, sueño, sé que no quieres causarme daño, Tú eliges. Tú escoge qué te acomoda más. No seas ven, ayúdame a olvidar, rescátame del infierno de obcecado, manito, lo único que vas a conseguir con estar despierto. No me obligues a humillarme, no tu entercamiento es que se me descalabre la memo- me empujes a salir a buscarla. Paraíso de ángeles ria de tanto rumiar las dichas y los malsabores que perdidos, la ciudad anda enjuerguecida semejante


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a una mata de pelo infestada de piojos que lo único que anhelan, lo único que los impulsa, lo único que les importa es comprar y comprar y comprar. No hay razón de ser en este reino de la tierra sino comprar. No hay otra dicha, otra realidad, otra fortuna. No existe más dignidad, ni mayor consuelo. Y yo en medio del piojerío, insustancial, ordinario, menos que nadie, yo con mi corazón inútil vuelto de cabeza, indagando, padeciendo, pesquisando dónde puede encontrarse Blanca Navidad, en qué vuelta de la esquina, en qué recodo; transtornado, enfermo, enlobegrecido, caduco, títere arrumbado a los pies de su recuerdo, abatido entre la demencia de quienes no alcanzan ventura más cierta que la del mercado. Ciudad mercado, mi ciudad. Ciudad facilonga, confianzuda, fraudulenta; ciudad impostora y astuta, mi ciudad; ciudad abusiva, flagelaria, perniciosa. Y Blanca Navidad tan enconadamente fugitiva, tan testarudamente remota y cruel y orgullecida con la niñería de su ausencia; Blanca Navidad tan extraviada en este laberinto contrahecho, en este complaciente y pordiosero matorral empiojado, en este irremediable territorio de soledades. Nada sirvió de nada, sin embargo. De nada valieron ruegos ni razones ni amenazas. Mi sueño continuó de gato marionetero por los pretiles de la nostalgia. Y cuando me cansé de abrir y cerrar puertas invitándolo a venir, invocándolo, implorándolo, retándolo, cuando me harté de tomar té de tila, cuando me fastidié de fisgar patrañas en la televisión y de malmirar libros fanfarrones, entonces cogí la bicicleta que me regaló hace algunos años Blanca Navidad y me lancé en su busca pedaleando a morir por esas calles que llaman de Dios, enfebrecido y disparatado y loco de esperanza y de plegarias y dispuesto con todo lo que soy y lo que tengo a perdonarla, a pesar de que no merecía ningún perdón porque la forma en que se largó de mi lado me dejó huérfano de todos los cimientos terrenales, viudo de todos los astros, sin voluntad de vivir, sin historia por delante, irremediablemente desueñado. (Vuelve. Te espero. En tanto acaba la eternidad, te espero. Vuelve.) Terminé mi vagabundaje con solo raspones en la nariz y una triple fractura en el hombro derecho. La bicicleta quedó inservible, como el telescopio herencia de mi padre, como mis lentes de contacto, como mi destino. L

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i en algo estábamos de acuerdo todos era en que la Navidad apesta. —Es la fiesta más cursi del mundo —dijo Javier. —Peor: es la más hipócrita —respondí. —¿Verdad, Ofe? No entiendo cómo puede haber gente talando árboles y llenándolos de madres para luego tirarlos a la basura —agregó el Ro. Ofe soy yo y todos estábamos en La Biblioteca, una cantina de mala muerte afuera de la escuela. Habíamos llegado desde las once de la mañana y ya eran como las cuatro. —A huevo. Si escucho un villancico más voy a vomitar —contesté. Ni modo, ¿qué le hacemos? Somos góticos. Darks. Nuestra fiesta es Halloween. —Deberíamos hacer una antiposada —dijo Mario, que había estado calladísimo. —No mames, ¿qué es eso? —le pregunté. —Pues una fiesta en la que nos burlemos de esas tradiciones huecas y sin sentido —respondió—. Chelas, música oscura, capaz que hasta una banda en vivo. —Y drogas —dijo Boris. En eso llegó la Roja. Ella no es dark, es una punk hecha y derecha, pero nos tolera porque es amiga mía desde que estábamos en la secundaria. —A ver, culeros, ora qué pendejada están planeando —preguntó, y le plantó a Mario un beso clasificación C. Hacía poquito tiempo que habían empezado a tener ondas y, aunque al principio habían tratado de mantenerlo en secreto, ya habían renunciado a cualquier tipo de discreción. —Estamos planeando una fiesta —le respondí, pero la Roja estaba tan concentrada en fajarse a Mario que no hizo caso de los detalles. Solo cuando se separó de él para tomar aire, volteó y nos sonrió. “Bonita” no era la palabra para describirla, pero “radiante” sí; por lo menos desde que andaba con Mario. Tenía la mitad de la cabeza rasurada y el resto de su cabello era una cascada de magma hecha de acuarela concentrada. Sus pantalones de plastipiel estaban tan pegados que parecía que se los habían cosido encima y su chamarra, llena de parches y estoperoles, apenas recordaba que había sido de mezclilla.

DE PORTADA

—Tenían que ser darketos —dijo con una sonrisa despectiva—. Yo por eso soy súper punk. Al rato van a hacer un intercambio, pinches cursis. Mario trató de explicarle lo de la fiesta antisistema pero ella no lo peló. —Si tienen ganas de romper una piñata, háganlo y ya. Es más ridículo disfrazarse de Satanclós que admitir que les gustan esas madres —dijo, le dio otro beso de antología a Mario y se fue. Nos quedamos con cara de pendejos, un poco dándole la razón. Ya no organizamos la fiesta y cada quien se fue por su lado en cuanto acabaron las clases. ◆◆◆ Días después vine a pasar las fiestas con mi abuelita. No me puse el suéter rojo y blanco que me tejió, pero acepté no vestirme de negro y venir al mercado a comprar fruta para el ponche. Al principio me digo que odio el mercado: tanto ruido, tanta gente, tantos olores me ponen de malas. Pero poco a poco lo olvido y comienzo a disfrutarlo, sobre todo cuando compramos una bolsa de jícamas piñateras y me como una a mordidas, así, sin lavarla ni ponerle sal, limón o chile, concentrándome en su textura dulce y jugosa. Y justo tengo la boca llena de jícama cuando me encuentro de frente con la Roja. Apenas la reconozco: su ropa es la usual (unos pantalones a cuadros rojos, rotos; una playera negra y sus botas altas) pero entre la trenza y la sonrisa y la mandarina que se está comiendo, me parece como si fuera su gemela maligna. O bueno, benigna. Porque además viene tarareando un villancico. Ella se me queda mirando mientras yo no puedo quitarle los ojos de encima. Es rarísimo encontrarnos así, aquí. Dudo entre seguirme de frente y detenerme, pero ella decide por mí y se me planta enfrente, bloqueándome el paso. —Yo no digo nada si tú no dices nada, pinche Ofe —me dice. —Feliz Navidad, Roja. Y entonces nos reímos y nos damos un abrazo fuerte, súper punk. L

ESPECIAL


DE PORTADA

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LABERINTO

Tu espíritu navideño

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Como no muestro entusiasmo, Sebastián me reta: —A ver si eres tan chingón. ¿Tú qué propones? Para ganar tiempo vuelvo a roer el pulgar hasta que el dedo sangra un poco. Lo chupo con la avidez de Drácula. Luego, sin estar muy seguro de lo que voy a decir, comienzo: —Santa baja por la chimenea de un caserón tenebroso. Llega a una estancia vacía. No hay adornos ni arbolito. Los pocos muebles lucen viejos y llenos de polvo. El lugar parece deshabitado, pero hay un candelabro encendido. San Nicolás piensa que se equivocó de casa y está a punto de regresar por donde vino. Entonces algo llama su atención... —Bien, bien —aprueba Sebastián—. ¿Qué más? —Primer plano de Santa: su rostro pasa de la interrogación al temor. Luego un plano americano lo muestra dejando a un lado el saco de juguetes y aproximándose lentamente al centro de la habitación. Allí hay un ataúd vacío. Lo mira. Después gira la cabeza y observa uno de los muros. La cámara enfoca el retrato al óleo de un sujeto pálido y con aire aristocrático. —Christopher Lee —apunta Sebastián. Haciendo caso omiso de su comentario, continúo: —Otro primer plano de Santa. Ya se dio cuenta quién vive en esa casa. Hay determinación en su rostro. Sabe lo que tiene que hacer: aniquilar al engendro que aterroriza a la ciudad. Y corte. En la siguiente escena vemos el amanecer. Por las ventanas de la estancia comienza a penetrar la luz de la mañana. Cantan los pajaritos. Música de órgano como en las películas de luchadores de los sesenta. Y finalmente un primerísimo plano del sujeto con aire aristocrático que vimos en el retrato. Está inmóvil, con los ojos desorbitados. Poco a poco la cámara se va alejando para que veamos al sujeto acostado dentro de la caja con una estaca clavada en el pecho. —¿Cómo que una estaca? —me reprocha Sebastián—. No seas güey. —¿Qué tiene de malo? —Está clarísimo que no puede ser una estaca, maestro. ¿Dónde chingaos está tu espíritu navideño? —¿Entonces qué es? —Pues un bastón de caramelo gigante. De esos blancos con franjas rojas y sabor a menta. L

:45 de la mañana. En unas horas tenemos la cita para entregar el primer borrador del guión. El cortometraje comenzará a rodarse en un par de semanas y aún no tenemos algo que valga la pena. Sebastián regresa a la mesa con otra taza de café (ya van seis) y se acomoda frente a la laptop. Sin preguntarme, elimina de la pantalla nuestros esfuerzos de toda la noche. No me molesta: ninguna de aquellas ideas valía gran cosa. —Lo que necesitamos —dice— es un nuevo enfoque, algo original. Permanecemos callados con la mente en blanco. Él se echa hacia atrás en la silla para mirar el techo; yo comienzo a roer la uña de mi pulgar derecho. El nuevo enfoque no aparece por ningún lado. —Navidad —sugiero para romper el silencio. —Vampiros —completa él. Tras unos momentos, Sebastián se aventura: —Santa Claus aparece volando en su trineo, con sus renos y todo lo demás. Ya sabes: nieve cayendo, campanitas y jo, jo, jo, jo. Aterriza sobre un tejado de dos aguas y se dispone a entrar por la chimenea.... De pronto, un murciélago aletea a su lado. Un vampiro se materializa ante el gordito de rojo, le brinca al cuello y ¡zaz!, lo muerde en el cuello. Santa pierde el conocimiento, rueda aparatosamente por el tejado y cae al vacío. —Hum… No sé. —Déjame terminar, cabrón. San Nicolás queda tendido en el jardín de la casa, medio enterrado en la nieve. Rodolfo y los demás pinches renos, que no sé cómo se llaman, bajan a rescatarlo y lo ayudan a ponerse de pie. Está pálido y lleno de contusiones pero se niega a abandonar su misión. Debe repartir los juguetes. —Ya entendí. Santa se convierte en vampiro y, tras dejar los regalos bajo el árbol, clava sus colmillos en los niños que duermen. Sebastián asiente, pero hay duda en sus ojos. Adivino que la idea no le gusta del todo. —La verdad, mi buen Sebas, algo no me suena —le digo—. ¿A quién le va a gustar un malvado Santa chupasangre? ¿Dónde está tu espíritu navideño? —Humor negro —se justifica—. Imagínate a un barbón con su traje rojo y los ojos inyectados corriendo por la calle mientras una multitud enardecida lo persigue con antorchas encendidas.

Regalos de Navidad BEF


MILENIO

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× A

ADIÓS A DYLAN ALEJANDRO CARRILLO Literatura Random House México, 2016 261 pp.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

Un joven encaprichado con la música de Bob Dylan, una jovencita adicta a dejarse fotografiar con su teléfono celular, una ciudad rebosante de tentaciones, una generación de cuarentones y cincuentones sin el talento suficiente para servir de modelo: estos son los ingredientes, junto al sexo y al rock, de esta novela ganadora del Premio Mauricio Achar 2016. Carrillo se sirve de un lenguaje abiertamente coloquial. EL CAMINO ESTRECHO AL NORTE PROFUNDO RICHARD FLANAGAN Literatura Random House México, 2016, 445 pp. Ganadora del prestigioso Man Booker Prize en 2014, esta novela registra la andadura de un médico inglés que debe soportar las penalidades de un campo de prisioneros japonés durante el periodo más cruento de la Segunda Guerra Mundial, y más tarde gozar las mieles del prestigio profesional. Pero no solo captura esos momentos en que la nobleza se impone a la desesperanza sino que rescata una historia de amor que parece condenada al fracaso. LA SOGA MATTHEW FITZSIMMONS Alianza de Novelas España, 2016 476 pp. Que el décimo aniversario de la desaparición de su hija coincida con las elecciones presidenciales en Estados Unidos significa muy poco para uno de los protagonistas de esta novela, aunque no para el desconfiado hacker a quien no le ha ido muy bien en los últimos años de su vida. El lector imaginará que La soga participa de esas tramas políticas aderezadas con grandes dosis de intriga amorosa y policial, elementos a modo para olvidarse de la tele. INDEPENDIENTES, ¿DE QUÉ? HERNÁN LÓPEZ WINNE Y VÍCTOR MALUMIÁN Fondo de Cultura Económica México, 2016, 159 pp. No hay duda de que América Latina vive un auge de los sellos editoriales de carácter independiente. Pero qué significa en realidad esta categoría. Los autores de este manual son, como cabría suponer, editores de una casa especializada en las ciencias sociales y la literatura, y tienen un propósito que no por modesto es menos ambicioso: “producir un breve decálogo que ayude a evitar errores y comparta aprendizajes. EL FONDO, LA CASA Y LA INTRODUCCIÓN DEL PENSAMIENTO MODERNO EN MÉXICO JAVIER GARCIADIEGO Fondo de Cultura Económica México, 2016, 107 pp. El historiador se ocupa de las armónicas y fructíferas relaciones entre el Fondo de Cultura Económica y La Casa de España. Centra su mirada en las décadas de 1930 y 1940, cuando el exilio español se incorporó al Fondo y dio inicio a una etapa de expansión y profesionalización. El catálogo de corte exclusivamente económico se enriqueció con el ensayo político y los estudios históricos hasta abrirse a otras expresiones de la imaginación y el pensamiento.

2016: un recuento ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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ás que por un ánimo calificador, estas líneas quieren moverse por un impulso descriptivo. Quieren dar cuenta de algunos libros de relatos y novelas publicados en este año ya próximo a su fi n. Son, pues, un recuento, y nada más, y de ninguna manera se pretenden exhaustivas. El signo imperante ha sido el debut de un puñado de escritores tan distintos entre sí como el silencio y el susurro pero igualmente prometedores si conservan su voz y sus intereses originales. Hablo de Alberto Mansur y Lo que mata no es la bala, una novela que ha sabido superar el gastado binomio de víctimas y criminales del que tanto se ha beneficiado, y con el que tantos bostezos provoca, la llamada narrativa del narco; y de José Miguel Tomasena y La caída de Cobra, una inmersión en el universo carcelario a la que no solo se debe la concisión y la levedad del lenguaje sino la creación de un personaje trágico a la manera de la tradición teatral. De una zona alterna procede Karen Chacek y su manera de interrogar a la muerte sin rendirse ante la crónica autobiográfica o la burda necrología. Caer es una forma de volar apela a la fantasía como cocinera de la realidad. Del llamado género negro no deseo echar en saco roto El asesinato de Paulina Lee —de Hugo Valdés—, una recreación histórica que sin embargo sirve solo a la ficción, y Carne de ataúd —de Bernardo Esquinca—, con la que el periodismo de nota roja de fi nes del porfi rismo y el horror metafísico se funden hasta volverse uno solo. Tres autores con experiencia, no necesariamente cuantitativa, cumplieron con ese deber moral que es el de escribir bien: Vanesa Garnica con En un claro de bosque, una casa, el retrato insospechado de una familia como muchas; Luis Panini con La hora mala, el triunfo de la fábula fantástica a costillas de quienes se conforman con íncubos y súcubos para poblar sus pesadillas; y Ethel Krauze con El país de las mándrágoras, ese responso sin activismo social por las víctimas de la violencia en Morelos. Hablando de relatos, consigno aquí Agua corriente de Antonio Ortuño, una selección de puyas y malas intenciones, y Día franco de Adrián Curiel Rivera, quien tiene demasiado de ironista como para seguir estando en los márgenes de la narrativa mexicana. Y aunque rompa el orden aquí establecido, cierro con Agustín Monsreal y Mamá duerme sola esta noche, a la cual le debemos el reencuentro con el lenguaje transmutado en fiesta con tintes amargos. Hay otros libros, demasiados, pero este recuento no ha querido procurarse más espacio. L


CINE

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LABERINTO

ESPECIAL

Mauricio de Aguinaco

“Quise hacer un cómic filmado” Aerosol se sumerge en el mundo de las pandillas con una estética pop ENTREVISTA

A

erosol es una película pop en todo el sentido de la palabra. Toma elementos de Roy Lichtenstein, del cómic y del hip hop. Cuenta además con la presencia de integrantes de Café Tacvba y Molotov. Todo dentro de una historia de jóvenes grafiteros, dentro de un ambiente de violencia y corrupción. La ópera prima de Mauricio de Aguinaco llega a las salas con la intención de hablar de una subcultura cuya presencia es más amplia de lo que se cree. ¿De dónde viene su inquietud por acercarse al mundo del hip hop?

Crecí en ese entorno en Mazatlán. Conocí pandillas y cholos, luego me fui a Los Ángeles porque quería hacer cine. Allá vi de cerca la misma cultura: pandillas, la calle, el arte urbano, muchos murales chicanos. Años después regresé a México y me di cuenta que pasaba lo mismo en Neza. Sin embargo, no quería hacer un documental sino una pieza de entretenimiento para enviar un mensaje desde otra perspectiva.

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com Hay referencias claras al pop y al cómic.

Me gusta tomar elementos de artistas plásticos. El hip hop y la cultura del grafiti se desarrollaron dentro de la última etapa del arte pop; de hecho, uno de los últimos hallazgos de Warhol fue un grafitero llamado Keith Haring. Por otro lado, siendo un tema tan agreste, consideré necesario darle otro tono pero sin perder la crudeza. El cómic y el manga llevan a los chavos a ver la realidad más digerible. Quería hacer un cómic filmado.

a narrar ficción, y fallan al balancear la parte dramática. Mientras hacía el guión tenía en mente las colaboraciones con Paco Ayala, de Molotov; Quique Rangel, de Café Tacvba; y Dante Spinetta, de Illya Kuryaki. De hecho, quería usar algunas de sus canciones pero me salía caro y opté por buscar artistas nuevos. Así encontré a Frank PTM, quien tiene canciones con un gran sentido cinematográfico.

Su película me remitió a Ciudad de Dios.

¿Podríamos decir que termina siendo un gangsta a la mexicana?

Quise hacer algo parecido. Incluso hay tomas muy similares. Otras influencias son West Side Story y los step ups. Una película donde las canciones tienen tanto peso corre el riesgo de convertirse en una secuencia de videoclips.

He visto a muchos directores que pasan del videoclip o la publicidad

HOMBRE DE CELULOIDE

Después de vivir tanto tiempo en Estados Unidos y ver cómo el rap y el gangsta eran muy hardcore descubrí que aquí los chavos lo toman de otra manera, aunque no niego que hay narcomenudistas. No es una película sobre el gangsta sino sobre lo que sucede a su lado, por eso a veces digo que la película es muy fresa. Mejor dicho, la colocaría dentro de lo que denomino pop cinema. Ro-

bert Rodriguez, Quentin Tarantino, Guy Ritchie meten gráficos y hacen rítmica la producción. Creo que es algo natural en mi generación. En su película se plasma también una postura machista respecto a la mujer.

En todo el primero y la mitad del segundo acto hay referencias ofensivas a la mujer. Pero luego la historia da un giro y la policía (Vanessa Bauche) se convierte en la heroína. Quería dar ese mensaje porque el mercado femenino es muy importante. Refleja también la familiaridad existente con las armas, incluso en los niños.

Un día leí que habían encontrado muerto al líder de Los Betitos, niños de 12 o 13 años, que sirven de “halcones”. Trato de promover una reflexión sobre los jóvenes desde una postura intermedia entre el cine de arte y el comercial. L

FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

El triunfo del Eficine

E

l estímulo fiscal Eficine tiene poco más de diez años y ha conseguido en tiempo tan corto reconstruir la industria del cine nacional. Un padre no tan padre (producida bajo este régimen) tiene muchas razones para ser vista, pero las principales son dos: reúne el talento de artistas novatos con el de artistas fogueados. Martínez debuta con esta comedia cuya intención es divertir. Lo hace bien porque comienza por el principio: dirigiendo actores. He aquí un tipo inteligente. Antes de comenzar a denunciar, escandalizar, señalar, explorar o todas las anteriores, lo que hace es rodearse de un elenco espectacular. ¿Acaso hay buen cine sin grandes actuaciones? Creo que no. El otro debutante es el guionista. ¿Hay buen cine sin un buen guión? Tampoco. Bremer hace una comedia de estereotipos, sí, pero eso es una comedia: género

moral hecho de estereotipos, paradigmas de conducta social que el escritor regiomontano sabe tejer. Y cada secuencia tiene relación con el todo. Uno agradece porque los chistes son orgánicos, están bien actuados y en el mejor de los casos incluso enternecen. Efectivamente, Un padre no tan padre es cine hecho para que uno se enternezca y salga de la sala con entusiasmo. Héctor Bonilla hace al hombre que ha llegado a los noventa y está amargado. Por causas que no voy a contar aquí se convierte en el pez fuera del agua de la típica (pero eficiente) comedia humana. En su nuevo medio, el hombre sexista, homófobo y violento tendrá que adaptarse a los progres que fuman mariguana, comen vegetariano y tratan de vivir en el mundo de amor y paz. Para lograrlo necesitan una villa espectacular en San Miguel de Allende, pueblo mágico que el direc-

Un padre no tan padre dirección: Raúl Martínez. guión: Alberto Bremer. fotografía: Alejandro Martínez. con Héctor Bonilla, Benny Ibarra, Jacqueline Bracamontes, Sergio Mayer Mori. México, 2016.

tor explota gozoso. La contraparte de Bonilla es el hijo hippie: Benny Ibarra interpreta sin afectaciones a un tipo bonachón que solo tiene una lucha: consigo mismo. Como suele suceder en la comedia, lo importante no es tanto el punto al que arriba la historia sino más bien el trayecto en

que disfrutamos el contacto entre tres generaciones de magníficos actores. Eficine es un logro nacional. Sus diseñadores saben que para revivir una industria es necesario dar mucho trabajo. Tanto que los debutantes puedan aprender de un elenco de nivel internacional. L


MILENIO

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ESCENARIOS

ESPECIAL

Héctor Mendoza (1932-2010) MERDE!

BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

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Los montajes se presentan de lunes a domingo, a excepción del día 24, en La Capilla

Temporada agridulce Best of antinavideños reúne cuatro piezas que asumen con humor negro las festividades de estos días TEATRO

T

omar conciencia de que uno mismo es el pavo de la cena, trabajar como botarga navideña, ser perseguido por un niño Jesús de porcelana y seguir el itinerario de un Batman Claus es parte de lo que este año, al cumplir trece años de actividad escénica, propone Best of antinavideños, montajes para quienes necesitan zafarse de la neurosis decembrina o al menos compartir durante un poco más de una hora el humor negro que se escurre entre los pliegues de este periodo agridulce. Como si se tratara de un grupo de resistencia que se reúne contra todo obstáculo, los espectadores esperan que se dé entrada a una especie de asilo social contra Santa Claus, renos, villancicos, campanitas, nacimientos y árboles con esferas. Ante una pequeña mesa de madera que de inmediato se limpia y cubre con un mantel de nochebuenas en cuadrícula, el personaje llamado Ernesto Rodríguez se prepara a sí mismo, o al menos lo intenta ante una pavera, en abierto acatamiento a la orden materna de constituirse en el plato principal de la cena del 24 de diciembre, y aunque por fuera tiene forma de señor, desde niño —nos cuenta— comía semillas y cloqueaba. Esta anécdota tragicómica, representada por Mario Alberto Monroy, remite a esa dulzura materna que invierte muchos años en provecho propio. Titulada El orgullo de la familia, la obra breve escrita por Itzel Lara en 2013 y seleccionada para la etapa actual de lo mejor de obras antinavideñas, que iniciaron su andadura en 2004, subraya esa aterradora emoción del que debe inmolarse para ser querido. La golpeada vida de una actriz venida a botarga, y capacitadora de un ejército de trabajadores publicitarios, es parte de lo que expone Twinkle, Twinkle, Little Star, de Issac Velasco, elegida entre las obras de 2011. Desde la parte interna de su acolchonada estrella amarilla con orillas rosa mexicano, la actriz Carmen Ramos expone a los espectadores, como si se tratara de sus alumnos,

ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com

las circunstancias por las que pasan estos empleados “que llevan alegría a los centros comerciales”. El personaje de Ramos, quien no por ser estrella en esta ocasión olvida los rituales del gremio actoral, se dirige al patio de butacas con la rabia adolorida de una actriz que no está en el lugar que merece. Inmerso en la vorágine de la época que nos vuelve “zombis del capitalismo”, su personaje, agobiado por infortunios personales, cumple enfáticamente con la encomienda de su empresa, mientras su interior se derrumba. En alusión a la similitud del ambiente entre Ciudad Gótica y la Ciudad de México, Batman decide salvar los juguetes robados por el Guasón en Batman Claus, de Luis Guerrero. Esta obra de 2013 cuenta con la actuación de Miguel Conde, quien vestido como el superhéroe comparte su experiencia guiado por una noble causa con resultados opuestos, solventados por la violencia. El actor, enfundado en su traje negro, hace que su personaje exude simpatía para coronar el objetivo contradictorio de su misión, acompañada de las consabidas onomatopeyas del viejo programa televisivo, que el mismo Conde saca a manera de mini pancartas. Un pitufo bromista y un niño Dios de nacimiento casero son los personajes agigantados en la mente de un chico agobiado por rumores escolares, envuelto en sucesos cotidianos en los que hay una madre sexualmente activa y una sociedad que sufre residuos de errores panistas. El planteamiento pertenece a la obra de 2012 Dios de porcelana fría, escrita por Mario Alberto Monroy e interpretada por Ginés Cruz. Insertas en un contexto que nos pertenece, reveladoras de fobias decembrinas y emociones oscuras, las cuatro obras de Best of antinavideños, con dirección de Angélica Rogel, son divertidas, distintas en cuanto al nivel de dramaturgia y actuación, por lo que conviene asistir sin prejuicios y abiertos a recibir el espacio de refugio que contra viento y marea cumple trece años. L

asó casi inadvertida su muerte, el 29 de diciembre de 2010. Escribí de su deceso: “No quise ir al homenaje, merecidísimo, en Bellas Artes. Estaba apabullado. Me la pasé dando vueltas en la biblioteca de mi departamento cuando, de repente, se desmoronó la estantería que contiene los libros de teatro. Lo juro. Al levantarlos, desde luego, aparecieron las obras del maestro Mendoza. Me contuve. Lo recordé: esos instantes mágicos en sus clases de dirección, de actuación, de dramaturgia en la Facultad de Filosofía y Letras y en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM. Dirigiéndonos para La verdad sospechosa en Bellas Artes en 1984, y en 1985 para Del día que murió el señor Bernal dejándonos desamparados, en manos de Flora Dantus. Respiré profundo. Me imaginé dentro de sus obras, ésas donde incursionó ante la posibilidad de la existencia de los fantasmas (Amacalone, De la naturaleza de los espíritus, Tiernas puñaladas, Sursum corda). Me costaba trabajo creerlo. Recogí los libros. Llegaron infinidad de llamadas. No respondí. Me encerré en mis recuerdos. Abrí el archivo de 40 horas de grabación, en entrevistas con el maestro. Revisé lo escrito sobre él en los últimos 30 años”. Cada año me pasa igual: me pasmo. Es el único hombre que reconozco como mi maestro en el sentido más amplio. El dramaturgo que a los 21 años escribió Las cosas simples y desde entonces se sigue escenificando para estudiantes de preparatoria; el director que sorprendió al teatro mexicano con Poesía en voz alta, primero, y con el montaje en patines de un clásico español, Don Gil de las calzas verdes; el maestro que rompió con el anquilosado estilo de actuar y generó las nuevas formas de trabajar de los intérpretes nacionales. Se fue con 78 años y casi 50 obras escritas. Un revolucionario del teatro. En la última obra que escribió y dirigió, Resonancias, decía un actor: “Muerto soy esa resonancia que irremediablemente termina por desaparecer”. Premonitorio. Dio a tantos actores, directores, escenógrafos —algunos dramaturgos, como Óscar Liera— la posibilidad de hacer profesionalmente su quehacer escénico; solo lo odian aquellos que no respondían a la premisa de calidad e innovación, antes que nada. Fue el que superó la rivalidad con los dramaturgos, algunos hoy olvidados. Mi libro sobre Héctor Mendoza sigue pendiente, como si no quisiera concluir el amor y admiración que me inspira; quizá en 2017 tenga la energía para terminarlo. Ya pasaron seis años de su muerte pero, la verdad, cada que se acerca la fecha siento que el maestro viene a jalarme los pies, a recordarme la deuda contraída. Espero no fallarle y fallarme. Han pasado seis años de su muerte. Recordarlo, abrir sus archivos, escribir de él, es sentirlo vivo, de aquí al año siguiente… L ESPECIAL

Héctor Mendoza


VARIA

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LABERINTO

ESPECIAL

Dudas navideñas TOSCANADAS

A

llá en mi infancia, cuando poníamos árbol de Navidad, montábamos el nacimiento completo. Ya con el niño Dios y los reyes magos, pues la costumbre de otras familias de poner al recién nacido hasta el 24 les daba a José y María un aspecto melancólico por tanto estar mirando un pesebre vacío. En todo caso haría falta una figura de mujer embarazada que se pudiera tender hasta que llegara la hora del alumbramiento. Odiaba pasar la Nochebuena en casa ajena donde antes de abrir los regalos tenían la costumbre de “parir” al niño y pasarlo entre todos los invitados para que le diéramos un beso antes de acomodarlo entre el burro y el buey. Eso sí, besarlo con mucho cuidado porque todos los figurines de barro se habían comprado en cualquier mercado, pero el niño era importado de España. Las proporciones de las figuras no eran exactas, mas poco importaba que María diera la impresión de haber parido un niño de 30 kilos o que el

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

elefante de Baltasar tuviese el mismo tamaño que el caballo de Melchor; y sin ningún criterio igualitario, poníamos siempre detrás al negro. Con lo que sí batallábamos era con las cronologías. El 28 de diciembre aparecían las huestes de Herodes en Belén dispuestas a matar a los santos inocentes, pero aún faltaba una semana para que llegaran los reyes magos. ¿Dónde encajaba entonces la historia de que José y María habían huido con el niño a Egipto para evitarse la matanza? Además el evangelio de Lucas mencionaba que Jesús fue circuncidado a los ocho días, cuando todos celebrábamos el año nuevo, y que, luego de 40 días de impureza, María se presentó el día de la Candelaria en el templo de Jerusalén; pues por muy madre de dios que fuera, se le consideraba inmunda siempre que estuviera con la “costumbre de las mujeres”. Además, no faltaba la duda infantil ante tan bellas historias: ¿por qué, si los reyes trajeron

LO QUE CONTEMPLAS

oro, incienso y mirra, Jesús era pobre? Esos tres hombres venidos de Oriente estaban en busca del rey de los judíos. Y se sabe que a los reyes se les regalan grandes fortunas. ¿No le había traído la reina de Sabá “camellos cargados de especias y oro en gran abundancia y piedras preciosas” a otro rey judío? Se sabe que José desaparece pronto de los evangelios sin que se cuente más de él. ¿No se habría pelado con la lana? ¿No se habría ido a dar una vida principesca a Jerusalén o a Roma donde otras mujeres le dieran las delicias que su mujer le vedó? Pues uno puede imaginar las ansias del marido cuando su joven esposa se señala la entrepierna mientras cita a Ezequiel: “Esta puerta estará ADRIANA DÍAZ ENCISO

cerrada; no se abrirá, ni entrará por ella hombre, porque Jehová Dios de Israel entró por ella; estará, por tanto, cerrada”. Por eso era mejor seguir una tradición con pocas dudas, pues las preguntas llevan al infierno. A fin de cuentas, los regalos amanecían bajo el árbol por obra de Santaclós, y en aquel entonces desde Monterrey compadecíamos a los niños chilangos que debían aguardar hasta el 6 de enero por sus juguetes. Qué chiste tenía esperar tanto, cuando ya estaban por acabarse las vacaciones. Cuando ya se había fundido más de la mitad de los foquitos del árbol. Cuando ya la resaca de la Navidad nos había mostrado la desazón, la fatiga y el desconsuelo de los adultos. L adrianadiazenciso@gmail.com ESPECIAL

El valor de la mirada

Á

ngeles bellísimos, a la medida humana, cuelgan este invierno sobre Regent Street, aunque para el ojo realmente vuelan. Más que luces navideñas, parecen protectores de verdad. Y aunque de momento Londres es un lugar más o menos tranquilo, privilegiado e idílico, si nos ponemos a comparar, creo que hay un sentimiento común de que los necesitamos. ¡Qué año!, dice la gente en las fiestas pre-navideñas. El trauma de Brexit se pierde ya entre los otros: un idiota bravucón para la Casa Blanca y, para el resto del mundo, bombardeos y genocidio y terrorismo y el éxodo de multitudes huyendo de todo esto, que no tienen a dónde ir. Los últimos días del año no ofrecen tregua. Un tráiler embiste a inocentes en un mercado navideño en Berlín. El embajador de Rusia en Turquía es asesinado en una exposición fotográfica. Y es la imagen, justamente, el eje hipnótico de nuestro horror impotente. En algunos de los videos

de “ciudadanos periodistas” utilizados por los medios para difundir ambas noticias, aparecen en un rizo infinito otros individuos también grabando el horror con sus teléfonos celulares. Las imágenes del asesinato de Andrei Karlov en una galería (algunas tomadas por un fotógrafo profesional que estaba de paso) son tan escalofriantemente impecables que resultan obscenas, y no puedo evitar preguntarme si, más allá de la explicación geo-política que se dé del crimen, no son en sí mismas un atentado contra nuestra humanidad. Me temo que el discurso de la democratización de la información, acertado como lo es en muchos casos, no alcanza a cubrir la totalidad de la cultura de hienas de la imagen en que nos hemos convertido. Hay por ahí páginas web que explican el negocio detrás de muchos de los videos y fotografías de atrocidades. Y no es tan noble. Provoca más bien náusea, y estupefacción ante el vacío que,

Regent Street, Londres

como sociedad, nos hace creer que no hay realidad, desde el capuchino que nos vamos a tomar hasta el ataque terrorista, si no es captada por nuestros teléfonos. En algunas de esas páginas las preguntas de reporteros espontáneos, llenas de faltas de ortografía y alimentadas por una incapacidad de articular el pensamiento y una falta de sensibilidad muy perturbadoras, describen el horror que tuvieron la suerte de filmar y van al grano: ¿cuánto se pueden embolsar por su foto o su video? La verdad es que me alegro de que haya ángeles en Regent

Street. Que haya un equilibrio, por precario que sea, en lo que estamos dispuestos a exponer a la mirada del otro. El título de esta columna, “Lo que contemplas”, es una cita de William Blake, quien afirmaba que nos convertimos en lo que contemplamos. Y lo que quisiera desearles a ustedes, queridos lectores, para el nuevo año, es que fijen la mirada en la belleza, que también abunda. Nos hace buena falta, en un mundo que se va acostumbrando con demasiada facilidad a consumir el horror y el dolor ajenos, de los que todos nos volvemos responsables. L


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