Laberinto No.950 (28/08/2021)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

AFGANISTÁN

FERNANDO ZAMORA

LAURA CORTÉS

Una historia de amor y ausencia

Las historias de Khaled Hosseini Foto: The Film Farms & Foundry Films

Fotografía: The Khaled Hosseini Foundation

SÁBADO 28 DE AGOSTO DE 2021 AÑO 18 - NÚMERO 950

El rap de Sonita contra los matrimonios forzados Edgardo Bermejo Mora/ FOTOGRAFÍA: @JOSHSEP


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ANTESALA

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EN EL BANQUILLO

Matices

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TEDI LÓPEZ MILLS

hora que fumo solo dos cigarros al día –o por noche– es más fácil distinguirlos. El primero es nervioso, distraído, sirve únicamente para empezar. El segundo, en el patio o a resguardo en el pasillo cuando llueve, tiene su propio tiempo: concentrado, quizá lírico si lanzo el humo hacia arriba viendo en qué fase va la luna, o reflexivo si expulso el humo en línea recta y lo observo mientras se dispersa como una sombra insostenible por falta de luz. Suelo combinar ruidos con las palabras más recientes. Una ardilla es una rata cuando recorre la cornisa tras la yedra y yo zapateo para asustarla sin tomar en cuenta que podría caerse el cenicero que sostengo en las piernas y entonces dejaría de pensar en la frase que acabo de leer: “azul es el color de la mente”. Aunque yo diría que adentro mi superficie es blanca y negra y los colores se ponen desde afuera. O que es un andamio sobre una fachada siempre en reparación o un cuarto que se vacía o se llena según las circunstancias. También añadiría que estoy alterando los hechos. Mientras anotaba la frase, que proviene de On Being Blue de William H. Gass, sonó varias veces el teléfono. Cuando por fin lo contesté una mujer me dijo que había encontrado a mi perro Jack. Le aclaré que no tengo perro y ella insistió pues aquí está la placa con sus datos. Le repetí en mi casa no hay perro. Ella se indignó y gritó ¡vieja grosera! antes de colgarme. Retomé mi lectura: “azul… es el color en que se convierte la conciencia cuando uno la acaricia”; “no la lengua que toca la punta genital sino la idea de la lengua”. Verga –“cock”– irrumpe en la página dos y reaparece con diversos sinónimos a lo largo del libro. “Lo sexual en casi cualquier obra” –admite Gass– “rompe la forma; hay un desacomodo inmediato, se pierde la proporción de los acontecimientos”. La distancia entre el azul y los rincones del cuerpo tiende a ser gris. Tronco por leño, palo por vara hasta llegar a los últimos residuos de una metáfora que propone amapolas y pájaros tiesos. La descripción verbal, frote tras frote, de la cópula, según Gass, es tan absurda como el recuento de cada mordida a un ala de pollo. Sorprende la equivalencia. En mi lista de azules no existen aún los pellejos ni las plumas. Irán llegando, supongo, con mi colección de citas. En Bluets Maggie Nelson menciona el cianómetro que inventó Bénédict de Saussure en 1789 para medir el azul del cielo. En la página siete de su libro escribe: “Fuimos a coger al Hotel Chelsea”. Es la historia de un amor y la historia de un color. “El azul no tiene mente”. Nelson descarta a Gass; se burla de la guitarra azul del poema de Wallace Stevens y de “las cosas como son”. En la página setenta y dos habla de “el latido de una pucha de veras urgida de coger”. Luego discute el término pharmakon y sus derivaciones en Derrida y otros autores. “Habría preferido tenerte a mi lado que todo el azul del mundo”. Creo que Jack y yo somos el mismo perro perdido por otra persona en otra latitud.

Aunque yo diría que adentro mi superficie es blanca y negra y los colores se ponen desde afuera.

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Lejos de ella. Sarah Polley. Canadá. 2006.

HOMBRE DE CELULOIDE

De amor y olvido FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA THE FILM FARM &. FOUNDRY FILMS

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l amor que no padece de olvido es un lugar común que se celebra en la música pop, la novela y, claro, el cine. Lejos de ella (disponible en Mubi) es una joya del cine canadiense que, a pesar de haber sido nominada al Oscar por mejor guion adaptado en 2008, pasó por la cartelera mexicana sin pena ni gloria. En aquellos años, previos a la pandemia, aún vivíamos bajo la dictadura de la distribución de modo que resulta natural que una película tan exquisita fuese olvidada en aras de promocionar obras estúpidas pero rentables. Sarah Polley, directora y guionista de Lejos de ella, se basó en un cuento de la afamada premio Nobel de literatura Alice Munro para construir un universo que se está desmoronando. Fiona ha sido diagnosticada con alzhéimer; lo que al principio parecían pequeñas obsesiones inocentes como pegar papelitos amarillos en los cajones para recordar su contenido, se ha transformado poco a poco en una tragedia que permite, sin embargo, reflexionar en torno a ese amor que no padece de olvido. ¿Qué queda de lo que hemos sido cuando la memoria se disuelve en el trajín de la vida cotidiana? A Fiona no solo se le escapa lo más obvio, el contenido de un cajón o el nombre de una amiga. Poco a poco comienza a olvidar

sus orígenes islandeses y la forma correcta de pronunciar “vino” en inglés. La cosa se vuelve más preocupante cuando olvida la palabra “amarillo” y es incapaz de describir el calor que despiden ciertas flores en el invierno de Canadá. Una noche se extravía en la carretera y otro día resulta incapaz de encontrar su ruta en la nieve a pesar de que ahí están, las huellas de sus esquíes, como para guiar el camino a casa. La actuación de Julie Christie, inolvidable como Lara en el Doctor Zhivago de David Lean, consigue introducirnos en la inquietante sensación de esta mujer a quien se le va la vida pues se le va la mente. Entendemos el desasosiego de padecer esta enfermedad gracias a Christie quien transmite con todo arte la sensación de saber que hay algo importante que acaba de olvidar. En este sentido resulta importante el cuento original no solo por sus diálogos inteligentes sino, de modo particular, por las circunstancias que poco a poco comienzan a vivir ella y su esposo Grant; si-

¿Qué queda de lo que hemos sido cuando la memoria se disuelve en el trajín de la vida cotidiana?

tuaciones que demuestran que, para ser dignos de un amor inmemorial es necesario, justamente, olvidar. Y es que probablemente la lectura más sorprendente de esta película sea la de que es posible olvidar al objeto de nuestro afecto, pero queda el amor en sí mismo. Ese que ha movido a Fiona durante todos esos años en que vivió con Grant. Es decir, puede que ella no recuerde ya quién es él, puede ser incluso que haya dejado de sentir cualquier cosa por él, pero Fiona sigue llena de un amor que, ante el avance del olvido, encuentra nuevos cauces y objetos. Nuevas personas para amar. En ello estriba la originalidad del cuento de Munro y la adaptación de Sarah Polley, en demostrar que el amor está en la ausencia y que una vez que dicha ausencia se vuelve infranqueable, siempre hay alguien nuevo para amar. ¿Acaso me estás castigando? Pregunta Grant. Y ella lo mira con el afecto de quien ya no siente amor. La enfermedad, parecen decir las autoras, ha destruido el recuerdo, pero no la necesidad. Y ante este descubrimiento (que produce sorpresa y decepción) ¿qué hace Grant? El sacrificio último de un ser enamorado: ofrecer la renuncia. Preferir la felicidad de la amada, olvidarse de sí mismo para que ella pueda, por un momento, ser feliz otra vez.

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ESCOLIOS

POESÍA

Pastores y profetas JOSÉ ÁNGEL LEYVA

El islam esquiaba en los inviernos de la guerra fría Kabul es una ciudad antigua cruzada por un río No se llega a Afganistán por mar sino por aire afirmaba un joven instructor a los pioneros Los muchachos se van a combatir a la guerrilla Sus botas aplastan la nieve con ritmo militar la mezclan con fango en las ciudades blancas Alá espera impaciente en las montañas No volverán del desierto los campeones los últimos ausentes de la historia Vendrán las prótesis del miedo a sostener la noche En canchas de hockey limpian rayas de patines abandonados por los pies Bastones podridos en el agua Vendrán sin souvenirs sin sol sin nada qué contar Allí donde hubo mar deambulan los pastores con sus rebaños de óxido y de sal sobre minas y bombas sembradas en la arena entre huesos que asoman u ocultan su aridez a la intemperie o a la corriente de agua subterránea No se llega a Afganistán por aire ni por mar

Poema incluido en Exorbitant, libro publicado por Editions L’Harmattan en diciembre de 2020

EX LIBRIS

Réquiem/ EKO

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Mortificaciones ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

urante la primera mitad del siglo XX surgieron del mundo intelectual numerosos santos laicos que, ofrendados al cambio social, practicaron el altruismo más desaforado y la automortificación. Simone Weil (1909-1943) es, quizá, el caso más extremo de esta vocación de sacrificio que busca la redención comprendiendo y compartiendo el sufrimiento ajeno. Se trata de un personaje auténticamente extraterritorial, que renuncia al confort familiar y al prestigio profesional, asume compromisos sociales fervorosos pero inasimilables en las ortodoxias ideológicas y experimenta un furor espiritual irreductible a las adscripciones religiosas. Su propia personalidad: la figura enjuta, la vestimenta oscura y deslucida, y el ánimo intransigente de discusión y privación, resulta incómoda y retadora. Siempre con una difusa culpa por sus orígenes acomodados, la joven prodigio Weil combina la formación más rigurosa y elitista con la militancia obrera y la lucha contra la guerra y los nacionalismos y totalitarismos. Weil quiere aliviar la miseria del mundo, advertir del peligro de los pensamientos y poderes absolutos y apostar por la comunión. En su búsqueda de transformación, Weil participa en las corrientes anarcosindicalistas, concurre en proyectos de educación popular y apoya causas políticas. Después de un breve noviciado como maestra, se hace obrera para conocer, en carne propia, la experiencia del proletariado y, luego, acude a la Guerra Civil española y participa en la Resistencia francesa, con el proyecto de conformar un cuerpo de enfermeras en la primera línea de combate. Sin romper el compromiso con la actualidad, pero de algún modo resignada a una suerte de martirio, Weil se enfoca en una reflexión religiosa y prepara el terreno para su nunca concluida conversión a un catolicismo peculiar, pues su posición es, como la define una de sus biógrafas, Francine Du Plexis Gray, de una free-lancer espiritual, que incorpora las más variopintas influencias a su perspectiva del cristianismo. A lo largo de su breve y agitada vida, de manera asistemática pero con febril constancia, Weil va acumulando cuadernos con esbozos de obras y apuntes que abarcan filosofía, política, arte, ciencia y religión, y que se conocerán, en su mayoría, de manera póstuma. Su abanico de intereses es amplísimo, lo mismo que su capacidad para conectar disciplinas muy alejadas entre sí y encontrar nuevos vínculos. Al ser una pensadora en acción y dispersión permanente, su expresión más inspiradora se encuentra en el fragmento. En esos escritos en curso, y apartando la paja del tiempo, es posible apreciar intuiciones políticas pioneras, penetrantes escritos sociales y profundos fermentos filosóficos. Todo este acervo de ideas está unido por una actitud moral radical, por un empirismo del alma que encuentra en la renuncia, en el escrutinio íntimo y en la identificación con los otros, más que en los dogmas o teorías, la única vía confiable de conocimiento y trascendencia.

Weil combina la formación más rigurosa y elitista con la militancia obrera

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El regreso de los talibanes al poder en Afganistán vuelve más dramáticas las historias que narra esta joven artista

Sonita: la tragedia de las niñas afganas a través del rap

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EDGARDO BERMEJO MORA FOTOGRAFÍA ESPECIAL

e las 29 prohibiciones a las mujeres que impone la sharía —ley islámica— de los talibanes en Afganistán, acaso por un descuido, componer letras y canciones al estilo del rap no se encuentra entre ellas. No aparece escrito en ninguna parte, como sí lo están de manera expresa la prohibición del trabajo femenino fuera de sus hogares, el estudio escolarizado, el uso de cosméticos o de zapatos de tacón, reír en público, conducir un programa de la televisión o la radio, practicar un deporte, o subirse a un taxi sin la compañía de un hombre, entre muchas otras. La historia de Sonita, la primera rapera afgana de la historia con reconocimiento internacional, nos recuerda el tamaño de la tragedia que se avecina.

Migrar

Es el año 2007. Sonita Alizadeh es una niña que vive en la ciudad de Herat, en Afganistán. Tiene 10 años y es la menor de cinco hermanos: dos mujeres y tres varones. El padre, un comerciante que se esfuerza por sostener a su familia con gran dificultad. La madre, una mujer que luce anciana a pesar de tener menos de 50 años de edad y que se dedica por entero a sus hijos —la casaron a los 15 años y fue madre a los 16. Sonita, que en la lengua persa —la que ella habla— da nombre a un ave migratoria, no ha pisado una escuela y por lo tanto no sabe leer ni escribir, pero le encanta ver las fotos de las revistas y folletos que llegan a sus manos. Aún es niña y puede jugar con otros de su edad entre las calles polvosas en la periferia de la

ciudad. Pero dentro de poco, en cuanto aparezcan los primeros rastros de la menstruación, deberá renunciar a los juegos, vestirse cubierta de pies a cabeza por un chador azul o negro — con un velo más delgado en los ojos para permitirle la vista—, y ayudar a su madre en las labores domésticas, a la espera que le presenten a la persona con la que tendrá que casarse. Herat alguna vez fue próspera. Localizada en un valle rodeado de montañas colosales, detrás de las cuales se despliega abrasador el desierto afgano, la ciudad posee el clima favorable que ha permitido por siglos el cultivo de la vid en sus alrededores y la producción en gran escala de un vino que era famoso en la región. Pero en el año que arranca este relato la situación es diferente: la uva todavía se cultiva pero el vino ya no se produce, hace mucho que se prohibió su consumo en el país. Sobre la ciudad pesan años acumulados de estropicio bélico y violencia. Hay pobreza en Herat, fatiga existencial, pasmo, miedo. Primero la invasión soviética de principios de los años ochenta, que en uno de los bombardeos contra los grupos que se resistían a la ocupación casi la destruyen; quince años después, la toma violenta de la ciudad a manos de los talibanes; y posteriormente la ocupación de los ejércitos de la Alianza encabezada por los Estados Unidos, en represalia por los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Finalmente en 2002 la ciudad regresa al control del gobierno central de Afganistán, y goza, al caer la primera década del nuevo siglo, de un breve periodo de paz y estabilidad política. La infancia de Sonita trascurre y la ciudad no se recupera, ni regresa el antiguo esplendor a sus calles, ni la prosperidad se asoma en esta ciudad de casi medio millón de habitantes, que poco a poco migran en busca de

un futuro mejor. Su familia tendrá que empeñar lo poco que posee y dejarlo todo atrás en busca de una mejor oportunidad en Irán, el país vecino donde también se habla persa. Por un momento el padre de Sonita duda de la decisión de migrar: un vecino, menos pobre que él, le ofrece una suma considerable a cambio de que Sonita se case con su hijo mayor, pero al vecino algo le sale mal y se desiste de la oferta. Migrar se convierte en la única escapatoria, casi un acto de sobrevivencia. Así es como la familia de Sonita emprende el viaje por tierra de más de mil 200 kilómetros rumbo a Teherán. Poco antes de cruzar la frontera con Irán, a la camioneta maltrecha en la que viajan la intercepta un grupo de rebeldes talibanes que piden dinero a cambio de dejarles pasar, amenazan con quedarse con Sonita y con su hermana de no cumplirse sus peticiones, básicamente un pago a cambio del rescate. De rodillas, llorando y suplicante, con un fusil talibán que le apunta a la cabeza, el padre de Sonita logra milagrosamente que los dejen pasar. Años después Sonita recordará aquella escena en pesadillas recurrentes y aterradoras.

No tenía formación musical, no tenía formación literaria, pero gozaba de algo mejor: imaginación

Crecer

Sonita se despidió de la infancia como refugiada en Irán. Tenía la edad pero no la vida de una adolescente. No pudo inscribirse en una escuela o convivir con otros chicos de su edad. Sin papeles, sin estudios previos y sin dinero, no había manera de tener una vida normal. Pero había cosas que si podía descubrir: la música, por ejemplo, y ya en la radio local, o en el televisor que tenían en la casa —una sola

habitación donde se hacinaba la familia— descubrió el ritmo atronador y la lírica florida, jubilosa, de Yas, el más famoso rapero de Irán, muy popular entre las chicas de su edad. Descubrió también a otras figuras extranjeras: a Eminem, a Michael Jackson, a Rihanna. Se percató, a través de fotos y videos, de los conciertos masivos en los estadios del mundo, del turismo, y de los artículos de lujo en Occidente, la otra vida que se vivía fuera de su refugio iraní. Sonita viajó con la imaginación, reinventó su propio mundo a fuerza de canciones y de fotos. No tenía de otra. Al tercer año de exilio el padre enfermó y no tuvo más remedio que regresar con sus tres hijos mayores y con su esposa a Herat. Sonita y su hermana se quedaron solas en Teherán. El padre al poco tiempo murió pero no pudieron acudir a sus funerales: la hermana había logrado emplearse como trabajadora doméstica y se hacía cargo de Sonita, la menor de la familia, que por entonces, con 13 años de edad, obtenía algunos centavos lavando los baños y haciendo mandados en un centro para refugiados afganos en el centro de la ciudad. Fue en el refugio donde se forjó una vida diferente. Ahí aprendió a leer y escribir como alumna de la escuela para niñas refugiadas; conoció de propia voz la vida de muchas otras niñas afganas cuyas historias se parecían a la suya. No lo sabía entonces, pero aun ahora cada año se consuman más de cinco millones de matrimonios infantiles en todo el mundo. Una vez que comenzó a leer, también descubrió la poesía en persa, especialmente la de Nadia Anjuman, oriunda de Herat, como ella, y que tuvo un final terrible cuando en 2005 fue asesinada a golpes por su esposo y su familia política, por el atrevimiento de publicar sus poemas en una revista, algo expresamente prohibido


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por el Talibán. Nadia tenía 25 años y un hijo de seis meses cuando la mataron. Sonita imaginó entonces un futuro distinto para ella, no un lugar donde las niñas eran vendidas para el matrimonio, ni donde las mujeres eran castigadas por escribir poesía. En secreto, en la soledad de su habitación, o en sus pocos ratos libres durante el día, Sonita comenzó a escribir. Y lo que le salió no fue poesía a secas, sino poesía cantada, es decir, rap, ese encuentro febril entre la palabra, las entrañas y el ritmo de los juglares de nuestro tiempo. Sonita descubrió a sus 14 años que quería ser rapera, ser famosa como Rihanna, y hablar sobre las cosas que le importaban. Entonces empezó a compartir sus primeras composiciones con las compañeras del centro de refugiados. No tenía formación musical, no tenía formación literaria, pero gozaba de algo mejor: imaginación. Esa poderosa herramienta que sirve para liberarnos no menos que para liberar al mundo.

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No solo se requiere imaginación para escribir rap siendo una refugiada afgana de 14 años en Teherán. Se

requiere también de mucha valentía, porque en Irán está prohibido que las mujeres canten profesionalmente. Se precisa además de tesón para buscar que alguien se atreva a grabar sus composiciones sin temor al castigo. Y fue así como, buscando quien le prestara un estudio para grabar sus raps, la historia llegó a oídos de una documentalista iraní, tan valiente y audaz como la propia Sonita. Roksareh Ghaemmagahmi ya era reconocida internacionalmente como directora de documentales cuando oyó hablar por primera vez de Sonita. Nacida en Irán, egresó de la carrera de Cine en la Universidad de las Artes de Teherán, había obtenido premios en festivales europeos por un documental anterior sobre la vida de una pintora analfabeta en Irán, casada a los 11 años de edad. Al principio la historia de Sonita le interesó para hablar sobre la venta de niñas en Afganistán, y fue así como empezó a documentar el caso y a grabar las primeras entrevistas con Sonita, con su hermana, y con las encargadas del centro de refugiados. Su documental estaba por dar un giro inesperado y ella ni siquiera lo sospechaba. Coincidieron los primeros

encuentros para la filmación del documental con una gran noticia para la joven Sonita: resultó ganadora de un concurso de video y composición organizado por las autoridades electorales de Afganistán, por el cual se premiaría al mejor trabajo que sirviera como invitación para que los ciudadanos acudieran a las urnas, en uno de los primeros ejercicios democráticos de un país ocupado militarmente por Estados Unidos, asolado por décadas de violencia y autoritarismos de diverso signo. El trabajo de Sonita se dirigía a los jóvenes, era una grabación casera de exaltación y orgullo nacional que invitaba a los jóvenes a recuperar su país a través del voto. Tan pronto recibió el premio, poco más de mil dólares, Sonita le mandó el dinero a su madre en Herat. Pero ocurrió también que por esos días, aprovechando el dinero que le había enviado su hija, la madre de Sonita tomó un autobús a Teherán para informarle que pronto debía de regresar a su ciudad: ya estaba pactado su matrimonio con un hombre mucho mayor que ella. Uno de sus hijos, desesperado por casarse, necesitaba siete mil dólares para obtener a su futura novia,

Sonita Alizadeh nació en Herat, Afganistán, con el video Novias en venta comenzó su actividad contra los matrimonios forzados en su país

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y la madre pensó que podría obtener nueve mil dólares por el matrimonio de Sonita. “Hay un hombre, y te está esperando”, le dijo su madre a los pocos días de su estadía en Teherán. No había desamor ni crueldad en su dicho, era simplemente la tradición y la costumbre las que dictaban la sentencia. Ella misma había sido vendida a la familia del padre de Sonita, y la abuela también, y la bisabuela, en una cadena tan larga como ciega: una práctica medieval que nació cuando las hijas eran parte de la organización económica del núcleo familiar, y su salida del hogar para casarse debía repararse con un pago. Tan pronto se enteró de esta situación, Roksareh intentó persuadir a la madre. Habló con ella, como también lo hicieron las directoras del refugio. Pero no había poder humano que la hiciera cambiar de parecer: necesitaban el dinero en la familia, su hijo lo necesitaba, así de simple. La directora del documental reunió el equivalente a dos mil dólares para que la madre no regresara a Herat con las manos vacías y para comprar tiempo en busca de otra solución. •


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Rapear

Esa tarde, en el departamento de la propia Roksareh, con una cámara profesional y un set muy básico de iluminación por todo equipo, Sonita se preparaba para la grabación. Ella misma eligió su vestuario —un pálido y desgarrado vestido de novia con velo y un ramo de rosas ya marchito— y el maquillaje: lágrimas y cicatrices en el rostro, un código de barras pintado sobre la frente, como si ella misma fuera un producto en venta. Y así, sin ensayar, comenzó la grabación. Frente a la cámara, comenzó la joven de Herat el arduo camino para su liberación. Sonita rapea. Hay que escuchar aquí —más que leer— su voz áspera, desesperada, entonando estrofas rimadas en persa con el bit trepidante y electrónico propio del género. Sonita no actúa, se desvive ante la cámara. No improvisa, tiene muy estudiada la letra, como si la hubiera escrito con la sangre, no como: estaba escrita con sangre. Sus versos ritman y riman con precisión, en el idioma del poeta Omar Khayyam. Traducidos al español y despojados de la rima, se escucharían así: Susurro mi historia bajito para que nadie oiga que estoy hablando de la venta de niñas. Dicen que si alzamos la voz contravenimos la ley En esta ciudad, las mujeres deben callar, pero yo hablo a gritos de un silencio de por vida. Grito desde un cuerpo traumatizado en rebeldía, grito desde un cuerpo exhausto en su jaula, roto por el precio que el ponen al llegar a la juventud. Aún soy una niña de solo 15 años, pero tengo a hombres adultos como pretendientes. Estoy confundida por la tradición de mi pueblo. Venden a chicas por dinero. La mujer no tiene elección. Seré la esposa del mejor postor. Como otras chicas, estoy enjaulada. Como un cordero criado para alimentar a otros, Grito para compensar una vida de silencio. Grito en nombre de las heridas profundas de mi cuerpo. Grito por este cuerpo cansado de estar en su jaula. Un cuerpo quebrado por el precio que le han puesto.

Renacer

El día que en la fundación filantrópica estadunidense Strongheart Group se enteraron de la existencia de Sonita y de la circulación masiva de su video, comprendieron que era un caso urgente para brindar ayuda. Le enviaron entonces una carta de invitación para visitar Estados Unidos. Conocían su historia, y estaban dispuestos a recibirla, ayudarle en los trámites para obtener la residencia, y costearle la vida y la educación en un bachillerato de Utah. La vida de Sonita empezaba a cambiar. Pero salir de Irán, regresar a Afganistán por tierra, tramitar un pasaporte y obtener el derecho de salida se veía muy cuesta arriba. Sonita comenzaba a ser una ciudadana global a esas alturas, pero al mismo tiempo era una persona sin identidad alguna, y no contaba con el permiso de su gobierno, ni mucho menos de su familia, para cambiar su vida de golpe y migrar a los Estados Unidos. El viaje que emprendieron Sonita y Roksareh desde Irán hasta los Estados Unidos tomó más de cuatro meses y es, por sí mismo, una película de suspenso. Debieron, con engaños, obtener los papeles indispensables de la familia; debieron a su vez recurrir a múltiples contactos dentro y fuera del gobierno afgano y de pedir ayuda diplomática a varias embajadas. El día que finalmente obtuvo su pasaporte en Kabul, y poco después el sello con el visado de los Estados Unidos, Sonita tenía la mirada y la sonrisa de quien acaba de renacer. En el invierno de 2014 Sonita espera en un hotel de Kabul. Nunca antes había dormido en un sitio así, con cama, alfombra, televisor. Tanta comodidad le abruma, le parece de otro mundo. Mira a través de la ventana en las largas jornadas de la espera. No mira a la ciudad, mira al horizonte de su vida, al futuro que le aguarda. Sonita, a sus 18 años, con una vida detrás, con todo el peso de su historia en la maleta, llegó finalmente a los Estados Unidos en enero de 2015 y enseguida fue recibida como alumna del Wasatch Academy en Utah. Semanas después le marcó a su madre para contarle la verdad. La madre parecía no entenderlo, solo alcanzó a decirle que no dejara de vestir su chador. Poco después Roksareh presentó su documental en varios festivales internacionales y obtuvo el premio principal en Sundance, uno de los más importantes del mundo. Al mismo tiempo Sonita mejoraba a pasos agigantados su inglés, y combinaba el tiempo de estudiante con la participación en diversos foros donde ha contado su historia y ha abogado por el fin de los matrimonios infantiles y la venta de menores. La libertad es hija de la palabra, la poesía y la música son formas radicales del alma en rebeldía. Sonita hizo de su rebeldía un himno. Sonita rapea y al hacerlo nos libera.

Sonita no mira a la ciudad, mira al horizonte de su vida, al futuro que le aguarda

Pocos días después subieron el video a Youtube y a la vuelta de un par de semanas había logrado más de ocho mil visitas. Un video arrojado al mar de internet como el mensaje del náufrago en la botella. Más de uno destapó la botella y se volvió viral. Dos millones de personas en todo el mundo lo han visto, un rap que más que rap se volvió un himno, una proclama, el grito libertario de una adolescente en la brega por su libertad.

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El autor de Cometas en el cielo con niños afganos apoyados por su fundación

Afganistán

Sentimiento de desamparo LAURA CORTÉS FOTOGRAFÍA THE KHALED HOSSEINI FOUNDATION

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os talibanes están de regreso. Su bandera ondea con orgullo en las principales ciudades de Afganistán, mientras sus habitantes, aterrorizados, presencian su ascenso al poder con la sensación de haber sido abandonados en el campo de batalla. Por si el resto de los países se ha olvidado de su tragedia, el escritor Khaled Hosseini (Kabul, 1965), una de las voces afganas más influyentes en la actualidad, nos refresca la memoria. En un artículo publicado recientemente en The Washington Post, el autor de deslumbrantes obras literarias sobre Afganistán, recuerda cómo la última vez que los talibanes gobernaron el país “brutalizaron, mutilaron y asesinaron sistemáticamente a su propio pueblo. Bombardearon escuelas y hospitales y masacraron a hombres, mujeres y niños, muchos de ellos tan solo aldeanos pobres”. El sentimiento de desamparo es más fuerte aún entre las mujeres afganas. Bajo el dominio talibán, ellas están condenadas a la invisibilidad. “El régimen prácticamente las encarceló, les negó la atención médica y les robó su derecho a la educación. Las azotó por atreverse a mostrar la cara en público y las golpeó por caminar en las calles sin un acompañante masculino”, describe el autor de Mil soles espléndidos (2007), novela que relata el estrecho vínculo que forjan dos mujeres de orígenes muy distintos para enfrentar la desesperanza que las persigue en medio de sus terribles circunstancias. Ante los caóticos acontecimientos en Afganistán, vale la pena asomarse a la ventana que ha abierto Khaled Hosseini, quien salió a los cinco años de su país junto con su familia con destino a Irán y después obtuvo asilo político en Estados

Unidos. Sus obras rompen cualquier estereotipo. Sus personajes no son “perpetuos seres humillados o fanáticos enemigos de Occidente”, son seres llenos de ternura y amor que crean lazos indestructibles en medio de la cotidianidad de la violencia, la guerra, la diáspora, el horror. Sus otros dos libros Cometas en el cielo (2003), así como la más reciente Y las montañas hablaron muestran también que ni “el amor es un error dañino ni su cómplice, la esperanza, una ilusión”. Y es precisamente sobre la ilusión sobre lo que el novelista ha hablado ante la tragedia de su país, tanto en entrevistas como en sus redes sociales y en su artículo para The Washington Post, donde realiza “un ejercicio de ilusiones” que consiste en reflexionar sobre lo que los afganos han construido en los últimos 20 años, mientras los talibanes se ocupaban en guerrear: una base sólida de profesionistas, hombres y mujeres que han ido a la escuela y ahora están comprometidos con los derechos humanos, el medio ambiente y la justicia racial. Las cifras son esperanzadoras: en 2020 más de 9,5 millones de estudiantes matriculados en la escuela, el 39 por ciento son niñas, en comparación con solo 900 mil en 2001, en su inmensa mayoría niños. Las mujeres jóvenes ingresaron a la fuerza laboral para ayudar a reconstruir un país que los talibanes dejaron en bancarrota”. Khaled Hosseini no tiene dudas: ninguna sociedad tiene la menor posibilidad de éxito si sus mujeres no reciben educación y eso es lo que ahora está en riesgo. Ante el dolor tras el regreso de los talibanes al poder, Hosseini alza la voz con la esperanza de que no se apagarán las “incontables lunas ni los miles soles espléndidos” de Afganistán.

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NARRATIVA, POESÍA, ENSAYO La pandilla de Asakusa

Lo bello y lo triste

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EN LIBRERÍAS

28 DE AGOSTO 2021

A FUEGO LENTO

Historias de la palma de la mano

Hidalgo José Luis Trueba Lara, Océano, México, 2021

Yasunari Kawabata Austral México, 2021 290 páginas

Yasunari Kawabata Austral México, 2021 220 páginas

Yasunari Kawabata Austral México, 2021 308 páginas

Esta novela rompe con los temas que habitualmente se asocian con la escritura del autor japonés, pero pueden encontrarse algunas constantes. Asakusa es un barrio japonés ligado a la bohemia y en la nota que anticipa la trama, el escritor se disculpa por los problemas que pudiera causarles a cualquiera de los habitués del lugar. El barrio se mantuvo vigente de 1840 a 1940 y Montmartre es uno de sus referentes. El prefacio de Donald Richie ahonda en su historia.

Mentor de Yokio Mishima, Kawabata es uno de los escritores fundamentales de Japón. De acuerdo con el New York Review of Books, sus novelas “se sitúan entre las más perturbadoras y originales de nuestro tiempo”. Esta, que es considerada una de sus obras mayores, cuenta la historia de un escritor que se reencuentra con su antigua amante adolescente. Convertida en una exitosa pintora, vive con una aprendiz que se convertirá en una especie de vengadora de su maestra.

Entre 1921 y 1972, el año de su muerte, el novelista japonés escribió 146 relatos breves, un género que en algunos casos concentraba el espíritu de sus grandes obras. Son un ejemplo de su virtuosismo y de su apego a una juventud marcada por la desgracia familiar y la iniciación en el erotismo de acentos grotescos. Este volumen ofrece una muestra de 60 de esos relatos, una oportunidad inmejorable para acceder al mundo flotante de quien recibió el Premio Nobel en 1968.

En la casa de los sueños

Las primas

La cazadora de osos

Carmen María Machado Anagrama España, 2021 320 páginas

Aurora Venturini Tusquets México, 2021 216 páginas

Karolina Ramqvist Anagrama España, 2021 324 páginas

En contra de lo que sugiere su nombre, la autora escribe en inglés. Se trata de un libro autobiográfico que denuncia la violencia en una relación lésbica. Como señala Machado, no hay mucho material acerca de este tema y el libro es una aportación. Puede verse como una obra de formación, pues la protagonista habla de su paso de la adolescencia a la adultez. Cada capítulo, que abre con la frase “La casa de los sueños”, posee un tono diferente destacando el erotismo.

Cuenta Mariana Enríquez en el prólogo, que ella fue uno de los filtros para otorgarle a este libro el Premio Primera Novela de Página 12. No es de extrañar por los temas que le gustan a la autora de Nuestra parte de la noche. La autora es una outsider que conoció a Borges y Victoria Ocampo; se vio obligada a exiliarse de Argentina. A pesar del título, la historia comienza centrándose en la historia de dos hermanas que salen de los parámetros de lo llamado normal.

Con delicada libertad, la autora sueca mezcla la crónica autobiográfica, el ensayo, la pesquisa histórica y la ficción pura hasta confeccionar una historia que tiene como protagonista a una joven llamada Marguerite de la Rocque: una noble que en 1541 se embarca con rumbo a América y en mitad de la travesía es abandonada en una isla desierta. Su destino sirve aquí para mostrar los entresijos de la creación literaria y ofrecer una lectura política de la condición femenina.

El cura bribón ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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na cauda inagotable de estudios y documentos contradicen la imagen hagiográfica del llamado “Padre de la Patria”. Provienen sobre todo del siglo XIX y de liberales y conservadores por igual. Una parte de esa cauda es el combustible de Hidalgo (Océano), una novela a la que su autor, José Luis Trueba Lara, define como “una provocación”. Tiene un innegable sustento histórico pero afortunadamente sigue las intuiciones de la ficción; es decir, nada a contracorriente de ese género en boga que se dedica a confeccionar figuras de cartón piedra. Los hechos corren de manera casi lineal: entre la toma de Guanajuato en 1810 y el fusilamiento y la decapitación de Hidalgo en 1811. El mayor aliciente proviene de la elección del narrador: Ignacio Allende, el capitán que mira con recelo a las chusmas sanguinarias y a “las castas de la peor ralea” que conformaban al ejército insurgente y desdibujaban el anhelo de que en tierras mexicanas solo “mandaran los criollos”. Los actos y las palabras del “cura bribón” llegan así tamizados por la opinión de quien primero fue un aliado y más tarde un enemigo. El admirador de Racine y obsesionado con matar gachupines aparece despojado de los atributos celebrados por las versiones oficiales. En sus primeras incursiones militares, siembra el terror a punta de machete para alimentar a la soldadesca y saciar su codicia. Ya en Guadalajara, antes del triunfo de las fuerzas realistas, no solo se hace llamar su alteza serenísima; también arrastra a su dormitorio a cuanta virgen despierte sus apetitos. Su cobardía en el frente de batalla es apenas equiparable al culto a la personalidad que impone por encima de un presunto ideario político. Si alcanza las alturas de un personaje grotesco es porque su pensamiento solo se concentra en sí mismo. La libertad que José Luis Trueba Lara se ha tomado no obedece al capricho. Ni fray Servando Teresa de Mier, ni Carlos María de Bustamante, ni Lorenzo de Zavala (Lucas Alamán es de otra índole) ofrecen un retrato positivo de Hidalgo. Su efigie en bronce data del porfiriato. Así que, en este caso, la literatura ha ganado la partida a los discursos con los que el poder de cualquier signo construye su genealogía. Aunque repleta de verdades, Hidalgo es una fabulación que quiere poner en jaque a nuestra obediencia a los mitos.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

28 DE AGOSTO 2021

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TOSCANADAS

El bueno, el malo y el grande DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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n la escuela primaria aprendí sobre la Conquista. Eran los años sesenta. Quien los haya vivido, sabrá que no había que mirar todo por un cristal político y moralino. Leíamos sin moral. Ah, los benditos años sesenta y todavía los setenta. Así, los eventos que llevaron a la caída de Tenochtitlan, habían sido parte de una gran aventura, y su relato era, deliberada o inevitablemente, una obra literaria reveladora de la condición humana. En aquella narración, Cortés nos dejaba mejores enseñanzas que Moctezuma. Heródoto inicia sus Historias con esta frase: “Ésta es la exposición del resultado de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos y bárbaros, queden sin realce”. Cuando lo leo, antes que estar

JENOFONTE, HISTORIADOR Y FILÓSOFO,

autor de lasHelénicas

cuestionando si “en verdad” ocurrieron las cosas tal como él las cuenta, lo acepto como parte de mi herencia, literatura y experiencia, como ejemplo del espíritu humano, y sí, también como historia. Otro historiador, Jenofonte nos cuenta la hazaña de diez mil mercenarios reclutados para derrocar al rey de Persia. ¡Malditos mercenarios!, diría un moralista contemporáneo. Pero la lectura de este libro no ha de ser moral. Cuenta una historia de recomponerse tras la derrota, de resistencia, agallas, lealtad, virilidad y nostalgia por el terruño. En esta historia, como en todas, las verdades humanas van por encima de las verdades certificadas. Jenofonte impele a sus alicaídas hordas: “Ni el número ni la fuerza es lo que da las victorias en la guerra; quienes se lanzan con ánimo más resuelto contra los enemigos no encuentran adversario que resista. En la guerra, los que buscan por todos los medios conservar la vida,

mueren cobarde y vergonzosamente, mientras quienes han comprendido que la muerte es ineludible para todos los hombres y luchan para morir con honor, veo que ésos llegan frecuentemente a la vejez y son más felices”. También les dice: “La disciplina supone salvación, mientras que la indisciplina ha perdido ya a muchos”. En cuanto a la falta de caballos, Jenofonte les aseguró que: “Si alguno de ustedes está desanimado porque no tenemos jinetes, mientras que los enemigos tienen muchos, piensen que diez mil jinetes no son sino diez mil hombres, pues nunca nadie murió en combate víctima de un mordisco de caballo ni de una coz… En un solo aspecto los jinetes nos aventajan: pueden huir con más celeridad”. Las estatuas del mercenario Jenofonte conservan la cabeza. Cuando de niño me enseñaban estatuas, no me decían “fue un hombre bueno”, sino “fue un gran hombre”.

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BICHOS Y PARIENTES

Si Dios es lija o piedra de afilar

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a no importa si Baruch Spinoza era ateo o estaba “ebrio de Dios” (Novalis). Notable cosa, hace dos siglos los creyentes lo rechazaban por ateo, y los ateos por panteísta, pero desde el siglo pasado, los ateos lo reclaman como santo patrono y los teístas se lo apropian como si de él pudieran conseguir una racionalidad pura para la fe. Ni de un lado, ni del otro. Spinoza no se suma a militancias. Va solo. No influyó en sus contemporáneos y la Ilustración no lo acogió de buen modo: ateo, determinista, dijeron. Pero en el siglo XIX una justicia póstuma lo yergue como faro en el centro de la filosofía (Hegel). Hoy: “príncipe de los filósofos”, lo llama Deleuze. Ha cambiado una cosa. Parece que la opinión traslada su aprecio de la Ética demostrada según el orden geométrico como obra máxima, a la revaloración del Tratado teológico político. El cambio del juicio es importante: hay épocas que valoran a la ética por encima de la política; otras invierten la jerarquía. Es particularmente claro en Aristóteles, por ejemplo, que considera a la ética como una disciplina solitaria cuyo objetivo es la política, donde la reflexión moral se encuentra con los otros y con el sentido de una vida en común. No sería extraño que Spinoza siguera a Aristóteles. Los filósofos recogen a Spinoza de distinto modo que los escritores. Goethe lo reinterpreta en su “Oda a Prometeo”, por ejemplo, pero sobre todo Heinrich Heine, en su Alemania, larga una de las mejores exploraciones sobre la influencia: “La manera con que un gran genio se forma con

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA ESPECIAL

ayuda de otro es menos por asimilación que por fricción. Un diamante pulimenta al otro. Así la filosofía de Descartes no creó, pero hizo que floreciese la de Spinoza. Por esta razón encontramos en el discípulo el método del maestro, lo que es una gran ventaja. Después hallamos, lo mismo en Spinoza que en Descartes, que el modo de demostrar está tomado de las matemáticas, lo que resulta en un gran defecto. La forma matemática da un tono áspero y duro a Spinoza; pero es como la cáscara de la almendra

La genialidad de Spinoza respecto de la teología es inversa a la de los teólogos metidos a políticos

que hace más sabroso el fruto”. Por lo general se intuyen emparentadas la influencia y la admiración, como si se diera por copia o epigonía. De ahí no sale nada y Heine tiene razón: la influencia raspa, abrasa. Por fricción contra Descartes, Locke y Leibniz terminan afilando la filosofía del entendimiento; por fricción, Spinoza recupera a Descartes como piedra y convierte la geometría en su herramienta de pulir. El filo de un formón y el pulimento de una lente se afinan contra una superficie abrasiva. Spinoza se ganó la vida con su oficio de tallador de lentes para instrumentos de óptica. Quizá tuvo para la política una intuición desde su oficio. En el Tratado teológico político, la teología no es un recurso de conformación de voluntades, sino que fija conceptos y desbasta errores. Las apuestas

Llamado “príncipe de los filósofos” por Deleuze, Spinoza fue autor de del Tratado teológico político

políticas de Spinoza desembocan en analogías y conversaciones, y no en normas y órdenes. Admira el periodo judío del libro de los Jueces y le aterra la soberbia inherente a los Reyes: “mientras el pueblo tuvo en sus manos el gobierno, solo hubo una guerra civil; e incluso no dejó huella alguna, sino que los vencedores se compadecieron de los vencidos, hasta el punto de procurar por todos los medios que recuperaran su antigua dignidad y poder. Mas, cuando el pueblo, que no estaba habituado a los reyes, cambió la primera forma del Estado en una monarquía, casi no pusieron fin a las guerras civiles y libraron batallas tan atroces que su fama superó a todos” (224, 2). Spinoza es un republicano radical (hoy decimos demócrata), que cree en la política como conversación constante, sin destino utópico, y exuda confianza en los ciudadanos. Mil veces más que Hobbes. Y sin el miedo. ¿Por qué es teológico, entonces? Porque Dios es la lija, la piedra de afilar: los conceptos se afinan tallándolos contra un axioma y el objetivo de una buena lente no es que veas el lente, sino que dejes de verlo, para poder mirar mejor el mundo. La genialidad de Spinoza respecto de la teología es inversa a la de los teólogos metidos a políticos: ellos quieren que la sociedad se ordene y rija obedeciendo a Dios –como si lo conocieran, como si pudieran utilizarlo– pero Spinoza concibe a la sociedad como una organización de individuos responsables de sí, sin destino final, sin meta de arribo: una conversación cuyo objetivo no es un lugar utópico sino la vida actual y propia. Ebrio de Dios o ateo, da lo mismo.

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