Salman Rushdie: volver a la era mítica de la creación
EN EL BANQUILLO
El lunes 27 de febrero me examino en la pantalla durante una charla: mirada adusta, boca y ceño fruncidos, voz titubeante, estridente, nerviosa. Muevo los brazos como si no estuvieran pegados a mi cuerpo o fueran extremidades que no entienden su función exacta. Me recargo en la sombra de la silla. El sol es diagonal, incorrecto, y noto que apenas varía el orden de mis frases. Repito canon, ideas, conceptos; niego sacudiendo la cabeza despeinada. No sé qué pienso; incluso, no sé si pienso. Intento fingir, según tus enseñanzas: sonrío, callo, ironizo a mis expensas. Se habla de los vínculos analógicos, la castración de los hombres; se habla de vórtices, expectativas, poesía. Me arrimo a la computadora con el propósito inútil de suavizar las rayas de los reflejos en mi cara. El martes 28 de febrero elaboro sinopsis bibliográficas y, alrededor de las siete de la noche, después de alimentar a los gatos y fumarme un cigarro, prosigo con la lectura de tu libro del Renacimiento sobre el tercer periodo del humanismo y las fiestas de aniversario que se celebraban en honor de Platón en el siglo XV en Florencia: “A los postres del banquete, fue leído el texto del Simposio y entregado a la exégesis y la discusión de los comensales”. Se bebía hasta el alba, “haciendo circular en ronda una enorme copa con dos asas y formulando sutiles preguntas acerca de lo que eran la comedia y la tragedia”. El miércoles 1 de marzo me preparo una cena frugal y le doy unos cuantos sorbos a mi té de manzanilla. Enjuago el plato, la cuchara y limpio la superficie con un trapo húmedo. Luego me acomodo en el sillón negro y leo cartas del joven T. S. Eliot. En 1916 le escribe a su amigo el poeta Conrad Aiken: “¿Cómo te sientes temprano en la mañana y los domingos por las tardes? He ahí la verdadera prueba…”. El jueves 2 de marzo me despierto en la madrugada. Se cumple un año de tu muerte. “Me voy dichoso”, dijiste eufórico. “No te preocupes: estaré en la casa”. Hay fotos tuyas en casi cada cuarto; una grande en una esquina de la recámara a la que me encomiendo cuando apago la luz: “cuídame por favor” susurro antes de voltearme hacia tu almohada. La urna está en tu estudio, junto a la imagen de un ángel sonriente de la catedral de Reims. Encima coloqué una pequeña piedra color arena que se resbala hacia los bordes, a punto de caerse. Las cenizas no son un polvo simple y no resuelven nada; se convierten en un problema postergado. Aún queda indeciso el río, “cualquier río”, un río al revés que pase bajo un puente de tres arcos, te reconstruya y nos recuerde siempre nuestros amores: la esperanzaviolenta,laalegríadespuésdelapena. Imagino el viaje, la bolsa en un rincón de mi maletín, yo de cuclillas observando el agua. Seguramente, por torpeza, vaciaré tus cenizas de un solo golpe y no poco a poco. Quizás acabe guardando un puñado en alguna caja hermosa. Yo también puse mis manos en tus manos. Te llevaste toda la dicha. Sábado, Canto 30, fin de mi Comediaapócrifa _
HOMBRE DE CELULOIDE
La igualdad es imposible
FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA PLATTFORM PRODUKTION
Eltriángulodelatristeza, disponible en Amazon y ganadora de la Palma de Oro en 2022, debe ser comparada con obras semejantes para mostrar lo original de su mensaje. Comencemos con Parásitosde Bong Joon-ho. Ambas espetan un irónico discurso contra el sistema económico, pero en Eltriángulodela tristeza hay una secuencia en la que dos personajes discuten en un barco durante una tormenta: uno de ellos defiende al comunismo, el otro al capitalismo. La secuencia tiene su simbolismo: el yate está por explotar a causa de la granada de unos millonarios que han hecho su fortuna vendiendo estas armas, es decir, el barco es el mundo y los náufragos somos nosotros. Esta charla a mitad de la tormenta aleja a Östlund del tonito pedagógico. El director parece decir que filosofar en torno a los sistemas económicos no sirve para nada y esto resulta congruente con sus películas anteriores. El artista visual trabaja para poner en escena una realidad aparte y no para juzgar ideologías. De este hecho se desprende el que es probablemente el mensaje más claro e importante en esta y otras de sus obras: la igualdad es imposible.
Al principio de El triángulo de la tristezalos modelos, que son protagonistas, discuten. Él quiere construir
con ella una relación de igual a igual; una relación en la que el género no haga diferencias, pero al llegar la tercera parte de la película Östlund muestra que se trata de un ideal imposible. Él y ella son diferentes. Para abonar a esta idea el director sueco tiene la inteligencia de construir, hacia el final de esta magnífica parodia social, una comuna matriarcal. Y es que la diferencia inherente a todos los seres humanos implica que, capitalistas o comunistas, hombres o mujeres, patriarcales o matriarcales, tenemos que vivir con la injusticia, que ella siempre estará entre nosotros, como la serpiente que repta en el paraíso en que estos millonarios han naufragado. Vale la pena preguntar, entonces, ¿si la igualdad es imposible, eso significa que el autor propone tolerar la injusticia?
De ninguna manera. Si uno estudia con cuidado la obra de Ruben Östlund, creador de algunas de las películas más interesantes del cine contemporáneo, se dará cuenta de que en realidad lo que está diciendo
Todos somos iguales en dignidad y distintos en cualidad, parece decir Östlund
es que la igualdad debe buscarse en la dignidad inherente a todos los seres humanos, no en sus cualidades. Porque es un hecho que no todos sabemos hacer fuego, que no todos podemos cocinar, que no todos podemos vender fertilizantes. Todos somos distintos, dice el autor, pero desde el punto de vista del honor, ahí sí, todos valemos igual.
Leída de este modo, El triángulo de la tristeza demuestra, con extraordinario sentido del humor, que la gente que ha sido humillada no necesariamente es buena. Como los muchachitos africanos que en la película Play atormentan a un inocente rubio. Es decir, no por ser pobre o por pertenecer a la clase trabajadora vas a ser una buena persona. En cambio, en la obra de Östlund hay otros personajes que, me parece, señalan lo que es sin duda una auténtica propuesta moral: el niño sirio que exige respeto en la película The Square o el hombre cobarde que en Fuerza mayor finalmente tiene un acto de honor y buena voluntad. Todos somos iguales en dignidad y distintos en cualidad, parece decir Östlund, por eso la libertad estriba en conseguir una fortaleza que trascienda la belleza, la riqueza y la capacidad para golpear. La libertad es aprender a estimar el honor, la dignidad. _
TEDI LÓPEZ MILLS
El jueves 2 de marzo me despierto en la madrugada. Se cumple un año de tu muerte
POESÍA
La marcha
RODOLFO NARÓ
Rómpase en caso de silencio y eche la inmundicia por el caño. Hable, grite, diga cuánta hambre tiene quizá le den de beber los mismos pretextos de ayer. Nombre su frustración y su ira ese hombre también tiene apellido y mujer e hijos no es muy distinto a usted o a mí tampoco es mejor que los otros. No espere a que la encuentren desangrada escriba con letra de imprenta un nuevo calendario días de guardar leyes, justicia, cero impunidad. Dele un nuevo orden a las palabras y dicte un santoral que señale a las muertas aquellas mujeres y niñas a las que en Palacio les cerraron la puerta. Rómpase el país entero deje que se reviente la cuerda ellos la estiraron y la estiraron y la estiraron con tantas mentiras y violencia (ni perdón ni olvido) ellos soltaron al tigre y no hay quien lo detenga.
EX LIBRIS
Tratar de entender a estos personajes no reivindica sus ideales
ESCOLIOS
Están inmersos en una tradición infamante, sus dudosos fulgores repelen y repugnan: son los radicales innombrables, aquellos que modelaron o adoptaron los discursos más delirantes y las causas más extremas. Estos seres, sin embargo, no fueron simplemente perturbados (aunque en varios haya cabido la exaltación), sino productos típicos de su época y, por eso, vale la pena estudiar el secreto de su carisma. Tratar de entender a estos personajes no exime su responsabilidad moral, ni reivindica sus ideales, pero sí logra situar sus circunstancias y, acaso, contribuye a evitar que se repliquen sus aberraciones. En su libro Mitoy revuelta.Fisonomíasdelescritorreaccionario (Turner, 2022), Ernesto Hernández Busto adiciona un anterior libro suyo y aborda un novenario de malditos (Rózanov, Jünger, Montherlant, Céline, Morand, Evola, Pound, Vasconcelos y Giménez Caballero), cuyo pensamiento imantó a muchos espíritus de su época y, acaso de manera subrepticia, sigue impactando en la cultura contemporánea. Se trata de un grupo de escritores de muy distintas latitudes y orígenes, que coincidieron cronológicamente en los albores del siglo pasado y comulgaron con una serie de rasgos, como la sospecha contra el racionalismo, el vitalismo violento, la ambición heroica y el culto a la fuerza, el nacionalismo y la apelación al mito del pasado glorioso, la nostalgia de lo sagrado, la afición esotérica, el racismo y el odio al liberalismo y la democracia. Varios fueron personajes marginales, profesionales del sufrimiento, vidas quebradas por la tragedia, seres del subsuelo o almas devotas en busca de un camino de redención y perfección. Más que una visión sistemática de las afinidades entre estos perfiles, el autor escribe pequeñas novelas de formación, siluetas o ensayos fragmentarios que dejan ver la orfandad y ansia de certezas que condujo a algunos de estos intelectuales dotadísimos a abrazar las más nocivas doctrinas. El autor restituye a estos autores, vueltos caricatura por la satanización, su historia de vida, sus complejas motivaciones o los matices de sus ideas y analiza la oscura fascinación de su estilo. Desde luego, el catálogo de excesos y crueldades no es exclusivo del escritor reaccionario y muchos intelectuales al otro extremo ideológico replicaron la desmesura y la violencia. No es fácil, aun ahora, ocuparse de estas figuras incómodas y su irradiación sigue siendo tóxica, por eso esta arriesgada excursión de Hernández Busto sirve para advertir señales de alerta y ayuda a discernir las presencias del radicalismo en muchas expresiones de la vida actual. Porque resulta inquietante pensar que muchas de las circunstancias y dilemas que ayudaron a germinar el “veneno” de estos escritores hace un siglo parecen reciclarse: el descrédito de la ciencia y la razón, el agotamiento de los moldes habituales de convivencia política y social, la emergencia de situaciones límite y, sobre todo, el inmoderado apetito de figuras y creencias fuertes. _
Ciudad Victoria, la nueva novela de Salman Rushdie, traslada al lector al tiempo legendario de la creación, cuando no existían aún fronteras entre lo humano y lo divino La profetisa que fundó y después perdió un reino
Ese fundamenta en la no existencia y que el pilar sobre el que reposan todas las cosas consiste tanto en aquello que es como en lo que no es.
1565, de la que nunca se recuperó, existió hasta 1646.
n su nueva novela, Ciudad Victoria, Salman Rushdie (Bombay, 1947), como los poetas visionarios védicos, nos sitúa en el centro de la creación de un mundo con una estructura unificada y una dinámica esencial en la que no hay distancias que separen los planos divino, natural y humano. El mundo ordinario se convierte en mundo sagrado, una totalidad incluyente en la que todas las cosas existen en una red interconectada, universo sin fisuras cuya historia, la de Ciudad Victoria, es como una rueda cósmica sobre la que giran todas las cosas y todos los seres, un cosmos divino, físico, social y moral.
Pero Ciudad Victoria es, sobre todo, un ejercicio y un esfuerzo notable de imaginación. El escritor de origen indio no se limita solo a la reproducción de una forma externa, sino que expresa lo que otra mente concibe, internalizando el mundo exterior para externalizar el mundo interior, dotando a su relato de lo que en la India se conoce como māyā, un arte imaginativo que le permite desplegar un cosmos objetivo y conferirle realidad y verosimilitud.
Rushdie pone en juego fuerzas en conflicto y relaciones de poder que llevarán el mundo al borde del colapso, y nos hace partícipes de un vínculo fundamental: el de la humanidad y lo divino. El gesto compasivo de una diosa permite a una niña huérfana la instauración de un orden que se produce a partir de la insignificancia. Rushdie sabe bien que la existencia misma
El relato comienza el último día de la vida de la milagrera, profetisa y poeta ciega Pampa Kampana, cuando cuenta 247 años de edad y pone fin a su inmenso poema narrativo sobre Bisnaga, la Ciudad Victoria del título de la novela, capital del imperio vijayanagara, y lo esconde en una cazuela de barro sellada con cera en el corazón del Recinto Real como mensaje para el futuro. El imperio vijayanagara realmente existió. Crónicas como las de los viajeros Duarte Barbosa, Niccolò Da Conti o Domingo Paes y Fernão Nunes hablaron de él. Fundado en 1336 en la meseta del Decán, en el centro-sur de la India, por Harihara I y su hermano Bukka Raya I, en su momento de mayor esplendor llegó a poseer el tercio meridional del subcontinente. Dicho imperio recibió el nombre oficial que se le daba por entonces a su capital, Vijayanagara (en español: La Ciudad de la Victoria), cuyas ruinas, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, rodean la localidad hoy llamada Hampi en el estado de Karnataka. Su corte imperial incentivó las bellas artes, provocando el resurgir de la literatura en kannada, támil, télugu y sánscrito, mientras que la música carnática evolucionó desde posturas que durante siglos habían permanecido estáticas hasta adoptar las reglas que aun hoy se utilizan. Las enciclopedias señalan que el imperio vijayanagara fue un punto de inflexión en la historia del subcontinente que trascendió los regionalismos promoviendo el hinduismo como factor de unión. Y si bien su decadencia comenzó tras una aplastante derrota militar contra los sultanatos del Decán en
Rushdie coloca al lector cuatro siglos y medio después, cuando se encuentra la cazuela donde Pampa Kampana dejó su manuscrito, la inmortal obra maestra titulada Jayaparajaya, que significa “Victoria y Derrota”, escrita en sánscrito, tan larga como el Ramayana, compuesta de 24 mil versos, y nos sumerge en el conocimiento de primera mano de “los secretos del imperio que ella había hurtado a la historia durante más de 160 mil días”. Nosotros, puntualiza el autor, conocíamos únicamente las ruinas de ese imperio, pero “el recuerdo de su historia estaba también en ruinas debido al paso del tiempo, a las imperfecciones de la memoria y a las falsedades de quienes vinieron después”. Así que la lectura de la novela de Rushdie, que es la transposición de la lectura del libro de Pampa Kampana, reconquista el pasado y el imperio bisnaga renace “tal como había sido en verdad, con sus mujeres guerreras, sus montañas de oro, su generosidad de espíritu y sus momentos de vileza, sus puntos débiles y sus puntos fuertes”, y asistimos, por primera vez, a “la historia completa del reino que empezó y terminó con una quema y una cabeza cortada”. Lo que el lector encuentra a continuación, agrega Rushdie, “es esa misma historia contada en un lenguaje más llano por el presente autor, que no es ni un erudito ni un poeta sino un simple cuentacuentos que ofrece esta versión para el mero entretenimiento y posible instrucción del lector de hoy, sea joven o viejo, culto o menos
culto, ya busque la sabiduría o le diviertan los disparates, gente del norte como del sur, seguidores de tal o cual dios o de ninguno, de miras amplias o de miras estrechas, hombres y mujeres y miembros de los géneros intermedios o de más allá, vástagos de la nobleza y plebeyos de carnet, gente buena y granujas, embaucadores y extranjeros, sabios humildes y tontos egoístas”.
Palabra de la que todas las palabras del relato son expresiones diferenciadas, la historia de Bisnaga-Ciudad Victoria de Rushdie comienza con una desgracia, cuando la madre de Pampa Kampana, que tiene solo 9 años, se inmola en una pira de fuego y la niña ve cómo los últimos pedazos de carne asada se desprenden de la osamenta de Radha Kampana, dejando al descubierto el cráneo mondo, y comprende que su infancia ha tocado a su fin. Pero en ese momento recibe la bendición celestial que va a cambiarlo todo, pues la voz de la diosa Pampa, tan antigua como el Tiempo, empieza a salir por su boca de niña de 9 años.
La diosa le vaticina, en medio de una calma que siente como una gran bondad, que “de la sangre y el fuego nacerá vida y nacerá poder”. Y la conmina a que funde, en el mismo punto exacto donde está, una gran ciudad, maravilla del mundo, cuyo imperio durará más de dos centurias, pidiéndole que luche para asegurarse de que ninguna otra mujer muera de la misma forma que su madre y de que los hombres empiecen a ver a la mujer con otros ojos: “Vivirás lo suficiente como para ser testigo de tu éxito
y también de tu fracaso, todo y contar los hechos, do una vez que hayas terminado relato morirás al instante recordará hasta 450 años Pampa Kampana visualiza mente una ciudad y pide queros que esparzan sus de las que surgirán imponentes rallas y construcciones y habitantes, a los que ella sus historias. Y como hicieran poetas visionarios védicos, el mundo que ha creado dando así vitalidad y movimiento al mundo objetivo. De esta Rushdie trasciende el tiempo para situarnos en un tiempo “en los primeros tiempos que comenzara el principio”.
Así, jugando a la mitología, narra la creación de la ciudad que centrará el relato de su Recurriendo a la ficción vida, y dándole vida le da una Pero con la memoria no modo que la imaginación riendas en el punto en que no da más de sí. Y el arte de se yergue como motor. Hay que destacar un el que gira la narración: trata del mundo de una mujer, como el narrador señala, ter de la ciudad. “Por todas las mujeres hacían cosas resto del país, se consideraban propias para ellas. Sin ir un bufete donde tanto abogados mo pasantes eran mujeres; descargando mercancías cazas amarradas en el muelle ribera. También había mujeres trullando las calles, mujeres bientes, mujeres arrancan las o tocando el mridangam plaza mientras los hombres a su ritmo. A nadie le parecía nada de todo esto. La ciudad draba en la riqueza de sus
para verlo hechos, aun cuanterminado tu tante y nadie te años después”. visualiza en su pide a dos vasus semillas, imponentes muavenidas y susurrará hicieran los védicos, entra en y lo habita, movimiento esta forma, tiempo lineal tiempo mítico, tiempos antes de principio”. mitología, Rushdie ciudad mítica su epopeya. inventa la una historia. no basta, de imaginación toma las la memoria de la novela un eje sobre no solo se mujer, sino, señala, del caráctodas partes cosas que, en el consideraban imir más lejos, abogados comujeres; obreras de las barmuelle de la mujeres pamujeres escriarrancando muemridangam en una hombres bailaban parecía raro ciudad mesus ficciones,
todo aquello que Pampa Kampana les había ido susurrando, historias cuya ficcionalidad quedó ahogada y perdida para siempre bajo el ritmo clamoroso del nuevo día”.
Cinco “Recriminaciones” sirven de cimiento al florecimiento del imperio. La primera corresponde al mundo de la fe, que debe ser independiente del poder temporal. La segunda suprime ceremonias masivas ajenas a la cultura local. La tercera versa sobre la relación entre el ascetismo y la sodomía, no demostrada, como tampoco el vínculo entre el celibato y dicha práctica, pues son muchos en Bisnaga los que la disfrutan como una forma de placer, así que al poder político no le corresponde prescribir qué tipos de placer son aceptables y cuáles otros ilícitos. En cuanto a la Cuarta Recriminación, se pide abandonar todo tipo de aventura militar, pero se conviene que cuando los intereses del imperio así lo requieran, habrá que ir al campo de batalla. Por último, la Quinta Recriminación se rechaza por completo, pues quiere prohibir el arte, lo cual, se dice, sería obra de un filisteo. Así que en Bisnaga habrá poesía y habrá música, y se construirán también grandes edificios. “Como bien saben los dioses, las artes no son ninguna frivolidad. Son vitales para la salud y el bienestar de la sociedad. En el NatyaShastra el propio Indra declaró el teatro un espacio sagrado”.
Esta es la ciudad que Pampa Kampana edifica con semillas y susurros. Pero su gente, cuyas historias son sus historias, cuyo estar en el mundo viene de ella, acaba dándole la espalda a su matriarcado. Y la expulsa. Pampa Kampana narra su exilio y se adentra en la floresta, donde las reglas del mundo exterior quedan atrás. “Aquí lo que era irreal era el mundo real, sus leyes habían sido barridas como el polvo, y si en el bosque regían otras leyes, ellos no sabían cuáles podían ser. Habían llegado a arajakta, el lugar sin reyes. Una corona, aquí, no era más que un tocado innecesario. Aquí la justicia no se impartía de arriba abajo, quien mandaba era la naturaleza”.
Esta es la afirmación que Rushdie hace de su propio relato: “¿Podemos creer que la diosa que le había concedido el don de la longevidad, y la facultad de dar a unas semillas el poder de crear una ciudad, y el poder que le permitía susurrar a otros la biografía de cada cual, la dotó también de la capacidad de encantar al bosque encantado? ¿O acaso toda esta poesía, como tantas otras, era una fábula? La respuesta es: o bien es verdad todo, o todo es falso, y nosotros preferimos creer en la verdad del cuento bien contado”.
Es mucho lo que podemos aprender de esta bella novela. Igual que el personaje principal, podemos aprender “que el mundo es infinito en su belleza pero que también es despiadado, implacable, codicioso, indiferente y cruel”; “que el amor brilla generalmente por su ausencia y que, cuando surge, suele ser fugaz e intermitente y en definitiva insatisfactorio”; “que las comunidades que el hombre construye se basan en la opresión de unos pocos sobre
la mayoría, y no entendí, y sigo sin entenderlo, por qué esa mayoría acepta ser oprimida”.
Rushdie nos lleva siempre un poco más lejos y nos susurra que cuando lo milagroso cruza la frontera del mundo de los dioses y penetra en lo cotidiano se nos revela a mujeres y hombres “que dicha frontera no es algo impenetrable, que lo milagroso y lo cotidiano son dos mitades de un mismo todo y que los propios humanos somos los dioses que buscamos adorar, capaces además de grandes logros”.
A los 247 años, Pampa Kampana pronuncia sus últimas palabras. Las palabras, dice, son las únicas vencedoras. Lo que hicieron, pensaron o sintieron sus personajes dejará de existir y solo quedarán las palabras que describen esas cosas. Serán recordadas tal como ella ha decidido que se les recuerde y sus actos solo serán conocidos de la forma en que han sido puestos por escrito. Significarán lo que nosotros, sus lectores, deseemos que signifiquen. Y Pampa Kampana parecerá desintegrarse con el final del libro. Pero la gran novela de Salman Rushdie le dará vida una y otra vez. Porque ya es mito. _
El escritor nacido en Bombay a quien le debemos, entre otras novelas, Hijos de la medianoche y Quijote.
EL ATLAS DE PANDORA
Entre asesinos
Ajeno a la idea de progreso, el eterno retorno contiene la promesa de numerosos renacimientos
De pronto, tu hijo trae al presente antiguos recuerdos infantiles. Cuando camina por la calle contando baldosas y esquivando como un trapecista las líneas que dibujan los adoquines, regresan imágenes nítidas de tu niñez. De su boca brotan canciones, diminutivos, refranes que ha aprendido de su abuela y que no sonaban en tus oídos desde que la pequeña eras tú. Dicen que los hijos son el futuro, pero, desde que fuiste madre, es el pasado quien insiste en volver.
Imaginamos el tiempo como una línea, como la trayectoria de una flecha. Hubo un inicio, avanzamos hacia un desenlace. El cristianismo expandió la concepción judía de la temporalidad lineal, y de allí procede nuestra mentalidad de avance y progreso, de génesis y apocalipsis, de principio y final. En cambio, las leyendas antiguas ocurren en un tiempo cíclico, íntimamente ligado a la naturaleza. Sin punto de partida ni conclusión, todo está en movimiento continuo, como la danza inacabable de un círculo que gira. La rueda de la vida no coloca la esperanza en el progreso, sino en el retorno. Aunque nos envuelva la noche, sabemos que el día volverá. El otoño anuncia los fríos, pero los frutos renacerán. Así lo cuenta la leyenda griega de Démeter, diosa de la cosecha y el amor maternal. Su única hija, Perséfone, jugaba en un prado cuando se abrió un abismo y allí apareció el Señor de los Muertos. Perséfone luchó por librarse del oscuro abrazo, pero fue inútil. Durante nueve días, Démeter la buscó por tierra y mar, sin
comer, sin beber, sin dormir. Desolada, la diosa juró que no dejaría germinar las semillas hasta el regreso de su hija. Compadecido por su dolor, Zeus decidió que, todos los años, Perséfone pasaría cuatro meses en la mansión del Hades y después volvería con su madre. Cada primavera, Perséfone emerge del infierno y nosotros salimos del invierno. En el mundo antiguo, la pérdida es inevitable, pero contiene la promesa de innumerables renacimientos.
El eterno retorno encuentra
su versión cotidiana en el trágico trajín de las tareas del hogar. Sin cesar, el polvo cubre todo con su sábana gris. Hay que abastecer la nevera, preparar la comida, trocear, freír, vigilar, revolver. Y, cuando todo está terminado, los rastros borrados, la cocina impoluta, suelos y cacerolas brillantes como espejos, vuelta a empezar. El mítico Sísifo, condenado a empujar montaña arriba esa gran piedra que, al llegar a la cumbre, volverá a rodar cuesta abajo, merecería ser canonizado como santo patrón de los trabajos domésticos.
Hay muchas formas de experimentar el tiempo, todas ellas auténticas, y a veces contradictorias. Reflexiona Jorge Carrión en Lo
viral que el ritmo acelerado de las noticias, las redes, el trabajo, los mensajes y el consumo nos inoculan la fascinación por lo veloz. Sin embargo, aún necesitamos la lentitud de los empeños a largo plazo: educar a los hijos, cuidar a los enfermos, pagar la hipoteca, persistir en la amistad y el amor.
“Es un reto hacer compatibles nuestras urgencias con las maduraciones, las constancias y las esperas que nos han definido durante siglos”. Querríamos cuadrar el círculo: como extrañados habitantes de una película de David Lynch, nos angustia la tensión entre lo que retorna y lo que escapa, entre la terquedad de los círculos y la vertiginosa fuga de carreteras infinitas.
Presos de la prisa, corremos sin aliento para llegar puntuales a la siguiente meta. Con la vista siempre puesta en lo que sigue, malogramos el presente. Preferimos la llegada al camino y, por eso, hemos elevado a los altares el “sanseacabó”. Usamos incluso expresiones homicidas como “matar el tiempo”. Emil Cioran captó el tono chirriante de la frase y escribió con su habitual humor negro: “Mi misión es matar el tiempo y la del tiempo matarme a mí. Se está bien entre asesinos”. Repetimos que el tiempo es oro, olvidando que nada hay más valioso que nuestras horas irremplazables, una riqueza que nadie nos devolverá. Sobrevivir implica hacer malabares en las agujas del reloj, imaginar el mañana con el placer del ahora. Quizá sea el momento de tratar el tiempo con más tiento. _
© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S. L. © Irene Vallejo.
Sobrevivir implica hacer malabares en las agujas del reloj, imaginar el mañana con el placer del ahora
Cuentos completos
NARRATIVA, ENSAYO
El Museo de la Rendición Incondicional
Alguien habló de nosotros
A FUEGO LENTO
616 páginas
Si algo distingue la obra de Jesús Gardea es el talante pictórico que la anima: la luz nunca ha sido más ella misma y la paleta cromática del desierto más arrebatadora. De ahí vienen sus personajes, calcinados por una vida interior que lucha por manifestarse.
Una historia compartida
Dubravka Ugresic
Impedimenta
España, 2022 362 páginas
Publicada en 1996, esta novela es el testimonio de una mujer obligada a refugiarse en Berlín tras la Guerra de los Balcanes. A la figura materna, que reconstruye a duras penas, hay que agregar la amistad con tres jóvenes indias que padecen también el desarraigo.
La caída de Tenochtitlan
Irene Vallejo Debate México, 2023 160 páginas
Este volumen recoge textos de naturaleza variopinta. Como saben sus lectores, Vallejo estudió Filología Clásica y este rasgo se manifiesta en cada uno de ellos. Pero no se crea que hace un huero viaje al pasado pues tiene el don de anclar su saber al presente.
Ramón Xirau: a la orilla de sus palabras
Danzando con la muerte
ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.comUna novela de caballería: eso es La guerra del unicornio (Bonilla Artigas Editores, aunque publicada originalmente hace 40 años), en la cual Angelina Muñiz-Huberman invoca a tres de sus pasiones mayores: el saber cabalístico, la alquimia y su búsqueda del hecho primordial, y el tiempo en que los moros ocupaban la península ibérica. Esas pasiones encarnan a su vez en tres personajes unidos en su lucha contra las fuerzas del Mal: el sabio judío Abraham de Talamanca, el asceta Yusuf y Álvaro, duque de Villalba, quien gobierna el reino de Aloma.
José Luis Pescador Grijalbo México, 2022 145 páginas
La Historia ha reservado un lugar secundario para las mujeres. En sentido contrario, Navarro construye un libro en el que Ellas comparten su existencia con Ellos. De esta manera, Cleopatra no se explica sin Julio César ni Helena de Troya sin Paris ni...
Libro tres de la historia gráfica del título con guion e ilustraciones del autor. El jefe Huehue Xicotencatl y su hijo Axayacatzin logran en un principio que el concejo acepte luchar contra los españoles, pero al final firman una alianza el 23 de septiembre de 1519.
Mariana Bernárdez UNAM México, 2022 104 páginas
Filósofo y poeta, Xirau es conocido más por la primera faceta. Su Introducciónalahistoriadelafilosofíaes un libro de texto vigente. Como poeta, por desgracia, su fama no ha sido la misma. En este libro, Bernárdez lo recuerda como autor y como persona.
felicita a su colaborador y amigo Víctor Núñez Jaime, quien obtuvo el Premio Internacional Rey de España de Periodismo Cultural por su perfil “El segundo exilio de Sergio Ramírez", publicado en nuestra edición digital el 27 de agosto de 2022.
No hay que esperar las andanzas piadosas de una compañía —los Caballeros de Gules— adiestrada en el combate y de igual modo en las artes del sigilo y el espionaje, sino una guerra desigual en la que se libra el destino mismo del género humano. Diríamos que el otoño de la Edad Media que proyecta Angelina Muñiz-Huberman es una anticipación —o una trasposición— de los horrores que impusieron los ejércitos nazis, fascistas y falangistas en la antesala y el curso de la Segunda Guerra Mundial: los Caballeros de Sable, provistos de máquinas que imitan las acciones de los auténticos guerreros, armas de destrucción masiva y huestes aladas que transforman el día en noche.
La defensa del reino de Aloma, materia literaria de La guerra del unicornio, llega hasta nosotros con la cadencia de una voz colectiva. ¿Juglares? ¿Aquellos poetas anónimos que habrían de erigir la casa oral del romancero? ¿Cronistas preservando la memoria de los hechos en los sótanos de un monasterio? No hay manera de saber. Lo que importa en verdad son las tradiciones sobre las cuales Angelina Muñiz-Huberman construye su relato: de la imaginería cristiana al Arcipreste de Hita, de las jarchas a las consejas populares y de ahí a los cantores del amor cortés.
No solo el Bien y el Mal danzan hasta la muerte en esta novela. Otro dilema corre por sus páginas: el de la acción frente a la búsqueda del conocimiento (y cabe preguntar: ¿el conocimiento al servicio de qué propósito, de la destrucción total?). No es, como se ve, un asunto de leyendas medievales. Como en aquellos tiempos, ahora parecemos estar a muy poco de cruzar otra vez la línea de sombra. _
TOSCANADAS
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Es famosa la pregunta que de distintos modos hizo
George Steiner sobre el arte y el salvajismo de los alemanes. Yo la tomo de su libro Errata: “¿Cómo podemos comprender psicológicamente, socialmente, la capacidad de los seres humanos para actuar, para responder, por ejemplo, a Bach o a Schubert por la noche y torturar a otros seres humanos a la mañana siguiente? ¿Hay congruencias íntimas entre las humanidades y lo inhumano?”
Aunque siempre confirmó que no tenía respuesta, habló de otras personas que daban explicaciones que él no acababa de aceptar. Que si todo arte contenía algo bárbaro. Que si la esquizofrenia colectiva. Que si parte del cerebro continuaba llevando un hombre prehistórico.
Por supuesto, tampoco yo intentaré responder a tal pregunta, pero sí voy a hacer notar algo: que muchísimos humanistas andan por la vida divorciados
de las humanidades; su verdadero amor es la erudición. Su espíritu no acaba de asimilar de qué tratan las artes. Escuchar a Schubert, conocer de memoria versos de Rilke, leer a Plutarco en griego, puede alimentar el corazón o solo el cerebro. Sobre esta gente Montaigne escribió que “la doctrina que no pudo llegar a sus almas se detuvo en la lengua”. ¿De qué sirve citar a Sócrates diciendo “La vida no examinada no merece la pena ser vivida” si no se hace al menos un intento por examinar la propia vida? ¿Por qué los versados en la filosofía estoica suelen tener más en común con Epicuro? ¿Por qué los especialistas en Nietzsche viven más de sus citas que de su ejemplo? ¿Por qué los que justifican a Ana Karenina o a Emma Bovary creen que su mujer es una pérfida cuando hace lo mismo? ¿Por qué quienes aman a don Quijote elijen lo ordinario?
El ejemplo en la iglesia católica es claro. ¿De qué le sirve a tanto sacerdote citar de memoria cientos de versículos
de la Biblia y argumentar de la mano de Santo Tomás, si luego se dedica a ultrajar niños? Amigos curas, no malentiendan Marcos 10:13, “le presentaban niños para que los tocase”, sino recuerden Lucas 17:2, “mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos”. Para los antiguos griegos, la historia, la filosofía, el teatro, todo lo escrito estaba para agrandar los horizontes del hombre, para agrandarle el alma. Algo parecido redescubrió el ser humano durante el Renacimiento. Luego se topó con el mismo hallazgo durante el Siglo de las Luces. Habrá que descubrirlo de nuevo. Entretanto, amigo lector, pregúntese o examínese al modo socrático para resolver si aquello que lee o escucha se le queda en la lengua o se va al alma. Regresamos entonces a la pregunta de Steiner y vaya uno a saber si un alma grande ha de tener atributos de calidad o solo de tamaño. _
Ciudad y pueblo, sinónimos divergentes
Los asuntos léxicos tienen historias no del todo azarosas, sino de esa forma del azar que llamamos fortuna, porque no son meros accidentes. “Filogénesis” es palabra que primero se empleó entre lingüistas y filólogos del siglo XVIII, antes de que, en 1866, Haeckel la tomara para su trabajo en biología. Los vocablos tienen una historia, y además, muchos viven preñando conceptos y poblando ideologías.
En tiempos recientes parece que topamos con dos concepciones que solían no tener problemas, pero se vienen haciendo distantes y se amenazan ahora con una enemistad. Hay los ideólogos de “pueblo”, y los de “ciudadanía”. En tiempos normales son casi equivalentes. Pero no son tiempos normales y sorprende que la hebra filológica deje ver la incompatibilidad en lo que pudo haber seguido como sinonimia y equivalencia.
“Pueblo”, además de que es mucho más bonita que ese compuesto polisílabo: “ciudadano”, lleva juegos sabrosos guardados en su brevedad y sonoridad. Por ejemplo, esas partidas de tenis entre la o y el diptongo ue, que a veces ponen a la hache como red: el huérfano en el orfanato; los ovíparos ponen huevos. Pero a media palabra no usamos haches nuevas. Del populus latino tuvimos “pueblo”, y de pueblo volvemos a hallar hijos con o: poblado, población... y se trata de casos notables, porque todo hablante nativo lleva a cabo las transformaciones de modo automático, sin detenerse a cavilar.
Más interesante la etimología: aquel populus latino designaba gente, en grupo, pero no a todos. No incluye
senēs, es decir, a los viejos. En origen, designaba a los jóvenes en condiciones de portar armas y voto, pero que no tenían voz ni podían gobernar. Estuve a punto de decir que, a su vez, populus derivaba de pubes, “viril”, pero me corrige uno de mis diccionarios favoritos en internet, el Delcel (Diccionario etimológico castellano en línea), que mejora cada día: “Como en las entradas de ‘publicar’ y ‘publicano’, la palabra latina populus no nos viene de puber, sino que la palabra publicus es una confluencia entre pubicus (relativo a
los adolescentes) y poplicus (relativo al pueblo)”. Venga o no, una de otra, ambas componen un ámbito ideológico: el pueblo no gobierna. Puede armarse, luchar, tener voto, pero carece de voz y de opinión. (Curiosa coincidencia con “infantería”: ni los infantes, ni los soldados del pueblo pueden hablar.)
Del otro lado están los ciudadanos. Y de eso va el último ensayo de los ProblemasdelingüísticageneralII (México, Siglo XXI), de Émile Benveniste: “Dos modelos lingüísticos de la ciudad”. Primero hace notar eso que ya nos sonaba en lo artificioso del vocablo: “ciudadano” es compuesto, una derivación de “ciudad”.
Y pareciera confirmar la tendencia griega de polités, que a todas luces deriva de polis, pero no. La cosa es más compleja, porque en latín, tanto los conceptos como las palabras
tienen un trayecto inverso: es claro que civitas, “ciudad”, deriva de civis y uno quiere suponer que “ciudadano”, el individuo, es el término original, pero luego llega Benveniste y lo pone a uno en su lugar: “la traducción de civis por “ciudadano” es un error de hecho, uno de esos anacronismos conceptuales que el uso fija, de los que se acaba por no tener conciencia y que impiden la interpretación de todo un conjunto de relaciones”. Casi siempre que en latín aparece civis, lleva un pronombre posesivo. Por ejemplo: civis meum, pero ¿qué diablos significaría “mi ciudadano”? Explica Benveniste: “la construcción con posesivo revela de hecho el verdadero sentido de civis, que es un término de valor recíproco y no una designación objetiva”. Atendiendo al sentido, debiéramos entender que no existe el ciudadano solo y que su pura enunciación designa a un conciudadano: solo se puede ser ciudadano respecto de otros ciudadanos. “Así, la civitas –dice Benveniste– es ante todo la calidad distintiva de los cives y la totalidad aditiva constituida por los cives. Esta ‘ciudad’ realiza una vasta mutualidad; no existe sino como suma”. Y esto cambia todo, empezando por la noción misma de la propiedad pública: pertenece al colectivo de los conciudadanos. Y aquí aparece la distancia que nunca debió crecer: los conciudadanos se reconocen en una situación de igualdad que comienza, en primer lugar, por su propia voz. No son pubes que puedan ser sometidos y acarreados por un gobernante. Por eso fue tan importante la marcha del 26 de febrero: conciudadanos, cada uno su opinión libre, su propia voz _
No existe el ciudadano solo y su pura enunciación designa a un conciudadano