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fuego
editorial
Hace unos cuantos meses decidimos dedicar los números de la revista a los cuatro elementos. Aire, agua y tierra fueron protagonistas absolutos. Ahora le toca el turno al Fuego. Incandescencia, luz, llamas, calor, humo... El control y uso del fuego a par tir del Homo erectus produjo un cambio significativo en las costumbres del ser humano. No sólo debido al beneficio del consumo de alimentos cocinados, lo que apor taba proteínas e hidratos de carbono, sino también por la protección que éste suponía frente a alimañas y depredadores. La caída de un rayo sobre la tierra habría llevado a ese primer contacto del ser humano con el fuego. Tras la pérdida del miedo inicial que debió de provocar en nuestros ancestros, el hombre aprendió a utilizarlo tanto en su alimentación como en la fabricación de útiles y enseres. Ésta es la explicación más plausible que la ciencia da al descubrimiento del fuego por par te del ser humano, pero son innumerables las explicaciones que cada cultura ha dado al hecho. Uno de los personajes más conocidos relacionados con el fuego es Prometeo. Dentro de la mitología griega, Prometeo sería el responsable directo de la relación fuego-hombre. Él sería quien regaló a los humanos el elemento que en este número nos ocupa. Prometeo, como gran benefactor y amigo del hombre, robó el fuego del Olimpo y se lo entregó a la humanidad. El Titán Prometeo no era la primera vez que
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engañaba a Zeus, por lo que el padre del Olimpo decidió castigarlo por su ofensa. Encadenado por Hefesto en el Cáucaso, Zeus envió un águila que devoraba durante el día el hígado del Titán, pero al ser Prometeo inmor tal, el órgano le volvía a crecer durante la noche. Su mar tirio habría sido eterno de no ser por Hércules, que camino del jardín de las Hespérides, lo liberó disparando una flecha al águila. Además, alrededor de todo el mundo, se utiliza el fuego como protagonista de las celebraciones como ocurre con la Noche de San Juan. También existen y han existido sociedades secretas donde el culto al citado elemento es referente por su doble carácter purificador y destructor. En fin, el fuego compañero del ser humano desde, prácticamente, los albores de la humanidad. Sin embargo, también, puede conver tirse en un gran enemigo. Confiemos en que el fuego sea benevolente este verano...
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gregorio muelas bermúdez
Esta película es, sin ambages, una de las obras más bellas y fascinantes de la historia del cine. Con su inimitable estilo el genial cineasta armenio Sergei Paradjanov (19241990) crea una obra tan hermosa como inolvidable. Con motivo del centenario del nacimiento de Mijail Kotsiubynsky, el propio Paradjanov e Ivan Chendej realizan un guión sobre una historia del escritor ucraniano, que da lugar a esta película mítica del cine soviético, que tuvo una gran repercusión en los cines de arte y ensayo del bloque occidental, llegando a cosechar algunos premios, como el Premio Especial del Jurado en el Festival Mar del Plata de 1965 por la fotografía, los efectos especiales y la dirección artística. Rebautizada en los circuitos de habla inglesa como Shadows of Forgotten Ancestors (Sombras de los antepasados olvidados), y en España como Los corceles de fuego, Tini zabutykh predkiv es una de esas películas que se quedan grabadas a fuego en la retina del afortunado espectador que llega a visualizar esta verdadera obra de
arte, pues como sucedió con la inmensa mayoría del cine de las ex repúblicas soviéticas, apenas tuvo distribución fuera de su país y bajo una versión amputada, pese a que sería la única película del cineasta armenio que tendría una buena acogida por parte del Goskino, que la alabó por “haber sabido plasmar en el lenguaje cinematográfico la calidad poética y la profundidad filosófica del cuento de M. Kotsiubynsky”. No debemos olvidar que Paradjanov, merced a su carácter renuente a los dictámenes de la industria cinematográfica soviética, encorsetada en el llamado “realismo socialista”, hubo de padecer toda una retahíla de sinsabores derivados de su talante anticorformista, que resultaba polémico y soberbio a las autoridades, lo que llegó a malograr su propia vida, tan indisolublemente unida a su obra cinematográfica. Sobre una trama en principio manida y aparentemente sencilla, ambientada en el siglo XIX, en un pequeño pueblo de los Cárpatos orientales, Paradjanov narra una
tierna y apasionada historia de amor entre Iván y Marichka pese a la enemistad que acaba enfrentando a sus dos familias. No obstante, el gran impedimento que provocará que su romance no se haga realidad será un desgraciado accidente que acaba con la muerte de Marichka, a partir de entonces Iván será una sombra de sí mismo. De una belleza fuera de lo común, con una audaz puesta en escena donde Paradjanov demuestra poseer un gran dominio técnico, que lo sitúa en las antípodas del formalismo decadentista que caracteriza a la inmensa mayoría del cine soviético de la época, y con un universo creativo muy próximo a Aleksander Dovzhenko, en cuanto al aprovechamiento del espacio escénico, y a su amigo Andrei Tarkovski, en cuanto a espiritualidad, Paradjanov crea una película única y fascinante, que no deja indiferente al espectador, sensible ante el espectáculo de una naturaleza rodada de forma sublime por un virtuosista de la cámara que saca el máximo partido a un paisaje nevado, creando un fuerte contraste entre el blanco del fondo y el colorido de los personajes
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en primer término, en una puesta en escena casi pictórica. Paradjanov enfatiza el tema costumbrista del cuento de Kotsiubynsky desde varios puntos de vista, desde la naturaleza humana hasta los ritos y ceremonias de los hutsules. La música, el vestuario, la ambientación, la filmación en exteriores, contribuyen a dotar a la historia de un peculiar misterio y ensoñación. Pero es en el aspecto formal donde la película adquiere su verdadera singularidad, como el uso expresivo del color, el virado y el blanco y negro, que le permite el sistema sovcolor, la cámara en constante y frenética evolución, con vertiginosos movimientos de reencuadre para captar la emoción, el pálpito de los personajes.
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Sergei Paradjanov rueda un verdadero poema audiovisual de amor y muerte, plagado de simbolismo, con reminiscencias bíblicas y un sincretismo entre cristianismo y tradición pagana. De su arte diría Jean-Luc Godard:
En el templo del cine hay imágenes, luz y realidad. Paradjanov es el principal guardián de ese templo
”
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Quince días de fuego Mario Lourtau Ediciones Rialp, Madrid, 2010 gregorio muelas bermúdez
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9 Accésit del Premio Adonáis 2009, Quince días de fuego es el tercer poemario del autor cacereño Mario Lourtau, después de Donde gravita el hombre (2008) y Catálogo de deudores (2009). Aquí Lourtau alcanza una cota de madurez que le ha hecho merecedor de tan distinguida recompensa, un trabajo que destaca sobre todo por su gran coherencia temática y estructural, que se articula en torno al poder destructor y renovador del fuego, como necesaria transición en el estado de las cosas. El poemario se abre con una cita de Esquilo de Eleusis que hace hincapié en lo ineludible del destino pues no hay fuego, ni siquiera el del hogar, que acoja al hombre en su anhelada permanencia. A continuación nos encontramos con un hermoso poema a modo de prólogo, “Invierno en los cerezos”, que además de glosar la cita de Esquilo, sintetiza uno de los grandes temas que vertebran el poemario: el poder creador de la palabra, verdadero remanso a la espera de que se cumpla nuestro sino. El libro se articula en cuatro apartados, en el primero, “Bosque”, Lourtau se adentra en el bosque de las palabras para alcanzar el árbol del conocimiento, así la naturaleza adquiere un peso superior en estos versos y es el fondo sobre el que el autor reflexiona sobre el amor, la soledad y la nostalgia, emplea para ello metáforas y paralelismos, como la que equipara la carne rugosa de las manos del leñador y los anillos del tronco cortado. Aquí el fuego es símbolo de la esperanza contra el frío de la noche que llega con el hacha. Pero aún hay espacio para el milagro, como el del árbol caído que se levanta para clavar de nuevo sus raíces, metáfora del anhelo mayor del hombre. La segunda parte, “Los estados del fuego”, se inicia con unos versos de Jorge Luis Borges donde se dan cita los cuatro elementos. Lourtau emprende un viaje iniciático desde “La creación del universo” hasta “El espíritu del fuego”. En el principio se forja el Verbo, pues por el fuego existen las palabras sombra y luz, sobre las cuales se sustenta el equilibrio de los cuerpos. Por el camino se encuentra con Heráclito de Éfeso e
Ícaro El Estoico, y reflexiona sobre los múltiples usos del fuego: pira, brasa, forja. En la tercera parte, “Arche”, Lourtau se hace eco de una cita de Félix Grande: únicamente vive lo que arde, así trenza la llama con los colores del fuego: rojo, azul, amarillo y blanco, que da lugar a otros tantos poemas homónimos con un gran poder sugeridor. En esta parte se relaciona el fuego con el ardor del cuerpo de los amantes, aunque siempre amenazado por la nevada. También hay una vista de Pompeya, cuyas calles se transformaron en verdaderos ríos de fuego y lava, y donde ahora solo queda el frío seco de las cenizas. Pero si hay un sentimiento que se impone es la nostalgia, a la que invita el crepitar de la leña que arde igual que un gran recuerdo en la noche silenciosa. La cuarta parte, “La sed de las cenizas” está integrada por cuatro poemas, que figuran entre los más densos de todo el libro, es el caso de “Ciudad de marzo”, un gran poema dividido en cuatro partes que avanzan desde la blancura del invierno al gran solsticio verde de las flores de una incipiente primavera, un bellísimo poema donde se combinan con acierto elementos urbanos con el poder de la naturaleza, donde el invierno invita a una crítica al consumismo y su acerba exigencia que conduce al hombre a la destrucción, pero el mes de marzo da la bienvenida a la esperanza. En el poema que da título a esta última parte del libro, Lourtau se interroga sobre el destino de todas las cosas que contemplamos en la vida cuando ésta se acaba, de nuevo aparece aquí el anhelo de remar contra corriente . El poemario se cierra con el poema que da título a todo el conjunto, un broche de oro por haber vencido a la sed de las palabras, durante este período ese hombre que caminando sobre el fuego y no se quema se ha visto sorprendido por la música interior con que los bardos sueñan. En definitiva nos hallamos ante un poemario emotivo y rico en contrastes, que consigue, merced a un ritmo deslumbrante y una gran minuciosidad, dar otra vuelta de tuerca a un símbolo tan manido como el fuego. Una lectura muy recomendable en estos tiempos que amenazan con quemar la verdadera esencia del hombre.
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El otro día me fijé en una cosa que me dejó alucinado. Conduciendo por mi ciudad, pasé cerca de un hotel de 5 estrellas y vi a un cocinero recogiendo del suelo lo que a todas luces parecía «romero», pero ¡ojo! no de una huerta levantada ad hoc en el recinto de su propiedad, sino de la misma acera pública, justo al lado de la calzada. Además, en ese preciso lugar, la calle es muy estrecha y pasan los coches justo al lado, con lo que, como podrán imaginar ustedes, la contaminación está a la orden del día.
david acebes sampedro
Todo esto conlleva una serie de preguntas de rigor: ¿A qué sabrán los platos de ese menú 5 estrellas? ¿Serán más caros por ese toque a «romero ahumado» inconfundible y que solo se consigue en dicho hotel? ¿Es a esto a lo que llamamos «alta cocina» o es que el cocinero es tan rata como el cocinero rata de Ratatouille? Bromas aparte, ¿no les parece este detalle un tanto disparatado? Soy un apasionado de la cocina y admirador de los Adriá, Roca y compañía, pero hay cosas por las que uno no puede pasar. En su día escuché decir a Arzak que, para inspirarse en sus platos, lo que hacía es salir a la calle y fijarse en las cosas que tenía delante. Me parece muy bien, pero de ahí a salir a la calle y coger lo primero que encontramos y meterlo en el plato, me parece un poco descabellado. El día menos pensado, un cocinero moderno, un cocinero a la moda, va a salir a la calle y va a coger el primer zurullo de perro que se encuentre y servirlo como delicatessen. Hablando en serio, creo que tengo una doble explicación para este condimento ahumado. Una explicación poética y otra histórica. Empecemos por la poética. Pienso o
11 aventuro que el cocinero del hotel tiene ínfulas de vate y, en secreto, es un profundo admirador de la poesía del siglo de Oro. Como sabrán los lectores, Góngora terminó su famoso soneto «mientras por competir por tu cabello» con el verso «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada». Y así hizo también Quevedo, en un soneto a él atribuido, que termina «en humo, en polvo, en viento, en sombra, en nada». Tate. El romero ahumado no es otra cosa que un homenaje cumplido a la poesía áulica. El cocinero perfuma
sus platos con un toque de humo (como en «El Bulli», claro) para honrar a sus poetas predilectos y expresar con una metáfora culinaria ese sentimiento tan barroco del «no somos nada». Ahora entiendo por qué en los altos comedores, en los restaurantes con estrellas Michelín, los platos suelen estar tan vacíos y por qué les gusta tanto a los cocineros de hoy en día poner pinceladas de «polvo de jengibre», de «humo de vainilla» o de «sombra de gazpacho». Véase, en consecuencia, la metáfora: Como no somos nada, comemos nada.
Aunque, pensándolo un poquito mejor, podría ser que el «romero ahumado» tuviera otra explicación, digamos, histórica o atávica. Resulta que nuestra querida planta aromática se ahúma con el humo de los coches de mi ciudad, en la que, por cierto,
abundan los neumáticos Michelín. ¿Y de dónde proviene el humo? Por supuesto, del fuego. ¿Y qué supuso el fuego para el ser humano? Pues, básicamente, todo. Como es sabido, el descubrimiento del fuego supuso un ‘punto de inflexión’ en la evolución del ser humano. Con el fuego, el hombre se abrió paso entre las especies existentes y, gracias a la cocción de los alimentos y la absorción de las proteínas y los hidratos de carbono, prosperó hasta nuestros días y, de paso, hasta la alta cocina de vanguardia. Por tanto, ¿a que no resulta extraño juzgar que el cocinero del hotel conocía este hecho y que al perfumar su plato con romero ahumado estaba homenajeando a su manera al fuego y, por consiguiente, a toda la humanidad? ¿Es que acaso no se ve? Del primer alimento cocinado con fuego, hemos pasado al último alimento cocinado con romero ahumado.
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gema Rebolledo
13 ¡Cuántas luces dejaste encendidas! Yo no sé cómo voy a apagarlas… A pesar de que las musas insidiosas, inquisidoras y usurpadoras de emociones están al acecho de mis cuitas, espero que nunca puedan liquidar las brasas que arden en mi corazón. El fuego del Amor es inextinguible por mucho empeño que pongan en ello. Incendio, llama, brasa, ceniza… nunca desaparecerán de nuestro Ser, porque lo llevamos marcado también a fuego; y aunque espero que no nos pase como en la película y seamos pasto de una combustión espontánea, al menos
llevaremos siempre el calor que da la llama eterna que nos asiste. El Amor es fuego, es esa luz incandescente que nos mueve a seguir hacia adelante en el camino, es el calor que mantiene los grados de temperatura que nos
Parece que fue ayer cuando casi en primavera quemamos luces de escarcha, hicimos votos eternos de amores a nuestra vera. Fue ayer. Nos dimos cuenta, cuando encendimos hogueras de abrazos y dulces besos y lazos que nos unieran con nudos apretaditos
empujan. ¡Ah, el Amor! Bendita palabra llena de luminiscencia caliente… algo que mis musas no aceptan en absoluto. Tanto empeño por apagarme, por enfriar mis anhelos, por congelar mis sueños. Nunca lo van a conseguir. Sólo deseo que lo único que pierda fuerza en la llamarada sea el Miedo, que se consuma en sí mismo y sus cenizas queden esparcidas en el campo del olvido. Yo seguiré por mucho tiempo tostando mis deseos y mis sueños al abrigo de
una llama de Amor eterna, una llama de Amor viva, como deseaba San Juan de la Cruz y aunque me hiera el Alma, aunque lacere el ánima, mientras me quede un hálito de vida seguiré abrasándome en el incendio que provoca el Amor. Me declaro amante, es decir, empleada en el oficio de amar y, aunque acabe algo chamuscada, me sacudiré los restos calcinados y resurgiré de mis cenizas por siempre jamás.
sin que apenas se sintieran. Luna, estrellas y planetas conjuraron a la noche que se deslizó amorosa entre la piel y las sedas para adornar la promesa de días de primavera. Fue ayer, casi lo olvido, cuando al mirar en los ojos ardimos entre las brasas de un Universo infinito.
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“¿Qué le ocurre a quien confía en ese genio de la muerte absoluta que permanece en el fondo del habla? La inmortalidad. ¿Y qué le ocurre a quien consagra su existencia al lenguaje para convertirlo en la verdad de la existencia? La mentira de una existencia de papel, la mala fe de una vida que figura la vida, que se experimenta en experimentos de palabras y que se dispensa por estar imitando lo que no es. Estos fracasos se tornan tanto más grandes cuanto más puro es el triunfo. En ese sentido la poesía es el reino del desastre”.
La parte del fuego, Maurice Blanchot
José Antonio Olmedo López-Amor
Ese «reino del desastre» del que hablaba Blanchot (1907-2003), refiriéndose a la poesía, parece ser considerado un error menos fatal que el resto de la literatura, al que el mismo autor de La escritura del desastre, 1980, denomina «mentira». Ya Mishima refirió a la literatura como algo artificial; qué duda cabe, la literatura, en una de sus más pobres definiciones, es una combinación de signos con una aspiración comunicativa y aunque personalmente
creo que la poesía alcanza las cotas más altas de belleza en literatura, preveo un rol de mayor relevancia tanto a la lírica como a la literatura en general. Cuando agrupamos los signos buscando la descripción o la crónica, el lenguaje
queda en mera semblanza, una abstracción alfamatérica que dista mucho del concepto original. Sin embargo, cuando describimos un sueño, una idea o un pensamiento, su transcripción caligráfica es lo único que «existe» relativo a ello, por tanto, la escritura cobra un valor más importante y trascendente al vincularse con el germen de dicha revelación. Y qué decir cuando la palabra es solícita al mandamiento
15 ¿La parte del fuego? El sentido de esta expresión francesa no es fácilmente accesible al lector español: «faire la part du feu» significa el acto por el cual aceptamos perder una parte de algo —en caso de Blanchot, el texto— para preservar el resto, como sucede cuando en un incendio y ante la imposibilidad de sofocar de inmediato las llamas, se orienta el fuego en una dirección —lugar donde todo quedará consumido (la parte del fuego) —, con el objeto de que lo demás permanezca intacto y a salvo. Sacrificar un miembro para salvar el cuerpo. Según la analogía de La parte del fuego, para todo lo que existe, ningún otro acontecimiento es comparable al «nacimiento/nominación», momento en que cualquier persona o cosa es susceptible de ser nombrada (bautismo o prueba de fuego2 literaria): del arte; cuando el irracionalismo, la pasión, el sentimiento, cobran forma y trascienden las emociones de otros seres. Shakespeare decía que en la misma fuerza de la llama del amor, existe el pábilo que la mengua; la pasión se ahoga en su propio exceso y hay que cuidarse de él. Pero ¿de qué forma —en lances de emoción— podemos dirimir qué vive o muere?
«La literatura es realmente peligrosa. Por eso la prueba de fuego de la identidad —de la humanidad instituida en nosotros— consiste en aprender a dominar el mal que la experiencia de la literatura trae consigo». La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación, ( Jorge Larrosa, 1996)
La parte del fuego1 (1949) es una profunda meditación acerca de la creación literaria. No debe considerarse como una mera colección de lecturas de la obra de poetas surrealistas como Mallármé, Hölderlin, Baudelaire, Rimbaud o René Char, incluyendo narradores de la talla de Kafka, Sartre, Gide, Leiris, Constant, Miller, Malraux, Hemingway o Lautréamont. La parte del fuego también contiene en sus páginas el legado de una buena nómina de filósofos como Nietzsche, Pascal, Valèry o Paulhan, y de ahí es precisamente de donde parte el renovado intento de Maurice Blanchot por responder a una pregunta cuya respuesta se escabulle en el misterio de su propio modo de ser: ¿qué es la literatura? A esta pregunta La parte del fuego, en su ensayo final La literatura y el derecho a la muerte, responderá con enorme gravedad: «la literatura es lenguaje, el lenguaje que lleva consigo la muerte y permanece en ella». Eso es lo mismo que también dice su título: la literatura —y no otra cosa— es la «parte del fuego».
El lenguaje extiende así su soberanía sobre aquello que ha sido nombrado, y a la manera de un incendio, una combustión capaz de arrasarlo todo: todo desaparece en el habla que lo nombra, se reduce a ello y sin nombre, nada existiría; todo se apresura pues a hundirse en una ausencia irremediable. La literatura como vehículo, es lenguaje, prolonga ese mismo movimiento de un modo sorprendente: sus palabras, como todas, hacen la ausencia, pero ellas mismas prolongan más lejos aún su movimiento y quieren hacerse ausentes, ser esta misma ausencia. Y tal vez llegan a serlo en la obra de todos aquellos que han llevado esta labor hasta su extremo, pero con el resultado —quizá decepcionante, pero ahí estará el misterio de su gloria— de que, en lugar de la ausencia total, una y otra vez y de múltiples maneras, sólo tienen la presencia de esa misma ausencia así creada. Es decir, la «parte del fuego» —la literatura—, que es
1 Publicado en España por la editorial Arena (2007). 2 Según Blanchot, la literatura amenaza la identidad del ser humano y para evitarlo es necesaria la desactivación del desafío literario.
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lo que desaparece, a su vez, en cuanto a que apunta a aquello que desaparece, es lo que no puede desparecer jamás o —lo que es lo mismo— algo imposible que no puede dejar de aparecer. En ese juego de contrarios, tan propio del taoísmo o la literatura, la ciencia de la palabra demuestra no poder desvincularse del principio de incertidumbre de Heisenberg y afirma lo que niega al mismo tiempo, correlaciona la tesis y la antítesis perturbando el modelo original, creando — por tanto— su propia versión. La vida, como las palabras, está llena de relaciones indeterminadas. Pocos teorizan a cerca del Lenguaje como ente propio, un caudal poderoso y múltiple que busca —desde tiempos inmemoriales— su cauce; pensar en el lenguaje como emisor y mensaje nos convertiría a nosotros en avatares de algo muy superior a nosotros, aquello que creemos utilizar para comunicarnos y se expresa a través y más allá de nosotros. Quizá no alcanzamos a ser el pirómano, ni siquiera el fuego; y somos esa minúscula parte, la «parte del fuego» que es sacrificada en pos de la verdadera y perdurable expresión.
Ser esa sublimación de la literatura que desaparece, la ínfula finita, el abnegado soldado, es concebirse como mortal cobaya frente al mundo y sus misterios, una reducción moral e intelectual que, de llevarse a cabo en nuestra especie, sería más justa con todo lo demás y haría del mundo y el universo, lugares más sostenibles, seguros y prósperos. Si hablamos del calor y la luz, de la sombra y la ceniza, de la danza, de la muerte, estamos hablando del fuego. Pero no de un fuego que es resultado de la combinación de elementos físicos —aunque este se reconozca y perciba de la misma manera—, no de un fuego provocado, controlado, sino del fuego primordial, salvaje, que arde y se propaga
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desde mucho antes que el ser humano se arrastrara por la tierra, el fuego místico, universal, análogo a todas sus «formas» y todos sus estados, el fuego de la vida. Del mismo modo que una rosa puede provocar la felicidad, pero también herir y hacer sangrar, el fuego físico cumple ese canon natural de ambigüedad, sigue el patrón de equilibrio entre el bien y el mal y su deliberado uso complementa esa ponderación de fuerzas naturales. El fuego puede carbonizarnos y acabar con nosotros, pero también ayudarnos a sobrevivir con su calor y ser un arma defensiva. Somos fuego. En nuestro cuerpo contenemos los elementos necesarios para provocar ese atávico baile de las llamas3 .
La arquitectura del fuego y su comportamiento están delimitados por las demás fuerzas de la naturaleza, ¿pero qué ocurriría si su coreografía, la causa de su efecto, fuese definitivamente su albedrío?
¿Qué ocurre si el fuego no se provoca, sino nace? ¿O si el fuego no quema, se alimenta? ¿Qué ocurre si el fuego es un ente propio como el lenguaje? ¿Qué ocurre si no se propaga, sino se reproduce?
Quizá, el nuestro, es el lenguaje del fuego. Una retórica dinámica y constante, como todo cuanto existe. ¿Qué parte de nuestras vidas estamos dispuestos a sacrificar para salvaguardar los tesoros fundamentales? ¿Desde qué parte del fuego poetizo? Si amar es ese fuego inextinguible, querer arder, inmolarse por el otro, avivemos esa «parte del fuego» y que se produzca el milagro.
3 Véase «combustión espontánea».
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Cristina Bodegas huelga
Año tras año, el fuego asola nuestro patrimonio natural, causando importantes daños a nuestro medio ambiente, y en muchas de esas ocasiones, causando importantes daños patrimoniales y personales. En 2012 se produjeron cerca de 15.902 incendios, quemándose 214.489,50 hectáreas, de los que 38 fueron calificados como “grandes incendios forestales” ya que superaban las 500 ha y en el 60% de los casos afectaron a espacios naturales protegidos. En 2013, se produjeron 11.518 incendios que arrasaron 70.252,53 hectáreas, y de los que 17 fueron considerados como “grandes incendios forestales”. Y en 2014, se registraron más de 9.600 incendios, de los que gracias a las condiciones meteorológicas de ese año, solo 7 llegaron a alcanzar las 500 hectáreas, viéndose afectadas 46.158,98 hectáreas, por lo que es considerado el mejor año de la última década.
2010, el 55% de los incendios fueron intencionados, llegando a identificar a sus responsables solo en el 1,5% de los casos. ¿Cuál es la respuesta de nuestro sistema ante este problema?
Nuestro Código Penal recoge de manera genérica el delito de incendio, y así castiga al que provoque un incendio que comporte un peligro para la vida o la integridad de las personas, con la pena de prisión de 10 a 20 años (art. 351). A continuación, entra a regular los delitos de incendios forestales, y así los que incendien montes o masas forestales serán castigados con la pena de 1 a 5 años de prisión y multa de 12 a 18 meses, aunque cuando exista riesgo para la vida de las personas, se aplicará la pena privativa de libertad prevista en el delito de incendio genérico al que hacíamos referencia anteriormente y además la pena de multa. Cuando no hay propagación del incendio, a pesar de la voluntad del autor, el art. 354 prevé que la persona sea castigada con la pena de prisión España es el país de Europa que más se ve de 6 meses a 1 año, y multa de entre 6 y 12 meses. afectado por los incendios. Aunque quizás lo más preocupante sea que, según organizaciones como La reciente y polémica entrada en vigor de la reforma WWF y Greenpeace, la mano del ser humano está del Código Penal el pasado 1 de julio introduce en esta detrás del 96% de los incendios, y entre 2001 y materia una importante novedad, y es que cuando los
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incendios forestales sean de especial gravedad, la pena de prisión se impondrá entre los 3 y los 6 años y de multa de entre 18 a 24 meses, recogiendo a su vez a las circunstancias que han de concurrir para su aplicación: a) que afecte a una superficie de considerable importancia; b) que se deriven grandes o graves efectos erosivos en los suelos; c) que altere significativamente las condiciones de vida animal o vegetal, o afecte a algún espacio natural protegido; d) que el incendio afecte a zonas próximas a núcleos de población o a lugares habitados; e) que el incendio sea provocado en un momento en el que las condiciones climatológicas o del terreno incrementen de forma relevante el riesgo de propagación del mismo; f ) o cuando se ocasione un grave deterioro o destrucción de los recursos afectados. Pero además, la reforma elimina la posibilidad de que este tipo de asuntos sean juzgados por Tribunales de Jurado, lo que era considerado por la mayoría de profesionales como totalmente inapropiado, ya que este tipo de asuntos tienen una compleja instrucción, y una amplia prueba testifical y pericial, lo que hacía para quienes son legos en derecho una ardua tarea que acababa en ocasiones en decisiones y valoraciones erróneas. “¿Cuál es la motivación del autor de un incendio?” - Siempre que conocemos que un incendio es provocado, nos asalta esta pregunta. Según las estadísticas los motivos que llevan a una persona a provocar un incendio son muy variados, ya que hay autores que tienen algún tipo de trastorno que les hace disfrutar con el fuego o el despliegue que ello provoca, hay quien busca la venganza con un vecino, la regeneración de los pastos, la limpieza de las fincas, espantar animales, hasta quienes los causan por imprudencias graves como lanzar pirotecnia sin tener conocimientos para ello, tirar colillas mal
apagadas, realizar hogueras fuera de los lugares destinados al efecto, etc. Aunque en la mayoría de los supuestos, todas estas motivaciones tienen un mismo motor, que no es otro que el “económico”. A pesar de la regulación que hace nuestro sistema, la sensación que uno tiene cuando profundiza en las sentencias sobre estos hechos y compara las condenas con las estadísticas de los incendios, es la de que impera la “impunidad”. Se viene a reconocer que solamente 4 de cada 1.000 autores de incendios son finalmente condenados por estos delitos. Solamente, 571 personas fueron condenadas por provocar incendios forestales entre 1995 y 2006, y es que hay muchos supuestos donde las causas del incendio no están claras, o si lo están, no se puede determinar al culpable, por lo que los atestados acaban siendo archivados. Si bien es cierto que hacía falta un endurecimiento de las penas previstas para estos delitos, y que hay que seguir trabajando por mejorar la eficiencia de las investigaciones, por sí solo no es suficiente, ya que ni siquiera esta regulación cumple con la función “disuasoria” para la que se confeccionó. En mi opinión, y así vienen reivindicando los distintos grupos ecologistas, la solución pasa por trabajar en la “prevención”, siendo considerada la herramienta más efectiva en la que se ha de impulsar desde las Administraciones Públicas. Esta actuación gira en torno a tres pilares fundamentales: el mantenimiento y conservación del monte limpio, limitando
21 el exceso de vegetación seca, ya que contribuye a la propagación del fuego, haciéndose necesario el desarrollo de modelos selvícolas; una vigilancia que permita una actuación inmediata; y sobre todo la “sensibilización”, de modo que todo el mundo entienda cuáles son aquellas conductas negligentes o no que pueden causar un incendio, y cuáles son las consecuencias para todos. Probablemente esta prevención y sensibilización deba de realizarse en mayor medida en el ámbito rural, ya que tradicionalmente se ha usado el fuego como medio para la regeneración de pastos, por lo que se hace imprescindible impulsar un cambio en el hábito del uso del fuego en este medio. No quiero finalizar sin referirme a la nueva normativa de Montes, y es que ante este escenario, no deja de sorprenderme como mientras se anuncia a bombo y platillo el endurecimiento de las penas de este tipo de delitos, asistimos perplejos a la aprobación de la nueva Ley de Montes, con la que se abre la puerta a la especulación de terrenos quemados por
incendios. Mientras que con la anterior legislación del año 2006, estos terrenos no podían ser recalificados hasta transcurridos 30 años desde que tenía lugar el incendio, con la nueva regulación serán las propias Comunidades Autónomas las que decidan la recalificación de estos terrenos calcinados, de forma inmediata y sin plazo mínimo, siempre que “existan razones imperiosas de interés público de primer orden”. Sin duda, una reforma inquietante e innecesaria, que siembra el temor de que comience el caos en nuestros montes, y que en mi opinión desprotege nuestro medio ambiente, en lugar de protegerlo, abriendo la puerta a que se pueda realizar cualquier tipo de proyecto urbanístico
en nuestro suelo forestal, sin necesidad de que estuviese previsto con anterioridad a que se produzca el incendio. Todos debemos colaborar en prevenir, alertar y sensibilizar contra los incendios, ya que los daños causados al medio ambiente son irreparables, siendo necesarias décadas hasta que las zonas devastadas vuelven a regenerarse. Y ahora además, no debemos perder de vista cómo afectará a nuestro medio ambiente la nueva Ley de Montes.
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HEBERTO DE SYSMO
Un niño pobre, observa a través del ojo de una cerradura, una gran comilona de personas pudientes. Así comprueba la insultante opulencia, ambición, desenfreno. El hartazgo, las drogas, el sexo. La tiranía del poder. La hipocresía, la crueldad y la soberbia. Muy abatido, el niño se marcha de allí entonando una plegaria.
IGNIS FUEGO Hablante lírico 2 (Voz infantil)
Manifiéstate, acude a los rituales de esta noche inacabada. Concede el privilegio de tu baile a los adoradores de tu germen. En ti, los atavíos de una Estrella son luz, sublimación de son y viento. Te invoca el hombre en llamas. Arde para ser culmen del propósito de aquellos que festejan tradiciones, quema sus impurezas y sus miedos demuestra tu naturaleza extraña. Nadie agradecerá tu nacimiento, no quedará de ti ningún rescoldo por más que dignifiques la ceniza.
Poema inédito (Lágrimas traveseras, Heberto de Sysmo)
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Mariano F. Urresti
/FUEGO AMIGO/
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Cambian los tiempos, mudan las costumbres, regresan usos antiguos presentados ahora como vintage, e incluso viejas ideas tenidas por obsoletas y a las que nadie prestaba atención irrumpen en las televisiones y en la vida pública como novedades salvadoras. El hombre en la encrucijada necesita que lo pastoreen. En tiempo revuelto, florecen los Mesías. Todo cambia. Eso ya lo dijo Heráclito hace mucho tiempo, y consideró entonces que el fuego era la forma arquetípica de lo creado. El fuego, advirtió el filósofo griego, es capaz de cambiar la naturaleza de las cosas mientras agita su propia esencia en el baile de sus llamas. El fuego resulta seductor, hipnótico, evocador de ritmos tribales. Pero a la vez ha sido el arma empleada por la intolerancia frente a la heterodoxia, al libre pensamiento, especialmente en el mundo occidental situado a la sombra de las faldas de la Iglesia. Resulta curioso como un elemento transformador se ha convertido tantas veces a lo largo de la historia en el arma empleada por quienes no admitían cambio alguno. Retorciendo en su favor las alusiones bíblicas a la Gehena, que no era sino el estrecho valle de Hinón situado al sur y suroeste de Jerusalén donde antiguamente algunos reyes de Judá habían practicado la idolatría, aseguraron que también Jesús amenazó a los pecadores con el fuego eterno. En realidad, ninguno de los exegetas estuvo presente en el momento en el que se pronunciaron esas palabras, si es que realmente se pronunciaron alguna vez. La intolerancia en ese gremio viene de antiguo. Un ángel de Dios expulsó a Adán y Eva
del Paraíso amenazándoles con una espada flamígera; los cátaros fueron ajusticiados en el Campo de los Quemados, al pie de su última fortaleza, Montségur; Jacques de Molay, último gran maestre del Temple, fue devorado por lenguas de fuego en la Isla de los Judíos, en el corazón de París; decenas de mujeres anónimas acabaron en la hoguera tildadas de brujas por guardar la memoria del culto ancestral a la antigua Diosa… El fuego, que siempre fue motor de cambio, se empleó como amenaza, para impedir que nada cambiara. En cambio ahora, todo cambia, y muy rápido. La música se consume, no se escucha; los líderes políticos son desechados al poco de pronunciar su primer discurso; los hábitos electorales son impredecibles; lo nuevo se torna viejo mientras lo viejo se ofrece en los escaparates como nuevo; el consumidor jamás logrará comprar el último modelo de teléfono móvil, pues cuando crea haberlo logrado, otro habrá irrumpido en el mercado… Y mientras tanto, pasa intacto ante nosotros el verdadero sentido de la vida. Porque personalmente no tengo la menor duda de que esta vida tiene un sentido. Puestos a hablar de fuego, podría pensarse en una verdadera “llama de amor viva” por descubrir. Tal vez esté haciendo falta un buen fuego en la encrucijada en la que nos encontramos. O quizá no sea preciso, porque a lo mejor ya nos estamos quemando y transformándonos sin advertirlo en un fuego amigo.
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FUEGO SUSANA HERRERA
Me han pedido mis amigos de Sede Asociación que les escriba una historia, relato o artículo que tenga relación con el fuego. Tenía pensado crear una leyenda que se desarrollase en la mágica Noche de San Juan, seguramente la más representativa del fuego en nuestra sociedad. Pero este número me ha coincidido con una serie de preocupaciones que hacen que mi mente se obstine en pensar en ellas no dándome tregua ni un instante. Así es imposible imaginar y plasmar en el papel nada que valga la pena. Siento rabia e impotencia. Me hubiese encantado contar una historia bonita que dejase al lector un buen sabor de boca, porque además el tema en cuestión (“Fuego”, en el sentido amplio) abre un gran abanico de posibilidades. Sin embargo, en estos momentos, esa palabra lo único que me sugiere es incendio, cenizas, destrucción. Y no quisiera escribir una historia con connotaciones tristes. No me parece oportuno. He comenzado estos días dos historias diferentes. No voy a desvelar de qué iban, porque a pesar de que me veo incapaz de continuar con ellas ahora, tengo la sensación de que pueden ser buenos relatos para escribir más adelante. Así que las dejaré en el baúl de los asuntos pendientes. Para cuando mi cerebro quiera ser más optimista y
deje de ver tantos nubarrones en el horizonte. Así que voy a aprovechar este artículo para hacer una especie de auto-terapia. Quizá sea beneficioso para mi estado de ánimo escribir sobre lo que siento, soltar las preocupaciones compartiéndolas un poco con quien tenga la paciencia de leer esos párrafos. No os asustéis, no voy a deprimiros también a vosotros, que seguramente tendréis vuestros propios problemas y agobios. Simplemente os propongo una actividad: Echemos en una hoguera imaginaria todo aquello que nos perturba, que nos deprime, que nos hace daño. Dejemos que el fuego destruya todo lo negativo, aunque sea metafóricamente, para quedarnos con aquellas ideas y pensamientos que nos ilusionan y nos hacen tirar hacia adelante, día a día. Hace unos meses tuve la gran suerte de disfrutar en primera persona de una de las fiestas más populares de este país: Las Fallas de Valencia. Gran culto al fuego y por supuesto a la pirotecnia. Sería muy largo enumerar todo lo que viví y las grandes sensaciones que me produjo tanto arte, ruido, música, colorido… solo diré que regresé entusiasmada, que volveré el próximo año que tenga ocasión y que no me canso de recomendar a todo el mundo que vivan las Fallas aunque sea una vez en la vida porque merece la pena. Pero la idea con la que me quedo y que viene al caso en este artículo es que los valencianos festejan la Noche de la Cremà con sentimientos contradictorios: por un lado la gran tristeza de que es el punto final a la fiesta de ese año y que deben destruir en gigantescas hogueras esos
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ninots tan impresionantes que con tanta perfección han elaborado unos artistas durante meses de trabajo, y, por el otro, la ilusión de renovarlos para las Fallas del año siguiente. Así el espíritu festivo de las Fallas se mantiene vivo durante todo el año.
Y de ello deberíamos aprender para aplicarlo a la vida cotidiana. La idea de renovar ilusiones, sueños, sentimientos. El objetivo de “quemar” aquellos que ya no nos sirven para sustituirlos por otros que nos darán alegría o felicidad de nuevo.
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Cuando estamos tristes, nerviosos o algo nos asusta, generalmente sentimos también estremecimiento, sensación de frío y soledad. Estos últimos días me siento así (lo de sensación de frío es en sentido figurado, puesto que estamos en plena ola de calor y acabo de comprobar hace un rato que tengo unos 28 grados centígrados en mi casa, pero seguro que entendéis a qué me refiero; la soledad tampoco es en sentido estricto, afortunadamente no me siento sola). No obstante, necesito ponerme en situación para empezar a descargar tantos pesares volcándolos al fuego que acabo de encender. Al principio, mi carga es muy pesada y el fuego es pequeño. Apenas unas tímidas llamas que hacen formas diferentes según los caprichos del aire. Insisto en la idea de que siento escalofríos y empiezo a soltar las ideas que me acosan, echándolas al fuego, con reservas y cierto titubeo al principio. A medida que me deshago de algunas de esas preocupaciones, me voy sintiendo más ligera, algo más animada. Y al mismo tiempo, las llamas crecen en tamaño e intensidad. Estoy alimentando el fuego con todo aquello que para mí es una carga negativa y estoy transformando esa carga en la energía que me falta para afrontar el futuro con optimismo. Sí, porque el calor del fuego que siento cerca va haciendo desaparecer poco a poco esa sensación de frío. Algunas ideas las suelto en la hoguera con muchas ganas, con mucha rabia y plena convicción. Sin embargo hay otras que me cuesta
un poco más. Hablo por ejemplo, de las decepciones, de la pérdida de confianza en personas que hace un tiempo parecía que eran uno de los pilares de tu vida, uno de tus principales apoyos. Es algo de lo que sin duda cuesta más desprenderse. A mí me ha llevado años asimilarlo. No obstante, la vida te va enseñando quiénes están a tu lado de verdad y una vez que comprendes que lo que tú creías pilares en realidad eran lastres y una vez que te decides a liberarte de ellos, tu peso se aligera muchísimo y te das cuenta de que has tomado la decisión correcta. Nunca es tarde para hacerlo. A estas alturas mi hoguera alcanza ya un tamaño considerable y a mí me ha desaparecido la sensación de frialdad. El peso sobre mis hombros se ha reducido bastante y me siento más llena de energía y vitalidad. Aunque aún debo seguir tirando más a la hoguera. Recuerdos… sí, también hay que liberarse de ellos. Algunos duelen mucho y no vale la pena conservarlos. Pensamientos, sentimientos… ¿para qué empeñarnos en que sigan aquí cuando nos hacen daño? Volviendo al simil de las Fallas, deberé deshacerme de ellos para sustituirlos por otros nuevos, más actuales. Otros que me ilusionan de cara al futuro. Esto no significa que vaya a renunciar a todo mi tiempo pasado, pero voy a ser selectiva y a conservar solo aquella parte que me hace feliz y que en vez de aplastarme me hace volar. Me acabo de dar cuenta de algo positivo: es mucho mayor la parte de recuerdos y sentimientos que me quedo conmigo que la que he tirado al fuego. Parece que mi terapia funciona, puesto que ahora
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en la balanza se impone el optimismo cuando antes de encender el fuego era el pesimismo quien ganaba la batalla. Me voy sintiendo mejor, mucho mejor. Tanto que de repente me doy cuenta de que no estoy sola junto a esta hoguera. Seguramente no he estado sola en ningún momento, pero es ahora, libre de la mayoría de las pesadas cargas que llevaba a mi espalda, cuando veo a quienes tengo a mi alrededor, que me sonríen y tienden las manos. Quienes me besan, me abrazan y me repiten una y otra vez que no estoy sola. Que me aseguran que todo saldrá bien. Porque al final todos necesitamos de alguien que nos diga eso alguna vez: “Todo saldrá bien”. Y sin exceso de cargas se avanza mejor. El fuego se ha consumido ya. Me quedo sentada en el suelo, mirando las cenizas. El problema más grande puede reducirse a eso si hay voluntad. Ahora lo he entendido. Solo hay que luchar y no darse jamás por vencido. Sin duda, en la vida, serán varias veces las que debamos encender hogueras. Pero siempre habrá quien nos ayude a alimentarlas. Gracias, mi amor, por tu apoyo incondicional. Por tu paciencia y por enseñarme a ser paciente. Y por enseñarme también a ver la claridad por detrás del humo cuando el fuego es demasiado grande. Cuando no puedo abordarlo yo sola. … “a Óscar”
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“Deja ya de hablarme del fuego. Arde de una vez. Hueles a esperpento, sociedad y rituales de supervivencia. Necesito tu fuego, tu auténtico fuego y no el que huye del Infierno”. Livarnikan (Ángel prófugo)
-1La madrugada del 23 de Junio de 1980, aterricé en Zaneh, la isla más pequeña del llamado archipiélago de los vientos; un conjunto de 23 islas que se encuentran en medio del misterioso océano del fuego negro. El motivo que me llevó hasta allí fue una carta, cuyo remitente era Pemble Heguentor, un viejo amigo, del que no sabía nada desde la adolescencia. Siempre fue un tipo muy solitario. Dotado de una gran sensibilidad y una creatividad fuera de lo común. Por esas extrañas razones que el destino elije, nuestras vidas se unieron y eso nos permitió compartir un increíble universo de proyectos, sueños y utopías. Pero un día, desapareció y jamás supe nada más de él. Hasta esa fecha. Tengo que admitir que al principio dudé un poco y apunto estuve de romper la carta. Pero esa misma noche, tuve una extravagante pesadilla en la que apareció Pemble, tal y como lo recordaba; adolescente, lleno de vida… llamándome con aquella sonrisa aventurera. Al despertar, me sentí invadido por una poderosa necesidad; la de acudir apresuradamente a la cita. Y así lo hice. En la carta iba incluido el billete de ida y vuelta… para el mismo día. Según Pemble, 24 horas, bastarían para que yo pudiese descubrir, vivir y entender la experiencia que me esperaba en aquella isla. Experiencia, que hoy día, un año después, vuelve a mi memoria como una interminable pesadilla, cuyo final, según Pemble, llegaría cuando el mundo entendiese el verdadero misterio. Me recibió con un poderoso y largo abrazo. Me miró a los ojos. Los suyos brillaban. Después me llevó hasta la entrada de una cueva. Delante de nosotros iluminaban el camino dos personas con antorchas. Mientras parecíamos descender hacia las entrañas de la tierra, comencé a escuchar sus palabras. Apasionadas… e increíbles. -Aprende a arder- me dijo al entrar. Me estremecí. Igual que ahora.
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-2Mi entrañable amigo. No digas nada. Sólo escúchame. No hay mucho tiempo. Todo lo que vas a oír y ver, es producto de más de veinte años de investigaciones. Al fin, el misterio necesita rebelarse contra el mundo. Es imposible mantenerlo más en la oscuridad. Todo es una gran mentira. Sólo hay una forma de mostrar la verdad.Y esa forma está aquí, en esta isla. Olvida todo lo que sabes. Las palabras. Los conocimientos. Las experiencias vividas. Nada es. Nada sirve para absolutamente nada. Todo lo creado hasta ahora, todo lo que ha sido creado hasta ahora, es completamente falso. Así que olvídalo todo y céntrate en experimentar lo que voy a mostrarte. Lo que vas a ver es el principio del todo. La razón primera. Nada de lo que el hombre ha investigado hasta ahora sirve para nada. Son solo pequeños fragmentos del miedo humano. Nada más. Escúchame con atención; agua, tierra, aire y fuego… Si, son los cuatro elementos. Los pilares. Los principios elementales tal y como los
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conoce la humanidad; aunque en realidad deberíamos decir, tal y como ellos mismos han dejado que la humanidad los conozca, porque, mi querido amigo, ninguno de ellos es en realidad como lo conocemos. Sí, ninguno de los elementos tiene en realidad la naturaleza que la humanidad ha conocido, estudiado, descompuesto y… manipulado a su antojo para hacer, deshacer y destruir. Porque, ¿y si te dijese que el estado del agua no es el que ves, ni el que puedes beber o utilizar para bañarte, regar o lavar tus platos? ¿Y si el viento, no es en realidad esa fuerza invisible que es capaz de crear lo que la humanidad llama tormentas, ciclones o tempestades? ¿Y si la tierra… sí, la tierra, o al menos eso que llamamos tierra, no es en absoluto lo que nuestros ojos han visto hasta ahora? ¿Y si te dijese, que ni siquiera el fuego, el poderoso fuego, es en realidad esa imponente fuerza candente que todos conocemos? Sí, mí sorprendido amigo. Así es. Ninguno de los cuatro elementos, son lo que hemos visto y aprendido hasta ahora. Porque lo único que hemos podido entender de ellos, es lo que ellos han dejado que veamos. Sí. Ellos nos han dejado conocerlos. Estudiarlos y manipularlos, una y otra vez, dejando que paseásemos por sus continentes, que probásemos sus sabores y ejecutásemos sus fuerzas… y así conocer cada uno de nuestros rincones, ahondar en nuestras miserias, caminar por nuestras cavernas para conocerlas al milímetro, saber a qué olemos, qué sentimos, qué pensamos, cómo existimos, en definitiva, cuánto miedo y cuánta ignorancia nos invade, solo para una
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cosa; engañarnos, dejarse amar por nuestro vacío y después… ¡¡Dominarnos!! Y te preguntarás el por qué de ese estúpido motivo, te preguntarás qué podrían necesitar de nosotros esos cuatro elementos… ¿Quieres saberlo? Antes de que tengas la experiencia más reveladora de tu vida, te aclararé algo más. Algo que también es erróneo y no pertenece a la verdad. Porque si esa es la información que los elementos han dado a la humanidad, es de esperar, que la mitología, la fantasía, la ciencia ficción y la ignorancia de la humanidad, hayan creado a sus seres equivocados. Sí, errores. Seres de agua que pueden dominar el líquido elemento, seres mezclados con la misma tierra, o con el poder de los vientos, capaces de dominar las tempestades… Olvídate de todo eso, mi querido amigo. Eso sólo es el esperpento de la verdad, la danza que permiten los auténticos poderes. El baile de máscaras donde ellos marcan el baile… y en este caso, el baile, es, lo que vas a descubrir. Lo que vas a experimentar. El agua, la tierra, el viento y sobre todos ellos, vas a descubrir la verdad… del fuego. Observa… -3De pronto, me cegó un fulgor naranja. Al instante, brotaron miles de fragancias que invadieron mi mente. Un poderosa ráfaga de aire (o eso creí), me elevó por los aires. Intenté entender, buscar a mi amigo, pero… En unos segundos todo era… energía. Energía. -4No puedo explicar lo que sucedió a continuación. Durante un tiempo indefinido, estuve vagando por diferentes estados. Pasé del frío al calor. Sentí la presencia del agua, dentro de mi cuerpo, hasta el punto de experimentarla como algo ajeno a mí mismo. Paladeé el sabor, el hechicero sabor de eso que llamamos tierra. Intenté abrir los ojos, pero… no podía definir si estaban, si seguían allí existiendo junto a las otras partes de mi cuerpo, porque, de pronto, comencé a sentir cómo todo lo que yo
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era, iba esparciéndose, deshaciéndose en millones de átomos que iban cubriendo aquella inmensidad oscura donde me encontraba. Y cuanto más me descomponía, cuantas más partes iban surgiendo de mí mismo, algo, una descarga, un fogonazo, comenzó a recorrer todos los átomos que eran yo mismo, fundiéndose… Fundiéndose… como lava ardiente… fuego… fuego… Y de pronto, la voz de mi amigo Pemble resonó en algún lado de mí… -Aprende a arder-5De pronto me sentí observado por millones de ojos. Me sentí expuesto en medio de un gran vacío. No podía definir qué era exactamente yo. Podía sentirme uno y al mismo tiempo infinitos otros, esparcidos por esa inmensidad, hasta que una parte de mí, que ocupaba un punto a una distancia incalculable de mi otro yo más próximo, logró ver… Ver… Y entonces vi la fusión de todos los elementos, manifestándose en un solo cúmulo de energía. Vi, como jamás lo había visto, como eran en realidad. Vi su verdadera forma, su verdadera esencia… Ante esa parte de mí, suspendida en algún lugar del vacío, se erguían fuerzas indescriptibles, salvajes, puras, rebeldes y anárquicas; que se movían y se comportaban sin ninguna ley, pero con todas ellas al mismo tiempo. Vi, las manifestaciones de una existencia indefinible, incapaz de ser dominada por ningún poder, porque ellas mismas lo poseían. Vi la nada. El todo. La creación de los elementos y la fusión constante de todos los principios, moviéndose a una velocidad tan violenta, que me sentí atrapado en su vorágine…
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Y a su alrededor… Compartiendo esa danza parturienta… …se movía, ardiente, un inmenso mar de fuego… fuego… fuego creador… Fuego que fusionaba uno a uno todos los elementos y todas las esencias que navegaban aparentemente perdidas a su alrededor. Y entonces me sentí atrapado por aquella visión. Aquella parte de mí, se sintió atraída, arrastrada hacia la furia ardiente de aquel fuego purificador, que protegía, custodiaba y al mismo tiempo, transformaba todos los elementos, moviéndose brutalmente, como en una danza infinita, llenándome de… Y entonces… …ardí… -6Cuando desperté, me encontraba sentado en la butaca del avión. Me encontraba aturdido, con un amargo sabor de boca. Antes de que pudiese entender, una de las azafatas me entregó un sobre con el nombre de mi amigo. Lo abrí apresuradamente. Esto es lo que decía: “Mi querido amigo. Ya lo has hecho. Lo has conseguido. Lo que has vivido es sólo el principio de tu nueva existencia. Lo que has experimentado, te dará la explicación a todo lo que quieres saber. Pero no ahora. Es muy posible que las respuestas vayan llegando despacio. A veces, de una forma sutil. Otras, salvajemente. Algunas, lo harán de manos de la belleza más increíble que hayas visto jamás. Otras, del modo más… violento. Eso no importa ya. Lo esencial es que has conseguido traspasar uno de los límites, una de las membranas del conocimiento. Has logrado deshacerte de aquello que te impedía ver…ver… Has ardido… Ahora, solo tienes que esperar. El momento llegará. Los elementos, la energía condensada, se manifestarán un día. Desconozco cuál será, pero sucederá porque así está escrito el destino de la creación. Gracias por todo. La llama existe”.
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Ilustraciones: Mar ortiz/pecasenlamirada.com
-7Cuando terminé de leerla, sentí un extraño estremecimiento por todo mi cuerpo. Inmediatamente, miré a mi alrededor. Mis ojos no veían de la misma forma que antes. Una extraña llama parecía hervir dentro de ellos. Sentía que había en mi interior un fuego poderoso, tan destructivo como purificador. Un fuego que me volvía a llevar hasta los límites de aquel vacío, donde… ahora, entre brumas, puedo recordar que aquellos ojos, aquellos millones de ojos que me observaban, eran en realidad… otros seres, otras llamas, otras existencias llegadas desde todos los rincones del vacío, que como yo, habían traspasado su propia membrana y esperaban a que un átomo más, se uniese a su danza, creando un nuevo destino para la verdadera existencia. Respiré profundamente. Entonces me sentí arder. Pero no por fuera. Ardí y ardí, eternamente...
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FUEGO, PURO FUEGO Fuego, puro fuego, nublando tu mirada entreteniĂŠndose en cosas cotidianas como si no hubiese pasado nada, me esquivas, me buscas, pero al final vuelve el fuego. Fuego, puro fuego, levantando tu falda, corriendo las manos por tu espalda, lo tenemos, no lo pierdas, te siento, te encuentro ya no hay espacios muertos, tampoco caminos medios, solamente fuego, puro fuego, quemando entre tus piernas, apagando la sed acumulada, sentenciando a muerte las horas de espera, porque siempre acaba mereciendo la pena. Fuego, puro fuego, en tu boca, en tu sexo, placer conocido y tendencioso, anhelo resuelto, respiro, asilo...
JAVIER PERALES
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eduardo villanueva
ANTES DE QUE TODO ARDA Quedan brasas, trazas de sombras provenientes de la lánguida sonrisa que se esconde tras tus bragas; brasas que incitan a la rebelión, que anhelan el recuerdo de un tiempo que nunca pudo ser mejor que este que ahora rememora la impronta de un adiós. Quedan brasas, y no acaban las palabras de hervir en el cuenco de tu olvido, brasas de una mirada diluida en la niebla del instante en que fuiste voz y parte del combate que llamaste huida, pues temías no hallar otra salida que no fuese adentrarse en la ruta desconocida. Quedan brasas, y antes o después, aprenderás a arder, aprenderás a apagarte, aprenderás a ser quien borró lo que fuiste, y así, tal vez, solo tal vez, olvides a quien te hizo olvidar el aprendizaje de que el incendio empieza donde arrecia el silencio.
Ilustración: Mar ortiz/pecasenlamirada.com
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