editorial El filósofo griego presocrático Empédocles de Agrigento consideraba que todo está formado por la combinación de dos o más de los cuatro elementos. Según esta teoría, agua, Aire, Tierra y Fuego darían lugar a todo cuanto conocemos. Sin embargo, Parménides de Elea, reduciría a dos el arjé (causa, origen y sustrato de todo): Fuego y Tierra. Ambos tienen en común el elemento que nos ocupa en este número. El elemento en cuestión tiene hasta siete acepciones en el María Moliner -perdonen si no ponemos como referencia la RAE, pero siempre nos ha parecido más avanzada la Moliner-. Astrológicamente, este elemento agrupa a Tauro, Virgo y Capricornio bajo su influencia. Astronómicamente, podríamos decir que es el quinto planeta más grande de los ocho que componen el sistema solar. A estas altura creemos que será más que evidente que el elemento tierra será protagonista absoluto del nuevo número. Muchas han sido las civilizaciones que han tenido como uno de los cultos principales el culto a la tierra, la Madre Tierra. Los mitos nos narran que al principio solo había Oscuridad, que ésta engendró el Caos y de la unión de ambos nacieron la Noche, el Día, el Érebo y el Aire. El Día se unió con el Aire y así nacieron la Madre Tierra, el Sol y el Mar. El culto a ella siempre ha estado ligado a la fecundidad y, por lo tanto, a la feminidad. La tierra nos otorgaba todo cuanto podíamos necesitar. Era protectora, aunque también implacable. Pero llegaron nuevos tiempos y nuevos dioses con ellos. La Madre Tierra mutaría en nuevas deidades en las que, a duras penas, se vislumbra su origen. Ya en nuestros días, la Madre Tierra dejará su papel de deidad para acabar siendo una mera expresión común utilizada para referirse al planeta tierra, como así lo recoge en su Asamblea General las Naciones Unidas, a través de la Resolución 63/278 que establece el 22 de abril como el Día Internacional de la Madre Tierra. ¿Cuál ha sido la relación entre el hombre y la tierra? “Poderoso caballero es don Dinero” nos reconocía Quevedo, que ya por aquel entonces sabía lo que movía el mundo. Hace muchos siglos que el mayor beneficio es la meta. El vil metal se convirtió en la base religiosa del habitante del capitalismo. La riqueza, principal deidad del capitalismo, llegó a fusionarse con las deidades imperantes dando lugar a cruces de maderas nobles sobre las que apoyar sufrientes de oro. Pocas cosas se salvaron de la Vorágine, y la Madre Tierra no fue menos. Si anteriormente la deidad tuvo que reciclarse para sobrevivir -aunque insípidamente en los ropajes de nuevos dioses-, tampoco se salvaría la Madre Tierra como planeta. Si se podía sacar beneficio de los recursos de la Tierra, se explotarían hasta la extenuación. Si, por el contrario, no encontráramos aliciente económico, miraríamos para otro lado sin importarnos las consecuencias. El comportamiento humano se hizo estúpido en su relación con la Tierra y le perdió el respeto. Si diosa y planeta hubiesen podido conversar en alguna ocasión, la deidad podría haberle advertido al planeta de lo mezquina e ingrata que podía llegar a ser la especie humana. Con el tiempo, los mezquinos e ingratos se dejaron gobernar por personajes desalmados e insensibles que veían la realidad a través de oropeles dorados y que nada encontraban en el verde esplendor. Recalificaciones o especulaciones eran los términos en los que esta descerebrada especie, llamada políticos, se dirigía a la Diosa. Firma de acuerdos que no se empezarían a aplicar hasta dentro de muchísimos años. No hay prisa. Pero... ¿y si la Madre Tierra tuviese otros planes? Trágame Tierra.
Diseño de portada SEDE son: Carlos Fernández Luz González Pilar Gutiérrez Pedro Ruiloba Recaredo Ruiz Silvia Saiz Juan Villegas Adrián Alcorta Conte San Emeterio Karlanny Ventura Marta Cuesta
Mar Ortiz Conte San Emeterio Coral Barcenilla Elsa Fresno Christian Valdés Cristina Pérez César Barquín Diseño y Maquetación Adrián Alcorta Mar Ortiz
Agradecimientos
Carlos Ibañez
Edita Asociación Cultural SEDE Complejo Deportivo Oscar Freire 39300 Torrelavega CANTABRIA Tel. 616 17 09 16 Las secciones que componen este número no tienen por qué tener continuidad en próximas ediciones. La asociación no se hace cargo de las ideas que los colaboradores expresen en sus secciones.
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7 Un canto de amor a la tierra natal y sus gentes más que un elogio a la revolución bolchevique, el clásico del director de cine ucraniano Aleksandr Dovzhenko ha pasado a los anales de la cinematografía soviética y mundial más por su absoluta belleza que por su “heterodoxo” mensaje político, el lirismo de sus imágenes sigue fascinando al espectador de hoy en día, muy lejos de los cantos de sirena de la época. Distanciado de las convenciones del realismo socialista y más próximo a las vanguardias europeas, Zemlya (La tierra, 1930), es la tercera parte de la denominada “Trilogía de Ucrania”, junto con Zvenigora (1928) y Arsenal (1929). En agosto de 1929, un año después de que Stalin pusiera en marcha su primer plan quinquenal, Dovzhenko planeó dedicar una película a la colectivización de la tierra como el origen de una nueva forma de vida agraria más próspera. Para ello ideó una historia muy sencilla al plantear un conflicto dramático-político elemental: el enfrentamiento entre kulaks y campesinos pro-colectivización en una aldea ucraniana. Una historia engañosamente simple que fue objeto de controversia, una línea argumental tan leve debió parecer muy ambigua a las autoridades soviéticas, que la condenaron por ser políticamente incorrecta, dado que en ella no se hacía referencia a hechos relacionados directamente con la Revolución de Octubre, sino que se trataba más bien de un drama rural sobre el compromiso social, que sí encajaba a la perfección con el sentido poético y filosófico de Dovzhenko.
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La rigurosa estilización y el afán lírico del cineasta se imponen a su instrumentalización como vehículo para la propaganda, la belleza de la puesta en escena supera a la historia, que actúa como mera excusa para trazar un auténtico poema visual, por su particular manera de filmar la naturaleza e integrar en ella a los personajes, basta recordar la célebre secuencia inicial, que Dovzhenko basó en los recuerdos de la muerte de su abuelo, donde un anciano muere plácidamente entre las manzanas, su fruta preferida, sobre la tierra que ha trabajado durante toda su vida, fertilizándola, y rodeado de su familia, donde un ordenado aislamiento de las imágenes crea un fascinante efecto tranquilizador, empleado un montaje conceptual que hace especial énfasis en la íntima conexión humana con el entorno que le rodea. La singular belleza que destilan sus imágenes, los campos de trigo ucranianos agitándose en ondulantes planos generales, los primeros planos de girasoles y manzanas, la lluvia, hacedora de vida, salpicando finalmente a éstas, la naturaleza y la humanidad armoniosamente combinadas dentro del encuadre, las inolvidables imágenes de la tierra, la vida dando a luz, madurando y cayendo, la grandiosidad de los cielos, hacen de esta película un canto sobrecogedor. La bucólica recreación del ciclo de la vida y los paisajes infinitos no invalidan su evidente hálito revolucionario pero mientras en Occidente se la aclamaba como una de las grandes obras de la historia del cine, su acogida en la Unión Soviética fue bastante fría por parte de algunos intelectuales bolcheviques, que la tildaron de “derrotista”, hecho que influyó para que el órgano de censura suprimiera varias secuencias de la película, lo cual no resta emoción a una obra tan imprescindible como icónica.
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Zemlya representa un extraordinario poema, capaz de resistir el paso del tiempo, una visión tremendamente conmovedora de la vida campesina, que ochenta y cinco años después de su realización aún nos sigue fascinando por su formalismo preciosista. Influenciado en el montaje por sus grandes contemporáneos, como Sergei Eisenstein, Dziga Vertov o Vsevolov Pudovkin, pero a diferencia de ellos Dovzhenko no pretende ser intelectual ni narrativo, sino espiritual. La grandeza de Zemlya no reside pues en su épica, sino en una puesta en escena telúrica y casi panteísta.
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11 ¿Cuántas veces hemos dicho que nada vence a las fuerzas de la naturaleza? ¿O cuántas otras hemos sucumbido ante amenazas que se perpetraban inexpugnables? Si bien la raza humana como especie se considera a sí misma como la más desarrollada del planeta y quizá del cosmos, el ser humano, al ser analizado de manera individual no coteja esa misma grandeza. Y es que nadie duda a día de hoy acerca del potencial físico o mental de que dispone cualquier persona, sin embargo, todas esas virtudes pueden venirse abajo tras un desengaño, una pérdida o un accidente; si hay algo que diferencia a las personas ganadoras y plenas de las perdedoras y frustradas, es la voluntad. Según el diccionario, la definición de la palabra «voluntad» significa algo así: «La palabra voluntad proviene del latín voluntas, voluntātis (verbo volo = ‘querer’, y sufijo –tas, –tatis = ‘–dad’, ‘–idad’ en castellano), y consiste en la capacidad de los seres humanos y de otros animales que les mueve a hacer cosas de manera intencionada. Es la facultad que permite al ser humano gobernar sus actos, decidir con libertad y optar por un tipo de conducta determinado. La voluntad es el poder de elección con ayuda de la conciencia».
claridad y brevedad, de hecho, les basta con tan sólo un renglón, que la miseria y el hambre en el mundo fueron las principales consecuencias de la instauración del imperialismo. Un «daño colateral» dirían ahora, algo que muchos se esforzaron en aplicar y muy pocos en erradicar. Esa aplicación de un modelo de prosperidad económica dictatorial y violento, además de haberse arraigado, causa lo que llamamos «Tercer Mundo». Una parte de la humanidad disfruta el lujo y la gula, mientras que la otra subsiste en condiciones infrahumanas. Con esa realidad, aceptada por todos, convivimos. Aunque, por suerte, algunos seres humanos se resisten a asumirla y luchan contra ella protagonizando heroicas gestas que, además de asombrarnos, deberían ridiculizarnos e instarnos a imitarles.
En el Sahel, una región al norte de Burkina Faso, hace más de cuatro décadas que el desierto del Sáhara comenzó una desertificación progresiva procedente de Mali que amenazaba seriamente las condiciones de vida de sus pobladores. Si ya de por sí era complicado sobrevivir en esta zona debido a la pobreza, la escasez de recursos o la impunidad frente a la violencia de algunas sociedades del terror, a ello había que añadir la imparable expansión de un desierto que crecía y Por tanto, advertimos rápidamente que una de las graves crecía provocando el éxodo masivo de las regiones carencias de las que adolece el ciudadano moderno, del noroeste del país. sin duda, es la voluntad; la persistencia, el empeño o la entereza, son factores importantísimos también, pero en Yacouba Sawadogo era un humilde agricultor de todo caso se adscriben al motor principal de todo acto, apenas treinta años; afectado por las dramáticas la voluntad. consecuencias de la desertificación en su pueblo, pensó la forma de combatir esa tragedia paulatina Se dice que en la actualidad, la voluntad individual de con sus propias manos. Mientras los demás huían, cualquier ciudadano, se disuelve y desaparece frente a los Sawadogo decidió probar suerte utilizando una intereses del sistema; se dice también que los medios de técnica de agricultura, ya en desuso, denominada comunicación —y de qué manera— influyen notoriamente «Zaï». Dicha técnica consistía en excavar agujeros en la conciencia de las personas y las condiciona directa en la tierra de veinte centímetros de profundidad, o subliminalmente; el diseño de nuevas —y terribles— en su interior se depositaba estiércol y compost al drogas de laboratorio que, nadie sabe cómo, se lado de la semilla que se pretendía germinar. Tras “comercializan”; y es que, anular la voluntad de un ser tres largos años de perseverancia y una considerable humano es convertirlo en marioneta, en esa dirección extensión de tierra cultivada, llegó una temporada camina la siembra del capitalismo, del imperialismo, un de lluvias que duplicó el resultado de las cosechas, escenario demasiado atractivo para aquel que pretende con el tiempo, incluso se multiplicó por cuatro. controlar el guiñol de la vida. Yacouba, lejos de regocijarse tras su éxito, decidió —entonces más que nunca— que esta técnica Los libros de Historia Contemporánea informan con total podía mejorar considerablemente la vida de sus
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compatriotas. Así que sin dilación, y teniendo en cuenta la envergadura del gigantesco desierto, fue consciente de que necesitaba ayuda y recorrió en moto todas las ciudades que, por su ubicación geográfica, eran susceptibles de sufrir el avance del desierto con la única misión de enseñar a los vecinos de la zona, tanto el éxito de sus técnicas como su forma de aplicarlas. Este hecho hizo que los beneficios de una técnica actualizada como el «Zaï» se viesen incrementados y con ellos, la calidad de vida de los burkineses. Uno de los factores por los que se dice que fue actualizada esta técnica, es la plantación de árboles, de esta manera, sus profundas raíces mantienen por más tiempo la humedad en el terreno, un terreno que debe soportar, durante su estación más seca, el llamado «harmatán»: un viento continental proveniente del nordeste sahariano que “literalmente” seca la tierra. Hoy, tras cuarenta años de lucha contra la naturaleza, Yacouba Sawadogo tiene casi setenta años y la satisfacción de ser uno de los benefactores más populares de su tierra, una tierra a la que nunca abandonó y por la que luchó sin importarle su propio sacrificio. Después de cuarenta años aguantando que lo llamaran loco, enfrentando su cuerpo y su mente al sol, a la lluvia, al viento, la obstinada tarea llevada a cabo por Sawadogo ha vuelto fértiles más de tres millones de hectáreas de tierra estéril, trayendo consigo mayores ingresos económicos para los agricultores, además de poner freno al éxodo rural y fortalecer el nivel de autosuficiencia alimentaria de las zonas reforestadas. ¿Cuántos Yacoubas conocemos en nuestro entorno? A lo largo de nuestra vida, ¿cuántos locos se convertirán en héroes sin que les hayamos brindado nuestra ayuda? Este tipo de personas son las que deberían ser referentes en la sociedad, referentes por su inquebrantable voluntad, sin embargo son los olvidados. Recuerdo la noticia de un niño en Sierra Leona que recogía componentes electrónicos de la basura y a fuerza de intentar repararlos y conectarlos llevó la luz eléctrica a los vecinos de su aldea; sus inventos, cada vez más complejos y “útiles” para la población, lo llevaron de ser autodidacta a convertirse en ingeniero y recibir invitaciones desde los Estados Unidos
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para completar su formación. Hay quien no se detiene frente a la misma muerte, esos corazones que, no sólo son la viva encarnación de la voluntad, sino que entregan todo su talento a mejorar la vida de los demás, deberían obtener algo más que nuestro aplauso tardío. Cuando en la actualidad escucho noticias indignantes acerca de la corrupción, acerca de las dificultades de las familias para sobrevivir, los miles y millones de niños, no sólo en el umbral de la pobreza, sino esclavizados y en la más absoluta necesidad, escucho en boca de alguien que la solución a todo esto pasa por la llamada «voluntad política» y algo en mi interior se revuelve. El nepotismo, la crueldad, la ambición, forman parte de otro acto de desertificación a gran escala, el que se lleva a cabo en nuestras almas. Por suerte, todos sabemos de algún cruzado soñador que contradice los cánones y las modas en los ámbitos
más variopintos, raras avis que nadan a contracorriente en una sociedad cainita: humanistas que movilizan a todos sus contactos para dignificar la caridad convirtiéndola en solidaridad; funcionarios que se niegan a aplicar las crueles órdenes de sus jefes y son despedidos por ello o anónimos poetas que no venden su estilo y desempolvan métricas, cultismos y argumentos que, por más prístinos que sean, siguen y seguirán golpeando nuestras conciencias y reforestando las zonas quemadas de nuestro pensamiento. Con el apoyo de los expertos internacionales, Yacouba Sawadogo ha recorrido el mundo como conferenciante invitado para transmitir el valioso legado de su experiencia. A día de hoy, el conocido como «el hombre que detuvo el avance del desierto» escucha como, en lugar de loco, le llaman héroe, y lejos de olvidar de dónde procede, lejos de volverse altanero o entregarse a las abrumadoras metamorfosis de la fama, Sawadogo es inmensamente feliz por poder ayudar a los suyos y confiesa sonriente hoy un antiguo deseo que siempre lo ha acompañado: “Me gustaría que la gente tuviera el valor de crecer a partir de sus raíces”.
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david acebes sampedro
Lo lógico sería amar la tierra que te ha visto nacer. Esto ocurre en el caso de los catalanes, de los gallegos o de los andaluces, quienes suelen vanagloriarse de lo que tienen y saben vender «este amor por su tierra» al resto de los españoles. Sin embargo, esto no sucede en Castilla. Aquí, sobre todo en Valladolid, donde nací y donde resido, a menudo me encuentro con personas que desdeñan esta tierra; sus costumbres, sus personajes o simplemente sus paisajes. Para corregir este hecho, que juzgo como una ofensa injusta, he decidido rescatar del letargo la figura de un gran poeta vallisoletano, César de Medina Bocos, a quien sus propios paisanos sepultaron en la tierra del olvido. César de Medina Bocos nació en Pedrajas de San Estaban ( Valladolid) a finales del siglo XIX. La primera referencia que tuve de él la encontré en un libro de Lorenzo Rubio González, que recogía las palabras de su gran amigo, el también poeta Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña, quien por su parte le describió de esta manera un tanto quijotesca: «Enjuto de carne, con perfil semita, rubio, con la hirsuta barba florida, acicalada y noble, el don César de mi tiempo tiene estampa bíblica, que resulta entonada con el ceño de la gleba y con la tradición castellana». He de reconocer que la descripción del maestro Nicomedes me subyugó sobremanera, pues enseguida me imaginé al bueno de Medina Bocos como un poeta hidalgo de la vieja estirpe. Un poeta, de los de antes, al que sería interesante conocer.
Por tal motivo, en cuanto tuve ocasión, me propuse encontrar su libro, publicado en 1915, «Espigas y racimos. Poesías Castellanas», que según Lorenzo Rubio contenía los mejores poemas del poeta. La verdad es que no fue tarea fácil. El único ejemplar que pude encontrar pertenecía a una biblioteca que no me lo prestó, pues –como simple poeta que soy– carezco de carné de investigador. La suerte, sin embargo, estaba de mi parte. Una amiga, cuyo marido es descendiente lejano de don César, lo encontró en su trastero y me lo cedió. De esta manera, el libro cayó en mis manos y en cuanto lo hojeé confirmé lo que había intuido: me encontraba ante un gran poeta olvidado. Cierto es que no toda su obra tiene el mismo nivel poético, pero no es menos cierto que tiene dos poemas («Convite» y «Pintado del Natural») que, desde mi punto de vista, merecen ser conocidos por el gran público. ¡Ay, cuántos poetas han pasado a la historia con solo un par de poemas buenos! Sin embargo, antes de comentar uno de esos poemas que en particular sobresalen de su obra, quisiera transcribir los últimos versos con los que el poeta castellano termina su libro. Son unos versos premonitorios: “Bien sé que andando el tiempo, de seguro, / lleno de polvo, en el desván obscuro, / dormirás olvidado en un rincón.” ¿No les parece sorprendente? Son versos escritos desde la más absoluta conciencia de lo que significa ser poeta. Hace cien años, Medina Bocos ya intuía que su futuro sería este; amontonar polvo en un trastero, lejos de la gloria literaria, olvidado por sus propios paisanos. Sí, aquellos paisanos a los que él tanto había loado. Mas,
15 fíjense cómo son las cosas, justo un siglo después, llega un servidor y recupera su libro, exhumando sus viejos poemas del olvido. No me negarán ustedes que en todo esto hay una suerte de justicia poética. En su honor, les invito a que lean un fragmento del poema «Pintado del Natural» y que, a mi entender, es uno de lo más representativos de la obra de Medina Bocos. Un poema de estilo sencillo que aglutina en sus versos un amor ilimitado por su tierra.
Cómo no compartir la opinión de Medina Bocos? No es que Castilla no tenga paisajes. Es que no hay pintores que sepan pintar su verdadera alma. Pintores que tengan el soberano acierto de plasmar en sus telas la grave majestad de su llanura o la deliciosa transparencia de su cielo azul… Por tanto, queridos pintores de España, yo os invito a que vengáis a esta tierra pulcra y bella. A esta tierra que piso con orgullo y que con firmeza me sostiene. A ver si alguno de vosotros es capaz de pintarla como ella se merece…
¡Y dicen que en Castilla no hay paisajes! Lo que no hay es pintores; yo quisiera que viesen todos hoy desde este sitio la vista de mi aldea como alondra posada sobre un terrón en la llanura escueta. ¡Qué calma y majestad en el terruño! ¡Qué solemne quietud y qué grandeza! ¡Aquí hay ambiente, hay alma, hay poesía! ¡Y notas de color! ¿Pues no ha de haberlas? En Castilla hay paisajes, ¡ya lo creo! Pero pintores no… ¡Si yo pudiera! El cielo limpio, azul y transparente. A un lado el verde gris de la alameda. Y campos siena y amarillo y grises en perspectiva inmensa. […] En Castilla hay paisaje; ¡y es magnífico!; pero hace falta quien pintarle sepa. Yo sé pintar barbechos y rastrojos y también la alameda, los tordos en el prado y las casas, la torre… ¡y la cigüeña! ¡Pero quien pinta el alma del paisaje! ¿Hay alguno que tenga el soberano acierto de fijar en la tela la grave majestad de esta llanura y de este cielo azul la transparencia? Pintores: ya lo oís; aquí hacéis falta. ¡Yo le cedo el pincel a quien se atreva!
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Jos茅 Antonio Olmedo L贸pez-Amor
17 La herida del tiempo es la apuesta poética de Diego Muñoz y Luis Hernández, dos poetas valencianos de perfiles literarios diferentes que han aunado esfuerzos para elaborar un poemario homogéneo y coherente donde —sin duda— cohabitan y florecen las mejores versiones de cada uno.
Título: La herida del tiempo Autores: Diego Muñoz García y Luis Hernández Rubio Editorial: Volcano Ediciones (colección Efesto de poesía, nº1) ISB: 978-84-943888-0-4 Género: Poesía Año: 2015 Páginas: 68
Como buenos valencianos, los autores recogen el testigo de la llamada «escuela brinesiana» y hacen suyos los factores: metafísico, elegíaco y humano, como temas y formas troncales de esta herida temporal que gracias a Volcano Ediciones comienza su andadura. Conscientes de la dificultad de descollar como poetas en una ciudad donde hierve la actividad cultural — en general— y literaria — en particular—, tanto Luis Hernández como Diego Muñoz consideran oportuno fusionar sus poéticas para potenciar el mensaje que los poemas contenidos en este libro vierten en el lector. Los versos aquí recogidos destilan romanticismo, existencialismo, humanidad, pero en cada sentimiento o reflexión que transmiten, también se encuentra el dolor. La angustia de saber que el amor pasará, empaña su celebración. La certidumbre de esa muerte venidera, dosificada en pequeñas dosis de tiempo, es amargo motivo al que cantar y sucumbir. La pasión de estos poetas engalana un discurso que, dicho de otra manera, sería demasiado duro de escuchar. La historia contenida en La herida del tiempo, es la historia de nuestras vidas, las heridas de Diego y Luis son las nuestras, y ello podemos constatar mediante sus versos, ya que actúan como espejos de nuestros propios espejos. El libro está estructurado en dos únicas partes: Tiempo de amor y olvido, escrita por Diego Muñoz y La vida viene en serio, autoría de Luis Hernández; en total lo conforman 48 poemas, cuya mayoría no sobrepasan la página de extensión. El léxico empleado es sencillo y directo, lo que unido a la concepción humanista de sus argumentos, hacen que el mensaje sea claro y cercano. El patrón métrico escogido por los autores es el verso libre, un formato que dota al conjunto de soltura y versatilidad. Los poetas exponen sus versos de forma separada, aunque tanto el primer poema del libro, titulado El amor
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viene para irse, como La vida viene en serio, último poema, están compuestos por ambos autores —así comienza y termina cada bloque con un total de cinco poemas al alimón— en lo que supone una original apertura y clausura poemática que no sólo abrocha la totalidad del conjunto, sino que imbrica de manera orgánica ambas poéticas de forma circular. Así en el poema de apertura encontramos estos versos: «Cuando llega la noche / en la penumbra de mi cuarto, / mis ojos se visten de soledad / mientras ven volver al amor». En ese momento taciturno, ya anochecido, ¿quién no ha sentido alguna vez nostalgia? Los versos conectan rápidamente con ese apartado melancólico que — quien escribe— reserva para la poesía. Cantar al amor y a la vida es una costumbre ancestral en el ser humano, permanece en nosotros su impronta, gloriosa y atávica, y en ese lance de trovador, descubrimos que tanto el amor como la vida son dones efímeros; por más que procuremos retenerlos con nosotros, tarde o temprano escurren entre nuestros dedos. Así el poeta trata de transmitir esa angustia, una angustia que interiormente es belleza, mediante la metáfora y el ritmo, o como en el caso del poema que lleva por título Ulular, con un lenguaje convertido en imágenes de palpable poder telúrico y sensorial: «Su cuerpo atado llevo / a mis labios / desde la cálida tormenta / en que las lluvias rociaron / las llanuras de su piel con su lengua / de agua». La acertada pluma de estos poetas, horada con precisión esa oquedad humana que provoca disfrutar un don para después perderlo. Los versos son el bisturí, la poesía es la incisión que supura todo cuanto hemos sido, somos y seremos. En la propia servidumbre emocional del ser humano radica la condena y privilegio de sentir. El culmen de todo sentimiento es el amor, en él nos reconocemos, a él nos asimos, primero tratamos de encontrarlo, después disfrutarlo, y por último, tratamos de sobrevivir aprendiendo a olvidarlo. Por eso el canto al amor es una plegaria, por eso el alma, la piel, los cuerpos, son coordenadas permanentes en este poemario: «Tu imagen de luz, / asida a mi cuerpo despliegas. / El mar oceánico de tu cuerpo / atraviesa mi alma / bajo rocas de espumas».
La espuma del mar es una imagen recurrente en los versos del libro, quizá porque transcribe a la perfección ese removido estado del alma cuando el cuerpo o la mente deciden entregarse al lance del amor; la espuma aparece en las aguas cuando las olas comienzan a enroscarse y se forman, cuando rompen contra los espigones, es como si pretendiese escapar del agua transformándose en un gas ligero, incluso suena, sin duda es el trasunto exacto de una conciencia atribulada; la espuma es efímera y también desaparece: «Mujer de espuma y ola. // Tu piel atrapada en el interior / de mi mirada / me habla en la espuma / de las olas». Los poetas disciernen en el cuerpo de la mujer amada la encarnación de la belleza, por eso ese cuerpo idealizado, que es geografía casi por completo de este primer bloque, es consagrado por los versos, a veces de forma sentimental, y en otras ocasiones apelando a ese erotismo que siempre ha discurrido de forma subterránea e irrumpe como un géiser a través de palabras precisas: «[…] besando sus pezones, / dejando que las manos, / especialistas en el prólogo erótico / acudan a los escaños / que en tu sexo se cobijan[…]». Ya en el segundo bloque, el cariz del discurso lírico referencia al título inspirado en el poema No volveré a ser joven de Jaime Gil de Biedma; el poeta barcelonés, para muchos, uno de los más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, comienza dicho poema con este verso: «Que la vida iba en serio», y los poetas actualizan el verbo pero no el sentido de esa reflexión, ya que está totalmente vigente en nuestros días. La vida viene en serio, por eso, aunque la mujer y el amor siguen estando presentes en esta parte del libro, afloran mucho más las preocupaciones de estar vivo: el silencio, los recuerdos, la soledad, pero sobre todo el tiempo. Así en el poema titulado Recuerdos encontramos estos versos: «Hemos de volver / al silencio desde el sueño / en que vivimos […]». Uno de los rasgos característicos de la Generación del 50, a la que tanto Francisco Brines como Gil de Biedma pertenecen,
19 era su condición intimista y no necesariamente academicista, requisito que cumple La herida del tiempo, libro que se acerca a la poética de Biedma, no sólo por referenciar a varios de sus poemas, como el ya citado No volveré a ser joven o Contra Jaime Gil de Biedma, sino por su hermanamiento con los inicios poéticos de Biedma en Las afueras, o con su etapa final, como en A favor de Venus, una colección de poemas de amor impregnados de erotismo. En el poema titulado Las horas del tiempo ido encontramos estos versos: «La existencia, / que de pronto / viene para hurgar / en la herida / descarada del tiempo ido, / duerme en las afueras / del olvido, allí donde tú vienes, / y yo no estoy […]». Los poetas versan sobre la versatilidad de la memoria, una versatilidad que ya en forma de recuerdo, desmemoria u olvido, siempre resulta ser transmisora de dolor. «Soy una sombra / que avanza entre / la nada. / Soy ese silencio / a punto de ser oído […]». La reconocida insignificancia de ser no impide el avance de esa voluntad inhibida por las fuerzas naturales, la conciencia lucha por manifestarse y siempre aspirará a esa trascendencia soñada que le hará, por más duro que el camino sea, adaptarse, resistir y vencer: «Estoy a merced / de esta luz que se esparce / por la habitación / tras el / filtro de los cristales / para huir después / por los rincones / y ya ser nada». En definitiva, La herida del tiempo supone un intenso viaje por la geografía interior de quien se siente vivo y atribulado por el amor, la memoria o el paso de los años, factores que toda persona sufre y se plantea en algún momento de su vida; una lectura agradable y humana, un canto a la vida que hace sentir, pero también reflexionar, acerca de la verdadera naturaleza del ser humano, con sus miserias y virtudes, con sus recuerdos y miedos, con esa implícita y apasionada necesidad de amar y ser amado, o lo que es lo mismo, comprender y ser comprendido. Celebremos pues estas heridas del tiempo que han empujado a estos autores a entregar sus preocupaciones a la lírica; estoy seguro de que su elocuencia no dejará indiferente a nadie, pero más seguro estoy de que su humildad y sinceridad encontrarán un lugar en el corazón de los lectores.
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gregorio muelas bermúdez
Heberto de Sysmo, seudónimo literario del escritor valenciano José Antonio Olmedo López-Amor, es un autor con una proyección meteórica, que en apenas dos años ha pasado de ser una promesa a un valor firme y seguro, los numerosos premios y menciones que ha cosechado durante este período avalan su ascendente trayectoria, que permite vaticinar una carrera tan perdurable como exitosa. Su nuevo poemario, El Testamento de la Rosa, publicado por ediciones Cardeñoso Título: El Testamento de la Rosa y finalista en el VI Certamen de Poesía “Poeta Juan Calderón Matador” 2014, se trata de su segundo poemario publicado y el primero en solitario, pues el anterior, Autor: Heberto de Sysmo Luces de Antimonio, volumen XI de la Colección “Algo que Decir” del Ateneo Blasco Ibáñez, lo publicó en noviembre de 2011 con su tío, Okoriades Varacri. En ese primer Editorial: Ediciones Cardeñoso poemario, Heberto reunió en 250 páginas composiciones de la más diversa índole, desde poemas de juventud a otros experimentales, donde ya se advierte la inquietud y Gérnero: Poesía afán de superación y riesgo de un autor conocedor de la obligación del poeta de crear lenguaje, de innovar e incorporar nuevos registros. En este sentido, Heberto es un Año: 2014 sagaz investigador del lenguaje y notable creador de neologismos, que además gusta de rescatar arcaísmos y cultismos para enriquecer y embellecer su discurso, siempre desde el respeto a la tradición clásica, siendo un gran cultivador de su forma más perfecta, el soneto, el cual practica tanto en rima consonante como en verso blanco. Sin embargo aquí, en el Testamento de la Rosa, Heberto no se deja llevar por los cantos de sirena de la poesía clásica y decide apostar por una forma y un lenguaje más contemporáneo, acorde con los tiempos de crisis que nos toca vivir. Así el poeta adapta su lenguaje a la realidad para cantar sin desencanto las muchas virtudes que aún nos quedan y denunciar algunos, si no todos, de los grandes defectos que nos acucian, pues Heberto es consciente, como intelectual activo y comprometido, que sólo por el lenguaje se puede dar el cambio, un cambio de rumbo que nos encauce en la dirección correcta. Heberto tiene la virtud y la osadía de adoptar un símbolo en apariencia tan manido como la rosa para darle una magistral vuelta de tuerca y mostrarnos un rostro nada amable de las circunstancias y las cosas que conforman nuestro mundo. De este modo la rosa se muestra frágil en la intemperie de los hombres, pero también incólume frente a las adversidades y es su obstinada resistencia la que permite invocar a la esperanza como una mota de luz esplendente en la oscuridad. Con un lenguaje altamente expresivo, rico en matices y sugerente en extremo, Heberto se hace eco de los problemas sociales con un aguda crítica que denuncia la inacción y el conformismo que devienen en una general ausencia de compromiso, que se manifiesta en un gran silencio colectivo que no hace más que otorgar legitimidad a una injusticia cada vez más institucionalizada. Los versos de Heberto de Sysmo nos sumergen en un viaje iniciático por espacios urbanos e infectos, entre tinieblas.
21 Callejuelas, suburbios, infaustas avenidas, son el escenario de una cruenta lucha entre el bien y el mal, entre la virtud y el pecado, pero donde aún es posible el milagro, pues el espíritu, aunque moribundo, aún late como un corazón delator, como posible y necesario recinto de subversión frente al desigual orden establecido. El volumen, que Heberto dedica a su madre (rosa entre las rosas), se abre con un extenso y apasionado prólogo del poeta valenciano Blas Muñoz Pizarro, que con acierto titula Atrio y donde dialoga con el autor al hilo de las reflexiones que con agudeza e ingenio va trazando sobre los diferentes aspectos que integran el libro, desgranando el contenido de las diversas partes y culminando con una sentida coda personal donde da cuenta de su fraternal amistad con los mejores deseos para un poeta y un poemario que desde el mismo título, tan hermoso y sugerente como el dibujo de la portada, obra del joven pintor surrealista valenciano Julio Viadel, son el bello prolegómeno de un libro que se articula en torno a tres grandes apartados: Imperfección, Transformación y Revelación, a través de los cuales asistimos a un trepidante proceso metamórfico, donde la rosa, alter ego del autor, es testigo, entre frescas fragancias y pestilentes efluvios, de la erosión de los valores, de la caída en un tiempo de abulia y desazón. No obstante, el testamento que erigen estos versos lejos de ser la última voluntad de una esperanza ninguneada por múltiples intereses, acaba siendo un eficaz revulsivo contra la falta de fe y bondad en el mundo. En consonancia resulta muy efectiva la manera sutil de intercalar breves poemas en cursiva a modo de contrapunto, como necesario asidero para el lector activo, como si la voz de la esperanza articulara un discurso paralelo. En la primera parte, Imperfección, advertimos un tono oscuro y expresionista, así los dos primeros poemas, “Espectros en la niebla” y “No hay Dios en los suburbios” dan cuenta de una realidad tan cruda como fantasmagórica merced a un empleo febril de la metáfora y
un vocabulario tan coloquial como erudito. En el tercer poema, “Una obra maestra”, sin embargo, el autor introduce un tono sentimental y melancólico, se trata de una elegía anticipada, donde el autor reflexiona sobre ese fin ineluctable al que nos condena la vida. En “Darte de mí” y “Muda de prejuicios” Heberto realiza un malabarista ejercicio de autocrítica que parte de la imperfección congénita del ser humano: yo sólo alcanzo a ser el molde/ de un medio hombre, imperfecto:/ un medio acantilado/ buscando esa mitad del vértigo/ que lo devuelva a ser montaña, y no abismo; para alcanzar el ejemplo de perfección de la rosa que aunque maculada nos sigue mostrando su belleza exultante, primorosa, limpia de prejuicios. “Los lenguajes imperfectos” es un poema ecléctico, donde Heberto se sirve con destreza del paralelismo para trazar un puente entre la palabra y el silencio, entre la insuficiencia del lenguaje y la locuacidad del deseo. Loable lección la de la rosa que clama a la gallardía del ser humano como mejor aval para aletargar el paso de una esperanza que aunque efímera se hace necesaria para provocar el cambio. En la segunda parte, Transformación, asistimos a la irrupción de la luz de una conciencia que invoca a la esperanza, que a pesar de los numerosos infortunios aún sigue creyendo en ella, que es capaz de respirar el flagrante perfume que emana de la rosa pisoteada, sangrante, y donde sólo el amor, verdadero mensaje de la rosa, puede redimirnos de la mentira, de la maldad, del odio. En esta parte los poemas son más breves y los versos más densos, donde Heberto hace gala de un lenguaje tan elocuente como excelso pues nos seduce su belleza y nos conciencia su sentido. La tercera parte, Revelación, está integrada por dos poemas de ritmo endecasílabo y un tercero parisílabo, donde el autor nos revela quién somos: cuerpo destinado a arder en la venida del invierno; el enemigo íntimo que anida en nuestro interior y que muestra su rostro cada vez que nos asomamos al espejo; aquel que lucha con denuedo, hasta la extenuación, en la linde del sueño, para alcanzar el mensaje divino. La obra se cierra con un epílogo del que firma estas palabras, donde pretendo resaltar la vigencia y trascendencia de la rosa, con todo su simbolismo, frente a la inmanencia de la oscuridad, que la cerca y lacera, y sobre todo demostrar que el empleo de un lenguaje lúcido y simbólico también sirve para denunciar los grandes males de nuestro tiempo. En conclusión, Heberto de Sysmo nos ofrece una poética que incide en aspectos tan actuales como eternos, que a pesar de su enfoque testamentario pretende ser todo lo contrario, principio y no fin, a través de un mensaje tan delicado y sugestivo como ese personaje principal que recorre las páginas de un libro muy recomendable para este tiempo de crisis de conciencia y de concienciación.
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Fotografía COVADONGA FERNÁNDEZ DÍAZ
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La trata de seres humanos. La esclavitud de nuestro tiempo. Cristina Bodegas huelga
Hay muchas formas de hablar de nuestra tierra, muchas críticas que hacer al mundo actual; en lo económico, en lo medioambiental, en lo cultural, en lo social, y es que, muchas veces, son estos criterios los que nos hacen establecer líneas y categorías. Tenemos la mala costumbre de detenernos en las posibilidades, los recursos, los medios económicos y el desarrollo, para agrupar a los distintos países, sin pararnos a pensar que detrás siempre hay personas. Sin embargo, cuando hablamos de “violaciones de derechos”, las divisiones y fronteras se difuminan dejando en evidencia un problema mundial, que está presente en todos los puntos del planeta, y que ya ha sido denominado de forma internacional como la esclavitud del siglo XXI: “la trata de personas”. A pesar de que este fenómeno normalmente se origina en países con grandes dificultades, y las víctimas son personas que se encuentran en situaciones de especial vulnerabilidad, sin apenas recursos, lo cierto es que los países denominados “desarrollados” son el destino perfecto. Es precisamente el hecho de que esté presente en todos los países, de una u otra forma, lo que hace necesario continuar creando mecanismos que frenen este grave problema,
y establecer mayores colaboraciones entre los estados, si de verdad se quiere atajar este fenómeno. Es importante comenzar diferenciando dos conceptos que habitualmente se confunden: “la trata de seres humanos” y “el tráfico de personas”. El objetivo del tráfico es facilitar la entrada ilegal de una persona en un Estado, con el fin de obtener un beneficio generalmente económico, contando la mayoría de las veces con su consentimiento. Sin embargo, cuando hablamos de trata nos referimos a utilizar, en provecho propio y de modo abusivo, las cualidades de una persona, sometiéndola a constantes amenazas, coacciones, engaños, etc. Es innegable que la trata de personas supone uno de las vulneraciones de derechos humanos más graves, ya que se ven conculcados derechos tan imprescindibles como 1) el derecho a no sufrir esclavitud o servidumbre forzado; 2) el derecho a no sufrir prácticas de tortura u otras formas de trato inhumano o degradante; 3) el derecho a la salud; 4) el derecho a una vivienda digna en condiciones de seguridad; 5) el derecho a no ser discriminado por razón de género; 6) el derecho a un trabajo justo y con condiciones favorables; y 7) el derecho a la vida.
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En 2013, Naciones Unidas señalaba que la trata de personas constituía la tercera actividad ilegal más lucrativa del mundo, generando cerca de 32.000 millones de dólares al año, solamente por detrás del tráfico de armas y de drogas, afectando, según han fijado organismos internacionales, a cerca de 2,5 millones de personas, de las que el 75% eran mujeres y niños. Sin embargo, lo cierto es que lamentablemente existe una carencia verdadera y real de datos sobre la dimensión de la trata de personas en nuestro país y en el mundo, y es que la ONU estima que solo se identifica a una de cada veinte víctimas de trata, lo que hace realmente preocupante la situación. Según los datos recogidos en 2010, el 79% de las víctimas de trata de seres humanos fueron objeto de explotación sexual, localizándose en su mayoría en Europa y Asia Central. Sin embargo, en los últimos años ha aumentado de manera incesante la trata con fines de trabajo forzoso (en sectores de limpieza, construcción, trabajo doméstico y producción textil), localizándose principalmente en Asia Oriental y África. Por su parte, América presenta idénticos porcentajes de ambos tipos de trata, siendo común a todos los continentes las tratas de niños para el combate armado, la comisión de delitos menores o la mendicidad forzada.
En 2003 entró en vigor el Protocolo contra la Trata de Personas de las Naciones Unidas, con la intención de proporcionar una definición de “trata de personas” que sirviese de base común para la prevención de la trata, la penalización de los ofensores y las medidas de protección para las víctimas. De esta forma se estableció una definición amplia: “la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o el uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación”, sin embargo, no logró del todo la reivindicación de los derechos y las necesidades de las personas tratadas. A pesar de que en los últimos años el proceso legislativo sobre la trata de personas es notable, y más del 90% de los países de todo el mundo tipifican como delito la trata de personas, los datos indican que más de 2.000 millones de personas carecen de la protección total que contempla el Protocolo de Naciones Unidas contra la Trata de Personas, es decir, todavía hay nueve países que carecen de legislación en esta materia, y dieciocho que cuentan con legislación parcial que
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tran verdaderas dificultades en la concesión de autorizaciones de residencia, existiendo una notable descoordinación entre las distintas administraciones que intervienen. Las víctimas que llegan a España, captadas por grupos organizados en África, Latinoamérica o Europa del Este, lo hacen con la convicción de que aquí les espera una vida mejor, un trabajo y una estabilidad, sin embargo pronto se ven retenidos, y obligados a trabajar, ejercer la prostitución o mendigar, siempre sujetos a constantes amenazas y vejaciones. únicamente ampara a algunas víctimas o prevé ciertas formas de explotación. Por su parte, Europa prohibió expresamente, en su Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, la trata de seres humanos, y hasta la actualidad se han desarrollado distintos programas y medidas para trabajar en su erradicación. En Abril de 2011, se adoptó la Directiva 2011/36/EU relativa a la lucha contra la trata de seres humanos y a la protección de las víctimas, considerando así este fenómeno como una de las infracciones penales más graves a escala mundial, y solicitándole a los Estados su transposición al derecho interno antes del 6 de abril de 2013, fecha que se incumplió por varios países, entre ellos España. Con esta normativa, Europa intentaba que los Estados actuasen contra este problema, adoptasen medidas de prevención y además garantizasen que las víctimas de trata pudieran recuperarse y reintegrarse a la sociedad. En cuanto a nuestro país, España continúa teniendo importantes carencias respecto a este problema, sobre todo en lo relacionado al procedimiento de detección e identificación de las víctimas. Las distintas ONG son muy claras respecto a la desprotección que nuestro sistema da a las víctimas de trata, ya que encuen-
A finales de 2010, nuestro Código Penal introdujo de forma específica el delito de trata de seres humanos en su artículo 177 bis, intentando recoger todas aquellas formas en que puede darse esta explotación, con independencia de que las víctimas fuesen nacionales o transnacionales, o se tratase de delincuencia organizada, estableciéndose penas privativas de libertad de entre cinco y ocho años de prisión. Hoy en día, las dificultades con las que se encuentran los sistemas judiciales nacionales frente a este fenómeno hacen que prevalezca cierta impunidad, existiendo escasas condenas en los distintos países. Además, se continúa echando en falta una verdadera cooperación y protección internacional, que evite que las víctimas deban de retornar a sus países de origen, cuando eso supone un riesgo real de sufrir torturas, tratos inhumanos o degradantes. Además, son necesarios mecanismos que incluyan una evaluación integral de las necesidades de la víctima para su derivación a un sistema de protección adecuado a la vista de la situación concreta, las circunstancias de la víctima y la información obtenida. Este fenómeno únicamente puede ser atajado si se pone en marcha una cooperación “real” de todos los estados, de origen, de tránsito y de destino. Ilustración: Mar ortiz/pecasenlamirada.com
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LA TIERRA ESPECULAda Luz González Fernández
Actualmente, estamos asistiendo a una especulación tan burda que ya no se esconde pero sí se oculta. Los grandes especuladores no son conocidos pero pueden hacer que países enteros mueran de hambre o se comiencen guerras por su afán de conseguir el máximo beneficio a cualquier precio. Compran y venden trozos de tierra sin importarles en qué situación dejan a sus habitantes y no son ellos mismos los que lo hacen. Los que juegan con la vida de los demás son sus empleados que, sin reflexionar sobre la ética de sus actos, comercian para su amo continuamente. Eso sí, a cambio de un gran sueldo y de astronómicos beneficios para el dueño del dinero. La tierra no es de todos, sino de aquellos que puedan pagarla y, debido a la tecnología, se puede comprar y vender casi un país entero sin que casi nadie se dé cuenta.
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Para explicar cómo se hace, comencemos con un elemento, de las entrañas de nuestra tierra, del que se habla mucho últimamente, me refiero al coltán que no es realmente ningún mineral establecido, sino que es una contracción de dos minerales: la columbita, óxido de niobio con hierro y manganeso, y la tantalita, óxido de tántalo con hierro y manganeso. ¿Por qué interesa tanto el coltán? Porque es fundamental para el desarrollo de nuevas tecnologías: telefonía móvil, fabricación de ordenadores, videojuegos, armas inteligentes, medicina (implantes), industria aeroespacial, levitación magnética, etcétera. Es muy apreciado en estos campos por sus propiedades, tales como la superconductividad, su carácter ultrarrefractario (minerales capaces de soportar temperaturas muy elevadas), ser un capacitor (almacena carga eléctrica temporal y la libera cuando se necesita), alta resistencia a la corrosión y a la alteración en general, que incluso le hacen idóneo como material privilegiado para su uso extraterrestre. Hasta ahora, toda la información que les he facilitado no nos hace vislumbrar por qué este material se ha convertido en una condena para los países africanos que lo albergan en las entrañas y ha dado infinidad de beneficios a multinacionales diversas. Resulta que los yacimientos se encuentran en países asolados por la guerra, la pobreza y el desgobierno. Esto es una suerte para aquellos que quieran apropiárselo por mucho menos de lo que se consideraría justo y, además, de este modo, no se les exige que los beneficios repercutan en la población, ya de por sí castigada, de estos países. Al contrario, en Ruanda, Etiopía y El Congo, donde se encuentran los yacimientos, tenemos conflictos bélicos para conseguir el control de este material,
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condiciones de explotación en régimen de semiesclavitud, desastres medioambientales con gravísimas repercusiones en la fauna local de especies protegidas (gorilas, elefantes), e incluso graves problemas de salud asociados con los arcaicos e infrahumanos métodos de explotación. Obviamente, a las multinacionales y los países del primer mundo no les interesa que mejore la situación en estos países, porque tendrían que pagar el mineral a un mayor precio, lo que disminuiría sus desorbitados beneficios y, claro, tú y yo tendríamos que pagar el móvil o el ordenador más caros. Esto es capitalismo, ¿no?, la ley de la oferta y la demanda. Pues sí, continuemos hablando del capitalismo, ese sistema económico que tiene como primer objetivo el máximo beneficio ¿Sin pensar en las consecuencias sociales? Siento decirles que sí y la prueba es el siguiente tema que traigo a colación y
que nos lleva a especular con otra parte de nuestra tierra, ahora en la superficie. El neolítico supuso una revolución porque pasamos de ser cazadores-recolectores a domesticar las plantas y los animales para, así, convertirnos en agricultores y ganaderos. Eso trajo como consecuencia que pudimos dejar de ser nómadas porque ya teníamos cerca todo aquello que necesitábamos ya que nosotros lo producíamos. Sin embargo, ahora ya nos somos productores sino consumidores por lo que ya no tenemos cerca lo que necesitamos sino que nos lo traen de lugares, en ocasiones, muy lejanos. De repente, alguien se dio cuenta de que los alimentos, que son imprescindibles para la vida, son una fuente de negocio impresionante. Les explico. Resulta que, tras la crisis del 2007, las grandes compañías que antes especulaban en el mercado inmobiliario observaron que había productos, como los cereales, que daban muchos más beneficios.
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Así, unas cuantas empresas deciden a qué precio se vende el producto y cuándo se vende para proporcionar el máximo rédito. Desde luego, y es a lo que me refería antes con el capitalismo, no les importa si retener un producto y no sacarle al mercado implica que haya muchas personas que mueran de hambre o tengan que comprarlo a unos precios muchos más altos. La primavera árabe, por ejemplo, comenzó por un problema relacionado con el precio de los alimentos, es decir, las decisiones de esas empresas influyen en la paz mundial. Aun más, hay ciertos países, como China pero también Francia o Alemania, que están alquilando o comprando grandes extensiones de tierra en África o América Latina para cultivar los productos más rentables. Cuando terminen su labor dejarán solo tierras esquilmadas. Por otro lado, al obligar a los países empobrecidos (por las leyes económicas del más fuerte) a cultivar sólo aquellos productos más rentables, desaparecen multitud de alimentos con lo que se empobrece la diversidad. Los países pobres y los campesinos de todo el mundo se ven obligados a comprar las semillas y los fertilizantes de las grandes multinacionales, mientras se pierden las que tradicionalmente cultivaban, eso implica una mayor dependencia del primer mundo y de esas multinacionales y, con ello, el círculo vicioso del hambre. Este círculo es vicioso porque la malnutrición provoca un desarrollo intelectual y físico menor con lo que, no sólo estamos condenando a las generaciones presentes al hambre sino también a las generaciones futuras. La especulación es responsable de esto pero también nosotros si no consumimos con conciencia.
Explica José Esquinas, Director de la Cátedra de Estudios sobre Hambre y Pobreza de la Universidad de Córdoba y que ha trabajado durante más de 30 años para la FAO, que debemos convertir nuestro carro de la compra en un carro de combate, es decir, concienciarnos sobre la procedencia de nuestros alimentos y cómo se producen los mismos. Según él, es muy importante garantizar la diversidad para evitar la inseguridad alimentaria. La FAO ha hecho una gran labor para recuperar muchas de las semillas que se habían perdido porque es una manera de que los pequeños agricultores puedan autoabastecerse sin depender de organismos exógenos. Sin lugar a dudas, tenemos una tierra maravillosa y muy productiva, se producen muchos más alimentos que los que se necesitan. El problema está en que muchos habitantes de nuestro planeta no pueden acceder a ellos porque se emplean en, por ejemplo, producir energía. Es imprescindible que tomemos partido por aquellos que tienen más dificultades porque las desigualdades están aumentando y cada vez hay más instrumentos para que los de arriba se aprovechen, aún más, de los de abajo. Ilustraciones: Mar ortiz/pecasenlamirada.com
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SUSANA HERRERA
S
iempre he escuchado decir a mi madre que solo envejece quien quiere y que lo que se arruga y se desgasta es la parte física, nunca el espíritu. Ella está convencida de que se puede llegar a los noventa años con el ánimo y la ilusión de una persona de veinte, puesto que solo es cuestión de voluntad. Bueno... de voluntad y suerte, le corrijo yo. Creo que tiene buena parte de razón, pero que no solo depende de uno mismo, sino también de los golpes que pueda depararle el destino. Pero, aunque nos neguemos a envejecer y nos empeñemos en mantener el espíritu joven, con el paso de los años vamos cambiando de parecer y hay una
serie de señales que nos indican sin lugar a dudas que nos estamos haciendo “mayores” (lo pondré entrecomillado para que no se ofenda nadie). Una de esas señales es que poco a poco vamos perdiendo el pudor en muchos aspectos. En la adolescencia muchas veces nos llenamos de complejos absurdos y la timidez nos impide mostrarnos tal cual somos. Ese estado nos dura bastante tiempo. Nos preocupa el qué dirán, tenemos mil prejuicios hacia los demás e incluso con nosotros mismos. Y nos privamos de cosas que nos gustaría hacer simplemente por el temor a que no sea
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aceptado por los que nos rodean. A medida que pasa el tiempo y nos percatamos de la velocidad a la que lo hace, empezamos a darnos cuenta de que la vida no es tan larga como debiera y que estamos perdiendo un tiempo que no nos sobra para nada. De ahí que nos desinhibamos y que empiece a darnos igual lo que piensen o digan de uno. Buscamos una felicidad que nunca es completa y disfrutamos a sorbitos. Y esos sorbitos, cuanto mayores vamos siendo, más deliciosos nos resultan. Otra señal inequívoca de que ya no somos tan niños es cuando comprobamos día a día que la mayoría de los actores, deportistas y personajes varios del mundo de la televisión son más jóvenes que nosotros mismos. ¡¡ Y qué mal sienta eso, joder ¡! Encima de que son más guapos, más ricos y triunfan en todo, ENCIMA, son más jóvenes y tienen toda la vida por delante para seguir disfrutando. Entonces echas la vista atrás y recuerdas cuando veías con tu padre los partidos de fútbol de los domingos y los futbolistas te parecían muuuuuuy mayores para ti (aunque los veías muy guapos y te enamorabas de alguno platónicamente). Pasado el tiempo, igual ya no te gusta el fútbol aunque sí te
siguen gustando los futbolistas. Eso sí, ya no piensas que son muy mayores para ti. Más bien te regañas llamándote a ti misma asaltacunas. ¿Tanto tiempo ha pasado desde que veía los partidos con mi padre? Te parece increíble. No sé si a todos nos pasa igual, pero yo también he observado que con el paso del tiempo, las personas ancianas cada vez me producen más ternura. Intuyo que es otro efecto de ir cumpliendo años. Cuando somos niños, nos parece que jamás vamos a envejecer o que como mínimo, eso nos queda muy lejos. Y a mi parecer, la mayor señal de todas de que nos hacemos mayores es que sentimos cada vez más arraigo a lo nuestro, a nuestra tierra. A nuestra TIERRA en sentido amplio. Nuestras costumbres, nuestras tradiciones, nuestro folclore, nuestros símbolos. Es como si quisiéramos aferrarnos a esta vida que ya somos conscientes que no va a ser eterna ni tan larga como nos gustaría. Y al igual que un árbol echa raíces profundas para nutrirse de la tierra y sobrevivir, nosotros nos afianzamos también a nuestras raíces, aunque sea en sentido figurado. No sé. Igual solo me pasa a mí. Pero recuerdo cuando era niña y estábamos en Fiestas que me resultaba un tostón tragarme la actuación de la Agrupación de Danzas de No Sé Qué Pueblo de Allá Arriba con mis padres, esperando a que terminasen de cantar o bailar o ambas cosas para que me llevasen a subir a los cachivaches. Y me preguntaba cómo era posible que les gustase eso, desesperada, mirando un reloj cuya aguja parecía no avanzar. ¿Qué ha cambiado en mi vida, o en mis gustos, para que ahora me entre esa
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especie de emoción cada vez que escucho el pito y el tambor, por ejemplo? No sé qué es pero algo se me remueve por dentro. Y yo lo achaco a que me siento más cántabra con el paso de los años. Me sucede con todo lo que tiene que ver con esta tierra. O mejor dicho, tierruca. Porque también reivindico ese modo de hablar tan peculiar que tenemos los cántabros. Esa terminación en –uco, -uca, que de niños puede resultarnos hasta ridícula y que yo no recuerdo utilizar entonces tan comúnmente como lo hago ahora. Me involucro más en las costumbres, me intereso más por las fiestas populares, algunas ancestrales como La Vijanera, por ejemplo. Me intereso cada vez más por la historia de nuestro pueblo. El último al que conquistaron los romanos, por cierto. ¡Y bien que les costó! Me enorgullezco de nuestros paisanos célebres en todos los ámbitos: Arte, deporte, literatura... Aunque reconozco haber sufrido lo indecible hace años cuando en el instituto me obligaron a leer “Peñas Arriba”, de Jose María de Pereda. Ufff... tanta descripción de nuestros preciosos paisajes verdes terminó por desesperarme en su momento. Cierto es que tenía entonces quince o dieciséis años y a esa edad aún no hemos echado las raíces que comentaba al principio y somos incapaces de valorar muchas cosas. Sucede con todo. Nuestra gastronomía, por ejemplo. ¿Qué cántabro no ha viajado con la maleta llena de sobaos para obsequiar a alguien? O quien dice sobaos dice quesadas o anchoas. Al más puro estilo Revilla, vamos. Y porque no podemos llevar un cocido lebaniego o montañés, que si no... Y el alarde que hacemos de nuestra riqueza paisajística.
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De nuestros valles tan verdes con las “pindias” cuestas que los pasiegos saltan manteniendo tan antigua tradición. Nuestras preciosas playas, modeladas por un mar que si bien no llega a océano no por ello es menos bravo. Nuestra amplia variedad de árboles singulares. Y qué decir de tantos pueblos bellos, imposibles de enumerar en un solo texto. Me vienen a la cabeza algunos tan significativos como Santillana del Mar, Comillas, Liérganes, Carmona... ¡Potes! Mi debilidad. Que para llegar a él hay que atravesar el desfiladero de La Hermida y que, aunque pases mil veces, las mil te deja boquiabierto. No lo puedo negar. Mi tierra me tira cada vez más. O como diría el mismo carismático expresidente de la comunidad que ya nombré anteriormente, “Cantabria me pone”. Frase que se ha puesto de
moda recientemente y pasa a engrosar la amplia lista de “palabrucas” o expresiones cántabras que hemos ido acumulando a lo largo de los años. Por eso, tras pasar una temporada fuera de mi tierra disfrutando del sol que a menudo nos falta, vuelvo con “sincio” de lluvia fresquita y a veces hasta estoy deseando “cogerme una chupa” en un “prao” y acabar hecha un “bardal”. La tierra me tira. Mi tierra. Mi tierruca.
Ilustraciones: Mar ortiz/pecasenlamirada.com
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LA SEMILLA
OKORIADES
PRÓLOGO Un sollozo infantil retumba en el Universo. Un ejército de lágrimas, viaja a toda velocidad. Cruza miles de espacios, millones de tiempos. Hasta alcanzar y traspasar la atmósfera de la tierra. Y traspasarla. Y dispersarse por toda la superficie. Algunas se mezclan con los mares. Otras mueren antes de llegar a su destino. Sólo las más fuertes lo alcanzan. Chocando contra el asfalto de una ciudad cualquiera. De un país cualquiera. De este mundo civilizado. Germinando.
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ASFALTO Un lunes cualquiera de un año cualquiera. 07:00 Horas. Alberto coge el mismo taxi de todos los días. El taxi de Paco. Tras el primer semáforo, el vehículo gira a la derecha. Imposible. Atónitos, descubren que ante ellos, en medio de la calzada, hay un inmenso y frondoso árbol con un tronco de más de diez metros de diámetro, que se eleva por encima de cinco pisos. Alberto sale del taxi e inmediatamente queda subyugado por la inmensidad y… belleza de la maravilla. Camina unos pasos. Alcanza el tronco. Lo acaricia. Lo huele. Lo abraza. Mira a lo alto. El Universo es verde. Oscilante. Embriagador.
Ilustraciones: Mar ortiz/pecasenlamirada.com
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De pronto, algo se posa en su hombro. Una rama. Viva, que se desliza por su rostro. Le acaricia, le besa y finalmente se mete por una oreja. Alberto cierra los ojos. La rama recorre su cerebro. Todo es paz. Finalmente, la rama sale y se detiene a unos centímetros de sus ojos. Alberto no puede dejar de mirarla hasta que… un fogonazo brota de la rama. Alberto no pestañea. Lo que surge le arrebata la razón. De la punta de la rama nace un fajo de billetes. Brillantes. El fajo se suelta de la rama y cae a sus pies. Antes de que Alberto pueda agacharse a cogerlo, la rama pare otro y otro y otro. Hasta que los billetes inundan sus rodillas. Entonces atraído por el misterio de la rama, Alberto la coge y en ese instante… Las ropas de Alberto caen al suelo y en el lugar donde debería estar él, brota un pequeño montículo. No hay nada más. Ni billetes. Paco, sale del taxi y queda igualmente prendado. Camina hasta una de las ramas y fija sus ojos en la punta. Entonces… Muy despacio, la rama busca su rostro. Se pasea delicadamente por él y le besa, dulcemente. También se mete por su oreja y tras un corto viaje, se coloca a unos centímetros de sus ojos. Y ocurre lo mismo, pero esta vez, la rama no ofrece billetes, si no, joyas… infinitos universos de joyas. Paco toca la rama. Y en su lugar brota otro montículo.
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SOCIEDAD La calle se llena de gente. Policía. Bomberos. Medios de comunicación. Cuanta más gente aparece, más bultos surgen. Unas ramas rompen los cristales de una vivienda del primer piso de un edificio. Ana y Jaime, ven la televisión, ajenos a lo sucedido. Sumergidos en su mundo narcótico. La rama les inspecciona, les invade y finalmente, les ofrece insolentes cantidades de droga. Pero no hay tiempo. Al contacto con la rama, Ana y Jaime se convierten en dos bultos que brotan del suelo de la habitación. Todos fueron sometidos por el prodigio. Adela, la fiel ama de casa, queda sometida. La rama le ofrece más placer del que jamás habrá podido imaginar. Pero tanto placer tiene su precio. Jesús, el erudito, el sabio, el… hipócrita. Otra rama le llena de sus propias farsas. Víctor, el imperialista, usurpador, dominador, seguro de que su fortuna le protegía de todo y de todos. El humilde. El traidor. La prostituta. El manipulador. El resignado. La… Pedro, Luisa, Enzo, John, Alan, Jhasmina… Algunos sufren la transformación minu-
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tos u horas después. Sembrando la ciudad cualquiera del mundo civilizado de interminables montículos. La radio. La televisión. Internet. Todos los medios de Incomunicación, extienden la noticia: “Un inmenso árbol ha nacido en el asfalto” Pero la sorpresa es mayor cuando se descubre que hay más árboles en otros lugares de la tierra. La sorpresa dio paso al temor. Al espanto. Al caos. A la huida… Huida… ¿Adónde?
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TIERRA Ese mismo día la tierra se convulsionó. La tierra entera. Y tras unos segundos de absoluto silencio, los montículos estallaron. De sus entrañas comenzaron a brotar árboles, plantas, flores. Un infinito universo de naturaleza, nacida de la misma tierra. Miles, millones de venas naturales se extendieron por la superficie, formando una sola entidad. Las raíces profundizaban buscando lo más profundo del planeta. Algunas se unían para formar brazos más resistentes. Otras se fortalecían alimentándose de cada simiente sepultada. Y otras, se movían como serpientes entrando y saliendo de la tierra una y otra vez. En unos segundos, por dentro y por fuera, la tierra entera quedó hermanada con la naturaleza viva y palpitante que inundó las calles, los desiertos, las aceras, los edificios, los valles, los mares, las casas, los caminos… el asfalto, convirtiendo el mundo en un nuevo ser aceitunado, cetrino y terroso a la vez. Tras la invasión natural, el tiempo se detiene. La tierra se detiene. Y espera. Espera. Paciente. Abrazada. Hermosa. A que germine de sus entrañas, la nueva semilla.
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Un sollozo infantil retumba en el Universo. Un ejĂŠrcito de lĂĄgrimas, viajan a toda velocidad. Cruzan miles de espacios, millones de tiempos.
Ilustraciones: Mar ortiz/pecasnelamirada.com
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gema Rebolledo
Melpómene está muy contenta. Tiene todo lo que necesita para sentirse una musa feliz; incluso está pensando en venir a vivir a nuestro planeta y comprar una casa negra con jardín. Nuestra Tierra agoniza a nuestros pies. No es posible que, con tantos adelantos tecnológicos, nos olvidemos de lo sencillo que es plantar un árbol, cuidar la floración de la vida en primavera, mantener limpios los ríos, los mares… ¿En qué momento del camino nos hemos equivocado? Esta musa patética está adquiriendo mucho poder en estos tiempos, en realidad, hace muchos siglos que vive atesorando desastres engordando más y más. Tiene un fondo de armario lleno de tragedias de alta costura y, cada vez que sale a pasear, estrena vestimenta. Y aquí estamos, esperando a que sus galas pasen de moda. Mientras tanto, Gaia, pobrecita, a medida que se acumulan desdichas, está más desnuda y famélica. Voy a firmar un convenio con la Tierra para incordiar en grado sumo a Melpómene y que desista de comprar o alquilar casa por aquí.
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Contrato Voy a firmar un contrato donde la letra pequeña quede colgada en tus labios. Escribiré entre las páginas blancas de niebla y tus ojos… serán la luz tenue y suave que me arranque los enojos. Me aliaré con la Tierra, en una liga secreta que descubra tus tesoros. Abrazaré letras y versos cubiertos de musgo y oro para enterrar la semilla de amores y sueños rotos. Voy a firmar un contrato con la Tierra y con tus ojos. Gaia estará desnuda. Espera luna de plata para vestirse de blanco. Se quedará silenciosa con el rostro demudado. Firmará con nubes claras, al pie de un folio de niebla junto a tu voz y mis manos. Sellaremos el contrato. Gaia, niebla, alma, abrazo… Y mi materia en su entraña en loco sueño de humano. Me dormiré a su costado.
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Tierra mágica M
e piden mis amigos de Sede que escriba un artículo relacionado con la Tierra. La oferta es tan generosa como perversa, pues resulta realmente complicado decidirse a la hora de elegir la dirección a tomar. Podría hablar de historia (la tierra es el escenario sobre la que se desarrolla), de economía (la posesión de la misma y de sus recursos sigue sojuzgando al ser humano), de arte (sobre ella se alzan majestuosos edificios y ha sido pintada de mil formas diferentes)… pero finalmente me decidí a enfocar el asunto desde un ángulo heterodoxo, en el que más cómodo me siento: lugares de poder íntimamente vinculados con la tierra. ¿Qué es un lugar de poder o un enclave mágico? Juan G. Atienza en su obra Nueva Guía de la España Mágica afirma que <<es aquel en el que puedes experimentar tu propia trascendencia (…) en el que se dan cita las fuerzas ocultas de la naturaleza>> Aún se podría completar más la definición señalando que existen enclaves en la tierra en los que, a lo largo de la historia, se
han superpuesto circunstancias insólitas que los convierten en auténticos imanes, lugares de culto, de manifestaciones espirituales, de creencias tribales, escenarios de apariciones diabólicas o celestiales. Parajes que elevan el alma o achican los espíritus. Coordenadas propensas a lo irracional, a lo poético… Y ni siquiera el paso de los siglos y la muda de las creencias logran evitar que nuevas generaciones sigan olfateando allí el aroma de lo inefable, aunque no sepan identificar exactamente de qué se trata o se aproximen con media sonrisa de suficiencia pintada en el rostro. Hay lugares de fuego, lugares de agua, lugares telúricos, lugares de aire. En ocasiones, el paraje puede permanecer “inactivo” durante siglos, como un volcán dormido. Tal vez el único recuerdo de un tiempo mágico resida en la toponimia o en alguna vieja leyenda local. Probemos, por ejemplo, con la toponimia. Con frecuencia, aparecerá en ella la palabra “espino” o derivados (la zarza, espinosa…),
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tan hermanados que los primeros pudieran sentir las venas de la segunda y el latido más intenso de su “sangre”. Y allí, exactamente, situaban sus lugares de magia y oración.
la “rueda” (Ronda, Rodero…), o vinculados con el caballo ( Jaca, que no es sino una forma disimulada de la Cábala –“caballa” o hembra equina–), o tal vez habrá algún eco de viejos megalitos (Piedrahita), o referencias al oro, o a las “jinas” -demonios del Islam- (Arjona, por ejemplo) Y, desde luego, estarán presentes los viejos dioses celtas Lug (Lugo, Lugones… También cristianizados bajo las formas de Lorenzo o Lucas. O como diosa de la luz: Vírgenes de la Luz) y Danán (Doñana) Naturalmente, sobre la tierra se alzan orgullosos los templos, pero realmente lo importante no es el edificio, sino el solar elegido para su construcción, pues con frecuencia sospechosa iglesias, ermitas y catedrales se yerguen sobre viejos santuarios paganos que, a su vez, se construyeron sobre cuevas, o a la vera de árboles y manantiales tenidos por sagrados, y frecuentemente, escenarios de apariciones que cada religión interpretará a su modo. Son puntos donde las corrientes telúricas de la tierra son más poderosas, como si en otro tiempo el hombre y la tierra estuvieran
De manera que podemos asegurar que donde se encuentren iglesias dedicadas a algunos “santos sospechosos” que voy a citar, presumiblemente hubo en otro tiempo un culto pagano, vinculado a la tierra, que luego la Iglesia cristianizó: san Miguel, san Cristóbal, san Saturio, san Cipriano, san Bartolomé, san Ginés, san Martín… Necesitaría más espacio y aún mayor dosis de atrevimiento, para explicar en este artículo el motivo de esa selección de nombres. Cuevas prehistóricas próximas (san Baudelio de Berlanga, san Tirso de Sotoscuevas), restos arqueológicos de diferentes culturas superpuestas, megalitos “cristianizados” (el dolmen que se encuentra en la ermita de la Santa Cruz de Cangas de Onís es un buen ejemplo), y naturalmente mil leyendas que pasan de generación en generación, definen lo que es un lugar de poder, un lugar auténticamente sagrado para el hombre primitivo, sin el añadido adulterado de ningún credo estructurado y sin burocracia de sotana que lo regule y pase el cepillo. Y es que hubo un tiempo, aunque parezca increíble en días como estos de redes sociales y ofertas de telefonía móvil, en que sólo existía el hombre y la tierra.
Mariano F. Urresti
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El suelo Javier Blanco Obeso
Lo pisamos, lo pateamos, corremos sobre él, lo usamos para plantar, hacemos agujeros para llenarlos de agua, construimos carreteras, lo asfaltamos. Estamos pegados a él desde que nacemos por efecto de la gravedad, y sin embargo lo conocemos poco. Es el suelo. La superficie de todos los continentes juntos es aproximadamente 150 millones de kilómetros cuadrados. Esto parece mucho, pero solamente el 11% es terreno cultivable sin problemas. Si añadimos los terrenos cuya capacidad se encuentra mermada por escasa fertilidad, excesiva acidez u otros motivos, tenemos que como máximo un 15% de la tierra es apto para el cultivo. En estos momentos, con una población de siete mil millones de seres humanos, estamos usando el 12% de los terrenos cultivables. En otras palabras, estamos usando casi todo el suelo fértil que poseemos. Esto no sería en sí un problema, lo que ocurre es que además estamos destruyendo suelo agrícola. Cada año se pierden unos 20 millones de hectáreas de suelo fértil en el mundo. Las razones son variadas. Debido a actividades agrícolas ineficientes y de sobreexplotación los suelos pierden fertilidad. También se pierde superficie cultivable debido a la
salinización de áreas por un uso excesivo de los acuíferos o por excesiva irrigación. Otras razones son la contaminación debido a vertidos tóxicos o uso excesivo de abonos. La agricultura industrial, con monocultivos y un uso intenso del suelo año tras año, produce a largo plazo una pérdida de fertilidad que no se soluciona ni con el añadido de abonos. Un ejemplo de ello lo tenemos en los Estados Unidos, en el Great Plains. Años de monocultivo, uso intenso de abonos y sobreexplotación, junto a condiciones naturales como el viento y la sequía han convertido enormes extensiones de terreno en auténticos paisajes de pesadilla donde no crece nada. Son los llamados “badlands”.
Pero también los métodos agrícolas tradicionales pueden ser una razón de destrucción de suelo. En la selva tropical existe un método de cultivo llamado agricultura itinerante, en el que los agricultores queman un claro de bosque y aprovechan la ceniza como fertilizante natural. Como en la selva tropical el suelo no tiene nutrientes, ya que todos ellos se encuentran en la biomasa en un proceso
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de circuito cerrado, al cabo de pocos años hay que volver a quemar una zona del bosque y el proceso vuelve a empezar. En la zona quemada y abandonada crecerá un bosque secundario que podrá volverse a utilizar para la agricultura itinerante. Este sistema está adaptado a la selva tropical y es respetuoso con el medio (aunque no lo parezca). El problema llega cuando la población aumenta y es necesario quemar zonas más grandes y más rápido, de modo que el suelo no tiene tiempo para recuperarse y las fuertes lluvias típicas de la selva tropical provocan una profunda erosión del suelo. Sin embargo, la mayor destrucción del suelo del Trópico está producida por plantaciones de monocultivo dedicadas a la exportación de productos como cacao, café, soja, y especialmente palma para la producción de aceite. El uso indiscriminado de abonos industriales aumenta la fertilidad durante un tiempo, pero el precio que hay que pagar a la larga es una acidificación del suelo, con la pérdida de fertilidad que esto lleva aparejado. Un caso parecido lo encontramos en el Sahel, el delicado ecosistema que se encuentra entre la sabana y el desierto. Los habitantes del Sahel practican dos tipos de actividades agrícolas. Por un lado tenemos a los agricultores que viven y trabajan la fértil tierra cercana a los oasis. Por el otro, los nómadas que practican el pastoreo de ganado y el trueque con los habitantes de los oasis. Este delicado equilibrio se rompe de nuevo cuando aumenta la población y los cultivadores de tierra aumentan su producción en detrimento del suelo y de los acuíferos. Los nómadas aumentan la cabaña ganadera, con lo que tienen que
cambiar más a menudo sus campos de pasto, de manera que el suelo no tiene tiempo a regenerarse y la vegetación desaparece. Sin las plantas el suelo pierde su protección natural frente a la erosión y comienza un círculo vicioso que cuando se junta con épocas de sequía produce grandes catástrofes humanitarias. El proceso se intensifica cuando los nómadas, incapaces de seguir con su vida itinerante, se vuelven sedentarios y aumentan la presión sobre los suelos fértiles que quedan. Las potencias mundiales se han dado cuenta de que el factor suelo es un elemento determinante para lograr extender sus áreas de influencia y garantizar el suministro de alimentos para su propia población, aunque sea en detrimento de otras regiones. Países como Gran Bretaña, China y Estados Unidos se encuentran desde hace años inmersos en un proceso de compra masiva de suelo de otros países. Por ejemplo, China tiene 3,1 millones de hectáreas de suelo de la República Democrática del Congo. Las consecuencias para los países vendedores pueden ser terribles: pérdida de independencia alimentaria, intensificación de los problemas del hambre y más dificultades para salir de su estado de países subdesarrollados. El problema de pérdida de suelo y avance de la desertificación es especialmente intenso en África. Los países industrializados están, al menos oficiosamente, realizando una política neocolonial para garantizar sus intereses geoestratégicos y alimentarios. El suelo se ha convertido en una materia prima clave, al igual que el petróleo, el agua o los metales raros.
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Y la TIERRA conoció al ser humano... Según varias hipótesis científicas, la Tierra se originó hace unos 4.550 millones de años y mil años después surgió la vida en el planeta gracias a la condensación del vapor de agua. Elemento éste cuya importancia es trascendental para el equilibrio vital del globo terráqueo, conformando la hidrosfera, que ocupa más del 70% del planeta.
Esto último es significativo: ya empezamos creándole a nuestro planeta un conflicto de identidad “elemental” cuando, a pesar de este predominio del agua, tuvimos la osadía de llamarle Tierra. Planeta azul, sí… ¡pero vamos a llamarle Tierra! Su nombre procede del latín Terra, equivalente a la diosa de la fecundidad Gea. Pero, paradójicamente, el ser humano se empeña en conseguir lo contrario: en lugar de buscar su fertilidad a lo que conducen sus actos es a la esterilidad.
David Gutiérrez Ferreiro Geógrafo/Educador ambiental
Este hecho ya demuestra que el planeta y el ser humano nunca se han entendido muy bien, siendo éste último su principal expoliador, violando hasta lo más profundo sus entrañas. El agua, como el propio planeta, está en continuos procesos de cambio de estado. Éstos se han dado con una mayor relevancia y continuidad en el tiempo durante algunas eras y por eso se han conocido periodos donde los hielos permanentes cubrían gran parte de la superficie terrestre, las épocas de las famosas glaciaciones. Pero también se dieron períodos de ascensos y descensos de los niveles en las aguas, que junto con los movimientos orogénicos-tectónicos han dado lugar a la configuración actual del astro que habitamos. Vivimos una época que podría definirse como antropocéntrica, al situar al ser humano como el centro del Universo, situándole como el fin absoluto de
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la naturaleza y punto de referencia de todas las cosas. Es más, van a permitirme la licencia de acuñar un nuevo término y definir la época actual como “antropoegocéntrica”, dónde la mayoría de las veces el individuo sitúa única y exclusivamente su persona en el centro del debate, aún a sabiendas de que esto pueda suponer perjuicios para sus semejantes y el medio que les rodea. En la Tierra, desde sus orígenes, existen organismos de mayor o menor tamaño, que tiene una importancia trascendental en el devenir de la vida en el planeta. Procesos como la fotosíntesis, el equilibrio de los gases en la atmósfera, la creación y destrucción de suelos, los ciclos biogeoquímicos, etc. nos hablan de un planeta donde han tenido su importancia células eucariotas, gases, hongos, células vegetales, animales… pero donde sin duda, el mayor agente de cambio o desestabilizador ha sido el ser humano, que ha acelerado los procesos perniciosos con el medio ambiente a partir del creciente desarrollo de sus actividades económicas dentro de un sistema capitalista.
Ilustración: Mar ortiz/pecasnelamirada.com
Existen corrientes que se oponen frontalmente a las teorías que advierten que estamos ante un proceso de Calentamiento Global del planeta. A menudo éstas se basan
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en posicionamientos políticos y argumentos negacionistas con poco recorrido. Sin ahondar demasiado en estudios técnicos o un baile de cifras, está claro que la Tierra está en un proceso de cambio climático, que posiblemente haya tenido su réplica en épocas pasadas, pero que sin duda no se agravó entonces por las actividades humanas como en la actualidad. La evaluación del cambio climático más completa jamás realizada es la que procede del Quinto Informe de Evaluación del IPCC, producida por más de 800 científicos y publicada el pasado año 2014. Ésta llega a una rotunda conclusión: El cambio climático amenaza con impactos irreversibles y peligrosos, pero existen opciones para atenuar sus efectos. En el informe se expresa con mayor certidumbre que en anteriores evaluaciones el hecho de que las emisiones de gases de efecto invernadero y otros impulsores antropógenos han sido la causa do mi nan t e d e l c a l e n tami e n to observado desde mediados del siglo XX. Los impactos se han extendido en todos los continentes y océanos. Si la sociedad no pone remedio, nos encaminamos hacia un calentamiento
de 4ºC para 2100 y reduciendo emisiones, sería a menos de 2ºC, con lo que los riesgos en los sistemas naturales y humanos a los que estamos avocados son irremediables. Globalmente son evidentes los fenómenos extremos que azotan a la Tierra, que van desde períodos singulares de lluvias extremas a lugares donde la sequía está ganando terreno a pasos agigantados. Por no hablar de la contaminación atmosférica, de los océanos, los recursos hídricos o de nosotros mismos a través de la propia cadena alimenticia. Estos son sólo algunos ejemplos de los efectos que sobre la Tierra tiene la virulencia a la que la sometemos. Las causas estarían detrás de los incendios, un urbanismo feroz, la destrucción de masas forestales, el fracking y otro tipo de perforaciones, la pérdida de biodiversidad a partir de la introducción de especies exóticas, el aumento del consumo de combustibles fósiles, la creación de una ingente red de vías de comunicación… Y podríamos estar así durante horas, pero lo que subyace es siempre la mano del ser humano. ¿Y qué podemos hacer? Pues ya que estamos frente a este escenario, por qué no ir por una vez por delante de los problemas y prevenir o intentar
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reducir los posibles efectos del daño sobre la Tierra. Para ello es necesaria planificación; es decir, dejar de lado medidas puntuales que sólo sirven para momentos precisos, bonitas fotos y un derroche de ingentes cantidades de dinero. Es el momento de gestionar la Tierra como nuestro mayor tesoro, de la que debemos dejar el mejor legado posible para las generaciones futuras. Esto puede conseguirse con medidas que a partir de su custodia local, generando una mitigación de las presiones a las que la sometemos en todo el mundo, nos permitan conservarla. Porque su conservación es nuestra conservación, y con ella la posibilidad de habitar en un mundo futuro con una cierta calidad de vida.
de una sociedad basada en un sistema de producción y consumo a uno que busque el equilibrio. Un equilibrio que quizás se alcance al hacer una apuesta valiente, de una vez por todas, por un nuevo modelo como el que parte de tesis decrecentistas. Se necesita esa voluntad de cambio por el futuro del planeta. El conocimiento, conservación y mejora de todo lo que nos rodea pasa por esas pequeñas acciones nuestras del día a día. Yo lo tengo claro, ¿y tú?
Es el momento de pensar en la Tierra como un recurso económico, pero no para su expolio o sangrado, sino como ahorro del despilfarro de capital que los desastres a los que la sometemos supone; como fuente de energías renovables, de alimento, o como recurso para la salud, por el mero placer de observar todo aquello que la naturaleza nos regala día a día a nuestro alrededor. La solución puede encontrarse a gran, pero también pequeña escala, con gestos individuales. Intentando pasar
Ilustración: Mar ortiz/pecasnelamirada.com
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AYUNTAMIENTO DE TORRELAVEGA