N.º 26
• XII DOMINGO ORDINARIO, Ciclo A
N.º 26
• XII DOMINGO ORDINARIO, Ciclo A
Jesús nos exhorta –en el Evangelio de este domingo– a no temer nada, excepto al pecado, que quita la amistad con Dios y conduce a la eterna condenación. Ante las dificultades, debemos ser fuertes y valerosos, como corresponde a hijos de Dios: «No tengan miedo a los que matan el cuerpo –nos dice el Señor–, ya que no pueden matar el alma; teman, ante todo, al que puede hacer perder el alma y el cuerpo en el infierno». El santo temor de Dios es un don del Espíritu Santo que facilita la lucha decidida contra el pecado, contra aquello que separe de Él, y nos mueve a huir de las ocasiones de pecar, a no fiarnos de nosotros mismos, a tener presente en todo momento que tenemos los "pies de barro", frágiles y quebradizos. Los males corporales, incluida la muerte, no
25 de Junio de 2023
son nada en comparación con los males del alma: el pecado.
Fuera del temor de perder a Dios –que es cuidado filial, precaución de no ofenderle–, nada debe inquietarnos. En determinados momentos de nuestro caminar, podrán ser grandes las tribulaciones que padezcamos, y el Señor nos dará, entonces, la gracia necesaria para sobrellevarlas y crecer en la vida interior: «te basta mi gracia» (2 Cor 12, 9), nos dirá Jesús.
El que asis�ó a Pablo nos sacará adelante a nosotros. En esos momentos invocaremos al Señor con fe y con humildad… De ordinario, sin embargo, será en lo pequeño donde manifestaremos la fortaleza y la valen�a: al rechazar una invitación, con educación, pero con firmeza, para concurrir a un lugar o asis�r a un espectáculo en el que un buen cris�ano debe sen�rse incómodo; a la hora de manifestar el acuerdo o desacuerdo ante la orientación que los profesores quieren dar a la educación de los hijos; a la hora de cortar esa conversación menos limpia, o en el momento de invitar a un amigo a unas clases de formación, o de provocar esa conversación que puede desembocar en el consejo delicado y oportuno que le acerque a la Confesión sacramental... Son, con frecuencia, las pequeñas cobardías las que frenan o impiden una misión de horizontes grandes. Son también las «pequeñas valen�as» las que hacen eficaz una vida.
«A la hora del desprecio de la Cruz, la Virgen está allá, cerca de su Hijo, decidida a correr su misma suerte. Perdamos el miedo a conducirnos como cris�anos responsables cuando no resulta cómodo en el ambiente donde nos desenvolvemos: Ella nos ayudará».
Señor, concédenos vivir siempre en el amor y respeto a tu santo nombre, ya que jamás dejas de proteger a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
1Lectura del libro del profeta Jeremías 20, 10-13
En aquel �empo, dijo Jeremías: "Yo oía el cuchicheo de la gente que decía: 'Denunciemos a Jeremías, denunciemos al profeta del terror'. Todos los que eran mis amigos espiaban mis pasos, esperaban que tropezara y me cayera, diciendo: 'Si se tropieza y se cae, lo venceremos y podremos vengarnos de él'.
Pero el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por �erra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable.
Señor de los ejércitos, que pones a prueba al justo y conoces lo más profundo de los corazones, haz que yo vea tu venganza contra ellos, porque a � he encomendado mi causa.
Canten y alaben al Señor, porque él ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados". Palabra de Dios.
escúchame conforme a tu clemencia, Dios fiel en el socorro. Escúchame, Señor, pues eres bueno y en tu ternura vuelve a mí tus ojos.
R. Escúchame, Señor, porque eres bueno.
Se alegrarán, al verlo, los que sufren; quienes buscan a Dios tendrán más ánimo, porque el Señor jamás desoye al pobre ni olvida al que se encuentra encadenado. Que lo alaben por esto cielo y tierra, el mar y cuanto en él habita.
R. Escúchame, Señor, porque eres bueno.
del apóstol san Pablo a los romanos 5, 12-15 Hermanos: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
Antes de la ley de Moisés ya exis�a el pecado en el mundo y, si bien es cierto que el pecado no se cas�ga cuando no hay ley, sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre aquellos que no pecaron como pecó Adán, cuando desobedeció un mandato directo de Dios. Por lo demás, Adán era figura de Cristo, el que había de venir.
SALMO RESPONSORIAL del salmo 68, 8-1014 y17.33-35
R. Escúchame, Señor, porque eres bueno.
Por ti he sufrido oprobios y la vergüenza cubre mi semblante. Extraño soy y advenedizo, aun para aquellos de mi propia sangre; pues me devora el celo de tu casa, el odio del que te odia, en mí recae.
R. Escúchame, Señor, porque eres bueno.
A ti, Señor, elevo mi plegaria, ven en mi ayuda pronto;
Ahora bien, el don de Dios supera con mucho al delito. Pues si por el pecado de un solo hombre todos fueron cas�gados con la muerte, por el don de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos la abundancia de la vida y la gracia de Dios. Palabra de Dios.
Jn 15, 26. 27
R. Aleluya, aleluya. El Espíritu de verdad dará testimonio de mí, dice el Señor, y también ustedes serán mis testigos. R. Aleluya.
En aquel �empo, Jesús dijo a sus apóstoles: "No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas.
No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de cas�go el alma y el cuerpo. ¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por �erra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por
lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo.
A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos". Palabra del Señor.
Renovados, Señor, por el alimento del sagrado Cuerpo y la preciosa Sangre de tu Hijo, concédenos que lo que realizamos con asidua devoción, lo recibamos conver�do en certeza de redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Durante el curso del año 1829, la cosecha de trigo fue muy mala en toda la región donde vivía Juan María Vianney, el Cura de Ars (Francia).
El santo había fundado, años atrás, una residencia para niñas huérfanas. Mantenía aquel orfelinato, al que llamó La Providencia, con lo que le daban los feligreses.
A causa de la mala cosecha, llegó un momento en el que todo el trigo que tenían se reducía a cuatro puñados esparcidos sobre el pavimento. Por lo que el Cura de Ars pensó en reintegrar a sus hogares de origen a una parte de las huérfanas.
¡Qué tristeza! ¡Pobres niñas! ¿Volverían a caer en la miseria y en los peligros del alma y del cuerpo?
No pudiendo esperar nada de los habitantes de aquel lugar, porque también estaban en la misma situación, el clérigo quiso hacer una prueba suprema: por intercesión de un santo, que de modo tan palpable y admirable, le había sacado de apuros durante sus estudios, pidió un verdadero milagro.
En primer lugar, reunió en un solo montón, en medio del granero, todo el poco trigo disperso por el suelo, y ocultó en él una reliquia de san Francisco de Regis, el taumaturgo de la Louvex, y
después de haber recomendado a las huerfanitas que se unirán a él para pedirle a Dios “el pan de cada día”, se puso en oración, y ya tranquilizado, esperó.
“Vete al granero a preparar el trigo que nos queda”, dijo a la panadera del orfanato La Providencia. La mujer, de nombre Juana María Chanay, se dirigió al granero, no sin antes pensar la orden del Santo Cura de Ars, ya que todos sabían que el granero estaba vacío.
Pero, ¡oh, sorpresa!, la puerta, apenas se entreabre, y de la estrecha rendija salió un chorro de trigo. Entonces, la panadera, Juana María, bajó al piso donde se encontraba el Padre Juan María Vianney.
—“Pero, ¿es que ha querido usted probar mi obediencia?”, le dijo la mujer al clérigo. “¡El granero está lleno!”.
—“¿Cómo que está lleno?”, replicó el Cura de Ars.
—“¡Sí!, rebosa. Venga y verá”, dijo la panadera.
de aquel trigo era diferente del que tenía el otro. Nunca el granero había estado tan lleno, recordaron los dos. Se maravillaron de que la viga maestra, algo carcomida, así como el pavimento, no se vinieran abajo. El montó de trigo tenía la forma de un cono y cubría toda la superficie.
Un día que el Obispo Devie visitó aquel mismo lugar, en compañía del Cura de Ars, le preguntó –a quemarropa– el monseñor al Padre Vianney: —“¿El trigo llegaba hasta allí?”. El prelado señalaba con el dedo un punto bastante elevado de la pared.
—“No, monseñor, más arriba… Hasta allí”, precisó el Cura.
Juan María Vianney les hacía orar a los niños cuando quería alguna gracia, y “en tales casos –decía el Cura de Ars– siempre he sido escuchado”.
Experimentaba, de acuerdo a lo que él mismo decía, que “las oraciones de los niños llegan al Cielo embalsamadas de inocencia”.
(De “Hablar con Jesús. Orar con el Cura de Ars”, de José Pedro Manglano Castellary).