N.º 32 • XVIII DOMINGO ORDINARIO, Ciclo A
6 de Agosto de 2023
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes. INDA-04-2007-103013575500-106
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes. INDA-04-2007-103013575500-106
Nos estamos refiriendo no al momento de la muerte de Jesús, al que también podemos aplicar la frase de que “lo dio todo por amor”, sino a un momento de gloria, de verdadera gloria, de triunfo, de manifestación victoriosa y diferente, como ninguna otra manifestación humana puede mostrar.
Cuando hablamos de la Transfiguración del Señor estamos hablando de una realidad incomprensible pero visible, divina pero con rasgos humanos, espectacular pero real, sorprendente pero palpable, eterna en su significado pero con incidencia en lo temporal. Es decir, estamos hablando de algo único, irrepetible, trascendente, salvífico, transformador.
Son tres Apóstoles los privilegiados de esta manifestación gloriosa de parte de Jesús, los suficientes para luego dar testimonio de ello, aunque no fuera de manera inmediata, como se los pidió su Maestro.
Fueron tres a los que el Señor les permitió tener una ‘probadita’ de Cielo. ‘Probadita’ no porque no fuera de calidad el acontecimiento o lo demeritemos, sino porque apenas es algo pequeño respecto a lo que será la expresión completa del Cielo.
Los que vamos a gozar
No se trataba de un acto de presunción de Jesús, sino que era el testimonio vivo de lo que Él es. Que nos les quedara duda a sus Apóstoles para los momentos de prueba. Aquello era tremenda y positivamente impactante, necesario tenerlo en la mente y en el corazón cuando se enfrentaran a las circuns-
tancias en las que su fe iba a ser acrisolada.
Sin duda que la Transfiguración del Señor fue definitiva para la vida de estos tres Apóstoles. No había algo más grande que pudieran esperar, era cuestión de tiempo gozarlo en plenitud, confiar en que aquella manifestación no era presunción sino fortaleza del Enviado y de la que también podían gozar posteriormente, pero ya sin pausa, ya no de una forma momentánea, sino eterna.
Y también fue determinante la Transfiguración para la comunidad, para los que después escucharon la narración, de viva voz, de los que ahí estuvieron presentes. No solo alimentaba su fe, sino que la fortalecía, porque habrían escuchado el relato cuando Jesús todavía no resucitaba, pero había una luz de esperanza de que lo que les habían platicado los testigos directos se convirtiera en vida.
No sabían cómo se pudiera llevar a cabo esto, en ese momento de dolor, porque la fe se nubla en el sufrimiento, pero sí sabían que el Señor no les iba a fallar. Ya lo habían probado. A ellos sí les iba a mostrar que si había salvado a otros, regresándoles la vida, Él, el dueño de la vida, tenía poder sobre la muerte.
Su transfiguración era una prueba, era un generoso botón de muestra. Y lo es para nosotros que, aunque no hubiera transfiguración, de todos modos seguiríamos creyendo en su divinidad, en su gloria, en su eterna salvación.
Si la transfiguración dejó impresionado a Pedro, a Santiago y a Juan, apenas con una muestra de lo que es el Cielo, imaginémonos lo que será la plenitud gloriosa y eterna del mismo.
Dios nuestro, que en la Transfiguración gloriosa de tu Unigénito fortaleciste nuestra fe con el testimonio de los profetas y nos dejaste entrever la gloria que nos espera, como hijos tuyos, concédenos escuchar siempre la voz de tu Hijo amado, para llegar a ser coherederos de su gloria. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
1Lectura del libro del profeta Daniel 7, 9-10. 13-14 Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: vi que colocaban unos tronos y un anciano se sentó. Su vestido era blanco como la nieve, y sus cabellos, blancos como lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas encendidas. Un río de fuego brotaba delante de él. Miles y miles lo servían, millones y millones estaban a sus órdenes. Comenzó el juicio y se abrieron los libros.
Yo seguí contemplando en mi visión nocturna y vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido. Palabra de Dios.
del salmo 96, 1-2.5-6. 9
R. Reina el Señor, alégrese la tierra.
Reina el Señor, alégrese la tierra; cante de regocijo el mundo entero. Tinieblas y nubes rodean el trono del Señor que se asienta en la justicia y el derecho.
R. Reina el Señor, alégrese la tierra.
Los montes se derriten como cera ante el Señor de toda la tierra. Los cielos pregonan su justicia, su inmensa gloria ven todos los pueblos.
R. Reina el Señor, alégrese la tierra.
Tú, Señor altísimo, estás muy por encima de la tierra y mucho más en alto que los dioses.
R. Reina el Señor, alégrese la tierra.
2Lectura de la segunda carta carta del apóstol san Pedro 1, 16-19
Hermanos: Cuando les anunciamos la venida gloriosa y llena de poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos fundados en fábulas hechas con astucia, sino por haberlo visto con nuestros propios ojos en toda su grandeza. En efecto, Dios lo llenó de gloria y honor, cuando la sublime voz del Padre resonó sobre él, diciendo: "Este es mi Hijo amado, en quien yo me complazco". Y nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo, mientras estábamos con el Señor en el monte santo.
Tenemos también la firmísima palabra de los profetas, a la que con toda razón ustedes consideran como una lámpara que ilumina en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana amanezca en los corazones de ustedes. Palabra de Dios.
DEL EVANGELIO
Mt 17, 5
R. Aleluya, aleluya.
Este es mi Hijo muy amado, dice el Señor, en quien tengo puestas todas mis complacencias; escúchenlo. R. Aleluya.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 17, 1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo". Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: "Levántense y no teman". Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó:
"No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos". Palabra del Señor.
Te rogamos, Señor, que el alimento celestial que hemos recibido, nos transforme a imagen de aquel cuyo esplendor quisiste manifestar en su gloriosa Transfiguración. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Hoy celebramos la Transfiguración del Señor, el suceso en el que Cristo se manifestó gloriosamente sin perder su corporeidad. En cambio, en la transubstanciación es el cambio en el que se convierten el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Transfiguración y transubstanciación se escriben y suenan de manera semejante. Debido a este parecido, muchas personas confunden el significado de ambos términos. ¿Se refieren a lo mismo?
La transfiguración es el suceso en el que Cris-
to se manifestó gloriosamente sin dejar su humanidad y su corporeidad. Según el relato de Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, Jesús llevó a tres de sus discípulos a lo alto del Monte Tabor a manera de retiro.
Una vez que llegaron a lo alto, Jesús tomó un aspecto glorioso: sus vestidos resplandecían, y junto a Él aparecieron Moisés y Elías, como signo de que en Él se cumplían las profecías mesiánicas.
Por su parte, la transubstanciación es el suceso Eucarístico en el que el pan y el vino ofrecido,
se convierten, por acción de Dios, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Por fundamento en la autoridad de Cristo, creemos que en la Eucaristía está Cristo mismo presente. Como no vemos que Jesús entre, o que caiga del Cielo o que esté en el altar un miembro de su cuerpo, entonces explicitamos su presencia por el cambio de substancias. Es decir, la autoridad de Cristo no miente, por lo que su presencia es real. No vemos que el cambio del pan y el vino sea por una generación (aparezcan los miembros de Cristo) ni por un cambio de lugar (pues no cae o entra) Por tanto, la substancia del pan y la del vino cambian a ser las del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Cambios diferentes
Así, vemos que la transfiguración y la transubstanciación son esencialmente cambios, pero tienen diferencias entre sí. La primera se dio en el mismo ser de Cristo, en su misma substancia.
La transubstanciación es el paso de una cosa que es por sí misma, a otra sustancialmente diferente, que también lo es. Este cambio no se
da «sobre» una substancia, sino que origina una nueva substancia que no estaba ahí.
Por otra parte, la transfiguración sólo se dio una vez durante la vida de Cristo, mientras que la transubstanciación se dio durante la Última Cena y, en adelante, en todas las Misas.
Durante la Eucaristía no sucede una trasfiguración, pues al principio Cristo no está presente, sino hasta la consagración. En la Misa, Cristo se nos presenta, en alma, cuerpo y divinidad, bajo las formas de pan y de vino. No presenciamos una transfiguración, porque antes de la consagración Cristo no estaba, y lo que no es aún, no puede cambiar de figura.
Sí, en cambio, somos testigos de la transubstanciación, en la que, por caridad divina, Cristo viene a nosotros con la forma de pan y de vino.
Debemos recordar que la transubstanciación es milagrosa por venir del corazón de Dios, por lo que no es explicable desde la razón humana, aunque sí nos podemos acercar a entender su naturaleza, mas no completamente.