IV Domingo Ordinario, Ciclo C 2 de febrero de 2025
Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
NO. 5
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019 INDA-04-2007-103013575500-106
Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019 INDA-04-2007-103013575500-106
Gracia, Luz y Gozo. Son tres términos que aparecen en la escena de la Presentación del Señor Jesús al templo; a los cuarenta días de su nacimiento. Estos mismos tres conceptos aparecen a lo largo de la vida de todo bautizado.
El anciano Simeón, con la certeza del cumplimiento de la promesa recibida, reconoce a Jesús y la salvación de la que es portador. También Ana, la profetisa avanzada en años, pero que había pasado casi toda su vida en oración y penitencia, reconoce a Jesús y habla de Él a cuantos esperaban al Mesías. Ana y Simeón, a diferencia de muchos otros, comprenden que ese niño es el Mesías porque sus ojos son puros, porque su fe es simple y porque, viviendo en la oración y en la adhesión a la voluntad de Dios Padre, han conquistado la capacidad de reconocer la riqueza y novedad de los tiempos mesiánicos.
Sin embargo, antes aún que Simeón y Ana, es la fe de la Virgen María que permite al amor de Dios por nosotros transformarse en don que se nos ofrece en Jesucristo.
La presentación de Jesús en el Templo nos recuerda nuestra primera presentación ante Dios por nuestro Bautismo. Esforcémonos en vivir nuestra consagración bautismal: que seamos gloria de Dios y causa de salvación para muchos hermanos nuestros a los que podemos iluminar con la luz que procede de Dios, a los que podemos llevar a la gracia con la que Dios inunda nuestra alma.
Que todos los que no creen vean y entiendan la luz que Dios ha mandado en Jesucristo. Que los esposos cristianos sepan dirigir a sus hijos a Dios. Que nosotros mismos presentemos cada día a Dios nuestra vida como un sacrificio agradable a sus ojos. Que no robemos a Dios la ofrenda presentada y aceptada el día de nuestro bautismo. Que nuestros ojos, Señor, vean la alegría de tu salvación.
San Juan Pablo II nos recuerda en la encíclica “Redemptoris Mater” que “el anuncio de Simeón parece como un segundo anuncio a María, dado que le indica la concreta dimensión histórica en la cual su Hijo cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor”.
De pie
Dios todopoderoso y eterno, suplicamos humildemente a tu majestad que así como en este día fue presentado al templo tu Unigénito en su realidad humana como la nuestra, así nos concedas, con el espíritu purifi cado, ser presentados ante ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Malaquías 3, 1-4.
Sentados
Esto dice el Señor: “He aquí que yo envío a mi mensajero. Él preparará el camino delante de mí. De improviso entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza a quien ustedes desean. Miren: Ya va entrando, dice el Señor de los ejércitos.
¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será como fuego de fundición, como la lejía de los lavanderos. Se sentará como un fundidor que refina la plata; como a la plata y al oro, refinará a los hijos de Leví y así podrán ellos ofrecer, como es debido, las ofrendas al Señor. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos”. Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 23
R. El Señor es el rey de la gloria
Sentados
¡Puertas, ábranse de par en par; agrándense, portones eternos, porque va a entrar el rey de la gloria!
R. El Señor es el rey de la gloria.
¿Y quién es el rey de la gloria? Es el Señor, fuerte y poderoso, el Señor, poderoso en la batalla.
R. El Señor es el rey de la gloria
¡Puertas, ábranse de par en par, agrándense, portones eternos, porque va a entrar el rey de la gloria!
R. El Señor es el rey de la gloria.
Y ¿quién es el rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos, es el rey de la gloria.
R. El Señor es el rey de la gloria
De la segunda carta a los hebreos 2, 14-18 Sentados
Hermanos: Todos los hijos de una familia tienen la misma sangre; por eso, Jesús quiso ser de nuestra misma sangre, para destruir con
su muerte al diablo, que mediante la muerte, dominaba a los hombres, y para liberar a aquellos que, por temor a la muerte, vivían como esclavos toda su vida.
Pues como bien saben, Jesús no vino a ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham; por eso tuvo que hacerse semejante a sus hermanos en todo, a fin de llegar a ser sumo sacerdote, misericordioso con ellos y fiel en las relaciones que median entre Dios y los hombres, y expiar así los pecados del pueblo. Como él mismo fue probado por medio del sufrimiento, puede ahora ayudar a los que están sometidos a la prueba. Palabra de Dios.
DEL EVANGELIO Lc. 2, 32
Cristo es la luz que alumbra a las naciones y la gloria de tu pueblo, Israel R. Aleluya.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: “Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.
[El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño
a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.] Palabra del Señor.
De pie
Señor, por este santo sacramento que acabamos de recibir, lleva a su plenitud en nosotros la obra de tu gracia, tú, que colmaste las esperanzas de Simeón; para que, así como él no vio la muerte sin que antes mereciera tener en sus brazos a Cristo, así nosotros, al salir al encuentro del Señor, merezcamos alcanzar la vida eterna. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
La celebración popular de la Candelaria tiene manifestaciones variadas según la región, como vestir al Niño Dios con ropa especial y llevarlo a la iglesia para su bendición. Además, la fiesta está muy ligada al Día de Reyes (6 de enero), pues quienes encuentran el “niño” en la Rosca de Reyes son los encargados de organizar la celebración de la Candelaria, ofreciendo tamales y atole a familiares y amigos.
La fiesta une lo litúrgico y lo cultural, resaltando la importancia de la luz de Cristo y de la comunidad cristiana en la vida cotidiana.
Aquí tienes una sugerencia para hacerlo:
1. Preparación del altar familiar: Puedes disponer un pequeño altar con una imagen del Niño Jesús y algunas velas, que representan la luz de Cristo. Si tienes una imagen del Niño Dios que fue colocada en el nacimiento navideño, puedes vestirlo con una vestimenta especial, como es tradición en algunos lugares.
2. Oración de bendición: Enciende las velas y, en familia, recen una oración pidiendo que Cristo ilumine sus vidas y hogares. Puedes rezar el Rosario o leer el pasaje de la Presentación del Señor en el Templo (Lucas 2, 22-40). Agradezcan por la luz de la fe y pidan la intercesión de la Virgen María para seguir a Jesús.
3. Compartir alimentos: Es tradición en muchos lugares que los padrinos del Niño Dios (o quienes encontraron la figura del niño en la Rosca de Reyes) ofrezcan tamales o algún alimento especial. Pueden compartir tamales, atole u otros alimentos tradicionales, recordando el sentido de comunidad y generosidad que inspira esta fiesta.
Gloria a Dios en el Cielo, y en la Tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso Señor, Hijo único, Jesucristo.
Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos; al tercer día, resucitó de entre los muertos, subió a los Cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén
En cierta ocasión, un joven me preguntó: “Padre, ¿puede un católico creer en la suerte?, porque yo he escuchado desde niño que muchas cosas en la vida pasan por la suerte, pero una vez oí a un predicador decir que un creyente no debe creer en la suerte, sino en la providencia de Dios, yo ya no supe qué pensar y por eso vine a preguntarle”. Entonces yo le dije: “La Iglesia desalienta la creencia en la suerte, porque esto lleva a la superstición y a alejarnos de la verdadera fe en la providencia de Dios. Los católicos debemos poner nuestra confianza en Dios y en su plan amoroso, y evitar prácticas que
Padre, ¿puede un católico creer en la suerte?
atribuyen poder a la suerte o al azar. La verdadera seguridad y protección de un creyente se encuentran en su fe y en su relación con Dios”.
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